CAPÍTULO III
SISTEMA DE LA FILOSOFÍA TEÓRICA SEGÚN LOS PRINCIPIOS DEL IDEALISMO TRASCENDENTAL

388Idea preliminar

1) La autoconciencia, de la cual partimos, es un único acto absoluto y con este acto único no sólo es puesto el Yo mismo con todas sus determinaciones sino también, como se desprende con suficiente claridad del capítulo anterior, todo lo que está puesto para el Yo en general. Nuestra primera ocupación en la filosofía teórica será, pues, la deducción de este acto absoluto.

Pero para encontrar todo el contenido de este acto, estamos obligados a descomponerlo y, por así decir, a desmembrarlo en varios actos singulares. Estos actos singulares serán miembros mediadores de aquella única síntesis absoluta.

A partir de estos actos singulares tomados en su totalidad hacemos (lassen), por así decirlo, surgir sucesivamente ante nuestros ojos lo que está puesto al mismo tiempo y de una vez por la única síntesis absoluta, en la cual todos ellos están comprendidos.

El método de esta deducción es el siguiente:

El acto de la autoconciencia es a la vez enteramente ideal y real. Por él lo que está puesto realmente es puesto también idealmente sin mediación y lo que es puesto idealmente también lo es realmente. Esta total identidad del ser-puesto ideal y real en el acto de la 389// autoconciencia sólo puede ser presentada en la filosofía surgiendo sucesivamente. Esto ocurre de la siguiente manera:

El concepto del cual partimos es el del Yo, es decir, el del sujeto-objeto, al que nos elevamos por absoluta libertad. Por este acto es puesto para nosotros, que filosofamos, algo en el Yo como objeto, pero, por eso mismo, todavía no en el Yo como sujeto (para el Yo mismo lo que está puesto realmente también lo está idealmente en un solo y único acto). Así pues, nuestra investigación habrá de proseguir hasta que aquello que para nosotros está puesto en el Yo como objeto también lo esté para nosotros en el Yo como sujeto, es decir, hasta que la conciencia de nuestro objeto coincida para nosotros con la nuestra, por tanto, hasta que el Yo mismo haya llegado para nosotros al punto del que hemos partido.

Este método viene impuesto por nuestro objeto y por nuestra tarea porque hemos de distinguir continuamente con motivo del filosofar, es decir, para hacer surgir esa unión ante nuestros ojos, lo que está por entero unido —sujeto y objeto— en el acto absoluto de la autoconciencia.

2) A consecuencia de lo anterior, la investigación se dividirá en dos partes. En primer lugar deduciremos la síntesis absoluta contenida en el acto de la autoconciencia, después tendremos que buscar los miembros intermedios de esta síntesis.

I. Deducción de la síntesis absoluta contenida en el acto de la autoconciencia

1) Partimos de la proposición anteriormente demostrada: «el límite ha de ser a la vez ideal y real». Si es [así], el límite tiene que ser puesto por un acto, porque una unión originaria de lo ideal y lo real sólo es pensable en un acto absoluto, y este acto mismo ha de ser a la vez ideal y real.

3902) Pero un acto semejante es sólo la autoconciencia, luego toda limitación ha de ser puesta primeramente por la autoconciencia y ser dada con ella.

a) El acto originario de la autoconciencia es a la vez ideal y real. La autoconciencia es en su principio meramente ideal, pero mediante ella surge en nosotros el Yo como meramente real. Por el acto de la autointuición el Yo también es directamente limitado; ser intuido y ser son una y la misma cosa.

b) Únicamente por la autoconciencia se pone el límite, por tanto, él no tiene otra realidad sino la que obtiene a través de la autoconciencia. Este acto es lo más elevado, el estar limitado es lo deducido. Para el dogmático la limitación (Beschränktseyn) es lo primero, la autoconciencia lo segundo. Esto es impensable porque la autoconciencia ha de ser un acto y el límite, para ser límite del Yo, ha de ser a la vez dependiente e independiente del Yo. Esto se puede pensar (Capítulo II) sólo porque el Yo es = a una acción en la cual hay dos actividades opuestas, una que es limitada, de la cual, precisamente por eso, el límite es independiente, y otra que limita y, precisamente por eso, es ilimitable.

3) Esta acción es justamente la autoconciencia. Más allá de la autoconciencia el Yo es mera objetividad. Esto simplemente objetivo ([y] por eso originariamente no-objetivo, porque lo objetivo sin lo subjetivo es imposible) es lo único en sí que hay. Sólo por la autoconciencia se añade la subjetividad. A esta actividad, en origen meramente objetiva [y] limitada en la conciencia, se opone la limitante, que, por eso mismo, no puede hacerse objeto. Llegar a la conciencia y estar-limitado son una y la misma cosa. Sólo lo que está en mí limitado, por así decirlo, llega a la conciencia; la actividad limitante cae fuera de toda conciencia precisamente porque es causa de todo estar-limitado. La limitación ha de aparecer como independiente de mí porque yo sólo puedo captar mi estar-limitado, nunca la actividad por la cual se pone.

4) Supuesta esta distinción entre actividad limitante y 391//limitada, ni la actividad limitante ni la limitada es lo que denominamos Yo. En efecto, el Yo se da sólo en la autoconciencia y ni por ésta ni por aquélla pensadas en forma separada nos surge el Yo de la autoconciencia.

a) La actividad limitante no llega a la conciencia, no se objetiva, por consiguiente, es la actividad del sujeto puro. Mas el Yo de la autoconciencia no es sujeto puro sino sujeto y objeto a la vez.

b) La actividad limitada es sólo la que se transforma en objeto, lo meramente objetivo en la autoconciencia. Pero el Yo de la autoconciencia no es sujeto puro ni objeto puro sino ambos a la vez.

Ni por la actividad limitante ni por la limitada por sí solas el Yo llega a la autoconciencia. Según esto, hay una tercera actividad compuesta de ambas mediante la cual se origina el Yo de la autoconciencia.

5) Esta tercera actividad que oscila entre la limitada y la limitante, sólo por la cual surge el Yo, no es otra cosa que el Yo de la autoconciencia misma, porque producir y ser del Yo son una misma cosa.

En consecuencia, el Yo es una actividad compuesta y la autoconciencia misma un acto sintético.

6) A fin de determinar con más precisión esta tercera actividad sintética, ha de determinarse primeramente con más exactitud el conflicto de las actividades contrapuestas de las cuales procede.

a) Este no es tanto un conflicto de actividades originariamente opuestas según el sujeto sino más bien según sus direcciones, pues ambas actividades pertenecen a un único y mismo Yo. El origen de ambas direcciones es este: El Yo tiene la tendencia a producir lo infinito, esta dirección ha de ser pensada como dirigiéndose hacia fuera (como centrífuga), pero no puede ser distinguida en cuanto tal sin otra actividad que vuelva hacia dentro, al Yo como punto central. Aquella actividad dirigida hacia fuera, infinita según su naturaleza, es lo objetivo en el Yo, ésta, la que retorna al Yo, 392// no es sino la aspiración a intuirse en esa infinitud. Por esta acción en general se separa lo interior y lo exterior en el Yo y con esta separación se establece una lucha en el Yo, explicable sólo a partir de la necesidad de la autoconciencia. Por qué el Yo ha de ser consciente de sí originariamente no se puede explicar más, pues no es otra cosa que autoconciencia. Pero justamente en la autoconciencia es necesario un conflicto de direcciones opuestas.[33]

El Yo de la autoconciencia es lo que se encamina según estas direcciones contrapuestas. Consiste sólo en este conflicto, o mejor aún, es él mismo este conflicto de direcciones opuestas. Tan cierto como el que el Yo es consciente de sí, lo es que esa lucha ha de surgir y mantenerse. Se pregunta cómo se mantiene.

Dos direcciones opuestas se suprimen, se aniquilan, por tanto, la lucha, según parece, no puede durar. De esto surgiría una inactividad absoluta; en efecto, dado que el Yo no es nada más que aspiración a ser igual a sí mismo, el único fundamento de determinación a la actividad es para el Yo una constante contradicción en él mismo. Ahora bien, toda contradicción se aniquila en y por sí misma. Ninguna puede perdurar sino por la aspiración misma de mantenerla o de pensarla; por este tercer [elemento] aparece una especie de identidad en la contradicción, una relación mutua de ambos miembros opuestos.

La contradicción originaria en el ser mismo del Yo no puede suprimirse sin anular al Yo mismo, ni puede perdurar en sí y por sí misma. Sólo durará por la necesidad de permanecer, es decir, por la aspiración, que de ella resulta, a mantenerla y así aportarle identidad.

(De lo dicho se puede concluir que la identidad expresada en la autoconciencia no es originaria sino producida y mediada. Lo originario es la lucha de direcciones opuestas en el Yo, la identidad, lo resultante de ello. Aunque somos originariamente conscientes de la identidad, 393// se ha mostrado por la investigación de las condiciones de la autoconciencia que ella sólo puede ser mediada, sintética.)

Lo más alto de lo cual llegamos a ser conscientes es la identidad de sujeto y objeto, pero ésta es en sí imposible, [y] sólo puede serlo por un tercer [elemento], por un mediador. Dado que la autoconciencia es una duplicidad de direcciones, lo mediador ha de ser una actividad que oscile entre direcciones opuestas.

b) Hasta ahora hemos considerado las dos actividades sólo en su dirección contrapuesta, todavía queda sin decidir si ambas son infinitas o no. Pero puesto que antes de la autoconciencia no hay fundamento para poner una u otra como finita, también el conflicto de esas dos actividades (pues que ellas se hallan en general en oposición, ha sido mostrado recientemente) será infinito. Este conflicto, pues, tampoco podrá ser resuelto (vereinigt) en una única acción sino sólo en una serie infinita de acciones. Pero dado que pensamos la identidad de la autoconciencia (la resolución de ese conflicto) en el acto único de la autoconciencia, en esta única acción ha de estar contenida una infinidad de acciones, es decir, ha de ser una síntesis absoluta y, si todo está puesto para el Yo sólo mediante su actuar, una síntesis por la cual se pone todo lo que para el Yo está puesto.

Cómo el Yo es impulsado a esta acción absoluta o cómo es posible esa confluencia de una infinidad de acciones en una única absoluta sólo puede comprenderse del siguiente modo.

En el Yo están originariamente contrapuestos sujeto y objeto; ambos se suprimen entre sí y, sin embargo, ninguno es posible sin el otro. El sujeto se afirma sólo en oposición al objeto, el objeto sólo en oposición al sujeto, es decir, ninguno de los dos puede llegar a ser real sin aniquilar al otro, pero nunca se puede llegar a la aniquilación del uno por el otro justamente porque cada uno es lo que es sólo en oposición al otro. Por consiguiente, ambos deben estar conciliados (vereinig), pues ninguno puede aniquilar al otro 394// a pesar de que tampoco pueden permanecer juntos. Así pues, conflicto no es tanto un conflicto entre ambos factores cuanto entre la incapacidad de unificar los opuestos infinitamente, por una parte, y, por otra, la necesidad de hacerlo si la identidad de la autoconciencia no debe ser suprimida. Precisamente esto, que sujeto y objeto sean absolutamente opuestos, pone al Yo en la necesidad de hacer confluir una infinidad de acciones en una única absoluta. Si en el Yo no se diera oposición alguna, no habría en él ningún movimiento, ninguna producción, luego tampoco ningún producto. Si la contraposición no fuera absoluta, la actividad unificadora tampoco sería absoluta ni necesaria ni espontánea.

7) El progreso hasta aquí deducido desde una antítesis absoluta hasta la síntesis absoluta puede representarse también de una manera enteramente formal.[34] Si nos representamos el Yo objetivo (la tesis) como realidad absoluta, lo contrapuesto a él deberá ser absoluta negación. Pero la realidad absoluta, precisamente por ser absoluta, no es ninguna realidad; luego ambos opuestos son meramente ideales en la contraposición. Si el Yo debe ser real, es decir, hacerse a sí mismo objeto, ha de ser suprimida realidad en él, o sea, tiene que dejar de ser realidad absoluta. Pero igualmente: si lo contrapuesto debe llegar a ser, tiene que dejar de ser negación absoluta. Si ambos deben hacerse reales, han de repartirse la realidad, por así decirlo. Pero esta división de la realidad entre ambos, entre lo subjetivo y lo objetivo, no es posible sino por una tercera actividad del Yo que oscila entre ambos, y esta tercera, a su vez, no es posible si los dos opuestos no son ellos mismos actividades del Yo.

Este progreso desde la tesis a la antítesis y de ahí a la síntesis, por tanto, está originariamente fundado en el mecanismo del espíritu y, en la medida en que es meramente formal (por ejemplo, en el método científico), está abstraído de aquel progreso originario, material, que expone la filosofía trascendental.

395II. Deducción de los miembros intermedios de la síntesis absoluta. Idea preliminar

Poseemos ya por lo visto anteriormente los siguientes datos:

1) La autoconciencia es el acto absoluto por el cual todo está puesto para el Yo.

Por este acto se entiende no el producido con libertad, el que postula el filósofo y que es una potencia más elevada que el acto originario, sino el acto originario, que no llega a la conciencia porque es condición de todo estar limitado y de toda conciencia. Ante todo surge la cuestión de cómo es ese acto, si voluntario (Willkürlich) o involuntario (unwillkürlich). Ese acto no puede ser denominado ni voluntario ni involuntario, pues estos conceptos son válidos sólo en la esfera de lo explicable en general; una acción que es voluntaria o involuntaria presupone ya limitación (conciencia). La acción que es causa de todo estar-limitado y no explicable a su vez por ninguna otra causa ha de ser absolutamente libre. Pero libertad absoluta es idéntico a necesidad absoluta. Si pudiéramos pensar, por ejemplo, un actuar en Dios, tendría que ser absolutamente libre, pero esta libertad absoluta sería a la vez necesidad absoluta, porque no se puede pensar en Dios ninguna ley ni ningún actuar que no proceda de la necesidad interna de su naturaleza. Un acto tal es el acto originario de la autoconciencia, absolutamente libre, porque no está determinado por nada exterior al Yo, absolutamente necesario, porque procede de la necesidad interna de la naturaleza del Yo.

Pero ahora surge la cuestión de cómo el filósofo se asegura de ese acto originario o cómo sabe acerca de él. Evidentemente, no de forma inmediata sino sólo por razonamientos. En efecto, a través de la filosofía encuentro que en cada momento me origino para mí mismo sólo por un acto 396// semejante, [y] por tanto concluyo que así mismo sólo puedo haber surgido por un acto tal. Encuentro que la conciencia de un mundo objetivo está implicada en cada momento de mi conciencia, y por tanto concluyo que algo objetivo ha de entrar a formar parte ya originariamente en la síntesis de la autoconciencia y salir de nuevo de la autoconciencia desarrollada.

Pero si el filósofo se asegura de ese acto en cuanto acto, ¿cómo se asegura de su contenido determinado? Sin duda, por la libre imitación de este acto, con la cual comienza toda filosofía. Sin embargo, ¿cómo sabe el filósofo que ese acto secundario [y] voluntario es idéntico a aquél originario y absolutamente libre? En efecto, si sólo por la autoconciencia surge toda limitación, [y] por tanto, también todo tiempo, entonces ese acto originario no puede caer a su vez en el tiempo mismo; por eso no se puede decir del ser racional en sí que haya comenzado a ser, como tampoco que haya existido desde siempre; el Yo como Yo es absolutamente eterno, es decir, fuera de todo tiempo. Ahora bien, aquel acto secundario cae necesariamente en un determinado momento del tiempo, pero ¿cómo sabe el filósofo que este acto que cae en medio de la serie temporal coincide con aquél situado fuera de todo tiempo, por el cual todo tiempo es constituido? Una vez colocado en el tiempo, el Yo es un continuo paso de representación en representación. Pero está en su poder el interrumpir esta serie mediante la reflexión. Con la interrupción absoluta de esa sucesión comienza todo filosofar, desde ahora es voluntaria esa misma sucesión que antes era involuntaria. Pero ¿cómo sabe el filósofo que este acto que aparece en la serie de sus representaciones por interrupción es el mismo que aquel originario con el cual comienza la serie entera?

