A lo largo de sus muchos años activos, el reverendo Archibald Campbell de la parroquia de Washington, un maestro de escuela establecido cerca de la localidad virginiana de Fredericksburg, donde regía la Campbelltown Academy, enseñó a tres futuros presidentes de los Estados Unidos: el primero, George Washington (1732-1799); el cuarto, James Madison (1751-1836), y el quinto, James Monroe (1758-1831).
Algo parecido ocurrió con dos primeros ministros británicos, Winston Churchill (1874-1965) y Clement Attlee (1883-1967), que tuvieron la misma institutriz cuando eran niños.
Alan Redgrave y Melanie Somerville sintieron simultáneamente una gran conexión al coincidir en el supermercado. Pronto descubrieron que habían nacido el mismo día, en el mismo hospital y que, incluso, sus cunas fueron contiguas en la sala infantil. Alan y Melanie se casaron en 2003.
El 10 de abril de 1912, el transatlántico Titanic, de la compañía inglesa White Star, anunciado como «insumergible» en razón de su sistema de compartimentos estancos, zarpó de Southampton en su travesía inaugural con destino a Nueva York. Entre los pasajeros se encontraban tanto emigrantes como la flor y nata de la aristocracia financiera anglosajona. Durante la noche del 14 al 15 de abril, cuando se encontraba a casi 550 km al sudeste de Terranova, el Titanic chocó contra un iceberg que abrió un boquete de unos 90 m en el flanco derecho de su casco. A las 2.30 de la madrugada, el gran transatlántico se hundió. De los 2230 pasajeros embarcados, sólo 709 serían recogidos por el buque carguero Carpathia, que se encontraba cerca y acudió en su ayuda. Debido a la notoriedad de algunas de las víctimas, de los enigmas que rodean a este naufragio y de la magnitud de la catástrofe, el Titanic entró directamente a la leyenda negra del mar. Continúa en la página 155…
Charles Darwin (1809-1882) pasó catorce años trabajando en su teoría de la evolución por selección natural, negándose a publicarla porque continuaba incorporando más y más pruebas que sostuvieran sus teorías, pues sabía que sus conclusiones serían muy controvertidas. Mientras tanto, otro naturalista, el galés Alfred Russel Wallace (1823-1913), enfermó circunstancialmente en Borneo, pasó los tres días de su convalecencia dando cuerpo a su propia teoría de la selección natural que, sin que él lo supiera, era muy parecida, casi idéntica, a la que Darwin seguía cocinando a fuego lento. El 18 de junio de 1858, Wallace envió a Darwin su teoría para que la criticara. Tras leerla, Darwin quedó anonadado y convino en publicar conjuntamente sendos artículos sobre el tema ese mismo año. Al siguiente, sin esperar más, Darwin publicó su famoso El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida (habitualmente conocido bajo el título abreviado de El origen de las especies), que revolucionó la biología. No era más que una quinta parte de la extensión que tenía proyectada y, durante el resto de su existencia, Darwin la llamó, desdeñosamente, «el compendio».
Cuando Norman Mailer (1923-2007) empezó su novela Barbary Shore (Costa Bárbara) no pensó en introducir en la trama a un espía ruso. Pero, sobre la marcha, lo cierto es que a la historia le vino muy bien que interviniera un espía ruso establecido en los Estados Unidos como personaje auxiliar. Sin embargo, a medida que la historia progresaba, el espía se fue convirtiendo en un personaje dominante en la novela. Curiosamente, cuando ya la había completado, el servicio americano de inmigración arrestó a un hombre que tenía su oficina en la planta superior del mismo edificio de apartamentos en que vivía Mailer. Era el luego famoso coronel Rudolf Abel (Vilyam Genrikhovich Fisher, 1903-1971), un espía ruso de primer nivel que operaba en los Estados Unidos.
Cuando un tren de cercanías de Nueva York se precipitó desde un puente a la bahía de Newark y murieron treinta pasajeros, se iniciaron inmediatamente los trabajos de rescate de los vagones sumergidos. Una foto que apareció en la primera página de un periódico mostraba el último vagón en el momento de ser extraído, con el número 932 claramente visible en su chapa. Ese día, ese mismo número 932 fue el premiado en el sorteo de la lotería de Manhattan, proporcionando cientos de miles de dólares de ganancia a las muchas personas que, presintiendo un significado oculto en el número, habían apostado por él.
Cuenta el psicólogo suizo Carl Jung (1875-1961) en su obra La dinámica de lo inconsciente: sincronicidad como principio de conexiones acausales: «Una joven paciente soñó, en un momento decisivo de su tratamiento, que le regalaban un escarabajo de oro. Mientras ella me contaba el sueño, yo estaba sentado de espaldas a la ventana cerrada. De repente, oí detrás de mí un ruido como si algo golpeara suavemente la ventana. Me di media vuelta y vi fuera un insecto volador que chocaba contra la ventana. Abrí la ventana y lo cacé al vuelo. Era la analogía más próxima a un escarabajo de oro que pueda darse en nuestras latitudes, a saber, un escarabeido (crisomélido), la Cetonia aurata, cetonia común, que al parecer, en contra de sus costumbres habituales, se vio en la necesidad de entrar en una habitación oscura precisamente en ese momento. Tengo que decir que no me había ocurrido nada semejante ni antes ni después de aquello y que el sueño de aquella paciente sigue siendo un caso único en mi experiencia».
Cuentan que el considerado como el primer reloj de péndulo de la historia se lo regaló el científico holandés Christiaan Huygens (1629-1695) al rey de Francia Luis XIV. Al parecer, cuando el rey murió el 1 de septiembre de 1715, a las 7.45 horas, el péndulo de Huygens se paró de forma inexplicable.
… El Titanic tenía una serie de antecedentes que podían haber llevado a prever la tragedia. Su estructura estaba basada en la de otro barco gemelo, el Olympic (un poco más ligero), que el mismo día de su botadura chocó contra el crucero Hawke y tuvo que ser reparado inmediatamente en los astilleros de Belfast, donde había sido construido. Continúa en la página 157…
Cierto día estaba el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw (1856-1950) paseando y entró a curiosear en una tienda de libros de ocasión. Al poco se topó con un ejemplar de una de sus comedias y cuál no sería su sorpresa cuando, al abrirlo, pudo leer su dedicatoria autógrafa a un amigo suyo. Enfadado con su amigo por deshacerse así de su libro, Shaw lo compró con la intención de enviárselo por correo. Antes de hacerlo, escribió junto a la primera dedicatoria: «Al señor X, con un nuevo saludo…, ¡el segundo!, de George Bernard Shaw».
Dada la especial consideración que tienen en Japón por las coincidencias, un ciudadano nipón apareció en los periódicos simplemente porque había nacido el 7 de julio del año 7 de la Era Taisho (7/7/1918), y cumplió 77 años el 7 de julio del año 7 de la Era Heisei (7/7/1995). O sea, que acumulaba nada menos que ocho sietes en ese día.
Dos barrenderos motorizados municipales del distrito neoyorquino de Brooklyn atropellaron, el mismo día y a la misma hora, a dos personas en dos calles paralelas. Uno de los atropellados murió y el otro resultó gravemente herido. Lo curioso del asunto es que los dos accidentados se llamaban Stein, y no se conocían en absoluto.
El 5 de mayo de 1974, el diario londinense The Sunday Times publicó los resultados de un concurso que había convocado previamente para elegir las mejores coincidencias protagonizadas por sus lectores. Entre las más de dos mil cartas recibidas, estaba la protagonizada por D. J. Page, del condado inglés de Surrey. En el mes de julio de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, el soldado Page recibió las fotos de su reciente boda en un sobre a su nombre pero ya abierto y con una nota que le explicaba que lo había abierto por error otro soldado de nombre y número de identificación muy parecidos: Pape n.º 1509322 (por Page n.º 1509321). La confusión entre la correspondencia dirigida a ambos soldados fue frecuente hasta que los destinos de ambos se separaron. Pero, poco después de acabar la guerra, D. J. Page trabajaba como chófer de la línea de autobuses municipal de Londres, con base en el depósito de Merton, Colliers Wood, S. W. Londres. Cierto día, al notar que la deducción por impuestos de su nómina era excesiva, fue a reclamar a la oficina del superintendente y allí comprobó que habían confundido su nómina con la de un nuevo chófer que acababan de trasladar a aquella base, y que no era otro que su viejo «amigo desconocido» Pape, cuyo número de carné de conducir era curiosamente 29222, mientras que el suyo era 29223.
El 11 de noviembre de 1913, una tempestad hundió doce barcos en el Lago Superior de Norteamérica, con el resultado de 254 personas muertas. Diecisiete años después, también el 11 de noviembre, otra tempestad hundió cinco embarcaciones en el mismo lago, muriendo sesenta y siete personas. En 1975, ese mismo 11 de noviembre, un enorme carguero repleto de mineral, el Edmund Fitzgerald, se rompió en dos en su travesía del lago a causa de una tormenta, muriendo sus veintinueve tripulantes.
El 13 de febrero de 1746, según los registros de la jurisprudencia criminal francesa, un tal Jean Marie Dubarry fue llevado al patíbulo por el asesinato de su padre. Curiosamente, justo cien años después, otro Jean Marie Dubarry, un tataranieto del criminal mencionado, pagó la misma pena por un crimen idéntico.
