MAS QUE PESADILLAS

 

 

 

 

 

Estaba rodeada de oscuridad, en medio de pasillos oscuros, como de alcantarillas. No sabía qué hacía allí, solo sabía que esperaba a su padre, sin saber por qué. Lo vio llegar corriendo por un pasillo, con una escopeta en las manos. De repente, del techo y las paredes, empezaron a aparecer y a perseguirlo criaturas pálidas y vestidas de negro, sin un solo pelo en lo que se les veía del cuerpo y la cabeza. Tenían los ojos rojos y la boca llena de dientes afilados. Empezaron a echársele encima, clavándoselos a su padre, mientras él les disparaba, sin hacerles apenas nada. Ella intentó correr hacia él, desesperada llamándole, pero él ya estaba en el suelo rodado de esas cosas que le mordían y desangraban. Tropezó con algo, un muro invisible que le impedía llegar hasta ellos, lo golpeó furiosa pero no la dejaba pasar, mientras veía como las criaturas se iban retirando, con sus bocas chorreando la sangre de su padre. 

 

Volvió a despertar temblando y sobresaltada en su cama. Aun sentía el corazón latiéndole a mil por hora. Lo había sentido de forma tan real, como si lo hubiera estado viviendo.

 

La luz de su cuarto se encendió y su hermana apareció en la puerta, alterada.

 

- Mika, ¿Qué pasa? – le preguntó en voz baja, acercándose preocupada, al verla tan alterada. - ¡Por qué llamabas a papá?

 

Se abrazó a su hermana en cuanto se sentó junto a ella en la cama, desesperada y aliviada de tenerla a su lado. Sin poder hablar aún, aterrada.

 

- Solo es una pesadilla, - le dijo su hermana con paciencia, abrazándola y acariciándole el pelo, al notar su cuerpo aun tembloroso. - ¿Quieres que me acueste contigo?

 

Asintió con la cabeza, incapaz de hablar, para no acabar llorando. Su hermana se levantó y apagó la luz, luego apartó las mantas y se metió en su cama, junto a ella. La abrazó de nuevo y le susurró con dulzura que no se preocupara de nada y que volviera a dormirse. Sabía que eso no iba ser posible. Acabaría viendo el amanecer desde la cama, por la ventana, como en otros días. Pero el sentir cerca el cuerpo caliente de su hermana, le devolvía al mundo real, haciéndola sentirse mucho más tranquila. Las imágenes de aquellos seres le daban vueltas en la cabeza, aunque intentara olvidarlas, pensando en la paliza que iba a darle a Patrick Harris en cuanto se lo echara a la cara.

 

Daba vueltas y más vueltas a la cabeza, pensando en sus amigos, en Steve, al que no había visto desde hacía días y no sabía cómo podía estar. Pero esas imágenes saltaban en cuanto intentaba cerrar los ojos. Dio gracias a Dios en cuanto los primeros rayos de sol aparecieron por la ventana, aliviada de que esa noche terminara, por fin. Se levantó con cuidado, para no despertar a Elena y se fue hasta el armario, para preparar su ropa.

 

Se preparó, se duchó y arreglo su mochila. Para cuando empezaron a sonar los despertadores de los comunicadores, ella ya estaba en la cocina, preparando el café y haciéndose una tostada. Cuando su madre entró en la cocina, ya estaba preparando las de los demás y untando de mantequilla la suya.

 

Su madre, embutida en su bata de casa, se quedó sorprendida de verla tan temprano, tan dispuesta y le sonrió.

 

- Buenos días, Mika. Que sorpresa. – le dijo cogiendo su taza y sirviéndose el café. - ¿Te has caído de la cama hoy? – le preguntó curiosa y dándole un beso en la mejilla. – Gracias por el café, tesoro.

 

- No quería que papá se preocupara otra vez. – se excusó, con una mentira piadosa, mientras se echaba la mermelada en la tostada. – Es una forma de compensar. – las tostadas saltaron y las sacó rápido, metiendo más en la tostadora.

 

- Bueno, pensaba hacer tostadas francesas, pero estas están bien, gracias por ahorrarme el trabajo. – le sonrió su madre cogiendo una y echándosela en un plato pequeño.

 

Hoy iba a ser un día duro para todos, pensó Mikaela para sí, mejor darle un comienzo bueno. Ya les llegaría el disgusto a la hora de la cena. Si fuera una chica normal, lo evitaría, pero ella no podía hacerlo. Tenía que hacer lo que debía, y le iba a costar la expulsión, lo sabía de sobra.

 

Al ver entrar a su padre, recién duchado y terminando de abrocharse la chaqueta, sintió un profundo alivio. Se sintió un poco estúpida, al recordar la pesadilla y le sirvió el café con leche a su padre. Que la besó sorprendido, también, por su buen talante de esa mañana.

 

Todo lo bueno se acaba, y esa mañana, lo bueno acababa al llegar a la puerta del instituto. En cuanto se bajó del coche empezó a notar las ojeadas raras y maliciosas que le lanzaban los chicos. Se encontró con Steve en la puerta de entrada y este le sonrió con su cara llena de moratones. El pobre, todavía parecía un poco más bajito. No es que fuera feo, pero aparte de sus ojos de color azul muy claro, apenas destacaba por nada, con el pelo muy rubito y rapado, ni alto ni bajo, ni flaco ni gordo, pero estaba un poco cachas. Así, parecía todavía más un matón. No podía imaginarse que la cosa hubiera llegado a tanto. Sabía que su amigo no era de los que aceptan consuelo, y el contacto físico le resultaba vergonzoso en público, así que se conformó con saludarlo. También sabía de sobra que allí, en mitad del pasillo, ni se le ocurriría hablar en voz alta.

 

- Vaya cara te han puesto, lo siento, fue por mi culpa. – le dijo sintiéndose culpable, mientras andaban por el pasillo, camino de la primera clase.

 

Él solo se encogió de hombros, sin darle importancia. No era la primera vez que se peleaban con alguien, pero sí, la primera que lo había dejado solo. Eso le dolía en el alma. Escuchó a un par de chicos reírse mientras pasaban. No quiso mirarlos, solo quería partirle la cara a uno, con eso iba a tener más que suficiente. Para su inmensa alegría, lo vio en el cruce de pasillos, agarrando a Preston por el brazo, parecía estar metiéndose con él, lo cual le venía que ni pintado. Seguramente ya sabía lo de la formula. Se encaminó decidida, echándose la capucha para atrás. Steve, en seguida se puso alerta, siguiéndola preocupado.

 

- No te preocupes, es un asunto particular y tengo que hacerlo sola, no te metas. – le dijo ante su cara de disgusto.

 

En un par de pasos más, se había acercado lo suficiente como para llamar su atención. Steve ya se había adelantado para ponerse en situación, ofreciéndole el brazo disimuladamente, para que se apoyara y dar un salto.

 

- Eh, tú, imbécil, - gritó para que la oyeran todos, mientras caminaba decidida hacía ellos. – Quítale las manos de encima a mi amigo.

 

Harris y Preston se quedaron mirándola un segundo, pillados por sorpresa. Harris soltó a Preston y le sonrió burlón.

 

- ¿Qué pasa? ¿te lo haces también con él? – Dijo bromeando despectivo.

 

Ni se esperaba, el muy imbécil, la primera patada en toda la boca, algo que solían practicar mucho Steve y ella. Se apoyó, rápida y veloz, en antebrazo de su amigo, y el salto le salió casi por instinto y con las tripas negras, de tan solo verle la cara a Harris. Este, cayó tambaleándose hacia atrás y sin esperar a que se recuperara, se agachó ligera y le dio otra en la pantorrilla haciéndole caer al suelo. Se le echó encima con toda su furia, sentándose a horcajadas sobre su estómago y empezó a golpearle con los puños en la cara, antes de que se repusiera, aprisionándole los brazos con las piernas, dejándole inmovilizado.

 

- Gilipollas, ¿esto era lo que te hacía en la cama? Mentiroso de mierda, - le gritaba mientras le golpeaba con toda su rabia. - ¿Quieres más imbécil? – le golpeó con los dos puños cerrados sobre el pecho, dejándolo momentáneamente sin respiración. – Si vuelves a decir algo sobre mi o mi hermana te mato, desgraciado.

 

Sintió unas manos cogiéndola y sujetándola, para que no volviera a golpearlo, mientras el muy cobarde se cubría la cara ensangrentada con los brazos, jadeando y gritando que se la quitaran de encima. Había un circulo alrededor de chicos y chicas, instando a Harris a levantarse, pero la mayoría estaban en silencio, asustados y preocupados al ver la sangre, aunque más de una chica sonreía satisfecha, su hermana y sus amigas, entre ellas. Resoplaba furiosa mientras la levantaban y la separaban de su objetivo, aunque luchó por liberarse y seguir dándole tortas. Se conformó con darle un par de patadas más, mientras unos chicos y el profesor Donelli, ayudaban a levantarse a Patrick.

 

- Está loca, lo ven – le decía Harris levantándose, tapándose la nariz rota y sangrante, con la voz ronca, sangrando también por el labio. Demasiado poco le había hecho, pensaba Mikaela para sí, intentando calmarse. El profesor Scott y el guarda de seguridad la sujetaban todavía por los brazos.

