PIES DE SANGRE

 

 

 

 

 

Era la primera vez que veía tan de cerca y en vivo, las enormes y altas paredes de hormigón del muro fronterizo. Ya llevaban un buen rato siguiendo el camino de rodadas que iba paralelo a él, metidos en la destartalada furgoneta de las hermanas, protegido, además, por vallas metálicas electrificadas. Aun no alcanzaba a comprender, como la gente de la frontera lo pasaba casi a diario, arriesgando algo más que sus mercancías de contrabando. Ya no se traspasaba droga, se traficaba con toda clase de cosas, desde arroz, trigo, tecnología de vanguardia e incluso ropa, pero lo más difícil y arriesgado eran los medicamentos. Un kilo de arroz, más allá de aquel muro, valía más que un kilo de coca pura. Las grandes haciendas solo plantaban coca y maría para venderlo e importarlo al gobierno. Apenas había espacio para otra cosa y los productos de primera necesidad, estaban controlados por cartillas de racionamiento a la población menos favorecida. El mundo había dado una vuelta tan grande como impensable. Lo que hacía décadas era completamente despreciado y reprobable, hoy era una realidad de supervivencia cruel e injusta, pero que, en el lado afortunado del muro, funcionaba y salvaguardaba a los ciudadanos del terror y la hambruna, mientras en los demás países se malvivía. Él pánico de la población al estado del terror, a los fanáticos religiosos y a la transgresión de su idea de libertad y democracia, los había hecho volverse cada vez más crueles y en extremo precavidos, custodiando sus fronteras con muros enormes como aquél, controlados por el ejército. Mikaela no solía pensar mucho en esas cosas, el miedo a entrar en la guerra Interminable, era difícil de solucionar con buenas intenciones.

 

La hermana Trinidad conducía, Soledad iba a su lado, mientras ella y Taylor estaban sentados en la parte trasera y descubierta, vestidos con los hábitos que les habían prestado las hermanas. Llevaban las capuchas echadas, para que ninguna cámara o satélite pudiera distinguirles con claridad. Iban entre los bultos que habían cargado las hermanas, para ocultar el macuto de Taylor y sus propias armas, aunque ellas solo llevaban las catanas y un par de machetes de plata. La pequeña ciudad se empezó a vislumbrar en un recodo y supieron que estaban a las puertas de una de las entradas al paso del muro. La hermana Lupita los esperaba allí, con su pase actualizado y el permiso legal de transito de visita corta. Apenas tendrían dos días, pero esperaba que fuera suficiente. Si como le habían informado a Taylor, Pris seguía en Las Mil Flores, tendrían tiempo de sobra.

 

Le pareció curioso que la gente, al ver a las hermanas, se alejara de ellas, en vez de acercarse a pedirles, como solían hacer, con los que iban de turistas a pasar la frontera. Debían saber que ellas no iban a dar, si no a pedir, igual que ellos. Atravesaron la pequeña población, llena de callejas polvorientas y casas pequeñas de barro y piedra con tejados de plástico duro. Los únicos materiales fáciles de encontrar por allí. Llegaron hasta las puertas enormes del muro, custodiadas por un puesto militar, detrás de la valla metálica, con una puerta abierta, por la que la gente pasaba, con sus documentos en las manos. En realidad, los militares apenas se los miraban, solo los cacheaban en busca de material explosivo y los dejaban pasar sin más, si no encontraban nada irrelevante. Al fin y al cabo, la gente tenía que buscarse la vida de alguna manera. En cuanto hacían el cupo de paso, cerraban las puertas sin dar explicaciones, y todo se acababa hasta el día siguiente. De vez en cuando, hacían algún reconocimiento más profundo, con máquinas de rayos y cogían a unos cuantos desgraciados a los que ese día les tocaba pagar el pato, y hasta que les volvían a llamar la atención, el proceso se normalizaba de nuevo. Todo eso y más, era lo que la hermana Soledad les había ido explicando por el camino. Ellas tenían un acuerdo especial y las solían dejar pasar sin molestarlas mucho.

 

La hermana Lupita ya estaba esperándoles cerca del puesto militar cuando llegaron hasta él. Habló un momento con un tipo bastante gordo y alto, que enseguida les dio paso, indicándoles con el brazo en alto que pasaran. Los miró un segundo y levantó un par de bultos, en los que las hermanas llevaban agua y comida, dejándoles pasar sin nada que decir.

 

Atravesar el muro le pareció extraño, tan solo era un túnel ancho e iluminado con luces parpadeantes blancas. Al salir, otra patrulla los detuvo, y sin apenas mirar adentro, les dio paso al ver a la hermana Lupe, sentada atrás con ellos. Parecían conocerla muy bien. Durante aquel trayecto, ni se miraron, ni se hablaron unos a otros. Una vez que atravesaron las rejas de la verja, el panorama era peor que al otro lado. Un pueblo más pobre aun, con casas hechas de pedazos de toda clase de materiales, se levantaban formando raquíticas callejas, aún más polvorientas y sucias, con niños correteando detrás de la furgoneta, en harapos y descalzos, gritándoles a las hermanas que les dieran algo que comer. La hermana Lupe les tiró un par de sacos que llevaban escondidos, y en segundos, habían desaparecido de su vista, junto con toda la chiquillería que les había perseguido.

 

Mikaela se preguntaba cómo había vivido tan ciega, preocupada solo de sus pesadillas y miserias, sin pensar ni una sola vez en que podía haber gente tan abandonada en el mundo. Esto le hacía plantearse muchas cosas de su vida. Pero tenía problemas muy serios y una ira tan desmedida en ese momento que, con solo recordar a sus amigos, se volvía de piedra para no romperse. Ella no podía solucionar los problemas de aquella gente, ni de nadie, se excusaba, sintiéndose impotente, admirando más, la labor de las hermanas. No sabía si existían el cielo o el infierno, pero aquello le pareció un purgatorio, donde las personas estaban condenadas a sobrevivir con lo puesto y a como diera lugar. Sintió como si fuera uno de ellos en este sentido. No sabía cómo salir de aquel purgatorio lleno de culpa en el que se había metido, alimentándose del odio para seguir respirando. Buscando la justicia y el perdón que nadie iba a darle. Pensando en cada instante que se acercaba más a su destino, en sus amigos y en los días felices de aquel paraíso falso, en el que se sentían a salvo, cuando en realidad, estaban rodeados de bestias y monstruos, como en sus pesadillas.

 

Ya a la salida del pueblo de covachas, la hermana le preguntó a Lupe, alzando la voz para que la oyera por encima del ruidoso motor.

 

- Lupe, ¿Dónde está José Tomás? ¿Creía que vendría con nosotros?

 

- Al idiota lo pillaron hace un par de días pasando penicilina, estará una temporada fuera de juego. – le gritó Lupe algo fastidiada.

 

- Le vendrán bien unas vacaciones pagadas, - se rio la hermana Soledad. – últimamente estaba muy liado, tratando con esa bruja pelirroja. Mejor le viene la sombra de la cárcel de Juárez por una temporada, a ver si se olvida de él. – dijo riéndose de nuevo.

 

- Nos hubiera venido mejor su ayuda. – gritó Trinidad, sin hacer caso a Soledad.

 

- No se preocupe hermana, con lo que llevamos nos sobra. – Gritó Taylor.

