SEGUNDA PARTE.

«EL Austria y la Inglaterra tienen intereses comunes, y están naturalmente aliadas por su política estertor, por más que la forma de sus gobiernos sea distinta, y opuestas las máximas de su política interior. Ambas a dos, aunque enemigas, tienen envidia de la Rusia, desean por lo tanto cortar el progreso de esta nación, y por lo mismo es muy probable que se unan en un caso extremo, si bien no dejan de conocer que si la Rusia no se deja acobardar, puede muy bien burlarse esta unión, más formidable en apariencia que en realidad.

«Nada tiene el Austria que pedirle a la Inglaterra, y ésta a su vez no puede reportarle más utilidad que la de proporcionarle dinero. Ahora bien, arruinada la Inglaterra por su inmensa deuda, no puede ya prestar dinero a nadie; y abandonada el Austria a sus propios recursos le sería imposible, en el estado actual en que se hallan sus rentas, poner en movimiento numerosos ejércitos, mucho más cuando tiene que vigilar la Italia, y estar en guardia por las fronteras de Polonia y de Rusia. La actual posición de las tropas rusas es más favorable para que entren en Viena que en Constantinopla.

«¿Qué pueden los ingleses contra los rusos? ¿Cerrarles el Báltico, no comprar más cáñamo ni maderas en los mercados del Norte, destruir la flota del almirante Heyden en el Mediterráneo, colocar algunos ingenieros y soldados en Constantinopla, suministrar a esta capital provisiones de boca y municiones de guerra, penetrar en el mar Negro, bloquear los puertos de la Crimea y privar a las tropas rusas de la asistencia de sus flotas mercantes y de guerra?

«Supongamos que todo esto se cumpla (lo que no puede suceder sin que se ocasionen gastos considerables, de los cuales no se tendría ni garantía ni indemnización) siempre le quedaría a Nicolás su inmenso ejército de tierra. Un ataque del Austria y la Inglaterra contra la Cruz y en favor de la media Luna aumentaría en Rusia la popularidad de una guerra que es nacional y religiosa, y las guerras de esta clase son las que se hacen sin dinero, porque son las que por la misma fuerza de la opinión precipitan a las naciones unas contra otras. Que los papas vayan a evangelizar a San Petersburgo, así como los ulemas mahometizan en Constantinopla, y de seguro reeditarán muchos soldados, porque es indudable que en este llamamiento a las pasiones y a las creencias de los hombres, tienen mayores probabilidades de éxito que sus adversarios. Las invasiones que bajan del Norte al Mediodía, son siempre más rápidas e irresistibles que las que suben del Mediodía al Norte, pues los pueblos corren con mayor anhelo a ocupar hermosos climas

«¿Permanecería la Prusia simple espectadora de esta gran lucha si el Austria y la Inglaterra se declarasen por la Turquía? No hay motivo para creerlo.

«Existe, no hay duda, en el gabinete de Berlín un partido que aborrece y teme al de San Petersburgo, pero este partido que ya empieza a caducar tiene un poderoso antagonista en el partido anti austriaco, y además lucha con afecciones domésticas.

«Los lazos de familia, comúnmente tan débiles entre los soberanos, son muy fuertes en la familia de Prusia: el rey Federico Guillermo III amó tiernamente a su hija, actual emperatriz de Rusia, y le halaga la idea de que su nieto subirá al trono de Pedro el Grande; los príncipes Federico, Guillermo. Carlos y Enrique Alberto, están estrechamente unidos a su hermana Alejandra, y últimamente en Roma el príncipe real hereditario declaraba sin rebozo que era turcófago.

«Desmenuzando así los intereses de unos y otros se descubre que la Francia está en una admirable posición política, que puede ser el arbitro de esta gran cuestión, y conservar a su antojo su neutralidad o declararse por tal o cual partido según el tiempo y circunstancias; por lo demás si alguna vez se viese reducida a este extremo, si sus consejos no fuesen oídos, si la nobleza y moderación de su confiada no consiguiesen alcanzar la paz que desea para ella y para los demás y si por último se le precisare a tomar las armas, su propio interés la colocaría junto a la Rusia.