Quien comprende simplemente que el Yo surge sólo por su propio actuar, comprenderá también que gracias a la acción voluntaria [interpuesta] en la serie temporal, por la cual nace el Yo, no puede originarse otra cosa que lo que me surge por aquel acto originariamente y más allá de todo tiempo.

Además, ese acto originario de la 397// autoconciencia perdura siempre, pues la serie completa de mis representaciones no es sino la evolución de aquella síntesis única. A esto se debe que yo pueda originarme en cada momento del mismo modo en que surjo originariamente. Lo que yo soy, lo soy sólo por mi actuar (pues soy absolutamente libre), pero por este actuar determinado siempre me resulta sólo el Yo, luego he de concluir que él nace también originariamente por el mismo actuar.

Una reflexión general que se desprende de lo dicho encuentra aquí su lugar. Si la primera construcción de la filosofía es imitación de otra [construcción] originaria, entonces todas sus construcciones serán sólo tales imitaciones. Mientras el Yo es comprendido en la evolución originaria de la síntesis absoluta, sólo hay una única serie de acciones originarias y necesarias; tan pronto como interrumpo esta evolución y me retrotraigo libremente a su punto inicial, se me origina una nueva serie en la cual es libre lo que en la primera era necesario. Aquélla es la original, ésta la copia o imitación. Si en la segunda serie no hay ni más ni menos que en la primera, la imitación es perfecta y surge una filosofía verdadera y completa. En caso contrario, aparece una falsa e incompleta.

Por tanto la filosofía no es en absoluto otra cosa que libre imitación, repetición libre de la serie originaria de acciones en las cuales se desarrolla el acto único de la autoconciencia. La primera serie es real con respecto a la segunda, ésta, en relación a aquélla, ideal. Parece inevitable que en esta segunda se mezcle el arbitrio, pues la serie es comenzada y continuada libremente, pero el arbitrio sólo puede ser formal y no debe determinar el contenido de la acción.

Al tener por objeto el surgir originario de la conciencia, la filosofía es la única ciencia en la cual se da esa doble serie. En todas las otras ciencias hay una única serie. El talento filosófico precisamente consiste no sólo en poder repetir libremente la serie de las acciones originarias, sino principalmente 398// en volver a ser consciente de la necesidad originaria de esas acciones en esta libre repetición.

2) La autoconciencia (el Yo) es una lucha de actividades absolutamente opuestas. A una, la que se encamina originariamente hacia el infinito, la denominaremos real, objetiva, limitable; la otra, la tendencia a intuirse en esa infinitud, se llama ideal, subjetiva, ilimitable.

3) Ambas actividades son puestas originariamente como igualmente infinitas. Un fundamento para poner como finita la actividad limitable nos lo proporciona ya la ideal (la que refleja la primera). Por tanto, ha de deducirse primeramente cómo la actividad ideal puede ser limitada. El acto de la autoconciencia, del cual partimos, sólo nos explica de momento cómo es limitada la actividad objetiva, mas no cómo lo es la subjetiva y, dado que la actividad ideal es puesta como fundamento de toda limitación de la objetiva, ella no es puesta como originariamente ilimitada (y por ello limitable como aquélla), sino como absolutamente ilimitable. Si aquella actividad, ilimitada originariamente, y por eso mismo limitable, es libre en cuanto a la materia pero restringida según la forma, entonces ésta, justo por ser originariamente ilimitable, si es limitada, no será libre según la materia sino sólo según la forma. En esta imposibilidad de limitar la actividad ideal descansa toda la construcción de la filosofía teórica, mientras que en la práctica se podría muy bien invertir la relación.

4) Dado que (según 2) y 3)) en la autoconciencia hay una lucha infinita, entonces en el acto único y absoluto del que partimos está unificada y concentrada una infinidad de acciones, cuyo examen total es objeto de una tarea infinita (si fuera alguna vez completamente resuelta, se nos develaría la conexión entera del mundo objetivo y todas las determinaciones de la naturaleza hasta lo infinitamente pequeño). Por tanto, la filosofía sólo puede presentar aquellas acciones que, por decirlo así, hacen época en la historia de la autoconciencia y mostrarlas en su conexión recíproca. (Así, por ejemplo, la sensación es una acción del 399//Yo que, si pudieran exponerse todos sus miembros intermedios, nos conduciría a una deducción de todas las cualidades en la naturaleza, lo cual es imposible.)

Por tanto, la filosofía es una historia de la autoconciencia que tiene diversas épocas y por las cuales se compone sucesivamente esa única síntesis absoluta.[35]

5) El principio del progreso en esta historia es la actividad ideal, presupuesta como ilimitable. La tarea de la filosofía teórica: explicar la idealidad del límite, es = a la de explicar cómo puede ser limitada también la actividad ideal, considerada hasta ahora como ilimitable.

PRIMERA ÉPOCA: DE LA SENSACIÓN ORIGINARIA A LA INTUICIÓN PRODUCTIVA

A. Tarea: Explicar cómo el Yo llega a intuirse como limitado

Solución

1) Al compenetrarse las actividades opuestas de la autoconciencia en una tercera, surge a partir de ambas algo común.

Se pregunta: ¿qué caracteres tendrá esto común? Dado que es producto de actividades infinitas contrapuestas es necesariamente algo finito. No es el conflicto de esas actividades pensado en movimiento, sino el conflicto fijado. Unifica direcciones opuestas, y unificación de direcciones opuestas = reposo. Sin embargo, ha de ser algo real, pues los opuestos, que antes de la síntesis son meramente ideales, deben llegar a ser reales por la síntesis. Por tanto, no puede pensarse una aniquilación mutua de ambas actividades 400//, sino un equilibrio al que se reducen recíprocamente y cuya duración está condicionada por la permanente concurrencia de ambas actividades.

(El producto podría ser caracterizado, pues, como algo inactivo real o como algo real inactivo. Lo que es real sin ser activo es la mera materia [Stoff], un mero producto de la imaginación que nunca existe sin forma y aparece aquí sólo como miembro intermedio en la investigación. La incomprensibilidad de la producción —creación— de la materia [Materice], incluso respecto a su materialidad [Stoff], desaparece ya aquí mediante esta explicación. Toda materia [Stoff] es mera expresión de un equilibrio de actividades contrapuestas que se reducen mutuamente a un mero sustrato de actividad. —Piénsese en la palanca: ambos pesos actúan sólo sobre el hypomokhlion[*] que es, por tanto, el sustrato común de su actividad—. Ese sustrato, además, surge no de una manera voluntaria, por libre producción, sino completamente involuntaria, por medio de una tercera actividad que es tan necesaria como la identidad de la conciencia.)

Este tercer elemento común, si permaneciese, sería de hecho una construcción del Yo mismo, no como mero objeto sino como sujeto y objeto a la vez. (En el acto originario de la autoconciencia el Yo aspira meramente a ser objeto en general, pero no puede sin llegar a ser, precisamente por eso, algo desdoblado —para el observador—. Esta oposición ha de ser suprimida en una construcción común a partir de ambos, sujeto y objeto. Si el Yo se intuyese en esta construcción, no se objetivaría simplemente como objeto sipo como sujeto y objeto a la vez —como Yo entero—.)

2) Pero esto común no perdura.

a) Puesto que la actividad ideal está comprendida en aquel mismo conflicto, también ha de ser limitada. Ambas actividades no pueden relacionarse entre sí ni compenetrarse en algo común sin restringirse recíprocamente. En efecto, la actividad ideal no sólo es la negadora (privativa) 401// sino también la opuesta realmente o negativa con respecto a la otra. Ella es (como vamos viendo hasta ahora) positiva como la otra, sólo que en sentido opuesto, luego también tan limitable como la otra.

b) Pero la actividad ideal ha sido puesta como absolutamente ilimitable, por tanto, tampoco puede ser realmente limitada y, dado que la permanencia de ese algo común está condicionada por la concurrencia de ambas actividades (I.), lo común tampoco puede perdurar.

(Si el Yo se detuviese en esa primera construcción, o eso común pudiera perdurar realmente, el Yo sería naturaleza inanimada, sin sensación y sin intuición. Que la naturaleza se configura ascendiendo desde la materia muerta hasta la sensibilidad es explicable en la ciencia de la naturaleza —para la cual el Yo no es sino la naturaleza creándose desde el principio— sólo porque en ella el producto de la primera supresión de ambos opuestos tampoco puede perdurar.)

3) Se dijo (1)) que si el Yo se intuyera en eso común, tendría una intuición plena de sí mismo (como sujeto y objeto), pero esta intuición es imposible justamente porque la propia actividad intuyente está comprendida en la construcción. Pero dado que el Yo es una infinita tendencia a intuirse, es fácil ver que la actividad intuyente no puede permanecer integrada en la construcción. Por tanto, de esa compenetración de ambas actividades quedará sólo la real como limitada y la ideal como absolutamente ilimitada.

4) Así pues, la actividad real está limitada por medio del mecanismo deducido, pero sin estarlo aún para el Yo mismo. Según el método de la filosofía teórica de deducir también para el Yo ideal lo que está puesto en el Yo real (para el observador), toda la investigación se orienta a la pregunta sobre cómo el Yo real puede ser limitado también para el ideal y en este punto reside la tarea: explicar cómo el Yo llega a intuirse como limitado.

a) La actividad real, ahora limitada, debe ser puesta como actividad del Yo, es decir, tiene que mostrarse un fundamento de identidad entre ella 402// y el Yo. Dado que esta actividad debe ser atribuida al Yo [y], por tanto, a la vez distinguida de él, se ha de poder indicar igualmente un fundamento de distinción entre ambas.

Lo que aquí denominamos Yo es meramente la actividad ideal. El fundamento de relación y de distinción ha de ser buscado, pues, en una de las dos actividades. Éste se halla siempre en lo relacionado, pero la actividad ideal es aquí, además, la relacionante, luego se lo ha de buscar en la real.

El fundamento de distinción entre ambas actividades es el límite puesto en la actividad real, ya que la ideal es la absolutamente ilimitable [y] la real es ahora la limitada. El fundamento de relación entre ambas ha de ser buscado asimismo en la real, es decir, ella ha de contener a su vez algo ideal. Se pregunta cómo se puede pensar esto. Ambas son sólo distinguibles por el límite, pues las direcciones opuestas de ambas sólo son diferenciables por el límite. Si éste no es puesto, hay en el Yo mera identidad en la que nada puede distinguirse. Si el límite es puesto, hay en él dos actividades, limitante y limitada, subjetiva y objetiva. Luego ambas actividades tienen en común al menos una cosa: originariamente ambas son por completo no-objetivas, es decir, ambas son igualmente ideales, porque todavía no conocemos ningún otro carácter de la ideal.

b) Presupuesto esto, podemos seguir concluyendo de la siguiente manera.

La actividad ideal, hasta ahora ilimitada, es la tendencia infinita del Yo a objetivarse para sí mismo en lo real. En virtud de lo que hay de ideal en la actividad real (lo que la convierte en una actividad del Yo), ella puede ser relacionada con la ideal y el Yo intuirse en ella (el primer auto-objetivarse del Yo).

Pero el Yo no puede intuir la actividad real como idéntica a sí mismo sin encontrar a la vez, como algo extraño a él, lo negativo en ella, lo que la hace algo no-ideal. Lo positivo, lo que convierte a ambas en actividades del Yo, lo tienen las dos en común, lo negativo pertenece sólo a la real. En la medida en que el Yo intuyente reconoce lo positivo en lo objetivo, intuyente e intuido son lo mismo, 403// en cuanto encuentra lo negativo en él, el que encuentra no se identifica ya con lo encontrado. El que encuentra es lo absolutamente ilimitable e ilimitado, lo encontrado, lo limitado.

El límite mismo aparece como algo de lo cual se puede hacer abstracción, que puede ser o no ser puesto, como contingente; lo positivo en la actividad real, como aquello de lo que no se puede abstraer. Justamente por eso el límite sólo puede aparecer como algo encontrado, es decir, extraño al Yo, opuesto a su naturaleza.

El Yo es el fundamento absoluto de todo poner. Que algo se oponga al Yo significa, pues: está puesto algo que no ha sido puesto por el Yo. Por tanto, lo intuyente ha de encontrar en lo intuido algo (la limitación) que no esté puesto por el Yo en cuanto intuyente.

(Se muestra aquí por primera vez con toda claridad la diferencia entre el punto de vista del filósofo y el de su objeto. Nosotros, que filosofamos, sabemos que la limitación de lo objetivo tiene su único fundamento en lo intuyente o subjetivo. El Yo intuyente mismo, no lo sabe y no lo puede saber, como se verá ahora claramente. Intuir y limitar son originariamente lo mismo. Pero el Yo no puede a la vez intuir e intuirse como intuyente, luego tampoco como limitante. Por eso, necesariamente, lo intuyente, lo que sólo se busca a sí mismo en lo objetivo, encuentra en ello lo negativo como no puesto por él mismo. Cuando el filósofo afirma igualmente que es así —como en el dogmatismo— es porque está continuamente unido con su objeto y en el mismo punto de vista que él.)

Lo negativo es encontrado como no puesto por el Yo y, precisamente por ello, es lo que únicamente puede ser encontrado (lo que se transforma más tarde en lo meramente empírico).

«El Yo encuentra la limitación como no puesta por sí mismo» significa tanto como que el Yo la encuentra puesta por algo contrapuesto a él, es decir, por el No-Yo. Por tanto, el Yo no puede intuirse como limitado sin intuir esta limitación como afección de un No-Yo.

El filósofo que se queda en este punto de vista no puede 404// explicar el sentir[*] (pues es evidente por sí mismo que el autointuirse en la limitación, tal y como ha sido deducido hasta ahora, no es sino lo que en el lenguaje común se llama sentir) de otra manera que por la afección de una cosa en sí. Ya que por la sensación sólo llega a las representaciones la determinación, él las explicará también por esta afección. En efecto, que en las representaciones el Yo sólo reciba, que sea mera receptividad, no lo puede afirmar debido a la espontaneidad comprendida en ello y porque incluso en las cosas mismas (tal y como son representadas) aparece la huella inequívoca de una actividad del Yo. Por tanto, esa influencia tampoco procederá de las cosas como nos las representamos sino de las cosas tal y como son independientemente de las representaciones. Por consiguiente, lo que hay de espontaneidad en las representaciones será considerado como perteneciente al Yo, lo que hay de receptividad, como perteneciente a las cosas en sí. Asimismo, lo que hay de positivo en los objetos será visto como producto del Yo, lo que hay de negativo (lo accidental), como producto del No-Yo.

Que el Yo se encuentre limitado por algo opuesto a él ha sido deducido ya del propio mecanismo de la sensación. Una consecuencia de ello es, por cierto, que todo lo accidental (todo lo que pertenece a la limitación) se nos ha de aparecer como lo inconstruible, lo inexplicable desde el Yo, mientras que lo positivo en las cosas puede concebirse como construcción del Yo. Sólo que la proposición: «el Yo (nuestro objeto) se encuentra como limitado por algo opuesto» es restringida porque el Yo encuentra eso opuesto sólo en él.

No se afirma que en el Yo haya algo absolutamente opuesto a él, sino que el Yo encuentra en sí mismo algo que se le opone absolutamente. «Lo opuesto está en el Yo» significa: está absolutamente contrapuesto al Aña; «el Yo encuentra algo que es opuesto» significa: está contrapuesto al Yo sólo con respecto a su encontrar y al modo de este encontrar; y así es en efecto.