 

- No es por eso, - dijo Lupe sonriendo picara. – Hubiera sido nuestro caballo de Troya, a Mariana le gustaba mucho nuestro amigo, lo hubiera dejado entrar sin problemas y deseando pavonearse delante de él.

 

- Si, nuestro chico es de los que desarman a las mujeres con una sonrisa y un par de piropos, - volvió a reírse Soledad, campechana. – Está bien chulo, nuestro José Tomás.

 

- ¿De veras? – dijo Taylor pensativo y divertido, - eso me está dando una idea, tendremos que parar en Monclova.

 

Lupe y ella se miraron extrañadas, pensando que se había vuelto loco, pero si de algo estaba segura Mikaela, era de la astucia de Taylor para idear planes estúpidos, pero útiles.

 

Atardecía, cuando llegaron a las vallas de Las Mil Flores. Los hombres dejaron pasar la camioneta de las hermanas sin problemas, después de hablar por el comunicador. Mikaela iba vestida como una de ellas, pero con la capucha echada y la cabeza agachada. Taylor llevaba ya una hora dentro, haciéndose pasar por un inversor inglés, que estaba visitando las haciendas, buscando hacer negocios y haciéndose el idiota, como si hubiera tenido una cita concertada con De La Sangre desde hacía tiempo.  Su plan iba dando resultado por el momento. Se había alquilado un coche bien grande y blindado, como si fuera un ricachón extranjero y exagerado. Ni Mikaela, ni las hermanas tenían idea de donde las sacaba, pero en varios minutos, salió de un banco con varias tarjetas oro a nombre de William Persons, se compró unos seis trajes de la mejor calidad y salió de una de las tiendas, tan guapo y elegante, que parecía increíble que se acercara a ellas para hablar.  Las hermanas estuvieron de acuerdo en que Mariana, no rechazaría recibirle en cuanto lo viera por las cámaras de seguridad. De esta forma, podría entrar en la casa y espiar antes de que entraran ellas, para averiguar dónde estarían Esteve y Pris, y pillarla más desprevenida.

 

Ella solo esperaba entrar y ver a Esteve, saber con seguridad que seguía sano y salvo, como el senador le había prometido que estaría. No se fiaba de ese par de víboras. Si Mariana había matado a su tío como si no, le daba igual, su traición era evidente y se reprochaba por haber impedido que aquel día, en que la mandó al laberinto de flores, su tío la mandara fuera de la hacienda, para matarla. Ahora entendía muchas más cosas de las que le gustaría. Cuando las hermanas le ofrecieron uno de los machetes de Soledad, les dijo no necesitaba armas. Su tío no quiso explicarle lo que ahora sentía como una realidad aplastante y terrible, solo le había mostrado lo que era capaz de hacer por ella.

 

A kilómetros del muro, ya se veía la devastación que había sufrido este. Por algunas zonas estaba echado abajo y la vegetación quemada no dejaba lugar a dudas, la pelea debió ser dura. La puerta estaba medio quemada también, pero permanecía abierta, con solo dos guardias de vigilancia. Parecía como si no tuvieran miedo de nada ni de nadie. Se limitaron a echar un vistazo y a saludar a la hermana Lupita, dándoles paso sin ningún problema. Pararon frente a la casona, delante de la fuente del querubín. El coche de Taylor no se veía por ninguna parte, lo que quería decir que estaría ya en la parte de atrás. Una chica jovencita, de apenas unos catorce años, salió a recibirlas y les dijo que su señora estaba en la piscina, esperándolas, pero que se llevaran la furgoneta a la parte de atrás, al patio de los criados, para cargar sus donaciones.  Eso hicieron, pero Mikaela se bajó en cuanto no se las veía, pasando por el lateral, para entrar en la casa e investigar por su cuenta, entrando por la puerta que daba a uno de los salones de baile, como los había llamado su tío, porque eran enormes y estaban vacíos. Dijo que solo eran para fiestas grandes. Pasando esos salones, con cuidado de no hacer ruido, estaba la entrada y las escaleras. No sabía muy bien si subir arriba o bajar al sótano, no tenía ni idea de donde podían tener a Esteve.

 

De repente, escuchó pasos en las escaleras y la voz de Taylor, hablando con alguien. Mikaela enseguida volvió a esconderse detrás de la puerta del salón, dejándola entornada para oír lo que decían.

 

- Una pena, me hubiera gustado conocerla. – dijo a su interlocutor. – Seguramente ya estará cruzando la frontera.

 

- Seguramente, Pris tenía prisa, como comprenderá tiene que prepararlo todo al otro lado. Nosotros nos marchamos ya, en cuanto hable con ella, le contaré lo que me ha dicho usted, quizá le interese.

 

Mikaela sintió helarse su sangre al reconocer la voz de Roger y, sobre todo, por enterarse de que Pris no estaba allí, comprendiendo que se habría llevado a Esteve con ella. Maldijo por lo bajo, mientras los escuchaba alejarse por el pasillo que daba a la piscina. Taylor le dijo que lo entendía con un marcado acento inglés, metido en su papel. Seguramente bajaba de la habitación que le habían preparado en la parte de arriba, mientras también le decía, un poco a lo tonto, que la casa estaba muy bien protegida. Mikaela sabía que esa frase era para que ella la escuchara, suponiendo que ya estaba dentro. En cuanto dejó de escuchar sus voces, salió de nuevo y se dirigió a toda prisa, pero con cuidado, a la segunda planta. Necesitaba asegurarse de algo, volver al corazón de su tío. Recuperar lo que de verdad era suyo, si la muy ladina no lo había encontrado y destrozado todo ya.  Los pasillos estaban vigilados, tuvo que esperar a que pasaran de largo, hasta poder llegar a la puerta que daba al desván. Subió desesperada, dirigiéndose a toda prisa a la habitación escondida. Nadie había estado allí, no la habían encontrado, suspiró aliviada al ver la capa de polvo y las flores marchitas del jarroncito. Miró por la ventana, desde allí se veían los jardines y la piscina abajo. Mariana estaba allí, hablando con las hermanas y Taylor, como si las estuviera presentando. Casi ni la recocía, con un traje elegante claro y unos tacones altos, coqueteando descaradamente con su ángel de la guarda. Tenía que darse prisa. Se agachó y cogió las fotos de la boda de su tío y la de su abuela con su madre. Las metió rápidamente en la mochila, sacándolas de sus marcos. Se fue rápidamente al armario y abrió el cajón de todo lo bajo, en el medio. Rebuscó entre la ropa de cama y dio con lo que buscaba. Se quedó mirando el pequeño aparato negro y plano en la palma de su mano, pensando que su tío siempre supo demasiado bien, la clase de bestias con las que trataba. Luego miró un momento el hueco vacío donde había estado la caja con su corazón. Si esa mañana su tío no se hubiera empeñado en que se lo llevara, y que podía entregárselo a Monroe, estaría allí y no a miles de kilómetros. Mi corazón está a salvo, suspiró cerrando la mano sobre el aparato.

 

- Solo unos meses. – dijo en voz baja, para ella misma. – Él nunca sabrá lo que soy, y podremos vivir tranquilos, donde sea. – se dijo con firmeza. Se metió el aparato en el bolsillo del pantalón que llevaba debajo del habito. – Tendré la vida que me prometiste, te lo juro tío Basile. – se dijo sintiendo el nudo en el pecho, pero decidida a acabar con todo aquello y se dirigió hacia la puerta.