Aunque una alianza se formase entre el Austria y la Inglaterra contra la Rusia, ¿qué fruto sacaría la Francia de adherirse a ella? ¿Prestaría la Inglaterra buques a la Francia?

«La Francia es aun en el día la potencia marítima más poderosa después de la Inglaterra, y tiene más navíos aun de los que se necesitan para destruir las fuerzas navales de la Rusia.

«¿Y subsidios, nos los proporcionaría la Inglaterra?

«La Inglaterra no tiene dinero, más tiene la Francia que ella, y los franceses no necesitan estar a sueldo del parlamento británico.

«¿Nos suministraría la Inglaterra armas y soldados?

Las armas no escasean a la Francia, y menos aun los soldados.

«¿Podría la Inglaterra prometernos un aumento de territorio insular y continental?

«¿A dónde llevaríamos nuestras armas para alcanzar este aumento de territorito si en provecho de la Gran Turquía militamos contra la Rusia? ¿Trataremos de desembarcar en las costas del mar Báltico, del, mar Negro, y del estrecho de Bering? ¿Acaso abrigaríamos otra esperanza? ¿Seria la de unirnos a la Inglaterra a fin de que un día nos prestase ayuda si e enredasen nuestros asuntos interiores?

«Dios nos libre de semejante previsión y de una intervención extranjera en nuestros negocios domésticos. Harto sabemos que la Inglaterra da buena cuenta de los reyes y libertad de los pueblos, y que siempre está pronta a sacrificar, sin remordimiento, a sus intereses particulares, monarquías o repúblicas. Poco ha proclamaba la independencia de las colonias españolas, al mismo tiempo que se negaba a reconocer la de la Grecia; enviaba sus escuadras para apoyar a los insurgentes de Méjico; hacia detener en el Támesis algunas pequeñas embarcaciones destinadas a la Grecia, y al propio tiempo que admitía la legitimidad de los derechos de Mahmud, se negaba a reconocer la de los derechos de Fernando, que tan pronto se hallaba patrocinado por el despotismo como por la democracia, según el viento que conducía a sus puertos buques de los comerciantes de la ciudad.

«¿Por último, asociándonos a los proyectos guerreros de la Inglaterra y del Austria contra la Rusia, a dónde iríamos a buscar a nuestro adversario de Austerlitz? ¿Haríamos marchar a nuestra costa cien mil hombres bien equipados para sostener a Viena o Constantinopla? ¿Tendríamos por ventura un ejército en Atenas para proteger a los griegos contra los turcos, y otro en Andrinopla para proteger a los turcos contra los rusos? ¡Ametrallaríamos a los osmanlís en Morea, y los abrazaríamos en los Dardanelos! Todo negocio humano que es un contrasentido no se logra.

«Admitamos, sin embargo, a pesar de su inverosimilitud, que un éxito completo coronase nuestros esfuerzos en esta triple alianza contraria a todo buen sentido; supongamos que la Prusia permaneciese neutral durante la contienda, como también los Países Bajos, y que libres para mandar nuestras fuerzas al exterior, no nos viésemos obligados a batimos a sesenta leguas de París; pues bien. ¿Qué provecho sacaríamos de nuestra cruzada para redimir el sepulcro de Mahometo? Paladines de los turcos, volveríamos de Levante con un manto de honor, habiendo sacrificado mil millones de francos y doscientos mil hombres para calmar los terrores del Austria, satisfacer los celos de la Inglaterra, y conservar en la parte más bella del mundo la peste y la barbarie anejas al imperio Otomano. Tal vez el Austria aumentaría sus estados por el lado de la Moldavia y la Valachia; tal vez la Inglaterra obtendría de la Puerta algunos privilegios comerciales, pero estos privilegios serían de interés muy secundario para nosotros, si participáramos de ellos, pues que no tenemos ni el mismo número de buques mercantes que los ingleses, ni la misma cantidad de manufacturas que llevar a Levante. En una palabra, seríamos completamente víctimas de esta triple alianza que podría muy bien fracasar, y que si lograba su objeto, lo haría a nuestras expensas.

