LA RAZÓN MÁS PODEROSA

 

                                                
 

 

Para su sorpresa, la semana pasó sin incidentes de ninguna clase. Sin pesadillas, ni alucinaciones. Mikaela empezó a relajarse y a sentirse de una forma extrañamente normal.  En el instituto, habló con los chicos y Scott le confirmó que todo marchaba sobre ruedas. Decidieron no decirles a los chicos quien era el inversor dispuesto a ayudarles con su principal proyecto. La nueva versión de las pastillas de los chicos, estaban dando un resultado mejor del esperado por Mikaela y se lo agradeció de corazón, aunque tenía miedo de que ocurriera como con todas, al principio todo iba bien y luego su efecto iba desapareciendo.

 

Casi todos los días, Monroe se pasaba a recogerlos del instituto, con el agradecimiento de su padre, y algunas tardes los había llevado a dar una vuelta por el parque de los fosos, solo para quedarse a solas con ella, mientras Steve se iba a practicar sus saltos. Hablaban de muchas cosas, sobre todo, de ellos mismos. Mikaela se sentía cómoda en el parque, en un lugar tan público, Monroe se conformaba con hablar y bromear, lo que la hacía sentirse mucho más segura y tranquila con respecto a sus intenciones. Le contó algunas anécdotas de su instrucción que la hicieron reírse de verdad. Pero cuando le preguntó por su medalla, esquivó el tema como siempre, con una broma absurda, diciendo que las regalaban con el desayuno si llegabas vivo y a tiempo. Era un tema doloroso, se le notaba incluso al reírse de él. No quería ahondar en la herida y se limitó a no volver a tocarlo. Suponía que la guerra no era tan bonita de cerca, como aparecía en los anuncios de publicidad para el alistamiento. Lo más serio que le contó, era que los países estaban deshechos y que solo los que habían optado por una solución radical, como los Estados Unidos, seguían bien. Muros gruesos y altos, fronteras dominadas por la vigilancia militar absoluta y acuerdos pacíficos y de control de los ciudadanos por medio del ADN, la red mundial se encargaba de filtrar solo las noticias que interesaban, sin ofrecer más realidad que la que querían mostrar los distintos gobiernos. Europa se recuperaba imitando al gran país en el que vivían y los demás países seguían, con mucha suerte, aguantando la guerra de guerrillas, interminable y desastrosa. Casi todo el norte de África, el sur de Asia, Rusia y China, prácticamente, estaban en la miseria y la desolación. Sudamérica se libraba gracias a los acuerdos y a la legalización de la droga, de la que eran los mayores productores.  En cuanto América se liberó de la necesidad del combustible básico del petróleo, dejó de interesarse por el futuro de los países productores, que cayeron en la quiebra y volvieron a sus guerras territoriales, mezcladas con la fe de una religión, basada en un Dios de ira y venganza.

 

Mikaela no entendía muy bien de nada de esas cosas. Su cielo y su infierno estaban en su cabeza, y este respiro, solo le servía para poder disfrutar de los días tranquilos. Sus padres eran bastante agnósticos y no les habían dado ninguna clase de educación religiosa. Su máxima era, que ser una buena persona y buen ciudadano, no tenía que ver con ningún dios omnipotente, solo con el corazón y el alma de cada uno, luchando cada día por ser mejores. Su hermana y sus amigas estaban en varias asociaciones de ayuda a los más necesitados. Solían hacer campañas para recoger comida, ropa y sobre todo medicamentos. Precisamente, la mayoría de las veces, para los países que seguían en la tercera guerra mundial, que todo el mundo llamaba, La Interminable, porque llevaba ya casi medio siglo. Su padre decía que no acabaría nunca, porque no se podía conciliar la creencia de una religión ciega, con el respeto a libertad del individuo. Ya solo se permitía a ciertas religiones pacificas seguir adelante, sobre todo cristianas. En las últimas décadas, además, habían surgido ordenes gregarias, basadas en la ayuda al prójimo y sin más exigencias que las que uno mismo se hiciera. Mikaela, tampoco entendía esto, pero una de las que más se veía en los barrios pobres, era la de los que se hacían llamar, Marcelinos. Si te encontrabas con un hombre de habito raído y corto, a media pierna, con pantalones y sandalias, sabías que era uno de ellos. No predicaban, ni se dedicaban a otra cosa que, a pedir limosnas, para ayudar a los demás. Esto le parecía muy bonito y noble, pero, lo que no le hizo gracia a Mikaela, fue saber que no aceptaban a mujeres en su orden, para eso estaban las hermanas de la Santísima Trinidad, establecidas en la frontera. Normalmente a Mikaela le traía al fresco todo aquello, ya tenía demasiado en que pensar con todo lo que le pasaba a ella, pero al encontrarse mejor, simplemente, se daba más cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Como decía Monroe, no sabían lo bien que vivían dentro de los muros de su gran país, preocupándose solo de la mejora y los avances tecnológicos y científicos, que durante muchos años habían quedado relegados al uso militar. Cada vez le gustaba más Monroe y se sentía tan bien a su lado, que no le importaba que Steve se perdiera durante tanto rato. Elena se burlaba un poco de ella, diciendo que, para no gustarle el hermano de su amigo, al que su padre consideraba una carabina, se estaban haciendo inseparables.

