La ciencia del virus wild card


EXTRACTOS BIBLIOGRÁFICOS

[…] espantoso más allá de lo imaginable, peor en muchas maneras de lo que vimos en Belsen. Nueve de cada diez afectados por este patógeno desconocido mueren horriblemente. Ningún tratamiento ayuda. Los supervivientes no son mucho más afortunados. Mediante un proceso que aún no entiendo en absoluto, nueve de cada diez de ellos se transforman de alguna manera en algo más: a veces ni siquiera remotamente humano. He visto a hombres convertirse en muñecos de goma, a niños a los que les salían cabezas… No puedo seguir. Y lo que es peor es que aún están vivos. Aún están vivos, Mac.

Quizá lo más extraño de todo es el diez por ciento de supervivientes, de hecho, el uno por ciento de quienes contrajeron la enfermedad. No muestran ningún síntoma externo de cambio. Pero tienen… No tengo otra que llamarlos poderes. Pueden hacer cosas que los humanos normales no pueden. He visto a un hombre surcando el cielo como un V-2, haciendo piruetas y aterrizando con facilidad sobre sus pies. Un paciente enloquecido rompiendo una pesada camilla de acero como si fuera papel de seda. No hace ni diez minutos una mujer ha atravesado la pared del pequeño despacho de lo que otrora fue un almacén donde me he encerrado para darme un respiro de unos minutos. Una mujer desnuda y hermosa como una modelo, resplandecía con una luz rosada que parecía provenir del interior de su cuerpo, sin dejar de sonreír con una sonrisa carente de expresión.

No tengo una crisis nerviosa, Mac. Aún no he perdido el juicio por culpa de la locura o la morfina. Aún no. Incluso si soy afortunado y una noche concilio el sueño una o dos horas, los horrores llenan mis visiones, así que casi me alegro de salir del catre y enfrentarme a la realidad de lo que ha pasado aquí. Estas cosas están sucediendo, son reales. Quizá leas sobre ello algún día, por ti mismo, si el latón no consigue cerrar la tapa. No sé cómo han podido… Esto es Manhattan, por el amor de Dios, y el número de víctimas asciende a decenas de miles. Gracias a Dios no es contagioso. Gracias a Dios por eso. Hasta donde puedo entender, sólo se desarrolla en aquellos directamente expuestos al polvo o lo que sea; y no en todos ellos, o tendríamos un millón más. Así las cosas, la cuarentena es imposible, incluso un saneamiento adecuado. Tenemos un brote de gripe en nuestros pabellones y esperamos el tifus de un momento a otro…

Dicen que detrás de todo esto está una especie de extraterrestres, hombres del espacio exterior. Visto lo visto, no me parece descabellado. He oído decir en las altas esferas que han atrapado a uno. Espero que sea verdad. Espero que metan a ese cabrón en el sumario con los capos nazis en Nuremberg, que le cuelguen como el animal que es…

—carta personal del capitán Kevin McCarthy,

Cuerpo Médico del Ejército de los Estados Unidos,

21 de septiembre de 1946

Los relatos de los hechos dejan claro que el recipiente que contenía el xenovirus Takis-A explotó a una altitud de treinta mil pies, dentro de la llamada corriente en chorro. En su estado latente, el virus está encapsulado en una cubierta duradera de proteína (las «esporas» a las que tan a menudo y de forma incorrecta se refiere la prensa) que sometida a experimentación ha demostrado ser resistente a temperaturas y presiones extremas como para permitir su supervivencia en condiciones naturales desde varios centenares de metros bajo el océano hasta los límites superiores de la estratosfera. Las partículas virales fueron arrastradas por el Atlántico en la corriente de chorro, precipitándose a intervalos azarosos en forma de gotitas de lluvia o depositándose naturalmente; los mecanismos precisos aún esperan demostración u observación. Esto explica la tragedia del Queen Mary en medio del Atlántico (17 de septiembre de 1946), así como los subsiguientes brotes en Inglaterra y en el continente. (Nota: persisten los rumores de un brote a gran escala en la URSS pero el régimen de Khrushchev continúa manteniendo un silencio tan absoluto sobre el asunto como el de sus predecesores.)

