5
Pasada ya la medianoche, el inspector jefe Tuhorus encontró al Magister, que le esperaba con el suboficial Bekin-Tettu. Los dos conversaban cuando entró el policía.
—Espero no interrumpir —dijo Tuhorus.
—No, inspector, los dos estábamos esperándole.
—No lo necesitaré más esta noche, suboficial —dijo el inspector a Bekin-Tettu, con cierto énfasis—. Salga y busque a cualquiera de los viceinspectores que me ayudan. Dígale quien es y todo lo que sepa sobre el caso. Luego regrese a su propio cuartel. Mañana por la mañana escucharé personalmente su declaración.
El soldado saludó y salió. Inhetep observó atentamente al oficial, mientras Bekin-Tettu se marchaba.
—Parece usted desacostumbradamente seco, Tuhorus. ¿Qué es lo que lo preocupa?
—¿Preocuparme? El príncipe real que gobernaba este sepat muere asesinado en su propio palacio, en mi ciudad, ¿y se sorprende usted de mi actitud? —gruñó el inspector como respuesta a Inhetep—. Voy a hacerle algunas preguntas ahora, Magister… ¿O debo llamarle utcbat-neb, o Verdadero Príncipe?
—Ha visto el registro de audiencias, ¿verdad?
—Como he dicho, soy yo quien va a hacer las preguntas, a menos que la agencia del faraón se responsabilice de este caso.
El tono de Tuhorus era tan duro como su expresión. Inhetep se aproximó un poco al agente del prefecto municipal.
—Si consigue resolver este caso con rapidez y detener a los responsables de la muerte de Ram-f-amsu, inspector jefe Tuhorus, no me plantearé avisar al gobierno para que envíen sus propios hombres. Sin embargo, en caso de que perciba la más mínima negligencia, asumiré personalmente la supervisión del caso y haré llamar a un equipo de investigadores del Uchatu —dijo sin alzar el tono, mientras clavaba sus ojos verdes en el rostro anguloso del policía—. Su actitud se está haciendo irritante, Tuhorus. Incluso los extranjeros presentes lo han advertido.
—No me agrada usted mucho, Inhetep. A nosotros, el personal común que tenemos el cometido de hacer respetar la ley, nos molestan las interferencias del Uchatu. La policía secreta y los espías no son populares en On… ni siquiera aquellos que nos vemos obligados a utilizar nosotros mismos. Sea cual sea la razón de su presencia aquí —la política del reino o la de sus gobernadores—, no es de la incumbencia de la prefectura, lo sé muy bien, pero…
—Un momento, querido inspector —lo interrumpió el Magister—. Me encuentro aquí por pura casualidad. Deje que se lo explique. —Inhetep empleó entonces algunos minutos en resumir los motivos que le habían llevado a palacio cuando fue asesinado Ram-f-amsu, omitiendo tan sólo el nombre del asesino Yakeem en su explicación—. Naturalmente, tengo la obligación de investigar el crimen, pero en lo que concierne al Uchatu, éste es un asunto reservado a la prefectura metropolitana de On, si se actúa con eficiencia y corrección.
El policía miró con intensidad a Inhetep.
—¿Pondrá todo eso por escrito?
Setne le devolvió la mirada. A pesar de su aspecto y de sus modales, el Magister descubrió que le gustaba bastante el inspector jefe Tuhorus. En verdad, sobre sus espaldas recaía un trabajo formidable, y las expectativas de recompensa en caso de éxito eran prácticamente nulas. Y, sin embargo, se esperaba que cumpliera con su deber… Inhetep inclinó ligeramente su cabeza hacia el policía y respondió con ligereza, en tono amistoso:
—Haga que uno de sus escribas lo anote y yo lo firmaré. Pero es algo de lo más inusual. Dígame, inspector Tuhorus, ¿qué es exactamente lo que le impulsa a pedir tantas seguridades?
—El gobernador muerto, Ram-f-amsu.
—Humm… —murmuró el Magister Inhetep, pensando con rapidez—. ¿Puedo proponerle una entrevista en algún otro lugar —tal vez por la tarde—, para hablar un poco más sobre el tema? Creo que deberíamos comparar nuestras notas y discutir las conclusiones.
—A la hora de la cena —dijo el inspector—. Antes de que termine el trabajo preliminar aquí se habrá hecho de día, y tengo que dormir un poco. ¿Dónde se alojará?