 

Volvió a salir de la habitación, más decidida que nunca a luchar por su futuro y el de Esteve. La venganza es un plato que se sirve frío, pensó recordando a su hermana. Lamentaba lo que estarían pasando en ese momento, pero era mejor así, no quería llevarles todo aquello, necesitaba saber que estaban seguros y lejos, aunque estuvieran sufriendo por ella. Como había dicho Taylor, ya arreglarían eso después, cuando todo estuviera solucionado. Ahora debía bajar y hacer lo que tenía que hacer, por lo que había viajado hasta allí, y ya que Esteve no estaba, todo sería mucho más fácil y rápido. Ya se ocuparía de Pris y de Coster más adelante.

 

Bajó tranquilamente las escaleras y salió al pasillo de la segunda planta, con paso decidido y sin ocultarse.

 

- Alto, - escuchó a su espalda de inmediato, se dio la vuelta despacio. - ¿Qué hace aquí, hermana? – le preguntó el hombre, con una escopeta de dos cañones apuntándole. No parecía reconocerla, lo que le pareció aún mejor, debía de ser nuevo. Los hombres de su tío, seguramente, se habrían escapado o estarían muertos.

 

- Me he perdido, estoy buscando a mis hermanas. – dijo de forma inocente, levantando las manos.

 

El la miró un momento y dejó de apuntarla.

 

- Carajo, hermana, no debería andar pegando sustos así a la gente, hombre ¡le podía haber metido dos tiros sin preguntar. – le dijo algo enfadado, mirándola de arriba abajo. – Vamos, yo la acerco.

 

Se acercó hasta ella y la cogió del brazo con decisión. La acompañó hasta salir al patio de la piscina, donde Taylor y las hermanas se quedaron mirándola entrar, con el hombre a su lado. Mariana estaba de espaldas a ella y se dio la vuelta al ver sus caras. Mikaela agachó la cabeza, para ocultarse bajo la capucha, mientras el hombre decía que se la había encontrado perdida en la segunda planta. Sin dudarlo un instante y en un segundo, Taylor sacó una pistola grande y plateada de detrás del cinturón, disparándole al hombre, mientras las hermanas se apartaban de Mariana y ella se acercó rápidamente, quitándose la capucha, lanzándole una patada en plena cara, que sorprendida, no pudo esquivar, cayendo hacía atrás al suelo, con la nariz sangrándole. Saltó encima de ella y la atrapó en el suelo, dándole la vuelta y cogiéndole los brazos, apretándoselos contra el suelo.

 

- ¿Dónde está mi amigo? – le preguntó sin dudarlo. Ella le miró más cabreada que asustada, escupiendo un poco de sangre por la boca, antes de hablar.

 

- No lo sé, Pris se lo llevó con ella. – dijo clavándole los ojos. – Dijo que si no entregabas las formulas, lo mataría. – se removió e intentó gritar. Mikaela le tapó la boca para que no se le ocurriera hacerlo, pisándole el brazo con la rodilla.

 

- ¿Ha dónde han ido? – le preguntó fijándole la mirada con frialdad, deseando que se moviera para golpearla de nuevo, pero ella seguía quieta, con sus ojos negros desafiantes. – Si me mientes, créeme que lamentaras de verdad haber matado a De la Sangre. Te juro que todo lo que toques se destruirá ante tus ojos. - Le quitó la mano de la boca, despacio.

 

- Pris volvía a su tasca para preparar la primera partida, con tu güerito imbécil y mudo. – le dijo con malicia. – Seguro que lo mata y lo entierra en algún lugar perdido del desierto, ya estaba muy cansada de él. Es un estúpido niñato chalado. - le sonrió con maldad. – Aunque, a lo mejor se lo queda, para jugar con él un poco más, como hizo con su hermano. Le gusta cambiarlos. Convertirlos en bestias a sus pies. – Se río con más malicia aún.

 

Mikaela se puso furiosa de oírla hablar así de su amigo y de Monroe. Co toda su rabia la cogió del pelo, le levantó la cabeza y se la golpeó contra el suelo.

 

- Mi amigo es un tío legal y vale más que veinte zorras como tú. – le dijo soltándola, medio inconsciente, con la sangre de la cabeza empezando a chorrearle. Se levantó dejándola en el suelo. Taylor le disparó a un hombre que apareció por el jardín de improviso, más allá de la piscina.

 

- Mika, hay que largarse rápido. – le dijo Taylor y miró a las hermanas, que ya se dirigían a la parte de atrás, rodeando el edificio, con sus espadas en las manos. Trinidad atravesó a un hombre que salió por el jardín, rápida y ágil. Mikaela asintió y se fue a toda prisa tras ellas, mientras Taylor disparaba a otro hombre que salía por la puerta de la casa. – Vamos, - dijo corriendo siguiéndolas. Mariana había empezado a levantarse, echándose mano a la cabeza, con su traje elegante manchado de sangre y pisando con sus tacones la que había dejado en el suelo. Empezó a gritar furiosa, llamando a sus hombres, maldiciendo y renegando de todos ellos, dirigiéndose hacia el que estaba muerto y más cerca, cogiéndole la escopeta de dos cañones, disparándoles con ella. Pero para entonces, ellos ya estaban dando la vuelta a la esquina de la casa y el disparo dio en la pared. Corrieron hacia los coches que estaban aparcados allí, en mitad del patio trasero, mientras los hombres de Mariana empezaban a salir por todas partes, se montaron a toda prisa en el coche blindado de Taylor y arrancaron saliendo a toda velocidad, con las balas cayendo sobre él. Mikaela iba en el asiento trasero, entre las hermanas Soledad y Trinidad. Sacó lo más aprisa que pudo el aparatito negro, que se había guardado en un bolsillo, y puso el pulgar sobre él.

 

- Boom, uno, - dijo acercándoselo todo lo que pudo a la boca.  En menos de un segundo, escucharon la enorme explosión de la fábrica, mientras las balas seguían cayendo sobre el coche y Taylor se dirigía a toda velocidad hacia el muro. Vieron a Mariana saliendo a la parte delantera de la casa al pasar, dando órdenes por el comunicador, furiosa y sujetándose un pañuelo en el golpe de la cabeza. Los hombres del muro, empezaron a dispararles, pero el coche blindado les protegía, aunque el cristal del parabrisas ya empezaba a rajarse un poco.

 

- Boom, dos. – dijo Mikaela, volviéndose a mirar por el parabrisas trasero.

 

La explosión de la casa hizo moverse incluso la carretera empedrada que llevaba a las puertas, y la onda explosiva levantó un poco el coche, pero Taylor siguió adelante, acelerando aún más, aunque las balas ya habían dejado de oírse.

 

Mikaela miraba, viendo como todo saltaba por los aires, para caer hecho cascotes. El cuerpo de Mariana, destrozado, había salido disparado contra la fuente del querubín, y un zapato lleno de sangre los había adelantado.  Los hombres del muro, sorprendidos, se habían lanzado al suelo para protegerse, mientras ellos pasaban a toda velocidad por las puertas aún abiertas, que no les había dado tiempo a cerrar. Las explosiones en los jardines se sucedían una detrás de otra. No quedaría allí ni una sola piedra en pie. Lo que su tío había construido solo para su familia, no sería de nadie más. Ya estaban pasando la zona quemada, cuando cayó el muro, en la última explosión. Las hermanas no decían nada, ni siquiera la miraban. Taylor seguía conduciendo a toda velocidad, mientras Mikaela miraba como la nube de polvo y humo se iba extendiendo rápidamente y tapaba el cielo, apenas iluminado por los últimos rayos del sol.

