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Lunes, 26 de julio de 1999, 3:09 am

Estado de Nueva York

Ramona había esperado que Xaviar se dirigiese a la Asamblea para discutir planes o encomendar misiones. Pero cuando comenzó el ataque, todos parecían saber su cometido. Todos menos ella.

La ruidosa estampida cerca de Table Rock se había convertido rápidamente en un silencioso avance al llegar al prado, y la visión fantasma de Ramona se había disipado, devolviéndole su visión habitual del mundo. Suponía que habría unos veinticinco o treinta de sus compañeros de clan interviniendo en el ataque. Algunos rodearon el prado por los lados: al parecer, Xaviar y Tanner estaban entre ellos. Ramona había perdido su rastro y no los veía cerca.

Junto con otros Gangrel, se acercó a la boca de la cueva a través del prado. No estaba lejos del lugar donde se había hundido en la tierra tres noches antes… el mismo donde había puesto fin a la vida de Zhavon. Cara de Rata estaba cerca. Snodgrass y Renée Relámpago estaban allí. Joshua el Sabueso y otros tres a los que Ramona no conocía se pusieron a su izquierda. Nadie hablaba. El ataque entero parecía orquestado por instinto, aunque Ramona se sintió aliviada al ver que algunos de los demás miraban a su alrededor en busca de guía o consejo. Siguiendo las indicaciones de Joshua, los ocho se ocultaron a varios metros colina arriba, justo a la altura suficiente para poder ver la entrada de la cueva.

Ramona apenas había tenido tiempo para preguntarse qué pasaría a continuación cuando vio a Tanner y otros cuatro —reconoció a Emil entre ellos— dirigiéndose hacia la cueva a través del prado. Se concentró para oír alguna señal de su paso. Aunque todavía estaban bastante lejos, desde su cambio era capaz de oír ruiditos a aquella distancia. Casi no reparó en la extraña sensación de que sus orejas se enderezasen al ponerse a la escucha. Pero aquella vez no pudo captar ni un ruido. Tanner y los que le seguían se movían hábilmente y en silencio. Ramona supuso que, de haber temido los vampiros que los viese alguien, ella nunca hubiese sabido cuándo se deslizaban en la cueva. Ella, Cara de Rata y sus compañeros contemplaron cómo el grupo de Tanner llegaba hasta los pinos de la entrada y se desvanecía en la oscuridad.

En cuestión de unos momentos, el silencio se hizo insoportable.

Ramona se sentía como si estuviese conteniendo la respiración: aunque ya no respiraba, la urgencia y la necesidad de silencio activaron en ella ciertos recuerdos lejanos, haciendo que sintiese que estaba haciendo algo indebido. Pero entonces sus pensamientos se dirigieron a Tanner y los cuatro Gangrel que le acompañaban. Pensó que sólo unas pocas noches antes, ella, Darnell y Jen habían entrado allí… y en lo que había ocurrido.

Pero aquél era Tanner, se recordó. Estaba infinitamente más experimentado que ella en cuanto a las letales extravagancias de aquel mundo de tinieblas, donde la muerte era un acontecimiento tan frecuente y ordinario. Y estaba con otros Gangrel curtidos. Ellos se ocuparían del asunto que Ramona y sus amigos habían estropeado.

¿Qué haría si Tanner salía con el Toreador como un cautivo? Probablemente ella querría darle el golpe de gracia. Y lo mismo reclamaría Tanner. Y aunque no cabía duda de que el Toreador debía pagar por Zhavon y Jen, Ramona no sabía si podría matar a sangre fría. Tras su llegada al prado, la furia de la carrera de Xaviar, de las vueltas en torno a Table Rock, se había disipado en gran medida, cediendo su lugar al miedo y los recuerdos.

Puede que Darnell siga vivo, pensó. Él arrancaría la cabeza del Toreador sin pensárselo dos veces, y Ramona no tendría que tomar la decisión.

Todas las incertidumbres y preguntas de los dos últimos años se agitaban dentro de Ramona. Querían ser liberadas, mientras ella se agazapaba en la colina sin necesidad de contener el aliento. Los gritos que rasgaron el silencio fueron casi un alivio. Resonaron siniestramente en la entrada de la cueva, filtrándose después entre los pinos hasta quedar libres en el aire nocturno.

Pero no eran los gritos del Toreador.

Todos a su alrededor se pusieron rígidos al instante. Ramona no podía identificar los gritos —el sonido estaba irreconociblemente amortiguado al llegar a ella— pero comprendió que los gruñidos de los atacantes se habían interrumpido bruscamente, convirtiéndose en gritos de sorpresa y dolor.