El 15 de octubre de 1952, Robert Paterson intentó subir a bordo del tren Amtrak que hacía el recorrido entre Phoenix y Los Ángeles. El revisor le dijo que Robert Paterson ya estaba a bordo. Después de una rápida comprobación, descubrieron que ambos hombres, que tenían sus respectivos billetes, eran similares en peso, altura y apariencia. De camino a Los Ángeles, el tren hizo una parada en Barstow para recoger a otro pasajero: Robert Paterson. El tercer señor Paterson también era similar en apariencia a los dos primeros. El tren llevaba ahora a tres hombres con el mismo nombre y apariencia, todos con destino en Los Ángeles. Cuando el tren llegó a su destino, los tres Robert Paterson se bajaron y se fueron por diferentes caminos. Se descargó el cargamento y el tren se preparó para su vuelta a Phoenix. Cuando los nuevos pasajeros estaban subiendo, el conductor no podía creer lo que veían sus ojos cuando vio un nombre familiar en la lista de pasajeros: un cuarto Robert Paterson.
… Una novela publicada en 1898 (es decir, 14 años antes del naufragio del Titanic) por el marino y escritor estadounidense Morgan Robertson (1861-1915) con el título de Futilidad o el naufragio del Titán, narraba el hundimiento también una noche del mes de abril, a unas 400 millas de Terranova (como en la realidad), tras chocar con un iceberg, de un transatlántico de lujo llamado Titán, que había partido, como el Titanic, del puerto de Southampton en su viaje inaugural de Londres a Nueva York. Por supuesto, en la ficción el barco también se consideraba imposible de hundir. El imaginario Titán y el auténtico Titanic tenían tres hélices y eran aproximadamente del mismo tamaño (244 m por 250), el mismo tonelaje (70 000 por 66 000 toneladas), la misma capacidad (3000 pasajeros), la misma velocidad (25 nudos en la ficción y 23 en la realidad) y el mismo equipo de salvamento (24 botes en el Titán; 20 en el Titanic). Finalmente, el número de fallecidos era casi el mismo en ambos casos. Siempre que se le pidieron explicaciones a Robertson sobre tantas casualidades de su narración, él declaró una y otra vez que su inspiración provino (en sus propias palabras) de un «colaborador astral», un espíritu que le guiaba e inspiraba sus trabajos literarios. Para su desgracia, la novela no tuvo mucha repercusión, pues, dadas tantas coincidencias, el público prefirió leer los datos reales que iba ofreciendo la investigación oficial. Continúa en la página 159…
El 18 de septiembre de 1916, la señora Kammerer esperaba turno en la consulta del médico cuando, al hojear una revista, quedó impresionada con el trabajo de un pintor llamado Schwalbach y pensó en comprarle algún cuadro. En aquel momento entró la recepcionista y preguntó: «¿Está la señora Schwalbach?, la llaman por teléfono». Su esposo, el biólogo Paul Kammerer (1881-1926) vio en este fenómeno la manifestación de fuerzas inexplicadas en acción e incluso, además de ponerse a recopilar todo tipo de coincidencias y casualidades, escribió el libro La ley de la serialidad, en el cual afirmó que dichas fuerzas posiblemente actúan de acuerdo con un principio universal de la naturaleza, tan fundamental y desconocido como era la propia gravitación universal antes de ser descubierta. Justamente, quizás, para demostrar cuantos fenómenos casuales ocurren en esta vida, hay que recordar que el mismo Paul Kammerer acabaría su vida suicidándose abrumado tras haber sido descubierto su fraude científico (del que hablaremos en su lugar oportuno dentro de esta misma colección de libros).
El 20 de abril de 1958, la señora Kenneth Perkins de Los Ángeles trajo al mundo a una hermosa niña a la que pusieron por nombre Nancy. Sus anteriores hijos, Gary, por entonces de ocho años de edad y David, de cinco, habían nacido también un 20 de abril. El ginecólogo que atendió el parto, el doctor A. Warren Olson había nacido un 20 de abril, al igual que su enfermera Winifred Nagamine.
El 22 de junio de 1812, Napoleón Bonaparte (1769-1821) comenzó la invasión de Rusia, campaña que significó el comienzo del fin del gran imperio francés. También un 22 de junio, pero de 1941, Adolf Hitler (1889-1945) se atrevió a invadir Rusia. Aunque para los nazis había muchos más frentes, sin duda el ruso también fue la piedra de toque donde todo comenzó a quebrarse. Es decir, el mismo día del año, pero con 129 años de diferencia, dos enormes imperios europeos se enfangaron en una lucha contra Rusia que tendría fatales consecuencias para ambos, sobre todo por su incapacidad para vencer al que se dio en llamar «General Invierno».
Pero es que hay más. Napoleón nació en 1769. Hitler en 1889. Diferencia: 129 años. Napoleón tomó el poder en 1804. Hitler en 1933. Diferencia: 129 años. Napoleón entró en Viena en 1809. Hitler en 1938. Diferencia: 129 años. Napoleón perdió la guerra en 1815. Hitler en 1945. Diferencia: 129 años.
El 24 de febrero de 2009, el policía Trevor Downey volvía a su casa en Zillah, en el estado de Washington, cuando vio a una persona que parecía conducir su automóvil bajo influencia del alcohol. Cuando ese dudoso conductor vio que un policía lo seguía, tomó una calle lateral y se estacionó en el garaje de una casa. El policía lo siguió hasta el interior del garaje y le pidió explicaciones sobre qué hacía allí. El conductor, Joseph Takesgun, intentó salir del paso argumentando que esa era su casa. Lo que no esperaba era que su mentira fuera imposible de creer, por el simple hecho de que la casa que había escogido para estacionar su coche fuera precisamente la del policía Trevor Downey.
El 25 de enero de 1787, Jabez Spicer (1751-1787) murió en el ataque al arsenal federal de Springfield, tras haber recibido dos balazos. En el momento de morir llevaba puesta la misma casaca que había llevado su hermano Daniel (1743-1784) tres años antes, cuando recibió los dos balazos que le provocaron la muerte. Aunque cueste creerlo, las balas que le causaron la muerte a Jabez penetraron por los mismos agujeros hechos por las balas que causaron la muerte a su hermano tres años antes.
El 5 de diciembre de 1664 se hundió un barco en el estrecho de Menai, en la costa norte de Gales. En el naufragio perdieron la vida ochenta y dos pasajeros; todos los que componían el pasaje, salvo un hombre llamado Hugh Williams. El 5 de diciembre de 1785 (ciento veintiún años después), en otro naufragio, perecieron sesenta pasajeros; sólo hubo un único superviviente, llamado Hugh Williams. El 5 de agosto de 1860, el hundimiento de un tercer barco provocó la muerte de veinticinco pasajeros. Sólo una persona logró salvar su vida. Su nombre… Hugh Williams.
… En el Titanic murieron 1513 pasajeros, la mayoría a causa de la extrema frialdad de las aguas atlánticas. Uno de los que murieron en aquel accidente fue, precisamente, el periodista y por entonces famoso espiritista William Thomas Stead (1849-1912) que, en 1892, había publicado una historia llamada Del Viejo Mundo al Nuevo, en la cual el Majestic, buque de la compañía White Star Line (la misma del Titanic), rescataba a los supervivientes de otro barco que había chocado contra un iceberg. Stead concluía su narración con la reflexión: «Eso es exactamente lo que podría ocurrir y lo que ocurrirá si los paquebotes son enviados al mar con demasiados pocos botes salvavidas». El Majestic existía realmente y, tanto en la novela como en la realidad, su comandante era Edward Smith que, veinte años después, estaría al mando del Titanic en su viaje inaugural. Para completar este cúmulo de casualidades y coincidencias, este autor, William Thomas Stead, invitado por el presidente estadounidense William Howard Taft a dar una conferencia sobre la paz en el mundo, embarcó en el Titanic y, al no encontrar acomodo en uno de los escasos botes salvavidas (en la foto, algunos de los 20 del Titanic), pereció en el naufragio. Continúa en la página 161…
El astrónomo francés Pierre Janssen (1824-1907), jefe del observatorio astronómico de Meudon, fue a la India para asistir y hacer fotografías desde el mejor sitio posible del eclipse solar del 18 de agosto de 1858. Entre las líneas espectrales de la corona solar que observó había una amarilla que no correspondía a ningún elemento presente en la Tierra. Informó de su descubrimiento a la Academia Francesa en una carta escrita el 20 de octubre de 1858.
Mientras tanto, su colega inglés Joseph Norman Lockyer (1836-1920), profesor de física astronómica en el Colegio Real de Ciencias de la Universidad de Londres, utilizó un nuevo instrumento llamado espectroscopio (diseñado hacía poco por Bunsen y Kirchhoff) capaz de estudiar la corona solar sin necesidad de esperar a un eclipse. Lockyer halló el mismo elemento, al que denominó «helio» (del griego helios, ‘sol’). Sin esperar, comunicó su descubrimiento a la Royal Society inglesa en el mismo día de la observación… 20 de octubre de 1858. Por unos minutos, se había anticipado al descubrimiento de Lockyer, que lo había hecho más tarde.