 

No sabía cómo sentirse, simplemente había cumplido una promesa. Su tío se lo había contado una tarde en que todos dormían, subieron al desván y le contó lo que tenía preparado en caso de que le traicionaran. Podían quedarse con todo, le había jurado, pero no con esa hacienda, esa la construyó solo para su esposa y la familia que esperaban tener algún día. Nadie la poseería jamás, aparte de los suyos. Le enseñó el aparato e introdujo sus huellas para permitirle el uso, en caso de que pasara lo peor. En aquél momento, creyó que su tío estaba loco, pero ahora solo pensaba que era un hombre muy precavido e inteligente, además de un demonio vengativo. ‘Tú llevas mi sangre, la sangre de los Waspavennia, hecha con fuego y tierra, supervivientes en mil guerras. Tú y tu hermana sois las últimas, debéis seguir adelante, sois el futuro, nada más me importa’. Sus palabras le llegaban ahora con un recuerdo doloroso y triste. No sabía dónde estaba su cuerpo enterrado. Le habría gustado poder poner en su tumba una de esas flores tan hermosas y exóticas. Desde luego, ella era de su sangre, estaba segura de eso, porque ni un solo remordimiento sentía dentro, solo el deseo de acabar con aquella locura y proteger a su familia. Seguir adelante y terminar con sus enemigos, eso era todo lo que había en su cabeza, en aquel momento. 

 

En el silencio de la noche, cualquier ruido se escuchaba como un estruendo en su cabeza. Con el dolor aún en su alma perdida, recordaba los ojos de aquel amor que había creído tan suyo, como la mentira más dulce y apasionada que nunca había sentido de una forma tan verdadera. ÉL mismo se había engañado, perdiéndose en esa atracción irresistible que sintió desde el mismo momento en que la había conocido. Miró la foto que tenía entre las manos de nuevo, recriminándose su propia estupidez. La Ivana que había conocido, sonriendo feliz de marcharse a otro país y llena de esperanza, mientras la nieve caía sobre ella. Su único recuerdo, guardado en lo más profundo de un cajón secreto del escritorio, de aquella mansión oculta a cualquiera que lo conociera.  Basile le había abierto por fin los ojos, demasiado tiempo cerrados a la lógica. Ella no le había amado nunca como él deseaba, por eso se escapó, esfumándose de su lado, huyendo con Zastler. Siempre pensó que él se la había llevado contra su voluntad, engañándola, y la había obligado de alguna manera a casarse con él.  La creyó cuando le dijo que ya era demasiado tarde para volver a su lado, que su hija lo era todo y debía ayudarles a esconderse de Héctor. La ayudo todo lo que pudo, pero el maldito la encontró sin su ayuda, despistándolo con una nueva pista en su búsqueda de las Espadas del Destino.

 

Escuchó los pasos de Howard en el piso de arriba. Debía de estar levantándose, preparándose para el amanecer. Su fiel mayordomo, siempre dispuesto a servirle con eficiencia, levantándose para echar todas las cortinas y cerrar todas las puertas, dejándole la casa preparada para el día.

 

Volvió a mirar la foto de Ivana bajo la nieve, tan preciosa y encantadora, la comparó con las que tenía sobre la mesa. Su nieta era tan parecida y tan distinta a la vez, que era extraño mirar a una y a otra. Los ojos, la forma de la cara, de los labios, la nariz e incluso el color del cabello, todo era tan igual en ambas, que parecían la misma. La nieta incluso parecía una Ivana con el pelo más largo, pero en ella no había sonrisa, ni el encanto irresistible que desprendía su ancestro. Ese encanto estaba en la chica rubia y de ojos azul violáceos, en esta estaba esa luz adorable que emanaba de Ivana, incluso a través de aquella vieja foto digital, que atraía con esa esencia candorosa. Sonrió pensando, que era como si su amor perdido, se hubiera desdoblado en aquellas dos chicas. Los atrayentes ojos oscuros, que podían abocar a la perdición a cualquiera en una, y su encanto arrebatador, en la otra. Hasta ahora, Zastler las había protegido muy bien, pero Mikaela era demasiado especial para seguir oculta mucho tiempo, era su naturaleza, atraer todo ese mundo sin poder evitarlo y caer en él, sin remisión. Mientras más intentara evitarlo, más caería en él, y todo lo que estaba sucediendo, le daba la razón.

 

Las últimas noticias le habían dejado prácticamente anonadado y perdido, hasta que había recibido la llamada de Danvers, mucho más preocupado e inquieto de lo que se esperaba. La seguridad de que se encontraba con vida, se mezclaba con la preocupación de la fuerza y el enorme poder que ese lobo había visto en ella. Ahora lo importante era protegerla, incluso de sí misma. Ya había programado todas las secuencias de olvido en la red para que no saliera su cara en ninguna noticia, cambiada al instante por otra, algo parecida, pero sin ser ella, a sus padres solo les parecía una mala foto y todo quedaría pronto en la nada, perdido entre otras mil noticias. La cuestión más importante ahora era, como conseguir pararla, si como decía el maldito y viejo lobo, ya había descubierto parte de su poder, aunque apenas se hubiera dado cuenta, dejándose utilizar por esa serpiente, que la seguía más allá de la puerta cerrada de su infierno.

 

Era demasiado peligrosa e imprevisible y no podía acercarse a ella, Luci lo notaría enseguida y, por consiguiente, Héctor también. Con los manuscritos en su poder, si la encontraba ahora, sería la perdición del mundo. Esa chica era todo desastre. Toda la información que había logrado obtener a través de Taylor era demencial, aunque le parecía de una siniestra audacia. Lo que le resultaba totalmente increíble era que siguiera cuerda. Basile debía tener razón en lo que le había dicho, su sangre y su espíritu debían ser muy fuertes. En vez de caer en la desesperación de su locura, se había empecinado en encontrar alguna solución química, mucho más real en un mundo lógico.

 

Se río de veras, leyendo los informes psiquiátricos, en los que al final, se apuntaba a la toma de sustancias y drogas como las causantes del desequilibrio y la enfermedad que había padecido la paciente, confesándolo abiertamente ella misma, y siendo dada de alta poco tiempo después. Se preguntaba, cómo había podido engañar así a un médico eminente, una chiquilla de quince años. La admiraba en cierto modo. Había logrado engañar a todo el mundo, excepto a su abuelo, que la había protegido por todos los medios, incluso dejándola a la deriva, confiando en que ella misma encontraría una solución lógica, si lograba tenerla alejada de los malditos, como denominaba a todos los seres fuera de una humanidad genética clara. El pobre Zastler, que los había estudiado, había sido sobrepasado por su propia creación.