El que encuentra es la tendencia infinita a intuirse a sí mismo, en la cual el Yo es puramente ideal y absolutamente ilimitable. Aquello donde 405// es encontrado no es el Yo puro sino el afectado (affiziert). El que encuentra y aquello donde es encontrado están, pues, opuestos entre sí. Lo que está en lo encontrado es algo extraño para el que encuentra, pero sólo en la medida en que es el que encuentra.

Más claramente. El Yo como tendencia infinita a la autointuición encuentra en sí en cuanto intuido o, lo que es lo mismo (porque en este acto no se diferencian intuido e intuyente), encuentra en sí algo extraño a él. Pero ¿qué es lo encontrado (o sentido) [das Gefundene (oder Empfundene)] en este encontrar? Lo sentido no es a su vez sino el propio Yo. Todo lo sentido es algo inmediatamente presente, absolutamente no-mediado, lo cual reside ya en el concepto del sentir. El Yo encuentra, en efecto, algo contrapuesto, pero sólo en sí mismo. Mas en el Yo no hay nada sino actividad, por tanto, al Yo no puede oponerse más que la negación de la actividad. «El Yo encuentra en sí algo contrapuesto» significa pues: encuentra en sí actividad suprimida. Cuando sentimos, nunca sentimos el objeto; ninguna sensación nos proporciona un concepto de un objeto, ella es lo absolutamente opuesto al concepto (a la acción), luego negación de actividad. El deducir de esta negación que un objeto sea su causa es muy posterior y sus fundamentos, a su vez, pueden ser mostrados en el Yo mismo.

Ahora bien, si el Yo sólo siente su actividad suprimida, lo sentido no es nada distinto del Yo, se siente sólo a sí mismo; lo cual ha sido expresado por el corriente uso filosófico del lenguaje al calificar lo sentido de meramente subjetivo.

406Notas adicionales

1) La posibilidad de la sensación descansa según esta deducción:

a) en el perturbado equilibrio de ambas actividades. Por tanto, el Yo tampoco puede intuirse ya en la sensación como sujeto-objeto, sino sólo como un objeto simple [y] limitado; la sensación es, pues, sólo esta autointuición en la limitación;

b) en la tendencia infinita del Yo ideal a intuirse en el real. Esto no es posible sino por medio de aquello que tienen en común la actividad ideal (el Yo no es ahora otra cosa aparte de ella) y la real, es decir, gracias a lo positivo en ésta; por consiguiente, sucederá lo contrario en virtud de lo negativo en ella. El Yo sólo encontrará eso negativo en él, es decir, sólo podrá sentirlo.

2) La realidad de la sensación se basa en que el Yo no intuye lo sentido como puesto por él mismo. Hay algo sentido sólo en la medida en que el Yo lo intuye como no puesto por él. En consecuencia, que lo negativo esté puesto por el Yo, lo podemos ver nosotros, pero no nuestro objeto, el Yo, por la sencilla razón de que ser intuido y ser limitado por el Yo son una y la misma cosa. El Yo es limitado (objetivamente) porque se intuye a sí mismo (subjetivamente). Ahora bien, el Yo no puede a la vez intuirse objetivamente e intuirse como intuyente, luego tampoco intuirse como limitante. En esta imposibilidad de hacerse objeto en el acto originario de la autoconciencia y al mismo tiempo intuirse como objetivándose reposa la realidad de toda sensación.

La ilusión de que la limitación sea algo absolutamente extraño al Yo, lo cual sería explicable sólo por afección de un No-Yo, nace simplemente porque el acto mediante el cual el Yo llega a ser algo limitado es distinto de aquel por el cual el Yo se intuye como limitado, ciertamente no según el tiempo, pues en el Yo es simultáneo todo lo que representamos sucesivamente, sino según el modo.

El acto por el cual el Yo se limita a sí mismo no es otro que el de la autoconciencia, al cual tenemos que atenernos como fundamento explicativo de toda limitación, porque es absolutamente incomprensible cómo una afección de fuera pueda convertirse en una representación o saber. Aún suponiendo que un objeto actuara sobre el Yo como sobre un objeto, semejante afección sólo podría producir algo homogéneo, es decir, de nuevo una determinación objetiva. En efecto, la ley de causalidad 407// vale sólo entre cosas semejantes (cosas del mismo mundo) y no se extiende desde un mundo al otro. Por consiguiente, cómo se transforma un ser originario en un saber sólo sería comprensible si se pudiera mostrar que también la representación misma es una especie de ser, y ésta es, en efecto, la explicación del materialismo, un sistema que debería ser preferido por el filósofo si cumpliese realmente lo que promete. Sólo que el materialismo, tal y como se presenta hasta ahora, es totalmente incomprensible y, en la medida en que llega a ser comprensible, no se diferencia en realidad del idealismo trascendental. Explicar el pensar como un fenómeno material sólo es posible porque se hace de la materia un fantasma, la mera modificación de una inteligencia cuyas funciones comunes son el pensamiento y la materia. Por tanto, el propio materialismo se retrotrae a lo inteligente como lo originario. Tampoco se trata, por cierto, de explicar el ser a partir del saber como si aquél fuera el efecto de éste; entre ambos es del todo imposible una relación de causalidad y nunca podrían coincidir si no fueran, como en el Yo, originariamente uno[*]. El ser (la materia), considerado como productivo, es un saber, el saber, considerado como producto, un ser. Si el saber es productivo, lo ha de ser total y enteramente, no sólo en parte; nada exterior puede llegar al saber, pues todo lo que es, es idéntico al saber y no hay nada fuera de él. Si uno de los factores de la representación reside en el Yo, entonces también el otro, pues ambos son inseparables en el objeto. Si se establece, por ejemplo, que sólo la materia pertenece a las cosas, entonces esta materia, antes de llegar al Yo, al menos en el tránsito de la cosa a la representación, ha de estar sin forma, lo que sin duda es impensable.

Ahora bien, si la limitación originaria está puesta por el Yo mismo, ¿cómo llega a sentirla, es decir, a considerarla como algo contrapuesto a él? Toda la realidad del conocimiento se apoya en la sensación y una filosofía que no puede explicar la sensación ha fracasado ya por eso. En efecto 408// la verdad de todo conocimiento se basa sin duda en el sentimiento de necesidad que lo acompaña. El ser (la objetividad) expresa sólo una limitación de la actividad intuyente o productora. «En esta parte del espacio hay un cubo» no significa otra cosa que: en esta parte del espacio mi intuición sólo puede ser activa en la forma del cubo. El fundamento de toda la realidad del conocimiento es, pues, el fundamento de la limitación, independiente de la intuición. Un sistema que suprima este fundamento sería un idealismo dogmático trascendente. En parte se ataca al idealismo trascendental con razones que son probatorias sólo contra aquél, del cual no se entiende en absoluto cómo necesita una refutación ya que nunca ha aparecido en cabeza humana. Si es dogmático aquel idealismo que afirma que la sensación es inexplicable a partir de impresiones del exterior, que en la representación no hay nada, ni siquiera lo accidental, que pertenezca a una cosa en sí, y que con semejante impresión en el Yo nunca puede pensarse algo racional, entonces el nuestro lo es, en efecto. Sin embargo, la realidad del saber suprimiría sólo un idealismo que hiciese aparecer la limitación originaria libremente y con conciencia, mientras que el idealismo trascendental nos deja ser tan poco libres con respecto a ella como pudiera exigir el realista. Aquél afirma sólo que el Yo nunca siente la cosa misma (pues algo semejante no existe aún en este momento) ni tampoco algo que haya pasado de la cosa al Yo, sino inmediatamente sólo a sí mismo, su propia actividad suprimida. No deja sin explicar por qué, a pesar de eso, intuimos necesariamente esa limitación, puesta sólo por la actividad ideal, como algo completamente extraño al Yo.

Esta explicación es proporcionada por la proposición: «el acto por el cual el Yo es limitado objetivamente es diferente del acto por el cual es limitado para sí mismo». El acto de la autoconciencia explica sólo la limitación de la actividad objetiva. Pero el Yo, en cuanto es ideal, es una autorreproducción infinita (vis 409// sui reproductiva in infinitum)[*] la actividad ideal no sabe de limitación alguna en lo que concierne al límite originario; por él, pues, el Yo se encuentra sólo como limitado. El fundamento de que el Yo se encuentre limitado en esta acción no puede residir en la acción presente, sino en una anterior. Por tanto, en la actual el Yo está limitado sin su intervención; sin embargo, que se encuentre limitado sin su intervención es todo lo que hay en la sensación y es condición de la objetividad del saber. Que la limitación nos aparezca como algo independiente y no producido por nosotros corre a cargo del mecanismo de la sensación: el acto por el cual es puesta toda limitación no llega él mismo a la conciencia por ser condición de toda conciencia.

3) Toda limitación se origina en nosotros sólo por el acto de la autoconciencia. Es preciso detenerse en esta proposición, porque ésta es, sin duda, la que ocasiona la mayoría de las dificultades en esta doctrina.

La necesidad originaria de ser consciente de sí mismo, de retornar sobre sí mismo, es ya la limitación, y es la limitación total y completa.

Para cada representación singular no surge una nueva limitación; con la síntesis contenida en la autoconciencia es puesta la limitación de una vez por todas. Ésta es la única originaria dentro de la cual el Yo permanece constantemente, nunca sale, y que se desarrolla en las representaciones particulares sólo de diversa manera.

Las dificultades que se encuentran en esta doctrina tienen su fundamento, en gran parte, en la no distinción entre la limitación originaria y la derivada.

La limitación originaria, que tenemos en común con todos los seres racionales, consiste en que somos finitos en general. En virtud de ella no nos separamos de otros seres racionales, sino de la infinitud. Pero toda limitación es necesariamente determinada; no se puede pensar que una limitación 410// en general surja sin que a la vez se origine una determinada; por tanto, ésta ha de aparecer por un solo y mismo acto con la limitación. El acto de la autoconciencia es una única síntesis absoluta; todas las condiciones de la conciencia nacen simultáneamente por este único acto, luego también la limitación determinada que, al igual que la limitación en general, es condición de la autoconciencia.

Que yo sea limitado en general es consecuencia inmediata de la tendencia infinita del Yo a hacerse objeto; la limitación en general es, pues, explicable, pero deja completamente libre a la determinada y, sin embargo, ambas proceden del único y mismo acto. Ambas cosas a la vez: que la limitación determinada no puede estar determinada por la limitación en general y que, sin embargo, surge al mismo tiempo que ésta y por un único acto, hacen que ella sea lo inconcebible e inexplicable de la filosofía. En verdad, tan cierto como que soy limitado en general, es que lo he de ser de una manera determinada y esta determinación ha de ir hasta el infinito; esta determinación que va hacia el infinito constituye toda mi individualidad. Lo inexplicable no es, pues, que sea limitado de una determinada manera sino el modo mismo de esta limitación. Por ejemplo, es deducible en general que pertenezco a un orden determinado de inteligencias, pero no que pertenezco a este orden, que ocupo un lugar determinado en este orden, pero no que ocupo precisamente éste. Asimismo, se puede deducir como necesario que hay en general un sistema de nuestras representaciones, pero no que estamos restringidos a esta esfera determinada de representaciones. Ciertamente, si suponemos ya la limitación determinada, a partir de ella se puede derivar la limitación de las representaciones particulares. La limitación determinada sólo es, entonces, aquello en lo que compendiamos la limitación de todas las representaciones particulares, por tanto, a partir de ellas, podemos seguir derivando. Por ejemplo, una vez que suponemos que esta parte determinada del universo, y en él este cuerpo celeste determinado, es la esfera inmediata de nuestra intuición externa, se puede también deducir que en esta limitación determinada 411// son necesarias estas intuiciones determinadas. En efecto, si pudiéramos cotejar (vergleichen) todo nuestro sistema planetario, podríamos deducir sin ninguna duda por qué nuestra tierra está constituida precisamente por estas materias y no por otras, por qué presenta precisamente estos fenómenos y no otros, por qué, pues, una vez supuesta esta esfera de intuición, aparecen en la serie de nuestras intuiciones precisamente éstas y no otras. Después de habernos trasladado a esta esfera por la síntesis completa de nuestra conciencia, nada podrá aparecer en la misma que la contradiga y que no sea necesario. Esto se sigue de la coherencia (Konsequenz) originaria de nuestro espíritu, la cual es tan grande que cada fenómeno que justamente nos aparece ahora, presupuesta esta limitación determinada, es de tal suerte necesario que si no apareciera, todo el sistema de nuestras representaciones sería en sí mismo contradictorio.

B. Tarea: Explicar cómo el Yo se intuye a sí mismo como sintiente

Explicación

El Yo siente al intuirse a sí mismo como originariamente limitado. Este intuir es una actividad, pero el Yo no puede intuir y a la vez intuirse como intuyente. Por tanto, en esta acción no es consciente de ninguna actividad; de ahí que en el sentir nunca se piense el concepto de una acción sino sólo el de un padecer. En el momento presente el Yo es para sí mismo sólo lo sentido. En efecto, lo único que es sentido es su actividad real restringida, que se transforma en objeto para el Yo. Él es también sintiente, pero sólo para nosotros que filosofamos, no para sí mismo. Precisamente por eso, la oposición (entre el Yo y la cosa en sí) que es puesta al mismo tiempo que la sensación tampoco está puesta en el Yo para el Yo mismo sino sólo para nosotros.

412Este momento de la autoconciencia debe ser denominado en lo sucesivo el de la sensación originaria. Es aquel en el cual el Yo se intuye en la limitación originaria sin ser consciente de esta intuición o sin que esta misma intuición se haga a su vez objeto para él. En este momento, el Yo está totalmente fijado y, en cierto modo, perdido en lo sentido.

Por tanto, la tarea, determinada con más precisión, es esta: cómo el Yo, que hasta ahora era meramente sentido, llega a ser a la vez sintiente y sentido.

Del acto originario de la autoconciencia sólo pudo deducirse el estar-limitado. Si el Yo debía ser limitado para sí mismo, tenía que intuirse como tal; esta intuición, el mediador entre el Yo ilimitado y el limitado, era el acto de la sensación, del cual, sin embargo, queda en la conciencia la mera huella de una pasividad por la razón antes indicada. Luego ese acto de sentir ha de hacerse de nuevo objeto y se ha de mostrar cómo llega a la conciencia. Es fácil prever que sólo por un nuevo acto podremos solucionar esta tarea.

Esto está enteramente de acuerdo con la marcha del método sintético. Dos opuestos a y b (sujeto y objeto) se conciban por la acción x, pero en x hay una nueva oposición, c y d (sintiente y sentido), por tanto, la acción x se hace de nuevo objeto; ella misma es sólo explicable por una nueva acción = z, que quizás contenga a su vez una oposición y así sucesivamente.

Solución I

El Yo siente cuando encuentra en él algo opuesto, es decir, una negación real de la actividad (dado que el Yo sólo es actividad), una afección. Pero para ser sintiente para sí mismo, el Yo (ideal) ha de poner en sí esa pasividad que hasta ahora 413// está únicamente en el real, lo cual sin duda sólo puede suceder por una actividad.

Aquí estamos justo en el punto en torno al cual ha girado desde siempre el empirismo sin poder explicarlo. La impresión del exterior me explica sólo la pasividad de la sensación, explica a lo sumo una reacción sobre el objeto actuante aproximadamente como un cuerpo elástico golpeado rechaza al otro o como un espejo refleja la luz que cae sobre él; pero no explica la reacción, el retorno del Yo sobre sí mismo, no explica cómo relaciona la impresión de fuera consigo mismo en cuanto Yo, como intuyente. El objeto nunca vuelve sobre sí mismo ni relaciona ninguna impresión consigo, precisamente por eso carece de sensación.