—Dios mío —dijo Joshua el Sabueso—. ¿Qué está pasando?

Ramona no contestó —su boca estaba demasiado seca, su mandíbula crispada, las palabras no podían salir de su garganta— pero lo sabía.

Lo caóticos gritos y los amortiguados ruidos de pelea siguieron oyéndose. Una lucha a corta distancia raramente duraba más de un minuto. Quizá no hubiese pasado más tiempo, pero parecía una eternidad. Como los vampiros a su alrededor, Ramona se había puesto en pie, aunque ello significase quedar a la vista. La incertidumbre hizo presa en ellos. Podía sentir cómo se miraban unos a otros. ¿Debían cargar hacia la cueva? Seguramente Tanner no necesitaba ayuda, pero los ruidos desde el interior…

Y Ramona no pudo sino recordar…

El ruido de lucha se estaba volviendo, si no más débil, sí menos confuso. Eran ya menos los combatientes que añadían sus voces —sus gruñidos, sus rugidos, sus gritos— a la cacofonía. Pero otro sonido se había incorporado: largos lamentos, gemidos dolientes, gemidos de moribundos. La mente de Ramona reaccionó furiosamente, pero al mismo tiempo sin llegar a ninguna parte. Intentó sin éxito rechazar las conclusiones que surgían ante ella: si la lucha continuaba, el Toreador seguía vivo, así que al menos parte de los gritos y lamentos debían de partir de los Gangrel, de sus compañeros de clan.

Pero los gemidos enmudecieron, uno por uno. Casi tan repentinamente como había sido interrumpido antes, volvió a reinar el silencio. La ligera brisa que bajaba desde el risco pareció un trueno para las orejas enhiestas de Ramona.

Están acechándole, pensó. Le han herido, y ahora le rodean para matarle.

Pero justo entonces salió una figura de la cueva, dando fin al optimismo de Ramona. Se agarró a uno de los pinos a la entrada, inclinándose contra el árbol durante varios segundos. Era Emil. No descansó mucho tiempo: al oír algo, miró hacia la negrura de la cueva y huyó de allí. Intentaba correr, pero algo le ocurría a su pierna izquierda, no soportaba su peso. Emil se tambaleó, cayendo cerca de la entrada. Mientras se intentaba poner de nuevo en pie, Ramona observó que tenía la cara ennegrecida y quemada. Alzó una mano distraídamente hasta las marcas en su propio rostro.

Pero no había tiempo para distracciones. El Toreador salió de la cueva. Miró a su alrededor por un momento, como si le sorprendiese la existencia de un mundo más allá de los túneles y cavernas subterráneos. Aun desde el prado, parecía más grande de lo que Ramona recordaba… o quizá sólo el ojo fuera más grande. Parecía resplandecer a la luz de las estrellas. Latía y se estremecía, pareciendo una cosa viva, separada del cuerpo a su alrededor.

Como había ocurrido tres noches atrás, Ramona vio al Toreador con reacciones mezcladas. A primera vista, parecía bastante inocuo… era flacucho y tenía una nariz enorme, ¿y de verdad podía ser un peligro alguien con un pelo tan desastroso? Mariquita artístico, pensó Ramona.

Pero entonces se dio la vuelta, y el ojo, aquel ojo repulsivo, proyectó una luz distinta sobre él. De pronto era más grande que la vida, letal, aterrador.

Probablemente los Gangrel que acompañaban a Ramona se debatían con impresiones parecidas. En cierto sentido parecía casi de risa que aquel vampiro pudiese suponer una amenaza. Pero Jen no se reía.

Ni Emil.

La desorientación del Toreador fue breve. Ramona se dio cuenta de que habían perdido su oportunidad. Algo terrible había ocurrido en la cueva, pero quizá el espacio cerrado hubiese supuesto una ventaja para el Toreador. No podía saber lo que le esperaba más allá de los pinos de la entrada.

El ojo se clavó en Emil. Incluso a una distancia de varios metros, el Toreador pareció cernirse sobre el Gangrel caído.

Observando a Emil, una pregunta paralizadora hizo presa en Ramona: ¿Dónde está Tanner? Había encabezado el grupo, pero por el momento sólo había salido Emil, y herido y quemado. De pronto, aun entre los demás Gangrel, se sintió completamente sola y asustada. ¿Dónde está Tanner? quería gritar a Emil mientras le zarandeaba. ¿Por qué le has dejado ahí dentro?