 

En realidad, todo había acabado ocurriendo como su querida Luci le había pronosticado. Zastler había parado el proyecto de una raza nueva en el momento exacto, aunque en ese instante lo duraron ellos mismos. Héctor no pudo perdonarle, sin darse cuenta que el mal ya estaba hecho. Como el mismo Zastler se temía, el proyecto ya estaba encarrilado y sus futuros cientos de niños perdidos, como él los llamaba, ya eran miles, sin saberlo siquiera, después de dos generaciones. Personas mucho más fuertes, inmunes a cualquier enfermedad, con una fortaleza fuera de lo común o con una inteligencia superior, sin apenas darse cuenta de que lo habían heredado de una forma totalmente aleatoria, dentro de un laboratorio. Nadie sabía de sus investigaciones, nadie sabía del proyecto, excepto los pocos que le conocían de antes a Ivana. Ella lo cambió todo. Nada más olerla, nada más saborear su sangre, supo que era la criatura que habían estado buscando durante tanto tiempo. Sin embargo, el destino los tenía engañados. Ella era la portadora, al igual que su hija. Toda esa fuerza se había traspasado, generación tras generación, y ahora culminaba en aquellos dos seres, que podían convertirse en la verdad de una leyenda perdida, escrita hacía más de seis siglos.

 

Más de una vez, se había arrepentido de haber robado los manuscritos para Héctor. Su locura podía llevar al mundo al final de los días, lo que, para un vampiro, podía ser hasta un consuelo. El resultado de toda aquella creencia y todo aquel empecinamiento de Héctor, era Mikaela. La hija de un carnicero. Le parecía increíble y hasta resultaba irónico a la vez. Aunque aún le quedaba una esperanza, si la chica seguía teniendo esas visiones, era porque Héctor no había logrado traspasar la puerta al mundo. Si estuvieran en la misma dimensión de este, las visiones habrían cesado, no podría acercarse de forma espiritual estando atada a un cuerpo, aunque fuera el de una serpiente negra y malvada, con ojos de fuego. La materia es un impedimento bastante grande de salvar, en el plano físico de las cosas.

 

Se quedó mirando la foto de Mikaela de nuevo. Entonces lo comprendió de inmediato. Había sido un tonto intentando evitar lo inevitable. Se daba cuenta al ver el rostro de la chica. La seriedad de su cara y las ojeras bajo sus ojos, lo estaban gritando y nadie se daba cuenta. Soltó la foto de Ivana y cogió la de Mikaela, sonriendo y comprendiendo lo que debía hacer. Solo ella podía evitarlo, solamente un espíritu fuerte. El loco de Basile tenía razón, debía ayudarla desde la lejanía, dándole la normalidad que necesitaba. No podían acabar con la serpiente desde allí. Héctor tenía razón también, una criatura tan fuerte, sería capaz de sobrevivir a todo y acabar con ese ser. Debía ayudarle a traer a aquel demonio al mismo plano físico, donde el enfrentamiento sería más real para ella. Pero, para eso, debía enfrentarse a los Hombres Santos de nuevo y convencerles, algo que no creía posible, a no ser que les devolviera los malditos manuscritos. De lo que estaba seguro, era de que Héctor no se lo iba a permitir.

 

Todo le parecía demasiado enmarañado ahora por su propia mano. Creyendo hacer lo correcto, había estado dando traspiés.

 

- Vampiro estúpido, - se dijo a sí mismo, mirando de nuevo la cara de la chica, que cada vez le parecía más atrayente y hermosa, como mirar la oscuridad más profunda e irresistible. Acarició el rostro de la foto con suavidad y se dio cuenta con total certeza, como si una venda cayera de sus ojos. – Tú eres lo que he estado buscando toda mi vida de soledad, en la oscuridad de cada noche. – le sonrió como si estuviera ante ella. - Ya sé cómo salvarte.

 

Sus ojos de gato brillaron en la oscuridad de la habitación, satisfecho de su hallazgo y con la absoluta decisión y el convencimiento de lo que debía hacerse. Cogió las fotos y las guardó de nuevo en el cajón oculto del escritorio, debajo de otro más visible. Sabiendo que Taylor estaba cuidando de ella, se sentía mucho más tranquilo, saliendo del país.

 

Luego salió de la habitación a toda prisa, llamando a Howard, que ya bajaba las lujosas escaleras de mármol, vestido como siempre, impecablemente. Su mayordomo de color, tenía buena planta, aunque su rostro impenetrable, algunas veces, le seguía produciendo inquietud.

 

- ¿Qué necesita señor? – preguntó bajando más aprisa al verlo.

 

- ¿Está preparado el Ferrari? – le preguntó impaciente y feliz.

 

- Siempre lo está, señor. – dijo sorprendido.

 

- Bien, prepárame de nuevo la maleta, he de viajar a Europa. ¿La señorita que vino conmigo sigue durmiendo?

 

- Creo que sí, señor. – dijo algo dubitativo. - ¿Se marcha con usted?

 

- No, llévala a la estación cuando despierte y despídete por mí de ella. – le dijo dirigiéndose de nuevo al despacho. – he de hacer la reserva del vuelo.

 

- Pero, señor…- le dijo extrañado, - es casi de día.

 

- Por eso quiero el Ferrari, Howard, tiene los cristales tintados. – le dijo impaciente. – Vamos, no tengo todo el día. – le instó abriendo la puerta. - Maldita sea, dos siglos y medio y ahora me falta tiempo. – dijo cerrando la puerta del despacho tras entrar, dejando a Howard confundido, subiendo de nuevo las escaleras.

 

Tendría que darse prisa, para algo era el Buscador. Aunque, seguramente, a Héctor le sorprendería su cambio de actitud. Le ayudaría a encontrar la última reliquia que le quedaba para poder sacar a la serpiente del infierno en el que estaba. Jamás le entregaría a Mikaela, convertirla en vampiro no era la solución que quería para ella. Debía tener mucho cuidado e incluso ocultárselo a Luci, aún sin querer, su amiga podía traicionarle. Estaba demasiado atada a Héctor, para poder evitarlo.

 

Se habían despedido de las hermanas en Monclova, proporcionándoles una camioneta nueva y llenándosela de productos de primera necesidad, para rellenar la despensa del convento. Los niños de los que cuidaban cada día, dándoles una escuela y la alimentación que nadie se preocupaba de atender, excepto ellas, necesitaban mucho. La mayoría eran huérfanos semi abandonados, con familias que solo se preocupaban de ellos a medias, lo suficiente para que constaran como tutores legales, para recibir la paga del gobierno.  Luego se preocupaban solo de llevarlos cada mañana al convento y seguir con sus trapicheos en la frontera, recogerlos por la noche, si no los pillaban, y darles un jergón donde dormir. Si no fuera por las hermanas, la mayoría estaría como los niños del otro lado, perdidos y abandonados a su suerte en las callejas, sin otra cosa que hacer, que aprender a robar o a malvivir.

 

Ella y Taylor habían pasado la frontera por túneles escondidos y discretos, que solo los contrabandistas conocían, ocultos a cualquier visión de satélites y vigilancia. Atravesaban el muro por debajo y pensaron que, en algún momento, se les podía venir encima sepultándoles, pero en realidad, estaban muy bien asegurados. Parecían más los de una mina, estrechos y con recovecos extraños y tortuosos, pero cogía el coche con facilidad. Taylor había escogido esta vez, uno pequeño y bastante rápido, de apariencia discreta, pero con todos los extras libres en el interior. Algo así, solo se podía encontrar en ese lado de la frontera.  Un par de chicos, conocidos de las hermanas, les habían llevado hasta la entrada secreta y oculta del túnel, marchándose después sin querer recibir nada a cambio. Solo dijeron que les debían a las hermanas un par de favores, y que así estaban en paz con ellas, y con Dios. Le sorprendía de una forma increíble la extraña visión de aquella gente, capaz de las peores maldades mientras rezaban a una cruz o una calavera llena de flores, separando una cosa de la otra, como si fuera algo natural en sus vidas. Supuso que las situaciones allí eran demasiado duras como para pedirle peras al olmo, así que, si esa gente debía conformarse con lo que les tocaba, Dios o lo que fuera, también tendría que hacerlo.