—Quedemos en Los Juncales. Creo que la comida allí es razonablemente buena —respondió Inhetep. Tuhorus asintió, y sin más discusión los dos hombres se separaron. El mago-sacerdote salió apresurado hacia la citada posada, no lejos del palacio de On, en busca de alojamiento. El inspector Tuhorus, por supuesto, volvió a ocuparse del interrogatorio de los testigos.
En Los Juncales, Inhetep encontró una habitación cómoda, envió a alguien en busca de sus pertenencias al Nylo Dorado de Innu y se acostó. Cinco horas después, despertó sintiéndose en perfecta forma. Después de bañarse y desayunar un bocado, el Magister salió a hacer unas compras. Disponía de tres horas antes de su cita nocturna con el policía. Inhetep invirtió ese tiempo en organizar sus compras y repasar sus notas.
La habitación que había alquilado daba a la calle. Inhetep la había escogido precisamente por esa razón. Observó la llegada del inspector Tuhorus en un coche cerrado, y vio que lo acompañaba otro hombre. Cuando Inhetep descendió al vestíbulo para recibir al inspector jefe, Tuhorus estaba solo.
—¿Ha conseguido descansar un poco? —preguntó cortésmente el Magister.
—Lo suficiente. Tendrá que invitarme, utchat-neb… este sitio es demasiado caro para cualquiera que se vea obligado a vivir con el sueldo que pagan en la prefectura.
—Yo propuse esta reunión —asintió Inhetep—. ¿Una mesa para dos?
—A menos que por su parte espere a otra persona.
Un camarero de perfecta corrección los condujo a su mesa, y casi al instante apareció otro que preguntó si deseaban beber algo. Tuhorus pidió vino y el Magister su bebida habitual: un té a la menta en vaso largo, con mucho azúcar. Después de un breve intercambio de cumplidos, el magosacerdote preguntó:
—¿Tiene alguna teoría sobre la muerte de Ram-f-amsu?
—Tal vez, pero prefiero oír antes su opinión. Inhetep hizo un esfuerzo para no sentirse afectado por la grosería del hombre.
—¿Cómo puedo tener alguna idea precisa sobre la muerte del gobernador? Usted sabe que no se utilizó magia de ninguna clase, y apenas tuve tiempo de preguntar los nombres de los testigos del suceso. Por todo lo que sé sobre el caso, la muerte tuvo que deberse a una acción de los dioses.
—Créame, Inhetep —dijo el inspector Tuhorus, mirándolo con fijeza—. La conclusión final que habré de redactar en mi informe al prefecto no será muy distinta de la que acaba de mencionar. Hubo dieciséis testigos de la muerte, cada uno de los cuales proporciona coartadas perfectas a los demás… ¡Y el hecho de que usted sea agente del faraón es la guinda que corona el pastel! Entre usted y el hem-neter-tepi Matiseth no han dejado ningún cabo suelto.
El magosacerdote sacudió la cabeza.
—Eso no encaja, inspector Tuhorus. El sumo sacerdote Matiseth Chemres testificó que no había ninguna lectura aural perceptible que indicara una presencia entitativa, ni ninguna clase de restos mágicos de heka de ningún tipo.
—Muy bien, en ese caso se trató de personas o de poderes desconocidos.
—No lo creo.
—Piense lo que quiera, Inhetep. ¿Qué prueba se puede aducir? ¿Tiene algo que me dé pie a redactar un informe diferente?
—¿Consiguió un relato completo de Matiseth? —le preguntó bruscamente Inhetep—. Él y yo examinamos la escena del crimen durante algún tiempo, y Chemres tuvo por lo menos una impresión interesante que consignar. —El Magister no hizo ninguna pausa en espera de respuesta, y siguió hablando, intentando forzar al oficial de policía a adoptar una actitud más positiva y agresiva—. Se trata de un caso difícil, señor, eso es innegable. Nos enfrentamos a un genio… ¿quién si no sería capaz de realizar ese crimen delante de un montón de testigos destacados, y desconcertarlo a usted de ese modo? Sin embargo, tiene que haber alguna pista. El sumo sacerdote de Set detectó una nulidad. De ahí es de donde hay que partir.
—¿Y usted, Magister? Tiene información que se está guardando. De eso estoy completamente seguro. Creo que desea apuntarse el éxito de haber resuelto este caso por sí solo. Por esa razón intenta descubrir qué es lo que he averiguado.