—Ya es tuyo —dijo Cara de Rata al lado de Ramona, aunque sus palabras iban dirigidas a Emil—. Eso es… deja que se acerque un poco más… ¡y reviéntale las tripas!

Emil se había alzado sobre las rodillas, y efectivamente el Toreador se estaba acercando, pero Ramona supo que el Gangrel no lanzaría un solo golpe más. Vio la tensión en su postura, comprendiendo que sólo deseaba huir, pero que incluso aquello estaba fuera de su capacidad. El ojo impedía a la voluntad de Emil controlar sus músculos, como había hecho con Ramona. Tanner había estado allí para ayudarla.

—Dios mío —musitó Joshua. Los demás miraron con silenciosa incredulidad.

Con unos pocos pasos, el Toreador se puso junto a Emil, agarrando decididamente al Gangrel por la cabeza. Unos segundos más tarde la cabeza de Emil había dejado de existir, fundiéndose hasta deshacerse entre los dedos de su enemigo. La criatura, con su ojo palpitante sobresaliendo más de lo que hubiese sido posible, se quedó en pie con la sangre y la carne licuada goteando de sus manos.

Los compañeros de Ramona estaban estremecidos más allá de las palabras, con las bocas y los ojos abiertos por el asombro. Ramona ya había visto algo parecido —Zhavon deformada hasta casi lo irreconocible, los brazos de Darnell sacados de su lugar— pero incluso ella boqueó con horrorizada fascinación. Por segunda vez aquella noche, sintió la necesidad de vomitar, el sabor de la sangre subiendo por su garganta. Pero no había tiempo.

—¡Mirad! —Cara de Rata fue el primero del impotente grupo en recuperar el habla. Señaló el prado: dos grupos de más o menos media docena de Gangrel estaban cargando contra el Toreador desde dos direcciones distintas.

¿Por qué han tardado tanto? fue lo primero que pensó Ramona. ¿También habían quedado paralizados por el horror al ver la muerte de Emil? ¿O, como Cara de Rata, habían subestimado al Toreador y creído que Emil pondría fin a todo con un simple golpe de su garra?

Ramona no pensó que también debería colaborar hasta que oyó a Joshua gritando colina abajo. Había esperado que Tanner y los importantes antiguos del clan se hiciesen cargo del problema… pero no sabían dónde se estaban metiendo, y ahora ella se veía arrastrada a la lucha.

Ramona y los demás siguieron a Joshua. No tenían un plan específico, pero no podían quedarse a mirar; cargaron colina abajo contra el Toreador. Pero al dar el primer paso Ramona se dio cuenta de que se movía a cámara lenta, de que la escena se desarrollaba ante ella y de que había sido sacada de la misma para convertirse en una mera espectadora. Por segunda vez aquella noche, la visión fantasma bajó sobre ella, como un filtro sobre sus sentidos en hiperalerta. A diferencia de la otra vez, no sintió unidad alguna con sus compañeros de clan, sino sólo miedo.

Ante ella, el Toreador estaba de espaldas a la cueva. A su derecha estaba el grupo más cercano de Gangrel, con Acecha-en-los-Bosques a la cabeza: no quedaba nada en él que pareciese humano, avanzaba a cuatro patas, su cara convertida en un monstruoso morro lleno de colmillos. Espumeantes chorros de baba salían de su boca.

Más Gangrel cargaban por el otro flanco.

Edmondson iba en cabeza, con Mutabo justo detrás. Su anterior tranquilidad había desaparecido. El asesinato brillaba en sus ojos. No veían la necesidad de guardar sigilo, y avanzaban rápidamente a través de la alta hierba. Para la visión cambiante de Ramona, sus compañeros de clan eran borrones de movimiento, chispas doradas como fieros cometas. Ninguna criatura podía hacer frente a tantos Gangrel.

A pesar de todo, el miedo de Ramona no hizo sino aumentar.

Las Noches Finales se acercan.

Miró a su alrededor, casi esperando ver al viejo Pluma Negra, pero el prado estaba ocupado por la hierba, las flores salvajes y criaturas de muerte. Dirigió su nueva visión hacia el Toreador, y de inmediato deseó no haberlo hecho. Hizo cuanto pudo para resistir el impulso de darse la vuelta y huir.