Sin embargo, con una honestidad científica que les honró, ambos científicos acordaron compartir el crédito del descubrimiento y entre ellos nació una buena amistad. La Academia Francesa acuñó una medalla conmemorativa del descubrimiento en la que aparecían ambos. El helio fue descubierto finalmente en la Tierra en 1895 por sir William Ramsey, quien, prudentemente, comunicó simultáneamente su hallazgo a ambos organismos científicos.
El conocido escritor inglés del periodo victoriano Augustus J. C. Hare (1834-1903) fue adoptado cuando tenía sólo catorce meses por su tía, viuda del también escritor Augustus Hare (1792-1834). Después de graduarse en Oxford, el joven Augustus vivió casi siempre en el continente, salvo contadas visitas a Inglaterra. Por increíble que parezca, en su autobiografía cuenta lo siguiente: «En el aniversario de mi adopción, fuimos todos a Mannheim y cenamos en el hotel donde, diecisiete años antes, yo, que tenía sólo catorce meses, fui entregado a mi tía, que era también mi madrina, para vivir ya siempre con ella como si fuese su hijo. […] Cuando por la noche volvimos a la estación […] había en el andén una pobre mujer, llorando amargamente, con un niño en brazos. Emmie Penrhyn […] se le acercó y le preguntó si le ocurría algo. “Sí”, dijo ella, “lloro por mi pequeño, que tiene sólo catorce meses y va a alejarse de mí para siempre en el tren que está a punto de llegar”».
El coronel alemán Hans von Luck (1911-1997) estuvo al mando de un batallón de carros blindados en el norte de África durante la Segunda Guerra Mundial, siempre a las órdenes del mariscal Rommel. Sus labores eran de reconocimiento y esto le confería cierta capacidad de maniobra e independencia. En cierto momento de la guerra, Von Luck llegó a un acuerdo con su homólogo británico, de tal forma que todos los días, a las cinco de la tarde, los combates cesaban. Un cuarto de hora después, el comandante británico y él hablaban por radio y hacían comentarios como: «Hoy hemos capturado al soldado XXX y está bien». Una noche comunicaron a Von Luck que, pasadas ya las cinco de la tarde, se había capturado un camión británico con comida. Von Luck se las apañó para hacer llegar en compensación a los británicos, de forma más o menos disimulada, dos camiones con provisiones.
En otra ocasión, Von Luck se enteró de que los británicos habían recibido un importante suministro de cigarrillos, que les cubriría, cuando menos, el consumo de todo un mes. El alemán ofreció cambiar a un oficial capturado por un millón de cigarrillos. Los británicos dijeron que esa cifra era muy alta y que el cambio se haría por 600 000. Y así se hizo, con el único disgusto por parte del preso intercambiado, que protestó enérgicamente porque consideraba que el rescate era «poca cosa». De hecho, se negó en principio a ser cambiado. Por cierto, y para añadir más detalles curiosos a todo esto, resultó que este preso era ni más ni menos que el heredero del imperio John Player and Sons, la principal compañía tabaquera inglesa del momento, hoy integrada en el Imperial Tobacco Group.
… Como es obvio, ninguna de las diversas premoniciones literarias del accidente del Titanic evitó la catástrofe, pero el que sí lo hizo gracias a una visión providencial fue el marinero William Reeves, nacido precisamente el mismo día que se hundió el Titanic. El 13 de abril de 1935 (es decir, la víspera de su cumpleaños y del 23 aniversario del accidente), mientras realizaba una guardia nocturna en su barco tuvo una certera intuición (seguramente cargada de reminiscencias del Titanic) que le hizo detener el barco. Aquello fue providencial, porque de no haberlo hecho, su barco (un vapor de carga que transportaba carbón desde Newcastle a Halifax y cuyo nombre, casualmente, era Titanian), hubiera chocado contra un iceberg. El Titanian hubo de permanecer varado nueve días hasta que los rompehielos llegados desde Terranova le abrieron un camino eludiendo el mortal iceberg. Foto del posible iceberg cinco días después realizada por el marinero Stephan Rehorek.
El descubrimiento de Gregorio Mendel sobre la genética fue publicado sin que nadie le diera importancia durante varias décadas. Pero en 1900, tres hombres de ciencia, el holandés Hugo de Vries (1848-1935), el alemán Karl Correns (1864-1933) y el austriaco Erich von Tschermak (1871-1962), éste último nieto del profesor con quien estudió botánica Mendel en Viena, redescubrieron, independientemente, las leyes de la genética que rigen la herencia de caracteres físicos por los seres vivos. Antes de publicar sus respectivos hallazgos, los tres consultaron como es lógico toda la bibliografía sobre el tema y los tres, con asombro, vieron que ya se les había anticipado Gregor Johann Mendel (1822-1884) en una oscura publicación de hacía treinta y cinco años. Mendel había observado en 1865 todos los fenómenos que los tres científicos se disponían a exponer en 1900. Los tres tomaron la misma decisión y, con una honradez que les honra (y que es rara en la historia), abandonaron toda pretensión de originalidad y cedieron todos los honores a Mendel. Los tres se limitaron a exponer su labor como mera confirmación del trabajo anterior del monje agustino austrohúngaro (hoy checo) a quien, a partir de entonces, se le rindieron homenajes.
El día del entierro del boxeador a puño limpio británico Tom Sayers (1826-1865), conocido en los carteles como «The Brighton Boy» (‘El Chico de Brighton’), fallecido a causa de una fatal combinación de diabetes y tuberculosis, entre 30 000 y 100 000 seguidores acudieron, según fuentes, al cementerio londinense de Highgate para darle el último adiós, en una ceremonia presidida por el perro de Sayers, Lion (cuya efigie guarda hoy también su tumba). En el momento de la inhumación, todos se quisieron acercar a la sepultura, pero al no poder, se organizó una monumental batalla a puñetazos. Tal vez un irónico homenaje.
El director de orquesta alemán Joseph Keilberth (1908-1968) murió en Múnich al sufrir un infarto mientras dirigía la ópera de Richard Wagner Tristán e Isolda. El suceso ocurrió durante la ejecución del mismo pasaje del segundo acto (por lo demás, bastante tranquilo) de la obra de Wagner en que, en 1911, murió su colega austriaco Felix Mottl (1856-1911). En ese mismo escenario también murió, veinte años antes que Keilberth, su colega italiano Giuseppe Patanè (1932-1989), mientras dirigía El barbero de Sevilla, de Gioacchino Rossini.
El dramaturgo francés A. J. Talbot escribió a comienzos de 1938 una comedia en un acto, Chez Boguskovsky, en la que relataba cómo un hombre apellidado Boguskovsky robaba sagazmente una pintura del emblemático Museo del Louvre parisiense. El 15 de agosto de 1939, una pintura del Louvre fue robada en la vida real y se hicieron presentes sorprendentes coincidencias con el argumento de la obra de Talbot. Sin embargo, lo más llamativo es que, una vez apresado el ladrón, se descubriría que su apellido era, efectivamente, Boguskovsky.
Desde 1958, el Edmund Fitzgerald, el barco carguero más grande que jamás había surcado las peligrosas aguas de los Grandes Lagos norteamericanos, paseaba por ellas con coraje y poderosa elegancia sus más de 200 m de colosal eslora. A pesar de lo que pueda parecer, las aguas de los grandes lagos son traicioneras y las tormentas producen en ocasiones olas de más de 10 m. En realidad, aquellos lagos son casi mares interiores y, en inviernos duros, sus aguas son realmente temibles. Aun así y a pesar de haber sufrido antes otras cinco graves colisiones, el Edmund Fitzgerald continuó su labor durante dieciocho años… hasta que llegó la tormenta del siglo, aquel fatídico 11 de noviembre de 1975. En aquella ocasión, no pudo con ella y se hundió practicamente sin avisar. Era el tercer 11 de noviembre en que ocurría un gran naufragio en los Grandes Lagos de Norteamérica.
El escritor y científico inglés Arthur C. Clarke (1917-2008), el famoso autor de 2001, una odisea del espacio, mantuvo siempre una relación admirativa hacia el biólogo John B. S. Haldane (1892-1964), que le parecía el más brillante divulgador científico de su época y, tal vez, de la historia. En cierta ocasión llegó a confesar: «Siempre he parafraseado a J. B. S. Haldane cuando dijo: “El universo no sólo es más extraño de lo que pensamos, sino que es más extraño de lo que podemos pensar”». Pues bien, en 1991, Clarke contó a los lectores de la revista Locus una extraña coincidencia de la que ambos, Haldane y él, fueron protagonistas. Clarke acababa de recuperarse de una operación quirúrgica de próstata, a la que fue sometido en el University College Hospital de Londres, y durante la cual había sido conectado a tres tubos insertados en uretra, nariz y vena. Regresó a su lugar de residencia en la isla de Sri Lanka (Ceilán) y, al llegar a su casa, encontró una carta que le había escrito años antes su amigo Haldane, en la que le decía: «Acabo de regresar de Londres, donde he sido operado en el University College Hospital, y me he despertado con tres tubos insertados en otros tantos lugares: uretra, nariz y vena».
En 1869, el físico, poeta e inventor francés Charles Cros (1842-1888) y su colega Louis Ducos du Hauron (1837-1920) dieron a conocer simultáneamente sendos sistemas para obtener fotografías en color. No se conocían, vivían en distintas ciudades y no tenían idea de los trabajos del otro, pero aun así sus sistemas resultaron ser casi idénticos.