Del mismo modo que los criminales expertos, los buenos policías saben cuándo están siendo observados o espiados por medios mágicos. Inhetep se contuvo, para no emplear ningún artificio ni poder que le permitiera penetrar en el pensamiento del hombre; y tampoco utilizó su innato «sexto sentido». Por el contrario, se refirió a la observación de Tuhorus respecto a guardarse algún descubrimiento, ya que pensó que Matiseth Chemres le habría contado sus comentarios.
—Debe referirse usted a mi pregunta al sumo sacerdote sobre si sabía lo que significaba «Clave Samarcanda».
El rudo inspector levantó una ceja y miró con suspicacia a Inhetep.
—¿Y…?
—Nada en absoluto. Él no tenía ninguna información al respecto, ni tampoco la menor idea sobre lo que significa, o sobre lo que recibe esa denominación.
—¿Pero y «torbellino», utchat-neb, y «torbellino»? ¿No es ésa una cuestión distinta? Inhetep no pudo impedir ponerse tenso al oír aquello.
—Advertí esa palabra como una débil idea-impresión adherida al cadáver de Ram-f-amsu… ¡pero no lo mencioné a Matiseth!
—No. ¡Y tampoco a mí, Inhetep! —Tuhorus miraba ceñudo al mago— sacerdote. —Sucede tan sólo que nosotros, los atareados investigadores urbanos, también disponemos de algunos poderes de detección. El Escarabajo Saa que utilizamos está más desarrollado de lo que algunos creen. El Escarabajo Saa descubrió las mismas ideas-sensaciones que descubrió usted con su heka. Podía haber mencionado antes su descubrimiento. El que no lo haya hecho conduce inevitablemente a una conclusión.
—Muy cierto. Pero ha sacado la conclusión equivocada, inspector Tuhorus. Sí, omití la mención de esa palabra en particular, pero lo hice porque en ese momento no me pareció significativa. Si «torbellino» se convirtiera en algo trascendente, y no simplemente en una posible impresión de algo que ocurría en la mente de un moribundo, yo habría compartido esa información con usted. —Inhetep estaba diciendo literalmente la verdad, aunque omitió sus reservas respecto a las personas de On que se encargaban de la investigación del caso. Podía haber connivencia entre el asesino y la policía…—. Verá que se menciona la «Clave Samarcanda» aquí —añadió mientras tendía un puñado de papeles a través de la mesa—. Éste es mi informe puesto al día. Una copia ha de ser enviada a la agencia, y yo conservo otra para mí, pero la tercera es para usted y para el prefecto metropolitano.
—Tal vez le he juzgado mal, Magister —admitió a regañadientes el rudo policía—. Le diré algo después de leer esto —añadió Tuhorus mientras guardaba los papeles en el interior de su túnica—. ¿Tiene algo que añadir?
Inhetep movió negativamente su rasurada cabeza.
—¡Vamos, Tuhorus! Este es un asunto endemoniadamente complicado, como sabe bien. Sus raíces podrían extenderse hasta lugares muy elevados.
—Detesto los juegos de palabras —contestó Tuhorus sin una sonrisa—, pero pienso lo mismo. La reunión que tuvo lugar en el palacio del gobernador era inusual, por emplear una expresión benévola.
Setne no pudo evitar sonreír. Apreciaba el hecho de que Tuhorus hubiera captado su chiste y que éste le irritara. ¡Quizá llegara a gustarle este hombre!
—¿Cuál es su opinión, entonces? —preguntó, con ánimo de sonsacar a aquel tipo—. ¿Se trata de un asesino solitario o de una conspiración, Tuhorus?
La fea carota del inspector se endureció cuando clavó su mirada en el urkheri-heb.
—Tal vez sea usted más honesto de lo que yo pensaba, Magister, o utchat-neb, o como quiera que se le llame; pero eso no significa que me sienta feliz por trabajar a su lado… si es así como lo llama. Tendré un informe disponible para usted si se digna acercarse a la sección de investigación de la prefectura… Léalo y elija las conclusiones que mejor le parezcan. Es el procedimiento reglamentario. Mientras tanto, no tengo ganas de dedicarme a especulaciones para usted ni para ninguna otra persona. Y gracias por la cena. Hasta la vista, Inhetep.