Mientras le miraba, el Toreador se cogió el ojo protuberante y lo sacó de su cuenca. Un ensangrentado nervio colgó en el aire como una anguila, retorciéndose cuando el Toreador alzó el ojo por encima de su cabeza, y enroscándose en torno a su mano. El nervio se hizo más largo —treinta centímetros, sesenta…— hasta que por fin llegó a suelo y empezó a enterrarse.

Todo parecía ocurrir muy despacio. ¿Por qué no caen sobre él? se preguntó Ramona, pero los demás Gangrel no parecían haber avanzado mucho. Los miembros de su propio grupo estaban a sólo unos pasos.

Las rodillas de Ramona volvieron a temblar, pero esa vez se dio cuenta de que en realidad no eran sus rodillas, sino la misma tierra, lo que se estremecía. El Toreador parecía cada vez más grande… no… no más grande sino más alto. Estaba elevándose en el aire, sobre un pedestal de piedra que había brotado bajo sus pies, unos metros por encima del prado. El nervio del ojo se agitó como una sanguijuela frenética al hundirse en la piedra. Se volvió rojizo y oscuro, hinchándose hasta que Ramona pensó que reventaría.

Acecha-en-los-Bosques debía de haber visto el nuevo monolito, pero aquello no pareció detener su carga ni cambiar sus intenciones asesinas. El Toreador volvió el ojo hacia el grupo de Gangrel más cercano. Al instante, una lanza de piedra brotó del suelo, y el mismo impulso de Acecha-en-los-Bosques le hizo caer sobre su punta. Ramona dio un respingo, recordando a Jen, cuando la piedra elevó a Acecha-en-los-Bosques del suelo. El Gangrel se sacudió espasmódicamente mientras su sangre corría a lo largo de la lanza de piedra.

Sus compañeros dejaron atrás el cadáver, y dos de ellos sufrieron el mismo destino a los pocos pasos.

A cada golpe, Ramona se tambaleaba como si lo hubiera recibido ella, y aunque Acecha-en-los-Bosques había dejado de moverse, tuvo una efímera visión del monstruoso vampiro elevando su rostro hacia el cielo y lanzando un aullido de desafío: ¡Soy Acecha-en-los-Bosques, y muero por mi clan esta noche!

De igual forma, Ramona vio en los otros dos Gangrel que habían compartido el final de Acecha-en-los-Bosques algo que hubiese quedado oculto a su visión normal.

¡Soy Ronja, y muero por mi clan esta noche!

¡Soy Peera Entrega Regalos, y muero por mi clan esta noche!

Los otros tres Gangrel que habían atacado con Acecha-en-los-Bosques se detuvieron cuando una pared de roca brotó en medio de su camino. La primera de ellos, una mujer notablemente musculosa, se lanzó contra el muro y empezó a trepar por él. Los otros dos no había reaccionado aún cuando la tierra cedió bajo sus pies. Al mismo tiempo, el muro y la mujer que trepaba por él cayeron en el pozo recién formado. Los gritos del trío fueron aplastados a los pocos segundos, pero sus mudos gritos finales resonaron en los oídos de Ramona.

¡Soy Luisa… soy Crenshaw… soy Bernard Pie Ligero… y muero por mi clan esta noche!

Los pasos de Ramona se hicieron más lentos para adaptarse al ritmo de la letanía.

Casi al unísono, cerca de una docena de megalitos de piedra, irregulares columnas en ángulos al azar, se alzaron del suelo al otro lado del Toreador. Edmondson y su grupo, moviéndose con más cautela que sus infortunados compañeros de clan, lograron sortear los pilares. Mutabo fue el más cuidadoso, dando un amplio rodeo mientras se mantenía atento a las espinas de piedra que intentaban atravesarle y los megalitos que caían para aplastarle bajo su peso.

El Toreador volvió su ojo hacia ellos. Su rostro no mostraba animosidad, sino una expresión casi profesional. Ramona creyó ver también locura en su ojo normal. ¿Cómo podía aquella abominación no haber sucumbido a la demencia?

Ramona, extrañamente apartada de la escena, estaba atónita ante los vividos matices del sacrificio de sus compañeros: sangre carmesí corriendo por las picas de piedra, los pálidos tonos de la carne de los vampiros que habían perdido su no vida, la enfermiza piel gris del Toreador, con la esfera venosa en alto, envuelta en aquel icor gelatinoso y el rojizo nervio pulsante. Supo en aquel instante que nadie más veía lo que estaba viendo ella, que nadie más podía verlo. Para ellos, el cielo nocturno y las estrellas eran como habían sido siempre. Las estrellas imposiblemente brillantes, como la misma luz del día, eran sólo para Ramona, para la visión fantasma que le había dado Pluma Negra.