 

- Mikaela, cálmate. – le decía tirando de ella, sacándola del grupo que se había formado en mitad del pasillo, llevándola hacia su clase. La metió dentro de un empujón, bastante cabreado, mientras despedía al guarda con la otra mano. – ¿Se puede saber qué te pasa?

 

- Ese bocazas va diciendo mentiras sobre mí. – le respondió aún alterada por la pelea, con un tono alto. – Si no le cierro la boca ahora…

 

- Ya vale. – le dijo el profesor, subiendo también el tono, luego se tranquilizó un poco. – ya sé que se lo merece, pero, ¿No ves lo que has hecho? Le has roto la nariz y le has saltado un diente. Creo que ha pillado la indirecta. – se quedó mirándola muy serio. – Si no te llegamos a pararte, ¿Qué habría pasado?

 

Entraron Steve y Preston por la puerta y se quedaron mirándoles, sin saber qué hacer. EL profesor les hizo un ademán para que entraran. Mikaela, en ese momento, no pensaba en nada más, si no, en que le habría gustado saber qué habría pasado, si no la hubieran detenido, todavía con algo de rencor.

 

- Scott, ese idiota estaba amenazándome, cuando llegó Mikaela. – Dijo Preston, mirándola agradecido.

 

- Ya, - miró a Mikaela aun serio. - ¿Y tenías que pegarle en mitad del pasillo, donde todo el mundo te viera?

 

- Pues sí, tenía que aclarar las cosas delante de todos. – le dijo segura, tranquilizándose. No quería pelearse con el único profesor que la había escuchado.

 

- Bueno, - Preston se rascó dubitativo la cabeza. – Iba diciendo cosas muy feas de ella.

 

El profesor suspiró llenándose de paciencia.

 

- Está bien, - dijo mirándola, un poco más comprensivo. – Supongo que esto nos viene bien a todos. Me imagino que ya sabrá lo del cambiazo de formula. Esto nos da más tiempo. – se cruzó de brazos y volvió a mirarla, un poco enfadado. – Lo malo señorita, es que te expulsaran una buena temporada. Me imagino que la directora ya te estará buscando y llamando a tus padres.

 

Mikaela se encogió de hombros, era algo con lo que ya contaba.

 

- ¿Has pensado en cómo vamos a ajustar la dosis sin poder pasártela? – Scott la miró inquisitivo. - ¿No comenzamos esto para evitarte estos líos?

 

Steve levantó una mano tímidamente.

 

- Yo se la puedo llevar, - dijo seguro.

 

Scott lo miró, sorprendido de oírle hablar.

 

- Vaya, si hablas. – dijo medio en broma, luego volvió a mirarla. - ¿Y cómo nos va informar de los avances, señorita Mikaela? ¿O lo hará usted señor Bryan, ahora que ha recuperado la voz?

 

Steve se cayó, agachando la cabeza y apretando los puños, como siempre que algo le daba rabia y vergüenza a la vez. Ella no sabía lo que decir. No había pensado en nada de todo aquello y era lo más importante en ese momento.

 

- Elena, - soltó por la boca, antes de pensarlo mejor. – Mi hermana. Puedo pasarle la información en alguna libreta, o alguna nota, no sé.

 

- En lo poco que conozco a su hermana, dudo que se preste a esto. – dijo dudoso el profesor.

 

- La convenceré, - dijo decidida. – No puedo quedarme sin mi cura, ahora que solo es cuestión de ajustar la dosis. – le suplicó con la mirada.

 

El profesor los miró a los tres y luego resopló fastidiado.

 

- Está bien, pero en cuanto acabe todo, se terminó el experimento y se borra cualquier cosa que deje una mínima huella de su existencia. – les clavó los ojos. - ¿Claro cómo el agua?

 

Todos asintieron, y el profesor se quedó más tranquilo.

 

- Anda vamos, Mika – le dijo cogiéndola suavemente del brazo. – Más vale que valla contigo a hablar con la directora. Ya estará bastante cabreada. Espero que no te echen más de un par de semanas. – se volvió hacia los chicos cuando ya casi estaban en la puerta. – Y vosotros, id cada uno a vuestra clase, o mejor quedaros aquí, ya es demasiado tarde.

 

Por el pasillo lo vio sonreírse, y lo miró extrañada. No tenía idea de por qué sonreía así. Al darse cuenta que lo miraba, se explicó.

 

- Menuda patada en toda la cara, nunca he visto cosa igual, - se aguantó las ganas de reír. – ¿Has jugado alguna vez al Medieval Warriors? – le preguntó curioso.

 

Negó con la cabeza, no sabía ni que juego era, aunque suponía que sería alguno de los más nuevos en la red. Donde los jugadores se movían de verdad.

 

- No tengo receptor para juegos, se nos rompió hace unos meses. – le explicó.

 

- Ni falta que te hace, - le sonrió. Luego se quedó más pensativo y serio. – No creo que Harris se chive, pero por si acaso… tú no digas nada, ni hables siquiera. Deja a la directora que te eche el sermón y ya está.

 

- Pensaba hacerlo de todas maneras. – se encogió de hombros, - Lo difícil va a ser explicárselo a mi padre, sin que vaya a buscarlo para darle otra vez.

 

- Será mejor que se lo expliques en tu casa, lejos de donde pueda encontrárselo. – le dijo más serio. – Por cierto, el cumpleaños de Tomy es este fin de semana, ¿Cómo te las vas a arreglar para cumplir una de tus promesas?

 

Mikaela se quedó pensando, fastidiada. No se acordaba de que le había prometido al chico que iría a su fiesta. Seguramente su padre la castigaría de por vida, así que no tenía ni idea de cómo iba a ir.

 

- Ya me las apañaré. – le dijo lo más segura que pudo.

 

Cuando llegaron a dirección, los padres de Harris ya estaban allí. No sabía cómo habían llegado tan pronto. Estaban muy alterados y preocupados, exigiendo ver a la directora. Scott prefirió hacerla pasar discretamente, sin dar explicaciones, ni llamar a la puerta.

 

La directora la miró con cara de juez, mientras ella se sentaba en su silla de acusada. Cerró el comunicador, con la imagen de su madre.

 

- Mikaela, no esperaba verla tan pronto aquí, - le dijo seria, después de un momento de mirarla con ojos de furia. – como se habrá dado cuenta, ya he hablado con su madre. Va a avisar a su padre para que se pase a recogerla. Queda usted expulsada durante lo que queda de mes. Su hermana se encargará de llevarle las tareas. Supongo, que es algo que ya se esperaba. – Le clavó los ojos.

 

Mikaela ni se movió. Prefería aguantar el chaparrón, como le había aconsejado Scott, ya que todo lo que pudiera decir, sería tomado en su contra.

 

- Si me permites decir algo Helen, creo que es excesivo, - dijo el profesor en su defensa. – Tu y yo, sabemos que Harris se la estaba buscando, solo era cuestión de tiempo que alguien le cerrara la boca.

 

- Claro, Scott, pero no de esta manera y desde luego – volvió a clavarle los ojos enfadada – no dentro del instituto, en mitad de un pasillo lleno de alumnos. – suspiró con desaliento, mirando al techo y luego los volvió a posar en ellos, con cara de juez. – Solo serán poco más de dos semanas, creo que es muy leve, para la gravedad del asunto. Puede que los padres del chico nos denuncien. En fin, será mejor que te la lleves de aquí, no quiero que se cruce con los Harris. Espere a su padre en la entrada, vendrá a recogerla. – La miró disgustada. – Fuera, en la acera. – miró a Scott con decisión. – Quédese con ella hasta que llegue y explíquele lo que ha pasado. Si se encuentra con los Harris, que se peleen fuera del instituto. Ya sé que no es muy educado, pero no quiero más problemas dentro. ¿Entendido?

 

Los dos asintieron, y la directora les hizo un ademán con la mano para que se marcharan. Al salir, los Harris la miraron de arriba abajo, con absoluto desprecio, pero no dijeron nada. La secretaria los hizo pasar al despacho de inmediato.

 

Salieron lo más rápido que pudieron y ya en la puerta, el de seguridad la miró y le sonrió, con algo de admiración.

 

- Menuda bestia, chica. – Se río, mientras le daba acceso a la entrada principal. – He perdido dos pases de futbol, pero me he reído un montón, ese imbécil se lo estaba buscando. – les dejó pasar sonriendo todavía. – Quien lo diría, con lo flacucha que está.

 

Mikaela se quedó sorprendida, no esperaba que se hubieran hecho apuestas. Parecía que todo el mundo supiera más que ella misma, lo que iba a pasar. Sería cosa de Elena, pensó distraída, mientras salían al patio de la entrada.

 

- ¿Tú has apostado algo? – le preguntó al profesor. Este se encogió de hombros.

 

- Una cena con una profesora muy dura, - le sonrió. – Gracias, por cierto, la he ganado.