«Se me dirá que si bien la Inglaterra no tiene medio alguno de sernos útil, podría al menos influir en el gabinete de Viena, y hacer que el Austria, en compensación de los sacrificios que por ella hiciéramos, nos dejara volver a tomar los antiguos departamentos que tenían los situados en la orilla izquierda del Rin.

«No: el Austria y la Inglaterra se opondrán siempre a semejante concesión, solo la Rusia como se verá, podría hacérnosla. El Austria nos odia y nos teme más aun que odia y teme a la Rusia, y mal por mal, preferiría que esta última potencia se extendiese por la Bulgaria, que la Francia por Baviera.

«¿Quedaría amenazada la independencia de la Europa si los zares hacían de Constantinopla la capital de su imperio?

«Expliquemos lo que se entiende por la independencia de Europa. ¿Se quiere decir que, quedando roto todo equilibrio, la Rusia después de haber conquistado la Turquía, se apoderaría del Austria, sometería la Alemania y la Prusia y acabaría por sojuzgar la Francia?

«Obsérvese ante todo, que cuanto más un imperio se extiende, tanta más fuerza pierde; que casi siempre se divide, y que se tardaría muy poco en ver dos o tres Rusias enemigas unas de otras.

«¿Dígasenos luego si el equilibrio de Europa existe para la Francia desde los últimos tratados?

«La Inglaterra ha conservado casi todas las conquistas que hizo durante la guerra de la revolución en las colonias de las tres partes del mundo; adquirió Malta y las islas Jónicas en Europa y hasta su electorado en Hanover, fue elevado a reino y engrandecido con algunos señoríos.

«El Austria ha aumentado sus posesiones con un tercio de la Polonia, varios restos de Baviera, una parte de Dalmacia y otra de Italia. Es cierto que no tiene ya los Países Bajos; pero esta provincia no ha sido devuelta a la Francia y se ha convertido en temible auxiliar de Inglaterra y Prusia contra nosotros. «La Prusia se ha engrandecido con el ducado o palatinado de Posen, un fragmento de Sajonia y los principales círculos del Rin, su puesto avanzado está en nuestro propio territorio a diez jornadas de marcha de nuestra capital.

«La Rusia ha recuperado la Finlandia y establecido sus reales en las orillas del Vístula.

«¿Qué hemos ganado nosotros en todos estos repartos? Haber sido despojados de nuestras colonias y que ni siquiera nuestro propio territorio se haya respetado. Arrebatado Landau a la Francia, arrasada Huningue, dejan abierta una brecha de más de cincuenta leguas en nuestras fronteras, y el pequeño estado de Cerdeña no se avergonzó de revestir algunas tiras robadas al imperio de Napoleón y al reino de Luis el Grande.

«¿Qué intereses tenemos nosotros en semejante posición, para tranquilizar al Austria y a la Inglaterra contra las victorias de la Rusia? ¿Estaríamos nosotros en peligro porque esta ascendiera sus límites en Oriente y llevase la alarma al gabinete de Viena? ¿Se nos ha tratado con bastante consideración para que compartamos y sintamos las zozobras de nuestros enemigos? La Inglaterra y el Austria fueron, son y serán los adversarios naturales de la Francia, y les veríamos unirse mañana con afán a la Rusia si se tratase de combatirnos y despojarnos.

«No perdamos de vista que, mientras nosotros tomaríamos las armas para la mentida salvación de Europa, puesta en peligro por la supuesta ambición de Nicolás, sucedería probablemente que el Austria menos caballerosa y más rapaz, escucharía las proposiciones del gabinete de Petersburgo; poco le cuesta al Austria un cambio brusco de política, y con el consentimiento de la Rusia se apoderaría de la Bosnia y Serbia, dejándonos la satisfacción de sacrificarnos por Mahamud.

«La Francia está ya en semihostilidad con los turcos; ella sola lleva gastados muchos millones, y es puesta la vida de veinte mil soldados en la causa de la Grecia: la Inglaterra no perdería más que algunas palabras haciendo traición al tratado de 6 de julio, y la Francia perdería honra, hombres y dinero: nuestra expedición sería solo un verdadero plastón político.

«Se me dirá que si no nos unimos al Austria y a la Inglaterra, el emperador Nicolás entrará en Constantinopla, y que el equilibrio de Europa perecerá.