Se dio cuenta de que no era lo único que los demás no veían. Vio la brillante luz de las estrellas reflejadas en el ojo del Toreador, en el nervio que conectaba la esfera a la piedra. Mientras seguía mirando, los megalitos mismos, un gigantesco jardín de piedra, se pusieron a brillar desde el interior. Sus terrosos tonos grises, blancos y pardos empezaron a convertirse en un feroz rojo, y su número aumentó.

Los demás Gangrel no veían, no podía ver, el cambio en las piedras, no vieron que los megalitos se volvían opacos, que en su interior se agitaba un fluido rojo y anaranjado, la materia de la tierra misma. Edmondson, Mutabo y los demás seguían acercándose al Toreador. Observaban los megalitos con cautela, pero sin darse cuenta del cambio.

Ramona intentó llamarlos, pero la batalla era como un sueño desplegándose ante ella. Veía más claramente que sus compañeros, pero no podía detenerlos.

La primera explosión hizo que cayera al suelo. Su ensordecedora fuerza hizo estremecerse todo el prado. El fiero magma expulsado por el megalito voló por el aire.

A los pocos segundos, otro megalito entró en erupción, y un tercero, y un cuarto. El material volcánico borró la cabeza y el brazo izquierdo de Mutabo. Otra Gangrel a su lado miraba con estupefacción el espacio que hasta un momento antes había ocupado la mitad inferior de su cuerpo.

¡Soy Mutabo, y muero por mi clan esta noche!

¡Soy Lisa Espalda Fuerte…!

¡Soy…!

Los megalitos resplandecían y explotaban por todas partes. Ramona podía ver cómo se agitaba el fuego dentro de cada uno, como hervía la roca antes de salir despedida hacia el cielo en una franja incandescente. Los Gangrel morían a su alrededor. Sus cuerpos abrasados y mutilados volaban por los aires y caían para no levantarse más, pero los caídos aullaban en silencio, prolongando la letanía de los muertos.

¡Soy Aileen, chiquilla de Brock…!

¡Soy…!

¡Soy…!

¡Soy Brant Edmondson, y muero por mi clan esta noche!

Sus gritos eran de desafío. Ni siquiera en la Muerte Final flaqueaban ante el enemigo.

Cara de Rata y los que habían empezado a correr desde la ladera de la colina estaban ya más cerca del Toreador. Renée Relámpago se había adelantado a los demás, y cientos de gotas de magma se estrellaron contra ella, devorando su carne. Otro megalito hizo erupción, escupiendo lava en espléndidos arcos. Snodgrass desapareció bajo uno de ellos.

Ramona tropezó. No podía mantener el ritmo. Su pelo se agitaba por el calor. Cada paso era un esfuerzo de voluntad ante todo lo que estaba viendo… ante todo lo que no debería ver. La visión fantasma revelaba demasiado; igualmente podía haberla dejado ciega. La liberaba y al mismo tiempo la tenía aprisionada. Ramona podía ver su destino acercándose a los Gangrel, pero era incapaz de manejar la realidad lo bastante bien como para salvarlos.

¡Soy Renée Relámpago…!

¡Soy Snodgrass…!

Ramona se dejó caer de rodillas. Estaba tan cansada… Saber que había fallado a sus compañeros de clan disipó sus fuerzas. Había tenido los medios para salvarlos, quizá para llevarlos hasta la victoria, pero no podía usar aquella visión fantasma. Sabía que hubiese tenido que ser capaz de hacer algo. Maldito Pluma Negra, pensó, con más resignación que furia, mientras se sentaba meditabunda a la espera de la lluvia de roca fundida que pondría fin a su dolorosa vida más allá de la muerte.

Un espeso humo cubría el prado, pero Ramona pudo ver al Toreador en lo alto de su pequeño montículo de piedra, con su ojo y su obsceno nervio palpitante. Parecía animado por la destrucción de los Gangrel, y también estar orquestando la carnicería mediante aquel ojo repulsivo. Lo sostenía en la mano, y cada vez que lo enfocaba en una dirección u otra, un megalito aniquilaba a otro Gangrel, o se abría un pozo bajo los pies de otro compañero de Ramona.

¡Soy Jacob Una Oreja…!

¡Soy Nadia…!