 

El viernes, Preston le recordó que la esperaba para su cumpleaños. Le preguntó qué iba a hacer para celebrarlo y él le dijo que solo irían a una pizzería, pero solos, sin padres controlando. No quería una fiesta de niñatos, ni familiar. Ya estaba harto de ellas. Solo quería que estuvieran sus amigos y ella. Esto le pareció fantástico, Preston siempre le había parecido el más sensato y listo de todos, aunque no pensaba decírselo ni en broma. Steve no estaba muy por la labor, los sitios públicos no le gustaban, pero Monroe, se empeñó en que debía ir con ella y así podría llevarlos él. Al explicarle a su madre la invitación y pedirle el permiso para ir, esta se quedó muy sorprendida y enseguida se puso manos a la obra, cocinando una tarta para su amigo. Además, estaba contenta, porque en la revisión de su pierna, el doctor le había dicho que la tenía tan bien, que se la quitarían en unos días.

 

Cuando Monroe y Steve se llegaron para recogerla, su hermana ya estaba esperando en la puerta, con la tarta en las manos, impaciente por qué se fueran y largarse con sus amigas. Aun así, no pudo evitar guiñarle un ojo y decirle que Monroe se había puesto muy guapo y olía mucho mejor de lo normal, cuando volvió para ayudarla subir al coche. Steve, como suponía, apenas se movió de su asiento, al ver a Elena. Si hubiera sido un chico más normal, se hubiera tirado del coche para ayudarla a soltar la tarta, algo que tuvo que hacer Monroe, después de comprobar echando una mirada a su hermano, que no pensaba moverse, ni levantar la vista del salpicadero.

 

- Deberías haberte arreglado más, - le recriminó su hermana, bajito, mientras la ayudaba a montar en el coche, señalando a Monroe con un movimiento de cabeza discreto. Mikaela se puso muy colorada, solo de pensar que él podría haberla oído. Además, no iba a pasar la noche con él, solo iban a estar con los chicos en una pizzería, así que pensó que con sus pantalones vaqueros, cortados por la rodilla, por su escayola, una camisa buena y su sudadera más nueva, iría bien.

 

- Él nos deja y se va, idiota - le dijo bajito a su hermana, molesta por la insinuación.

 

- Bueno, que lo paséis bien, - Se despidió Elena decepcionada y con prisas, saliendo para la casa. - ¿Los traerás tú Monroe? – le preguntó desde la puerta, volviéndose.

 

- Sí, no te preocupes, se lo prometí a tu padre. – le sonrió él. – Yo me encargo de estos salvajes.

 

Elena le devolvió la sonrisa, tan preciosa y encantadora como solo ella podía serlo. Algo que la fastidiaba mucho, porque reconocía que la hacía sentirse invisible. Por eso no quería ir nunca con ella a ninguna parte. Elena era una luz resplandeciente que hacia palidecer todo lo que había a su alrededor, sin siquiera pretenderlo. A su lado, ella solo parecía una sombra oscura. Le molestó aún más, que Monroe se la quedara mirando hasta que entró. Algo que molestó también a Steve, que le dio un puñetazo en el brazo, para instarle a arrancar el coche y marcharse por fin. Le dolió más de lo que se había imaginado, pero no quería demostrarlo y se arrancaría la lengua, antes que admitir que sentía celos de su hermana. Tuvo que reconocer que Monroe estaba realmente guapo esa noche, con su chaqueta casual, pero elegante, una camisa blanca y un pantalón vaquero oscuro. Bien afeitado y oliendo de maravilla.

 

- ¿Dónde vas tan arreglado? – le preguntó fingiendo indiferencia.

 

- He quedado, - le respondió sin más, clavándole los ojos por el retrovisor.

 

- Eso ya lo suponía, - le dijo molesta, sin poder remediarlo. Lo vio sonreír con seguridad, por el espejo, pendiente del tráfico, eso la fastidió aún más. Se sintió como una estúpida, pensando que la idea de que ella le gustara de verdad, había sido demasiado ilusa. Tal vez, después de todas aquellas charlas en el parque, se había dado cuenta que ella no le convenía en absoluto.

 

- Ha quedado con un colega y su novia para cenar, - dijo Steve volviéndose a mirarla. – Por lo visto van a presentarle a su futura esposa. – bromeó Steve.

 

- Chivato, - Monroe le dio un puñetazo en el brazo, medio en broma. – Te dije que no lo contaras.

 

Steve, se echó a reír. A Mikaela, no le hacía ninguna gracia, pero disimuló, sonriendo y cruzándose con los ojos de Monroe en el espejo, que la observaban. Los dos apartaron la mirada al mismo tiempo.

 

- Le han preparado una encerrona para presentarle a una chica. - saltó Steve, todavía medio riéndose. – Su amigo le dijo que no sabe buscar novia. ¿Qué te parece?

 

- Me parece que tiene razón su amigo, - dijo sin saber por qué, dolida y enfadada en su interior. Entre lo de Elena y esto, se sentía decepcionada y en clara desventaja. Otra vez se había equivocado y se sentía muy estúpida y avergonzada delante de Monroe. Lo que le había dicho después de lo que pasó en la cena con sus tíos, había sido una mentira, o peor, un intento de conseguir algo que ahora, quizá, él sabía que no iba a poder darle. Monroe no dijo nada, solo condujo y no hubo más comentarios al respecto. Steve notó enseguida que el ambiente se volvió tenso y dejó el tema, volviéndose mucho más serio y pensativo, mirando de reojo a su hermano. Al llegar a la pequeña plaza donde estaba la pizzería, Monroe aparcó y la ayudó a bajar del coche, pero Mikaela no tenía ganas de mirarle a la cara y se apartó de él hosca, en cuanto cogió las muletas, con un simple gracias. Steve cogió la tarta de la parte de atrás, más silencioso aún.

