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BESO ROBADO
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1

 

Habían considerado ciento veintisiete posibles nombres para el restaurante. Al final decidieron llamarlo El Cocinero Pirata por tres razones: era original, no estaba registrado, y podrían poner en la fachada y en los menús el dibujo de un pirata rebanando una trucha con su espada.

Y estaba el resto de la decoración, claro: barrilitos de plástico para los condimentos, cortinas con buques de vela, lámparas de aspecto antiguo y espadas cruzadas justo por detrás de la caja registradora. Lina le había dicho a su padre que quizás debieran usar unos sombreros al estilo Jack Sparrow, pero el hombre había respondido que eso ya sería demasiado... salvo para la Noche de Brujas, durante la cual se pondría también un lindo parche en el ojo.

Lina estaba emocionada por la inauguración. No sólo porque la economía familiar dependía del éxito del restaurante, sino porque ella estaba haciendo un curso de cocina y ya tenía ganas de probar sus habilidades como chef, lado a lado con su padre. Trabajaría de mesera, mientras tanto, haciendo lo posible para que los clientes se sintieran cómodos y desearan volver.

No esperaban que entrara mucha gente el primer día, pero a la hora y media después de abrir cayó un grupo bastante grande de jóvenes entre los veinte y treinta años de edad, muy animados... y también hambrientos. Incluso las chicas pidieron un montón de comida, a pesar de que todas eran increíblemente esbeltas. Lina y su hermana Laura se repartieron las mesas para agilizar el servicio.

—¿Algo más? —le preguntó Laura a uno de los clientes.

—¿Qué tal tu número de teléfono, preciosa?

Ella levantó una mano, mostrando el anillo de compromiso.

—Lo siento, guapo, llegaste tarde.

—Oh, qué pena —dijo el hombre, pero luego pilló a Lina por el delantal y le dedicó una sonrisa devastadora—. ¿Y qué hay de ti, linda? ¿Estás libre?

—Déjala en paz, Dani, no seas baboso —dijo uno de sus compañeros.

—Sólo le estoy pidiendo su número de teléfono, no he dicho nada indecente.

Riendo, Lina contempló a su pretendiente. Debía de rondar los veinticinco años y parecía sacado de una propaganda de desodorante o perfume: rubio, apuesto, y con unos brazos tan musculosos que daban ganas de pedirle que se quitara la camisa para enseñar el resto. Sin embargo, ella no tenía por costumbre salir con hombres que le pedían una cita a cualquier chica que se les cruzara por delante.

—Gracias, pero no te conozco —respondió—. Y por las dudas, ella es mi hermana y mi padre es el dueño del restaurante. Él está en la cocina. Junto con el novio de mi hermana.

Varios de los presentes soltaron una carcajada.

—Oh, sí que te has estrellado de lo lindo esta vez, ¿eh, Dani? —opinó una de las chicas. El aludido, no obstante, se encogió de hombros.

—Bah, no se consiguen citas sin arriesgarse un poco. Y ya tengo práctica con los padres o novios enfadados.

—Cierto, pero ahora mismo no estás en condiciones de escapar corriendo.

—Podría pegarles con el bastón, en cambio.

Recién entonces se dio cuenta Lina de que el joven rubio tenía un pie enfundado en una bota ortopédica y de que había un bastón junto a su silla. Él vio que la chica estaba mirando y le dijo:

—Que esto no te detenga, mamacita, me la quitarán en una semana.

—Bien por ti —contestó Lina en tono diplomático, pero se alejó para tomar la siguiente orden.

Más tarde, mientras servía los diferentes platos, Lina se enteró de que todos aquellos jóvenes pertenecían a una compañía de ballet. El teatro se hallaba justamente a la vuelta de la esquina; Lina lo había visto, pero sólo de pasada.

—Este lugar nos queda perfecto para venir a comer —le dijo una de las bailarinas—. Seremos unos clientes estupendos, ya lo verás; después de bailar ocho o diez horas de corrido, terminas con ganas de comerte una vaca entera.

—Se lo diré a mi padre. Tal vez hasta puedan hacerme una lista de lo que les gusta, para que nunca falte nada.

—Oh, oh, cuidado con eso —intervino Dani—. Que estas chicas tienen que comer bastante, pero nosotros no podemos levantar bailarinas gordas.

—Ja, ja, púdrete —le espetó su compañera—. El pie te lo rompiste tú solo.

—No dije nada sobre mi pie. Mi pobre espalda, por otro lado...

—¿Y cómo fue que te rompiste el pie? —preguntó Lina.

—Un mal aterrizaje. Fractura de metatarsiano, pero ya está arreglada. Los espectadores no tendrán que sufrir por mi ausencia durante la próxima temporada. Pobrecitos, deben haberme extrañado horrores...

Dani hizo un gesto teatral con un brazo... y varios de sus colegas le arrojaron servilletas a la cara. Él se rió.

—Se cree muy importante porque hace poco lo ascendieron a bailarín principal —le dijo su compañera a Lina—. También sabe que es guapo, por eso tiene el ego por las nubes. No caigas en la trampa.

—¿Trampa? ¿Cuál trampa? —dijo Dani—. He hecho felices a todas mis novias. Satisfacción garantizada. Pero no puedes culparme por seguir buscando a mi alma gemela, Tati.

—Eso ni tú te lo crees.

Lina volvió a reír. Sólo por fastidiar, dijo:

—Pero ¿no era que todos los hombres que bailan ballet son...?

—¿Qué, homosexuales? —replicó Dani—. Nanay. En nuestra compañía hay tres, nada más. Y una chica lesbiana. A decir verdad, tienes que ser muy macho para bailar ballet. Puro músculo y destreza. Levantamos bailarinas de cuarenta y cinco kilos como si estuvieran rellenas de plumas. Aunque ya me gustaría que estuvieran rellenas de plumas. ¡Y que sudaran menos!

Volaron más servilletas hacia la cara de Dani.

—Es difícil no sudar cuando te hacen apoyar todo el peso de tu cuerpo sobre un pulgar —le dijo Tati a Lina—. Esta profesión tampoco es para niñitas delicadas.

Vaya que no, pensó Lina, viendo a las jóvenes devorar hasta la última migaja de lo que habían ordenado, incluyendo los postres. Debían de quemar calorías como esas antiguas locomotoras de vapor. Por primera vez en su vida, la muchacha sintió ganas de ir a ver un ballet, aunque fuera para averiguar de qué eran capaces aquellos cuerpos tan bien alimentados y entrenados.

Una vez terminada la cena, reunieron el dinero entre todos y mandaron a uno de los hombres a pagar, el que le había dicho a Dani que no fuera baboso. Él también era musculoso y apuesto, pero con una mirada apacible en lugar de traviesa. No dejó de contemplar a Lina mientras ella contaba el dinero, haciendo que se sonrojara.

—Gracias por la propina —dijo la muchacha.

—La mitad es para tu hermana.

—Por supuesto.

—Oye... de verdad, no le hagas caso a Daniel. Es muy profesional en el ballet, pero no tanto con las chicas. Ha tenido como diez novias desde que entré a la compañía.

—Está bien, gracias por la advertencia. ¿Tú también eres un bailarín principal?

—No, pero aspiro a eso. Por ahora soy solista, que está justo por debajo. Voy a tratar de que me den un papel protagónico esta temporada.

—Ojalá así sea. —Lina dudó un poco antes de añadir—: Sería un buen incentivo para ir a ver alguna función.

Él sonrió. Fue una sonrisa cálida, hermosa, que hizo ruborizarse a la chica por segunda vez.

—Sería genial que vinieras. Me llamo Sebastián.

—Lina.

—Gusto en conocerte, Lina. Y para que no tengas una mala opinión de nosotros, no todos los bailarines que no somos homosexuales lo compensamos siendo mujeriegos.

—Me alegra saberlo. —Y vaya que se alegraba. Aquel joven parecía realmente encantador. Y sensato.

—Hasta la próxima. No puedo hablar por todos los demás, pero yo sí volveré. Y no sólo por la buena comida.

Era una indirecta no muy sutil. A Lina le temblaron un poco las rodillas, pero no le molestó en absoluto.

—Excelente. Estaremos esperando.

Sebastián sonrió de nuevo y se despidió con la mano. Unos pocos lo imitaron, especialmente Tati, cuyo nombre debía de ser Tatiana. Daniel también saludó, pero con una actitud burlona que le ganó un gesto de reprobación por parte de Lina.

Considerando todo, había sido una fabulosa inauguración, pensó la muchacha al final del día. Numerosos clientes, buenos comentarios... y dos sonrisas por parte de aquel atractivo bailarín de ballet.

Así daba gusto comenzar un nuevo emprendimiento.

 

2

 

Los bailarines regresaron a El Cocinero Pirata, pero lo más importante, Sebastián cumplió su promesa de volver. Casi siempre se las arreglaba para charlar un par de minutos a solas con Lina, ya fuera que hubiese llegado solo o con sus compañeros de trabajo. Ella había comenzado a esperarlo cada día, mirando hacia la puerta constantemente a la hora en que él solía aparecerse. Laura le preguntaba entonces, medio en broma, si estaba practicando para girar la cabeza ciento ochenta grados, como las lechuzas.

Lina no podía evitarlo. Sebastián le gustaba mucho, y no sólo porque fuera tan guapo; él la trataba como un caballero, a menudo la ayudaba con las bandejas, le contaba anécdotas divertidas del ballet, y una vez hasta le había traído una rosa de las que crecían en un parque cercano. Aquello parecía ir en serio, aunque por el momento no hubiera pasado de un coqueteo preliminar. Tarde o temprano tendría que pedirle una cita, pensaba ella. Diablos, como mínimo ya era hora de que la tocara, porque apenas le había rozado las manos un par de veces. Estaba bien que la respetara, pero no tanto.

Una noche, casi a finales de octubre, el grupo entero de bailarines se juntó en el restaurante para celebrar el cumpleaños de una de las chicas. Le habían pedido a Lina que diseñara el pastel, y la muchacha, poniendo todo su empeño, dibujó unas zapatillas de color rosa sobre un fondo de chocolate. Las velas también eran de color rosa, cada una en el centro de su respectiva flor de merengue. A Lina casi le dio pena cuando llegó la hora de cortar su obra de arte, pero al mismo tiempo sintió una gran satisfacción al escuchar las exclamaciones de placer de los comensales. Daniel exageró un poco, sin embargo...

—Por el amor del cielo, ¡esto es delicioso! —El joven se levantó para arrodillarse frente a Lina—. Te amo. Cásate conmigo y aliméntame por el resto de mi vida.

Viendo que Sebastián la estaba mirando, ella trató de no reír.

—Qué histriónico —le dijo a Dani—. Vuelve a tu silla. Y no comas demasiado pastel, o te crecerá la barriga y no podrás despegar del suelo cuando bailes.

—Al diablo las calorías huecas, ya he vuelto al gimnasio. Pronto estaré haciendo jetés como si nunca me hubiera roto el pie. Deberías ir a verme, quedarás deslumbrada.

—Qué modesto.

—Soy grandioso, linda. No es vanidad, es un hecho.

Lluvia de servilletas. Esta vez Lina sí se rió, pero luego dijo:

—Chicos, busquen otra forma de reprender a este payaso, que luego soy yo quien tiene que barrer el piso.

—De acuerdo.

—Perdón.

—¿Y si te aumentamos la propina?

—¡Ah, eso me sirve! —replicó Lina.

—Envidia, es pura envidia —dijo Daniel con un tono falsamente pomposo. Su amiga Tatiana le palmeó un hombro a modo de consuelo.

Hacia el final de la celebración, Sebastián se acercó a Lina mientras ella limpiaba otra de las mesas. Parecía algo nervioso.

—Oye... ¿tienes algo planeado para la próxima Noche de Brujas? —le preguntó a la chica.

—Trabajo, nada más.

—Oh. —Sebastián pasó de nervioso a decepcionado.

—¿Por qué, tenías una idea mejor?

—Es que... habrá una fiesta de disfraces en el parque. Quería pedirte que vinieras conmigo.

—¿De verdad? —Lina sintió que algo le revoloteaba en el estómago—. Bueno... seguro que mi padre no se enfadará si cambio de turno con el mesero nuevo. Total, el muchacho es algo así como religioso y no le gustan «las tradiciones paganas al servicio del capitalismo». —Lina hizo las comillas con los dedos, imitando el tono de voz condenatorio del mesero en cuestión. Sebastián se rió—. ¿Alguna idea para los disfraces?

—No sé... eh... ¿has visto el ballet El lago de los cisnes?

—En realidad no, pero... supongo que podría buscarlo en YouTube. ¿Por qué?

—Podría ser divertido ir como Odette y Siegfried, los protagonistas de la historia.

—¿Tendré que ponerme zapatillas de punta?

—Bueno, no. Bastaría con que fueras de blanco. Falda de tul, algunas plumas en la cabeza, tal vez una...

—Espera, espera, será mejor que mire el ballet primero. Así entenderé de qué estás hablando, ¿de acuerdo?