Así pues, el Yo no puede ser sintiente para sí mismo sin ser activo en general. Ahora bien, el Yo que aquí es activo no puede ser el limitado sino sólo el ilimitable. Pero este Yo ideal, es ilimitado sólo en oposición a la actividad objetiva, ahora limitada, luego sólo en cuanto va más allá del límite. Si se reflexiona sobre lo que sucede en toda sensación, se encontrará que en cada una ha de haber algo que sabe acerca de la impresión y que, sin embargo, es independiente de ella y la sobrepasa, pues incluso el juicio de que la impresión procede de un objeto supone una actividad no adherida a la impresión sino que se dirige a algo más allá de ella. Por tanto, el Yo no es sintiente si no se da en él una actividad que sobrepasa el límite. En virtud de ella el Yo, a fin de ser sintiente para sí mismo, debe acoger lo extraño en él (en el Yo ideal); pero esto extraño está asimismo en el Yo, es la actividad del Yo suprimida. La relación entre estas dos actividades ha de ser determinada ahora con más precisión por lo que sigue. La actividad ilimitada es originariamente ideal, como toda actividad del Yo, igual que la real, pero en oposición a ésta sólo lo es en la medida en que sobrepasa el límite. La 414limitada es real en la medida en que se reflexiona sólo sobre el hecho de que está limitada, pero ideal, en cuanto se reflexiona que, según el principio, es igual que la ideal; por consiguiente, ella es real o ideal según se la considere. Además, es evidente que la ideal sólo es diferenciable como ideal en oposición a la real, y viceversa; lo cual se puede comprobar por los experimentos más sencillos, como, por ejemplo, un objeto imaginado sólo es distinguible como tal en oposición a uno real, y, a su vez, todo objeto real es diferenciable como tal sólo en contraposición a uno imaginado sometido a examen.[36] Supuesto esto, se pueden extraer las siguientes conclusiones:

1) «El Yo debe ser sintiente para sí mismo» significa: debe acoger activamente en sí lo opuesto. Pero esto opuesto no es sino el límite o punto de inhibición y éste se halla sólo en la actividad real, que es diferenciable de la ideal únicamente por el límite. «El Yo debe apropiarse de lo opuesto» significa, por tanto: debe acogerlo en su actividad ideal. Y esto no es posible sin que el límite caiga en la actividad ideal, lo que ha de suceder, por cierto, mediante una actividad del Yo mismo. (Como se va haciendo cada vez más claro, toda la filosofía teórica tiene sólo este problema que resolver: ¿cómo el límite llega a ser ideal?, o ¿cómo también la actividad ideal —la intuyente— se hace limitada? Era previsible que tan cierto como que el Yo es Yo, el perturbado equilibrio —ver arriba A. 2— entre la actividad ideal y la real debería restablecerse. Cómo se restablece es nuestra única tarea próxima.) Pero el límite cae sólo en la línea de la actividad real, y a la inversa, precisamente aquella actividad del Yo en la que cae el límite es la real. Además, la actividad ideal y la real son originariamente, abstraídas del límite, indiferenciables, sólo el límite marca el punto de separación entre ambas. Luego la actividad sólo es ideal, es decir, distinguible como ideal, más allá del límite, o [sea], en la medida en que lo sobrepasa.

Por tanto, «el límite debe caer en la actividad ideal» significa: el 415// límite debe caer más allá del límite; lo cual es una contradicción evidente. Esta contradicción ha de ser resuelta.

2) El Yo ideal podría intentar suprimir el límite y, al anularlo, el límite caería necesariamente también en la línea de la actividad ideal, pero el límite no debe ser suprimido sino acogido en la actividad ideal como límite, es decir, sin suprimirlo.

O el Yo ideal podría limitarse a sí mismo, o sea, producir un límite. Sólo que tampoco así quedaría explicado lo que debe explicarse. Pues entonces el límite puesto en el Yo ideal no sería el mismo que el puesto en el real, como debe ser. Si quisiéramos admitir también que el Yo hasta ahora puramente ideal se convierte a sí mismo en objeto y por ello limitado, no habríamos avanzado un solo paso sino que volveríamos al primer punto de la investigación, donde el Yo, hasta entonces puramente ideal, se separa por primera vez en algo subjetivo y algo objetivo y, por decirlo así, se disgrega.

Por tanto, sólo queda un [camino] intermedio entre el suprimir y el producir. Uno semejante es el determinar. Lo que debo determinar ha de ser independiente de mí. Pero al determinarlo se convierte a su vez, por este mismo determinar, en algo dependiente de mí. Más aún, cuando determino algo indeterminado, lo suprimo como indeterminado y lo produzco como determinado.

La actividad ideal debería, pues, determinar el límite. Inmediatamente surgen aquí dos cuestiones:

a) ¿Qué significa: «por la actividad ideal es determinado el límite»?

Del límite no queda ahora en la conciencia más que la huella de una absoluta pasividad. Dado que el Yo, al sentir, no es consciente del acto, sólo permanece el resultado. Esta pasividad es hasta ahora totalmente indeterminada. Pero una pasividad en general es tan impensable como una limitación en general. Toda pasividad es determinada, lo cual es tan cierto como que ella es posible sólo por negación de actividad. Por tanto, el límite sería determinado si la pasividad lo fuera.

416Esa simple pasividad es la mera materia (Stoff) de la sensación, lo puramente sentido. La pasividad se determinaría si el Yo le diera una esfera determinada, un círculo determinado de acción (si se me permite aquí esta expresión inadecuada). El Yo sería, entonces, pasivo sólo dentro de esta esfera [y] activo fuera de ella.

Esa acción de determinar sería, pues, un producir y la materia de este producir, la pasividad originaria.[37]

Pero surge ahora la segunda cuestión:

b) ¿Cómo puede pensarse este mismo producir?

El Yo no puede producir la esfera sin ser activo, pero tampoco puede producirla como una esfera de limitación sin ser limitado él mismo justamente por eso. Mientras el Yo pone límites es activo, pero, en la medida en que limita la limitación, se convierte él mismo en algo limitado.

Esa acción de producir es, por tanto, la unificación absoluta[*] de actividad y pasividad. El Yo es pasivo en esta acción, pues no puede determinar la limitación sin presuponerla. Y a la inversa, también el Yo (ideal) es aquí limitado, sólo en la medida en que intenta determinar la limitación. Por tanto, en esa acción se da una actividad que supone un padecer, y a la inversa, un padecer que supone una actividad.

Antes de volver a reflexionar sobre esta unificación de pasividad y actividad en una misma acción, podemos examinar lo que habríamos ganado con semejante acción si se la pudiera mostrar efectivamente en el Yo.

En el momento anterior de la conciencia el Yo sólo era para sí mismo algo sentido, no lo sintiente. En la acción actual se convierte para sí mismo en sintiente. Se hace objeto en general porque es limitado. Pero se objetiva en cuanto activo (en cuanto sintiente) porque sólo al limitar es limitado.

Luego el Yo (ideal) se hace objeto en cuanto limitado en su actividad.

417El Yo es limitado aquí sólo en la medida en que es activo. Al empirismo le resulta fácil explicar la impresión porque ignora por completo que el Yo, para ser limitado como Yo (es decir, para llegar a ser sintiente), ha de ser ya activo. Y a la inversa, el Yo es aquí activo sólo en la medida en que está ya limitado y precisamente este mutuo condicionarse entre actividad y padecer es pensado en la sensación en cuanto está ligada a la conciencia.

Pero justamente porque aquí el Yo llega a ser para sí mismo lo sintiente, cesa quizás de ser lo sentido, del mismo modo que en la acción anterior no podía ser para sí mismo lo sintiente ya que era lo sentido. Así pues, el Yo, en cuanto sentido, sería desplazado de la conciencia y en su lugar se colocaría otra cosa opuesta a él.

Y así es. La acción deducida es un producir. En este producir el Yo ideal es plenamente libre. Por consiguiente, la razón de por qué es limitado al producir esta esfera no puede residir en él mismo sino que ha de hallarse fuera de él. La esfera es una producción del Yo, pero el límite de la esfera no lo es, en la medida en que el Yo produce y, ya que en el momento actual de la conciencia sólo es productor, [ese límite] no es en absoluto producto del Yo. Luego sólo es límite entre el Yo y lo opuesto a él, la cosa en sí, por tanto, no está en el Yo ni fuera del Yo, sino que es sólo lo común donde el Yo y su opuesto se tocan.

Así pues, por esta acción, si ella misma fuera comprensible en su posibilidad, estaría deducida también para el Yo esa oposición entre el Yo y la cosa en sí, en una palabra, todo lo que anteriormente estaba puesto sólo para el filósofo.

Solución II

Ahora vemos, ciertamente, por todo este examen que la solución ofrecida al problema es sin duda la correcta, pero 418//esta solución es ella misma aún incomprensible y seguramente nos faltan todavía algunos de sus miembros intermedios.

Por esta solución se muestra, en efecto, que el Yo ideal no puede volverse pasivo sin ser previamente activo, por consiguiente, que una mera impresión en el Yo ideal (intuyente) no explica en ningún caso la sensación, pero se muestra también que el Yo ideal no puede ser activo de una manera determinada sin ser ya paciente, en una palabra, se muestra que en esa acción actividad y pasividad se presuponen mutuamente.

La última acción por la cual la sensación se pone enteramente en el Yo, podría muy bien ser la descrita, pero entre ella y la sensación originaria tiene que haber aún miembros intermedios, porque con esa acción nos vemos ya trasladados al círculo irresoluble alrededor del cual los filósofos han girado desde siempre y que nosotros, si queremos permanecer fieles al camino hasta ahora llevado, tenemos que dejar surgir primero ante nuestros ojos para comprenderlo plenamente. Que hemos de caer en ese círculo está deducido, en efecto, por lo que precede, pero no cómo. Y en esta medida toda nuestra tarea no está resuelta realmente. La tarea era la de explicar cómo el límite originario se traslada al Yo ideal. Sin embargo, es evidente que semejante primer tránsito no se hace comprensible por lo dicho hasta ahora. Explicábamos ese tránsito por un limitar la limitación, lo cual atribuimos al Yo ideal. Pero ¿cómo puede llegar el Yo a limitar la pasividad? Nosotros mismos reconocimos que esta actividad presuponía ya un padecer en el Yo ideal, así como, a la inversa, también este padecer supone esa actividad. Tenemos que llegar al fundamento por el cual se origina este círculo y sólo así podemos esperar que se resuelva enteramente nuestra tarea.

Volvemos a la contradicción expuesta al principio. El Yo es todo lo que es sólo para sí mismo. Luego también es ideal sólo para sí mismo, ideal sólo en la medida en que se pone o se reconoce como ideal. Si por actividad ideal entendemos únicamente la actividad 419// del Yo en general en cuanto que ella parte meramente de él y sólo está fundada en él, entonces el Yo no es originariamente nada más que actividad ideal. Si el límite cae en el Yo, lo hace, en efecto, en su actividad ideal. Pero esta actividad ideal, que es limitada y en la medida en que lo es, no es reconocida como ideal, precisamente porque está limitada. Sólo es reconocida como ideal aquella actividad que sobrepasa el límite y en la medida en que lo sobrepasa. Esta actividad que va más allá del límite debe ser limitada, una contradicción que se encuentra ya en la exigencia de que el Yo como sintiente (es decir, en cuanto sujeto) deba hacerse objeto, y que sólo se puede resolver si el superar el límite y el ser-limitado son para el Yo ideal una y la misma cosa, o si el Yo, precisamente por ser ideal, se hace real.

Suponiendo que esto sea así, que el Yo sea limitado por el simple sobrepasar el límite, entonces él seguiría siendo ideal al sobrepasarlo, y sería, en cuanto ideal o en su idealidad, real y limitado.

Se pregunta cómo es posible pensar algo así.

Podremos resolver también este problema porque hemos puesto como infinita la tendencia a intuirse a sí mismo. En el Yo no ha quedado de la sensación originaria más que el límite meramente como tal. El Yo no es para nosotros ideal sino en la medida en que supera el límite ya al sentir. Pero no puede reconocerse a sí mismo como ideal (es decir, como sintiente) sin contraponer su actividad, la que sobrepasa el límite, a la inhibida dentro del límite o real. Ambas son distinguibles sólo en la contraposición recíproca y la mutua relación. Pero éstas, a su vez, no son posibles sino por una tercera actividad que sea al mismo tiempo interior y exterior al límite.

Esta tercera actividad, a la vez ideal y real, es, sin duda, la actividad productora deducida (I), en la cual actividad y pasividad se condicionan mutuamente.

420Ahora podemos, pues, establecer los miembros intermedios de esta actividad productora y deducirlos a su vez enteramente. Son los siguientes:

1) El Yo, en cuanto tendencia infinita a intuirse a sí mismo, ya era sintiente en el momento anterior, es decir, se intuía como limitado. Pero un límite sólo se da entre dos opuestos, luego el Yo no podía intuirse como limitado sin ir necesariamente hacia algo más allá del límite, es decir, sin sobrepasarlo. Semejante actividad superadora del límite ya fue puesta para nosotros con la sensación, pero debe ser puesta también para el Yo mismo y sólo en esa medida el Yo se objetiva como sintiente.

2) No sólo lo que hasta ahora era objetivo, sino también lo subjetivo en el Yo ha de convertirse en objeto. Esto sucede al hacerse objeto la actividad superadora del límite. Pero el Yo no puede intuir actividad alguna como sobrepasando el límite sin oponer esta actividad y relacionarla a otra que no vaya más allá del límite. Esta intuición de sí mismo en su actividad ideal y real, en la que sobrepasa el límite, la sintiente, y en la inhibida dentro del límite, la sentida, no es posible sino por una tercera actividad, inhibida dentro del límite y a la vez sobrepasándolo, al mismo tiempo ideal y real, y esta actividad es donde el Yo se hace objeto en cuanto sintiente. En la medida en que es sintiente, el Yo es ideal, en la medida en que es objeto, real, luego aquella actividad por la cual se convierte en objeto como sintiente ha de ser simultáneamente ideal y real.

Explicar el problema de cómo el Yo se intuye en cuanto sintiente podría expresarse también así: explicar cómo el Yo llega a ser ideal y real en una y la misma actividad. Esta actividad, a la vez ideal y real, es aquella productora, postulada por nosotros, en la cual actividad y pasividad se condicionan recíprocamente. Por tanto, la génesis de esa tercera actividad nos explica, a su vez, el origen de ese círculo en el cual nos vimos trasladados con el Yo (I).

421La génesis de esta actividad es la siguiente. En el primer acto (el de la autoconciencia) el Yo se intuye en general y, por ello, por este ser intuido, es limitado. En el segundo acto no es intuido en general sino de una manera determinada, como limitado, pero no puede ser intuido como limitado sin que la actividad ideal rebase el límite. Así surge en el Yo una oposición de dos actividades que, en cuanto actividades de un único y mismo Yo, se unifican espontáneamente en una tercera, en la cual se da necesariamente un condicionarse recíproco entre ser afectado y actividad, o [sea] donde el Yo es ideal sólo en la medida en que es a la vez real y viceversa. Por esta tercera actividad, pues, el Yo se hace objeto en cuanto sintiente.

3) En esta tercera actividad el Yo está oscilando entre la actividad que sobrepasa el límite y la inhibida. Por esta oscilación del Yo adquieren ambas una relación recíproca entre sí y son fijadas como contrapuestas.