 

Una vez pasada la frontera y fuera de esos túneles de conejo, como los llamó Taylor, siguieron por el desierto, entre rutas de caminos de tierra, por las que solían ir los traficantes, hasta un pequeño pueblo perdido, de apenas una docena de casas. Solo había un almacén grande, un diminuto motel y un par de bares de comida rápida, con cafetería. Lo suficiente para repostar y pasar la noche.

 

Taylor la sorprendió de nuevo, contándole más cosas de las que necesitaba saber. Desde luego era un hombre bien informado, con secretos que era mejor dejar bien escondidos. Comprendía ahora, que valía más por lo que callaba que por lo que contaba. No le preocupaba el dinero en absoluto, siempre tenía recursos para conseguirlo con facilidad. Tampoco le quiso decir quien les estaba ayudando en ese momento, proporcionándoles lo que necesitaban. Solo dijo que era alguien importante, pero que ni él mismo estaba seguro de quien era, ya que tenía demasiadas empresas y sub empresas por todo el mundo. No había podido pillarle la pista del todo, y ante la inseguridad de la información, prefería no mojarse a equivocarse. De todas formas, Mikaela prefería no saberlo.  Ya tenía demasiadas cosas en las que pensar por el momento. Las pastillas que le habían dado los chicos se le estaban acabando y pronto empezaría con sus pesadillas y alucinaciones de nuevo. Tenía que acabar con todo aquello, antes de empezar con la espera insoportable para su tratamiento, con la desesperada ilusión de que estuvieran listas en cualquier centro médico, antes de que volviera Monroe.

 

Lo que había pasado con aquellos hombres en el desierto la seguía atormentando, aunque al mismo tiempo, le producía una extraña seguridad, como si nada pudiera tocarla sin pagar un alto precio. Ahora no estaba segura de sí las palabras que habían salido por su boca, las había dicho realmente la serpiente o eran suyas, porque en su interior había sentido toda la fuerza de la tierra moviéndose bajo sus pies manchados de sangre y la del fuego en su cuerpo, como algo propio, conducido por ese ser, pero a través de ella. Algo demasiado complicado e incomprensible, pero que sentía con una profundidad extraña y certera. Esa fuerza y ese poder la asustaban más que nada lo había hecho hasta aquél momento, haciéndola sentir como un ser extraño y más perdido aún, que los monstruos que ahora sabía que la rodeaban. Todo se le revolvía en la mente y algunas veces pensaba que, realmente, estaba a punto de volverse loca. Solo podía enfrentarlo pensando en el paso siguiente, sin darle más vueltas. Aceptando los hechos y dando gracias por tener a su lado a Taylor y a las hermanas, ayudándola en este momento sin hacerle más preguntas, ni planteándole más enigmas, que lo que iba a hacer al día siguiente. No quiso implicar a las hermanas en lo que iba a hacer. Ya habían hecho más de lo que debían. No podía implicarlas más en aquella venganza, era demasiado despiadada y no estaba segura de que sus almas pudieran soportarlo, aunque rezaran por la suya, como le habían prometido al despedirse.

 

Pensaba en todo esto, sentada en la pequeña y simple cafetería donde estaba, dándole vueltas con la cuchara al plato del día. Una especie de guiso de carne con tomate y frijoles que no parecía muy comible, aunque al probarlo estaba bien de sabor. Vio por el ventanal a Taylor, volviendo del motel de enfrente, con paso rápido y decidido. Entró en la cafetería y se sentó frente a ella contento.

 

- He conseguido dar con él, - le dijo sonriéndole y quitándose las gafas de sol. – Ni te lo vas a creer, pero apenas está a unos kilómetros de aquí. Con el coche que tenemos podemos adelantarlo y esperarle en algún lugar bien apartado. Será fácil, si no cambia la ruta. – Se quedó mirándola un momento y luego miró al plato. – Vaya, apenas has comido nena. Pídete otra cosa si no te gusta.

 

- No, está bien, es solo que no tengo hambre. – le dijo intentando animarse. Le encantaba cuando le hablaba de esa forma paternal, aunque le dolía, le recordaba a su padre. Solo de pensar en su familia y en todo por lo que estarían pasando por su culpa, se le revolvía el estómago.

 

- Oye preciosa, no estoy solo para ayudarte a matar gente, ¿Sabes? – le sonrió de nuevo tranquilo. – Me han pedido que te cuide muy bien. – levantó la mano para llamar a la camera, que se acercó de inmediato. – Por favor…- le miró el nombre en el uniforme a la chica, que llevaba en el pecho, bastante voluptuoso y en el que se detuvo, sonriéndole encantado, aunque de cara no era muy bonita, - Dottie, Por favor, tráenos un par de huevos revueltos bien hechos, con beicon tostado y crujiente, y con un par de trozos de esa tarta de manzana tan buena que se ve desde aquí. – le dijo encantador y simpático.

 

- Enseguida señor, aunque también tenemos un pastel de chocolate muy rico, si a la señorita le gusta más. – le dijo sonriéndole encantada.

 

Taylor se quedó mirando a Mikaela.

 

- ¿Te gusta más el pastel de chocolate, sobrinita? - le preguntó, volviendo a mirar el escote de la chica de reojo.

 

- Si gracias, - les dijo a los dos, algo incomoda por su forma de coquetear tan descarada.

 

- En un minuto se lo traigo, - dijo la chica con simpatía, sonriéndole a Taylor con bastante descaro, en cuanto terminó de apuntarlo en su libretita. Se dio la vuelta mientras él la miraba contonearse divertido.

 

- Pero, mira que estás salido. – le dijo sonriéndole divertida también, en cuanto la chica se alejó lo suficiente.

 

- Lo siento nena, no puedo evitarlo, es algo que me viene de familia, - le sonrió, bromeando.

 

- Que consuelo, creía que era algo que venía de fábrica con el pene. – le siguió la broma.

 

- Si, bueno, eso también. – le dijo riéndose. – Por eso no debes fiarte de ningún tío, preciosa. – le dijo medio en broma. Luego la miró más serio. – Oye, ese amigo tuyo, Esteve. ¿Es tu novio o algo así?

 

- No, es mi mejor amigo, solo eso. – le dijo sin dejarle lugar a dudas, aunque no quería contarle lo de Monroe, se le quedó mirando divertido, seguramente cayendo en la cuenta.

 

- Ah, entonces es ese chicarrón, el hermano, ¿Cómo se llamaba? – le dijo haciéndose el tonto. – Monroe, ¿No es así?

 

- Si ya lo sabias todo, no te hagas de nuevas. – le dijo incomoda y algo enfadada, revolviéndose en su asiento. No estaba segura de poder hablar de él en ese momento.

 

- Debe de ser duro, - le dijo clavándole los ojos con algo de ternura. – El primer amor es el que más se clava en el corazón, aunque con todo lo que está pasando, es mejor que se haya ido bien lejos.

 

- Si, es lo mejor, - le respondió con tristeza, desviando su mirada hacia el ventanal. - Es uno de ellos. – soltó sin poder explicarse el por qué, aunque necesitaba sacárselo de dentro, desahogarse con alguien.

 

- ¿De ellos? – preguntó fijando la vista en ella.