Además, Cros patentó los rudimentos teóricos del fonógrafo (al que él llamó paleógrafo) el 30 de abril de 1877, ocho meses y medio antes de que hiciera lo mismo en Estados Unidos, pero con total independencia, Thomas Alva Edison (1847-1931), el 15 de enero de 1878.
El general George Smith Patton (1885-1945), héroe militar estadounidense de las dos grandes guerras del siglo XX, aseguraba haber vivido otras muchas vidas anteriores, en las que, decía, había luchado en la guerra de Troya, en las legiones de César durante las campañas contra Atila, en las Cruzadas, en defensa de los Estuardos de Escocia y en el ejército de Napoleón. Por eso decía que era invulnerable, cosa que intentaba demostrar avanzando a cuerpo descubierto al frente de sus tropas. Aseguraba que no moriría hasta que no hubiera acabado victoriosamente la guerra. Y así fue: tres meses después de la rendición de Japón, un tanque de la marca Sherman e, irónicamente, del modelo Patton, con los frenos rotos, aplastó su jeep en la ciudad alemana de Heidelberg, causándole graves heridas que le provocaron una embolia fatal.
El periódico The Columbian del estado de Oregón anunció en primicia los cuatro números ganadores del sorteo de la lotería estatal correspondiente al 28 de junio del año 2000; esos números eran: 6-8-5-5. Sin embargo, por error, lo que publicó fue la combinación ganadora en el sorteo de la lotería del Estado de Virginia. Lo asombroso es que, en el siguiente sorteo de la Lotería de Oregón resultó agraciada esa misma combinación de números.
El 14 de febrero de 1876, el profesor de fisiología vocal e ingeniero de la universidad de Boston Alexander Graham Bell (1847-1922) hizo las primeras demostraciones públicas de transmisión de voz humana. «Watson, ven aquí, te necesito», fue el primer mensaje que, dirigido a su ayudante situado en otra estancia del mismo edificio, Bell consiguió transmitir el 10 de marzo de 1876 con el aparato que acababa de patentar: el teléfono. Sin embargo, aquel mismo 14 de febrero de 1876, sólo tres horas después de que Bell hubiese patentado su modelo, presentó también una solicitud de patente su colega y compatriota Elisha Gray (1835-1901), inventor de un aparato similar. De esta confusa y sospechosa coincidencia derivó una larga serie de pleitos, resueltos cuando el Tribunal Supremo de los Estados Unidos dictaminó que era prioritaria y ventajosa la invención de Bell. Pero esto no acalló el rumor de que Bell tenía un confidente en la oficina de patentes que le avisó con antelación de que se iban a comparar ambas patentes para desechar la peor y más costosa. Esto habría dado a Bell la oportunidad de añadir a su solicitud de patente una nota aclaratoria manuscrita al margen en la que proponía un diseño alternativo idéntico al de Gray.
El químico alemán Emil Fischer (1852-1919) trabajó sobre las síntesis de importantes compuestos de los tejidos humanos, especialmente del grupo de las purinas, y recibió por ese trabajo el Premio Nobel en 1902. Desilusionado por la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial (además de por la pérdida de dos de sus tres hijos y por el quebranto de su propia salud), se quitó la vida poco después de la conclusión de la guerra. Durante una temporada, había sido ayudante suyo Hans Fischer (1881-1945), no emparentado con él pese a su apellido, quien también trabajaba en importantes compuestos del tejido humano, como las porfirinas, la hemina y la bilirrubina, y que recibiría otro Premio Nobel, en 1930, por ese trabajo. Desilusionado por la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial (y por la destrucción de su laboratorio durante las incursiones aéreas), Hans Fischer se quitó la vida poco después de la conclusión de la guerra.
En 1858, Robert Fallon, de Northumberland (Inglaterra), acusado de hacer trampas al jugar póquer en el salón Bella Union de San Francisco, fue asesinado a tiros por sus engañados compañeros de partida. Mientras esperaban la llegada del sheriff, y como por entonces se pensaba que el dinero ganado haciendo trampas (en este caso, seiscientos dólares) traía mala suerte, los otros jugadores llamaron al primero que pasó para que tomara el lugar del muerto en la mesa de juego, confiados en que pronto recuperarían sus pérdidas. Sin embargo, cuando llegó la policía, el nuevo jugador había convertido los seiscientos dólares en 2200. Cuando el sheriff pidió los seiscientos dólares para poder entregárselos a los familiares del muerto, el joven desconocido comentó y demostró que era hijo precisamente de Fallon, el tramposo al que había sustituido en la partida, que no había visto a su padre desde hacía siete años.
En 1886, dos científicos descubrieron simultáneamente un sistema de producción barata de aluminio. Ese año, el ingeniero estadounidense Charles Martin Hall y el francés Paul Héroult presentaron la misma patente. Para redondear la casualidad, ambos habían nacido en 1863 y ambos fallecerían en 1914. Cuando ambos eran adolescentes, el aluminio era tan caro como la plata y se usaba sobre todo para artículos de lujo y joyería. Ambos, independientemente, pensaron en la posibilidad de encontrar un medio para fabricarlo más barato. Y ambos lo encontraron. Hall produjo las primeras muestras de metal el 23 de febrero de 1886, tras varios años de intenso trabajo. Había fabricado la mayoría de sus instrumentos y preparado sus sustancias químicas con la única ayuda de su hermana mayor Julia Gall. La invención básica incluía pasar una corriente eléctrica por un baño de alúmina disuelta en criolita, lo que hacía que un charco de aluminio se formase en el fondo de la retorta. El 9 de julio de 1886, Hall solicitó su primera patente. Por su parte, Paul Héroult descubrió el proceso de aluminio electrolítico también en 1886. A causa de esta coincidencia el proceso fue llamado el proceso Hall-Heroult.
A comienzos del mes de junio de 1953, el reportero de prensa y televisión de Chicago Irv Kupcinet (1912-2003) se hallaba en Londres para cubrir las ceremonias de exaltación y coronación de la nueva reina británica Isabel II. En uno de los cajones de su habitación del Hotel Savoy encontró algunos artículos que, por su identificación, pertenecían a un hombre llamado Harry Hannin, a la sazón una de las estrellas de baloncesto de los célebres Harlem Glober Trotters. Por casualidad, Harry Hannin era un buen amigo de Kupcinet. Pero no acaba ahí la cosa. Justo dos días más tarde, y antes de que Kupcinet pudiera contar a Hannin su afortunado descubrimiento, él recibió una carta de Hannin. En ella, le decía que en el Hotel Meurice de París en el que se alojaba había encontrado en un cajón una corbata con el nombre de Kupcinet.
La última interpretación operística completa del barítono estadounidense Leonard Warren (1911-1960) fue en la obra Simon Boccanegra el 1 de marzo de 1960 en el Teatro Metropolitan de Nueva York. Tres días después, durante la representación de La forza del destino, de Verdi, compartiendo escenario con la diva Renata Tebaldi, murió en escena a los cuarenta y ocho años de un ataque cerebrovascular masivo. Los testigos contaron que Warren había completado el aria del Tercer Acto que comienza con la estrofa «Morir, tremenda cosa», y que se disponía a iniciar la vigorosa cabaletta posterior, cuando se quedó mudo y cayó de bruces, quedándose en el suelo totalmente inmóvil.
En 1973, el actor galés Anthony Hopkins (1937), tras serle ofrecido protagonizar la versión cinematográfica de la novela La mujer de Petrovka, de George Feifer, que no había leído, salió de su casa londinense y tomó el metro para tratar de hacerse con un ejemplar de la novela en alguna de las numerosas librerías de Charing Cross. Pero la búsqueda fue infructuosa, pues todas las ediciones estaban agotadas, por lo que se dispuso a regresar a casa y, para ello, tomó el metro en la estación de Leicester Square. Al ir a sentarse en un banco, encontró que alguien se había dejado abandonado un ejemplar viejo y plagado de anotaciones de la novela que él buscaba. Aquello ya hubiera sido en sí mismo una notable coincidencia, pero es que, durante el rodaje de la película, el autor de la novela y del guión, George Feifer, reconoció aquel ejemplar: un amigo suyo lo había extraviado, con gran pesar, en el metro. Feifer contó a Hopkins cómo dos años antes le había prestado a un amigo su ejemplar plagado de anotaciones y cómo este lo había perdido en el metro. Es decir, Hopkins no sólo se había encontrado el libro que buscaba, sino que había dado fortuitamente con el ejemplar de trabajo del propio autor.
El New York Herald del 26 de noviembre de 1911 relataba la historia de una curiosísima coincidencia concerniente a un asesinato ocurrido el 17 de octubre de 1678: sir Edmund Berry Godfrey había sido salvajemente asesinado (estrangulado y empalado con su propia espada) en un lugar llamado, según el periódico, Greenberry Hill. Lo curioso del caso es que los tres hombres acusados del crimen y ahorcados en consecuencia el 5 de febrero de 1679 se llamaban Robert Green, Henry Berry y Lawrence Hill. En realidad, el lugar del crimen se llamaba Primrose Hill y sólo sería posteriormente cuando sería conocido temporalmente como Greenberry Hill en recuerdo de aquellos lúgubres acontecimientos.