Se pregunta:

a) ¿Cómo qué es fijada la actividad ideal? En cuanto es fijada en general, deja de ser actividad pura. En esa misma acción es contrapuesta a la actividad inhibida dentro del límite, por tanto, concebida como actividad fijada y opuesta al Yo real. En cuanto se comprende como fijada recibe un sustrato ideal, en cuanto se concibe como actividad opuesta al Yo real se convierte ella misma en actividad real, pero sólo en esta contraposición se hace actividad de algo opuesto realmente al Yo real. Esto realmente contrapuesto al Yo real no es más que la cosa en sí.

Por tanto, la actividad ideal que va más allá del límite, convertida aquí en objeto, desaparece ahora como tal de la conciencia y se transforma en la cosa en sí.

Resulta fácil hacer la siguiente observación. El único fundamento de la limitación originaria es, según lo que precede, la actividad intuyente o ideal del Yo, y justamente ésta es aquí 422// reflexionada como fundamento de la limitación para el Yo mismo, sólo que no como actividad del Yo, pues el Yo es ahora meramente real, sino como contrapuesta al Yo. Por tanto, la cosa en sí no es nada más que la sombra de la actividad ideal superadora del límite, [sombra] que es de nuevo proyectada al Yo por la intuición, y en esta medida la cosa en sí es ella misma un producto del Yo. El dogmático, que considera la cosa en sí como real, está en el mismo punto de vista que el Yo en el momento presente. La cosa en sí surge para él por un actuar, lo originado queda, no así la acción por la que se produce. Así pues, el Yo es originariamente ignorante de que eso contrapuesto es su producto y ha de permanecer en esta ignorancia mientras esté encerrado en el círculo mágico que la autoconciencia describe en torno al Yo; sólo el filósofo, que abre este círculo, puede traspasar esa ilusión.

La deducción está ahora tan avanzada que por primera vez existe algo fuera del Yo para el Yo mismo. En la presente acción el Yo se encamina por primera vez a algo más allá del límite y éste mismo no es ahora nada más que el punto común de contacto entre el Yo y su opuesto. En la sensación originaria sólo apareció el límite, aquí, algo que está más allá de él por medio de lo cual el Yo se explica el límite. Es de esperar que con ello también el límite adquirirá otro significado, como se mostrará enseguida. La sensación originaria, en la que el Yo sólo era lo sentido, se transforma en una intuición en la cual el Yo se convierte para sí mismo por vez primera en sintiente y, justamente por eso, deja de ser lo sentido. Lo sentido es, para el Yo que se intuye como sintiente, la actividad ideal (antes sintiente), la que ha sobrepasado el límite, pero que ahora ya no es intuida como actividad del Yo. Lo que originariamente limita la actividad real es el Yo mismo, pero en cuanto limitante no puede llegar a la conciencia sin transformarse en la cosa en sí. La tercera actividad, que aquí es deducida, es aquella en la cual lo limitado y lo limitante se separan y se coordinan a la vez.

423Aún queda por examinar:

b) lo que en esta acción sucede con la actividad real o inhibida.

La actividad ideal se ha transformado en la cosa en sí, por tanto, la real se transformará por esta misma acción en lo contrapuesto a la cosa en sí, es decir, en el Yo en sí. El Yo, lo que hasta aquí fue siempre sujeto y objeto al mismo tiempo, ahora es, por primera vez, algo en sí; lo originariamente subjetivo del Yo está trasladado más allá del límite y allí es intuido como cosa en sí; lo que permanece dentro del límite es lo puramente objetivo del Yo.

Por consiguiente, la deducción se encuentra ahora en el punto donde el Yo y su opuesto se separan no sólo para el filósofo sino para el Yo mismo. La duplicidad originaria de la autoconciencia está ahora, por decirlo así, dividida entre el Yo y la cosa en sí. Del presente actuar del Yo no queda, pues, una mera pasividad sino dos opuestos realmente sobre los que descansa la determinación de la sensación, y con esto está completamente resuelto el problema de cómo el Yo llega a ser sintiente para sí mismo. Una cuestión a la que hasta ahora ninguna filosofía pudo responder y mucho menos el empirismo. Si bien éste se esfuerza en vano por aclarar el paso de la impresión desde el Yo meramente pasivo al Yo pensante y activo, el idealista comparte con él la dificultad del problema. Pues surja de donde surja la pasividad, ya sea de una impresión de la cosa exterior a nosotros o del mecanismo originario del propio espíritu, es siempre pasividad y el tránsito que debe explicarse, el mismo. El milagro de la intuición productiva soluciona esta dificultad y sin ella sería del todo irresoluble. En efecto, es evidente que el Yo no puede intuirse como sintiente sin intuirse como opuesto a sí mismo y simultáneamente en la actividad limitante y la limitada, en esa determinación recíproca de actividad y pasividad que se origina de la forma indicada, sólo que esta oposición en el Yo mismo, que sólo el filósofo ve, aparece 424// a su objeto, al Yo, como una oposición entre él mismo y algo fuera de él.

4) El producto de la oscilación entre actividad real e ideal es, por un lado, el Yo en sí y, por otro, la cosa en sí y ambos son los factores de la intuición ahora a deducir. Antes se cuestiona cómo estos dos están determinados por la acción deducida.

a) Que el Yo está determinado por esta acción como puramente objetivo acaba de ser probado. Pero sólo lo está en la relación recíproca que mantiene ahora con la cosa en sí. En efecto, si lo que limita estuviera aún en él, sería sólo porque se manifiesta mientras que ahora es en sí y por así decirlo, independiente de sí mismo, justo tal y como lo exige el dogmático, quien se eleva sólo hasta este punto de vista.

(No se trata aquí del Yo que es activo en esta acción, pues éste es ideal en su limitación y, a la inversa, limitado en su idealidad, ni sólo sujeto ni sólo objeto, ya que abarca en sí todo el Yo —completo—, salvo que aquello que pertenece al sujeto aparece como cosa en sí y lo que pertenece al objeto, como Yo en sí.)

b) Ante todo, la cosa está determinada sólo como lo absolutamente opuesto al Yo. Ahora bien, el Yo está determinado como actividad, por ende, también la cosa sólo como una actividad opuesta a la del Yo. Pero toda oposición es determinada; es, pues, imposible que la cosa se oponga al Yo sin estar a su vez limitada. Aquí se aclara lo que significa «el Yo ha de volver a limitar también la pasividad» (I). La pasividad es limitada porque su condición, la cosa, es limitada. La limitación en la limitación, que desde el comienzo vimos surgir simultáneamente con la limitación en general, llega por fin a la conciencia con la oposición entre Yo y cosa en sí. La cosa está determinada como actividad opuesta al Yo y por ello como fundamento de la limitación en general, como actividad ella misma limitada y por ello como fundamento de la limitación determinada. ¿A través de qué, pues, está limitada la cosa? Por el mismo límite que también limita 425// al Yo. A tal grado de actividad en el Yo, tal grado de no-actividad en la cosa y viceversa. Sólo por esta común limitación ambos se hallan en acción recíproca. Que uno y el mismo límite lo sea del Yo y de la cosa, es decir, que la cosa esté limitada sólo en cuanto el Yo lo esté y que el Yo esté limitado sólo en la medida en que el objeto lo esté, en una palabra, esa determinación recíproca de actividad y pasividad en el Yo en la acción presente, sólo lo ve el filósofo; en la siguiente acción lo captará también el Yo, pero, como es de esperar, bajo una forma totalmente distinta. El límite es siempre el mismo, el que originariamente fue puesto por el propio Yo, sólo que ahora no aparece meramente como límite del Yo sino además como límite de la cosa. Ésta sólo adquiere tanta realidad como fue suprimida en el Yo mismo por su actuar originario. Pero así como le ocurría al Yo consigo mismo, también la cosa le aparecerá limitada sin su intervención y, por tanto, para enlazar este resultado con el punto de donde partimos,[38] la actividad ideal es aquí limitada sencillamente (unmittelbar) porque sobrepasa el límite y es intuida en cuanto tal.

De esto se puede concluir fácilmente cómo por esa acción

c) el límite será determinado. Dado que éste es a la vez límite para el Yo y para la cosa, su fundamento no puede encontrarse ni en aquél ni en ésta, pues si residiese en el Yo, su actividad no estaría condicionada por la pasividad, [y] si [se hallase] en la cosa, su pasividad no estaría condicionada por la actividad; en pocas palabras, la acción no sería lo que es. Al no encontrarse el fundamento del límite ni en el Yo ni en la cosa, no se halla en parte alguna, es simplemente porque es y es así porque es así. Según esto, aparecerá como absolutamente contingente con respecto al Yo y a la cosa. En la intuición, pues, el límite es aquello que, tanto para el Yo como para la cosa, es absolutamente contingente; una determinación o un análisis más preciso todavía no es aquí posible y sólo puede ser ofrecido más adelante.

5) Esa oscilación por la cual el Yo y la cosa en sí quedan como opuestos no puede durar, pues por esta 426// oposición[*] es puesta una contradicción en el Yo mismo (en lo que oscila entre ambos). Pero el Yo es identidad absoluta. Por tanto, tan cierto como que Yo = Yo, es que surge espontánea (unwillkürlich) y necesariamente una tercera actividad en la que ambos opuestos se ponen en equilibrio[*] relativo.

Toda actividad del Yo parte de una contradicción en él mismo. En efecto, dado que el Yo es identidad absoluta, no precisa ningún fundamento de determinación para la actividad aparte de una duplicidad en él; y la duración de toda actividad espiritual depende de la duración de esa contradicción, es decir, de su continuo resurgir.

Aunque la contradicción aparece aquí como oposición entre el Yo y algo exterior a él, es, sin embargo, según ha sido deducido, una contradicción entre actividad ideal y real. Si el Yo debe intuirse (sentirse) a sí mismo en la limitación originaria, tiene a la vez que aspirar a ir más allá de la limitación (Beschränkheit). Limitación (Eingeschränkheit), necesidad, coerción (Zwang), todo esto es sentido sólo en oposición a una actividad ilimitada. Tampoco hay nada real sin algo imaginado. Por tanto, con la sensación misma ya está puesta una contradicción en el Yo. Él está limitado y al mismo tiempo aspira a superar el límite.

Esta contradicción no puede suprimirse, pero tampoco permanecer. Por consiguiente, sólo puede ser conciliada por una tercera actividad.

Esta tercera actividad es intuyente en general, pues el Yo ideal es lo que aquí se piensa como siendo limitado.

Pero este intuir es un intuir del intuir, pues es un intuir del sentir. El sentir ya es él mismo un intuir, sólo que un intuir en la primera potencia (de ahí la simplicidad de todas las sensaciones, la imposibilidad de definirlas, pues toda definición es sintética). El intuir ahora deducido es, por tanto, un intuir en la segunda potencia o, lo que es lo mismo, un intuir productivo.

427C. Teoría de la intuición productiva

Idea preliminar

Descartes[39] decía como físico: dadme materia y movimiento y yo os construiré el universo. El filósofo trascendental dice: dadme una naturaleza con actividades opuestas, de las cuales, una vaya al infinito y la otra aspire a intuirse en esta infinitud y yo os haré nacer la inteligencia con todo el sistema de sus representaciones. Cualquier otra ciencia presupone ya la inteligencia como terminada, el filósofo la contempla en devenir y la hace, por así decirlo, surgir ante sus ojos.

El Yo es sólo el fundamento sobre el cual está asentada la inteligencia con todas sus determinaciones. El acto originario de la autoconciencia nos explica únicamente cómo el Yo está limitado en relación a su actividad objetiva, en la aspiración originaria, pero no cómo lo es en su actividad subjetiva o en el saber. Sólo la intuición productiva traslada el límite originario a la actividad ideal y es el primer paso del Yo hacia la inteligencia.

La necesidad de la intuición productiva, que aquí está sistemáticamente deducida a partir del mecanismo completo del Yo, se ha de derivar, en cuanto condición universal del saber en general, directamente de su concepto; pues si todo saber adquiere su realidad de un conocimiento inmediato, éste sólo puede encontrarse en la intuición, mientras que los conceptos sólo son sombras de la realidad, trazadas por una facultad reproductora, el entendimiento, el cual supone a su vez una [facultad] superior que no tiene originales fuera de ella y produce desde sí misma por [su] fuerza originaria. Por eso, el idealismo impropio, es decir, un sistema que transforma todo saber en apariencia, habría de ser aquel que suprime toda inmediatez en nuestro conocimiento, por ejemplo, poniendo 428//fuera de nosotros originales independientes de las representaciones, mientras que un sistema que busca el origen de las cosas en una actividad del espíritu, una actividad a la vez ideal y real, tendría que ser el más perfecto realismo precisamente porque es el más perfecto idealismo. En efecto, si el más acabado realismo es aquel que conoce las cosas en sí y sin mediación, sólo es posible en una naturaleza que no vea en las cosas sino su misma realidad limitada por su propia actividad. Pues una naturaleza semejante penetraría las cosas como si fuera el alma que las habita, y ellas, su organismo inmediato, y penetraría con la mirada originariamente su mecanismo interno al igual que el artista (Meister) es quien mejor conoce su obra.

Por el contrario, se quiere hacer el intento de explicar la evidencia de la intuición sensible a partir de la hipótesis de que hay algo en nuestra intuición añadido por el choque (Anstoß) o la impresión. Ante todo, por el choque sobre el sujeto (Wesen) representante no pasará a éste el objeto mismo sino sólo su efecto. Ahora bien, en la intuición no está inmediatamente presente el mero efecto de un objeto sino el objeto mismo. Cómo, entonces, se añade el objeto a la impresión bien se podría tratar de explicar por razonamientos si en la intuición misma apareciera algo similar a un razonamiento o a una mediación por conceptos, como la de causa y efecto, y si lo que está ante nosotros en la intuición no fuera el objeto mismo sino un mero producto del silogismo. O se podría explicar el añadirse del objeto a la intuición a partir de una facultad productora puesta en movimiento por un impulso exterior, [pero] entonces nunca se explicaría el tránsito inmediato al Yo del objeto exterior del que procede la impresión y se tendría que derivar la impresión o el choque desde una fuerza que el alma podría poseer enteramente y, por así decirlo, penetrarla. Por tanto, el procedimiento más consecuente del dogmatismo sigue siendo el de dejar en el misterio el origen de las representaciones de las cosas exteriores y hablar de ello como de una revelación, 429// que hace imposible toda explicación ulterior, o [bien] el de hacer comprensible por una fuerza la ininteligible producción de algo tan diferente como es la representación a partir de la impresión de un objeto exterior, fuerza para la cual, como para la divinidad (el único objeto inmediato de nuestro conocimiento según ese sistema), es posible también lo imposible.[40]

Parece que a los dogmáticos nunca se les ha ocurrido ni remotamente que en una ciencia como la filosofía no es válido ningún presupuesto, que más bien se exige en ella deducir antes que los otros conceptos precisamente aquéllos que son por lo demás los más comunes y corrientes. Así, la distinción entre algo que viene de fuera y algo que procede de dentro es una de las que, sin duda, necesita una justificación y explicación. Pero justamente al explicarla, pongo una región de la conciencia donde esta división aún no se da y donde mundo interior y exterior están comprendidos el uno en el otro. Tan cierto es esto, que una filosofía que sólo se dé por norma el no dejar nada sin probar ni derivar, sin quererlo y por su mera consecuencia, llegará a ser idealismo.