 

- Ya sabes, - le dijo volviendo a mirarle. – un licántropo.

 

Taylor sonrío y guardó silencio un momento.

 

- Bueno, supongo que me esperaba algo así, atraes todo ese mundo sin poder evitarlo. – luego miró hacia la barra, viendo a Dottie que ya recogida los platos para llevarlos y sonriéndole a la chica, encantador. – Seria peor si fuera un salido. – le soltó sonriéndole burlón.

 

- Algo parecido me dijo Pris una vez. – le dijo volviendo a mirar por el ventanal, hacia la calle ya casi a oscuras, más para sí misma, aunque le sonrió a la broma, no le hizo gracia. 

 

La chica dejó los platos, deseándoles animada que les gustara y se fue a por el postre. Taylor le cogió los cubiertos y dijo; ‘al ataque’, lo que le recordó todavía más a su padre.  Mucho más animada empezó a comer, aunque seguía sin tener mucha hambre y apenas se comió un par de pinchadas y algo de beicon. El pastel estaba muy bueno, pero no como el de su madre. De repente se encontró deseando volver a casa y estar en la cocina, comiendo con ellos.  Todo se le hacía muy cuesta arriba y la culpa de todo la tenía Pris, y ese despreciable de Coster. Lo habían estropeado todo, su mejor oportunidad de ser normal, de tener un futuro ideal con Monroe. La rabia se le iba acumulando de nuevo y Taylor parecía más entretenido en conseguir pasar un buen rato con la chica, que en el plan que debían llevar a cabo, coqueteando con ella, a lo que la chica parecía muy dispuesta.

 

- Me voy a dormir, - dijo en cuanto Taylor pagó la cuenta y la chica le insistió para que se tomara una copa en la barra.

 

- Hasta mañana, princesa. – le dijo como si fuera su sobrina de verdad y la dejó marcharse sin más. Le habría gustado hablar con él mucho más, pero en el fondo, se alegró de que tuviera planes. Ella estaba demasiado triste y rabiosa como para aguantar mucho sus bromas, porque al final, él siempre se lo tomaba todo de una forma bastante ligera. Esperaba que se hubiera dado cuenta de que la chica llevaba anillo, aunque la que debía tener cuidado era ella y no coquetear con hombres que no eran su marido, por guapos que fueran.

 

A la mañana siguiente, apenas había amanecido, cuando escuchó los golpes en la puerta y a Taylor llamándola para salir a toda prisa, impaciente. Se vistió en apenas un minuto y salieron en cinco. Le puso un trozo de pastel en las rodillas y un café en la mano y salieron a toda velocidad de allí. Mikaela aún no entendía sus prisas, aunque se bebió el café y se comió el pastel dando botes en el coche, sin decir nada. Taylor no parecía estar de muy buen humor, algo que le extrañó, suponiendo que había tenido una buena noche con Dottie.

 

- Creo que podremos adelantarlos y esperarles en mitad del desierto. – le dijo convencido. – No sé qué tienes preparado Mika, pero nos va hacer falta.

 

- ¿Por qué? – dijo extrañada.

 

- Anoche me robaron el material del coche, - dijo cabreado. – Esa zorra tetona me la jugó, y ya es demasiado tarde para buscar a sus amigos. No tenemos tiempo si queremos pillar a ese creído antes de salir del puñetero desierto. – hablaba sin dejar de mirar el camino polvoriento por el que iban.

 

- Joder Taylor, - soltó enfadada y algo decepcionada. - ¿Y qué vamos a hacer? ¿Cómo lo vamos a parar?

 

- Bueno, aún me quedan un par de escopetas debajo del asiento y un par de pistolas, pero eso no los va a detener, - la miró un segundo por encima de las gafas de sol, de forma bastante extraña. – Por eso te pregunto, ¿Cómo los vamos a parar, nena?

 

- Oh, mierda, - gritó cabreada y le pegó un manotazo en el brazo. – ¡Maldito idiota, la próxima vez, ponte un candado en el pito, joder!

 

Taylor no se enfadó, solo se río y apretó más el acelerador.

 

Mikaela se quedó un momento, pensativa, dándole vueltas a lo que sabía que él le estaba pidiendo. Era al único al que había contado todo lo que le había pasado con los tipos, en el desierto. Era el único con el que se atrevía a desahogar su alma, sabiendo que él guardaba secretos muchos peores, aunque no tan raros. No estaba segura y le daba un poco de miedo, pero tenía que intentarlo.

 

Poco después estaban esperando, detrás de una loma empedrada y arenosa, con el coche escondido detrás, bastante por encima de una carretera secundaria llena de polvo. Observaban con los cuerpos echados en la tierra cálida y áspera, aquella carretera que serpenteaba por el desierto hasta el horizonte, perdiéndose entre un par de montes bajos. El sol les caía a plomo y Taylor ya tenía preparadas las dos escopetas, con mira telescópica de alta precisión. Miraba por los anteojos hacia la carretera, alerta.

 

- No creo que a tu abuelo le haga esto mucha gracia, ¿No crees? – dijo sin dejar de mirar por ellos.

 

- Me importa una mierda mi abuelo. – dijo sin mirarle, pendiente de la carretera también. – Él quiso matarme primero y ayudó a matar a mis amigos. El que la hace, la paga. – dijo con toda la rabia de su alma. Sin perdón ni misericordia, se volvió a recordar a sí misma.

 

- Espero no cabrearte nunca tanto, nena. – le dijo medio en broma, apartando la vista de los prismáticos un momento y sonriéndole. Se los pasó señalando el sur. – Vete preparando, ahí vienen.

 

Mikaela miró a través de los anteojos. Dos coches grandes, de color negro y blindados, se acercaban, levantando el polvo a su paso, a toda velocidad. Mikaela volvió a pasárselos y se puso en pie. Taylor cogió el rifle más moderno y se lo acercó sin moverse del sitio, mirando de nuevo a través de la mira, mientras Mikaela empezaba bajar la ladera pedregosa y resbaladiza por la arenisca. Sabía que tenía tiempo de sobra, así que bajaba tranquila, sabiendo que Taylor estaba pendiente y preparado. Solo iba pensando en no dar un traspiés y caer rompiéndose algún hueso o la cabeza, agarrándose con las manos y sintiendo la profundidad del terreno que pisaba con cada uno de sus pasos. Ahora se daba cuenta de todo lo que podía sentir, si se dejaba llevar solo por su instinto. Llegó hasta la carretera, notando el viento en su cuerpo, como si le estuviera hablando y susurrándole palabras extrañas al oído, podía sentir los pies en la tierra arenosa, hasta la profundidad más grande y oscura, notando el fuego que había debajo. Pero no sabía cómo moverlos a su antojo. No sin la ayuda de aquél ser infernal. Cerró los ojos viendo como los coches se iban acercando cada vez más, plantándose en mitad de la calzada. Los ojos de la serpiente aparecieron, divertidos de encontrarla, preguntándole su nombre. Ella le contestó en su cabeza, mirándola a los ojos de fuego, metiéndose dentro de ellos. Mezaquiel. Le dijo tranquila, sintiendo la sensación del fuego, y de la fuerza de todo lo que la rodeaba.

 

- Asmethate, est lot habjar dehet nal deher sun thuat, sahgad maeMezaquiel.– empezó a repetir con aquella voz de demonio, en la lengua extraña que solo ella conocía. Empezando a levantar los brazos y las manos, sintiendo como la profundidad de la tierra empezaba a moverse hacia arriba, debajo de sus pies.