El mago-sacerdote despidió con una amplia sonrisa al hombre que se levantó de su asiento y salió a toda prisa en dirección a las tareas que le esperaban fuera de allí. He aquí al menos un policía concienzudo. Tuhorus aún sospechaba de él, pero eran sospechas honradas, de una especie enteramente profesional. Con toda seguridad el inspector Tuhorus no intentaba encubrir al auténtico culpable, ni había llegado en serio a la conclusión de que el crimen era insoluble. «Me pregunto —especuló Inhetep— si sospecha que existe una implicación regia en el asesinato de Ram-f-amsu. Si es así, ¿qué motivos tiene ese bulldog para pensar de ese modo?».
Después de pagar la cuantiosa factura, el Magister Inhetep dejó el comedor de Los Juncales y salió a pasear. Muy pronto se dio cuenta de que le seguía un hombre, pero el magosacerdote prosiguió tranquilamente su paseo, inconsciente al parecer de la vigilancia. Luego, a tres manzanas de distancia de la posada, Setne se introdujo en un callejón estrecho, trepó al tejado de una casa y bajó de nuevo para salir a una calle paralela. Después de doblar varios recodos, de pasar entre los edificios cruzando por una serie de pasadizos y de entrar en varias tiendas, Inhetep se aseguró de que había dejado irremediablemente perdido al policía encargado de seguirle. Tenía que investigar algunas cuestiones, y no era su intención permitir que el inspector Tuhorus supiera lo que interesaba al Magister.
La presencia del asesino Yakeem en la ciudad y su posible conexión con el crimen había sumido a Inhetep en la perplejidad. El hemneter-tepi Matiseth Chemres, servidor del maligno, Set, tenía que ser la clave del asunto. A Inhetep le resultaba evidente que el sumo sacerdote se había sentido alarmado por su presencia en el recinto del templo. Eso debía de tener alguna relación con Yakeem y con alguna conspiración en la que estaban complicados tanto Ram-f-amsu como Matiseth. El sumo sacerdote había estado a punto de dejar escapar algo al respecto, cuando con tanta torpeza llevó a Inhetep a la presencia del gobernador. Se imponía una larga charla con Chemres, porque era probable que el clérigo dispusiera de informaciones vitales. Inhetep consideraba probable que en aquel asunto hubiera bastantes más cosas que una muerte misteriosa. Si conseguía descubrir la trama que se estaba desarrollando, Inhetep estaba seguro de que el asesinato se resolvería al mismo tiempo.
Todo se reducía al simple problema de encontrar un rincón apartado y allí cambiar su apariencia externa por medio de la knosys. Todavía de elevada estatura, pero ahora con el aspecto de un batelero mestizo, Inhetep se encaminó de nuevo hacia el templo de Set. Cuando llegó, entraba en el recinto un pequeño grupo de adoradores, de modo que el Magister se unió a ellos, como si también se dispusiera a participar en el ritual que se celebraba a la hora sexta de la noche. Sin embargo, una vez dentro del edificio principal, Inhetep se quedó atrás, y mientras los demás seguían su camino hacia el ara y el santuario, él se deslizó por un pasillo lateral que llevaba a la zona que albergaba las estancias de los sacerdotes.
El sumo sacerdote debía oficiar la ceremonia de medianoche, por lo que era de suponer que estaría ocupado durante algún tiempo en revestirse de sus ornamentos y atender los servicios religiosos. El Magister Inhetep pensaba aprovechar la oportunidad para investigar en las estancias particulares de Chemres mientras estaba ocupado cumpliendo sus obligaciones para con la deidad oscura, Set, y dirigiendo a los fieles servidores de aquélla en el sumo servicio. Aunque no conocía con exactitud el plano del edificio, la mayor parte de las estructuras destinadas a los servicios religiosos seguían unas disposiciones comunes, y no le costó demasiado tiempo a Inhetep rodear las zonas en las que se estaban preparando los sacerdotes y acólitos, encontrar el pasillo privado del hemneter-tepi y cruzar la puerta cerrada con cerrojo de Matiseth.
—No quieres correr riesgos, ¿verdad, Matiseth? —murmuró para sí mismo el mago-sacerdote mientras neutralizaba con todo cuidado los cerrojos careados de heka, los mecanismos de alarma y las trampas mágicas que guardaban la puerta.