Ningún dogmático se ha resuelto todavía a describir o demostrar el modo y la manera de esa influencia externa, lo cual podría esperarse razonablemente, sin embargo, como exigencia necesaria de una teoría de la que depende nada menos que toda la realidad del saber. Se tendría que recurrir aquí, pues, a esas paulatinas sublimaciones de la materia hacia la espiritualidad, en las cuales sólo se olvida una cosa, que el espíritu es una eterna isla que por más rodeos [que se dé] nunca se puede alcanzar desde la materia sin un salto.[41]

Frente a tales exigencias, uno no se puede mantener por largo tiempo con el pretexto de la incomprensibilidad absoluta, porque el impulso a comprender ese mecanismo retorna siempre y porque una filosofía que se precia de no dejar nada sin probar pretende realmente haber descubierto ese mecanismo, y entonces habría que encontrar algo incomprensible en sus propias explicaciones. Sólo que todo lo incomprensible en 430// ella procede únicamente del punto de vista común, [y] alejarse de él es la condición primera de toda comprensión filosófica. Para quien, por ejemplo, no hay absolutamente nada sin conciencia en toda actividad del espíritu ni región alguna aparte de la de la conciencia, no comprenderá tampoco cómo la inteligencia se olvida de sí misma en sus productos del mismo modo que el artista puede perderse en su obra. Para él no hay otra producción que la producción moral común y nunca otra donde se unifique la necesidad con la libertad.

Ya ha sido en parte deducido anteriormente y se pondrá en claro enseguida a través de la teoría completa de la intuición que toda intuición productiva procede de una eterna contradicción que impone a la inteligencia (la cual no tiene otra aspiración que la de retornar a su identidad) una constante necesidad de actuar, necesidad que la encadena y la ata en el modo de su producción, de la misma manera que la naturaleza aparece encadenada en sus producciones.

Respecto de la palabra «intuición» hay que hacer notar que a este concepto no se le debe mezclar absolutamente nada sensible, como si por ejemplo sólo el ver fuera un intuir, si bien el lenguaje se la ha atribuido exclusivamente a él, de lo cual se puede indicar una razón bastante profunda. El vulgo irreflexivo se explica la visión (das Sehen) por el rayo de luz; pero ¿qué es el rayo de luz? Él mismo ya es una visión, a saber, la visión originaria, el intuir mismo.

Toda la teoría de la intuición productiva parte del principio derivado y probado: al ser relacionadas entre sí la actividad superadora del límite y la inhibida en él, son fijadas como recíprocamente opuestas, aquélla como cosa en sí, ésta como Yo en sí.

Podría surgir aquí mismo la pregunta de cómo esa actividad ideal, puesta como absolutamente ilimitable, puede ser fijada y con ello limitada. La respuesta es que esta actividad no es limitada como intuyente o como actividad del Yo, pues al ser limitada deja de ser también actividad del Yo y 431se transforma en la cosa en sí. Esta actividad intuyente es ahora ella misma algo intuido y, por eso, ya no intuyente. Mas sólo la intuyente en cuanto tal es ilimitable.

La actividad intuyente que la reemplaza es la comprendida en la producción [y], precisamente por eso, es a la vez real. Esta actividad ideal encadenada también en la producción sigue siendo, en cuanto intuyente, ilimitable. En efecto, aunque limitada conjuntamente en la intuición productiva, sólo lo es por un momento, mientras que la real está limitada permanentemente. Si ahora se mostrara que todo producir de la inteligencia se basa en la contradicción entre la actividad ideal ilimitable y la real inhibida, el producir sería tan infinito como esa contradicción misma, y un principio de progresión (progressives Princip) estaría puesto en la producción junto con la actividad ideal, limitada también en ella. Todo producir es finito por un momento, pero lo que surge por este producir ofrecerá la condición de una nueva contradicción que se transformará en un nuevo producir y así, sin duda, hasta el infinito.

Si no hubiera en el Yo una actividad que sobrepasara todo límite, el Yo nunca saldría de su primera producción, sería productor y, en su producir, limitado para un intuyente fuera de él, no para sí mismo. De igual modo que el Yo ha de aspirar a ir más allá de lo originariamente sentido para llegar a ser sintiente para sí mismo, así también tiene que aspirar más allá de todo producto para devenir productor para sí mismo. Por tanto, con la intuición productiva estaremos envueltos en la misma contradicción que con la sensación y, por esta misma contradicción, también la intuición productiva se potenciará de nuevo para nosotros, como [ocurrió con] la [intuición] simple en la sensación.

Que esta contradicción deba ser infinita se puede probar de la forma más breve así:

Hay en el Yo una actividad ilimitable, pero esta actividad no está en el Yo en cuanto tal sin que éste la ponga como su actividad. Pero el Yo no puede intuirla como su actividad sin distinguirse de esta misma actividad infinita 432// en cuanto su sujeto o sustrato. Pero, justamente por eso, surge una nueva duplicidad, una contradicción entre finitud e infinitud. El Yo como sujeto de esa actividad infinita es dinámicamente (potentia) infinito, la actividad misma, al ser puesta como actividad del Yo, se hace finita; pero al ser finita se extiende de nuevo más allá del límite, y al extenderse vuelve otra vez a limitarse. Y así perdura este cambio hasta el infinito.

El Yo, elevado de este modo a la inteligencia, es trasladado a un estado permanente de expansión y concentración, pero justamente éste es el estado de formación y producción. La actividad ocupada en ese cambio aparecerá necesariamente como productora.

I. Deducción de la intuición productiva

1) Dejamos nuestro objeto en el estado de oscilación entre opuestos. Estos opuestos son en sí absolutamente no conciliables y, si son conciliables, lo son únicamente por la aspiración del Yo a reunirlos, lo único que les otorga consistencia y relación recíproca.

Ambos opuestos son afectados sólo por el actuar del Yo y, en esa medida, son un producto del Yo, tanto la cosa en sí como el Yo, que aparece aquí por primera vez como producto de sí mismo. Justamente por eso el Yo, del cual ambos son productos, se eleva a la inteligencia. Si se piensa la cosa en sí fuera del Yo [y], por tanto, estos dos opuestos en diferentes esferas, será imposible entre ellos toda conciliación, porque son en sí irreconciliables; para conciliarlos será preciso, pues, algo superior que los reúna. Pero esto superior es el Yo mismo en una potencia más elevada o el Yo elevado a la inteligencia, del cual se tratará siempre de aquí en adelante. En efecto, aquel Yo fuera 433// del cual está la cosa en sí es sólo el Yo objetivo o real y el Yo en el cual ella se encuentra es a la vez ideal y real, es decir, inteligente.

2) Esos opuestos son mantenidos juntos sólo por un actuar del Yo. Pero el Yo no tiene ninguna intuición de sí mismo en este actuar, por tanto, la acción se pierde, por decirlo así, en la conciencia y sólo la oposición permanece en ella como oposición. Pero la oposición no podía permanecer en la conciencia precisamente en cuanto oposición (los opuestos se habrían destruido mutuamente) sin una tercera actividad que los hubiera mantenido separados (opuestos) y, justamente por ello, reunidos.

Que la oposición como tal o que ambos opuestos en cuanto absolutamente (no sólo relativamente) opuestos lleguen a la conciencia, es condición de la intuición productiva. La dificultad está precisamente en explicarlo. Pues al Yo todo llega únicamente por su actuar [y], por tanto, también esa oposición. Pero si es puesta por un actuar del Yo, entonces deja de ser absoluta. Esta dificultad sólo puede resolverse del siguiente modo. Ese actuar mismo ha de perderse en la conciencia, pues entonces sólo permanecerán como irreconciliables en sí (por sí mismos) ambos miembros de la oposición (Yo y cosa en sí). En efecto, en esa acción originaria sólo estaban ligados por el actuar del Yo (luego no por sí mismos), actuar que sirvió meramente para traerlos a la conciencia y después de haberlo hecho, desaparece de la conciencia.

Por que esa oposición como tal permanece en la conciencia, se gana un vasto campo para la conciencia. En efecto, por ella la identidad de la conciencia no sólo es anulada ahora enteramente para el observador sino [también] para el Yo mismo; por tanto, el Yo es conducido al mismo punto de observación en el cual habíamos estado nosotros mismos originariamente, sólo que en este punto han de aparecer al Yo algunas cosas completamente distintas de como nos aparecen a nosotros. Nosotros vimos al Yo originariamente en una lucha de actividades 434// opuestas. El Yo, sin saber de esta lucha, tuvo que conciliarla espontánea y, por así decirlo, ciegamente en una construcción común. En esta construcción estaba comprendida la ilimitable actividad ideal del Yo en cuanto tal [actividad] y, por tanto, de esa construcción sólo pudo permanecer la actividad real como limitada. En el momento presente, dado que esa lucha se hace objeto para el Yo mismo, se ha transformado para el Yo que se intuye a sí mismo en la oposición entre el Yo (como actividad objetiva) y la cosa en sí. Por tanto, ya que la actividad intuyente está ahora fuera del conflicto (lo cual sucede precisamente por la elevación del Yo a la inteligencia o porque esa misma lucha se le objetiva a su vez al Yo), esa oposición se podrá conciliar (aufheben) para el Yo mismo en una construcción común. Es evidente también por qué la oposición entre el Yo y la cosa en sí es la más originaria para el Yo mismo, aunque de ningún modo para el filósofo.

3) Esa oposición, irreconciliable en sí, está puesta en el Yo sólo en la medida en que el Yo la intuye como tal, intuir, que nosotros ya hemos derivado, pero que hasta ahora hemos considerado sólo según uno de sus aspectos. En efecto, en virtud de la identidad originaria de su ser, el Yo no puede intuir esa oposición sin producir en ella nuevamente identidad y, con ello, una relación recíproca del Yo a la cosa y de la cosa al Yo. En esa oposición aparece la cosa sólo como actividad, si bien como actividad opuesta al Yo. Y aunque ella es fijada por el actuar del Yo, sólo lo es como actividad. Por tanto, la cosa que hasta aquí ha sido derivada sigue siendo algo activo, operante, aún no lo pasivo, lo inactivo del fenómeno. Esto nunca lo alcanzaremos si no volvemos a poner en el objeto mismo una oposición y con ello un equilibrio. La cosa en sí es pura actividad ideal en la cual no se puede reconocer sino su oposición a la actividad real del Yo. Como la cosa, así también el Yo es sólo actividad.

435Estas actividades opuestas no pueden separarse // una vez que están reunidas por el límite común como punto de contacto. No obstante, tampoco pueden permanecer juntas sin reducirse inmediatamente a un tercer [término] común. Sólo cuando sucede esto, se suprimen como actividades. Lo tercero, lo que surge de ellas, no puede ser ni Yo ni cosa en sí, sino sólo un producto situado en medio de ambos. Por eso, este producto no aparecerá en la intuición como cosa en sí o como cosa activa, sino sólo como el fenómeno de esa cosa. La cosa, en la medida en que es activa y causa del padecer en nosotros, reside más allá del momento de la intuición o es desalojada de la conciencia por la intuición productiva que, oscilando entre la cosa y el Yo, produce algo que se encuentra entre los dos, en el medio, y al mantenerlos separados es una expresión común de ambos.

De nuevo, que este tercer [elemento] sea objeto de la intuición sensible, sólo lo vemos nosotros, no el Yo mismo, e incluso para nosotros no está aún probado, sino que ha de serlo.

Esta demostración no puede ser otra que la siguiente. En el producto hay sólo lo que está en la actividad productiva, y lo que ha sido introducido por la síntesis ha de poder ser desarrollado otra vez por análisis. En el producto, pues, ha de poder mostrarse la huella de ambas actividades, tanto la del Yo como la de la cosa.

Para saber por medio de qué se pueden reconocer en el producto esas dos actividades, hemos de saber primero a través de qué son diferenciables en general.

Una de las actividades es la del Yo, la cual, originariamente, es decir, antes de la limitación (y ésta debe quedar explicada aquí incluso para el Yo mismo), es infinita. Ahora bien, no hay razón alguna para poner como finita la actividad opuesta al Yo, sino que, así como la actividad del Yo es infinita, ha de serlo también la de la cosa opuesta a él.

Pero dos actividades recíprocamente opuestas y situadas una fuera de la otra 436// no pueden en absoluto pensarse como infinitas si ambas son de naturaleza positiva. En efecto, entre actividades igualmente positivas sólo es posible [una] oposición relativa, es decir, una mera oposición según la dirección.

(Por ejemplo, sobre uno y el mismo cuerpo actúan dos fuerzas iguales A [y] A en direcciones opuestas; ambas, en principio, son positivas, tal que si se unieran entre sí surgiría una fuerza doble; por tanto, no son opuestas originaria o absolutamente sino sólo por su relación al cuerpo; en cuanto salen de esta relación, ambas son de nuevo positivas. Asimismo es del todo indiferente cuál de ellas es puesta como positiva o negativa. Al fin y al cabo, sólo son distinguibles por sus direcciones opuestas.)

Luego si la actividad del Yo, así como la de la cosa, fueran ambas positivas y, por tanto, opuestas entre sí sólo relativamente, deberían poder distinguirse únicamente por sus direcciones. Ahora bien, ambas actividades están puestas como infinitas y no hay absolutamente ninguna dirección en lo infinito, por consiguiente, esas dos actividades tendrían que poder distinguirse originariamente por una oposición superior a la meramente relativa. Una de esas actividades no debería ser sólo relativamente sino absolutamente negativa de la otra; cómo sea esto posible no ha sido aún mostrado, sólo se afirma que así debe ser.

(Póngase en lugar de esas fuerzas antes opuestas sólo relativamente dos fuerzas, de las cuales una es = A, la otra = –A, entonces –A es originariamente negativa y absolutamente opuesta a A. Si las uno no surge, como antes, la fuerza duplicada; la expresión de su unión es: A + (–A) = A – A. De paso se puede ver aquí por qué la matemática no necesita atender a la diferencia entre oposición absoluta y relativa, porque para el cálculo son del todo equivalentes las fórmulas a –a y a + (–a), siendo aquélla expresión de la oposición relativa y ésta de la absoluta. Tanto más importante es, sin embargo, esta distinción para la filosofía y la física, como se mostrará claramente en lo que sigue. A y 437// –A tampoco son meramente distinguibles por sus direcciones opuestas, ya que una de ellas no es negativa sólo en esta relación sino de modo absoluto y según su naturaleza.)

Aplicado esto al presente caso, la actividad del Yo en sí es positiva y el fundamento de toda positividad. En efecto, ha sido caracterizada como una aspiración a extenderse hacia el infinito. Por consiguiente, la actividad de la cosa en sí tendría que ser negativa absolutamente y según su naturaleza. Si aquélla fuera una aspiración a llenar lo infinito, ésta, por el contrario, debería ser pensable como la limitante de la primera. Ella, por sí misma, no sería real y debería poder probar su realidad sólo en oposición a la otra, por la continua limitación de su efecto.

Así es ciertamente. Lo que en el presente punto de vista nos aparece como actividad de la cosa en sí no es sino la actividad ideal del Yo que retorna a sí y ésta es representable sólo como la negativa de la otra. La actividad objetiva o real subsiste por sí y es, aunque no haya ninguna intuyente; la intuyente o limitante, por el contrario, no es nada sin algo que intuir o limitar.

En vez de seguirse de esto que ambas actividades son absolutamente opuestas entre sí, se sigue que tienen que ser puestas en uno y el mismo sujeto. En efecto, sólo si dos actividades opuestas son actividades de uno y el mismo sujeto, una puede ser absolutamente opuesta a la otra.

(Por ejemplo, piénsese un cuerpo que es impulsado hacia arriba por una fuerza procedente de la tierra = A, éste retornará a la tierra a causa del influjo continuo de la fuerza gravitatoria, apartándose constantemente de la línea recta. Ahora bien, se puede pensar que la gravedad actúa por choque [Stoß] y[42] entonces A y el impulso de gravedad B, que viene en dirección contraria, son ambos fuerzas positivas y sólo se oponen relativamente, de modo que es totalmente arbitrario cuál de las dos, A o B, es considerada como negativa. Si, por el contrario, se establece que la causa de la gravedad no reside 438// en absoluto fuera del punto del cual parte la fuerza A, entonces ambas fuerzas, A y B, tendrán una fuente común, y entonces resulta inmediatamente evidente que una de ellas es necesaria y originariamente negativa, y también que si A, la positiva, es una fuerza que actúa por contacto, la negativa ha de ser tal que actúe también a distancia. (El primer caso es ejemplo de una oposición simplemente relativa, el segundo de una absoluta. Cuál de los dos se admite es indiferente para el cálculo, pero no para la doctrina de la naturaleza.)