 

Esto sí que la fastidiaba. Seguramente se refería a la señorita Talbot, la profesora de música. Pero sabía que era algo inevitable, de todas maneras, le caía bien la profesora y harían una bonita pareja. Aunque le resultara un poco doloroso, viéndole a su lado esa mañana de sol, tan guapo como siempre y con su camisa azulona, acentuando el color de sus ojos. Reconocía que era una batalla perdida. No se atrevía a decirle nada, por si se daba cuenta de su decepción, solo sonrió y caminaron en silencio hasta la valla de la calle. Cruzaron la puerta y se quedaron en silencio, esperando a su padre. Un poco incomodos.

 

- Oye Scott, me alegro de serte de ayuda con la señorita Talbot. – le dijo haciendo de tripas corazón.

 

- ¿Y quién te ha dicho que la apuesta era con ella? – le sonrió picajoso. Luego dio un respingo de fastidio.  – No, Mika, ese terreno ya está abonado. Al parecer, no soy de su tipo, prefiere a personas menos masculinas, - le guiñó un ojo y sonrió. – Mi cena no es con ella, y no pienso decirte nada más.

 

Se sentía mucho mejor, aunque se asombró un poco por la insinuación sobre la señorita Talbot, nunca se hubiera imaginado que fuera lesbiana. Lo cual, la dejaba bastante preocupada, porque todas las demás profes estaban casadas o tenían pareja. Menudo sinvergüenza, empezó a pensar con fastidio. No había ni uno bueno, pensó decepcionada. De todas formas, a ella que más le daba, no pensaba estar con nadie en su vida, ni con él. Ya había tenido bastante con su experiencia con Harris, y daba gracias a Dios por no recordarla. Algo que no pensaba contar jamás a nadie. Le sonrió y lo dejó estar, ya no quería saber nada de nada.

 

- Es una pena, si tuviera diez o quince años menos, no te me escapabas. – le dio un golpecito en el hombro con el suyo. Eso la dejó un poco sorprendida y lo cierto es que la hizo sentirse mejor, pero no quería darle importancia. Se tragó el suspiro de alivio que sentía por dentro y se estiró al ver la furgoneta verde de su padre, girando hacia allí por la esquina.

 

Paró frente a ellos y se bajó mirándola, bastante enfadado. Saludó al profesor y se estrecharon la mano.

 

- Bueno, ¿qué ha hecho esta vez? -  preguntó, cruzándose de brazos, esperando como si le fueran a dar un golpe.

 

- No te preocupes Daniel, - le dijo Scott tranquilo, esperando conseguir lo mismo. – Solo ha sido una pelea de chicos. Lo malo es que el otro era un blandengue y tu hija le ha partido la boca y la nariz, en mitad del pasillo.

 

Su padre se echó las manos a la cabeza. Luego la miró cabreado.

 

- Por Dios, Mika. ¿No vas a espabilar nunca? – le dijo más enfadado aún. Luego miró al profesor. - ¿Con quién ha sido? – la miró a ella- ¿Ha sido por drogas?

 

- No, Daniel, no ha sido por eso. – le calmó el profesor. – Solo ha sido un intercambio de insultos, tu hija perdió los nervios y ya está.

 

Su padre no era tonto y se quedó mirándoles incrédulo, aunque un poco más calmado.

 

- ¿Insultos, que insultos? – dijo más tranquilo, preguntándole al profesor. En ese momento vio salir a los Harris con su hijo, con la cara vendada, desde la nariz. Su padre se puso muy tenso. – Maldita sea. ¿Qué insultos? – Los miró más fastidiado que enfadado.

 

- Bueno ya sabes, de esos que dicen los chicos… cuando no consiguen de una chica lo que quieren. – dijo Scott, mirando hacia el patio, por donde ya llegaban los Harris, el padre con cara de enfado y la madre preocupada, sujeta a su hijo.

 

Su padre se tensó malhumorado y la miró muy serio.

 

- Mika, entre en el coche, ya – le ordenó.

 

Mikaela obedeció rápida como una bala. No quería dar más explicaciones, ni enfrentarse a los padres de Harris, ya tenía bastante con soportar la mirada de decepción de su padre. El padre de Patrick, también estaba en la patrulla de voluntariado de bomberos. Su padre y él se conocían muy bien. No sabía cómo se llevaban, pero su padre se había quejado alguna vez de lo engreído que se ponía Peter Harris, por haber sido escogido capitán de la patrulla. De tal palo, tal astilla, pensó abrochándose el cinturón y subiéndose la capucha de la sudadera. 

 

- ¿Has visto Daniel? – le instó poniéndole delante a su hijo, este le miró algo avergonzado. – La salvaje de tu hija casi le mata. No me extraña que digan que está loca.

 

Su padre parecía muy tranquilo, lo miró de arriba de abajo, fijamente.

 

- Pues yo lo veo muy vivo, - le dijo sin inmutarse. – Te dije que no te volvieras a acercar a ella, ¿Verdad chaval? Si te pillo yo, te arranco los huevos y se los envío a tus padres hechos picadillo, en una bolsa.

 

Los padres de Patrick, se quedaron casi sin aliento, mirándole ofendidos. Mientras, el profesor Scott agachaba y se tapaba la cara, sorprendido y sin saber que decir.

 

- Si será posible, - acertó a decir el señor Harris. – Esto no se va acabar aquí, Guzman. Pondremos una denuncia. – le dijo ofendido tirando de su hijo. – nos veremos, Daniel.

 

- Seguro Peter. – le dijo con tranquilidad. – Como vuelva a acercarse, o a soltar algo, por esa boca sucia, sobre mis hijas, seguro que nos vemos.

 

Peter le lanzó una mirada asesina y se dio la vuelta, agarrando a su hijo y a su mujer, aliviando el paso para llegar hasta el coche, que tenía aparcado enfrente, cruzando la calle.

 

- Que desagradable, no me lo puedo creer. – iba diciendo la señora Harris, mientras cruzaban. Patrick, volvió un poco la cabeza y echó una ojeada a su padre, que le clavó los ojos de forma bastante segura, para que entendiera que iba en serio. Este miró al suelo detrás de la furgoneta y se dio la vuelta asustado.

 

Mikaela estaba tan alucinada, que no se atrevió a mover un musculo, en lo que su padre se despidió del profesor y se subió al coche. Se sentía muy rara, sin poder evitar sentirse muy orgullosa de su padre, por defenderla de esa manera. Parecía muy tranquilo, pero las manos le temblaban al meter la llave y sus ojos seguían furiosos. Prefirió callar y a ser posible, no moverse, hasta que se le pasara un poco el mal rato, se despidió con la mano discretamente del profesor, mientras la pequeña furgoneta se movía.

 

Cuando ya llevaban un rato en silencio, su padre la miró y le soltó muy serio.

 

- Ni te creas que te voy a dejar en casa, vas a venirte conmigo a trabajar.

 

Mikaela no dijo nada, pero por dentro empezó a palmotear. No tenía ganas de ver a su madre y pasar por un interrogatorio más exhaustivo que el de su padre. Su padre no preguntaba para no tener que saber, ya se imaginaba bastantes cosas, que eran mucho más ciertas de las que le podía contar. Además, sabía que no iba a contarle toda la verdad.

 

- Si eres lo bastante dura como para hacerle eso al hijo de Harris, también lo eres para ayudarme. – le dijo más tranquilo. – A ver si así llegas más cansada y dejas de hacer el burro.

 

- Vale papá. – no se atrevió a decirle nada más.

 

Casi estaban llegando al pequeño mercado, parados en un semáforo, cuando de pronto, su padre se echó a reír.

 

- Pero, ¿Qué te dijo ese niñato para que le arrearas así? – le preguntó todavía riéndose.

 

- Que me había metido mano, ya sabes…- le dijo un poco avergonzada.

 

Su padre dejó de reírse y la miró comprensivo.

 

- No te creo, pero, de todas formas, siendo el hijo de Peter, seguro que se lo tenía merecido. – aparcó la furgoneta en la plaza que había libre, por la parte de atrás del mercado.

 

- Anda, vamos y ayúdame a descargar el cerdo que llevo atrás. – le dijo saliendo de la furgoneta. – puede que hoy lleguemos pronto a casa.

 

Salió más tranquila, viendo que su padre ya estaba más animado y dio la vuelta a la furgoneta. Su padre ya estaba abriendo las puertas y se dio cuenta que la sangre chorreaba por debajo de ellas. Se echó a reír, al recordar la cara asustada de Harris, al mirar por detrás de la furgoneta.

 

- ¿Qué te hace tanta gracia? - le preguntó su padre extrañado.

 

- La cara de Harris, cuando vio esto. – dijo señalando el charco que ya se había formado en el suelo, debajo de las puertas.

 

Su padre al darse cuenta, también se echó a reír de buena gana.