 

- Mika, no significa nada. – le dijo acercándose, para ayudarla de todas formas. – Solo es una cena con unos amigos.

 

- Me importa una mierda, - le dijo sin poder controlar su mal genio, soltándose en cuanto apoyó el pie en el suelo. – Ya eres mayorcito para saber lo que quieres. Deberías buscarte una buena chica de tu edad y casarte, comer perdices y esas chorradas que hacen los mayores. – le dijo apartándose de su lado y comenzando a andar hacia el restaurante, mientras Steve se le echaba delante con la tarta en las manos, huyendo de aquella situación, que sabía que era muy incómoda para su amigo.

 

- Ah, muchas gracias por el consejo, eso mismo me dijo Pris, aquel día. – le dijo en voz más alta, cabreado, montándose en el coche.

 

Mikaela se paró en seco. Se volvió furiosa y se acercó de nuevo, mirándole a través de la ventanilla. Él la bajó con fastidio.

 

- ¿Eso te dijo Pris? – le preguntó furiosa. - ¿Qué le has contado a ella?

 

-   Nada, pero me conoce demasiado como para ver lo que pasa entre nosotros. – le clavó los ojos, cabreado e incómodo.

 

- ¿Y qué pasa entre nosotros? – le preguntó, deseando saberlo ella misma, más serena.

 

- Dímelo tú, niñata, porque soy demasiado viejo para andar haciendo el idiota con una salvaje medio loca. – dijo apretando la mandíbula y arrancando el motor, cabreado de verdad. Mikaela se quedó sin saber que decirle, entre ofendida y arrepentida, completamente desarmada. – Lo suponía, - dijo él ante su silencio y puso el coche en marcha, acelerando y saliendo rápido, bastante cabreado.

 

Mikaela se quedó mirándolo irse, todavía sin saber si alegrarse o seguir enfadada. Todo su ser, era una marabunta de sentimientos, demasiado contradictorios, como para intentar comprenderlos en ese momento. Se volvió con desaliento hacia la pizzería y entró obligándose a olvidar lo que había pasado, para poder felicitar a Preston sin echarse a llorar, sintiéndose como una niña estúpida a la que le acaban de dar una regañina merecida. Steve le echó una ojeada rápida, solo necesitaba eso, para saber mejor que ella misma, como estaba por dentro.

 

Preston estaba contento y tranquilo, Sansón y Tomy estaban encantados de verse en un lugar fuera del control de Scott, que se les había atravesado como un hueso en la garganta, desde que andaba con Pris. Se sentaron en una mesa apartada del jaleo normal de un viernes por la noche, con un par de pizzas y alegrándose de la tarta que la madre de Mikaela le había hecho a su amigo. Llevaba escrito el feliz cumpleaños con letras hechas como de tubo de ensayo con azúcar caramelizada, a todos les encantó el detalle y se pasaron un buen rato echándole fotos para inmortalizarla. Después de acabar con las pizzas, empezaron a hablar en serio.

 

- Ya sé que crees que tienes que protegernos Mika, pero no somos tan críos, ni tan negados como para no darnos cuenta de lo que pasa. – dijo Sansón, que era el más atrevido.

 

- ¿Quién es ese tipo y por qué no queréis hablarnos de él? – saltó Tomy impaciente.

 

Mikaela y Steve se miraron, asintiéndose el uno al otro después de un segundo, arriesgándose a contárselo todo.

 

- Se llama Basilio De la Sangre, - dijo Mika, mirándoles a todos. – Es el Cacique de Los Dos Sanjuanes. Esa es nuestra salida. No le hemos hablado de vosotros, mientras más al margen estéis, más a salvo estaréis.

 

Los chicos tragaron saliva.

 

- ¿Habéis hablado con él los dos? – dijo Preston.

 

Los dos asintieron con la cabeza.

 

- Más que negociar con Scott, ha negociado con Pris y con Mika. – aclaró Steve.

 

- ¿Por qué contigo? – preguntó Tomy, extrañado. – Tu solo eres el conejillo de indias, perdona, es por decirlo de alguna manera. – se corrigió al ver la mirada que le echó, disgustada por la comparación, aunque llevara razón.

 

- Porque somos la cabeza visible hasta ahora, ¿te parece poco, o prefieres que te busquen a ti? – le contestó molesta.

 

- Vale, no te pongas así, pero es extraño que un tipo así venga hasta aquí para negociar en persona, - dijo Sansón prudente. -  Para eso, tiene a gente de sobra.

 

Todos se quedaron pensativos un momento.

 

- Me dijo que si enseguida, a mi petición sobre la cura de mi…trastorno. – les aclaró Mikaela, soltándolo pensativa y dándole vueltas a la cabeza. – Me dijo que tendría que ir con él para terminar la formula.

 

- ¿Qué? – saltaron los tres a la vez, más asombrados.

 

- Incluso le tiene puesto un guardaespaldas, - dijo Steve bajando la voz. – Si miráis hacia la barra, hay un tipo sentado que lleva un buen rato dándole vueltas a su cerveza y a un trozo de pizza.