Por tanto, si ambas actividades tienen uno y el mismo sujeto, el Yo, se entiende por sí mismo que han de ser absolutamente opuestas entre sí; y a la inversa, si ambas son absolutamente opuestas entre sí, son actividades de uno y el mismo sujeto.

Si las dos actividades estuvieran repartidas entre diversos sujetos, como podría parecer que es aquí el caso, ya que hemos puesto una como actividad del Yo y otra como actividad de la cosa, entonces la tendencia del Yo hacia el infinito podría ser limitada por una procedente de dirección opuesta (de la cosa en sí). Sólo que entonces la cosa en sí tendría que estar fuera del Yo. Pero la cosa en sí está sólo fuera del Yo real (práctico); por la magia de la intuición ambas se conciban y se ponen como actividades opuestas no de modo relativo sino absolutamente en un único sujeto idéntico (la inteligencia).

4) Las actividades opuestas, que deben ser condición de la intuición, están determinadas ahora con más precisión y para ambas se han encontrado caracteres independientes de sus direcciones. Una actividad, la del Yo, se reconoce por su naturaleza positiva, la otra porque sólo puede ser pensada como la que limita a una positiva. Pasemos a aplicar estas determinaciones a la cuestión antes planteada.

En aquello común que nace de la oposición de ambas actividades se ha de mostrar la huella de éstas y, ya que conocemos la naturaleza de ambas, también se ha de poder caracterizar el producto según esto.

439Dado que el producto es producto de actividades opuestas, ha de ser ya por eso mismo algo finito.

Además, como es producto común de actividades opuestas, ninguna actividad puede anular a la otra, ambas juntas han de aparecer en el producto no como idénticas, sino como lo que son, como actividades opuestas que se mantienen mutuamente en equilibrio.

En la medida en que se mantienen recíprocamente en equilibrio, no dejarán de ser actividades, pero no aparecerán como actividades. Recuérdese de nuevo el ejemplo de la palanca. Para que la palanca permanezca en equilibrio han de tirar hacia abajo en ambos extremos pesos iguales a igual distancia del punto de apoyo. Cada uno de los pesos tira, pero ninguno puede conseguir su efecto (no aparecen como activos), ambos se limitan al efecto común. Así en la intuición. Las dos actividades que se mantienen en equilibrio no dejan por ello de ser actividades, pues el equilibrio existe sólo en cuanto ambas actividades se oponen como actividades; únicamente el producto es algo en reposo.

Sin embargo, en el producto, ya que debe ser algo común, tiene que encontrarse también la huella de ambas actividades. Se podrán distinguir en el producto, pues, dos actividades opuestas, una que es absolutamente positiva y posee la tendencia a extenderse al infinito, la otra que, como absolutamente opuesta a la primera, se encamina hacia la absoluta finitud y, precisamente por ello, es cognoscible sólo como limitante de la positiva.

Sólo porque ambas actividades se contraponen absolutamente, pueden también ser infinitas. Son infinitas sólo en sentido opuesto. (Como ilustración sirve la infinitud de la serie numérica según direcciones opuestas. Cualquier magnitud finita = 1 puede ser acrecentada al infinito de modo que siempre se encuentra para ella un divisor; pero suponiendo que sea aumentada más allá de todo límite, entonces ella es 1/0, es decir, lo infinitamente grande. Ella puede 440// ser disminuida hasta el infinito dividiéndola al infinito; y suponiendo que el divisor crezca más allá de todo límite, ella es l/∞, es decir, lo infinitamente pequeño.)

Por tanto, una de esas actividades produciría, si fuera ilimitada, lo positivamente infinito, la otra, bajo la misma condición, lo negativamente infinito.

Luego en el punto común ha de encontrarse la huella de dos actividades, de las cuales una produciría en su ilimitación lo positivamente infinito, la otra, lo negativamente infinito.

Pero además, estas dos actividades no pueden ser absolutamente opuestas entre sí sin ser actividades de uno y el mismo sujeto idéntico. Tampoco pueden, por ende, estar conciliadas en uno y el mismo producto sin una tercera [actividad], que es la sintética de ambas. Luego, en el producto, aparte de esas dos actividades, deberá aparecer la huella de una tercera, sintética de las dos contrapuestas.

Después de haber sido enteramente derivados los caracteres del producto, sólo se necesita aún la prueba de que todos ellos se reúnen en lo que llamamos materia.

II. Deducción de la materia

1) Ambas actividades, que en el producto se mantienen en equilibrio, sólo pueden aparecer como actividades fijadas en reposo, es decir, como fuerzas.[43]

Una de estas fuerzas será positiva según su naturaleza, tal que, si no fuera limitada por una opuesta, se extendería infinitamente. De que a la materia le corresponde semejante fuerza infinita de expansión sólo se aporta la prueba trascendental. Tan cierto como que una de las dos actividades a partir de las cuales está construido el producto aspira al infinito según su naturaleza, lo es que uno de los factores del producto ha de ser también una fuerza infinita de expansión.

441Esta fuerza expansiva infinita que se concentra en el producto, abandonada a sí misma, se extendería al infinito. Por tanto, que ella sea retenida en un producto finito sólo se puede comprender mediante una fuerza opuesta, negativa [e] inhibitoria, la cual, asimismo, tiene que poder mostrarse en el producto común como lo correspondiente a la actividad limitadora del Yo.[44]

Por consiguiente, si el Yo pudiese reflexionar en el momento presente sobre su construcción, la encontraría como lo común de dos fuerzas que se mantienen en equilibrio, de las cuales una produciría por sí misma lo infinitamente grande, mientras que la otra, en su ilimitación, reduciría el producto hasta lo infinitamente pequeño. Sólo que el Yo en el momento actual aún no es reflexivo.

2) Hasta ahora hemos tenido en cuenta sólo la naturaleza opuesta de ambas actividades y de sus fuerzas correspondientes, pero de la naturaleza opuesta de ambas dependen también sus direcciones opuestas. Podemos, pues, plantear la cuestión de cómo ambas actividades se distinguirán también por sus meras direcciones, cuestión que nos conducirá a la determinación más precisa del producto y allanará el camino hacia una nueva investigación, ya que, sin duda, es una cuestión muy importante la de cómo pueden actuar en direcciones opuestas fuerzas que se piensan como operando desde uno y el mismo punto.

Una de las dos actividades fue considerada como dirigiéndose originariamente hacia lo positivamente infinito. Pero en lo infinito no hay dirección alguna. En efecto, dirección es determinación y determinación = negación. Por tanto, la actividad positiva deberá aparecer en el producto como una actividad carente en sí de dirección y, por eso mismo, dirigida hacia todas las direcciones. Sin embargo, ha de hacerse notar nuevamente que esa actividad dirigida a todas las direcciones se distingue en cuanto tal sólo desde el punto de vista de la reflexión, pues en el momento de la producción la actividad no se diferencia en absoluto de su dirección, y cómo el Yo mismo hace esta distinción será objeto de una tarea especial. Se pregunta pues: ¿por 442// qué dirección se distinguirá en el producto la actividad opuesta a la positiva? Se puede probar rigurosamente lo que ya se espera de antemano: que si la actividad positiva reúne en sí todas las direcciones, la negativa sólo tendrá una única dirección. En el concepto de dirección se piensa también el concepto de expansividad. Donde no hay expansividad tampoco hay dirección. Ahora bien, ya que la fuerza negativa es absolutamente opuesta a la fuerza expansiva, aquélla tiene que aparecer como una fuerza que actúa en contra de toda dirección, por tanto, si fuera ilimitada, sería una absoluta negación de toda dirección en el producto. Pero la negación de toda dirección es el límite absoluto, el mero punto. Luego esa actividad aparecerá como aquella que tiende a retrotraer toda expansión al mero punto. Este punto indicará su dirección, por tanto, ella tendrá sólo esa única dirección hacia este punto. Piénsese la fuerza expansiva como operando desde un centro común C hacia todas las direcciones, CA, CB, etc., entonces la fuerza negativa o de atracción reaccionará, por el contrario, desde todas las direcciones hacia el único punto C. Pero es válido también para esta dirección lo que se hizo notar sobre las direcciones de la fuerza positiva. Actividad y dirección son también aquí, absolutamente una, el Yo mismo no las distingue.

Así como no se distinguen las direcciones de la actividad positiva y de la negativa de las actividades mismas, tampoco se diferencian esas direcciones entre sí. Cómo llega el Yo a hacer esta distinción, mediante qué se distingue el espacio en cuanto espacio y el tiempo en cuanto tiempo, será objeto de una investigación posterior.

3) La cuestión más importante que aún nos queda a propósito de la relación de ambas fuerzas es: ¿cómo pueden unirse en uno y el mismo sujeto actividades de direcciones opuestas? Cómo dos fuerzas procedentes de distintos puntos pueden actuar en direcciones opuestas es comprensible; pero no es tan fácil [entender] cómo [pueden hacerlo] dos fuerzas que parten de uno y el mismo punto. Si CA, CB, etc., son líneas donde 443// opera la fuerza positiva, la fuerza negativa, por el contrario, tendrá que actuar en la dirección opuesta, por tanto, en las direcciones AC, BC, etc. Ahora bien, si la fuerza positiva se pudiera limitar en A, [y] si, para actuar sobre el punto A, la negativa debiese recorrer primero todos los puntos intermedios entre C y A, entonces no sería en absoluto distinguible de la fuerza expansiva, pues actuaría con ésta totalmente en la misma dirección. Pero dado que actúa en dirección opuesta a la positiva, también valdrá para ella lo contrario, es decir, actuará directamente sobre el punto A y limitará la línea A sin recorrer los puntos particulares entre C y A.

Por tanto, si la fuerza expansiva sólo opera en continuidad, la fuerza de atracción o retardatriz, por el contrario, actuará directamente o a distancia.

La relación entre ambas fuerzas estaría, según esto, determinada así. Dado que la fuerza negativa opera inmediatamente sobre el punto de limitación, no será más acá del punto de limitación sino fuerza expansiva, pero más allá de este punto la fuerza de atracción, que opera en dirección opuesta a la expansiva (aunque a partir del mismo punto), prolongará necesariamente su acción hacia el infinito.

En efecto, ya que es una fuerza que opera inmediatamente y no hay para ella lejanía alguna, ha de ser pensada como actuando en toda extensión (Weite), por tanto, hasta el infinito.

Luego la relación entre ambas fuerzas es ahora la misma que la de la actividad objetiva y subjetiva fuera de la producción. Así como la actividad inhibida dentro del límite y la que va más allá de él hacia el infinito sólo son los factores de la intuición productiva, así también las fuerzas de repulsión[45] y de atracción (de las cuales, aquélla está inhibida dentro del punto-límite, ésta, sin embargo, va al infinito, por cuanto que el límite común a ella y a la fuerza de repulsión sólo es límite para ella en relación a aquélla), separadas por el límite común (absolutamente contingente para ambas), son sólo los factores para la construcción de la materia, no lo que [la] construye.

444Lo que [la] construye sólo puede ser una tercera fuerza que sea sintética de ambas y corresponda a la actividad sintética del Yo en la intuición. Sólo en virtud de esta tercera actividad sintética se puede comprender cómo ambas actividades, en cuanto absolutamente opuestas entre sí, pudieron ponerse en uno y el mismo sujeto idéntico. La fuerza que corresponde en el objeto a esta actividad será, pues, aquella gracias a la cual esas dos fuerzas absolutamente opuestas entre sí se ponen en uno y el mismo sujeto idéntico.

En sus Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza,[46] Kant denomina a la fuerza de atracción «fuerza penetrante», sólo que esto ocurre por la razón de que ya considera la fuerza de atracción como fuerza de gravedad (por tanto, no pura) y en consecuencia sólo necesita dos fuerzas para la construcción de la materia, mientras que nosotros deducimos tres como necesarias. La fuerza de atracción, pensada puramente, es decir, como mero factor de la construcción, es, en efecto, una fuerza que actúa directamente a distancia, pero no penetrante, pues no hay nada que penetrar donde no hay nada. La propiedad de penetrar la adquiere al ser integrada en la fuerza de gravedad. La fuerza de gravedad no es ella misma idéntica a la de atracción, aunque ésta se incorpora necesariamente a ella. La fuerza de gravedad tampoco es una fuerza simple, como ésa, sino una fuerza compuesta, como resulta claro de la deducción.[47]

Sólo por la fuerza de gravedad, la propiamente productiva y creadora, se completa la construcción de la materia y ahora no nos queda otra cosa que extraer los corolarios más importantes de esta construcción.

Corolarios

Una exigencia que puede hacerse con todo derecho a una investigación trascendental es la de explicar por qué la materia ha de ser necesariamente intuida como extendida en tres dimensiones, de lo cual, hasta donde nos es conocido, no se ha intentado aún explicación alguna; por eso consideramos necesario incluir aquí la deducción de las tres dimensiones de la materia inmediatamente a partir de las tres fuerzas fundamentales que pertenecen a la construcción de la materia.

445Según las investigaciones precedentes se han de distinguir tres momentos en la construcción de la materia.

a) El primer momento es aquél donde ambas fuerzas opuestas se piensan como reunidas en uno y el mismo punto. A partir de este punto la fuerza expansiva podrá actuar hacia todas las direcciones, las cuales, sin embargo, sólo se distinguirán por medio de la fuerza opuesta; sólo ésta proporciona el punto límite y, por tanto, también la dirección. Pero no hay que confundir estas direcciones con dimensiones, pues la línea, cualquiera sea la dirección en que se trace, sólo tiene una única dimensión, a saber, la de la longitud. La fuerza negativa da a la fuerza expansiva, carente en sí de dirección, la dirección determinada. Ahora bien, se ha probado que la fuerza negativa no actúa mediata sino inmediatamente sobre el punto-límite. Por tanto, si se supone que desde el punto C, en cuanto asiento común de ambas fuerzas, la fuerza negativa actúa inmediatamente sobre el punto-límite de la línea, el cual puede aún permanecer completamente indeterminado, entonces, a causa de su efecto a distancia, no se encontrará nada en absoluto de la fuerza negativa hasta una cierta distancia de C, sino que sólo dominará la positiva; pero entonces habrá en la línea un punto A cualquiera donde ambas fuerzas, la positiva y la negativa, procedente de la dirección opuesta, estén en mutuo equilibrio, punto que, por tanto, no será ni positivo ni negativo sino por completo indiferente. A partir de este punto crecerá el dominio de la fuerza negativa hasta que en un determinado punto cualquiera B adquiera la preponderancia, donde, por tanto, dominará sólo la fuerza negativa y donde, por eso mismo, la línea será totalmente limitada. El punto A será el punto-límite común de ambas fuerzas, B, sin embargo, el punto-límite de toda la línea.