«Dejemos, y lo repito de nuevo, que la Inglaterra y el Austria tengan estos terrores, fingidos o verdaderos. Poco nos importa que la primera tema ver a la Rusia dueña del tráfico de Levante y convertida en potencia marítima. ¿Es por ventura necesario que la Gran Bretaña siga con el monopolio de los mares, que vertamos nosotros la sangre francesa para conservar el cetro del Océano a los destructores da nuestras colonias, flotas y comercio? ¿Es acaso preciso que la raza legítima ponga ejércitos en movimiento a fin de proteger la casa que se une a la ilegitimidad, y que tal vez reserva para épocas de discordia los medios que crea tener en su mano para sumir en turbulencias a la Francia? ¡Lindo equilibrio es el europeo para nosotros, el que todas las potencias, como lo he demostrado, hayan aumentado sus fuerzas y disminuido el peso de la Francia! Vuelvan todas como nosotros a sus antiguos límites, y volaremos después al socorro de su independencia, si esta independencia fuese amenazada. Ningún escrúpulo tuvieron ellas para unirse a la Rusia, desmembrarnos y apropiarse el fruto de nuestras victorias; sufran, pues, ahora, que nosotros estrechemos los lazos con la misma Rusia para recuperar límites decorosos y restablecer la verdadera balanza europea.

«Además, si el emperador Nicolás quisiera y pudiese ir a firmar la paz a Constantinopla, ¿sería la destrucción del imperio otomano rigurosa consecuencia de este hecho? La paz fue firmada con las armas en la mano en Viena, Berlín y París, y casi todas las capitales de Europa sucumbieron sucesivamente en estos últimos tiempos. ¿Han perecido por esto el Austria, la Baviera, la Prusia, la Francia ni la España? Por dos veces acamparon los cosacos y panduros en el patio del Louvre: el reino de Enrique IV estuvo durante tres años ocupado militarmente ¿y nos conmovería ver a los cosacos en el Serrallo, y miraríamos la honra de la barbarie con un interés que no miraríamos la honra de la civilización y nuestra propia patria! Humíllese el orgullo de la Puerta y tal vez entonces se la obligue a reconocer algunos de esos derechos de la humanidad que ella sin cesar ultraja.

«Ahora se ve duramente a donde voy a parar, y la consecuencia inmediata que me dispongo a sacar de todo lo que precede. La consecuencia es la siguiente:

«Si las potencias beligerantes no pueden terminar un arreglo durante el invierno, si el resto de Europa cree deber en la primavera tomar cartas en la querella, si se trata de contraer alianzas diversas, si la Francia se ve absolutamente precisada a elegir entre estas alianzas, y finalmente, si los acontecimientos la obligan a salir de su neutralidad, sus intereses deben decidirla a preferir la Rusia, combinación tanto más segura, por cuanto sería fácil mediante la oferta de algunas ventajas, hacer entrar a la Prusia en ella.

«Entre la Rusia y la Francia hay simpatías porque la primera debe a la segunda la civilización de las clases elevadas y sus costumbres e idioma. Colocadas la Francia y la Rusia en los dos extremos de Europa sus fronteras no se tocan, no tienen campo de batalla en que puedan encontrarse, no existe, entre ellas ninguna rivalidad de comercio, y los enemigos naturales de la Rusia, (la Inglaterra y el Austria), son también los enemigos naturales de la Francia. Aliado el gabinete de Tullerías al de Petersburgo, nada puede bullir en Europa en tiempo de paz, y ambos dictarán leyes al mundo en tiempo de guerra.