 

Los tres miraron discretamente hacia la barra, que seguía abarrotada, en la esquina vieron a un tipo, vestido con una gabardina negra. Miraron a Mikaela incrédulos.

 

- Anda ya ¡- soltó Sansón – Nos estáis vacilando.

 

- Se llama Taylor y me ha salvado la vida, ya, tres veces. – Mikaela les sonrió, aunque los chicos seguían incrédulos. Levantó la mano y saludó al tipo.

 

- ¿Qué haces? – dijo Tomy asustado. – Estás loca, si trabaja para ese tipo, es mejor que no nos conozca.

 

Taylor ya se acercaba hacia la mesa, con su disfraz de hombre de negocios, con barba y pelo negro postizos, bastante cabreado por el repentino descubrimiento de su tapadera.

 

- ¡Ay Dios mío! - dijo Preston, - viene hacia aquí, es verdad.

 

- De todas formas, ya nos ha visto juntos, - dijo Mikaela tranquila. – Es mejor que me ayudéis a ponerlo de nuestra parte, creo que es un buen tipo.

 

Los chicos la miraron inseguros, aunque no les dio tiempo a darle su opinión, porque Taylor llegó hasta ellos y sonrió a Mikaela con fastidio.

 

- Nena, la próxima vez que pienses hacer algo así, me avisas y no perderé el tiempo en esta mierda de disfraz. – le dijo enfadado, pero tranquilo. Luego miró a los chicos. – Hola muchachos, ¿me hacéis un sitio?

 

Steve, que estaba a la cabecera se apartó gustoso y Taylor cogió una silla cercana de la otra mesa, sentándose entre ellos.

 

- Bueno, veo que estáis de celebración, - dijo echando un vistazo a la tarta. Luego le clavó los ojos a Mikaela. – Tu madre es una estupenda pastelera. – le sonrió con desgana y los miró uno a uno. – ¿Así que, estos son tu consejo de sabios?

 

Mikaela asintió, sonriendo divertida por el disfraz de Taylor, así Tomy no lo reconocía. Sabía que no había estado bien hacer lo que estaba haciendo, pero tenía que ponérselo difícil.

 

- Este es Sansón, - les fue presentando y señalando. – Ese es Tomy y Preston es el feliz cumpleañero.

 

- Felicidades, - le dijo Taylor a Preston. Luego volvió a mirarla muy serio – Mika, ¿a qué viene este baile? ¿Por qué nos has expuesto de esta manera tan absurda?

 

- Porque quiero que sepas a quien protejo, ellos son los verdaderos genios. – le dijo con franqueza. – Mis amigos, los únicos que me han escuchado y que se han preocupado por mi problema. Todo empezó por unas ideas absurdas que soltaron un día en clase. – le clavó los ojos. - ¿Sabes lo que es una esquizofrenia paranoide con síndrome de terrores nocturnos? 

 

Taylor le sostuvo la mirada. Después de un momento, le preguntó serio.

 

 

 

- ¿Esa es tu enfermedad?

 

- Eso es lo que dicen los loqueros a los que me llevaron mis padres, cuando empecé a tener pesadillas y a oír una voz de cascajo en mi cabeza. Los médicos tienen explicaciones lógicas para casi todo, pero no tienen una cura. Yo quiero curarme, no vivir a base de pastillas que no me ayudan una mierda. Además, en cuanto pasa un tiempo dejan de hacerme efecto. Lo de la droga fue una chiripa, un error mío y estúpido, mezclé sin querer las de prueba con las de mi…trastorno. – Taylor la escuchaba con atención, así que prosiguió. - Pero nos han llevado hasta De la Sangre y me ha prometido terminar lo que ellos han empezado. – le clavó los ojos, intentando parecer segura. - Yo te pregunto Taylor, como a mi ángel de la guarda, ¿puedo confiar en ti y en ese hombre? ¿O debemos correr y escondernos? Porque estoy dispuesta a arriesgar mi vida, pero no la de ellos. ¿Entiendes?

 

Taylor asintió, sin apartar los ojos, pero quedándose pensativo.

 

- De la Sangre parece tener un interés muy especial por ti, Mika. No creo que los ojos de serpiente le interesen tanto como la cura que pretendes. Aunque son un negocio redondo, es más arriesgado y no necesita de esa clase de negocios, ya no, al menos, pero el que lo quiere necesita su ayuda y su permiso para hacerlo. A él le interesa un negocio con ganancias más claras y fructíferas a largo plazo. Nuevos medicamentos. ¿Sabes lo difícil que resulta conseguir una patente hoy en día?

 

Todos se quedaron callados, comprendiendo el juego en el que se habían metido.

 

- Ahora lo entiendo todo. – dijo Tomy, algo decepcionado. – Ha fingido el interés en los ojos de la serpiente, solo para conseguir la otra fórmula, y se la hemos regalado.

 

- ¿Cómo supo lo de las pastillas para lo mío? – le preguntó Mikaela, nadie aparte de ellos y Scott lo sabía.

 

- Pris, se puso en contacto con él, en cuanto vuestro profe se lo contó todo. Quiere parte en los dos negocios. – les sonrió. – Él solo quiere un montón de dinero y largarse. Ella es más lista, siempre gana. – se puso más serio. – Por mi parte, creo que podéis fiaros, De la Sangre no se molestará por vosotros, mientras estéis calladitos y tranquilos. Pero vuestro profesor es otra cosa. No le conozco lo suficiente, pero yo diría que un tipo que manipula a sus alumnos así, - chasqueó la lengua y movió la cabeza negando. – En cuanto consiga lo que quiere, querrá atar cabos sueltos. Tendré que investigarle más a fondo.