En 1975, en Hamilton, la capital de las caribeñas islas Bermudas, un hombre que conducía un ciclomotor fue atropellado por un taxi, muriendo en el acto. El hecho ocurrió exactamente un año después de que su hermano resultase muerto al ir conduciendo aquel mismo ciclomotor, por la misma calle, y chocar contra el mismo taxi, conducido por el mismo taxista, que, para colmo, llevaba al mismo pasajero del accidente posterior.
En 1979, la revista alemana Das Besteran convocó un concurso de escritura entre sus lectores que tenían que enviar historias extrañas y extraordinarias, cuanto más mejor, pero que tuvieran una base real comprobable y estuvieran basadas en sucesos verídicos. El ganador, Walter Kellner, de Múnich, vio su historia publicada. Su narración relataba una ocasión en que había pilotado un avión Cessna 421 entre las islas de Cerdeña y Sicilia. En mitad del vuelo, sobre el mar, se le paró el motor del avión y se vio obligado a amerizar, esperar un angustioso rato a bordo de un bote salvavidas hinchable para luego, por fin, ser rescatado felizmente. Inesperadamente, su historia y su triunfo en el concurso fueron impugnados por otro lector, en este caso un austriaco, llamado también Walter Kellner, quien adujo que el Kellner alemán la había plagiado. El Kellner austriaco aseguró que él también había pilotado un Cessna 421 sobre el mismo mar, había sufrido el mismo problema con el motor del avión y se había visto forzado a aterrizar en Cerdeña. Era esencialmente la misma historia, aunque con un final ligeramente distinto. Lo sorprendente es que la revista comprobó ambas historias y llegó a la conclusión de que ambas eran verídicas, a pesar de que eran casi idénticas.
El rodaje de El gran dictador, la parodia que Charles Chaplin hizo de Hitler, comenzó el 9 de septiembre de 1939, ocho días después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, dándose por acabado seis meses más tarde con un gran secretismo y pese a las numerosas presiones en contra, especialmente por parte de la embajada alemana y de su productora, United Artists, que había recibido amenazas de boicot. Incluso se llegó a decir que el propio Hitler había organizado un comando secreto encargado de averiguar de qué iba la película y, en caso de juzgarla peligrosa para sus intereses, de sabotearla.
En 1987, en la ciudad austriaca de Moosbrunn, durante un concierto, el director de la orquesta, Johann Kolominn, sufrió un ataque cardiaco en el mismo escenario, muriendo de forma instantánea durante la actuación. Mientras ocurría el penoso suceso, la orquesta interpretaba una marcha de Klevenhuller. Al año siguiente, el nuevo director, Franz Gessner, decidió incluir otra vez la marcha en el programa de uno de los conciertos como homenaje a su predecesor. Durante la función, el público observó con horror como Gessner se desplomaba súbitamente. Había sufrido un ataque cardíaco fulminante y estaba muerto.
En 1991, la joven de diecinueve años Cristina Vernoni perdió la vida en un accidente ocurrido en un paso a nivel ferroviario sin vigilancia en Reggio Emilia, al norte de Italia. Cuatro años después, su padre de cincuenta y siete años iba conduciendo a trabajar por su ruta habitual, que pasaba por el mismo cruce, cuando, al atravesarlo, sin previo aviso, fue arrollado por el tren, que lo arrastró varias decenas de metros hasta que el convoy finalmente se detuvo. Casualmente, el conductor del tren, Domenico Serafino, era el mismo que conducía el tren que había matado a la hija cuatro años antes. Los investigadores dijeron que la muerte del padre, como la de la hija, fue totalmente accidental y descartaron el suicidio.
En el patio trasero de la modesta iglesia de San Lorenzo, en Yorkshire, Inglaterra, unos jardineros se sorprendieron al remover unas malezas y descubrir una sencilla tumba en la que, según se lee en la lápida (foto superior), yace el cuerpo de un joven de 29 años llamado Harry Potter. Para redondear la coincidencia, hay que hacer constar que el reverendo de la Iglesia se llama Richard Rowling, aunque afirmó no ser familiar de la autora J. K. Rowling. En 2010 se descubrió una segunda tumba con ese nombre en un lugar aún más inesperado. La segunda tumba con el nombre del famoso mago pertenece a un personaje real que ahora descansa en el cementerio de la Commonwealth en la ciudad israelí de Ramle. El joven Harry Potter falleció durante la batalla de Hebrón, el 22 de julio de 1939, sin haber cumplido aún los 20 años, mientras su regimiento, el de Worcestershire, se enfrentaba a los árabes en Israel. Ambas tumbas de estos otros Harry Potter se han convertido ya en un destino muy popular y son numerosos los curiosos que se acercan a ver y fotografiar las lápidas.
En 1991, una mujer tailandesa de cincuenta y siete años llamada Yooket Paen caminaba por su granja cuando se resbaló al pisar una boñiga de vaca. Para mantener el equilibrio se agarró a un cable y murió electrocutada. Poco después de su funeral, su hermana pequeña, Pan, de cincuenta y dos años, les estaba demostrando a unos vecinos cómo había sido el accidente cuando ella también se resbaló, se agarró del mismo cable y murió igual que su hermana.
En 2002, dos hermanos gemelos de setenta años murieron con una diferencia de pocas horas tras sufrir dos accidentes de tráfico distintos en la misma carretera del norte de Finlandia. El primero de los gemelos murió cuando un camión arrolló su bicicleta en el cruce de la autopista 8, en Raahe, a 600 km al norte de la capital, Helsinki, durante una nevada. Murió exactamente a 1,5 km del punto en el que falleció su hermano. «Esto es simplemente una coincidencia histórica. Aunque la carretera soporta mucho tráfico, no ocurren accidentes cada día», comentó a la agencia Reuters un portavoz de la Policía.
John y Arthur Mowforth eran dos gemelos británicos que vivían a unos ciento veinte kilómetros de distancia el uno del otro. Al atardecer del 22 de mayo de 1975, ambos se sintieron muy enfermos con sendos dolores en el pecho. Las familias de ambos no pudieron informarse de la respectiva enfermedad del otro hermano. Ambos fueron llevados a dos hospitales distintos aproximadamente a la misma hora. Y ambos murieron de sendos infartos poco después de ser ingresados.
En 1939 nacieron en Ohio los gemelos Jim Lewis y Jim Springer cuya historia fue relatada en 1980 por el Reader‘s Digest. Los dos hermanos fueron separados al nacer y adoptados por familias distintas. Cuando, tras vivir alejados durante treinta y nueve años, se conocieron, descubrieron que los dos se llamaban Jim; que ambos habían acabado siendo agentes del orden público, destacando por sus habilidades en mecánica y carpintería; que ambos se casaron con sendas mujeres llamadas Linda y tuvieron sendos hijos llamados James (uno James Alan y el otro, James Allan); que ambos se divorciaron de sus esposas Linda y se volvieron a casar ambos con dos mujeres llamadas Betty y que, por si fuera poco, ambos tenían sendos perros llamados Toy.
En abril de 2001, en Memphis, Tennessee, un hombre se saltó intencionadamente las barreras de seguridad de un paso a nivel e intentó cruzarlo al volante de su automóvil antes de que llegara el tren que se acercaba… El resultado de su intento fue contradictorio. Por un lado, el tren no lo alcanzó, pero, durante su arriesgada maniobra chocó violentamente contra otro vehículo que estaba ejecutando la misma maniobra desde el lado opuesto del cruce. El otro conductor había tenido la misma brillante idea. El primer conductor murió en el impacto. Mientras tanto, el tren pasó sin ser obstaculizado por ninguno de los dos vehículos.
En cierta ocasión, un estudiante inglés de doce años llamado Nigel Parker le contó a Arthur Koestler la siguiente coincidencia que el filósofo contó a su vez a su compatriota Edgar Allan Poe (1809-1849), que la incluyó en su obra Las aventuras de Arthur Gordon Pym. En la novela, de 1837, se relata la aventura de cuatro supervivientes de un naufragio cercano a las islas Malvinas o Falklands que, tras permanecer muchos días en un bote a la deriva (contando por único alimento con una botella de oporto), acuciados por el hambre, decidieron sortear entre ellos cuál servirá de alimento a los demás. Para llevar a cabo el sorteo, cortan cuatro pajitas (una de ellas más corta que las demás) y eligen cada uno una. La fortuna quiere que el que elija la pajita más corta y, por tanto, sea el sacrificado sea un grumete llamado Richard Parker, al que sus compañeros, de acuerdo a lo pactado, asesinan y devoran. Treinta y siete años después, en 1884, la yola Mignonette zozobró al sur del océano Atlántico, cerca de las islas Sándwich, logrando sus cuatro tripulantes ponerse a salvo a bordo de un bote. Pero, acuciados por el hambre, decidieron asesinar y comerse a uno de ellos que, enfermo y desnutrido, se encontraba en franco estado agonizante. Se trataba del que había sido grumete de la yola, de nombre Richard Parker. La macabra casualidad no hubiera trascendido a no ser por un concurso sobre coincidencias patrocinado por el London Sunday Times, que fue ganado por el muchacho de doce años que luego se lo contaría a Koestler y cuyo tatarabuelo, además, para completar la coincidencia, era primo del grumete.