Cualquier cosa de valor había de estar escondida por algún medio ingenioso, de modo que Inhetep no se molestó en registrar manualmente las cuatro habitaciones que constituían la morada de Matiseth. Por el contrario, el Magister empleó un tiempo considerable en desarrollar una compleja fórmula de descubrimiento, basada en la Ley de Antipatía. La magia podría quedar oculta si empleaba una sonda que funcionara por medios simpatéticos, pero al investigar con heka opuesta a dicha sonda, Inhetep estaba en disposición de localizar los lugares secretos escondidos con tanto celo. Su adivinación era además multiterminal. Exploraba todo el espectro de artificios posibles, desde los más sencillos hasta los más sofisticados, que utilizaban el poder relacionado con Terra, y luego los extraídos de planos más distantes, para finalizar por el continuum rarificado de donde proceden las energías empleadas por las entidades del orden más elevado.
—Decididamente extraño —dijo en voz alta Inhetep después de completar la inspección de los aposentos de Matiseth Chemres. Había descubierto lo habitual: tomos que contenían arcanos de tipo mágico, instrumentos revestidos de heka y los utensilios que cabía esperar que un sumo sacerdote poseyera y protegiera, además de un escondrijo con tesoros mundanos que superaban lo que cabía esperar que hubiera amasado incluso un hombre como Matiseth. Sin embargo, aparte de esas riquezas, Inhetep no había descubierto nada que lo incriminase, y ni siquiera que suministrara algo más de información. Entonces hizo chascar los dedos y sonrió.
—Eres un diablo escurridizo, Chemres —murmuró el Magister—. ¡Pero a pesar de todo, dentro de un cuarto de hora te habré atrapado!
Había muchos papiros, pergaminos y volúmenes encuadernados en la biblioteca particular del kemneter-tepi. Inhetep vio un gran tomo con mapas y planos, lo hojeó con rapidez y siguió adelante. Después de examinar las obras que aparentemente estaban más a mano y se consultaban con mayor frecuencia, se dirigió a los estantes en busca de algo más esotérico. Atrajeron su interés Exploración del Sudd y dos volúmenes gemelos, Mapas de navegación: Nylo Azul y Nylo Blanco. Se trataba de libros bastante corrientes, que trataban de un tema a la vez tan familiar que resultaba raro y tan variable como los cursos de los dos ríos de los que trataba. ¿Por qué conservaba el sumo sacerdote unos trabajos de hacía más de treinta años? La mayoría de la gente, si es que alguien llegaba a darse cuenta de la existencia de algo anómalo, habría concluido simplemente que para ocupar espacio. Inhetep sacó los tres del lugar que ocupaban y empezó a examinarlos uno a uno.
Le costó pocos minutos darse cuenta de lo que contenía cada obra. Las volvió a colocar exactamente como estaban y luego pasó a la sala de estar del sumo sacerdote, contigua a la biblioteca. Apenas había acabado de arrellanarse en un sillón cuando la puerta se abrió y entró el hemneter-tepi. El rostro de Matiseth reflejó sorpresa e ira al descubrir la presencia del mago-sacerdote en aquel lugar.
—¡Esto es un ultraje, Inhetep! ¿Cómo te atreves a violar la intimidad de mis apartamentos?
—He entrado por la puerta, amigo. ¿Cómo puedes insinuar que he entrado aquí forzando la entrada? ¡Vamos, Chemres! ¡Eso sería quebrantar la ley!
—Ya lo veremos —casi escupió las palabras el sumo sacerdote—. ¡Fuera de aquí!
—Me iré en cuanto hayas contestado algunas preguntas, Chemres. Considéralo una petición oficial.
—Tienes poder para hacer eso, Inhetep, pero no por mucho tiempo. ¡Cuento con amigos en la casa real que se ocuparán de cortar tus relaciones con el Uchatu!
—Te ruego que así lo hagas. Será un placer saber quién sirve a Set en la corte del faraón.
El hombre palideció un poco y miró con animosidad a Inhetep, pero acabó por sentarse y cruzar las piernas, resignado a sufrir la intrusión del Magister.
—Eso está mucho mejor —dijo Setne con una sonrisa, que no reflejaba alegría ni el menor sentimiento amistoso—. Creo que estás metido en graves problemas, hem-neter-tepi, y se necesitará algo más que tu rango de sumo sacerdote para sacarte de ellos. ¿Estás interesado en que se te acuse de complicidad en la muerte de Ram-f-amsu?