 

Todos se quedaron mirándose unos a otros, asustados con la sola insinuación que Taylor les había hecho.

 

- No, Scott nunca nos haría algo así. – dijo Sansón incrédulo.

 

- ¿Tú Crees? – le soltó Tomy. – Tal y como se ha comportado las últimas semanas, no sé qué pensar.

 

- Me da igual lo que haga Scott y lo que pretenda ganar. – dijo Mikaela clavándole los ojos a Taylor. – No va a tocaros, os lo aseguro, aunque tenga que aliarme con el mismo demonio.

 

Taylor le sonrió, por debajo de la barba postiza sin desviar la mirada, seguro y tranquilo. Los chicos se quedaron mirándola, sin comprender, pero mucho más calmados. Taylor si la entendió y Steve comprendió enseguida lo que quería decir. Si de algo tenía fama De la Sangre, era de demonio.

 

- ¿Me prometes que los protegerás? – le preguntó a Taylor.

 

- ¿Me prometéis que solo le entregareis las formulas a De la Sangre? – dijo sin más.

 

- Lo juramos. – dijeron casi a la vez, aunque algo asustados.

 

- Entonces, estáis a salvo. – dijo Taylor tranquilo.

 

- Aunque…Scott conoce la fórmula de los ojos de serpiente casi igual que nosotros. – dijo Tomy preocupado.

 

- Casi, - dijo Preston sonriendo con picardía. – Algunos signos, se me olvidó apuntárselos en la carpeta que le dimos.

 

Todos sonrieron a Preston, divertidos por su audacia, felicitándole y echándosele encima para darle un abrazo, provocando un pequeño caos en el casi tiran la mesa.

 

- ¿Vais a partir la tarta ya? – le oyeron decir a la camarera que, de repente, estaba en su mesa con un cuchillo grande para cortar la tarta, cucharas y otra jarra de refresco. Taylor había desaparecido. Después de eso, se calmaron y le dieron las gracias a la camera, que dijo que la cuenta ya estaba pagada.

 

- Vaya, - dijo Preston aún más feliz. – Mejor, me quedo el dinero que me han dado mis padres.

 

Mikaela se sentía feliz de ver a sus genios tranquilos y contentos. Se sentía mucho más tranquila, ahora que sabía que estaban protegidos. Era lo que más la había inquietado en todo aquel asunto. Ya solo quedaba la peor parte y era toda para ella, aunque Steve se empeñara, no iba a dejarlo acompañarla hasta Lo Dos Sanjuanes. Ni a Monroe. No sabía cómo se las iba a arreglar, pero con Taylor le sobraba y le bastaba. No iba a permitir que se arriesgara nadie más por ella. Ya tenía demasiadas preocupaciones en la cabeza como para aguantar eso.

 

Preston les invitó a jugar en el salón de videojuegos que quedaba cerca, al otro lado de la pequeña plaza en la que estaban, al salir de la pizzería.

 

- Yo paso, como comprenderéis, - Lo chicos empezaron a quejarse, diciendo que para una vez que salían no podrían verla pelear de verdad. - quizás cuando tenga dos piernas que mover.

 

- Vamos Mika, - le suplicó Preston, - así nos veras jugar en acción.

 

- No gracias, además el hermano de Steve quedó en recogernos aquí. Estará al llegar. – se excusó de nuevo.

 

- Eh, conmigo no cuentes. – dijo Steve. – Yo quiero ver cómo juegan estos negados. Tengo ganas de darles una buena paliza.

 

- Pues vete con ellos, yo esperaré a Monroe. – le dijo convencida. – Además, con mi pierna sería un estorbo.

 

La verdad era que no tenía ganas de verles saltando y pegándose con enemigos virtuales, con los cascos y los cables puestos. Steve y ella ya habían jugado a casi todos esos juegos de realidad virtual y estaba cansada.

 

- Bueno, otra vez será, - dijo Preston resignado. – Steve, ¿Te vienes?

 

- Esperaré a mi hermano y luego voy un rato, no me fio de dejarla sola, siempre se mete en algún lio. – le respondió su amigo en broma.

 

- Eh, hablando del rey de roma…- dijo Tomy señalando un coche que entraba por la calle.

 

- Pues andando, - les instó Steve con prisas. – Mika, dile a Monroe que ya me las apaño para volver a casa.

 

- Como quieras. – le dijo contenta de verles a todos tan alegres, yendo hacia el salón de juegos.

 

- A ver si hoy superamos a la princesa Naya, - se fue diciendo Sansón. – No olvides que aún queda un cumpleaños. – le recordó con timidez, volviendo la cabeza. Mika le sonrió y le contestó que no lo olvidaba.

 

- Hey, Mika. – se volvió Steve divertido. – Lo has oído, dicen que van a superar a la princesa Naya.

 

- A ver si pueden, - les gritó, sonriendo, porque ya estaban entrando en el salón. Seguro que se quedaban de piedra cuando Steve les dijera que la puntuación de la princesa era suya. Monroe aparcó a su lado. Se bajó y rodeó el coche para ayudarla a subir, pero se quedó mirándola un segundo, parado delante. Mikaela ya no estaba enfadada y Monroe parecía arrepentido.

 

- Hola, - le sonrió.