Pero el monstruo del ojo no lo veía todo. No había visto a Xaviar saltando desde la colina sobre la entrada de la cueva. Aquel cuerpo vestido de cuero fue como un meteoro de esperanza para Ramona; su pelo rojo flotaba tras él como la ardiente cola de un cometa. Ramona tuvo una súbita premonición de victoria: vio al Toreador cayendo bajo Xaviar, el grotesco ojo tirado al suelo de piedra y aplastado en una explosión de asqueroso pus y materia carnosa.

Pero aquella breve visión se debía a la esperanza, no a la visión fantasma, y la realidad no la siguió.

Xaviar llegó a golpear al Toreador desde atrás, pero el otro se mantuvo firme, como si se hubiese convertido en una extensión de la roca bajo sus pies. Xaviar, esperando que su objetivo cediese bajo él, cayó sobre la piedra.

¡Cae sobre el nervio! rogó Ramona. ¡Quítale el ojo de la mano!

Pero entonces una explosión sacudió el suelo bajo los pies de Ramona. Un momento estaba presenciando el duelo entre Xaviar y el Toreador, y al siguiente sólo pudo ver un borrón de movimiento y relucientes chorros de magma. Todo se volvió negro.

Estrellas lejanas.

Lo siguiente que supo Ramona fue que estaba mirando el cielo nocturno. Tardó un momento en darse cuenta de que estaba tendida de espaldas. Había sido derribada por la explosión. Casi aliviada por su desvanecimiento, se movió para ver qué parte de su cuerpo habría sido arrancada o consumida por la lava. Para su sorpresa, estaba bastante intacta. No había sido golpeada por roca fundida, sino por Cara de Rata. El pequeño Gangrel la miraba sin expresión. El humo se elevaba de los bordes del agujero de su pecho, y la sangre y los tejidos aún siseaban por el calor.

¡Soy Cara de Rata, y muero por mi clan esta noche!

Ramona se zafó del cadáver y lo bajó con suavidad hasta el suelo. Más que cualquiera de los demás Gangrel, Cara de Rata había intentado ser un amigo para ella, aunque ya no podía hacer nada por él. Esperaba reunirse con él en la Muerte Final en cualquier momento. Oír su nombre en la letanía sorprendió a Ramona. Había relacionado la letanía con la visión fantasma, pero aunque el cántico se prolongaba la visión había desaparecido. El cielo nocturno era de nuevo el cielo nocturno, las estrellas ardía como era debido, y la luna, brillante pero normal, estaba baja en el horizonte. La visión fantasma se había disipado.

Ramona no estaba segura de cuánto tiempo había pasado inconsciente. Miró hacia el montículo de piedra sobre el que luchaban Xaviar y el Toreador, y cualquier vestigio de esperanza que pudiese haberle quedado se marchitó entonces en su interior. Xaviar seguía aún en pie, pero en un ángulo muy extraño… por una razón obvia. Estaba atravesado por púas de piedra brotadas de la superficie del montículo. Una salía por su rodilla derecha. Otra le había atrapado por los bíceps. Su brazo izquierdo se alzaba inútil en el aire. Un pie apenas tocaba el montículo. El Gangrel no podía moverse, mientras su adversario, a apenas unos metros, se acercaba a él.

Ramona volvió a echarse al suelo chamuscado. La alta hierba que cubría el prado había ardido casi por completo. Los pocos Gangrel que quedaban en pie habían roto filas —aunque la batalla entera no podía haber durado más que unos minutos— y estaban corriendo, pero los megalitos seguían escupiendo su lava mortal. Una nueva explosión hizo que todo el prado temblase. Joshua el Sabueso perdió el equilibrio, cayendo en uno de los charcos de roca fundida que había por todas partes.

¡Soy Joshua…!

Pero Ramona pudo oír otra voz por encima de la letanía: Levanta, Ramona. Sigue adelante.

Se quedó tendida de espaldas: no quería nada más que mirar a las estrellas hasta que la lava la cubriese, pero la voz se negaba a dejarla sola. Era suave, insistente. Tienes que levantarte, Ramona. Levanta. Sigue adelante.

Alzó la cabeza y vio una borrosa figura de pie a su lado, muy cerca de ella, entre el humo y la niebla. Tenía los ojos llorosos, pero creyó ver a…

—¿Jen?

Ramona se apoyó sobre los codos. El humo se hacía más espeso, manteniéndose cerca del suelo. Había una figura ante ella, pero no era Jen.

¿Tumbada tan ricamente cuando cierto hijo de puta con el ojo saltón necesita que le partan el culo?