Sebastián sonrió.

—Sí, de acuerdo. Perfecto. ¿Te espero a las ocho junto a la glorieta?

—A las ocho está bien. —Los compañeros de Sebastián ya se estaban levantando de sus respectivas mesas—. Tengo que irme. Ahora toca ir a beber y bailar. Somos algo así como una gran familia.

—Me he dado cuenta.

—Nos vemos en la fiesta, entonces. Hasta pronto.

—Hasta pronto.

Lina se despidió sonriendo y agitando una mano. Ambos gestos le salieron bastante normales... lo cual fue un milagro, dado el torbellino de emociones en su interior. ¡Sebastián la había invitado a salir! ¡Incluso había sugerido que se disfrazaran como una pareja! Aquello parecía, de repente, un sueño maravilloso.

Sintiéndose en las nubes, Lina terminó de limpiar las mesas y de barrer el piso. Estaba impaciente por volver a casa y buscar el ballet en YouTube, para hacerse una idea de cómo debería ser su disfraz. Tenía un gran reto por delante, dado que todas las compañeras de Sebastián eran bellas y agraciadas, y seguro que lucían aún más fantásticas cuando bailaban en el teatro.

Encontraría la forma de superarlas, pensó la muchacha. Se reuniría entonces con su pretendiente en la fiesta de disfraces... y ninguno de los dos olvidaría esa noche.

 

3

 

Lina caminó hacia la glorieta del parque concentrándose en respirar, porque nunca había estado tan nerviosa. Lo bueno del disfraz era que disimularía sus temblores, pues una leve brisa agitaba las plumas en su cabello y los rombos de gasa tan hábilmente cosidos a la falda del vestido por su hermana Laura.

La muchacha se había mirado al espejo antes de salir, y aunque no era vanidosa, tuvo que admitir que se veía espectacular. Además de las plumas y las gasas, el disfraz tenía lentejuelas por todas partes, simulando brillantes gotitas de agua. Lina se había puesto zapatillas blancas sin tacón para que su paso fuera más ligero, y su cabellera, de color castaño claro, le caía en bucles por la espalda. Sólo un toque de brillo labial decoraba su rostro. Esa noche era una inocente princesa convertida en cisne por un malvado brujo, lista para ser rescatada con un voto de amor verdadero.

Faltaban cinco minutos para las ocho, pero Sebastián aún no había llegado. Eso le pareció bien a la chica: le daría algo de tiempo para respirar hondo y quitarse la ansiedad. No quería que él la considerara una tonta adolescente enamoradiza, dado que no lo era, y tampoco quería que la viera como a una bailarina, porque sin duda ya tenía suficiente de eso en el trabajo. El disfraz estaba justo en un punto medio.

Entonces él se aproximó por el sendero: un bello príncipe con chaqueta negra, sombrero, pantalones ajustados, botas... ¿y una máscara? Sí, llevaba una máscara blanca que le cubría el rostro entero. No era desagradable, pero sí un poco desconcertante. Evocaba más al Fantasma de la Ópera que al protagonista del ballet.

Sebastián se detuvo, apoyó una mano en su corazón y luego se aproximó a Lina como Siegfried se había aproximado a Odette en El lago de los cisnes. La muchacha abrió la boca para decir algo, pero él le hizo un gesto de silencio con un dedo sobre los labios de la máscara. Lina sonrió. Si la idea era representar a la pareja del ballet, ella no tenía ningún problema en seguir la corriente. ¿Qué debía hacer ahora? Ah, sí, alejarse del desconocido que acababa de llegar a la glorieta, o sea, al lago. Lina escapó dando pasos cortos y delicados, Sebastián la adelantó y tomó su mano, obligándola a detenerse. Fue rápido, pero con unos movimientos increíblemente fluidos, como si hubiera ensayado la escena. Lina quedó deslumbrada por un instante, mucho más que cuando había mirado el ballet en YouTube. No era lo mismo contemplar en persona toda esa gracia.

Sin soltarle la mano, Sebastián giró alrededor de Lina y luego la hizo girar alrededor de él. Después la alejó de la multitud y la música de los altavoces, hacia un rincón apartado y cubierto de hierba fresca. Lina pensó en recordarle a su pareja que ella no bailaba ballet, pero Sebastián la tomó por la cintura con la mano libre y dio unos pasos de vals. Eso era algo que ella sí podía bailar, y lo hizo sin más titubeos, aunque semejante danza no pegara en absoluto con el ambiente macabro de la fiesta.

Perdió la noción del tiempo. Era como si se hallara de repente en un mundo paralelo, el lago del ballet iluminado por las estrellas. La reina de los cisnes atrapada en los brazos del príncipe; ella había tenido miedo al principio, pero pronto el miedo dejaría paso al romance. Una noche mágica y perfecta.

Sebastián se detuvo. Su respiración se oía agitada por debajo de la máscara, y no podía ser por cansancio, dado su entrenamiento. Quizás le pasara lo mismo que a ella, pensó Lina: se había quedado sin aire porque el corazón le latía a toda velocidad en el pecho a causa de la emoción.

La muchacha cerró los ojos y apoyó su frente en el cuello de él. Sebastián le rodeó la cintura con el brazo, acercándola un poco más. Soltó su mano... y unos segundos después, sin darle tiempo a mirarlo tras haberse quitado la máscara, la besó.

Lina sintió como si todo su cuerpo se hubiera vuelto de goma. Los labios cálidos de Sebastián presionaban contra los suyos en una caricia suave y lenta, el brazo en su cintura impedía que se derrumbara, y la mano libre de él se enredó en los bucles y las plumas de su cabellera. La chica se sujetó a algo, probablemente las mangas de la chaqueta de Sebastián, pero no habría podido asegurarlo porque la cabeza le daba vueltas. El beso pareció durar una eternidad. Fue largo, como mínimo, un beso dado con toda la intención de dejar huella. Concienzudo, seductor... y maravillosamente romántico. A Lina se le escapó un gemido de placer.

Cuando el beso llegó a su fin, la muchacha se apartó unos centímetros, abrió los ojos... y descubrió que su pareja no era Sebastián sino Daniel.

Al principio no entendió lo que estaba viendo. Por un momento creyó que el beso la había hecho alucinar o algo así, pero luego la verdad se abrió paso en su cerebro, y toda la felicidad que había sentido segundos antes se convirtió en la más completa y furibunda indignación. Apartándose de Daniel con un empujón de ambas manos, le espetó:

—¿Qué diablos es esto? ¿Dónde está Sebastián?

—Él... tuvo un ligero inconveniente con su disfraz. Se lo robaron. O mejor dicho, se lo robé yo. Qué molesto cuando eso pasa, ¿verdad?

—Eres... eres un... —Lina no pudo continuar. Ya no sólo estaba indignada; ahora también sentía ganas de llorar, pero no podía hacerlo frente a tal sinvergüenza. ¡Quien estaba sonriendo, además!

—¡Eres un cretino! —terminó alguien por ella. Sebastián pasó entonces junto a Lina, echó un brazo hacia atrás y le propinó a su colega un puñetazo que lo mandó de costado al suelo. Daniel se llevó una mano a la cara, pero no dejó de sonreír.

—Vaya, por fin apareciste. Dime, ¿qué se siente que alguien trate de tomar tu lugar? Porque eso es lo que has estado haciendo últimamente, ¿o no?

—No sé de qué estás hablando —replicó Sebastián—. Debería golpearte de nuevo.

—Inténtalo, pero esta vez no lograrás tocarme. —Daniel se levantó—. Soy más rápido que tú. Y más ágil, más fuerte y mucho mejor bailarín. Acéptalo: es por todo eso que Raúl me ascendió a mí y no a ti.

—Estás loco.

—Sabes que no. —Daniel se sacudió algunas briznas del pantalón—. Te devolveré el disfraz en un rato. Ahora mismo planeo usarlo para conquistar a alguna chica. De acuerdo, a otra chica.

Dani miró a Lina. Quizás planeaba hacerle un guiño u otro gesto burlón, pero la sonrisa desapareció de su cara. Ella se dio cuenta entonces de que había empezado a llorar a pesar de todos sus esfuerzos por evitarlo. No era para menos. Aquel beso tan increíble y hermoso, que la había hecho sentir cosas nunca antes experimentadas, no había sido más que la broma tonta de un bailarín preocupado por la competencia en el trabajo.

Daniel pareció arrepentirse. Dio un paso hacia la chica, tal vez para disculparse, pero Sebastián se interpuso entre ambos con los brazos extendidos.

—Si vuelves a acercarte a ella, te romperé una pierna. Vete. No te molestes en devolverme el disfraz, lo quemaría.

—Bien, como quieras —respondió Dani, y se marchó sin llevarse la máscara ni el sombrero. Le echó un último vistazo a Lina antes de mezclarse con el resto de los presentes.

La muchacha se enjugó las lágrimas con el dorso de una mano. Sebastián fue hacia ella y le dio un pañuelo.

—Te juro que pensé que eras tú —dijo Lina entre sollozos—. Tenía puesta esa máscara. Si al menos le hubiera visto el pelo...

—No te preocupes, ya me di cuenta. Lamento que ese estúpido te haya hecho pasar un mal momento. Es cierto que somos rivales, pero todos en la compañía competimos con los demás. Daniel se lo toma demasiado a pecho. ¿Te sientes bien? ¿Quieres que te traiga algo de beber?

Lina hizo un gesto negativo. Se sentía como una idiota, y ahora también le dolía la cabeza. Sebastián la abrazó. Ella se recostó contra él, devolviéndole el abrazo; fue agradable, pero no lo suficiente para aliviar el disgusto. Tenía que haberle exigido a Daniel que se quitara la máscara para confirmar su identidad, pensó. Podría haber sido cualquiera, incluso un asaltante. No volvería a cometer semejante imprudencia.

—Ven, vamos a caminar un rato —dijo Sebastián—. El aire fresco te hará bien.

Pasearon por el parque, al principio en silencio, luego charlando sobre cualquier cosa. Poco a poco Lina consiguió sonreír de nuevo, aunque para entonces la fiesta ya estaba terminando y no quedaba tiempo para bailar ni hacer nada divertido.

—Es tarde, debería irme a casa —dijo la muchacha—. Y no es que apruebe la violencia, pero... Daniel se merecía ese puñetazo. Gracias.

Sebastián sonrió, tomando ambas manos de Lina entre las suyas.

—No hay de qué. Oye, tal vez pueda arreglármelas para darle un codazo «accidental» en las próximas audiciones. O un puntapié en sus... partes sensibles.

—Creo que eso me gustaría. Sobre todo si consiguieras que alguien lo filmara, para mostrármelo después.

—De acuerdo.

Sebastián acarició el pelo de la chica, apartándole una pluma de la mejilla. La expresión de él era tierna y seria a la vez, y Lina pensó que nadie la había mirado así antes. Hacía que su corazón le diera vueltas como loco en el pecho.

—Esta cita no salió como me habría gustado, pero al menos puede terminar bien —dijo Sebastián en voz baja.

—¿Ah, sí? ¿Y qué harías para lograr eso? —La voz de Lina sonó temblorosa. Ella creía saber la respuesta, pero se moría por comprobar si había acertado.

Sebastián la besó en los labios. Lina devolvió el beso, y aunque una parte de ella lo disfrutó de principio a fin... otra parte lo encontró decepcionante. Era como si el beso anterior se hubiera robado toda la magia de la noche, haciendo que el de Sebastián fuera, por comparación, apenas aceptable. Lina sintió que se le humedecían los ojos de nuevo, y maldijo a Dani por arruinarle la velada. Ojalá Sebastián le hubiera dado otro puñetazo, tal vez en la nariz o en un ojo; que le dejase una marca, como mínimo.

—¿Te acompaño a tu casa? —preguntó él al terminar el beso.

La respuesta automática debió haber sido «sí»; en cambio, ella contestó:

—No, yo... creo que iré al restaurante, para volver en el auto con mi hermana. Dijo que quería verme con el disfraz.

—De acuerdo. —Sebastián le dio otro beso, éste más corto—. No dejaré que Daniel vuelva a entrometerse la próxima vez que salgamos.

—Me parece estupendo. —La muchacha sonrió. Le agradaba la idea de una segunda cita, sobre todo sin interferencias ajenas. Quería borrar de su memoria a Daniel y su estúpido beso de mentira—. Bien, ya me voy. Nos vemos cuando vayas a comer al restaurante, ¿sí? Y si lo consigues... lleva el vídeo del codazo para que pueda reírme un poco en la cara de ya sabemos quién.

—Claro. Hasta entonces.

—Hasta entonces.

Se despidieron con un último beso. No parecía suficiente, pero tendría que bastar por esa noche. Con un poco de suerte, la próxima cita sería fenomenal.

Lina no le contó a su hermana lo del engaño en la fiesta. No se lo contaría a nadie jamás, pensó... pero en los días siguientes descubrió que ni manteniéndolo en secreto era capaz de superarlo.