«Ya he demostrado con bastante claridad que la lianza de la Francia con Inglaterra y Austria es una alianza leonina, en la que solo encontraríamos la pérdida de nuestra sangre y tesoros; todo lo contrario resultaría de nuestra alianza con la Rusia: esta nos pondría en situación de obtener establecimientos en el Archipiélago, y de llevar nuestras fronteras a las orillas del Rin, pues podríamos hablar a Nicolás en el siguiente lenguaje:

«Vuestros enemigos nos solicitan; nosotros preferimos la paz a la guerra, y deseamos mantenernos neutrales; pero en fin, si vos no podéis poner coto a vuestros altercados con la Puerta sino con las armas en la mano, si queréis ir a Constantinopla, suscribid a repartir equitativamente entre las potencias cristianas la Turquía europea; y dese a las potencias que no están situadas de manera que puedan engrandecerse con posesiones del Oriente otra compensación. Nosotros queremos tener la línea del Rin desde Estrasburgo a Colonia, y lo queremos porque es justo; además la Rusia está interesada (como lo dijo vuestro hermano Alejandro) en que la Francia sea fuerte y poderosa. Si vos consentís en este arreglo y las demás potencias se niegan a sancionarlo, no sufriremos que intervengan en vuestra querella con la Turquía, y si os atacan, a pesar de nuestras observaciones, las combatiremos con vos, y siempre bajo las mismas condiciones que acabamos de expresar.

«Esto se le podría decir al emperador Nicolás. Ni la Inglaterra ni el Austria nos darán jamás el límite del Rin, en pago de nuestra alianza con ellas, y sin embargo, este es límite en que tarde o temprano debe la Francia colocar sus fronteras, tanto por su honor, como por su propia seguridad.

«Una guerra con el Austria y la Inglaterra presenta numerosas esperanzas de buen éxito, y pocas probabilidades de reveses, pues hay ante lodo muchos medios de paralizar a la Prusia y hasta ponerla en el caso de unirse a nosotros y a la Rusia una vez obtenido esto, que es fácil, los Países Bajos no pueden ya declararse enemigos; además en la disposición actual de los ánimos, cuarenta mil franceses defendiendo los Alpes sublevarían toda la Italia.

«Por lo que hace a las hostilidades con la Inglaterra, si es que deben romperse alguna vez, sería preciso lanzar veinte y cinco mil hombres más en Morea, o retirar con prontitud nuestras tropas y flotas. Renúnciese a las escuadras, dispérsense nuestros buques uno a uno por todos los mares, mándese sumergir todas las presas después de haber sacado de ellas todos los equipajes y cargamentos, multiplíquense las patentes de corso en las cuatro partes del mundo, y en breve la Inglaterra, hostigada por las bancarrotas y clamores de su comercio, implorará el restablecimiento de la paz. ¿No la vimos capitular en 1814, ante la marina de los Estados Unidos, que solo se compone en el día de nueve fragatas y doce navíos?

«La guerra de la Rusia contra la Puerta considerada bajo el doble punto de vista de los interesas generales de la sociedad y de los nuestros particulares no debe hacernos la menor sombra. Como principio de civilización la especie humana no puede más que ganar en la destrucción de! imperio Otomano, y vale mil veces más para los pueblos, la dominación de la cruz en Constantinopla, que la dominación de la media luna. Todos los elementos de la moral y de la sociedad política existen en el espíritu del cristianismo; todos los gérmenes de destrucción social existen en la religión de Mahomet. Se dice que el sultán actual ha dado algunos pasos hacia la civilización, y será porque valiéndose de algunos renegados franceses y de varios oficiales ingleses y austriacos ha procurado someter sus hordas fanáticas a regularizados ejércitos. ¿De cuándo acá el aprendizaje maquinal de las armas constituye la civilización? Falta enorme, sino crimen es haber iniciado a los turcos en la ciencia de nuestra táctica; si no se quiere adiestrar y formar para más tarde destructores de la sociedad, bautícese primeramente a los soldados que se disciplinan.