 

‘La tierra se levantará a tu deseo, los vientos asolaran a tu antojo, mi señor Mezaquiel’. – le repetía en la cabeza la serpiente. Mientras, sentía las capas de tierra moviéndose bajo sus pies y el viento empezó a soplar cada vez más fuerte, abrió los ojos de fuego, mirando los coches acercarse a toda velocidad. La tierra surgió levantándolos de golpe, lanzándolos hacia arriba y dejándolos caer después en un profundo socavón, mientras la furia de su odio provocaba un tornado detrás, lanzándose sobre ellos, levantando los coches y arrastrándolos fuera de la carretera, a unos metros. Uno quedó tirado de lado, mientras el otro se quedó boca abajo. Mikaela dejó deshacerse el viento en una suave brisa, y dejó de mover la tierra bajo sus pies. Acalló la voz de la serpiente en su cabeza, ordenándole que se callara y esperó a que los hombres empezaran a salir de los coches, medio atontados y heridos. Con todo su dolor, vio salir del coche volcado a Roger, mientras los hombres vestidos con trajes oscuros iban saliendo, mirándola alucinados. Taylor no les dio tiempo a recuperarse, iban cayendo uno tras otro, con un disparo certero en la cabeza, apenas echaban mano a la chaqueta, para coger el arma. Roger se refugió detrás del coche volcado, mientras Coster empezó a salir, con la ayuda de uno de sus hombres, del que estaba boca abajo. Había al menos seis hombres de traje, aparte de Roger y Coster. El último, que había ayudado a Coster a salir, lo cubrió para que se escondiera detrás del coche, cayendo un instante después con la cabeza chorreando sangre. Mikaela se acercaba a ellos con paso tranquilo y segura. Roger sacó una pistola y la apuntó, mirándola aterrado, mientras su tío Coster se agachaba horrorizado y asombrado de verla allí.

 

- Estás muerta, estás condenada. – le gritó histérico.

 

Roger calló hacía atrás con la frente destrozada por una bala. Mikaela agarró el coche donde estaba su Coster escondido, y de un golpe, lo empujó hacia un lado, dejando al descubierto.

 

- Mírala gusano, para saber por qué vas a morir. – le gritó la serpiente en su lenguaje, para que la entendiera. Mahatud est del sahabat sinat pert tuhat.

 

‘Muere para ser otro en el infierno’, escuchaba Mikaela en su cabeza, mientras las palabras salían de su boca. Coster la miraba aterrado, completamente histérico, mientras empezaba a arder. Las llamas salían desde dentro de su cuerpo, haciendo ampollas en su cuidado rostro, retorciendo su cuerpo, mientras gritaba y se deshacía en las llamas furiosas que lo consumían, hasta que cayó al suelo, totalmente calcinado. Mikaela le gritó a la serpiente que se fuera, pero esta le dijo que no era ella quien estaba dentro, si no que era ella la que debía marcharse del infierno, riéndose a carcajadas.

 

- No soy yo quien te ha buscado hoy, mi dueña. – escuchó en su cabeza, - Y volverás a mí para que seamos uno.

 

Mikaela cayó al suelo completamente angustiada, alejándose en la oscuridad de los ojos de fuego, notando toda la pesadez de su cuerpo, sintiéndose agotada y sin fuerzas, respirando con dificultad. Cayó en la extraña paz de una oscuridad infinita y llena de pequeñas luces, que pasaban a una velocidad de vértigo, hasta que se calló en el inmenso azul del cielo, llenándola de una luz blanca y potente, pero cálida y suave, sintiendo la paz que nunca lograba alcanzar. Notó el agua caer por su boca y su garganta, abrió los ojos, dándose cuenta que Taylor la llamaba, apretándola entre sus brazos. Lo vio suspirar aliviado sobre ella y la besó en la frente.

 

- ¿Qué ha pasado? ¿Por qué he vuelto? – dijo notando su garganta reseca, sin comprender por qué seguía en el mundo horrible, apartada de la luz hermosa y cálida, en donde le habría gustado quedarse.

 

- Nena, menudo susto. – le dijo sonriéndole más tranquilo, poniéndole una botella de agua en la boca. Mikaela tragó el agua, sedienta, notando como su cuerpo retomaba sus fuerzas. – Cuando te vi caer, pensé que te había disparado ese idiota de Coster, pero no llevaba armas encima, el muy cretino. – se echó a reír. - ¿Estás mejor preciosa? – le preguntó con cariño.

 

- Creo que sí, - le respondió más animada, sintiéndose mejor por momentos. – Anda, ayúdame a levantarme. – le dijo intentando hacerlo. Taylor la ayudó y se pusieron los dos en pie. Mikaela miró el desastre a su alrededor. La carreta levantada y el profundo agujero que había en mitad. Los coches a su lado, con los cuerpos de los hombres muertos y desparramados a su alrededor. El cadáver carbonizado de Coster, y la sangre que llegaba hasta sus pies, mojándole las zapatillas, del hombre con la cabeza reventada que estaba caído cerca de ellos.

 

- Vamos, - le dijo Taylor todavía sujetándola por el brazo. – tenemos que llegar hasta el coche y largarnos lo más aprisa que podamos.

 

- Pero…- Mikaela aún estaba aturdida, mirando sus pies ensangrentados y su ropa salpicada de sangre y arena. – ¿Los vamos a dejar así? – de repente se sintió algo mareada y enseguida Taylor la agarró con fuerza.

 

- Mika, no hay tiempo de cortesías. – dijo Taylor cogiéndola en brazos. – Ni tampoco para andar con cuidado. – la cargó hasta llevarla donde estaba el coche, aunque le costó un poco subir la cuesta con ella en brazos.

 

Mikaela seguía aturdida y su cabeza aún se estaba acostumbrando a volver a un mundo, donde solo esperaba dolor y muerte. Se aferró como pudo a Taylor, con las fuerzas que le iban entrando, aunque se sentía aún muy débil. Cuando la dejó en el coche por fin, el pobre estaba agotado y sudando. Pero aún tuvo fuerzas para guardar las armas y conducir a toda velocidad, hasta llegar a una pequeña ciudad, fuera del desierto. Apenas hablaron y Mikaela lo agradecía, porque se sentía como si hubiera vuelto a caer en el purgatorio, después de visitar el infierno y el cielo. Solo podía pensar en el rostro quemándose y retorciéndose de Coster y en toda la muerte que había sembrado aquél día. Sin piedad ni misericordia, se recordó, sintiendo el nudo en la garganta, al recordar a sus amigos, a Scott, Esteve y, sobre todo, sintiéndose culpable al recordar a Monroe. ¿Podría perdonarle él lo que era? No estaba segura de nada en ese momento, en el que se sentía un monstruo peor de lo que se podía imaginar nadie, ni ella misma. Debía alejarse de ese demonio y no volver a caer en aquella odiosa criatura. Pero aún le quedaba un dolor en el alma, difícil de sacar. Pris, tenía que morir, no la perdonaría. No podía hacerlo. Al recordar su rostro cuando estalló el avión, con sus chicos dentro, el alma se le retorcía en mil fuegos de odio, quemándola por dentro. Todo tenía un precio, y su alma lo estaba pagando, dejando hundir sus pies en tanta sangre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
En los ojos de la serpiente
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