 

Trabajar con su padre era mucho más duro de lo que podía imaginarse, pero ayudándole tardaban menos y su padre llegaban antes a casa, cosa que su madre agradecía, sobre todo, cuando tenía que trabajar. En realidad, todo había salido mejor de lo que se esperaba. Steve le había pasado las pastillas y convencer a su hermana de que le pasara una nota al profesor le costó menos de lo que creía. La primera dosis era demasiado baja y la segunda la puso casi histérica, pero a la tercera dieron con la clave y terminó la semana con su sueño hecho realidad. El viernes ya no tenía pesadillas. Pudo dormir bien y se levantó descansada y feliz. Ahora lo importante era poder decírselo a los chicos y al profesor para que le hicieran más. Aunque no sabía cuánto podía durar su suerte. La policía había estado en su casa, por la denuncia que los Harris habían puesto, pero después de preguntar en el instituto la dejaron en paz. Al parecer, unas cien alumnas, estaban más que dispuestas a testificar, que ella solo lo había empujado y Harris se había tropezado. Su hermana le sonrió muy tranquila, mientras el policía se lo decía a sus padres en la puerta de entrada. Sabía que era cosa de ella, ponerlas a todas de acuerdo y convencerlas de que dijeran eso. Los Harris retiraron la denuncia, por miedo a perder el juicio y tener que pagar los gastos. Sus padres se quedaron mucho más tranquilos.

 

- Ya os dije que no os preocuparais por eso, - dijo Elena muy tranquila, dándose la vuelta mientras cerraban la puerta.

 

Mikaela la siguió y le dijo bajito, mientras le daba un beso en la mejilla.

 

- La venganza es un plato que se sirve frio. – las dos se sonrieron y se fueron a la cocina, mientras sus padres las miraban sorprendidos.

 

- Creo que hemos creado un monstruo. – le dijo su padre a su madre, divertido y con cierto orgullo.

 

Lo malo de todo aquello, era que no podía ver a sus amigos y darles las gracias por todo lo que habían hecho por ella. Ahora tenía que cumplir una promesa de las que les había hecho a cada uno. No es que le gustara la idea, pero tenía que cumplirla. No sabía cómo se las iba a arreglar para poder convencer a su padre, pero se las tendría que ingeniar. No le iba a quedar más remedio que recurrir de nuevo a Elena. Contarle algo para que la ayudara. Ya era sábado y aun no se le había ocurrido nada. Su padre le había dado el día libre, aunque él había ido a la carnicería. Le habría gustado ir con él, pero tenía que prepararse. Después de desayunar pilló a Elena en su cuarto y se decidió a pedirle su ayuda.

 

- Oye Elena, ¿te ayudo? – le preguntó al entrar, viendo como hacía su cama a toda prisa, sin el rigor de siempre.

 

- No, ya casi está – dijo estirando el edredón y colocando el embozo y la almohada. La miró un segundo y resopló con fastidio. - Me vas a pedir algo, ¿verdad?

 

- Necesito salir esta tarde un rato. – le confesó. – Es el cumpleaños de un amigo y tengo que ir.

 

Su hermana la miró extrañada.

 

- ¿El cumpleaños de un amigo? – preguntó incrédula. Lo pensó un momento y se echó a reír. Esto la puso de muy mal humor. – De uno de esos genios con gafotas?

 

- No te rías, son buena gente. – le dijo enfadada. – Se lo prometí. – le confesó.

 

- Vale, ¿Y qué quieres que haga yo? – preguntó sin darle importancia.

 

- Podríamos tratar de convencer a papá, para que nos deje salir juntas a alguna parte.

 

Su hermana la miró como si hablara en chino. La verdad, nunca iban juntas a ninguna parte, puede que su padre no se fiara, o que no colara.

 

- Tú estás loca, mamá no se lo va tragar. – se quedó pensando un momento. – Puedo convencerla de que nos deje ir al centro comercial de aquí al lado, para cortarte el pelo y mirar algo de ropa. Así ganamos las dos.

 

- Pero yo no quiero cortarme el pelo. – le dijo un poco asustada. No quería un peinado chic.

 

- Buena falta te hace, - le dijo con fastidio, - además, si vas a una fiesta te vendría bien un bonito peinado y algo de ropa decente, así cuando volvamos, será creíble. Mamá ya sabe que puedo tardar horas en decidirme a comprar algo. Te dará tiempo de sobra. Tú te vas a tu fiesta y yo me paso la tarde con las chicas, recorriendo tiendas. Es ideal. – dijo contenta y decidida en su plan.

 

- ¿Cómo la convencemos para ir solas? – preguntó, pensando en el punto flaco del plan.

 

- Le diré que viene la madre de Hollybom, no la soporta. – dijo Elena rápida. - ¿A qué hora es la fiesta de tu amigo?

 

- No sé, - dijo dándose cuenta que no se lo había dicho aun, el muy idiota. Ni tenía su número de lap para comunicarse. – Como esta semana no lo he visto, no tengo ni idea.

 

- Pues lo primero es saberlo, tonta, - le tendió el comunicador con el Lap. – Anda, es de vida o muerte.

 

- No sé su dirección de red, - le dijo un poco avergonzada.

 

- Pues averígualo, - le dijo soltándoselo en la mano. Tocó el comunicador y dijo – Permitir, Mikaela Guzman, hermana, solo esta vez. – luego salieron de la habitación, - voy a ir convenciendo a mamá.

 

Se dirigió hacia las escaleras y ella se metió en su habitación. Se sentó en su cama, desalentada, porque no sabía a quién poder recurrir. Solo se le ocurría hablar con Steve. Así que se puso el Lap en el oído y puso su huella en el comunicador.

 

- Steve Bryan, amigo, comunicar. La imagen de un gato con el pelo erizado y dando saltos apareció en pequeño, dando tonos en su oído. Un segundo después, su amigo le contestó, con su imagen en la pantallita de aire, un poco sorprendido por su llamada. Ya casi no se le notaban los moratones. No es que fuera muy guapo, nunca lo había sido ni lo sería, pero tampoco tan feo, como estaba con la cara llena de ellos. Además, sus ojos azul claro se veían más bonitos.

 

- Mika, ¿Pasa Algo? ´- dijo preocupado.

 

- No, es solo… ¿Sabes a qué hora es el cumpleaños de Tomy? – le preguntó un poco avergonzada.

 

- ¿Vas a ir? – preguntó más sorprendido aún. – Creí que estabas castigada, por siempre jamás. – le sonrió burlón y curioso.

 

- Tengo que ir, se lo prometí. – le dijo decidida. Él asintió, entendiendo. – Bueno, ¿Lo sabes o no?

 

- No tengo ni idea, ni me han comentado nada. – se encogió de hombros. – Pero tengo la dirección de Preston, quizá él lo sepa, cuelga, ahora te pillo otra vez.

 

Cerró la pantalla con la mano, sin soltar del todo, para dejarlo en espera. Empezó a desesperar, al ver que tardaba y se dio un par de vueltas por la habitación. Un momento después, la imagen de Steve riéndose, saltó en la pantallita.

 

- ¿De qué te ríes? – le preguntó inquieta, acercándose al comunicador.

 

- Preston dice que sus padres se han empeñado en llevárselo a cenar fuera, a un restaurante, como regalo. No va a hacer fiesta. – se echó otra vez a reír. – con la ilusión que le hacía al pobre presentarte a su familia, para que vieran que tenía a una amiguita. – siguió riéndose.

 

Mikaela se echó a reír también. Se había librado de una buena. La cara de Steve cambió y se quedó serio.

 

- Espera, tengo otra comunicación de Preston, comparte, creo que quiere hablar con los dos.

 

Mikaela dijo: ‘compartir conversación’. Otra pantallita se abrió con la cara de Preston.

 

- Hola Mikaela. – le saludó feliz. – Tomy dice que estarán en el restaurante San Benicio, hacia las siete. Que te espera allí, con sus padres.

 

No se podía creer su suerte.

 

- ¿Qué? ¿Está chalado? – dijo sin poder creérselo aún. – Yo no puedo ir a un restaurante, ¿Qué voy a hacer yo allí con sus padres?

 

Preston se puso serio y algo enfadado.

 

- ¿No vas a cumplir tu promesa? – le dijo desconfiado, puesto que él, era el segundo en cumplir los años. Tenía tres promesas que cumplir, la próxima vez aceptaría el pago de un beso, pensó sintiéndose fatal.

 

- Oye, estoy castigada, - le dijo intentando que comprendiera su situación. – Me las voy a tener que ingeniar, solo podré estar un rato, con mucha suerte.

 

- Eso le vale. – dijo Preston más animado. – Solo quiere que vean que tiene amigas, para que no piensen cosas raras, tú ya sabes.

 

- Vale, - le dijo sin querer entrar más en el tema, mientras veía a Steve aguantándose la risa. – dile que iré, pero que no puedo quedarme mucho rato.

 

Preston le hizo un Ok con la mano y su imagen se cerró, mientras Steve se reía a gusto.

 

- No te rías, - le dijo algo enfadada. – De ti dicen cosas peores tus padres.

 

Steve se encogió de hombros.

 

- Pero a mí me importa un pimiento. – dijo algo molesto. – Será mejor que te prepares para conocer a tus futuros suegros, - le sonrió de nuevo. - ¿Cómo te las vas a apañar? – le preguntó curioso.

 

- Elena me va a ayudar, - le confesó. – Oye, ¿no te podrás escapar un rato esta tarde y acompañarme al restaurante?