Darnell, pensó Ramona. Estaba allí cuando era imposible, con su cuerpo, como había estado Jen. Estaban ocupando su lugar en la letanía de los muertos.

Empezó a ponerse en pie.

—No recuerdo que le partieses el culo —musitó a Darnell, pero él ya no estaba allí.

No te rindas, Ramona.

Se quedó paralizada mientras se estaba levantando. Alargó una mano hasta el suelo para mantener el equilibrio. Algo se agitaba en su interior, una parte de ella que quería responder a la voz, responder a Zhavon.

No te rindas.

La chica estaba ante Ramona, hermosa, intacta. Habló de nuevo, y su voz fue menos amable, prácticamente una reprimenda: No te rindas.

Ella sonrió y se puso en pie del todo, sólo para encontrarse sola junto al cuerpo humeante de Cara de Rata. Sintió los aguijonazos de la pérdida, pero había recuperado la compostura y la situación no dejaba tiempo para lamentos.

Los megalitos habían dejado de elevarse por fin, así que las explosiones eran menos numerosas y más predecibles, pero el prado estaba convirtiéndose rápidamente en un lago de lava, a medida que el magma iba subiendo de nivel. La roca fundida no tardaría en cubrir todo el espacio entre las colinas. Aún quedaban muchas pequeñas islas, como la pequeña elevación sobre la que se encontraba Ramona con el cuerpo de Cara de Rata, pero a medida que el lago rojo ascendía, iban haciéndose cada vez más escasas.

En lo alto del montículo, el Toreador se mantuvo más allá del alcance de la mano de Xaviar, ya que las garras aún podían ser fatales. De pronto, para el asombro de Ramona, la criatura olvidó su cautela y se acercó más. Sólo entonces se dio cuenta Ramona de que el Toreador ya no tenía el ojo en la mano, sino de vuelta en su cuenca, más o menos. Se preguntó por un segundo si su enemigo se habría sacado el ojo de verdad… o si se trataba de un truco de su visión fantasma. Pero no había tiempo para pensar en ello. El Toreador se acercó un poco más a Xaviar.

—¡Mátale! —gritó Ramona al Gangrel, sorprendida por el sonido de su propia voz atravesando el denso humo y resonando en las piedras—. ¡Mátale!

Xaviar estaba lo bastante cerca, pero no podía desafiar la voluntad del ojo más de lo que había podido Emil, o ella misma. El Toreador agarró el brazo atrapado de Xaviar y empezó a hacer presión. El miembro se torció y siguió torciéndose… no por el codo o la muñeca o el hombro como hubiese debido hacer, sino por la mitad del antebrazo. El Toreador apretó despacio y con firmeza, encontrando cada vez menos resistencia. El brazo se dobló como un limpiapipas.

Xaviar hizo una mueca de dolor, apretando los dientes hasta que le brotó sangre de la boca, pero no gritó.

Habiendo recuperado su propia voz, Ramona sintió que por fin volvía la voluntad a su cuerpo, pero estaba separada de Xaviar y el Toreador por un foso de lava demasiado ancho para que ella lo saltase. Pateó el suelo, avanzando hasta el borde del río de lava, pero no había forma de cruzar.

El humo y el vapor eran tan espesos que sólo podía distinguir vagamente las figuras del montículo… pero si no podía ayudar a Xaviar, quizá fuese mejor no verlo. El Toreador mataría a su enemigo —fundiéndole el cráneo, o arrancándole los miembros del cuerpo—, o quizá se limitase a jugar con él, como un gato con un pájaro herido.

Y si la lava no la reclamaba, el fin de la propia Ramona sería el mismo. Detrás de ella, otra Gangrel herida, una mujer de piel oscura, se arrastraba hacia el borde del prado, pero todas las vías de escape estaban bloqueadas por aquel infierno líquido. El aire caliente jugaba con el humo. Los megalitos, ya inactivos, parecían lápidas gigantescas.

Ramona se volvió hacia el montículo, preparada para hacer frente a su fin.

El Toreador rodeó el cuello de Xaviar con sus dedos, Ramona esperó que la carne de Xaviar se deshiciese, que su cabeza se inclinase en un ángulo imposible. Pero en lugar de ello, el Toreador levantó a Xaviar… con tanta fuerza que el cuerpo del Gangrel se soltó de las púas que lo aprisionaban. El chirrido del hueso al rascar la piedra envió escalofríos por la columna de Ramona.