El viento y las corrientes oceánicas proporcionaron al virus dispersión a corto plazo por un área considerable del este de los Estados Unidos (mapa 1). Mucho más alarmante han sido las subsiguientes irrupciones del virus, pese al hecho de que no parece ser infeccioso, ampliamente distribuidas tanto en el tiempo como en la distancia geográfica. Sólo en 1946 hubo más de una veintena de brotes registrados y casi cien casos aislados extendiéndose claramente por los Estados Unidos y el sur del Canadá (mapa 2).

La ubicación de la mayoría de los principales brotes internacionales proporciona una pista sobre un posible patrón: Rio de Janeiro (1947), Mombasa (1948), Port Said (1948), Hong Kong (1949), Auckland (1950), por nombrar unos pocos de los más notorios: todos ellos destacados puertos marítimos. El problema es cómo explicar las apariciones del virus, generalmente en incidentes aislados, en localizaciones tan alejadas del mar como los Andes peruanos y los remotos altiplanos de Nepal.

Según revela nuestra investigación, la respuesta reside claramente en la durabilidad de la cubierta de proteína. El virus puede ser transportado por muchos medios, humanos, mecánicos, animales o naturales, y sobrevive indefinidamente hasta que es expuesto a agentes destructivos como el fuego o agentes químicos corrosivos. La mayoría de los brotes americanos y las ocurrencias relativamente significativas en puertos de mar han sido rastreados de manera convincente (McCarthy, Informe al Departamento de Salud, 1951) en objetos que esperaban ser fletados en los muelles y almacenes del distrito afectado de Manhattan. Otros han sido atribuidos a las precipitaciones de partículas virales en recipientes y vehículos en circulación. Los individuos, incluso pájaros y animales (que nunca se han visto afectados), pueden portar las partículas sin saberlo. En el brote nepalí al que anteriormente nos hemos referido, por ejemplo, puede rastrearse hasta un naik del clan Gurung, cuyo regimiento, los Rifles del Rey Gurkha, estuvo implicado en el intento de contención de la terrible violencia comunal del 10 al 13 de agosto en Calcuta, India, en la que las comunidades hindú y musulmana se culparon mutuamente por un brote del virus, con una pérdida de vidas estimada en veinte mil; el propio cabo Gurkha nunca desarrolló la enfermedad.

[…] cuántos depósitos de virus latentes existen aún: en forma de polvo en los tejados, concentrado en el sedimento de ríos y alcantarillas, yacente en depósitos en la tierra, aún arrastrados en la corriente de chorro, no se pueden determinar. Cuán seria es la amenaza que aún supone para la salud pública es igualmente indeterminada. En este contexto, la incapacidad del virus para afectar a la vasta mayoría de la población debería tenerse en cuenta…

—Goldberg and Hoyne, «El virus wild card: persistencia y dispersión»,

Problemas en Bioquímica Moderna, Schinner, Paek, and Ozawa, eds.

La capacidad del virus wild card para alterar la programación genética de su huésped se parece a la de los herpevirus terrestres. Es, no obstante, mucho más completa, alterando el ADN de todo el cuerpo del huésped en vez de afectar y manifestarse en una localización determinada, p.ej., los labios o los genitales, como sucede con la familia de los herpes.

Sabemos que el xenovirus Takis-A afecta a un porcentaje mayor de la población del que originalmente supusimos, quizá hasta un 0,5 %. En muchos casos el virus simplemente añade su propio código al del ADN del huésped, pero existe sólo en forma de información: otro rasgo que comparte con los virus herpéticos. Puede permanecer pasivo e indetectable indefinidamente, o algún trauma o estrés en el huésped puede provocar que se manifieste, generalmente con resultados devastadores. Acumulándose como lo hace para «reprogramar» el código genético del huésped (ya sea de forma activa o pasiva) es verdaderamente hereditario, como los ojos azules o el pelo rizado.