 

- ¿No te va acompañar Elena? – le preguntó curioso y preocupado.

 

- No, al restaurante no creo que se acerque. – dijo, pensando que ni de broma, su hermana iba a acompañarla, por si acaso. - ¿qué, te animas? Ella se quedará cotorreando con sus amigas por el centro comercial de al lado.

 

- Ah, vale – dijo más tranquilo, - te esperaré en la puerta del centro comercial y te acompaño.

 

- Eres un sol, - le dijo feliz de poder contar con él. Ya sabía que una de sus rarezas era no ponerse al alcance de su hermana. El muy tonto no sabía ni cómo moverse cuando estaba ella delante. Se despidieron y cerró la pantalla, se sacó el Lap de la oreja y vio a su hermana apoyada en la puerta mirándola divertida.

 

- Así que, ¿a un restaurante con Steve? – le preguntó curiosa y picara.

 

- No, él solo me acompañará hasta la puerta. – dijo, sin atreverse a contarle lo de Tomy. Era muy raro, hasta para ella.

 

- Huy, que caballeroso. – le dijo con picardía. - ¿Con quién vas a cenar entonces?

 

- Ya te he dicho que es una invitación de cumpleaños, solo eso. – le dijo tajante. No quería pasar más vergüenza de la necesaria. Pero conociendo a su hermana, le iba a costar caro. Más, si iban con sus amigas.

 

- Bueno, es igual. – dijo decidida. – Tienes que arreglarte en condiciones, y no, como vas siempre. – le sonrió con malicia. – Mamá se ha quedado de piedra cuando le he dicho que me has pedido que te lleve a comprarte ropa y a cortarte el pelo, me ha dado esto. – se metió una mano en el bolsillo del pantalón y sacó una tarjeta. Mikaela se quedó sin saber que decir. No se lo esperaba. – tiene un límite mínimo, pero dice que no la agotemos, - saltó entusiasmada dando un gritito y se le echó encima contenta. – Te vamos a dejar preciosa, ya verás. – Le dijo entusiasmada.

 

- ¿Vamos? – se temió lo peor de lo peor. – Ni hablar, tus amigas no me tocan.

 

- No seas tonta, - le dijo más seria. – Nosotras te dejamos divina con cosas nuestras y yo me quedo la pasta. – se quedó mirándola fijamente, le dio casi miedo. – O lo tomas, o lo dejas y te quedas encerrada y le devuelvo la tarjeta a mamá. Las dos nos quedamos sin pasarlo bien y ya está.

 

Resopló fastidiada, pero no le quedaba otra. Cumplir promesas era un tormento, pensó enfadada.

 

- Está bien, pero nadie me corta el pelo. – eso era innegociable.

 

- Vale, con lo largo que lo tienes ni se va a dar cuenta, al menos, por unos días, si te lo recoges. – dijo de nuevo feliz. – Nos iremos a casa de Cherri y de allí al centro comercial. Vamos, me largo, tengo que hablar con las chicas.

 

Le cogió el comunicador y el Lap de las manos, y salió deprisa de la habitación. Empezaba a estar realmente asustada. Cuando Elena se proponía algo, estaba acostumbrada a conseguirlo.

 

A las cinco ya estaban yendo para la casa de Cherri, con la vieja furgoneta de su padre. Elena si se había sacado el carnet de conducir. Ella suspendió tres veces y por fin, lo dejó por imposible. Si no daba con un examinador histérico, le tocaba el policía psicótico. Además, se ponía muy nerviosa al volante cuando alguien la miraba. Decidió que caminar era mucho más sano, decepcionada consigo misma. La verdad, sus padres respiraron aliviados, teniendo en cuenta en los problemas en los que se metía.

 

Las chicas se volvieron locas de emoción al verla entrar por la puerta. Hasta el último momento creyeron que Elena les estaba mintiendo, o que ella se echaría atrás. Como le aconsejó Elena, prefirió callar y otorgar, dejándose hacer un peinado semi recogido, que Hollybom había visto en una revista de moda. Le echaron toda clase de cremas en la cara y se estuvo probando ropa de Cherri, que le quedaba mejor.

 

- Nada de faldas, - fue lo único que les pudo exigir. Al final se pusieron de acuerdo en un conjunto de pantalón y chaqueta corta, con una camisa blanca que le hacía juego. Los zapatos fueron más difíciles aun de escoger. Discutían unas con otras sobre si serian elegantes o informales, pero chics. Mikaela estaba tan harta que cogió unos botines sin mucho tacón del fondo del armario y se los colocó, sin aguantar más comentarios.

 

- Por Dios, son para los pies, ya está. - dijo terminando de colocárselos. Eran bastante cómodos. - Por si hay que correr. – dijo mirándoselos puestos.

 

- Bueno, quedan bien. – dijo Hollybom con la mano en la cara, aprobándolos por fin, con desgana.

 

- Además, puedes quedarte con todo, ya no me lo pongo. – Dijo Cherri, mirándola de arriba abajo, mientras su hermana le daba un codazo discreto por la espalda. – Te quedan mejor a ti. – le sonrió aceptando la imagen que veía, satisfecha.

 

- Anda mírate. – le dijo Elena, descolgando el pañuelo que habían puesto en el espejo del armario.

 

Mikaela se quedó sorprendida. Apenas se reconocía. Peinada, maquillada y con ese traje elegante, parecía una de ellas y algo más mayor. Estaba realmente muy guapa, se reconoció a sí misma.

 

- Vaya, - dijo sin poder creérselo. – ¿Esa soy yo?

 

- Pues claro tonta, - le sonrió su hermana. – Te lo he dicho mil veces, eres preciosa, igual que yo o más.

 

Se quedó mirando a su hermana, desde el espejo. Ahora sí que se parecían de verdad. Como una de esas fotos con el positivo y el negativo. Nunca le había gustado eso. Sin embargo, en ese momento, le parecía algo extraño y bueno, sin saber por qué. Debían de ser las pastillas que estaba tomando, pensó divertida, dándose la vuela y dándole las gracias a las chicas.

 

- Son casi las siete, chicas, - dijo Hollybom. – Habrá que correr.

 

Todas salieron corriendo hacia el coche descapotable de Hollybom, que estaba en la entrada. Al llegar al centro comercial, vio a Steve escabullirse de la puerta, para no tener que encontrarse con Elena y sus amigas. Las chicas entraron muy contentas y dándole los últimos consejos para mantener el peinado. Se despidió de ellas dándoles las gracias y se dirigió hacia el camino del restaurante, sabiendo que su amigo la estaría esperando por allí. Lo vio esperando en la esquina que daba a la calle, que iba hasta la avenida central. Se quedó mirándola un rato sin moverse y al final le sonrió. Mikaela se temió que se volviera a cerrar con ella.

 

- Estás muy guapa, Mika. – le dijo, sonriéndole de nuevo. – Pareces una modelo de revista. Los padres de Tomy van a alucinar. Mejor no hables, para no desengañarles. – le dijo bromeando.

 

- Lo siento, pero ese no es mi estilo, - le aseguró cogiéndose de su brazo, aunque él seguía con ellos metidos en los bolsillos de su sudadera. – nadie estropea las cosas mejor que yo.

 

- Si, eso me temo, pobre Tomy, no sabe dónde se ha metido. – siguió Steve con las bromas.

 

Caminaban despacio y tranquilos, aunque iba tarde. Prefería aprovechar ese poco tiempo con su amigo, que no le había fallado ni en esta ocasión. Últimamente, apenas se veían y apenas habían hablado de otra cosa que no fuera de su medicación, como la llamaban los chicos.

 

- Oye, no creo que tarde mucho en estropearlo todo. – le dijo intentando convencerle de que se quedara a esperarla. - ¿Porque no me esperas y luego damos una vuelta?

 

- Lo siento guapa, pero he quedado con una rubia esplendorosa. – le dijo bromeando. Ni en sueños se acercaría a su hermana, pero…espiarla, eso sí lo hacía a menudo, pensó algo decepcionada.

 

-  Vas a espiarla otra vez, - le dijo molesta.

 

- No, esta vez me refería a la cerveza, idiota. – dijo riéndose, - he decidido hacerte caso y olvidarme de ella, o al menos, intentarlo. – esto último lo dijo con tristeza.

 

- Buen chico, - le dijo dándole un pequeño apretón en el brazo. No soportaba verlo sufrir por un imposible así. – No te bebas toda la que encuentres. – le aconsejó. – Joder que envidia me das. Esto está más que bien pagado, ¿no crees?

 

- Pues la próxima vez, escoge beso, - sentenció bromeando.

 

- Si, eso ya lo había pensado, pero tarde, me temo. – dijo suspirando.

 

Ya estaban casi en la entrada del restaurante, y le dolía separarse de su amigo, además de temer el horrible tormento que la esperaba dentro.

 

- Bueno, tengo que entrar. - dijo mirando hacia las puertas.

 

- Animo, no será para tanto, ya lo verás. – la animó su amigo, pero se negaba a dejarlo marchar, aferrándose aun a su brazo. – Mika, vamos, no seas cobardica. – Le soltó la mano y la empujó hacia la puerta. – Tomy ya debe estar desesperado.