En el mes de marzo de 1952, el personaje de los cómics que en España conocemos como Daniel el Travieso nació… dos veces. Con solo tres días de diferencia, tanto el dibujante estadounidense Hank Ketcham (1920-2001) como el escocés David Law (1908-1971) crearon sus primeros cómics protagonizados ambos por un personaje de nombre idéntico: Daniel el Travieso. Ninguno sabía del otro, pero cuando tuvieron la coincidencia de conocerse, acordaron no interferir el uno con el otro. Indudablemente, el personaje que más éxito tuvo fue el creado por Ketcham. Más extraño es el hecho de que ambos personajes nacieran vistiendo sendos jerséis a rayas.
El pintor austriaco Joseph Mathäus Aigner (1818-1886), que con el tiempo alcanzaría cierta fama como retratista, intentó suicidarse sin éxito varias veces a lo largo de su vida. Su primera tentativa de colgarse ocurrió a la edad de dieciocho años, pero entonces un misterioso monje capuchino le interrumpió y le salvó la vida. Otra vez, a los veintidós años, el mismo monje le impidió colgarse de nuevo. Ocho años más tarde, fue condenado a la horca debido a sus actividades políticas subversivas. Aigner intentó quitarse la vida antes de que se cumpliera la sentencia, pero, otra vez, su vida fue salvada por la intervención del mismo monje y, enseguida, la pena le fue conmutada. Finalmente, a los sesenta y ocho años, Joseph Aigner tuvo éxito en un intento de suicidio, usando una pistola para pegarse un tiro. Curiosamente, el mismo monje capuchino de siempre, un hombre cuyo nombre Aigner nunca llegó a saber, ofició su entierro.
En junio de 2001, una niña de diez años llamada Laura Buxton escribió su nombre y dirección en un trozo de papel, pegó el papel en un globo de helio y lo soltó desde su jardín. El globo recorrió casi doscientos veinticinco kilómetros, hasta que aterrizó en el jardín de otra pequeña de diez años que también se llamaba Laura Buxton. La segunda Laura se puso enseguida en contacto con la primera y, desde entonces, ambas se hicieron amigas. Ambas descubrieron que no sólo compartían el mismo nombre y la misma edad, sino que las dos tenían el pelo claro, un perro labrador, un conejito y un conejillo de Indias.
En plena Segunda Guerra Mundial, cuando Winston Churchill (1874-1965) era todavía primer ministro, paró un taxi en Strand y le pidió que le llevase a las instalaciones de la BBC. «Lo siento, señor, se va tener usted que agenciar otro taxi. El señor Churchill va a hablar por la radio dentro de treinta minutos y no me gustaría perdérmelo conduciendo por las calles de Londres» le dijo el taxista. Churchill se sintió tan orgulloso de esa respuesta tan espontánea y tan, para él, gratificante, que puso en la mano del taxista una libra. Este le miró con asombro y tomó una rápida decisión: «Es usted como hay que ser, señor —exclamó—. Así que entre y al diablo con Churchill».
En plena Segunda Guerra Mundial, el escritor de ciencia ficción estadounidense Cleve Cartmill (1908-1964) escribió una historia a la que tituló Deadline (‘Fecha límite’) y que sería publicada por la revista Astounding Science Fiction en marzo de 1944. En ella se describían algunos detalles técnicos de la bomba atómica con tal precisión que el gobierno pensó que se habían filtrado datos del supersecreto Proyecto Manhattan. Casi de inmediato, un equipo de agentes del FBI acudió a interrogar a Cleve Cartmill. Afortunadamente para él, el escritor pudo demostrar que sólo se había documentado (muy bien, por cierto) en diversos artículos científicos publicados antes de la guerra.
En febrero de 2009, una joven de Florida llamada Kelly Hildebrandt hizo algo tan normal como buscar su propio nombre en Facebook y encontró a un chico de Texas llamado exactamente igual: Kelly Hildebrandt. Inmediatamente se puso en contacto con él y, en octubre de ese mismo año, ocho meses después, Kelly Hildebrandt y Kelly Hildebrandt se casaron solemnemente.
La siguiente coincidencia, también realmente sorprendente, pero sobre todo providencial, sucedió en Zaragoza el 23 de octubre de 1991. Unos etarras iban a colocar un coche bomba cuando se les paró el vehículo en mitad de la calle. Entonces, uno de ellos, Idoya López Riaño (también conocida como «la Tigresa» y la terrorista más sanguinaria de la historia de ETA, con sus veintitrés asesinatos probados), pidió ayuda a un transeúnte que casualmente pasaba por allí para que le ayudase a empujar el coche (que, como luego se supo, iba cargado con treinta y cinco kilos de amosal). Pero ahí ocurrió lo inesperado: el paseante reconoció la matrícula doblada del coche que iba a empujar, pues era exactamente igual a la de su propio coche. Enseguida mostró su alarma de tal modo que hizo que la etarra, es de suponer que, asombrada, se diera a la fuga. Afortunadamente, esta feliz coincidencia impidió sin duda una masacre.
El joven sueco de diecinueve años Franz Richter se enroló voluntariamente en el Cuerpo de Transporte austriaco durante la Primera Guerra Mundial. Un día, fue internado en el hospital aquejado de neumonía. En ese mismo hospital se hallaba internado otro paciente también del Cuerpo de Transporte y también llamado Franz Richter, con sus mismos diecinueve años y asimismo aquejado, como él, de neumonía.
El 11 de marzo de 1851, se estrenaba, en el teatro La Fenice de Venecia, la ópera del compositor italiano Giusseppe Verdi (1813-1901) Rigoletto. Su argumento, basado en un relato de Victor Hugo titulado Le roi s’amuse (El rey se divierte), convertido por Francesco Maria Piave en libreto operístico intensamente dramático, narraba la historia de un padre, Rigoletto, que, a pesar de amar a su hija, la mata para vengarse del hombre que la deshonró. Aquella noche, las góndolas recorrían los canales venecianos llevando espectadores ansiosos de presenciar la nueva obra del maestro. Se cuenta que en una de ellas, Verdi iba tarareando, distraídamente, el aria del acto tercero de su obra aún no estrenada, la luego celebérrima La donna é móbile, incluida a última hora por exigencias del tenor protagonista que quería un aria personal con que lucirse en el último acto de la obra. Esa exigencia obligó a que Verdi la compusiese la tarde anterior al estreno de la ópera. Tal vez, Verdi aún daba vueltas a su última composición, o bien anticipaba con su distraído tarareo el triunfo de su creación. Una vez en el teatro, y llegado el tercer acto, nada más comenzar el aria, el compositor advirtió, con inquietud, que el público se miraba asombrado, que surgían comentarios y que un creciente revuelo llenaba la sala. Pero Verdi no pudo satisfacer su inquietud y enterarse de lo sucedido hasta finalizada la representación. Seguramente la explicación, en cierta forma, lo satisfizo. Al parecer los gondoleros lo habían escuchado tararear aquella melodía y, atraídos por la belleza de su música, lo imitaron con tal rapidez, que la estrenaron minutos antes del estreno, al vaivén cadencioso de sus góndolas negras.
La foto muestra el momento en que el cantante John Lennon (1940-1980) firma el que sería su último autógrafo a quien horas después le asesinaría. Alrededor de las cinco de la tarde del 8 de diciembre de 1980, Lennon y Yoko Ono salían del edificio Dakota en el que vivían para acudir a una sesión de grabación en los Record Plant Studios. El magnicida Mark David Chapman (1955) estaba esperándolo para estrecharle la mano y tratar de que le firmara un ejemplar de su último disco, Double Fantasy. Seis horas después, la limusina de Lennon regresó al edificio Dakota. Chapman esperaba al ex Beatle, esta vez con un ejemplar de la novela El guardián entre el centeno en la mano y, al grito de «¡Mr. Lennon!», realizó seis disparos, causándole la muerte.
Hay ocasiones en que la historia parece rizar el rizo de la verosimilitud. Es el caso, por ejemplo, de lo sucedido al rey Humberto I de Italia (1844-1900), que en la noche del 28 de julio de 1900 se asombró al observar que el propietario del restaurante de la ciudad de Monza donde cenaba con su asistente de campo, el general Emilio Ponzia-Vaglia, tenía un gran parecido físico con él; en realidad parecían la misma persona. Impresionado por la coincidencia, le mandó llamar y comprobó aún con mayor sorpresa que ambos se llamaban Humberto, ambos habían nacido el mismo día del mismo año (14 de marzo de 1844) en la ciudad de Turín; que el propietario estaba casado con una mujer que tenía el mismo nombre de pila que la reina (Margarita), y que había abierto su establecimiento el mismo día en que el rey había sido coronado (el 9 de enero de 1878). Simpatizando con el propietario del restaurante ante tantas coincidencias, el rey lo invitó a asistir al día siguiente (29 de julio de 1900) a un festival atlético que su majestad iba a presidir en la ciudad. Así se convino, pero, en pleno acto deportivo, poco después de que el rey fuera informado de que el retraso de su invitado se debía a que había sido asesinado a balazos aquella misma noche, el anarquista Gaetano Bresci disparó sobre el monarca, matándole.
Investigadores franceses afirman que el primer soldado francés que fue herido en julio de 1870 en el desarrollo de la Guerra Franco-Prusiana, que desembocaría en la unión política de la Gran Alemania, fue también el último en morir, diez meses después, en mayo de 1871.