 

4

 

Al salir de sus clases de cocina, la persona a la que menos habría deseado encontrar era Daniel. Sintiendo que su ira volvía a encenderse, Lina hizo como que no lo veía, a pesar de que tuvo que esquivarlo en las escaleras. Él la siguió. Demonios, tendría que confrontarlo, le gustara o no. Poniendo la expresión más amenazadora posible, Lina dio media vuelta y dijo:

—No sé qué diablos quieres ahora de mí, pero sea lo que sea, no te seguiré el juego. Desaparece.

La muchacha siguió caminando... y Daniel fue tras ella una vez más.

—No, aguarda, sólo quiero decirte algo —replicó él—. Por favor, escúchame. Dos minutos, nada más.

Lina resopló, pero decidió hacerle caso para quitárselo de encima cuanto antes. Daniel se plantó frente a ella, revolviéndose la cabellera con una mano. Ahora que Lina se había detenido, parecía como si no supiera por dónde empezar. Finalmente dijo:

—Vine a pedirte perdón por lo de la fiesta. Sebastián se lo contó a todo el mundo y Tatiana me echó una bronca.

—No esperes que te compadezca. Y no voy a perdonarte nunca. ¡Nunca!, ¿entiendes?

Daniel frunció el entrecejo.

—Oye... sé que estuve mal, pero... fue una broma. Y un beso. Tampoco creo que sea para tanto. De hecho, me pareció raro que te pusieras a llorar de esa manera en la fiesta.

Lina abrió la boca, pero volvió a cerrarla antes de que la explicación saliera de sus labios. Sin embargo, Daniel la miró a los ojos y su expresión cambió a una de sorpresa. Luego hizo un gesto negativo.

—No, imposible —dijo él—. ¡No puede ser que ése haya sido tu primer beso! —Lina se ruborizó—. Pero... ¿qué edad tienes? ¿Veinte?

—Diecinueve —respondió la chica de mala gana.

—Es lo mismo. ¿Y nunca te habían besado? ¿Una chica tan linda como tú? ¿Has tenido novio alguna vez?

—Eso no te concierne —respondió Lina, y de nuevo esquivó a Daniel, apretando las correas de su mochila como para descargar en ellas su vergüenza. Claro que no tenía razones para estar avergonzada, pero no había querido revelar aquella información a alguien que le desagradaba tanto.

Maldijo para sí al escuchar que Daniel la estaba persiguiendo de nuevo.

—¡Espera, no te vayas! ¡Ahora mereces otra disculpa!

—¡Me importan un pimiento tus disculpas! ¡Déjame en paz!

—De ninguna manera. —Daniel la aferró del brazo. Lina trató de zafarse, pero él era demasiado fuerte.

—Suéltame o gritaré.

—De verdad, de verdad te juro que lo siento. Hasta me alegro de que Sebastián me haya pegado. Seguro deseabas que tu primer beso fuera algo especial, y yo lo eché a perder por completo.

—Lo hiciste. Y por eso no puedo perdonarte, porque ya no tiene arreglo.

—Entiendo. Por favor, no llores.

¿Estaba llorando? Lina se pasó una mano por las mejillas y comprobó que así era. Maldición.

—Jamás lo habría adivinado —continuó Daniel, soltando el brazo de la chica—. Si lo hubiera sabido, no te habría besado. Puestos en ello, tampoco planeaba besarte. Fue... un impulso del momento.

Lina enjugó sus lágrimas y miró al bailarín a la cara.

—Cuando tenía once años, y mi hermana dieciséis, nos pusimos a jugar a las adivinas. Nos sentíamos tristes porque mis padres acababan de divorciarse y mi madre se había ido a trabajar a otro país. Laura se puso unos aretes enormes y un pañuelo rojo, y usamos la pecera como bola de cristal. Entonces ella examinó la pecera y dijo: «Veo a un apuesto muchacho en tu futuro. Te dará tu primer beso y será el gran amor de tu vida.» Sí, era un juego, pero yo dije que iba a encontrar la manera de cumplir esa profecía. Solamente dejaría que me besara por primera vez alguien de quien yo pensara que podría ser mi gran amor. Eso es lo que echaste a perder. Un recuerdo y un juego que yo atesoraba porque me hizo feliz en medio de un año horrible.

—Vaya. Pues... más allá de haber arruinado la profecía, creo que también te he ahorrado una enorme desilusión.

—¿Qué?

—No es por aguafiestas, pero... Sebastián jamás será el gran amor de tu vida. De ninguna manera.

Lina resopló ante semejante descaro.

—¿Y tú qué sabes? ¡Todos me han dicho que eres un mujeriego!

—No soy mujeriego. Simplemente he salido con muchas mujeres. El día que encuentre a una que me guste de verdad, me quedaré con ella y olvidaré a las demás.

—Sí, claro. Ya sólo falta que me digas que eres un experto en relaciones, y que por eso puedes predecir mágicamente lo que pasará entre Sebastián y yo.

—En realidad puedo predecirlo porque...

—No. Cierra el maldito pico. No me interesa tu opinión, considerando lo que hiciste en el parque. Tu credibilidad está por el piso.

—Lo sé, pero...

—¿Qué demonios tengo que hacer para que me dejes tranquila?

Daniel aflojó los hombros, derrotado.

—Bueno... si no vas a perdonarme... ¿al menos puedo pedirte que no me odies por lo del beso? Fue... lindo bailar contigo. Y te veías preciosa. He besado a montones de chicas... pero nunca a una Odette.

La muchacha ignoró los cumplidos, limitándose a responder:

—De acuerdo, no te odiaré más. Ahora lárgate. Y no vuelvas a molestarme. Ni a Sebastián.

—Trato hecho.

—Perfecto. Adiós.

Lina le dio la espalda a Daniel y se alejó a paso rápido. Esta vez él se quedó donde estaba.

 

5

 

Sebastián se fue a pasar las fiestas de fin de año con sus padres. Lina habría preferido que se quedara, pero bueno, la familia era la familia, y ella tenía la suya para todas esas cenas y festejos. Él había prometido llamarla, no obstante, y también le preguntó qué clase de regalos le gustaba recibir en Navidad. Todo eso pintaba muy bien.

Lina salió a caminar en uno de sus días libres. Se sentía un poco sola esa tarde, echando de menos a Sebastián y preguntándose si debía llamarlo o esperar a que él lo hiciera. Una cosa era demostrar interés, otra cosa era perseguir a un hombre. Lo segundo no quedaba nada bien. ¿Y si le mandara un SMS, como para decir «estoy pensando en ti pero no te preocupes, que no voy a acosarte»?

Ver a Daniel yendo a su encuentro hizo que todo lo anterior se borrara de su cabeza, dejando paso a una incómoda sensación de fastidio. ¿Qué rayos quería él ahora? No habían vuelto a hablarse desde aquella torpe disculpa, ni siquiera en el restaurante, salvo al momento de ordenar la comida. Lina comenzó a desviarse para cruzar la calle, pero Daniel la interceptó.

—Hola —dijo él.

—Hola —replicó ella por simple cortesía.

—¿Vas a algún lado?

—Ahora mismo sólo pensaba en alejarme de ti.

—No seas mala, me he portado bien estos días, ¿o no?

—Para lo que me importa... —Lina trató una vez más de esquivar a Daniel, pero él parecía determinado a seguirla. La muchacha deseó tener un bolso para amenazar con pegarle en la cabeza. ¿Cuánto costaría un aerosol de pimienta, por cierto? ¿O uno de esos aturdidores eléctricos?

—Quiero redimirme, ¿es eso tan terrible? ¿No te halaga que quiera que tengas una buena opinión de mí?

—¿Y por qué habría de interesarte mi opinión sobre ti? Estoy saliendo con Sebastián, ya lo sabes.

—Sí, lo sé. Pero no te ha pedido que sean novios, ¿verdad?

Lina estuvo a punto de detenerse. Era cierto: ella y Sebastián se besaban a menudo, habían ido al cine un par de veces, se llamaban uno al otro en sus ratos libres... y eso era todo. Cero compromiso.

—Llevamos poco tiempo juntos —respondió la muchacha.

—Sí, bueno, eso suena lógico, pero el motivo real es otro. ¿Quieres saber su secreto?

—¿Secreto? ¿A qué estás jugando ahora?

—A nada. Es una simple advertencia: tú y Sebastián no llegarán a ninguna parte porque él está enamorado de otra.

Lina se quedó boquiabierta. Después le ganó la incredulidad.

—Mientes.

—No —replicó Daniel—. Nunca mentiría sobre algo así. Es una bailarina que estuvo en nuestra compañía el año pasado y luego se fue. Se llama Graciela. Te lo juro, Sebastián se enamoró de ella hasta los huesos. Y fueron novios en serio, pero ella quería ser solista y Raúl le dijo que aún no iba a ascenderla, así que Graciela se mudó al ballet argentino. Técnicamente ella y Sebastián ya no están de novios... pero hablan por teléfono a menudo. Estoy seguro de que él tiene la esperanza de que vuelva, porque la familia de ella sigue aquí.

Lina mantuvo su expresión escéptica.

—Si no me crees —insistió Daniel—, pregúntale a Tatiana o a cualquier otro de mis compañeros. Y no es por ser cruel, pero Sebastián nunca te ha mirado a ti como miraba a Graciela. Sobre todo cuando bailaban juntos en alguna función.

—O sea, ¿estás insinuando que nunca voy a superar a esa otra chica porque no soy una bailarina?

—Bueno, no sé si eso tendrá algo que ver. Tal vez a Sebastián le gusten las bailarinas en particular. Yo sé que a mí no me gustan para las cuestiones románticas. Me canso de verlas todos los días en el trabajo.

—¿Por qué me estás diciendo todo esto? ¿Es un intento de sabotaje, o...?

—Porque quiero pedirte que salgas conmigo.

Esta vez Lina sí se detuvo. Tenía que haber oído mal, pensó.

—¿Qué?

—Una cita —respondió él—. Sólo para ver qué pasa.

—Estás completamente loco. No me caes bien y encima estoy saliendo con alguien más. ¿Por qué querrías ir a cualquier parte conmigo?

Daniel sonrió a medias.

—Porque estabas encantadora en aquella fiesta. Y el beso fue fantástico. Además, me agradas. De verdad.

—No he dejado de regañarte desde que nos conocimos, por una razón u otra.

—Lo sé. No me importa, es divertido. Tienes espíritu. Como una bailarina, pero sin las neurosis de una bailarina. Me gusta cómo tratas a las personas en el restaurante: siempre eres amable, y te sabes los nombres de los clientes regulares. También me gusta esa relación de mejores amigas que tienes con tu hermana. Te esmeras en el trabajo, pero sin obsesionarte. Hasta me hacen gracia esos peinados raros que te haces de vez en cuando. ¿Es por eso que te dejas el pelo tan largo?

La muchacha no supo qué contestar a todo eso. Desde el primer día le había parecido que Daniel no hacía más que flirtear, sin tomar a nada ni a nadie en serio aparte del ballet, pero ahora resultaba evidente que la había estado observando con atención.

—Una cita —repitió él—. Una salida inocente, sin contacto físico de ninguna clase. Si no te agrada, entonces lo dejaremos así y no volveré a molestarte. Palabra de honor.

—Ya me engañaste una vez.

—En realidad tú asumiste que yo era Sebastián, así que técnicamente no dije ninguna mentira. —Lina enarcó las cejas—. De acuerdo, de acuerdo, robé el disfraz y todo eso, pero no pretendía herirte. Mi problema era con Sebastián. La competencia en el trabajo es feroz, aunque no lo parezca. Y Sebastián no te ha contado sobre Graciela, lo cual es peor, si me lo preguntas.

Lina abrió la boca para rechazar la propuesta... pero entonces recordó cuán enfadada se había sentido al descubrir el engaño en la fiesta de disfraces. Si era verdad que ella le gustaba a Dani... eso le daba cierto poder sobre él.

—Acepto —contestó al fin—. Una cita. Y si no sale bien, se acabó, y no se lo dirás a Sebastián, ¿está claro?

—Clarísimo. —En esta ocasión la sonrisa de Daniel fue radiante, como la de un niño al que le hubieran dado el mejor regalo de Navidad en todo el universo. Lina sintió un chispazo de culpa, pero no iba a dejar que eso la detuviera—. ¿Cuándo podemos salir?

—¿El viernes por la tarde te queda bien? —respondió ella—. ¿A eso de las cuatro?

—Sí, puedo arreglarlo. Nos vemos entonces.

—Bien. Pero tendrás que esforzarte mucho para impresionarme.

—Oh, te prometo que daré lo mejor de mí —dijo él, manteniendo su sonrisa embobada. Aún parecía un niño, a pesar de su edad—. Hasta el viernes, preciosa Odette sin zapatillas de punta.

Lina no pudo evitar una risita. Era el cumplido más raro, pero a la vez más simpático, que le habían hecho en la vida.

—Sí, sí, hasta el viernes. Ahora sigue tu camino, payaso.