 

- Oye, de verdad, ven a esperarme, por favor, - le suplicó, como última esperanza.

 

Steve apretó los labios y la miró enfadado.

 

- Ya te he dicho que no puedo, he quedado. – le dijo malhumorado. – Mañana nos vemos.

 

Sin más, se dio la vuelta alejándose deprisa. Le sorprendió su actitud, no era así con ella desde poco después de conocerse mejor. Esto la preocupó mucho. Quizá estuviera metido en algún lio con su padre, pensó excusándole. Aunque le había dado rabia que se fuera así.

 

Echándole valor, entró por fin en el restaurante, apretando el bolso de mano que le había prestado Cherri. Nunca había estado en un sitio así y no sabía lo que hacer. Había un pequeño atril al entrar con una chica muy mona y se acercó, imaginando que era un recibidor o de atención al público. Detrás de ella había unas puertas con el nombre del restaurante.

 

- Perdona, me están esperando.

 

- Claro, ¿es usted alguna invitada a la fiesta? – preguntó la chica, sonriéndole amable, mirándola de arriba a abajo.

 

- Pues, creo que sí, - dijo dudosa. No recordaba cómo era el apellido de Tomy.

 

La chica salió de detrás y le indicó que la siguiera. Le pareció algo extraño tanta amabilidad, pero pensó que, en esos sitios tan elegantes, debía ser lo normal. La condujo hasta una puerta lateral, al lado de las otras, lo que le resultó aún más extraño, donde ponía, VIPS con letras grandes.

 

- Señorita yo vengo al cumpleaños de un amigo, está segura que es por aquí. –le preguntó dudando de que la familia de Tomy pudiera permitirse esos lujos.

 

- Pues claro, - le abrió la puerta con una llave y la dejó abierta para que entrara, sin dejar de sonreírle. Pasó, pensando que Tomy tal vez se estaba pasando, o le estaba gastando una broma, aunque no lo veía capaz de algo así.

 

La puerta se cerró tras ella y escuchó la llave. Había un pasillo largo y mal iluminado que llevaba a unas escaleras. Las bajó despacio, asustándose cada vez más. No estaba segura de que aquella fuera la cena de familia de su amigo. Se sentía un poco perdida, pero ya no podía volver atrás. Al final de la escalera había una puerta pequeña en un lateral y al final vio otra que debía dar a una salida. Suspiró aliviada dirigiéndose a ella. La puerta pequeña lateral se abrió, y salió un hombre bien trajeado, que se quedó mirándola un momento.

 

- Vaya, si faltaba lo mejor de la noche. – dijo sonriendo al verla, se notaba que estaba bebido. – anda preciosa, pasa. – la cogió del brazo y la metió dentro de la habitación sin darle tiempo a pensar. – Eh, ha llegado otra preciosidad.

 

Mikaela se quedó de piedra. En la enorme habitación había muchos hombres de todas las edades, bien vestidos, delante de mesas de juego. Una enorme tarta de cumpleaños se veía al fondo, junto a una barra de licores. Muchas chicas, bastante guapas, como ella, estaban complaciéndoles. Mierda, pensó dándose cuenta de repente de donde se había metido. La estúpida chica de arriba la había confundido con una de esas mujeres. Se dio la vuelta rápidamente, pero el hombre, medio borracho, la sujetó.

 

- ¡Donde vas preciosa? ¿No te gusta la fiesta? - dijo sujetándole los brazos.

 

- Déjeme, se han equivocado, yo solo…No debería estar aquí – le decía desesperada mientras intentaba soltarse.

 

La empujó hacia la primera mesa de juego. Mientras, el hombre sonreía mirándola con lascivia.

 

- Propongo dos mil, para empezar. – gritó hacia todos los de la sala.

 

Mikaela no entendía nada. Estaba realmente asustada y se quedó mirando alrededor. Los hombres empezaron a silbar y a ofrecer cantidades. Las chicas boceaban y bromeaban dándoles alas para que ofrecieran más, cada vez. Mikaela se soltó del brazo del idiota borracho que la tenía cogida y salió corriendo hacia la puerta, pero estaba cerrada con llave. No podía creer su mala suerte y la golpeó desesperada.

 

- Ooh, la chica es tímida amigos, - se río, - suban la apuesta. 

 

- Abran, se han equivocado gilipollas. – gritó dándole una patada más fuerte a la puerta. – Yo no debería estar aquí. – La desesperación se estaba apoderando de ella y sintió unas manos agarrándola por la espalda y cogiéndola en brazos, un tipo fornido y vestido de camarero, la llevó hasta la mesa central de la ruleta y la soltó de golpe, encima de esta.

 

- Ya lo veis, es una fierecilla, - gritó el mismo idiota borracho. - se tambaleó un poco y sacó un fajo de billetes. – Ofrezco siete mil, quien da más. – se río.

 

Pensó que había caído en el infierno, porque de repente, todos los que allí estaban, tenían los ojos rojos y la miraban con algo más que deseo, aunque apenas fue un segundo. Se asustó de verdad, se levantó lo más rápido que pudo, cogiendo una botella de algo que había en la mesa y golpeó con ella al borracho que la sujetaba de nuevo por el brazo.

 

En contra de lo que pudiera pensar, todos se echaron a reír. Saltó de la mesa y se fue hacia la puerta de nuevo, pero un hombre alto y fuerte, con traje de camarero la detuvo, cogiéndola por la cintura y la empujó hacia la mesa de ruleta de nuevo, con mucha fuerza.

 

- Diez mil – dijo una voz en alto, el jaleo y los gritos cesaron, volviéndose hacia el hombre del fondo. – Ofrezco diez mil, ¿alguien da más?

 

El hombre se acercó hasta ella y le sonrió. Soltó un fajo de billetes sobre la mesa de la ruleta. Mikaela pensó que el cielo se caía sobre su cabeza. Aquel hombre era demasiado alto y fuerte como para darle una paliza y salir corriendo. Debía tener unos treinta, bien parecido, trajeado con lujo y no parecía tenerle ningún miedo a su rebeldía. Tenía que pensar rápido y salir de allí. Por el momento, la opción más sensata era dejarse llevar por aquel tipo. No podía pelear con todos esos camareros, que parecían estar esperando una orden para lanzarse sobre ella. Lo que le parecía increíble era que las mujeres estaban muy tranquilas y felices. No lo entendía. Solo al mirar a las mesas y ver como cogían el dinero de ellas discretamente, se dio cuenta de donde estaba. Un maldito prostíbulo de juego ilegal.

 

- Vamos preciosa, - el hombre le ofreció su brazo. - ¿Vamos a cenar?

 

Se quedó mirándole, sin saber, si realmente hablaba en serio. Pero era su única salida. Se cogió de su brazo. Él miró con orgullo hacia los demás y sonrió complacido.

 

- Abre Carl, - le dijo al camarero que estaba cerca de la puerta. - Me llevo a la fiera, para que se tranquilice.

 

Todos se echaron a reír y empezaron de nuevo con sus apuestas.

 

Salieron tranquilamente y ya en el pasillo, la puerta volvió a cerrarse de nuevo. Se soltó de su brazo y salió corriendo hacia las escaleras. El hombre ni se inmutó y se apoyó en la pared tranquilo mientras ella subía desesperada. Antes de llegar a la puerta, de otra puerta oculta en la pared, salió un camarero, tan alto y fuerte como los otros que había visto. Se dio la vuelta corriendo de nuevo hacía las escaleras, bajándolas de dos en dos, al llegar al lado del hombre, este, le sonrió divertido. Ella se dirigió hacia la puerta del fondo, pero estaba cerrada con llave, como la otra.

 

- Mierda, - gritó desesperada y le dio una patada.

 

Escuchó al hombre reírse detrás de ella. Se volvió pensando en cómo se las iba arreglar, con semejante espécimen. El hombre caminó hasta ella tranquilo y se sacó una llave del bolsillo.

 

- Eres muy desconfiada, chica. - dijo divertido. – Aquí también lo somos. ¿Me permites?

 

Mikaela se apartó para que pudiera abrir la puerta, aunque desconfiaba de que la dejara salir corriendo. El hombre metió la llave en la cerradura y la miró.

 

- Antes de abrir, - le dijo más serio. – ¿Me prometes cenar conmigo? Solo eso.

 

- Lo siento, tengo a un amigo esperándome para lo mismo. – le dijo cogiendo valor.

 

El hombre se echó a reír de nuevo, pero no habría la puerta y se estaba poniendo nerviosa.

 

- La que le va a caer a Bárbara, - la miró con más fijeza. – Tú no estabas en el juego, ¿Eh?

 

- Yo no sé jugar a ningún juego – le dijo con desprecio.

 

El hombre se volvió a reír.

 

- Guapa, me he gastado en ti diez mil dólares, contantes y sonantes. – le dijo más serio. – Me imaginé algo así, deberías al menos, ser educada y permitirme conocerte mejor. Nadie que no esté en el juego sale de él. Te estoy salvando la vida, preciosa.

 

Su mirada fría y segura la dejó helada, así que le permitió el beneficio de la duda.