El clérigo sacudió la cabeza.
—No sé de qué me estás hablando, Inhetep. ¿Hay algún cargo del que estés en situación de acusarme?
—No, no por el momento. Pero sabes perfectamente a lo que me refiero, Chemres. El fallecido gobernador tenía grandes ambiciones, la mayoría de las cuales iban más allá de los límites de su territorio oficial, el sepat de On.
—Eso son meras especulaciones… aunque admito de buen grado que conocía los deseos del príncipe Ram-f-amsu de convertir On en un centro comercial y financiero internacional. Sus intenciones no eran otras que el bien del sepat y de todo el reino.
—Por supuesto. Así se escribe la historia. No hay necesidad de que insistas en todas esas estupideces. Responde: ¿me proporcionarás toda la ayuda que necesite, a cambio de quedar libre de cargos por el asesinato del príncipe?
Matiseth Chemres estuvo unos momentos pensativo.
—Eso depende de lo que pretendas dar a entender, Inhetep. En mi condición de noble y de dirigente religioso del reino, yo siempre procuro ayudar…
—¡Te repito que te ahorres monsergas! Tengo que averiguar con quién se había asociado Ram-f-amsu y quiénes le secundaban en sus siniestros planes.
—Desconozco esa información. Yo era consejero y amigo del príncipe Ram-f-amsu, Magister Inhetep. Sólo el mayordomo puede establecer con seguridad quiénes visitaban con regularidad el palacio del gobernador y podían ser considerados sus asociados.
El magosacerdote se puso en pie.
—Creo que cometes un serio error de juicio, Matiseth Chemres, seas o no hem-neter-tepi. El asesinato de un gobernador no es un asunto que se pueda ocultar debajo de una estera, y la investigación sacará a la luz temas que con toda seguridad perjudicarán tus intereses… ¡y a ti mismo, en persona! Tu única oportunidad…
—Buenas noches, Magister. No creo que ni tú ni todo el Uchatu, por no referirme a la policía local, consigáis descubrir la causa de la muerte del pobre Ram-f-amsu. Tú lo llamas asesinato, ¿pero quién puede asegurar tal cosa, en realidad?
—¿Y lo demás?
—Palabrería sin sentido. Mentiras con una clara intención política y acusaciones sin base…, eso es todo. Habla con las demás personas presentes aquella noche terrible, si lo deseas. Sin duda estarán de acuerdo con lo que te he dicho. Setne intentó entonces descubrir los pensamientos dispersos que emanaban de la mente del sumo sacerdote, pero el hombre estaba en guardia.
—Siempre has sido un presuntuoso, Chemres. Hazme el favor de recordar lo que te he dicho. La oferta de inmunidad sigue en pie, por cierto tiempo al menos. Sólo la retiraré si me fuerzas a ello y no me dejas otra opción.
—No es que admita saber de lo que me estás hablando, Inhetep, pero ¿por qué insistes tanto en mi seguridad? Servimos objetivos contrapuestos, seguimos diferentes políticas y sentimos una acusada antipatía recíproca desde hace mucho tiempo.
—La cortesía profesional podría ser suficiente, pero mis razones van mucho más allá, Matiseth. Intento impedir un cisma en Aegipto. Creo que puedes comprender ese motivo.
—En absoluto. Un servidor mío te enseñará el camino de salida, Magister. Después me dedicaré a escribir una queja formal al gobierno, referente a tu conducta.
Así concluyó la entrevista. Pocos minutos después, Setne se encontraba de nuevo fuera del recinto del templo.
Después de recuperar su disfraz de batelero, Inhetep cubrió la distancia que lo separaba de su alojamiento en Los Juncales. Su aspecto le permitía ir caminando sin ser molestado por mendigos ni por maleantes, mientras meditaba sobre los acontecimientos del día. Se encontraba ya cerca de la posada cuando un ligero ruido a sus espaldas lo sacó de sus meditaciones. El instinto de Setne le llevó a agacharse. Una pesada espada pasó sobre su cabeza con un silbido ominoso, pero al mismo tiempo un pie calzado con sandalia golpeó la parte trasera de su pierna doblada, proyectando al magosacerdote sobre el pavimento. Un segundo puntapié se estrelló contra su rodilla, causándole un dolor agudo, y un hacha arrancó chispas de las piedras del suelo, al golpear justo al lado de su cabeza. Al girar sobre sí mismo para alejarse de sus atacantes, Inhetep fue a chocar con la pared de un edificio. Dos sombras oscuras se inclinaron sobre él, dispuestas a acabar su trabajo.