«Grande es la imprevisión: el Austria que se da el parabién de que se organicen ejércitos otomanos, sería la primera en llevar la penitencia de su alegría, pues a batir los turcos a los rusos, con mucha más razón serían capaces de medirse con los imperios vecinos suyos, y Viena no se libertaría de caer en las garras del gran visir. ¿Estaría muy seguro el resto de Europa que nada cree deber temer de la Puerta? Hombres que se dejan llevar de las pasiones, y fallos de análisis quieren que la Turquía sea una potencia militar, y que entre en el derecho común de paz y guerra de las naciones civilizadas, con objeto de mantener un mal entendido equilibrio. Los hombres que para este equilibrio quieren adoptar un medio tan fallo de buen sentido, están dispensados de la facultad de pensar. ¿Cuáles serían las consecuencias de semejantes opiniones si se realizaran? Las consecuencias serían que cuando le diese la gana al sultán, bajo cualquier pretexto, de atacar a algún gobierno cristiano, una flota, constantinopolitana bien dirigida y aumentada con otra del pachá de Egipto y del contingente marítimo de las potencias berberiscas, declararía la costa de España o Italia en estado de bloqueo y desembarcaría cincuenta mil nombres en Cartagena o Nápoles. No se quiere plantar la cruz en Santa Sofía, bien está; prosígase organizando las hordas de turcos, albaneses, negros y árabes, y tal vez antes de veinte años brille la media luna en la cúpula de San Pedro. ¿Se llamará y convocará entonces a la Europa para una cruzada contra infieles armados con la peste, la esclavitud y el Corán? ¡Ay! será demasiado tarde.

«Queda probado, pues, que los intereses generales de la sociedad sacarían mucho provecho de los triunfos de las armas del emperador Nicolás; respecto a los intereses particulares de la Francia, he demostrado suficientemente que estribaban en su alianza con la Rusia, y que la misma guerra que esta potencia sostiene en la actualidad en Oriente podía favorecerlos extraordinariamente.»

Resumen, conclusión y reflexiones sobre la memoria.

«Reasumamos:

1º «Aun cuando la Turquía consintiera en tratar bajo las bases del tratado del 6 de julio, nada quedaría decidido, pues que la Rusia y la Turquía no habrían firmado la paz, y que las alternativas de la guerra en los desfiladeros del Balkan alterarían en todo momento los datos y posición de los plenipotenciarios que se ocuparan de la emancipación de la Grecia.

2° «Las condiciones probables de la paz entre el emperador Nicolás y el sultán Mahmud están sujetas a las más fuertes objeciones.

3º La Rusia podrá arrostrar sin temor la unión de la Inglaterra con el Austria, unión más formidable en apariencia que en realidad.

4° Es más probable que la Prusia se uniese más bien al emperador Nicolás, yerno de Federico Guillermo III, que a los enemigos del emperador.

5° La Francia no podrá mas que perder, y perder mucho, aliándose con el Austria o la Inglaterra contra la Rusia.

6° «Las conquistas que los rusos pudieran hacer en Oriente no amenazarían en manera alguna la independencia de Europa. Raya en solemne absurdo suponer, sin tomar en cuenta ningún obstáculo, que los rusos se lanzarían desde el Bósforo para imponer su yugo a la Alemania y a la Francia: todo imperio se debilita extendiéndose. En cuanto al equilibrio de fuerzas, hace ya mucho tiempo que se rompió para la Francia: la Francia perdió sus colonias y se halla encerrada en sus antiguos límites, mientras que la Inglaterra, la Prusia y el Austria se han engrandecido prodigiosamente.

7º Si la Francia se viese en la precisión de salir de su neutralidad y de tomar las armas por uno u otro partido, así los intereses de la civilización, como los particulares de nuestra patria, deben hacernos preferir la alianza rusa, pues que por ella podríamos obtener el curso del Rin por frontera, y colonias en el Archipiélago, ventajas que jamás nos concederán los gabinetes de San James y Viena.

«Tal es el resumen de esta Nota. Yo no he podido argüir sino partiendo de suposiciones; ignoro lo que la Inglaterra, Austria y Rusia proponen o habrán propuesto en el momento mismo en que escribo, y tal vez haya algún informe o comunicación que reduzca a generalidades inútiles las verdades que acabo de exponer. Esto no obstante, queda probado que la posición de la Francia es ventajosa; que el gobierno está en buen lugar para sacar gran partido de los acontecimientos, si comprende sus intereses, si no se deja intimidar por nadie y si a la energía del lenguaje une el vigor de acción. Tenemos un monarca venerado; un heredero del trono que con trescientos mil hombres acrecentaría en las orillas del Rin la gloria que recogió en España; nuestra expedición de Morea nos hace representar un papel lleno de honra; nuestras instituciones políticas son excelentes, nuestra hacienda se halla en un estado de prosperidad que no tiene igual en Europa, y con todas estas circunstancias se puede marchar erguida la frente. ¡Qué país, el que posee genio, valor, brazos y dinero!