Daniel se marchó... dando saltos de ballet por el camino. Algunos transeúntes se lo quedaron mirando como si pensaran que el joven estaba loco.

La muchacha sonrió de nuevo, pero esta vez con cara de «me las vas a pagar». Era eso lo que planeaba: vengarse de Dani por lo del beso robado.

 

6

 

Lina se esmeró al arreglarse para su cita con Dani. La idea era verse lo más atractiva posible, pero de tal manera que no pareciera a propósito. Se puso sus mejores pantalones vaqueros, por lo tanto, más una blusa blanca de manga corta y unos pendientes de plata con forma de mariposa. Hacía demasiado calor para llevar el pelo suelto, de modo que se lo recogió en un moño, dejando que unos pocos mechones le cayeran sobre la cara y los hombros. Igual que en la fiesta de disfraces, casi no usó maquillaje, acentuando nada más que sus ojos con un poquito de delineador.

Dani pasó a buscarla al parque, puesto que era una cita secreta. Bajó de su auto, le sonrió... y se quedó a medio camino, observándola.

—¿Qué? —dijo ella.

—Te ves... hermosa.

—Oh. Gracias. Tú también te ves bien.

Era cierto. A Lina nunca le había importado que Dani fuera atractivo, dado que no le agradaba como persona, pero realmente llamaba la atención con ese cuerpo espectacular, el pelo rubio y la mirada intensa. Llevaba unos pantalones rasgados, zapatillas de deporte y una camisa arremangada hasta los codos, pero la simpleza de su vestuario, lejos de darle un aspecto descuidado, destacaba sus atributos masculinos. Lina tuvo que obligarse a pensar en Sebastián, porque de pronto él había quedado totalmente eclipsado por su compañero de trabajo.

—¿Nos vamos? —preguntó la muchacha, rompiendo aquella especie de hechizo que había caído sobre ella y Daniel.

—Sí. Sí, vamos. —El joven abrió la puerta de su auto para Lina—. Bonitos pendientes —le dijo cuando ella pasó a su lado, sonriendo como si de repente hubiera pensado en algo muy divertido.

—Gracias. Me los regaló mi hermana. ¿Por qué sonríes?

—Ya lo verás. —Dani hizo arrancar el vehículo.

El auto no era la gran cosa, pero dentro estaba limpio y tenía pegatinas chistosas... por todo el techo. Lina se las quedó mirando hasta que el bailarín le preguntó:

—¿Te gusta la decoración?

—¿Por qué las pegaste ahí, entre todos los lugares posibles?

—Porque al principio de mi carrera no ganaba suficiente como para vivir de eso. Lo compensaba con un empleo de medio tiempo, pero un día me quedé sin trabajo, no pude pagar el alquiler... y tuve que dormir en mi auto un par de noches. Estaba muy deprimido. Espero que no vuelva a pasarme, pero si ocurriera de nuevo, al menos no tendré que contemplar un techo tristemente vacío.

—¿Y si no hubieras podido bailar después de fracturarte el pie?

—Estuve considerando otros trabajos. Incluso como modelo de ropa interior. Pero bailar es mi vida, no quiero hacer otra cosa. Es decir, al menos hasta los treinta y cinco o cuarenta años, cuando me llegue la edad de retirarme. Incluso entonces me gustaría ser el director de alguna compañía. ¿Y tú? ¿Empezarás a cocinar en el restaurante de tu padre?

—Ahí o en cualquier otro lado. Lo bueno de cocinar es que todo el mundo tiene que comer.

—Pues ojalá todo el mundo necesitara mirar el ballet. Si pudiéramos enganchar a los fanáticos del fútbol...

—Bueno, yo pensaba ir al teatro cuando arranquen con el próximo ballet. ¿Estarás en él?

—Más vale. Lo que no sé es si tendré un papel principal. A ver qué tal responde mi pie en las audiciones.

—¿No se supone que eres el bailarín principal de la compañía?

—Sí, pero eso no me garantiza nada. Es el director quien decide el reparto, según las audiciones.

—Oh.

—Encima, tengo a tu querido Sebastián pisándome los talones. Literalmente. Fue él quien me cubrió en la temporada anterior. Al menos hizo un buen trabajo.

—Suena como si ustedes dos fueran archienemigos.

—Competimos muy duro para el mismo puesto después de que se retiró otro de los bailarines principales. Es... como en los Juegos Olímpicos. ¿Has visto alguna vez la gimnasia artística?

—Sí. Me gusta.

—El ballet es así de difícil, y sólo unos pocos llegan a lo más alto. Pero cuando llegas... ah, no hay nada mejor que eso.

Viendo cómo le brillaban los ojos a Daniel mientras conducía, Lina no puso en duda su afirmación.

—¿Me dirás ahora adónde vamos?

—Ya casi estamos llegando.

Habían salido de la ciudad. Minutos después, Dani estacionó frente a un grupo de construcciones rodeadas de vegetación. Había un cartel en la entrada; «Invernadero y mariposario Luis Aguirre», decía el mismo, dejando a Lina por completo sorprendida. Jamás habría imaginado que Daniel la llevaría a un lugar así.

—¿Entiendes ahora por qué sonreí al ver tus pendientes? —dijo él.

—Ya veo.

—Antes de eso estaba un poco preocupado. Digo, a la mayoría de las mujeres les gustan las mariposas... pero conocí a una que les tenía fobia. En serio, las odiaba tanto como a las cucarachas.

—¡Qué disparate!

—¡Lo sé! Ven, tenemos hasta las seis para recorrer el sitio entero.

El invernadero era más grande de lo que parecía por fuera, y Lina quedó impresionada ante la gran variedad de flores, muchas de ellas desconocidas, que había en los diferentes canteros.

—Son hermosas —dijo la muchacha.

—Me alegra que te gusten —replicó Daniel—. ¿Sabes?, una vez traje a la vestuarista de la compañía. Buscaba nuevos diseños para El Cascanueces. Estas flores le sirvieron de inspiración para la mitad del vestuario, y quedó espectacular. Hasta lo mencionaron en el periódico.

El joven señaló con la mano.

—El mariposario queda en ese otro edificio.

Fueron hacia allá. Tuvieron que atravesar dos puertas con mosquitero, y luego se encontraron en medio de un jardín cerrado donde cientos de mariposas revoloteaban de un lado a otro, libando en las flores o en los bebederos artificiales. Lina nunca había visto tantas mariposas juntas, ni de tantos colores. Parecía el bosque mágico de un cuento de hadas.

—Muchas de estas mariposas fueron traídas de la Amazonia —explicó Daniel—. Otras vienen de China. Cada una tiene que poner sus huevos en una planta específica, para que la coman las orugas.

Lina sonrió a medias.

—¿A cuántas mujeres has traído aquí, como para que sepas todo eso?

—En realidad eres la primera, aparte de la vestuarista. Y la vestuarista nunca fue mi novia, tiene cincuenta y pico de años.

—¿En serio? ¿Y por qué decidiste traerme a mí?

—Porque te he visto recorrer el parque tocando las flores sin arrancar ninguna, como si fueran tus amigas o algo así.

—¿Me estabas espiando?

—No, yo también salgo a recorrer el parque de vez en cuando, para relajar los músculos con una linda caminata.

—Ah.

A Lina volvió a sorprenderle que Dani se hubiera fijado tanto en ella, pues no se consideraba especial en forma alguna. Puestos en ello, Sebastián la trataba como a una chica común y corriente, más allá de la atracción que había entre ambos.

—No está permitido tocar a las mariposas, pero sí podemos hacer otra cosa —dijo él—. Sígueme.

Fueron junto a un empleado del mariposario. Allí Dani habló en voz baja con el hombre y regresó junto a Lina cargando un recipiente lleno de cristales blancos.

—Es sal —dijo él—. Frota un puñado en tus manos y luego humedécelas un poco en la fuente.

La muchacha así lo hizo mientras Dani le devolvía el recipiente al empleado. Después de eso, el bailarín sujetó una muñeca de Lina y la aproximó lentamente a un cantero. Algunas de las mariposas pasaron de las flores a la mano de la chica, donde lamieron las gotitas de agua salada con sus largas trompas espiraladas. Ella dejó escapar una exclamación de felicidad.

—Dijiste que está prohibido tocar a las mariposas —recordó Lina.

—Ah, pero son ellas quienes te están tocando a ti. Eso no rompe ninguna regla. Mira, les gustan las sales minerales tanto como el néctar —explicó Dani, todavía sin soltar a la chica—. Si estuviéramos en la selva, se nos posarían para beber el sudor de la piel. Claro que también se nos posarían un montón de moscas y mosquitos.

Las mariposas le hacían cosquillas. A Lina le encantó la sensación... pero se distrajo un poco por el roce de los dedos de Daniel en su muñeca. Para lo fuerte que era, la sostenía ahora como si ella misma fuera una mariposa. Y lo peor: en ese instante la muchacha ni siquiera lamentó que él no fuera Sebastián. Se sentía... a gusto con Dani. ¡A gusto con el sinvergüenza que había arruinado su primer beso!

No podía dejar que arruinara también su pequeña venganza. Lina agitó un poco la mano para ahuyentar a las mariposas y luego se soltó de Dani con un movimiento casual. Sonrió. Su sonrisa no fue sincera pero la de él sí, y la chica lo maldijo en silencio por eso.

—Aún no hemos visto todo, ¿verdad? —preguntó ella.

—Faltan dos secciones más del invernadero. Pero luego quiero llevarte a otro lado. Creo que también te gustará.

—No lo dudo. —Esta vez Lina maldijo a su propio corazón por acelerarse. Ella estaba saliendo con Sebastián, esperando a que él le propusiera ser su novia. No podía permitirse todas esas emociones raras por Daniel. O mejor dicho, no quería permitirse que él le agradara en ningún sentido.

Salieron del mariposario y entraron a un edificio donde sólo había rosas de toda clase, miles de ellas, grandes, medianas y pequeñas, desde el blanco más puro hasta un rojo tan intenso que parecía vibrar bajo la luz del sol. Lina dio vueltas sobre sí misma, deslumbrada por tanta belleza, sintiendo que el aroma de todas esas rosas invadía su nariz y luego sus pulmones.

—No vas a desmayarte, ¿o sí? —le preguntó Dani, medio en serio y medio en broma.

—¿Desmayarme? —Lina se dio cuenta de que su voz sonaba atontada. Tal vez su expresión fuera similar.

—De pronto parece como si estuvieras borracha.

—No sé, es... es... —La muchacha extendió los brazos, abarcando el entorno—. Es todo esto.

—Impresiona, ¿eh? La primera vez que vine aquí, casi me caigo de espaldas.

—¡No te creo!

—¿Por qué no? Me gano la vida bailando ballet, soy un artista. Los artistas sabemos apreciar las cosas bellas. Este lugar es bueno para el espíritu.

—¿Cuántas veces has venido aquí solo, entonces?

—Ni idea. He perdido la cuenta, a estas alturas. Vamos. Tienes que ver todas las rosas. Hay tantas especies que ni yo he conseguido aprendérmelas, y eso que tengo buena memoria.

Empezaron a caminar por los diferentes pasillos. Si hubiera estado con Sebastián en lugar de Daniel, ambos se habrían tomado de la mano. Parecía lo más apropiado en semejante sitio. La chica llegó a lamentar no poder hacerlo con Dani... y luego se reprendió a sí misma por considerar la idea. Después se preguntó si Sebastián conocería el invernadero, y si pensaba traerla en algún momento, y si habría traído a esa otra chica, Graciela, antes de la separación. Demonios. No había querido pensar eso último. Lo más probable era que Dani hubiera exagerado la importancia de esa relación, y lo mejor que podía hacer Lina era olvidar el asunto. Quizás Sebastián se lo mencionara de pasada tarde o temprano, algo así como «oye, antes de conocerte tuve una novia bailarina, pero ya es historia y tú me gustas más».

—Tengo que traer aquí a mi hermana —dijo la muchacha a fin de calmar sus pensamientos.

—Hazlo. Seguro terminará viniendo aquí con su futuro marido. Es un paseo muy romántico, ¿no crees?

Lina miró de reojo a Dani, pero en silencio. ¿Qué podía contestar a una indirecta tan poco sutil? Encima, el bailarín la contemplaba sin disimular en absoluto sus intenciones. Si ella se lo permitiera, seguramente él mandaría al cuerno la promesa de evitar el contacto físico y la abrazaría allí mismo para besarla. Lina sintió que se le cortaba el aliento. Le molestaba que Dani tuviera ese efecto sobre ella, porque era algo que no le ocurría con Sebastián, y debería haber sido al revés.

Fue un alivio salir por fin del invernadero. Lina no quería cambiar de opinión sobre Dani, pero cuanto más tiempo pasaba con él, menos conseguía que no le gustara. Con razón había tenido tantas novias, el muy condenado.

—¿Adónde iremos ahora? —preguntó ella. Le daba un poco de miedo la respuesta.