 

- Estás más bonita cuando sonríes. – le dijo, sonriéndole también. - ¿Y Steve?

 

- Se ha ido a jugar con los chicos al salón virtual. Dice que ya se irá él por su cuenta.

 

Monroe asintió y abrió la puerta del copiloto, ayudándola a subir y cogiendo sus muletas, las pasó al asiento de atrás. Mikaela se sentía más contenta y satisfecha con este cumpleaños y Monroe había llegado más pronto de lo que se podía esperar de una cena. En cuanto montó en el coche y salió a la calzada, no pudo resistirse a preguntarle.

 

- ¿Cómo ha ido tu cita?

 

- Bien, además no era una cita, solo una reunión de amigos, en la que me han presentado a una chica, que, por cierto, era muy mona, muy lista y con la que no me podría enfadar nunca, - la miró y le sonrió. – Un aburrimiento total. He tenido que fingir un dolor de tripa y salir corriendo.

 

- Vaya, lo siento, - le dijo riéndose. – Supongo que enfadarse con tu chica debe ser fundamental.

 

-  Pues claro, hace la relación mucho más intensa. – le dijo sin dejar de sonreírle.

 

Mikaela no podía evitar sentir su corazón ligero como una pluma, de repente, las luces brillaban más y todo parecía mejor mientras iban en el coche, saliendo hacia la avenida central.

 

- Es temprano, ¿Quieres dar un paseo? – le preguntó Monroe.

 

- ¿Un paseo? ¿Por dónde? – le preguntó, dudando de si sería una buena idea, pero esa noche todo era bueno, así que aceptó. Monroe aparcó el coche y salieron a una calle peatonal, cerca de la avenida principal. Estaba llena de bancos y la gente paseaba tranquila con sus perros, había parejas y hasta familias enteras. Tenía una fuente en medio de la calle, donde un par de músicos tocaban canciones ligeras y bonitas y muchos comercios, que aún estaban abiertos. Pasearon un rato tranquilos, aunque silenciosos, mirándose de reojo, un poco tontos y cortados, sin saber cómo empezar una conversación.

 

- Se nota que lo has pasado bien, - le dijo Monroe caminando a su lado. – Estás más relajada.

 

- Sí, lo hemos pasado muy bien. – dijo haciéndose la distraída, mirando los escaparates.

 

- Ya, con gente de tu edad. – dijo como si tal cosa, con un deje de molestia. Pero Mikaela sabía a donde llevaba eso y no quería volver a discutir, ni pedirle disculpas abiertamente, aunque reconocía que se había portado como una histérica.

 

- Oye, Monroe, siento mucho lo que dije. – se excusó. – Estaba nerviosa y …- ni en sueños iba a confesarle que estaba celosa en ese momento. – preocupada, pero ya se me ha pasado. Ya sabes que soy muy borde cuando me pongo así.

 

- Lo sé, - dijo mirándola y sonriéndole. – Yo también soy así a veces. Un poco salvaje. – Estaban parados uno frente a otro, mirándose como idiotas, hasta que un perro pasó corriendo y tropezó con una de sus muletas, haciéndole perder el equilibrio. Monroe la cogió enseguida entre sus brazos, mientras Mikaela sentía el corazón latiendo a mil por hora, entre ellos.

 

- Eh, tenga cuidado con su chucho, - le gritó a su dueño, que lo recogía entre mimos. El hombre solo los miró un momento.

 

- Aj, cállate de una vez y besa a la chica, idiota. – le gritó, dándose la vuelta malhumorado.

 

Monroe se quedó mirándola, todavía entre sus brazos.

 

- Más quisiera yo. – dijo casi en un susurro, dejándola casi sin aliento. - ¿Cuándo cumples los dieciocho? – le preguntó ayudándola a ponerse de nuevo derecha y soltándola, dejándola algo turbada y decepcionada, poniéndose colorada.

 

- En junio. – dijo volviendo respirar. – El seis de junio.

 

- No se me olvidará. – dijo sonriéndole, también colorado. – Espero estar aquí de vuelta para entonces, y vivo. Seré el primero en felicitarte.

 

- Yo también espero llegar viva. – dijo sin pensarlo mucho. Monroe se echó a reír.

 

- Te adoro Mikaela Guzman. Hija de un carnicero. – le dijo cuando dejó de reírse, mirándola más serio. Mikaela sentía arder por dentro toda su piel, perdida en sus ojos, sin saber que decirle, sintiéndose inmensamente dichosa y desgraciada a la vez.

 

- Deberías haberme besado, en vez de decirme algo tan bonito, me habría hecho menos daño cuando te vayas. – le dijo acercándose un poco más a él.

 

Monroe le acarició la mejilla con suavidad.

 

- Si lo hiciera ahora, sería un pervertidor de menores. – le sonrió, dejando caer su mano y suspirando con fastidio, la abrazó con fuerza, besándola en la frente. – Solo son en unos meses, entonces, solo seré un depravado. – Bromeó.

 

- Pues menudo consuelo, - le siguió la broma, abrazándose a él más fuerte, en lo que le permitían sus muletas. – Volverás, estoy segura.

 

- Bueno, aún no me ido. – le dijo mirándola a los ojos y sonriéndole feliz. – anda vamos, no quiero que tu padre me corte mis partes bajas y las haga picadillo para enviárselas a los míos. – bromeó separándose, al ver que una pareja de ancianos los observaba.

 

- ¿Quién te lo ha contado? – dijo riéndose, acordándose de Harris.

