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Jueves, 22 de julio de 1999, 11:06 am

Estado de Nueva York

Zhavon sintió el latido en sus sienes antes que ninguna otra cosa, como si alguien estuviese golpeándole la cabeza con un martillo cada dos o tres segundos. Era cien veces peor que aquella vez que Alvina consiguió una botella de bourbon. El dolor pasaba de las sienes a las orejas, y después se extendía por la mandíbula, cuyos músculos estaban tensos y llenos de calambres, aunque tuviese la boca abierta. Zhavon la abrió y cerró metódicamente, haciendo trabajar la mandíbula hasta que los músculos se aflojaron un poco.

Le costó todo aquel tiempo reunir el valor suficiente para abrir los ojos, y unos instantes más darse cuenta de que estaban abiertos. Sólo veía oscuridad.

Es de noche, pensó. Estoy en una habitación a oscuras.

Pero sentía que algo no iba bien. Un montón de cosas no encajaban. Poco a poco, lo que registraban sus sentidos llegó hasta su cerebro, y la información fue filtrada a través del horror de las últimas horas.

El coche, recordó vagamente. Ya no estoy en el coche. ¿Cuánto había durado?, se preguntó. ¿Minutos? ¿Horas?

Y antes de aquello había estado… la chica de mis sueños.

El dolor le embotaba la base del cuello… La chica de mis sueños, intentó recordar. Ella… ella… me abrazó. Ella… Pero todo parecía borroso a partir de allí.

Dolor. Placer. Zhavon recordó haber contenido el aliento durante lo que parecía una eternidad. Recordaba no haber deseado sino que aquella sensación continuase y continuase y continuase.

Después había estado en el coche. Se había sentido enferma pero incapaz de basquear.

¿Y ahora? Oscuridad.

Agujetas. Cosquilleos. En sus manos. Las tenía dormidas, como los brazos a su espalda. Intentó moverlas, pero no llegó muy lejos. Notó un dolor distinto en las muñecas. Algo las quemaba. Una cuerda.

Atada, comprendió. Pero estaba demasiado débil para hacer nada salvo tomar nota. Estoy atada. A un poste, o algo así. Estaba frío. Como el hormigón o la piedra.

Parpadeó un par de veces, sin resultado: la oscuridad siguió allí. Aparte de los pinchazos, tenía frío. Mucho frío. Hasta los huesos. Intentó mover los pies, pero tampoco pudo. ¿También atados? Le pareció sentir la presión de la cuerda sobre los tobillos a través de los vaqueros.

El latido en sus sienes se hizo más fuerte, llevándose consigo todo pensamiento durante un rato. En algún momento, desapareció. Una suave brisa enfrió el rostro de Zhavon. La chica empezó a temblar… o se dio cuenta por fin de que estaba temblando. No podía ver nada, pero le pareció que estaba en un gran espacio abierto, una habitación muy grande.

Un ojo. De pronto vio la imagen de un gran y repulsivo ojo flotando ante ella en la oscuridad. No podía ser. La mente debía de estar gastándole una mala pasada.

Volvieron los latidos de la cabeza, y el ojo, si realmente había estado allí, desapareció.

Mamá. Zhavon formó la palabra con la boca. Sus labios resecos se quedaron pegados por un segundo. No salió ningún sonido. En silencio, empezó a llorar.