Anticipando, por lo que parece, sus efectos predominantemente letales, los científicos taquisianos que crearon el virus lo diseñaron para perpetuarse como, en efecto, un «gen wild card» recesivo. Recesivo porque un gen dominante, que produce mutaciones letales en el 99 % de su progenie y hace que otro 9 % no pueda o difícilmente pueda reproducirse, sólo sobreviviría unas pocas generaciones incluso si, como se estima, el 30 % de los afectados por el ADN modificado por el xenovirus portan la forma latente.

El wild card, pues, sigue las reglas convencionales de la herencia y los rasgos recesivos. Sólo en casos en los que ambos progenitores portan los códigos virales existe la posibilidad de producir una descendencia afectada; incluso así la posibilidad es de uno entre cuatro, contra un cincuenta por ciento de posibilidades de producir un portador sin riesgo de manifestar el virus, y otra posibilidad de uno a cuatro de que un descendiente no porte el código…

—Marcus A. Meadows, Genética, enero de 1974, pág. 231–244

Pese a la paranoia contra los rojos de los últimos años cuarenta y los primeros cincuenta y los «descubrimientos» del Comité de Actividades Antiamericanas, a los ases no les fue mucho mejor tras el Telón de Acero que en este país, de hecho, les fue considerablemente peor. El punto de partida fue establecido por Trofim D. Lysenko, un experto semianalfabeto de la ciencia estalinista, que alegaba que el supuestamente alienígena «wild card» era simplemente una máscara de la diabólica experimentación burguesa capitalista-imperialista. En Corea, se hizo firmar a los americanos capturados una confesión de guerra biológica en aparente intento de explicar el brote del virus que azotó esa nación, norte y sur, en 1951. Mientras, cualquiera que mostrara signos de talentos metahumanos dentro de la esfera soviética simplemente desaparecía, algunos destinados a campos de trabajo forzados, otros a laboratorios y no pocos a tumbas superficiales.

Con la muerte de Stalin en 1953 llegó una mínima relajación. Khrushchev reconoció la existencia de ases y empezaron a «disfrutar» del estatus que tenían en los Estados Unidos: es decir, tenían el privilegio de servir en el ejército o en la GPU (más tarde KGB) o desaparecer en el archipiélago gulag. Conforme pasaron los sesenta, las restricciones contra ellos se relajaron, si bien no en la misma medida que en Estados Unidos, y a los superhéroes esponsorizados por el Estado se les permitía convertirse en personalidades públicas, como los cosmonautas y las estrellas olímpicas.

¿Por qué el rechazo inicial de una realidad evidente? El régimen de Brezhnev/Kosygin admitió en 1971 que Lysenko era un joker, en quien el virus se había manifestado mediante una monstruosa desfiguración; la existencia de ases era una afrenta personal para el antiguo granjero. En cuanto a por qué Stalin siguió con la campaña anti-as, la paranoia desenfrenada de los últimos años del dictador particularmente se considera, en general, una explicación suficiente. No obstante, varios desertores de alto rango en las décadas de los sesenta y los setenta repetían el rumor de que el Camarada Nikita, a veces, de copas con sus inseparables compañeros a altas horas de la noche, se jactaba de haber matado él mismo al antiguo dictador en el sótano de la prisión de Lubyanka… «clavándole una estaca en el corazón…».

—J. Neil Wilson, «De vuelta en la URSS», Reason, marzo de 1977

El xenovirus Takis-A, coloquialmente llamado wild card, era un dispositivo orgánico experimental desarrollado por los Ilkazam, una familia destacada entre los Señores Psi de Takis. En su ADN hay inscrito un programa que lee el código genético del organismo huésped y lo modifica a fin de reforzar las propensiones y características del huésped. Dicha optimización satisface como nunca antes la gran inclinación taquisiana para cultivar la virtú personal (y por extensión, familiar). Los taquisianos ya poseen potentes poderes mentales; por medio del virus wild card los Ilkazam buscaban producir una multiplicidad de talentos en sus integrantes para asegurarse su preeminencia durante muchos años.