—De nuevo, lo verás cuando lleguemos —respondió Daniel, abriéndole una vez más la puerta del auto como un perfecto caballero.

Él condujo de regreso a la ciudad, dobló por varias calles que Lina no conocía, y se detuvo frente a un centro comercial.

—Eh... ¿me trajiste de compras? —preguntó Lina.

Daniel se echó a reír.

—¡No, ni loco llevaría de compras a una mujer! Pero sí te traje aquí para algo muy divertido. O al menos a mí me parece divertido. De todas maneras, a estas alturas te conozco lo suficiente como para creer que a ti también te gustará.

—¿Es necesario tanto misterio?

—No, simplemente me gusta tenerte en ascuas.

Salieron del auto y Dani abrió el portaequipajes, donde había dos cajas de cartón un poco más grandes que las de zapatos. El bailarín le pasó una a Lina y se quedó con la otra. Ella quiso mirar dentro de su caja, pero Dani la detuvo apoyando su mano en la tapa.

—Todavía no. Sabrás de qué se trata en menos de cinco minutos.

—¡Ay, de acuerdo! Mira que eres pesado...

Entraron al centro comercial, pasaron junto a las diversas tiendas sin mirarlas, luego bajaron por una escalera mecánica y llegaron a la sección de entretenimientos. Había mucha gente ahí, ya fuera en las mesas de boliche, los videojuegos o la bolera. Y otros estaban... en una pista de autos a control remoto.

—Ahora sí, abre tu caja —le indicó Daniel a la muchacha.

El auto de Lina era negro con una calavera blanca en el techo. Dani mostró el suyo, en verde fluorescente y dorado. El joven le dedicó a Lina una sonrisa desafiante.

—Te reto a una carrera. Las cuatro primeras serán de práctica.

Lina le dio vueltas a su control remoto.

—¿No estamos un poco grandes para esto?

—¿Y ellos qué? —Daniel señaló a la pista: la mayoría de los competidores eran adultos—. Olvídate de la edad, lo que importa es... ¡a ver si me ganas!

Lina se echó a reír.

—Eres peor que un niño. De acuerdo, lo tomaré como entrenamiento para cuando mi hermana al fin se case y me dé sobrinos. ¿Qué hace cada botón?

Dani le explicó el funcionamiento del control remoto. Era bastante simple... pero no tanto a la hora de usarlo. Su primer intento en la pista fue desastroso: provocó un choque con otros tres autos, y sus respectivos propietarios la miraron como si quisieran estrangularla. Sin embargo, no le importó demasiado, puesto que aquello sí era divertido después de todo. Las siguientes dos horas se le pasaron volando, y aunque no le ganó ninguna carrera a Daniel, estuvo lo bastante cerca como para que la derrota no resultara humillante. Cuando se marcharon de la pista y del centro comercial, Lina no podía dejar de sonreír. Casi había olvidado que era una cita de venganza.

Daniel se ofreció a dejarla en su casa, pero ella le pidió que la llevara al mismo punto del parque donde la había recogido. Una vez allí, Lina se bajó del auto. Había ensayado lo que diría al final de la cita, pero las palabras estaban atascadas en su garganta como espinas de pescado. La situación empeoró cuando Dani se paró frente a ella mirándola con ojitos tiernos. Parecía estarle suplicando que le permitiera besarla.

Dile al menos que lo has perdonado, susurró la conciencia de Lina. Sí, eso sonaba bien... pero luego ella recordó cuánto había llorado por el engaño en la fiesta de disfraces, y cómo Dani le había estropeado una noche que tendría que haber sido perfecta de comienzo a fin, robándole además ese primer beso destinado a otro joven. Lina tragó saliva, por lo tanto, y dijo:

—Espero que ahora cumplas tu promesa de no volver a molestarme.

Dani reaccionó como si le hubieran dado un puñetazo en pleno estómago. Tardó un momento en recuperarse y contestar:

—¿Qué? ¿Hablas en serio?

—Pues claro, ¿qué esperabas? ¿Que te dijera que voy a dejar a Sebastián para salir contigo de nuevo?

La expresión de Daniel decía que sí, que era eso justamente lo que había esperado escuchar, y a pesar de que la cita había sido en realidad estupenda, a Lina le pareció un tremendo gesto de arrogancia por parte del bailarín. Obviamente no estaba acostumbrado a que lo rechazaran.

—Pero... habría jurado que...

—¿Qué, pensaste que me iba a enamorar de ti en... —Lina miró su reloj— cinco horas y media? Acepté salir contigo para que me dejaras en paz. Salimos, ahora te toca cumplir tu parte del trato. Así de simple.

Daniel la miró con expresión dolida. Era lo que ella había buscado... pero no le produjo ninguna satisfacción. La chica deseó haber manejado las cosas de otra forma, una que no involucrara pisotear los sentimientos de aquel joven. Quizás fuera un tanto inmaduro, pero había dado a entender que de verdad la quería.

—Tengo que volver a casa —dijo ella, sintiéndose de pronto como si todo el cuerpo le pesara—. Recuerda cumplir tu otra promesa: la de no decirle nada a Sebastián.

—Tranquila, guardaré el secreto. Y me mantendré bien lejos de ti. Ya he aprendido mi lección. —Estas palabras le sentaron como ácido a la muchacha—. Pero te repetiré mi advertencia: no te fíes de Sebastián. No me gustaría tener que decir «te lo dije» cuando te muestre al fin su verdadera cara.

—Ya veremos.

—Sí, ya lo veremos. Adiós, Lina.

—Adiós.

Dani subió a su auto. No dio un portazo ni arrancó a toda velocidad, pero aún se veía amargado. Lina también volvió a su casa con expresión de amargura, y decidió por el camino que las venganzas estaban sobreestimadas. Sin embargo, ni ella ni Daniel podían volver atrás para enmendar sus respectivos errores.

 

7

 

Era la primera vez que Lina asistía a los ensayos en el teatro. Tendría que ser de lejos y sólo por un rato, pero aun así estaba emocionada. ¡Y más adelante vería a Sebastián en el papel principal, cuando empezaran las funciones del ballet! El joven no podía estar más feliz y ella se alegraba por él. Había trabajado mucho para conseguirlo.

Una de las bailarinas que conocía la dejó entrar por el lado opuesto del teatro y le indicó que subiera las escaleras. Esa parte del edificio era mucho más grande de lo que parecía, pero a Lina no le costó orientarse debido a la música que provenía del fondo del pasillo. Se asomó por una puerta entornada y divisó a la mitad de la compañía, junto con el director y dos mujeres de mediana edad.

No era Sebastián quien estaba ensayando en ese momento, sino Dani... y algo no andaba bien, a juzgar por la cara del director. De hecho, incluso Lina se dio cuenta de que los pasos del bailarín no acompañaban la música, y además parecían torpes y pesados.

—Otra vez —gruñó el director. Daniel repitió la secuencia y estuvo a punto de resbalar al final. El director negó con la cabeza—. ¿Es por el pie?

—Mi pie está bien —fue la respuesta, dicha también en forma de gruñido.

—Entonces concéntrate, Dan. Esto debería ser fácil para ti.

Daniel cerró los ojos un instante y tomó aire mientras el pianista arrancaba desde el principio. El tercer intento salió un poco mejor que el anterior, pero no por mucho.

—Tómate un descanso —le ordenó el director—. Cinco minutos. Y donde sea que esté tu mente, tráela de regreso, por favor. Empiezas a ponerme nervioso.

Dani asintió sin decir palabra, cogió una toalla del rincón y salió del recinto. Vio a Lina cuando pasó junto a ella, pero enseguida desvió la mirada y se dirigió a las escaleras. El director de la compañía intercambió unas palabras en voz baja con las damas a su lado.

—Haría bien en preguntarle a Dani por su vida amorosa —dijo alguien detrás de Lina, sobresaltándola. Era Tatiana.

—Hola, Tati —replicó Lina, haciéndose la tonta. La bailarina, sin embargo, continuó mirándola fijamente—. ¿Qué, tengo un grano en la nariz?

—Sabes a qué me refiero.

—No sé qué te habrá contado él, pero no hay nada entre nosotros.

—Diría que ése es el problema.

—Tal vez, pero no es mi problema —contestó la muchacha entre dientes. A estas alturas ya todos tenían que saber sobre ella y Sebastián; si eso afectaba a Daniel, bien, pues que aprendiera a manejarlo.

Tatiana suspiró.

—Es una pena, ¿sabes? Dani ha sido mi amigo desde que estábamos en la escuela de baile. Lo he visto salir con una chica tras otra, luego lo he visto olvidarlas... pero creo que esta vez sí le pegó en serio.

—Mala suerte para él, entonces. —Lina no estaba dispuesta a sentirse culpable o responsable.

—Espero que no te arrepientas —le dijo Tatiana, y entró a la sala esquivando a la pareja de bailarines que estaban ensayando su parte en ese momento. El director les sonreía como un padre, y sus críticas fueron leves.

Poco después le tocó a Sebastián. Ejecutó, paso por paso, la misma coreografía que Dani, pero el resultado fue muy distinto: voló en los saltos como si tuviera resortes en los pies, y sus piruetas nunca perdieron sincronía con la música. Lina quedó maravillada. Parecía imposible que un cuerpo humano fuera capaz de hacer todo aquello sin una intervención mágica o divina. Las dos mujeres y el director aplaudieron en señal de aprobación.

—Bien, eso es lo que quiero ver —dijo el hombre—. Excelente. Ahora muéstrame el pas de deux con Nuria.

La bailarina tomó su lugar junto a Sebastián, el pianista volvió a lo suyo, y Lina pensó una vez más que estaba contemplando una especie de milagro. La pareja tenía un aspecto desaliñado, pero eso dejó de importar a los tres segundos, cuando Sebastián levantó a la chica por los aires y la hizo girar mientras ella extendía sus brazos y piernas con toda la gracia de un ave en vuelo. El resto de la coreografía fue aún más deslumbrante. Lina trató de imaginar cómo sería en el teatro, con toda la orquesta, los decorados y el vestuario, y deseó que llegara la fecha del estreno para asistir de una vez a la función.

Al terminar la música, el director volvió a aplaudir. Ahora lucía verdaderamente orgulloso, con los ojos brillantes de felicidad. Recién entonces Sebastián vio a Lina en la puerta; la saludó con un gesto sutil de la mano y luego le indicó que esperara un rato. La muchacha pensó que no le habría importado esperar una hora o dos.

Sebastián salió a verla apenas terminó su evaluación, y entonces la tomó en sus brazos y la besó en plena boca sin importar que los demás estuvieran mirando desde el otro lado de la puerta abierta.

—Me alegra que hayas venido —le susurró después.

—Me alegra haber llegado a tiempo para verte bailar —susurró ella a su vez, sonriendo.

—Terminaré en pocos minutos. ¿Quieres ir a tomar un helado después de que me dé una buena ducha?

—Por supuesto.

—De acuerdo. Te veo en la puerta.

Sebastián volvió al ensayo. El director miró a Lina con cara de «¿y tú quién rayos eres?», de modo que la chica decidió retirarse. Bajó las escaleras... y encontró allí a Dani, paseándose de un lado a otro como un animal enjaulado. Se detuvo al ver a Lina, y entonces hubo entre ellos un silencio bastante incómodo.

—Mal día, ¿eh? —dijo ella al fin.

—No tienes idea. —Dani se aproximó a las escaleras esquivando a la muchacha de lejos, como si hubiera un campo de fuerza alrededor de ella.

—Espera.

Él giró la cabeza. Había aferrado ya el pasamanos, y Lina vio que tenía los nudillos blancos.

—Después de lo que pasó el otro día, diría que estamos parejos —empezó ella—. ¿Qué tal si dejamos todo eso atrás, sin resentimientos?

Dani suspiró.

—Está bien. Sin resentimientos.

—Podríamos... ser amigos o algo así.

—No.

—¿No?

—No, Lina, no puedo ser tu amigo. Si no quieres estar conmigo, preferiría que no me hables.

—Oh. Está bien.

Dani subió unos escalones, pero luego volvió a mirar a la chica y dijo:

—Graciela volvió hace dos semanas. Apuesto a que Sebastián no te ha hablado aún de ella, ¿verdad? —Lina negó con la cabeza—. Tal vez la viste arriba: ojos grises, cabello negro, un lunar al costado de la boca.

—No me fijé. Pero si estaba ahí, Sebastián me besó frente a ella.

Daniel trató de disimular una mueca. Luego se encogió de hombros.

—No dejes que él te use para darle celos —le advirtió a Lina, y subió el resto de las escaleras, perdiéndose de vista.

La muchacha frunció el ceño pero no dijo nada. Simplemente no podía creer que Sebastián la estuviera engañando en forma alguna, porque cuando miraba en sus ojos sólo veía franqueza y cariño. Además, él le había coqueteado primero. No lo habría hecho si no estuviera realmente interesado, ¿o sí?

Sebastián bajó las escaleras un poco más tarde, con el pelo todavía húmedo y una sonrisa tan adorable que borró de un plumazo las dudas de Lina.