El Toreador sostuvo a Xaviar por el cuello. El líder Gangrel había perdido las ganas de luchar, o quizá siguiera hipnotizado por el ojo. Colgaba impotente de la mano del Toreador.

Ramona esperó el golpe de gracia, pero de pronto el Toreador arrojó a Xaviar como si fuese una muñeca de trapo. El cuerpo del Gangrel parecía no pesar cuando voló por encima de la lava; nunca hubiese debido llegar tan lejos —Ramona no podía imaginar la fuerza del lanzamiento— pero por fin Xaviar se estrelló contra la tierra, no muy lejos de ella. Ramona corrió a su lado y él la miró, confuso. Bajó la mirada hasta su brazo y su pierna heridos, y después volvió a dirigirla a Ramona, como preguntándole de qué forma había acabado así.

Ramona se volvió hacia el Toreador, lista para gritar su desafío —¡Soy Ramona, y muero por mi clan esta noche!— pero justo entonces se despejó el humo. No todo, pero sí lo suficiente como para que Ramona pudiese ver claramente al Toreador… y él a ella. El fluido viscoso goteaba de su ojo corriéndole por la cara. El grito final se quedó atascado en la garganta de Ramona cuando el ojo tomó posesión de su voluntad. Tanner no estaba para salvarla. No había nadie. Sólo el ojo, y estaba obligándola… a correr.

Ramona se dio la vuelta y empezó a correr, cayendo al instante sobre Xaviar. Casi sin perder un paso, se lo cargó a la espalda y siguió su carrera.

Había fallado a sus compañeros de clan, había huido de la muerte, pero era incapaz de hacer que sus piernas dejasen de alejarla del ojo. La alejaba, desdeñándola como oponente de valía, y ella no pensaba discutirlo. Sin aflojar el paso, echó una temerosa mirada por encima del hombro. El ojo se había apartado de ella, pues el Toreador contemplaba su victoria.

Entonces el humo volvió a espesarse, y lo único visible fue una vaga silueta en el montículo… y el resplandor del ojo.

Ramona alcanzó a la mujer que había visto arrastrándose antes. No había salida: la roca fundida y burbujeante bloqueaba todas las vías de escape. Pero mientras Ramona avanzaba un poco más, la mujer, que tenía la mayor parte del cuerpo cubierta de quemaduras, se arrojó a la lava. Ramona se paró al verlo.

Suicidio, pensó… no era una idea muy descabellada a aquellas alturas.

Pero entonces vio el arco del salto de la Gangrel y la pequeña isla entre el magma sobre la que aterrizaría… lo bastante cerca del borde del prado como para alcanzar la libertad con un segundo salto.

No obstante, cuando la Gangrel aterrizó, sus pies y piernas atravesaron el suelo, revelando que la «isla» no era más que una costra de tierra y hierbas que había sido elevada en vez de consumida por la lava.

La mujer estaba demasiado sorprendida para gritar, pero el dolor era patente en su expresión cuando se hundió en lava hasta las rodillas. La supuesta isla desapareció bajo su peso.

Ramona sólo podía pensar en la carne y los huesos de la mujer fundiéndose de abajo arriba. Los muslos acabaron de hundirse. Xaviar gimió, con la boca a unos centímetros de la oreja de Ramona. No habría escapatoria para ninguno de ellos.

Pero la mujer silenciosa captó la mirada de Ramona, y una tácita comprensión pasó de una a la otra. Sin vacilar —si lo pensaba, flaquearía— Ramona saltó.

El humo de la lava la quemó al pasar. Si se había equivocado aunque sólo fuese por unos centímetros o compensado mal el peso de Xaviar, todo terminaría rápidamente. Ramona parecía estar suspendida en el aire, moverse más despacio de lo que permitían las leyes de la física.

Cayó sobre los hombros de la otra Gangrel. El impacto hizo que la mujer se hundiese hasta el pecho. Ramona se detuvo sólo una fracción de segundo para recuperar el equilibrio, y saltó de nuevo.

Voló por encima del magma, y cuando ella y Xaviar aterrizaron, lo hicieron sobre la tierra sólida allí donde el prado empezaba a elevarse… no muy lejos de donde había estado agazapada con Cara de Rata y los otros, lo que parecía mucho tiempo atrás.

Volvió la mirada una última vez, pero la mujer había desaparecido bajo la lava, hundida del todo por el segundo salto de Ramona.

¡Soy Maria Evernorth, y muero por mi clan esta noche!

Se acomodó el peso de Xaviar y empezó a correr colina abajo.