La Casa Blanca es el nombre popular con que se conoce la residencia oficial del presidente de Estados Unidos, situada en el número 1600 de la avenida Pennsylvania de la ciudad de Washington, capital nacional ubicada en el distrito federal de Columbia. Se trata de un edificio construido en el siglo XVIII, de estilo colonial y pintado de blanco, a lo que alude por supuesto su nombre. Pero lo curioso es que también se llama así el edificio sede del Parlamento (antiguo Sóviet Supremo) de Rusia, una construcción que comenzó en 1965 y fue finalizada en 1981. En principio fue sede del Poder Legislativo de la República Socialista Federativa Soviética Rusa, el Congreso Soviético de diputados hasta la crisis del 4 de octubre de 1993, cuando durante una sublevación se bombardeó el edificio, causando un importante incendio. La renovada Casa Blanca es ahora sede central del Gobierno federal y residencia oficial de su presidente.
La confusión se extendió por el pabellón de maternidad de un hospital en Australia, cuando se presentaron a punto de dar a luz dos mujeres con el mismo nombre: Carole Williams. Ambas parieron a dos niñas el mismo día, que era el cumpleaños de las dos mamás…
La Segunda República Española fue proclamada el día 14 de abril de 1931, y empezó su fin con la sublevación del general Franco, el 18 de julio de 1936. Entre ambas fechas transcurrieron pues 1922 días. Franco murió el 20 de noviembre de 1975, y el 23 de febrero de 1981, 1922 días después, un grupo de militares conjurados intentaron el célebre golpe de mano conocido como «23-F», cuyo episodio más sonado fue la toma del Parlamento por el teniente coronel Tejero, de la Guardia Civil.
A finales de 1864 o comienzos de 1865, el actor estadounidense Edwin Booth (1833-1893), en la foto caracterizado en el papel de Yago, se hallaba casualmente en la plataforma de un tren situado en la ciudad de Jersey, en el estado de Nueva Jersey, cuando pudo ayudar al joven Robert Lincoln (1843-1926), hijo del presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, y salvarlo de un grave accidente o, incluso, de la propia muerte. Pocas semanas después, el 15 de abril de 1865, el hermano menor del actor, John Wilkes Booth (1838-1865), asesinaría al propio presidente Lincoln. En 1909, Robert Lincoln recordó el incidente ocurrido en una carta a Richard Watson Gilder, el editor de The Century Magazine. «El incidente tuvo lugar a altas horas de la noche mientras un grupo de pasajeros trataba de comprar compartimentos para dormir al revisor del tren en la plataforma de entrada al vagón. Ésta tenía al menos la altura del suelo del vagón y era, por supuesto, un espacio estrecho. Había una muchedumbre y yo estaba aprisionado contra la carrocería del vagón esperando mi turno. En ese momento, el tren se puso en marcha y, con el movimiento, se me giraron los pies, comencé a caerme, al hundírseme los pies por el hueco entre la plataforma y el andén; no podía hacer nada por mí mismo y estaba desvalido, cuando alguien me agarró vigorosamente el cuello del abrigo y fui rápidamente transportado en volandas a una parte más segura de la plataforma. Cuando le di las gracias a mi salvador, vi que era Edwin Booth, cuyo rostro era bien conocido, por supuesto, para mí, y le expresé mi agradecimiento, y al hacerlo, le llamé por su nombre». Booth no conocería la identidad del hombre a quien había salvado hasta algunos meses después, cuando recibió una carta de un amigo, el coronel Adam Badeau, oficial al servicio personal del general Ulysses S. Grant. Badeau había escuchado la historia por Robert Lincoln, quien desde que se unió al ejército de la Unión también estaba a las órdenes personales de Grant. En la carta, Badeau mostró sus respetos a Booth por el acto heroico. El hecho de que hubiera salvado la vida del hijo de Abraham Lincoln le reconfortaba un poco después de que su hermano asesinara al presidente.
La práctica totalidad de los detalles del nacimiento e infancia de Jesucristo se repiten en los casos de otros muchos dioses o salvadores de la humanidad. Por ejemplo, Krishna, encarnación de la segunda divinidad de la trinidad hindú, también nació de una mujer virgen y un carpintero y murió crucificado tras derrotar, en su caso, a la serpiente. En ocasiones, hasta los nombres de las madres-vírgenes se parecen al de María: la del egipcio Hermes y la de Buda se llamaban Maia; la del hindú Agni y la del siamés Codom, Maya, y Myrra la de Adonis y Dionisos…
En 1866 falleció en Karlsruhe el profesor Abraham Golmans, que mantuvo toda su vida una íntima relación con el número 7. Tanto su nombre de pila como su apellido constan de siete letras. Nació en 1760 (fecha cuya suma es dos veces siete), se casó un 7 de julio, tuvo 7 hijos, recibió 7 condecoraciones y falleció de septicemia un 7 de julio, a las 7 de la tarde.
Un caso muy similar se refleja en la siguiente reseña biográfica, enviada a Arthur Koestler tras la publicación de su libro Las raíces del azar en 1973, que puede ser demasiado buena para ser cierta. El autor de la carta, el irlandés Anthony S. Clancy, de Dublín, escribía: «Nací el séptimo día de la semana, el séptimo día del mes, el séptimo mes del año y el séptimo año del siglo. Era el séptimo hijo de un séptimo hijo, y tuve siete hermanos; eso hace siete sietes. En mi vigésimo séptimo cumpleaños, cuando consultaba el programa de carreras para elegir un ganador en la séptima, vi que el caballo número siete se llamaba Séptimo Cielo y tenía un hándicap de siete stones [unos 45 kg]. Las apuestas estaban 7 a 1. Jugué siete chelines a él. Acabó séptimo».
Los químicos orgánicos habían estado intentando durante siglos explicar ciertos hechos asombrosos concernientes a las sustancias químicas orgánicas. Por fin, en septiembre de 1874 un químico holandés de veintidós años, Jacobus H. Van’t Hoff (1852-1911), sugirió que un átomo de carbono tenía cuatro ligaduras dispuestas en tal forma que apuntaban a los vértices de un imaginario tetraedro. Aunque no nos lo parezca a los profanos, eso lo explicaba todo. Dos meses después, un químico francés de veintidós años, Joseph A. Le Bel (1847-1930), publicó un estudio que contenía precisamente la misma sugerencia. Los dos hombres habían trabajado de forma independiente. Pese a la coincidencia de sus logros, en 1901, fue sólo Van’t Hoff quien recibió el primer Premio Nobel de Química que se entregaba.
Los escritores Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega murieron, al menos oficialmente, el 23 de abril de 1616. Por eso desde 1995 se celebra en esa fecha el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor. Sin embargo, el fallecimiento de Shakespeare no tuvo lugar el mismo día. Inglaterra utilizaba aún por entonces el calendario juliano, en tanto que en los países católicos, como España, ya había entrado en vigor el calendario gregoriano. En realidad, la muerte de Shakespeare tuvo lugar diez días después de la de Cervantes y Garcilaso de la Vega (según los autores, se fecha en el 3 o en el 4 de mayo del calendario gregoriano). Por otra parte, se suele decir también que Shakespeare nació asimismo un 23 de abril, pero lo cierto es que sólo se sabe que su certificado de nacimiento data del 26 de abril (del calendario juliano), por lo que su fecha exacta de nacimiento posiblemente nunca se sabrá con certeza.
La estadounidense Regina Rohde (1984) era estudiante de primer curso de la escuela Columbine High, por lo que, para su desgracia, asistió en directo desde la cafetería del centro a la hasta entonces peor masacre escolar de la historia, cuando, el 20 de abril de 1999, trece personas fueron asesinadas por dos estudiantes enloquecidos. Esa trágica marca sólo fue superada ocho años después, el 16 de abril de 2007, durante el tiroteo en el que resultaron muertos treinta y dos estudiantes en el Virginia Tech de la localidad virginiana de Blacksburg… donde, aunque parezca increíble, Regina Rohde, una vez superado ligeramente su trauma anterior, se encontraba ahora estudiando un máster de pesca y fauna.
Se cuenta que el año que asesinaron a Julio César, el 44 a. C., apareció un cometa en el cielo. La mitología popular enlazó ambos hechos y los enmarcó en una larga tradición de creencias que relacionan la aparición de cometas con grandes acontecimientos y, a menudo, con grandes desgracias.
Las vidas de Thomas Jefferson (1743-1826) y John Adams (1735-1826), dos de los padres fundadores de los Estados Unidos de América, unidos por una prolongada amistad que luego se trocaría en rivalidad, presentan muchos paralelismos. Jefferson, el tercer presidente constitucional de los Estados Unidos, bosquejó la Declaración de Independencia enseñándole el borrador a Adams, que sería luego el segundo presidente estadounidense y que, de momento, con la colaboración de Benjamin Franklin (en la imagen, Jefferson de pie, Adams sentado en el centro; a la izquierda, Franklin), le ayudó a afinarla y editarla. El documento final sería aprobado por el Congreso Continental el 4 de julio de 1776. Lo curioso es que ambos, Jefferson y Adams, murieron el mismo día, el 4 de julio de 1826; exactamente 50 años después de la firma de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Aunque el presidente Adams se retiró de la vida pública en 1801, mantuvo una animada correspondencia con Thomas Jefferson hasta el fin de sus días. Las últimas palabras de Adams fueron: «Jefferson aún vive». Pero se equivocaba: Jefferson acababa de morir unas cuantas horas antes.