 

- Me lo contó Steve, a él se lo contó Scott. – le dijo, mientras comenzaban a andar de nuevo.

 

- Mi padre no te haría eso, te adora. – le dijo aún divertida.

 

- Ya, porque cree que voy de carabina entre Steve y tú. – le confesó. – No me pareció buena idea sacarlo de su error, por el momento.

 

- Bueno, si a ti no te molesta. – le dijo bromeando aún.

 

Monroe se volvió a mirarla muy serio de nuevo.

 

- La verdad es que me molesta mucho, - dijo plantado delante de ella cruzándose de brazos. – Es un buen hombre y no me gusta mentirle, cada vez que me pide que vaya a buscarte y que cuide de ti, me mata por dentro. Con todo lo que estás haciendo, me siento un poco culpable, cada vez que confía en mí. – le clavó la mirada dolido. – Y si se te ha pasado por la cabeza ir sola con De la Sangre, estás muy equivocada. Me han concedido el permiso. Estaré una semana más. Si él no acepta un no por respuesta, yo tampoco. – terminó decidido.

 

- Como quieras, pero ya tengo protector, ¿Lo has olvidado? – le dijo tranquila, mirándole segura. 

 

- Taylor me importa una mierda, - dijo comenzando a enfadarse. – Ya te he dicho, que no te fíes de nadie.

 

No quería empezar una pelea de nuevo, así que cedió y sonriéndole, le besó en la mejilla, notando su respiración y el latido de su corazón.

 

- Ya basta de hablar de cosas que no tienen solución. – le dijo tranquila. – Quiero que siga siendo una noche bonita.

 

Monroe se apartó más tranquilo e incluso caminó agarrándole la mano, lo que resultaba algo raro, con el movimiento de la muleta. Le pareció que el coche estaba más cerca de lo que había pensado, le hubiera gustado seguir sintiendo ese cosquilleo tonto en el cuerpo, al sentir su mano sobre la suya.

 

Durante el trayecto de vuelta, solo bromearon sobre cosas sin sentido. Las farolas que se fundían sin avisar con quince días de antelación, al pasar cerca de una, o de los vehículos que circulaban delante, pensando que les echarían la culpa a todos, si su padre le regañaba. En cuanto llegaron a su casa, su padre salió para agradecerle de nuevo el favor a Monroe, y Mikaela tuvo que entrar a toda prisa, esperando que su padre no viera su sonrisa, sin apenas poder despedirse de él.

 

De la Sangre entró en el oscuro y enorme despacho, alterado y turbado, pero decidido. Se sentó refrenando su impulso de saltar sobre su enemigo, mirándole a los ojos, lleno de furia. La enorme mesa de caoba que los separaba, hacía del espacio entre ellos, como una muralla en el campo de batalla. Por su enemigo también habían pasado los años. Zastler lo miraba del mismo modo, pero mucho más tranquilo y controlado. Se aferró con fuerza a su bastón, y le ordenó a su sicario de esa noche, que saliera y cerrara la puerta. Solo ellos dos se conocían sus nombres verdaderos, y estaba seguro, que ninguno deseaba que nadie más los escuchara salir de sus bocas.

 

- Basile, ¿Quedamos en no volver a vernos jamás, lo has olvidado? – le dijo sin perder su compostura rígida y altiva. A pesar de sus esfuerzos, Zastler seguía teniendo cierto deje alemán en su acento. Ni en aquel lujoso despacho, podía disimular quien era. No para él, al menos. Se conocían demasiado bien.

 

- Y tú, ¿olvidaste decirme que ella estaba viva, que tenía una familia, unas hijas? – le dijo sin más preámbulos, con el corazón aún dolido y latiéndole fuerte. 

 

Zastler le miró de nuevo con desafío en la mirada.

 

- Tenia que protegerles. – le dijo sin más explicaciones.

 

- ¿De mí también? – le dijo furioso.

 

- Sobre todo de ti. – le dijo calmado y clavándole su afilada mirada azul.

 

- Jamás debí fiarme de ti, - dijo conteniéndose y apretando más las manos sobre su bastón. – Maldita rata egoísta y ruin. La he encontrado, la he visto con mis propios ojos. – su corazón sufría lo indecible y aquel miserable apenas cambió de semblante. – Me la robaste una vez, no lo permitiré de nuevo. Es de mi sangre.

 

- También es de la mía. – dijo echándose hacia adelante, enojado. - ¿Crees que no he sufrido bastante? ¿Renunciando a todo contacto con el ser que más amaba en este mundo? ¿Su recuerdo más vivo y amado? – su voz le sonaba por fin llena de dolor, y eso satisfacía en algo al suyo. – ¿Acaso crees por un momento que he podido olvidarla? – sus ojos se empañaban, llenos de dolor y furia, produciéndole esto, una profunda satisfacción en su interior. Saber de su dolor, no lo compensaba, pero aliviaba el suyo. – Solo hice lo que debía hacer para protegerlos a todos. Si tú la has encontrado, él también lo hará y no podrás protegerla, ni a ninguno.

 

Comprendió que debía calmarse. Zastler tenía razón. Tantos años de odio le cegaban y debía controlarse. Pero ya no le convencería con palabras y miedo, eso nunca más lo permitiría.