Los tres puntos que se encuentran en la línea recientemente construida: C, desde el cual hasta A sólo domina la fuerza positiva, A, que es un mero punto de equilibrio de ambas fuerzas, y finalmente B, donde sólo domina la fuerza negativa, son los mismos que se distinguen también en el imán.[48]

446Así pues, sin habérnoslo propuesto, con la primera dimensión de la materia, la longitud, se ha deducido a la vez el magnetismo, de lo cual pueden extraerse varias consecuencias importantes, sin que pueda dárseles en esta obra un desarrollo más amplio. A partir de esta deducción, por ejemplo, se pone en claro que en los fenómenos magnéticos vemos la materia aún en el primer momento de su construcción, donde ambas fuerzas opuestas se unen en uno y el mismo punto; que, en consecuencia, el magnetismo no es la función de una materia particular sino una función de la materia en general y, por tanto, una verdadera categoría de la física;[49] que esos tres puntos que la naturaleza nos ha conservado en el imán, mientras han sido borrados en otros cuerpos, no son sino los tres puntos deducidos a priori pertenecientes a la construcción real de la longitud; que, por consiguiente, el magnetismo es en general el constructor universal de la longitud, etc. Sólo hago notar aún que esta deducción nos proporciona también una explicación sobre la física del magnetismo que quizás no habría podido encontrarse jamás por experimentos, a saber, que el polo positivo (más arriba el punto C) es la sede de ambas fuerzas. En efecto, es necesario que M nos aparezca sólo en el punto opuesto B, ya que la fuerza negativa sólo puede operar a distancia. Únicamente si suponemos esto, los tres puntos están necesariamente en la línea magnética. A la inversa, la existencia de estos tres puntos en el imán prueba que la fuerza negativa es una fuerza que actúa a distancia, de tal modo que la completa coincidencia de nuestra línea construida a priori con la del imán prueba la corrección de toda nuestra deducción.

b) En la línea que acabamos de construir el punto B es el punto-límite de la línea en general, A, el punto-límite común de ambas fuerzas. Por la fuerza negativa es puesto en general un límite; si la misma fuerza negativa es limitada ahora como fundamento de la limitación, se origina una limitación de la limitación y ésta cae en el punto A, el límite común de ambas fuerzas.

Dado que la fuerza negativa es tan infinita como la positiva, el límite en A será para ella tan contingente como para la fuerza positiva.

447Pero si A es contingente para ambas fuerzas, la línea CAB también puede pensarse como dividida en dos líneas, CA y AB, que están separadas entre sí por el límite A.

Este momento que representa las dos fuerzas opuestas como completamente externas la una de la otra y separadas por el límite, es el segundo en la construcción de la materia y el mismo que en la naturaleza está representado por la electricidad. Pues si ABC representa un imán cuyo polo positivo es A, el negativo C y el punto neutro B,[50] me aparece inmediatamente el esquema de la electricidad al representarme ese único cuerpo dividido en AB y BC, cada uno de los cuales representa exclusivamente una de las fuerzas. Y la prueba rigurosa de esa afirmación es la siguiente.

Mientras las dos fuerzas opuestas se piensen reunidas en uno y el mismo punto, nada puede surgir sino la línea recientemente construida, porque por la fuerza negativa la dirección de la positiva está tan determinada que sólo puede ir hacia el único punto donde cae el límite. Por tanto, tan pronto como ambas fuerzas estén separadas sucederá lo contrario. Sea el punto C donde ambas fuerzas se unan. Si se piensa este punto como en reposo, entonces en torno a él hay una innumerable cantidad de puntos hacia los cuales él podría moverse, si es que pudiera moverse de modo meramente mecánico. Ahora bien, en este punto hay una fuerza que puede ir a la vez hacia todas estas direcciones, a saber, la fuerza expansiva, originariamente sin dirección, es decir, capaz de todas las direcciones. Por consiguiente, esta fuerza podrá seguir todas estas direcciones a la vez, pero en cada una de las líneas que describa sólo podrá seguir invariablemente esta única dirección hasta tanto la fuerza negativa no esté separada de ella; así pues, actuará también hacia todas las direcciones sólo en la pura dimensión de la longitud. Tan pronto como ambas fuerzas estén enteramente separadas sucederá lo contrario. Pues así que el punto C se mueva (se mueva, por ejemplo, en la dirección CA), ya en el próximo sitio que ocupe vuelve a estar rodeado por innumerables puntos hacia los cuales, todos, puede moverse. La fuerza expansiva, 448// dejada ahora enteramente a su tendencia de extenderse hacia todas las direcciones, volverá a trazar líneas desde cada punto de la línea CA en todas las direcciones que forman ángulos con la línea CA y, por ende, a añadir a la dimensión de la longitud la de la anchura. Y lo mismo vale también para todas las líneas que el punto C, considerado aún en reposo, irradia hacia las direcciones restantes; ninguna de estas líneas, pues, representará ahora una longitud pura.[51]

Ahora bien, que este momento de la construcción esté representado en la naturaleza por la electricidad resulta [del hecho] de que ella no actúa, como el magnetismo, meramente en la longitud, ni busca la longitud ni es conducida por ella, sino que al extenderse a toda la superficie de un cuerpo al cual se le comunica, añade a la pura longitud del magnetismo la dimensión de la anchura, porque no actúa, como éste, en la profundidad, sino, como es conocido, busca meramente longitud y anchura.[52]

c) Tan cierto como que las dos fuerzas, ahora totalmente separadas, son originariamente fuerzas de uno y el mismo punto, es que por el desdoblamiento ha de surgir en ambas una aspiración a unirse de nuevo. Pero esto sólo puede suceder por medio de una tercera fuerza que pueda introducirse (eingreifen) en ambas fuerzas opuestas y en la cual puedan compenetrarse. Sólo esta compenetración recíproca de ambas fuerzas por medio de una tercera aporta al producto la impenetrabilidad y con esta propiedad agrega a las dos primeras dimensiones la tercera, a saber, el grosor (Dicke), con lo cual se completa la construcción de la materia.

En el primer momento de la construcción las dos fuerzas, aunque reunidas en un único sujeto, estaban, sin embargo, separadas, de modo que en la línea CAB anteriormente construida sólo hay fuerza positiva de C a A [y] negativa de A a B; en el segundo están incluso repartidas en distintos sujetos. En el tercer momento ambas estarán tan unidas en un producto común que en el producto entero no habrá un punto en el cual ambas fuerzas no estén a la vez, de manera que ahora el producto entero es indiferente.

449Este tercer momento de la construcción está indicado en la naturaleza mediante el proceso químico. En efecto, que por medio de los dos cuerpos se represente en el proceso químico sólo la oposición originaria de ambas fuerzas es evidente porque ellos se penetran mutuamente, lo cual sólo se puede pensar con respecto a fuerzas. Pero que por ambos cuerpos se represente la oposición originaria no es asimismo pensable sin que en todo cuerpo una de las dos fuerzas logre el predominio absoluto.

Así como sólo por la tercera fuerza, en la cual se compenetran ambos opuestos de tal manera que todo el producto es en cada punto fuerza de atracción y repulsión a la vez, se agrega a las dos primeras dimensiones la tercera, del mismo modo el proceso químico es el complemento de los dos primeros, de los cuales el primero busca sólo la longitud, el segundo sólo longitud y anchura, hasta que por fin el proceso químico opera a la vez en las tres dimensiones y, precisamente por eso, sólo en él es posible una real compenetración.[53]

Si la construcción de la materia recorre estos tres momentos, es de esperar a priori que estos tres momentos también sean más o menos distinguibles en cuerpos particulares de la naturaleza; incluso se puede determinar a priori el lugar de la serie en el que cualquiera de esos momentos deba particularmente aparecer o desaparecer, por ejemplo, que el primer momento sólo se pueda distinguir en los cuerpos más sólidos y, por el contrario, sea absolutamente irreconocible en los líquidos, lo cual ofrece incluso un principio a priori para la distinción de los cuerpos naturales, por ejemplo, en líquidos y sólidos, y para su ordenación recíproca.

Si en lugar de la expresión más especial de «proceso químico», bajo la que se entiende en general todo proceso en cuanto que se resuelve en el producto, se busca una universal, se deberá sobre todo tener en cuenta que, según los principios deducidos hasta ahora, la condición del producto real en general es una triplicidad de fuerzas y, por tanto, que ha de buscarse a priori en la naturaleza un proceso en el cual esta triplicidad de fuerzas sea reconocible más que en otros. Semejante 450// proceso es el galvanismo,[54] que no es un proceso particular sino la expresión universal para todos los procesos que se resuelven en un producto.

Nota general a la Primera Época

Seguramente no habrá ningún lector que en el curso de la investigación no haya hecho la siguiente observación.

En la primera época de la autoconciencia se podían distinguir tres actos, estos tres actos parece que se vuelven a encontrar en las fuerzas de la materia y en los tres momentos de su construcción. Estos tres momentos de la construcción nos ofrecen tres dimensiones de la materia, y éstas, tres niveles del proceso dinámico. Es muy natural llegar a la idea de que bajo estas formas distintas siempre retorna una y la misma triplicidad. Para desarrollar esta idea y entender completamente la conexión por ahora meramente sospechada, no será inútil una comparación entre esos tres actos del Yo y los tres momentos en la construcción de la materia.

La filosofía trascendental no es sino una continua potenciación del Yo, todo su método consiste en conducir al Yo desde un nivel de autointuición hasta otro donde es puesto con todas las determinaciones contenidas en el acto libre y consciente de la autoconciencia.

El primer acto del cual parte toda la historia de la inteligencia es el acto de la autoconciencia en la medida en que no es libre sino aún inconsciente. El mismo acto que el filósofo postula inmediatamente al comienzo, pensado como carente de conciencia, ofrece el primer acto de nuestro objeto, del Yo.

En este acto, en efecto, el Yo es para nosotros objeto y sujeto a la vez, pero no para sí mismo; representa algo así como aquel punto observado en la construcción de la materia en el cual ambas, actividades, la originariamente ilimitada y la limitante, aún están unidas.

451El resultado de este acto, de nuevo sólo para nosotros, no para el Yo mismo, es una limitación de la actividad objetiva por la subjetiva. Pero la actividad limitante, como una actividad que actúa a distancia [y] ella misma ilimitable, ha de pensarse necesariamente como tendiendo más allá del punto de limitación.

Por consiguiente, en este primer acto están contenidas exactamente las mismas determinaciones por las que se caracteriza también el primer momento de la construcción de la materia.

En este acto se origina realmente una construcción común a partir del Yo como objeto y como sujeto, pero esta construcción no existe para el Yo mismo. Por eso fuimos impulsados a un segundo acto, que es un autointuirse del Yo en aquella limitación. Dado que el Yo no puede ser consciente de que él mismo pone la limitación, ese intuir es sólo un encontrar (Finden) o un sentir (Empfinden).[*] Por tanto, dado que el Yo en este acto no es consciente de su propia actividad por la cual está limitado, con el sentir está puesta también, simultáneamente y sin otra mediación, la oposición entre el Yo y la cosa en sí, no para el Yo, pero sí para nosotros.

Expresado de otra forma esto significa: En este segundo acto se separan, no para el Yo sino para nosotros, las dos actividades unidas en el Yo originariamente en dos actividades completamente distintas y situadas una fuera de la otra, a saber, por un lado la del Yo y por otro la de la cosa. Las actividades, que son originariamente actividades de un idéntico sujeto, se separan en distintos sujetos.

De ello se desprende que el segundo momento admitido por nosotros en la construcción de la materia, a saber, el momento donde ambas fuerzas llegan a ser fuerzas de distintos sujetos, es para la física completamente lo mismo que ese segundo acto de la inteligencia para la filosofía trascendental. Es ahora evidente también que ya con el primero y el segundo acto se ponen los cimientos (Anlage) para la construcción de la materia, o sea, que el Yo, sin saberlo, ya desde el primer acto se encamina, por así decirlo, hacia la construcción de la materia.

452Otra observación que nos muestra aún más de cerca la identidad de lo dinámico y lo trascendental y que nos permite echar una mirada a la conexión que a partir del presente punto se va extendiendo ampliamente es la siguiente: Ese segundo acto es el acto de la sensación. Y ¿qué es lo que se hace objeto por la sensación? Nada más que la cualidad. Pero toda cualidad es sólo electricidad, una proposición que se demuestra en la filosofía de la naturaleza.[55] [*] Y la electricidad es, precisamente, aquello por lo cual se designa en la naturaleza ese segundo momento de la construcción. Se podría, por tanto, decir que aquello que en la inteligencia es la sensación, es en la naturaleza la electricidad. [56]

La identidad del tercer acto con el tercer momento de la construcción de la materia no necesita realmente demostración alguna. Así pues, es evidente que el Yo al construir la materia se construye propiamente a sí mismo. El tercer acto es aquél por el cual el Yo se transforma en objeto como sintiente. Pero, de acuerdo con lo deducido, esto no es posible sin que ambas actividades, hasta ahora completamente separadas, se presenten en uno y el mismo producto idéntico. Este producto, que es la materia, es, por tanto, una completa construcción del Yo, pero no para el Yo mismo, que aún es idéntico a la materia. Si el Yo es intuido en el primer acto sólo como objeto [y] en el segundo sólo como sujeto, en éste se objetiva como ambos a la vez, se entiende que para el filósofo, no para sí mismo. Para sí mismo se hace objeto en este acto sólo como sujeto. Que aparezca sólo como materia es necesario, puesto que, si bien en este acto el Yo es verdaderamente sujeto-objeto, sin embargo no se intuye como tal. El concepto del Yo del que parte el filósofo es el concepto de un sujeto-objeto que es consciente de sí mismo en cuanto tal. Esto no es la materia; mediante ella, por ende, el Yo tampoco se objetiva para sí mismo como Yo. Ahora bien, la filosofía trascendental sólo está completa cuando el Yo se hace objeto para sí mismo como se hace para el filósofo. Por consiguiente, el círculo de esta ciencia tampoco puede quedar cerrado con la presente época.

El resultado de la comparación establecida hasta ahora es que los 453// tres momentos en la construcción de la materia realmente se corresponden con los tres actos de la inteligencia. Por tanto, si esos tres momentos de la naturaleza son propiamente tres momentos en la historia de la autoconciencia, entonces es bastante manifiesto que realmente todas las fuerzas del universo en última instancia se retrotraen a fuerzas representativas; una proposición sobre la cual se basa el idealismo leibniziano, que debidamente entendido no es de hecho distinto del trascendental. Cuando Leibniz[57] llama materia al estado de sueño de las mónadas, o Hemsterhuis[58] al espíritu derramado (geronnenen), reside en estas expresiones un sentido que se puede entender con toda facilidad a partir de los principios aquí expuestos. De hecho, la materia no es otra cosa que el espíritu intuido en el equilibrio de sus actividades. No se necesita mostrar detalladamente cómo por esta supresión de todo dualismo o de toda oposición real entre espíritu y materia, al ser ésta misma sólo espíritu apagado o, a la inversa, éste la materia vista sólo en devenir, se pone término a una cantidad de investigaciones desorientadoras sobre la relación entre ambos.

Tampoco se necesita un análisis más detallado para mostrar que este punto de vista conduce a conceptos mucho más elevados sobre la esencia y la dignidad de la materia que todos los otros, por ejemplo, el punto de vista atomista, que compone la materia de átomos sin pensar que con ello no nos acercamos ni un paso más a la verdadera esencia de la materia, en cuanto que los átomos mismos sólo son materia.

La construcción de la materia, derivada a priori, ofrece el fundamento para una teoría general de los fenómenos naturales en la cual se tiene la esperanza de poder librarse de todas las hipótesis y ficciones que la física atomista nunca dejará de necesitar. Antes de que el físico atomista llegue realmente a la explicación de un fenómeno natural, está forzado a hacer una cantidad de suposiciones, por ejemplo, de materias a las cuales adjudica una cantidad de propiedades de forma completamente arbitraria y sin la más mínima prueba sólo porque puede necesitar precisamente ésas y no otras para la explicación. Una vez establecido que las últimas causas 454// de los fenómenos naturales nunca pueden averiguarse con ayuda de las experiencias, no queda más que o renunciar por completo a conocerlas o bien inventarlas, como la física atomista,[59] o descubrirlas a priori, lo cual es la única fuente de saber que nos queda aparte de la experiencia.