Según cuenta Vicente Vega había leído en El Averiguador Universal, n.º 33, del 15 de mayo de 1880, que en Murcia ocurrió una triste coincidencia: el ayuntamiento de la capital tuvo noticia de que acababa de fallecer en Puerto Príncipe, Haití, un soldado de aquella ciudad, adscrito al Regimiento de Cazadores del Duero, llamado Antonio Cárceles Serrano, hijo de Antonio y María. El ayuntamiento se dispuso a comunicar a su familia la triste nueva, pero hete aquí que descubrió que había dos madres que se llamaban María Serrano, casadas con dos Antonio Cárceles, vecinas ambas del partido de Zaraiche y con un hijo cada una de la misma quinta y del mismo nombre sirviendo en el mismo regimiento. No quedó más remedio que avisar a las dos, que se presentaron con el temor de que fuera su hijo el fallecido y la esperanza que fuera el de la otra. Unos pocos días después se recibió una carta de uno de los dos soldados y el cartero no supo a qué madre entregársela. Abierta al fin, ninguna de las dos familias supo si era para ella, porque estaba redactada en términos generales.
Según la revista Life, en 1950, en Beatrice, localidad del estado norteamericano de Nebraska, los miembros de un coro religioso acudían todos los días sin falta a las 7.20 de la tarde al ensayo diario. El 1 de marzo, los quince miembros del coro se retrasaron, cada uno por un motivo más o menos justificado distinto. La familia del pastor se retrasó porque tuvo que terminar la colada; a otro se le estropeó el coche; un muchacho tuvo que terminar los deberes del colegio; a una madre le costó despertar a su hija de la siesta; otro se entretuvo absorto con un programa de radio… Aquella tarde, un fallo en la caldera hizo estallar la iglesia a las siete y veinticinco. Todos salvaron milagrosamente su vida por haberse retrasado.
Según la tradición tolteca, el dios creador Quetzalcóatl volvería un día «desde el Este» para gobernar a todo el pueblo. Los astrónomos aztecas predijeron este acontecimiento para una fecha de su calendario equivalente a nuestro año 1519. El 8 de noviembre de ese año se produjo la entrada en la ciudad de México del conquistador español Hernán Cortés. Desde ese momento, una escasa fuerza española de seiscientos hombres, con sus correspondientes caballos y armamento, guiados por Hernán Cortés, derrocaron un imperio de dos millones de hombres que no disponían de armamento moderno. Cortés desembarcó en México, consiguió aliados entre los enemigos de los aztecas y marchó sobre la ciudad de México. Al saber de su próxima llegada, el emperador azteca Moctezuma creyó que Cortés era el anunciado dios Quetzalcóatl, el Dios pálido y barbado que vendría del Este, y se resignó a su destino. El asombro y el temor lo paralizaron. Después de hacer asesinar al emperador azteca, Cortés dominó este imperio con su puñado de hombres, pero muy bien arropado por la mitología y las leyendas.
Según publicó el 17 de octubre de 1938 la revista Time, ocho años antes en la ciudad de Detroit, un hombre llamado Joseph Figlock iba a convertirse en una figura de importancia asombrosa en la vida de dos jóvenes (y, en apariencia, increíblemente descuidadas) mujeres. Mientras Figlock barría un callejón, el bebé de la señora se cayó desde una ventana de un cuarto piso justo encima de él, golpeándolo en la cabeza y los hombros. Figlock evitó que el niño se golpease contra el suelo y ambos salieron ilesos del suceso. En octubre de 1938, otro bebé, David Thomas, de dos años, cayó de nuevo desde un cuarto piso y fue a parar de nuevo encima del señor Figlock, que volvía a estar barriendo un callejón (pero otro distinto) pues, al parecer, ese era su oficio. Una vez más, ambos sobrevivieron al suceso.
Sólo cuando su tren entró en la estación de Louisville, George D. Bryson decidió interrumpir su viaje de negocios a Nueva York para visitar aquella histórica ciudad de Kentucky. Nunca había estado allí y tuvo que preguntar dónde estaba el mejor hotel. Nadie sabía que estaba en Louisville y, en broma, preguntó al recepcionista del Hotel Brown: «¿Hay alguna carta para mí?». Quedó atónito cuando el recepcionista le entregó una carta dirigida a él que llevaba el número de su habitación. Como pronto pudo deducir, el anterior ocupante de la habitación 307 había sido otro George D. Bryson, que no tenía nada que ver con él.
Un día de 1960, dos marineros enrolados en el destructor estadounidense Brenner, Marvin Ritchel, de treinta años, y Carlyle Sanley, de veintitrés, discutían de mujeres cuando descubrieron con asombro y, en principio, regocijo que sus respectivas esposas tenían el mismo nombre, Peggy Lucille. Ambos celebraron la coincidencia y fueron a buscar las fotografías. Al contemplarlas dejaron inmediatamente de reír, pues comprobaron que ambos retratos eran de la misma mujer. En cuanto los marineros llegaron a puerto, la mujer tuvo que dar muchas explicaciones y los tres pasaron a un nuevo estado civil de divorciados.
Un tal Claude Volbonne mató al barón francés Rodemire de Tarazona en el año 1872. Lo sorprendente es que, veintiún años antes, el padre del barón también había sido asesinado por un nombre llamado Claude Volbonne. Sin embargo, como se pudo comprobar en el momento, parece probado que ambos asesinos no tenían parentesco familiar alguno.
Una historia extraída de la edición del 26 de junio de 1941 del periódico The Times narra lo acontecido en una noche de junio de 1935, cuando el jefe de patrullas motociclistas de la policía de El Paso, Texas, perseguía a un camión que iba a una velocidad no autorizada. En un intento de evitar ser detenido, el conductor viró en seco dibujando una curva pronunciada, lo que provocó inevitablemente que su perseguidor, el agente Allan Falby, chocara de lleno contra el chasis del vehículo. Tras recuperar la conciencia, Falby se dio cuenta de que su pierna derecha sangraba profundamente debido a una rotura de una arteria vital. Afortunadamente, un motociclista, de nombre Alfred Smith, lo socorrió rápidamente, aplicándole un torniquete en la pierna herida, lo que menguó la hemorragia el tiempo suficiente para que el herido pudiera ser trasladado en una ambulancia a un hospital cercano.
Cinco años más tarde, en abril de 1940, el ya recuperado agente Falby escuchó una llamada de emergencia de la central que avisaba de un accidente de tráfico ocurrido en la carretera nacional 80, cercana a su localización, en la misma zona de El Paso. Al llegar al punto indicado, Falby observó un automóvil incrustado contra un árbol y a un conductor inconsciente que sangraba profusamente por una pierna. Rápidamente, el policía le practicó un torniquete para detener la hemorragia, acción que hizo que ganara el tiempo suficiente para que llegase la ambulancia. Tras revisar las ropas del conductor inconsciente, el agente Falby se encontró con una inimaginable sorpresa: la identificación de su cartera correspondía a Alfred Smith, quien lo había salvado de la muerte, en iguales circunstancias, sólo cinco años atrás.
Desde el 10 de abril del año 2000, una nueva ley requirió que todos los ciudadanos de Mongolia adoptasen de nuevo un apellido que permitiera posteriormente su identificación. Hasta entonces, los mongoles no tenían apellidos. Mejor dicho, los tuvieron, pero hacía más de ochenta años los comunistas los eliminaron para destruir el sistema de clanes, la aristocracia hereditaria y la estructura de clases. En el año 2000, el nuevo gobierno democrático decidió que los mongoles debían volver a tener apellidos y les puso un plazo para elegirlo. Incluso se publicó un libro, Consejos para apellidos mongoles, donde se les trataba de auxiliar en esta labor. A pesar de ello, más de la mitad de los mongoles escogieron como apellido Borjigin, el del clan de Gengis Kan. A título de curiosidad hay que mencionar la opción que eligió el ministro de defensa del momento, Gurragchaa, un antiguo cosmonauta, el único mongol que viajó al espacio dentro del programa espacial soviético (en la foto, a la derecha). Como no fue capaz de descubrir su apellido ancestral, decidió escoger libremente el de Sansar, palabra mongola que significa «cosmos».
Una noche del año 356 a. C., un pastor prendió fuego, medio siglo después de su construcción, a la cuarta de las Siete Maravillas de la Antigüedad, el Artemision o Templo de Artemisa (o Diana), diosa de la Luna y de la Caza, de Éfeso, ciudad situada a orillas del mar Egeo, en el Asia Menor; un soberbio edificio de mármol blanco de ciento treinta metros de longitud, sustentado por ciento veintisiete columnas jónicas de veinte metros de altura y dos de diámetro cada una. A la entrada del templo se alzaba una estatua de la diosa de cinco metros de altura, esculpida en oro macizo. El motivo que adujo el pastor, llamado Eróstratos, para convertirse en uno de los más famosos incendiarios de la historia no fue otro, precisamente, que inmortalizar su nombre. Este incendio, según la leyenda, ocurrió precisamente la misma noche del nacimiento en Macedonia de Alejandro Magno.