—¿Nos vamos, señorita? —preguntó él.

—Desde luego, caballero —replicó la muchacha, devolviéndole la sonrisa. Una vez fuera, de camino a la heladería, le preguntó a Sebastián—: ¿Cómo van los ensayos, aparte de lo que vi?

—Por ahora todo está bien. Nadie se ha lastimado. La coreografía es complicada, pero poco a poco la vamos aprendiendo. ¡Y parece que va a tocarme la noche del estreno!

—¿Eso es importante?

—Importantísimo. Iba a ser para Dani, pero anda tan distraído últimamente que Raúl no confía mucho en él.

Muy a su pesar, Lina sintió un pinchazo de culpa. Pero ¿qué podía hacer ella, si Daniel no quería conformarse con ser su amigo?

Habían llegado a la heladería. Pidieron los helados, Sebastián pagó por ambos, y luego buscaron un sitio a la sombra para sentarse.

—Te vi bailar con esa compañera tuya. Fue espectacular.

—¿Eso crees? ¡Gracias! Me gusta bailar con Nuria, hacemos un buen equipo. Quiero decir, a nivel profesional. Nunca ha habido nada entre nosotros.

Lina fingió suspicacia.

—¿Nada de nada? ¿A pesar de todo ese toqueteo?

Sebastián soltó una risa, pero no se sonrojó.

—Bueno, lo del toqueteo es inevitable. Pero es como cuando se besan en las películas: pura actuación.

—¿Nunca has salido con una bailarina, entonces?

El corazón de Lina pareció detenerse mientras esperaba la respuesta. Si Sebastián llegaba a mentirle...

—Sí, he tenido citas con dos o tres de ellas —contestó él al fin, algo incómodo—. En este trabajo no te queda mucho tiempo para conocer a otras personas. Pero también es difícil que duren las relaciones, porque los contratos son de un año para el otro y nunca sabes cuándo tendrás que irte.

—Ya veo.

—Si no estuvieras conmigo, a mí me preocuparía que te liaras con algún cliente del restaurante. He visto cómo te miran.

Otro chispazo de culpa. Sí, uno de los clientes la había mirado bastante: Daniel. Pero eso no podía confesarlo. Le tranquilizó saber, al menos, que Sebastián no se había dado cuenta.

—Espero que no te enfades si me ves sonriéndole a alguno. Sería solamente por las propinas —bromeó la chica.

—Está bien. Ignoraré eso si tú ignoras el toqueteo a mis compañeras de trabajo.

—Trato hecho.

Hablaron después del restaurante, y de las nuevas recetas que Lina había estado probando con su futuro cuñado y su padre. Mientras tanto, la muchacha resolvió descartar por completo lo que había dicho Daniel sobre Sebastián y Graciela. Más que un secreto de Sebastián, parecía un pobre intento de Dani para hacer que Lina se sintiera insegura en su relación. Menuda bajeza. Quizás él se mereciera todos esos problemas en el trabajo después de todo.

Sin embargo, a Lina no le había gustado su expresión de derrota allá en la escalera. No después de haber visto cómo actuaba Dani cuando estaba feliz.

Condenados artistas temperamentales, pensó.

 

8

 

Era una tarde hermosa para estar en el parque, con todos esos colores otoñales destellando al sol. Casi todas las flores habían desaparecido, pero los rosales todavía aguantaban, y Lina se tomó el tiempo para sentir el aroma de los pimpollos.

Recordó entonces la visita con Dani al invernadero y se le hizo un extraño nudo en la garganta. Diablos, ¿por qué no conseguía sacarse todo eso de la cabeza? No había sido una cita de verdad, no estaba enamorada de Dani, y él no había vuelto al restaurante desde aquella última charla con ella en el teatro. El asunto no podía estar más liquidado. Lina incluso había resistido la tentación de preguntarle a Tatiana si el bailarín aún tenía problemas en los ensayos.

Miró su reloj. Todavía no era hora de regresar y vestirse para el trabajo, pero quizás debiera hacerlo de todas maneras, porque de pronto necesitaba pensar en cualquier otra cosa. O sea, cualquier otra cosa que no fuera Dani.

Como si fuera una especie de broma cósmica, se topó con Daniel al doblar una curva del sendero que conducía a la avenida. Ambos se pararon en seco, incapaces de hablar al principio; no era posible fingir que no se habían visto porque estaban cara a cara, pero también sería descortés pasar uno junto al otro sin saludarse. Lina, por lo tanto, reanudó la marcha y largó un simple «hola» en tono neutro, al que Dani respondió de igual manera.

A medida que se alejaba del bailarín, Lina sintió que los pies le pesaban cada vez más. No eran los pies, claro, sino su conciencia, y aunque hizo todo lo posible para seguir de largo, la muchacha finalmente decidió retroceder. Quizás Dani no deseara ser su amigo, pero al menos ella quería saber cómo estaba. Dio media vuelta, pues... y soltó una pequeña exclamación de sorpresa al ver que Daniel también se aproximaba a ella. Los dos volvieron a quedarse quietos y mudos, pero no tardaron en echarse a reír por lo bajo.

—¿No tienes ensayo hoy? —se atrevió a preguntar Lina.

—Acabamos de terminar. ¿Por qué no estás tú en el restaurante?

—Hoy me toca entrar tarde.

—Ah.

Otra vez hubo silencio. Aquello ya era un tanto ridículo, hasta que Lina suspiró y dijo:

—En serio lamento que las cosas no hayan salido como tú querías. Admito que fui a esa cita contigo para vengarme, pero no estuvo bien. ¿De verdad no podemos ser amigos?

—Tatiana me dijo que fui demasiado drástico. No ha dejado de insistir en que por lo menos vuelva al restaurante.

—¿Lo harás?

—Sí, lo haré. Pero... no creo que me resulte fácil ser tu amigo.

—Entiendo. —El nudo había desaparecido de la garganta de Lina... para trasladarse a su estómago—. ¿Qué tal van los ensayos? ¿Mejor que aquel otro día?

—Raúl ya no tiene ganas de matarme, pero no me ha devuelto la noche del estreno. No lo culpo. ¿Te importa si caminamos? Me siento un poco tonto aquí de pie.

—Claro.

Comenzaron a andar juntos sin mirar por dónde iban.

—Tatiana y tú sí que son buenos amigos, ¿eh? —observó la muchacha.

—Somos casi como hermanos, nos contamos todo. Ella es más sensata que yo, así que se encarga de bajarme a tierra.

—¿Nunca ha habido nada más entre ustedes?

—No, nada. Tenemos química, pero sólo para el baile. Por cierto: fue gracias a mí que ella empezó a tomar clases de ballet.

—¿En serio? ¿Y cómo fue eso?

—Ella tenía diez años, yo catorce. Nuestras madres acababan de hacerse amigas. Tati y su madre vinieron de visita, y yo justo estaba ensayando unos pasos en el fondo de la casa. Tatiana me vio y preguntó qué estaba haciendo, y le conté sobre mis clases de ballet. Le pregunté si le gustaba el ballet, ella dijo que no sabía bailar, entonces empecé a enseñarle. En algún momento la levanté por los aires y ella se rió. Entonces apareció su madre y casi me mata, porque pensó que yo estaba haciendo algo indecente.

Lina sonrió al imaginar la situación.

—En fin —continuó Dani—, le expliqué a la señora que era un paso de ballet, nada más, y que su hija parecía lo bastante ágil como para intentarlo. Ahí fue cuando Tatiana dijo que también quería tomar clases. El resto es historia.

—Salvo que ahora Tatiana pesa más, ¿no?

—¡Ja! Sí, bastante más. Pero puedo con ella, y Tati sabe que nunca la dejaré caer. Tiene que confiar en mí para hacer lo suyo mientras está arriba. —Dani frunció el entrecejo—. Uh, eso sonó raro, ¿verdad?

—Rarísimo —contestó Lina en medio de una risita.

—Tú pareces bastante liviana.

—¿Qué, estabas pensando en levantarme por encima de tu cabeza?

—¿Te gustaría saber qué se siente?

Dani no le preguntó si Sebastián la había levantado en brazos alguna vez. Jamás lo había intentado, de hecho, y Lina tampoco se lo había pedido, pensando que ya tendría suficiente de eso en sus largas horas de trabajo.

—¿Y si pesara demasiado? ¿Me dejarías caer? —dijo ella al fin.

—Puedo levantar hasta cincuenta kilos poniendo cara de «esta chica no pesa nada». Hace años que no se me cae ninguna bailarina. Eso las hace enfadar, y vaya que dan miedo entonces. ¿Quieres intentarlo o no?

Aquello era demasiado tentador. E incorrecto.

—Olvídalo, terminaríamos los dos en el piso.

—Sólo si fueras demasiado torpe como para hacerme perder el equilibrio —replicó Dani con un brillo irresistible de desafío en sus ojos.

—¿Yo, torpe? ¿Tratas de hacerme enojar?

—¡De ninguna manera! Lo que pasa es que no es como levantar un saco de patatas. La cosa requiere cierta colaboración por parte de la dama.

—Aaaajá.

—Me refiero al impulso inicial y luego a mantener la pose en el aire.

—Creo que podría hacerlo.

La sonrisa de Dani se hizo más amplia. Parecía un apuesto diablillo, y el corazón de Lina le dio un salto en el pecho. Daniel rodeó a la muchacha y la sujetó por la cintura con ambas manos desde atrás.

—A la cuenta de tres —le dijo al oído—. Uno... dos... ¡tres!

Lina dio un pequeño salto y de pronto se encontró a casi dos metros de altura sobre el piso, dando vueltas de cara al cielo y el follaje de los árboles. Pensando en la versión del ballet que había visto en YouTube, ella fingió ser Odette, la agraciada reina de los cisnes flotando en brazos de Siegfried. No tenía forma de saber si había logrado la pose, pero vaya que lo estaba disfrutando. Apenas si registró el hecho de que una de las manos de Dani la estaba sosteniendo casi por el trasero. Lo único relevante en ese momento era que él no había mentido con respecto a no dejarla caer: Lina no sentía ninguna debilidad o titubeo en su agarre, y él giraba sobre sí mismo con pies ligeros, como si no estuviera cargando peso extra.

Casi un minuto después, Dani la hizo dar media vuelta y terminó depositándola en el suelo de cara a él. Ella respiraba al doble de la velocidad normal, por no hablar de sus latidos, pero él seguía igual que antes. Sin embargo, ya no sonreía, y observaba a Lina con una expresión que sólo podía calificarse de ardiente.

—Sabía que eras liviana —dijo él. Su voz sonó algo ronca, más grave que de costumbre. Lina se había quedado sin habla, y tuvo que bajar la mirada porque ya no podía contemplar los ojos de Dani. Hacían que se le aflojaran las piernas. Menos mal que él no había dejado de sostenerla—. Hay... hay algo que he querido saber desde la fiesta: antes de que supieras que era yo... ¿qué te pareció el beso?

Lina trató de contestar, pero sus cuerdas vocales simplemente no le respondían. Dani le hizo levantar la cabeza.

—Ojalá hubiera hecho las cosas bien —susurró el bailarín—. Darte una buena primera impresión, pedirte una cita antes que ese estúpido de Sebastián, besarte por primera vez sin engaños de por medio. De verdad me gustas. Más que cualquier otra chica con la que haya salido antes. Y no puedo creer que yo no te guste ni un poquito.

—¿Por qué no? —balbuceó ella.

—Porque ahora mismo estás temblando.

Era verdad. La diestra de Dani estaba en su cuello, y ese toque ejercía sobre ella un efecto similar al de una leve descarga eléctrica, pero agradable. Lina buscó una mentira que hiciera apartarse al joven. No se le ocurrió nada. ¿Qué palabras podrían negar su respiración agitada, o la debilidad que se había apoderado de ella en tan pocos minutos?

Daniel se cansó de esperar una respuesta y la besó. No fue como en la fiesta de disfraces; esta vez él la sujetó con todas sus fuerzas, la llevó hasta un árbol y presionó sus labios contra los de ella una y otra vez dejándola completamente aturdida, como si de pronto se hallara en medio de un huracán. Y lo peor: Lina se dio cuenta de que ella también había rodeado a Dani con ambos brazos, y de que lo estaba besando de vuelta con igual intensidad. Todos los demás pensamientos se borraron de su cabeza, incluyendo a Sebastián. En ese instante su mundo estaba hecho de puras sensaciones, entre los besos, las caricias y el calor de ese otro cuerpo tan pegado al suyo que las capas de ropa casi no importaban.

Sin parar de besarla, Dani la levantó hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo. Recién entonces Lina pensó que debían detenerse, porque estaban a punto de perder el control. Y en un sitio público, nada menos.

Daniel le ganó de mano, devolviéndola al piso antes de apartarse de ella como si hubiera peligro de incendio.

—Lo siento —dijo, despeinándose el cabello con ambas manos—. No debí hacer eso. ¿Ves? Yo tenía razón: no puedo ser tu amigo. De verdad que no.