De repente se oyó un golpe sordo, y uno de los dos atacantes cayó hacia atrás, tan rígido como si estuviera ensartado verticalmente en un poste. El segundo malhechor saltó de lado apuntando con su espada al frente, para prevenir cualquier ataque. Hubo un chasquido de metal contra metal; el asaltante maldijo con voz gutural y roció al rufián con un puñado de gránulos, como de arena. Aquella sustancia se esparció y ardió formando meteoros incandescentes que luego emitieron una especie de silbido, como si cada uno de ellos fuera un diminuto diablillo torturador. La furia deslumbrante de su llama duró sólo una fracción de segundo, y el silbido apenas un poco más; luego, en el lugar en el que había estado el hombre, sólo quedó un humo pestilente. Cada panícula había generado una densa nubécula de vapor sofocante y toda el área estaba ahora cubierta por aquella sustancia. Alguien rió suavemente y tosió.
—¿Inhetep? ¿Está usted bien?
El Magister apretó los dientes, tanto por el dolor como por la frustración que sentía.
—Considerando lo que podía haberme ocurrido, señor, me encuentro muy bien, gracias. ¿Quién me habla? Le debo la vida.
—Inspector Tuhorus —fue la lacónica respuesta.
—Es usted tan difícil de despistar como un dragón, evidentemente —dijo Inhetep al policía, mientras abanicaba el aire con la mano para apartar aquel humo irritante—. Pero le estoy muy agradecido, y eso es decir poco. Dígame, ¿qué clase de hombre es usted, para ser capaz de seguir la pista de un ur-kheri-heb?
—Soy una persona que colocó un artefacto espía entre sus ropas —contestó el feo inspector sin pestañear—. Mi escarabajo sigue siendo visible para mí, sea cual sea el disfraz ilusorio que le cubra, Magister.
Inhetep arrancó el dispositivo metálico en forma de escarabajo al que se había referido Tuhorus de la espalda de su túnica y lo devolvió al individuo.
—¿Y qué me dice de mi incapacidad para despistarlo? Supongo que me ha seguido desde la posada.
—En absoluto. Dejé esa tarea a otra persona; sabía que usted se daría cuenta, la despistaría y después se dirigiría al lugar adonde hubiese decidido que necesitaba ir.
—Pero… Ya comprendo. ¿Era tan evidente que iría en busca de Matiseth Chemres?
—Parecía la perspectiva más probable, de modo que monté guardia en el exterior del templo, y desde ese momento he estado cerca de usted.
—Felizmente para mí —dijo el mago-sacerdote mientras tomaba del brazo a Tuhorus—. Acompáñeme a Los Juncales. Necesito algún alcohol fuerte… por ejemplo, el excelente brandy de Neustria. Venga a beber una copa conmigo, por favor. Creo que le complacerá saber lo que he descubierto en mi visita de esta noche al sumo sacerdote.
Sin decir palabra, pero ayudando a caminar al magullado magosacerdote, el inspector Tuhorus hizo un gesto de conformidad.
Después de sentarse cómodamente, los dos investigadores saborearon el licor por unos minutos, antes de hablar.
—Este brebaje es tan fuerte que me va a impedir que siga trabajando esta noche —comentó el policía mientras se frotaba los ojos, después de dejar a un lado la copa vacía.
—No hasta que le haya contado lo que he descubierto —contestó el Magister. Inhetep contó entonces lo que había ocurrido, tanto en su examen mágico de las estancias del sumo sacerdote, como todo lo que sucedió después.
—Tenía el mismo desmesurado interés por la geografía que el que mostraban los mapas murales del gabinete de Ram-f-amsu, de modo que, por así decirlo, el gobernador y él compartían el mismo capricho. El tema no tiene importancia sin más pruebas concluyentes, lo admito.
—¿Y encontró más pruebas? —preguntó Tuhorus.
—Sí. Creo que mañana debería acompañarme en otra pequeña visita. Algunos libros de la biblioteca de Matiseth Chemres no son lo que parecen.
—¿No?