 

- Está bien, - le dijo en tono más amable. Solo pensaba en salir de allí, luego ya vería. – con una condición. Le hice una promesa a un amigo que me espera en el restaurante con su familia. Tengo que verle.

 

El hombre sonrió de nuevo.

 

- Bien, te acompañaré y le conoceré. Será divertido. – giró la llave. – Será mejor que te cojas de nuevo a mi brazo, si no quieres que te vuelvan a meter ahí dentro. – Abrió la puerta por fin y se cogió a su brazo, por si acaso. Al otro lado de la puerta había otro par de hombres como los camareros, pero estos no llevaban el uniforme, iban con un traje normal. Se quedaron mirándoles y se apartaron de la siguiente puerta, que daba a unas escaleras metálicas de caracol. Arriba había otro par de tipos iguales.

 

- Por cierto, ¿Cuántos años tienes? – le preguntó el hombre mientras subían.

 

- ¿Cuántos me echas? – le respondió, sin ningunas ganas de darle información.

 

- No más de veinte, eso seguro. – dijo mirándole a la cara.

 

Mikaela le sonrió, pensando que el maquillaje hacía maravillas. A las jóvenes las hacía más mayores y las mayores jóvenes. Pobre idiota, si te pillan conmigo vas a la cárcel seguro, por mucha pasta que tengas, pensó deseando entrar en el restaurante para sentirse mucho más segura. Los hombres se apartaron de la puerta y entraron a un pasillo que daba a los servicios del restaurante.

 

- Supongo que ya puedo soltarme. – Le dijo haciéndolo. El hombre le sonrió.

 

- Deberías entrar y arreglarte un poco. – le señaló el de mujeres. – Te esperaré aquí.

 

Mikaela sonrió y entró en el baño de señoras. Allí había solo una chica de su edad más o menos, retocándose en el espejo. Al mirarse en el espejo se dio cuenta que tenía el peinado deshecho. La chica la miró un poco sorprendida. Se deshizo el peinado y se dejó el pelo suelto, no le quedaba de otra. Se notaba que todo lo que le habían echado era bueno, porque el maquillaje seguía impecable.

 

- ¿Quieres un Peine? - le preguntó la chica amable.

 

- No gracias. – le respondió, con un peine no iba a hacer mucho, su pelo era demasiado largo y rebelde. - ¿Tienes un comunicador para prestarme? -  Las manos aun le temblaban y no sabía cómo librarse de aquel tipo, aunque hasta el momento le caía bien, no se fiaba de él. La chica negó con la cabeza, diciéndole amable que se lo había dejado en la mesa. ¿Cómo iba a entrar allí y sentarse a la mesa de la familia de Tomy? Tampoco podía escaparse, el maldito baño no tenía ventanas. La chica le sonrió y salió. ¿Madre mía, que hago?, pensaba desesperada. ¿Cómo podía pasarle esto a ella?

 

- Mierda, - se sentía con ganas de morirse. Tampoco podía salir corriendo, los tíos de la escalera estaban aún muy cerca y no tenía comunicador, para avisar a nadie. No le quedaba más remedio que salir al comedor del restaurante con ese tipo y hacerse la idiota con la familia de Tomy, si es que seguían allí. Tomó aire, se adecentó un poco y salió de nuevo al pasillo. El hombre le sonrió al verla salir, tranquilo y seguro, con las manos en los bolsillos de su traje.

 

- ¿Cómo te llamas? – le preguntó poniéndose a su lado.

 

Mikaela lo pensó un momento, pero como iban a la mesa de su amigo, no podía mentirle.

 

- Mikaela, - le dijo nerviosa. No quería saber su nombre, solo perderlo de vista lo antes posible, pero, aun así, le preguntó. - ¿Y tú?

 

- Llámame, tío Mortimer. – le sonrió abriendo la puerta que daba al salón. – Por el momento, será suficiente.

 

Mierda, pensó para sí misma. No me va a dejar en paz.

 

- ¿Apellido? – le preguntó al salir al salón. Se le quedó mirando sin saber que decirle, no iba a darle tanta información, así que se le ocurrió soltar una verdad a medias.

 

- Dadle. – le soltó, como si lo dijera todos los días. Sabía que no iba a creerla, pero él se quedó mirándola muy serio. Echó un vistazo al salón, donde las mesas estaban llenas de gente normal. Parejas y familias cenando con una musiquita tranquila y suave. Parecía mentira, que acabaran de salir de un antro ilegal, en los sótanos de aquel lugar tan elegante y bien iluminado. Los murmullos de la gente la hacían sentirse mucho más segura y cómoda, relajando sus nervios. En una mesa un poco más apartada, pudo distinguir la cabeza de rizos negros de Tomy, sentado de espaldas. Su familia estaba con él y parecían preocupados, seguramente, esperando su llegada. Tomy y su madre eran clavaditos, aparte de las gafas, su padre era algo calvo y llevaba unas gafas tan horribles como las de su hijo.

 

- Allí están, - dijo suspirando con alivio y dirigiéndose hacia la mesa.

 

- Vaya, era verdad que te esperaban. – dijo Mortimer sorprendido. – Pensé que solo era una excusa para librarte de mí.

 

- Sonríe, tío Morti – le dijo empezando a sonreír ella también llegando casi a la mesa. – Sígueme el rollo. - Le dio una palmadita en la espalda a Tomy, para que se volviera. – Hola Tomy, siento mucho llegar tarde. Felicidades. – dijo dándole un beso rápido en cada mejilla. Todos se habían levantado al verla, lo que la hizo sentir más incómoda aún. Tomy la miró encantado y aliviado.

 

- Pensaba que ya no venías, - le sonrió feliz, mirándola de arriba de abajo. – Estás muy guapa, Mika. - Se volvió hacía sus padres, muy seguro. – Papá, mamá, esta es Mikaela. Os dije que tenía una amiga de verdad.

 

Mikaela les saludó con la mano. Ahora tendría que dar las explicaciones, del tipo que estaba detrás de ella, sonriéndoles con cierto cinismo.

 

- Siento muchísimo llegar tarde, de verdad. Este es mi tío Mortimer, ha venido de visita y me trajo para ver un poco la ciudad, pero se ha perdido y por pocas llegamos. – El tipo ya estaba estrechándole las manos a los padres de Tomy, muy simpático. Cuando terminaron los, ‘encantados de conocerles’, ya tenía una idea bastante madura en la cabeza. – Mi tío también llega tarde a una cita, así que, ya se va. Le estarán esperando. – Le sonrió de forma inocente. Mortimer la miró, disimulando su sorpresa y se sentó en una silla libre, sonriendo e indicándole que se sentara, mientras les sonreía amablemente a los padres de Tomy. Se sentó fastidiada, pensando que era demasiado increíble para ser verdad. Mientras, ‘su tío’, empezaba a alabar a los Radebanet. Ahora que se había acordado del apellido, casi se echa a reír.

 

- Por favor, de todas formas, ya llego demasiado tarde. Mi cita no tiene importancia. No podría dejar de conocer a una familia tan bien avenida y encantadora, siendo su hijo un buen amigo de mi sobrina, a sus padres les gustará saber que nos hemos conocido. ¿No te parece sobrina?

 

Mikaela le sonrió haciendo un esfuerzo. Tomy estaba tan encantado de que apareciera, aunque ya estuvieran a los postres, que no le dio importancia a su tío y se deshacía en detalles con ella. Le pidieron un buen postre, su tío se empeñó en amenizar la ocasión con un champan caro y excesivo, mientras sonsacaba a los padres de Tomy, pero sabían menos de ella, que él, así que tuvo que ir improvisando mentiras y verdades. Respondía, a ser posible, con monosílabos, para evitar decir más de la cuenta, pero a Tomy parecía caerle muy bien su tío y casi mete la pata y dice su apellido de verdad, lo cortó haciéndose la tonta y tirando el champan, por descuido. Ese tipo era muy listo, y ya tenía demasiadas pistas.  Sentía cada vez los nervios más a flor de piel y con el dichoso champan, el postre se estaba alargando más de la cuenta. Casi no levantaba los ojos del plato, en cuanto la conversación se centró en el trabajo de los Radebanet, profesores en la inmensa universidad Politécnica de al lado que, además, eran ingenieros farmacéuticos. Ahora entendía los sudores de Tomy, en cuanto le bajaban la nota. Dejó de darle vueltas con la cucharilla al plato y levantó la vista un momento, un poco agobiada. Al mirar alrededor, casi lanzó un grito y se echó hacia atrás en la silla tan fuerte que chocó con algo. Todas las caras del restaurante eran las mismas, aquellos seres pelones de ojos rojos y dientes afilados, pálidos, como muertos, mirándola en silencio, con sus garras afiladas, dispuestos a saltar sobre ella. Todos eran esos monstruos, los de la mesa, incluso Tomy. Al mirar hacia atrás, para ver con lo que había chocado y salir corriendo, con el corazón en un puño, todo volvía a ser normal, Tomy y los demás la miraban sorprendidos, mientras una camarera recogía del suelo una bandeja con platos y bebidas.