Lina pensó que Dani iba a dar media vuelta y escapar corriendo, pero lo que hizo fue acercarse a ella de nuevo para sujetar su cara con ambas manos.

—Rompe con Sebastián —le dijo—. Sé mi novia.

Aquello sonó como una mezcla de orden y súplica, y la muchacha volvió a temblar. Jamás habría esperado que alguien la deseara de esa manera, y le resultaba... abrumador. Intimidante.

—Yo... no confío en ti —respondió. Esa afirmación se acercaba bastante a la verdad, pero ocultaba el resto de la misma: a pesar de la desconfianza, Lina también lo deseaba a él. Lo deseaba más que a Sebastián, aunque doliera admitirlo.

Dani la soltó y su expresión se torció en una mueca.

—No confías en mí. Y sin embargo, yo he sido más honesto contigo que él. ¿Qué tiene que pasar para que me creas?

—Dani...

—Será mejor que me vaya. Al final te darás cuenta de cómo son las cosas, pero para entonces ya será demasiado tarde.

El bailarín dio media vuelta y se fue caminando a paso rápido.

—Daniel. ¡Daniel, espera!

Lina lo siguió un par de metros antes de rendirse. ¿Qué sentido tenía ir tras él, al fin y al cabo? Ya era la tercera o cuarta vez que se hablaban de mala manera. Dejando de lado la atracción física, sus respectivos temperamentos no dejaban de chocar entre sí, lo cual no podía ser saludable. Sebastián no era tan apasionado, pero al menos a ella no le daban ganas de tirarle algo por la cabeza cada cinco minutos.

Hora de marchar al trabajo, pensó la muchacha, y se fue del parque sintiéndose bastante desanimada. La cosa no mejoró en el restaurante, donde se las arregló para romper dos platos y un vaso. Su padre acabó por preguntarle si se sentía bien, añadiendo incluso que podía volver a casa si le dolía la cabeza o algo parecido.

—No, no me duele nada —respondió ella—. Creo que sólo ando medio torpe. Lo siento. Te pagaré los platos rotos con mis propinas.

—Ay, hija, ni que fuera yo un viejo tacaño. No te preocupes por los platos. Las propinas son para tu educación, que es mucho más importante.

—Está bien. Pero prometo tener más cuidado.

—Ésa es mi chiquita.

Lina sonrió. Ya era mayor de edad, pero supuso que siempre sería la «chiquita» de su padre.

Los bailarines llegaron a eso de las nueve, en grupo, como siempre. Daniel no estaba entre ellos, y Lina no supo si sentir tristeza o alivio. Trató de no pensar en el asunto, y así acabó por notar que todos se veían más animados que de costumbre, como si estuvieran celebrando algo.

—¿A qué viene tanto revuelo? —le preguntó la muchacha a Sebastián después de saludarlo con un beso. Él sonrió.

—Hoy hicimos un ensayo general y salió estupendo. ¡Ya estamos preparados para la noche del estreno!

—Suena como si fuera la primera vez que todos bailan en público —replicó Lina, compartiendo la sonrisa del bailarín.

—Claro que no es la primera vez, pero es para esto que ensayamos. ¡Para bailar frente a las personas! Ah, eso me recuerda algo. ¿Dónde fue que puse...?

Sebastián revisó todos sus bolsillos y sacó unos rectángulos de papel, que entregó a Lina diciendo:

—Tres entradas de regalo para la noche del estreno. Me muero porque estés ahí, te prometo que va a ser espectacular.

—¡Oh, gracias! ¡Gracias, gracias, gracias! Iré con mi hermana y mi padre. —Lina abrazó a Sebastián un momento—. Seguro que nos gustará a los tres. Pero especialmente a mí. Ahora ve a sentarte, pronto les serviré la comida.

—¡Genial, me muero de hambre!

Sebastián besó a Lina en los labios antes de regresar a su sitio en la mesa. La muchacha vio entonces que allí estaba Graciela, pero la bailarina apenas si miró a su compañero y después siguió hablando con otras dos chicas. Lina se sintió culpable. Culpable por haber dudado de Sebastián, por haber dejado que Dani la besara en el parque y por las emociones contradictorias que aún la embargaban.

Guardó las entradas para la función, pensando que al menos eso serviría para distraerla de tanto embrollo.

 

9

 

El teatro no era antiguo, pero tenía sus palcos, cortinas, arañas de cristal en el techo y hermosas butacas forradas de terciopelo azul. En ese instante las personas estaban entrando en filas ordenadas, charlando por lo bajo y haciendo gala, unas pocas señoras, de brillantes alhajas. Los músicos habían empezado a afinar sus instrumentos, llenando el aire de notas discordantes que no tardarían en volverse armoniosas.

Sólo su padre sabía que Lina iría al teatro esa noche. La muchacha incluso se había vestido para no llamar la atención, con una blusa y una falda de color negro, sin maquillaje ni adornos de ninguna clase. Pensaba sentarse, ver el ballet y volver a casa apenas terminara.

Lina había considerado mil veces la idea de asistir, tanto así que, cuando al fin decidió presentarse, fue una suerte que consiguiera un buen asiento para la última función de la temporada. Quizás no fuera buena idea, pero... tenía que verlo. Por simple curiosidad, claro.

Su asiento estaba en la sección central, justo sobre el pasillo, a unos diez metros del escenario. Lina ocupó el lugar, guardó su programa sin mirarlo y consultó el reloj en su móvil. Faltaban siete minutos, tiempo suficiente para admirar una vez más el entorno antes de que se apagaran las luces.

Estaba en ello cuando alguien le dio unos toquecitos en el hombro. Ella pensó que sería alguien pidiéndole permiso para pasar, o tal vez uno de los acomodadores, pero se trataba de un completo desconocido vestido con ropas de trabajo.

—¿Sí? —dijo la chica.

—Disculpe, señorita, ¿podría acompañarme hasta allá un momento? Uno de los bailarines la reconoció y quiere saludarla.

Oh, rayos. Ojalá no fuera... Pero no estaría bien decir que no, de modo que Lina se levantó y siguió al empleado hasta una puerta disimulada al costado del escenario. El hombre siguió de largo... y Lina se encontró cara a cara con la persona que más había deseado evitar: Daniel. Él ya tenía puesto su traje de corsario, y Lina hubo de admitir para sí misma que se veía impresionante.

—Hola —saludó él con tono esperanzado. Era la primera vez que se hablaban desde su encuentro en el parque—. Tatiana me dijo que estabas aquí. ¿No habías venido ya?

—Con mi familia. La noche del estreno.

—Hoy me toca a mí, no a Sebastián.

—Lo sé.

Hubo un momento de silencio. Luego él dijo:

—¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea... de que hayas venido a verme bailar?

Lina podría haber contestado de varias maneras. Que estaba ahí porque le había gustado mucho el ballet, que tenía esa noche libre y nada mejor que hacer, o incluso que había venido con una amiga del curso de cocina. Sin embargo, lo que salió de sus labios fue la verdad.

—Sí, quería verte bailar. Si eres el bailarín principal de la compañía, ha de ser porque lo vales, ¿o no?

Daniel sonrió... y luego, así de repente, puso ambas manos en las mejillas de Lina y se inclinó para besarla. Fue un beso corto pero intenso, y la muchacha volvió a sentirse tan indefensa como en el parque. Tuvo que aferrarse a los brazos de Dani a fin de mantenerse en pie.

Cuando él se apartó, su expresión era radiante.

—Esta noche bailaré sólo para ti —dijo, y le dio otro beso rápido antes marcharse a toda velocidad. Lina se quedó allí, aturdida, hasta que el mismo empleado que la había traído le dijo que volviera a su asiento, dado que la función estaba por comenzar.

La muchacha obedeció, aunque no supo cómo, porque no sentía los pies y parecía haber perdido su sentido de la orientación. Recién cuando estuvo de nuevo en su butaca volvió a la realidad, y entonces las luces se apagaron y el director de la orquesta levantó los brazos para dar inicio a la música.

Lina había pensado que Sebastián era un gran bailarín, pero cuando Dani salió por fin al escenario, fue como contemplar a un halcón después de haberse familiarizado con el vuelo de palomas y gorriones. Atrás quedaron los recuerdos de aquel espantoso ensayo; Daniel se apoderó del espectáculo, y todas las miradas confluyeron en él y lo siguieron de un lado a otro en cada paso, salto y pirueta. En algunos momentos parecía no haber nada ni nadie más allí arriba, aunque estuviera presente todo el cuerpo de baile y los decorados fueran exquisitos. Incluso daba la impresión de que era él quien dominaba la música en lugar del director de la orquesta, pues el bailarín acompañaba cada nota con una precisión sobrehumana.

Daniel había dicho que bailaría para ella, y aunque podría haber sido una promesa vacía, Lina no tardó en creerle. En varias ocasiones él se las arregló para mirarla a los ojos, ubicándola a pesar del gentío y de las luces que apuntaban al escenario. Encima, cada vez que la miraba parecía llenarse de energía, y entonces su interpretación se volvía aún más deslumbrante. Logró transmitir el amor apasionado de su personaje por Medora, la protagonista femenina del ballet, pero ni siquiera en esos momentos Lina dejó de sentir que todas esas emociones eran solamente para ella. Al final tuvo que sacar un pañuelo de su bolso, porque sus ojos no dejaban de empañarse a causa de las lágrimas. Jamás habría pensado que una danza pudiera alterarla de esa manera. Jamás habría pensado que...

Jamás habría pensado que pudiera enamorarse de alguien sin haberlo intentado en absoluto.

El ballet llegó a su fin y los espectadores aplaudieron de pie. Lina también se levantó de la butaca, todavía restregándose los ojos con el pañuelo, aunque ya no era por el baile sino por todos los sentimientos que la habían embargado en un instante.

Tenía que tomar una decisión, pensó. O quizás ya la hubiera tomado y sólo necesitara darla a conocer.

Los aplausos duraron casi diez minutos, a medida que cada bailarín pasaba al frente para recibir los suyos. Dani se inclinó ante el público como si una parte de él hubiera estado sedienta de ovaciones; sonrió, hizo un gesto elegante con los brazos... y miró a Lina de nuevo, haciéndole un guiño. Ella le devolvió la sonrisa y aplaudió más que antes.

Cuando al fin bajó el telón y los espectadores comenzaron a retirarse, Lina se dirigió a la misma puerta por la que había entrado antes. Sentía el corazón dando tumbos en su pecho, la respiración algo dificultosa. Cruzó la puerta, se abrió paso entre la gente y entonces alguien la agarró del brazo... pero no era Dani sino Sebastián, vestido con ropas de calle.

—¡Hola! No esperaba verte aquí hoy, ¿por qué no me dijiste que vendrías de nuevo? Te habría regalado otra entrada.

—Sebastián, hay algo que... —empezó ella, pero las palabras se le atascaron en la garganta. ¿Cómo decirle a aquel joven que su mayor rival en el ballet se había apoderado también del corazón de su chica? ¿Cómo explicarle que ella nunca había pretendido enamorarse de alguien más mientras estaba con él?

Sebastián no le dio tiempo para expresar su confesión. La besó enfrente de todo el mundo, y ella quedó tan desconcertada que no atinó a impedirlo.

Cuando logró separarse, lo primero que vio fue a Dani observándola con una cara de profunda desilusión. Una vez más, la muchacha reaccionó tarde: el bailarín dio media vuelta y se fue antes de que ella pudiera aclarar el malentendido. Pero ¿cómo iba a hacerlo estando Sebastián presente?

—Ah... discúlpame un momento, tengo que hablar con alguien —logró decirle al bailarín—. Enseguida regreso.

Lina fue a buscar a Dani, pero no lo encontró por ninguna parte y nadie supo decirle dónde estaba. Decidió llamarlo por teléfono, aunque no le resultó fácil porque la mano le temblaba. Tuvo que intentarlo tres veces para que él atendiera, además.

—Dani...

—Me rindo —la interrumpió él—. Espero que al menos te haya gustado el baile. Adiós.

—Pero...

Daniel cortó la comunicación.

—Iba a decir que te amo —le susurró ella al teléfono ahora silencioso. Por un momento consideró la idea de mandarle un mensaje de texto, pero aquello no era algo que debiera comunicarse de tal manera. Quizás mañana pudiera reunirse con Dani y hablarle cara a cara. Mientras tanto... tenía que encargarse de otro asunto pendiente. Una conversación igualmente difícil.

Regresó a donde estaba Sebastián.

—¿Ocurre algo? —preguntó él, reflejando más interés que preocupación en sus facciones. Lina tragó saliva antes de contestar:

—Sí, yo... Oh, diablos, no sé ni cómo empezar. Escucha: de verdad te aprecio. Estaba esperando que me pidieras para ser tu novia, pero no lo hiciste en ningún momento, y ahora creo que me alegro por ello.

Sebastián frunció el entrecejo. Parecía estar adivinando lo que vendría a continuación.

