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Jueves, 22 de julio de 1999, 2:31 am

Meadowview lane, Hayesburg, Nueva York

Ojos rojos y resplandecientes atormentaban los sueños de Zhavon, y cuando cruzó el umbral entre el sopor y la vigilia, todo lo demás se desvaneció, transformándose.

Pero los ojos permanecieron.

Zhavon parpadeó con fuerza. Sabía que ya no estaba soñando, pero se sentía menos que despierta. Los ojos seguían allí, al otro lado de la ventana.

¿No deberían haberse ido? se preguntó aturdida. Me he despertado. No tendrían que seguir aquí.

Pensó, sin muchas ganas, en llamar a Tía Irma… era tan dura como Mama y tres veces más grande: nadie se metía con Tía Irma. Pero para Zhavon, la proximidad de su tía, las mismas paredes de la casa a su alrededor, parecían menos reales que aquellos ojos rojos.

Vigilantes.

Zhavon no se había despertado sorprendida. No huyó gritando de aquellos ojos en la ventana, pero una voz en su interior le aconsejaba cautela. Llama a Tía Irma, decía. Llama a la policía. Ahora.

¿Era la voz de Mama, o la que estaba siempre dentro de ella, la que habitualmente ignoraba? Zhavon sabía que aquella vez tenía razón —el pelo de punta en sus brazos y su nuca lo confirmaban— pero era una voz muy débil, y a cada segundo parecía estar más lejos.

Su mente recuperó viejos peligros: el asalto, el extraño par de zapatillas en la escalera de incendios. Pero todo aquello había sido allá en la ciudad. Allá en casa.

Llama a Irma… llama a la policía… ahora…

La voz sonaba entrecortada, como una radio que no recibiese bien la señal. No. Comprendió que no se trataba de interferencias de estática. Era otro sonido. El ruido blanco de su propia sangre circulando. El sonido de su pulso amplificado como si llevase unas caracolas gigantes en las orejas.

Irma… ahora…

Un mar de sangre engulló la voz, arrastrándola lejos, hasta que sólo quedó el inexorable ir y venir del océano.

Zhavon miró a través del cristal, y la imagen ante ella era la suya propia. Vio a través de aquellos ojos un mundo teñido de rojo sangre. Se vio a sí misma sentada en la cama, poniendo suavemente los pies en el suelo, quitándose el camisón por encima de la cabeza.

La voz… ¿qué estaba diciendo?

Vio su propio cuerpo, henchido de vida. Las venas no estaban tan cerca de la superficie, pero el ensordecedor rugido de una enorme ola embargaba sus oídos. Miró mientras buscaba una camisa, vaqueros, zapatillas.

La ola rugiente la llevó hacia delante, anulando el sonido de sus pasos. Su visión se oscureció.

Zhavon abrió los ojos… ¿habían estado cerrados? Giró un picaporte, abrió la puerta delantera y salió al exterior, a los brazos de la chica de sus sueños.