—No. Las tapas indican que son libros sobre el Sudd y la navegación por el curso alto de las dos ramas del Nylo, pero en el interior el buen eclesiástico ha incluido unas extensas notas sobre determinada organización y sobre una conspiración. Al parecer, el fallecido príncipe y gobernador de su sepat, Tuhorus, estaba preparando una insurrección.
—¿Bromea? No existe la menor posibilidad de cambiar la dinastía, ni siquiera con faraones de la actual casa reinante. No, porque…
—Ram-f-amsu lo sabía muy bien. Sus planes seguían una dirección muy distinta. Pretendía desmembrar el Bajo Aegipto del reino, conviniéndolo en un Estado separado y soberano, por así decirlo. Descubriremos más cosas cuando registremos el palacio y analicemos más despacio las propias notas de Matiseth. El príncipe había sugerido que Set podría convertirse en la deidad principal del nuevo reino. Matiseth estaba de acuerdo, por supuesto. Es algo típico de todos los seguidores de Set, sean eclesiásticos o seglares.
—¿Por qué no lo arrestó en el acto, Inhetep?
—Eso habría puesto sobre aviso al resto de los implicados. Tengo razones para sospechar que se trata de una conspiración de grandes dimensiones. Traté de convencer a Chemres de que cooperase, pero está firmemente decidido a proseguir sus propios planes siniestros. —Se detuvo, vertió un poco más de brandy en ambas copas, y luego continuó—: Más tarde nos espabilaremos los dos con un trago de estimulante mágico, de modo que disfrute de la ocasión. El brebaje que Te daré después hace que uno se sienta en plena forma, pero tiene el mismo sabor que un destilado de heces de murciélago y sudor de caballo, sólo que peor… y peor es también cómo se sentirá una hora después de que sus efectos hayan desaparecido, a menos que para entonces se haya ido a dormir.
—¿El palacio del gobernador? Inhetep asintió.
—Necesitamos registrar el palacio de punta a cabo para encontrar pruebas de la conspiración. Luego iremos a buscar a Chemres y lo enfrentaremos a ellas. Ese bribón ambicioso ha sido capaz de enviar a dos gorilas para matarme, con el fin de ocultar su secreto.
Tuhorus sacudió la cabeza, mostrando su desacuerdo.
—Esos hombres no eran suyos, Magister. ¿No les oyó hablar?
—No —admitió el mago-sacerdote—. Estaba demasiado ocupado intentando salvar mi piel. ¿Por qué está tan seguro de que no se trataba de hombres de Matiseth?
—Uno de ellos llevaba armas azirias y los dos hablaban en mongol o túrico. Apostaría a que uno era un chamán y el otro un guerrero dedicado a estas tareas por devoción.
Los ojos verdes se clavaron en los del poco agraciado inspector.
—Demuestra unos conocimientos desusados en un policía urbano, Tuhorus. Me gustaría saber cómo está tan seguro de lo que afirma.
—Por la razón, ur-kheri-heb, de que casualmente he pasado doce años estudiando a los pueblos bárbaros y la magia primitiva… además de botánica, toxicología y las demás materias relacionadas con ellas. En ese proceso, también he llegado a ser un experto mago práctico.
Inhetep pensó en todo ello durante unos momentos. En una ciudad como On, y en el tipo de trabajo que tenía encomendado, a Tuhorus le serían muy útiles sus conocimientos sobre las formas de heka empleadas por magos autodidactas, practicantes de la magia a ratos libres y otros que convenían los suburbios de su comunidad en un hogar propio. El hombre tenía escasas dotes naturales, pero con dedicación y perseverancia era posible manejar una considerable cantidad de magias menores. Esa capacidad podía explicar también la posición de Tuhorus en la jerarquía de la prefectura metropolitana: un hombre valioso pero temido, siempre en puestos operativos pero sin ascender nunca al puesto de jefe superior. El Magister consideró probable que hubiera ascendido desde los escalones inferiores hasta ocupar un cargo de importancia. Eso explicaría su patente antipatía hacia Inhetep: un urkheri-heb-tepi noble, rico y bien educado, todo lo que no era el inspector jefe. Setne dirigió una cálida sonrisa al individuo e hizo un gesto afirmativo. Su voz revelaba admiración cuando dijo:
—Muy bien. Creo que los dos juntos, Tuhorus, podremos concluir en poco tiempo este caso… su caso, en realidad. Yo estoy aquí meramente para servirle de ayuda.