El desafío que los investigadores de Ilkazam tuvieron que afrontar fue producir un programa que pudiera identificar y reforzar características deseables; nadie quiere ser un hemofílico mejor. La individualidad bioquímica entre los taquisianos, no obstante, es incluso más marcada que en los humanos, quienes son una de las especies bioquímicamente más diversas de la Tierra. Desarrollar un software capaz de discernir las características favorables, un programa «inteligente», reforzarlo e implementarlo en el ADN viral requería una experimentación a enorme escala. Dada la naturaleza de la sociedad taquisiana, siempre había sujetos disponibles para las experimentaciones más drásticas; los taquisianos en su conjunto no tienen muchos complejos en insistir para que los sujetos se presten voluntarios. Sin embargo, incluso Takis carecía de una reserva suficientemente amplia de criminales y enemigos políticos derrotados —una distinción que no se hacía comúnmente en esa cultura— para proporcionar el tipo de base experimental que se necesitaba para desarrollar plenamente un instrumento tan complejo. Por suerte, desde el punto de vista taquisiano, un grupo de criaturas con una composición genética asombrosamente similar se presentó…:la Tierra.

[…] la mayoría de los refuerzos wild cards no son favorables para la supervivencia o son rasgos de supervivencia elevados a dimensiones letales, como programar el sistema adrenalínico y su respuesta lucha-huida tan alto que el más leve estrés fuerza a la víctima a ponerse a toda marcha y la hace estallar en una única explosión de frenesí terminal. Nueve de cada diez supervivientes tenían reforzadas características indeseables o deseables reforzadas de un modo indeseable. El «joker» cobra forma abarcando desde lo monstruoso a lo doloroso pasando por lo patético o lo llanamente inconveniente. Una víctima podía verse reducida a una masa de moco sin forma, como Snotman, un conocido residente de Jokertown; o podía transformarse a semejanza de un animal, como el tabernero Ernie el Lagarto. Podía adquirir poderes que en otras circunstancias habrían hecho de él un as, como la limitada pero incontrolable levitación de The Floater. La manifestación podía ser bastante menor, como la masa de tentáculos que forma la mano derecha de Dorian Wilde, el decadente poeta laureado de Jokertown.

En ciertos casos, la distinción entre clasificaciones es borrosa, como en el del susodicho Ernie, cuya fuerza ligeramente más que humana y la protección ofrecida por sus escamas son insuficientes para convertirle en un verdadero as. Otro ejemplo, mucho más horrible, es el trágico incidente de la Mujer en Llamas, a finales de los setenta, en el que el virus afectó a una joven haciendo que su cuerpo ardiera con una llama inextinguible pero que se regenerara a sí mismo incluso mientras su piel se consumía. La víctima rogó a los transeúntes que la mataran y finalmente murió en la Clínica Blythe van Renssaeler Memorial de Jokertown, por lo que parece resultado de una eutanasia: la acusación resultante contra el Dr. Tachyon fue revocada. No se puede determinar si su carta era un joker o una reina negra.

Como está diseñado para interactuar con el código individual de su huésped, no hay dos manifestaciones iguales del wild card. Más aún, su comportamiento difiere de sujeto a sujeto…

[…] que tantos como un diez por ciento de quienes contrajeron el virus sobrevivieran a sus efectos es un tributo a la habilidad de los artistas taquisianos del software y el hardware genético. Para ser una primera prueba a gran escala, entre los sujetos de una población distinta a la población para el que fue originalmente diseñado, la liberación del virus en la Tierra fue un tremendo éxito que habría complacido enormemente a sus creadores, si hubieran conocido su resultado.

La Tierra, por otra parte, tuvo un punto de vista bien distinto.

—Sara Morgenstern, «Blues por Jokertown: Cuarenta años de Wild Cards»,

Rolling Stone, 16 de septiembre de 1986

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