 

- Lo siento, - se disculpó, aturdida. – No sé qué me ha pasado, lo siento de veras. – le dijo a la camarera, avergonzada. Esta le sonrió amable, guardándose su mala leche, le dijo que no pasaba nada y que ocurría con frecuencia.

 

- ¿Estás bien? – le preguntó Tomy, muy preocupado. – Estás muy pálida.

 

- Si, - dijo calmándose y sentándose mejor en la silla. – Solo ha sido…un pequeño ahogo, - se excusó, con lo que le vino primero a la cabeza.

 

- Suele pasar con el champan, tiene muchos gases – la apoyó su fingido tío, sonriendo tranquilo. – No deberíamos haber permitido a los chicos que lo tomaran, no están acostumbrados. – le clavó los ojos. No sabía lo que pensar de él y ya se sentía bastante mal, por lo que había pasado. Solo quería irse a casa y olvidarse de todo lo que había sucedido. Acurrucarse en su cama y no soñar, ni pensar en nada. Dejar que pasara la noche y empezar otro día, sin pesadillas, ni ver cosas horribles, ni tropezarse con gente indeseable.

 

- Quieres algo de comer? – le preguntó la madre de Tomy, - Estás muy pálida querida, deberías comer algo más que ese trozo de tarta, pediremos lo que sea.

 

- No gracias, de verdad, no me entraría nada. -  le dijo ante su insistencia. – Preferiría irme a casa, Si me acompañaran sería lo mejor.

 

- No te preocupes sobrina, si te encuentras mal, yo te llevaré. – saltó de inmediato el maldito Mortimer.

 

- Te pilla muy lejos de tu hotel, no querría que te perdieras de nuevo. – ya empezaba a estar harta de la situación y a la próxima, se pondría a gritar que era un pedófilo como una loca.

 

- No me importa, me quedaría más tranquilo dejándote en tu casa y explicándole a tus padres lo que ha pasado. – alzó la mano para llamar a un camarero. – Permítame pagar la cuenta señor… Padre del amigo de Mika. – le sonrió. – disculpe, con los nervios se me ha olvidado.

 

-  Radebanet. No importa, nos suele pasar a menudo, no es un apellido nada común. – le contestó el padre de Tomy. - Pero no es necesario que pague, por favor, es el cumpleaños de mi hijo y corre de nuestra cuenta.

 

- Pues permítame hacerme cargo del Champan, será nuestro regalo. – le soltó al camarero una tarjeta oro, indicando la botella y este asintió, dejando en la mesa la otra cuenta a los padres de Tomy.

 

A Mikaela le pareció increíble ese alarde, pero después de todo, la idea del champan había sido suya. Si el tipo se creía que la dejaba impresionada con esa muestra de su fortuna, iba de culo. No entendía que seguía buscando, si ya sabía que era menor de edad. Se estaba poniendo más nerviosa aún. Además, el camarero la había mirado de una forma muy rara y se parecía demasiado a los que había abajo. ¿Y si el tipo tenía razón y le estaba salvando la vida?

 

Cuando, al fin, salieron del restaurante, no tenía ni idea de lo que iba a hacer, no podía meterse en el coche de aquel desconocido. La recepcionista de antes ya no estaba y la que había ahora no hacía más que mirarlos y hablar por el comunicador de oído. Las manos le temblaban y no sabía lo que hacer. Se despidió de Tomy y de sus padres lo mejor que pudo. Tomy parecía muy feliz y se lo agradeció con los labios antes de meterse en el coche de sus padres. Solo de pensar que se quedaba a solas con aquel hombre, le entraba el pánico, pero no podía hacer nada, la chica del atril seguía pendiente, sin quitarles los ojos de encima.

 

- Preferiría ir andando, dar un paseo, tomar el aire me vendría bien. – dijo de repente, mientras esperaban el coche. Dios, esperaba encontrarse a su hermana y a las chicas por ahí. Estaba tan desesperada que hasta prefería irse con ellas, aunque tuviera que pasar la vergüenza de tener que contarlo. Esas cosas solo le pasaban a ella, se maldijo por dentro.

 

- No, cree lo que te digo, - le sonrió decidido, dando una ojeada a la chica del atril, - es mejor que te lleve en el coche.

 

- Por Dios, ¿En qué mierda me he metido? – dijo bajito, pero él lo oyó perfectamente.

 

- Eso mismo, me digo yo, - le susurró al oído, acariciándole la cara con suavidad, disimulando delante de la chica de dentro y del tipo que hacía de aparcacoches, que tenía pinta de matón. – Te lo explicaré más tarde, sube al maldito coche y terminemos esto de una vez.

 

Sabía que se estaba agarrando a un clavo ardiendo, pero no era la primera vez y se metió en el coche que aparcó delante. El matón le entregó la llave al hombre y se quedó esperando a que salieran. No podía quejarse, el coche era un deportivo último modelo, con todos los cristales tintados y de color negro brillante. Por dentro era aún mejor, lo habría disfrutado más, si lo hubiera robado. Pero en ese momento, solo quería salir de allí y apenas había entrado.

 

Ya habían perdido de vista el restaurante cuando el hombre se atrevió a hablar, sin dejar de mirar hacia la carretera y al espejo retrovisor.

 

- ¿Tienes algún sitio donde te pueda dejar lejos de tu casa, y discreto? – le preguntó serio.

 

Su cabeza no daba para más y ya era demasiado tarde, Elena estaría desesperada buscándola. No tenía comunicador ni a nadie a quien recurrir. Pero de repente recordó a Pris.

 

Hay un garito, coge la salida de la carretera que va en dirección al norte. Se atrevería con ella, no le quedaba otra, aunque fuera sábado y les tenía prohibido aparecer por allí los fines de semana. – Se llama, ‘La cueva del Lobo’.

 

El tipo se echó a reír de buena gana.

 

- No me jodas, que casualidad - la miró divertido y sorprendido. – ¿Conoces a Pris?

 

Se quedó mirándolo asombrada.

 

- Si, desde hace un mucho, ¿Y tú? – se atrevió a preguntar, mintiéndole un poco.

 

- Mejor que no lo sepas, - la miró curioso. - ¿De que la conoces tú?

 

- Mejor que no lo sepas, - le dijo sin querer ser la primera en contar confidencias, no iban a ser amigos ahora.

 

- Eres una caja de sorpresas Mikaela Dadle. – le sonrió. – Lastima…- la miró de reojo y se guardó para él lo que pensaba decir, lo que le pareció estupendo, porque se lo imaginaba. - ¿Por cierto, es ese tu apellido real? No pareces una Dadle, ni así vestida, preciosa.

 

- No, claro que no. – le dijo ya más tranquila, al ver que tomaba la salida que le había dicho.

 

- Pues no utilices ese apellido, - la miró muy serio. – te puede traer muchos problemas, créeme.

 

Mikaela, se quedó pensando que tenía que ver su familia con él. Al decirlo tan seguro, parecía saber mucho más de ellos, de lo que podía ver en la red. Su curiosidad vencía a su prudencia por momentos, ahora que estaba más tranquila de ir a un lugar conocido y seguro.

 

- Bueno, tío Mortimer, - le dijo mirándole, mucho más tranquila. - ¿Y qué me dice de usted? ¿En qué juego de mierda anda metido, para salvar a una chica en apuros?

 

- No quieras saberlo guapa, no ibas a poder dormir. - le dijo algo enfadado, mirando el retrovisor. - Nos siguen todavía.

 

Mikaela miró hacia atrás y vio un coche grande y negro. Mortimer apretó el acelerador y adelantó a un par de coches que iban delante. Se abrochó el cinturón de inmediato.

 

- Chica lista, - dijo él mirándola de reojo un instante, sin despegar la vista de la carretera. Salió por la primera salida sin previo aviso, a punto de chocar con otro coche que iba a tomarla y siguió acelerando, metiéndose en una calle de doble sentido. Mikaela se aferró al asiento, asustada, pensando que, si no se mataban, vomitaría la tarta que se había comido. Pegó un frenazo y se metió en un callejón, al ver el coche que entraba detrás.

 

- Mierda, seguro que le han puesto algún chivato al coche. – dijo metiéndose rápido por otro callejón más estrecho. – En la próxima te suelto y te buscas la vida. Estamos cerca de La Cueva, vete para allá. – le ordenó, más que le aconsejó, nervioso.

 

- ¿De veras? – no sabía si creerle. – Ni sé dónde estamos. – dijo desconcertada.

 

- Te he dicho que te busques la vida – le dijo, metiéndose en por otra calleja, pegando un frenazo y dándole a un botón, la puerta de su lado se abrió entera de forma automática. - largo, ya.

 

Mikaela se desabrochó el cinturón y saltó rápidamente del coche. La puerta se cerró sola y el coche salió pitando, con un chirrido ensordecedor. Miró alrededor y vio un callejón que le sonaba. Se dirigió corriendo hacia él, escondiéndose en la oscuridad, justo a tiempo, de ver pasar el coche grande que los seguía.

 

No tenía ni idea de lo que podía pasar, pero después de todo, podía dar gracias al cielo, por haberse encontrado con ese tal Mortimer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
En los ojos de la serpiente
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