 

- Puedo hacerlo y lo haré, se quedará conmigo. Aunque sea solo a ella, la tendré, aunque sea solo a una de la familia bajo mi techo. – le dijo decidido. Zastler, volvió a echarse en el respaldo mirándole con frialdad. El muy ladino nunca perdía los estribos, lo sabía demasiado bien, había aprendido de él. Su viejo mentor, y el que le había traicionado dejando morir a la flor de su sangre, la única persona a la que ambos habían amado con total entrega. Para él, su hermana, su única familia, su cariño más puro y sincero. Para Zastler, el único amor verdadero que jamás pudo volver a sentir. No contento con arrebatársela, le prohibió verla y su sobrina ni siquiera sabía de su existencia, ni las hijas de esta. Volvió a intentar encontrarse con Sara muchas veces, pero él se lo impidió y luego urdió la enorme mentira que lo tuvo engañado y viviendo en el dolor y el despego a cualquier sentimiento humano, durante todos esos años. Pero ahora era igual de poderoso, y él no podría quitársela nunca más. No, después de verla y oírla. Tan exacta, hasta con la misma voz, la misma mirada, la misma forma de sentarse. Al recordarla, su corazón se exaltaba aún. - Solo he venido a advertirte. – le clavó los ojos, como si fueran cuchillos. – No te interpongas o no tendré piedad.

 

- Quien no tendrá piedad será él. – le instó tranquilo. – Ese vampiro rubio con cara de ángel, te la quitará y la matará, para quedársela él.

 

- No, esta vez no. – le dijo seguro. – Desapareceré con ella, el Buscador me ayudará. Él lo odia, más aún, que nosotros. Le daré la vida que se merece, la cuidaré. Es de mi sangre. – le dijo casi sin poder seguir soportando el dolor y la rabia que sentía.

 

- Si el Buscador se acerca a ella, estará perdida. Héctor lo sabrá al instante. – le dijo seguro y frio sin alterarse. – Mi viejo amigo, ¿Crees que no pensé en todas las posibilidades, antes de llegar a separarme para siempre de mi hija? ¿De conformarme solo con ver las fotos robadas de mis nietas?

 

- Al menos tú tenías fotos, - le escupió las palabras a la cara, poniéndose en pie, sin poder contenerse, soltando su furia por la boca. - ¿Sabes lo que sentí al verla ante mí?

 

- Cálmate, por favor. – le dijo con su frio tono despectivo, haciéndole arder más la sangre. – al menos la has visto, sé prudente y aléjate de ella, en cuanto la huelan esos lobos con los que andas haciendo negocios, estará perdida y lo sabes. 

 

Apretó más su bastón dispuesto a acabar con él, pero pensó en ella, logrando calmarse y sujetar su mano, golpeando el suelo con él, para soltar su furia de alguna manera, pensando en saborear su siguiente paso.    

 

- Ya la han olido, - le clavó los ojos con satisfacción, por una vez, iba por delante. - ¿Cómo crees que la he encontrado?

 

Zastler se levantó, conteniendo su ira y clavándole de nuevo los ojos, aterrados.

 

- ¿Quién crees que la ha protegido hasta ahora de ellos? – le dijo más sereno y satisfecho por dentro, viendo su turbación. – Se quedará conmigo, la protegeré de ellos, soy el único que puede hacerlo y lo sabes.

 

- Basile Waspavennia, estás loco. – le dijo perdiendo la calma por fin. – La serpiente la verá, la encontrará y la matará para poseer su cuerpo. ¿Es que no lo ves, insensato?

 

- Ya la ha visto y sigue resistiendo. – le dijo tranquilo, las tornas se habían vuelto y el alterado era ahora su antiguo cuñado. – la ayudaré, estará más a salvo conmigo que con nadie. No permitiré que esos malditos seres la toquen. Ni vampiros, ni licántropos, ni cazadores de demonios, ni esa maldita serpiente, me la podrán arrebatar. No pude acercarme a mi sobrina, pero su hija es mi Ivana, con otro nombre. Se quedará conmigo, mi sangre y su sangre están en ella, y veré a sus hijos jugar a mi alrededor, llamándome abuelo. Tendré la familia que me robaste.

 

Se dio la vuelta, contento con su venganza, y satisfecho de ver a su enemigo perdido en la misma desesperación e impotencia que él había soportado durante años, agarrándose el pecho dolorido, casi sin poder respirar. Salió tranquilo abriendo las puertas, mientras él, lo llamaba a gritos para que volviera, llamándolo insensato y loco, pero ni se dignó a escucharlo. Una mujer, que debía ser su secretaria, se precipitó dentro del despacho, mirándolo al pasar extrañada y sobrecogida por los gritos de su jefe.

 

- Señor Dadle, por favor, tranquilizase, ¿Qué ocurre? - la escuchó decir, alterada, entrando en el despacho.

 

Salió a la calle, henchido de satisfacción, seguido de su sicario. Cada segundo de toda la amargura que había soportado durante todos esos largos años, había valido la pena. Cada gramo de poder que había adquirido, quemando su alma y retorciendo su espíritu, ahora obtenían su recompensa. Volvería a tener una familia cercana a su sangre, volvería a tener el amor de su hermana. Ella era tan especial como su sangre, la de su familia, libre de la mancillosa intromisión de ese alemán retorcido. La protegería de todo mal, haciéndola libre, y la casaría con algún hombre bueno y sensato que la cuidara, dándole la paz y la familia que tanto había deseado. En lo único que tenía dudas, era en cómo convencer a su sobrina nieta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
En los ojos de la serpiente
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