—A estas alturas... tengo la impresión de que tú y yo funcionaríamos mejor como amigos. Lo siento —terminó la muchacha.

Lina no estaba segura de lo que debía esperar, pero la reacción de Sebastián la sorprendió por completo: parecía... aliviado.

—Oh —dijo él con un tono bastante neutro—. Pensé que yo te gustaba. Y que nos llevábamos bien.

—Sí, bueno... me da que no es suficiente. Y para ti tampoco, por lo que veo ahora. ¿Amigos?

—Está bien, amigos.

Lina besó a Sebastián en la mejilla.

—¿Qué harás ahora? —le preguntó al bailarín.

—Iremos todos juntos a celebrar que acabó la temporada. Ya sabes, baile y alcohol.

—Que se diviertan mucho, entonces.

—¿Tú qué harás?

Encontrar la manera de hablar con Dani y decirle que con gusto seré su novia, pensó Lina, pero en lugar de eso respondió:

—Nada en particular. Cenar, dormir, practicar mis recetas mañana.

—De acuerdo. Nos veremos la próxima vez que vaya al restaurante.

—Claro.

Sebastián sonrió. No fue una sonrisa alegre, pero tampoco disimulaba una gran tristeza. Aquello era un poco raro, pensó la muchacha, considerando el beso que le había dado minutos antes.

Lina se despidió con la mano, felicitó a los demás bailarines y salió del teatro, todavía sin ver a Dani. Era como si se hubiera desvanecido en el aire.

Ojalá no fuera tarde para arreglar las cosas, pensó Lina, y volvió a casa sintiéndose espantosamente vacía.

 

10

 

Lo primero que hizo en la mañana, apenas se lavó la cara y comió algo, fue llamar a Dani, pero él continuó ignorándola. Lina gruñó. Al fin y al cabo, la noche anterior ella le había dicho que quería verlo bailar, nada más. Las expectativas se las había creado él solito.

En fin, si la montaña no iba al profeta, el profeta iría a la montaña, se dijo ella, y marchó al teatro caminando a paso rápido. Entró al mismo por la puerta de atrás, buscó a Dani en las diferentes salas y no lo encontró por ninguna parte.

En cambio, vio a Sebastián y a Graciela charlando en un rincón. Parecía una conversación inocente, pero él sostenía una mano de la chica y acariciaba sus dedos en un gesto cariñoso.

Lina pensó que le correspondía sentirse enfadada. La escena confirmaba las advertencias de Daniel: Sebastián nunca la había querido de verdad, y sí había aprovechado la relación para darle celos a su antigua novia. Sin embargo, la muchacha descubrió que le daba igual. De hecho, hasta se alegraba por Sebastián, pues había recuperado a su alma gemela. ¿Qué podía ser más romántico? Lina sonrió para sí, y después siguió de largo buscando su propio final feliz.

Tras un cuarto de hora en el que también interrogó a unos cuantos bailarines y empleados, Lina tuvo que aceptar la realidad: Daniel no había venido. Debía de estar en su casa, por lo tanto, pero ¿dónde rayos vivía? Tendría que preguntárselo a alguno de sus amigos.

Soltó una exclamación de alivio cuando vio a Tatiana aproximarse a ella. Lina fue a su encuentro, feliz al principio, luego preocupada al notar la expresión de la bailarina. Aun así, le dijo:

—Hola, Tati, ¿sabes dónde está Daniel? Tengo que hablar con él, pero no responde a mis llamadas. ¿Podrías pasarme su dirección o el teléfono de su casa?

Tatiana enarcó las cejas.

—¿Lo estás buscando? ¿Después de lo que pasó anoche?

—¿Te contó eso?

—¡Pues claro que me lo contó! Soy su mejor amiga, ¿recuerdas? El pobre tenía el peor caso de corazón roto que he visto en mi vida.

—¡Pero no lo sabes todo! ¡Y él tampoco! Fue Sebastián quien me besó a mí. Por sorpresa. Yo ni siquiera sabía que estaba ahí, en realidad iba de camino a decirle a Dani que sí sería su novia. Y luego el muy cabeza dura no me dejó explicarle nada.

—Oh. ¡Oh! ¡Entonces tienes que darte prisa!

—¿Por qué?

—Porque a estas horas ya ha de estar en la terminal de autobuses. Raúl nos dio unas vacaciones, y Dani dijo que iría a pasar unos días con su familia. Y lo peor: después de lo de anoche, me confesó que tal vez no regrese a bailar aquí. El director de otra compañía vino a verlo y dijo que quiere llevárselo apenas se le acabe el contrato. —Tatiana sacó su teléfono—. Diablos, no podemos perderlo así.

—¿«Podemos»?

—Toda la compañía. Tú como su novia. Y yo como su pareja de baile. Siempre he tenido la esperanza de que nos volviéramos famosos juntos, como Julio Bocca y Eleonora Cassano. —Tatiana sonrió mientras marcaba un número en el móvil—. ¡Dani! Dani, no me cortes, hay alguien aquí que quiere decirte algo importante.

Tatiana le alargó el teléfono a Lina como si fuera un salvavidas.

—Hola, Dani —dijo la muchacha. Al principio no hubo respuesta, sólo silencio. Luego el bailarín preguntó:

—¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?

El tono frío de Daniel hizo que a Lina le costara arrancar. Tragó saliva primero.

—Lo que viste ayer... no fue lo que parecía. Se lo acabo de explicar a Tati: yo ni sabía que Sebastián estaba ahí, y fue él quien me besó. En realidad yo había entrado para hablar contigo. Lo conseguiste, Dani: te amo. Rompí con Sebastián anoche. Y tenías razón, no tardó ni cinco minutos en juntarse de nuevo con su ex novia.

De nuevo hubo silencio, esta vez más prolongado que el anterior. Lina temió que se hubiera cortado la llamada, pero entonces él dijo:

—Repite eso.

—Te amo, Dani.

—No, la parte en que dijiste que yo tenía razón.

Lina sintió que se le hundía el corazón hasta el fondo del estómago.

—Pues sí, tenías razón, ¿de acuerdo? Pero Sebastián nunca me dio a entender que estuviera enamorado de alguien más, y tú no parecías precisamente confiable. ¿Quieres que me disculpe por no haberte creído?

—No estaría mal, la verdad.

—Está bien, lo siento.

—Disculpa aceptada —replicó Dani, y no dijo nada más.

—¿Eso es todo? ¿Qué vas a hacer ahora?

—Mi autobús sale en veinte minutos. Aprovecharé el viaje para pensar.

—¿Pensar sobre qué? —Lina apretó el teléfono sin darse cuenta. La sensación en su pecho era cada vez peor.

—Bueno... ya no estoy seguro de que quiera estar contigo. Y no es porque no te ame, es que... me pones de cabeza. Nunca antes me había pasado, que me gustara una chica hasta el punto en que afectara mi trabajo. ¿Sabes lo inquietante que es eso?

—Así me siento ahora mismo.

—¿En serio? Pues... entonces lo entiendes. Será mejor que estemos separados un tiempo. Hasta que todas esas hormonas enloquecidas vuelvan a sus niveles normales, o algo así. Mientras tanto... que te vaya bien con esas clases de cocina y el trabajo en el restaurante.

Lina había empezado a llorar. Se restregó los ojos con la mano libre, sin saber qué responder a todo lo que acababa de oír. Era como si hubiera encontrado un tesoro y de pronto se lo estuvieran arrancando de las manos.

—Ojalá pudiera hacerte cambiar de opinión —dijo ella con un hilo de voz.

—Me tengo que ir —contestó Dani—. Pero gracias por aclarar las cosas.

—De... de nada.

Daniel cortó la llamada. Cuando Lina le devolvió el teléfono a su dueña, vio que ésta la contemplaba con cara de preocupación.

—¿Tan mal salió? —preguntó la bailarina.

—Fue... raro. Si entendí bien, le gusto demasiado y por eso tiene que alejarse de mí. ¿A ti te suena razonable?

—Me suena a que deberías ir corriendo ya mismito a la terminal.

—¿Eh?

Tatiana hizo un gesto como de «no me pongas esa cara, esto va más allá de la lógica». Luego explicó:

—Es que así es Dani: se apasiona por algo y entonces como que explota en llamas. Lo ha sabido aplicar al ballet, pero tú lo sacaste de balance. Mira, toma algo de dinero para el taxi. Vete a la terminal. Si no consigues que se quede, al menos convéncelo de que vuelva después de visitar a su familia.

Lina tomó el dinero, se lo quedó mirando un instante... y luego besó a Tatiana en una mejilla.

—Eres un sol. Gracias.

—De nada, linda. ¡Ahora corre! —exclamó la bailarina.

Lina se marchó del teatro, fue hacia la avenida y tomó el primer taxi disponible. No era una distancia muy larga hasta la terminal, pero a la muchacha le pareció inacabable, sobre todo por el tráfico a esas horas de la mañana. Dani había dicho que su autobús saldría en veinte minutos, ¿cuánto tiempo habría pasado desde entonces? ¿Y en cuál autobús se iría, por cierto? Diablos, tendría que haberle preguntado eso a Tatiana. No, en realidad no hacía falta; ahora que lo pensaba, Daniel le había dicho, durante el paseo al invernadero, dónde vivían sus padres.

Una vez en la terminal, Lina recorrió el estacionamiento y el interior del edificio, preguntando incluso a la gente si habían visto a alguien con la descripción de Dani. Finalmente llegó al sitio correcto, ya sin aire y sin fuerzas... y entonces descubrió que el autobús no estaba ahí. Se le había escapado por dos o tres minutos.

No tuvo ánimos para echarse a llorar de nuevo. No en la terminal, al menos, frente a todas esas personas que sin duda se la quedarían mirando como a una tonta sentimental.

Volvió a casa en un autobús de línea, mirando por la ventana sin ver nada en particular, tratando de no pensar en que quizás había perdido a Dani para siempre. ¿Qué seguía ahora? Devolverle el dinero a Tati, para empezar, y contarle lo sucedido. Almorzar, ir al restaurante para el turno vespertino, ganarse sus propinas. La vida continuaba a pesar de las decepciones amorosas.

Se detuvo en las escaleras de su casa. Le costaba moverse, y tenía la garganta tan cerrada que apenas si podía tragar. Tardó un poco más en darse cuenta de que estaba sollozando.

Le pareció entonces que no sería capaz de hacer algo tan simple como sacar su llave y abrir la puerta. Lina se sentó en uno de los escalones, escondió el rostro en las manos y dejó que la tristeza la embargara por completo, pues era la única manera de superarla. Perdió la noción del tiempo y del espacio, y a pesar de que estaba al sol, una oleada de frío la recorrió de pies a cabeza.

—Vaya —dijo alguien—. Me había parecido que hablabas en serio, pero no tan en serio.

Lina levantó la cabeza. Era Dani quien estaba frente a ella, con su bolso de viaje a los pies y una sonrisa desvergonzada en los labios. La muchacha parpadeó, pensando que no podía ser cierto, pero el joven no se desvaneció en la nada.

—Pero... tú dijiste... ¡dijiste que te marcharías! —exclamó ella, poniéndose de pie.

—Sí... bueno... tal vez me estaba vengando de tu venganza. Tal vez di media vuelta y me fui de la terminal en el momento en que dijiste que me amabas, y el resto fue pura farsa. Entonces Tati llamó para decirme que habías ido a buscarme, lo cual no esperaba. ¡Eso fue muy romántico!

La tristeza de Lina se convirtió en indignación. Sintiendo que le ardían las mejillas, bajó las escaleras y dijo:

—¿Me mentiste? ¿Después de que yo...? ¡Y viniste aquí en lugar de esperarme en la terminal! ¡Eres... eres un...! ¡Te odio!

La sonrisa de Dani se hizo más amplia.

—No, no me odias.

—¡Sí te odio, pedazo de...!

Daniel no la dejó terminar, sino que cubrió el resto de la distancia que los separaba y la tomó entre sus brazos para besarla. El enojo de Lina se desinfló como un globo. Incapaz de evitarlo, le echó a Dani los brazos al cuello, devolviéndole el beso como aquella primera vez en el parque.

—Te dije que no me odiabas —susurró él al final del beso.

—Está bien, no te odio. —Lina sonrió.

—¿Es oficial? ¿Eres mi novia?

—Sólo si prometes renovar el contrato para que pueda verte bailar otra vez.

—Trato hecho.

—¿Me acompañarías al teatro? —dijo ella—. Tengo que devolverle a Tati el dinero que me prestó para el taxi.

—Claro. Y tal vez debamos darle una propina por sus servicios de casamentera.

—Le serviré uno de mis postres la próxima vez que vaya al restaurante.

Minutos más tarde, ya en dirección al teatro, Dani dijo:

—Oye, al final tu hermana sí le acertó.

—¿Sobre qué?

—La profecía del primer beso y tu gran amor.

—¡Eso ya lo veremos, presumido!

Riendo, Lina le dio un codazo a Daniel... pero caminaron tomados de la mano el resto del trayecto.

 

FIN