«Por lo demás yo no creo haberlo dicho y previsto todo, ni tengo la fatuidad de dar mi sistema como el mejor, pues harto sé que en los asuntos humanos hay algo misterioso e impenetrable. Si es cierto que se pueden fijar con bastante tino los últimos y grandes resultados de una revolución, es también cierto que se padecen equivocaciones en los detalles, que los acontecimientos parciales se modifican las más veces de una manera inesperada, y que viendo el objeto se llega a él por senderos, con cuya existencia no se soñaba siquiera. Es cierto, por ejemplo, que los turcos serán arrojados al fin de la Europa; pero ¿cuándo y cómo? ¿Libertará la guerra actual de semejante azote al mundo civilizado? ¿Son insuperables los obstáculos que he indicado para que la paz se realice? Si, toda vez que se parta de principios análogos a los que llevo expuestos; no, si apartándose del buen sendero se hace entrar en los cálculos circunstancias ajenas a las que motivaron el apelar a las armas.

«Casi nada se parece actualmente a lo pasado: excepto la religión y la moral, todas las demás verdades, o la mayor parte de ellas han cambiado si no en su esencia, por lo menos en la relación con los hombres y las cosas. De Ossat es considerado todavía como hábil diplomático; Grostins como publicista de talento, y Puffendorf como modelo de circunspección; pero no sería posible aplicar a nuestra época las reglas de su diplomacia, ni retroceder para el derecho político de Europa al tratado de Westfalia.

«Los pueblos en la actualidad toman parte en los negocios que en otros tiempos solo manejaban los gobiernos. Los pueblos de hoy no ven ya las cosas como las veían los de ayer; no les afectan iguales acontecimientos, y el raciocinio ha progresado en ellos a expensas de la imaginación; lo positivo supera y destruye la exaltación y apasionadas determinaciones, y reina en todas partes cierta prudencia. Los más de los tronos y la mayoría de los gabinetes europeos están representados por hombres cansados de revoluciones, hartos de guerras, antipáticos a todo espíritu aventurero, y estos son motivos que dan fundadas esperanzas para arreglos pacíficos. Además, pueden existir en las naciones trabas que las obliguen a ceder a medidas conciliadoras.

«La muerte de la emperatriz viuda de Rusia, puede desenvolver semillas de turbulencias, no del todo muertas. Esta princesa se mezclaba poco en la política exterior, pero era un lazo entre sus hijos, y se la ha considerado siempre como habiendo ejercido una gran influencia en las transacciones que dieron la corona al emperador Nicolás. No obstante, preciso es confesar que si el emperador empezara de nuevo a temer, este mismo temor sería un aguijón más para obligarle a lanzar sus soldados fuera del suelo natal, a fin de buscar su propia seguridad en la victoria.

«La Inglaterra, independientemente de su deuda, traba que imposibilita todos sus movimientos, se ve apurada con la cuestión de Irlanda: sancione o no el parlamento la emancipación de los católicos, el acontecimiento será inmenso. La salud del rey Jorge está muy quebrantada, la de su inmediato sucesor no le va en zaga, y si el accidente previsto se verificara pronto, habría convocación de nuevo parlamento, quizá también cambio de ministros, y como los hombres de capacidad son actualmente raros en Inglaterra, pudiera muy bien suceder que la Gran Bretaña fuese regida por una larga regencia. En esta situación precaria y crítica es muy probable que la Inglaterra desee sinceramente la paz, y que tema meterse en las alternativas de una gran guerra, en medio de la cual se hallaría sorprendida por catástrofes interiores.

«Finalmente, nosotros mismos, a pesar de nuestras prosperidades reales e innegables, y a pesar de que podamos presentarnos con brillo en un campo de batalla, si se nos impele a parecer en él, ¿estamos en situación para efectuarlo en el acto? ¿Están reparadas nuestras plazas fuertes? ¿Tenemos el material necesario para un ejército numeroso? ¿Cubre nuestro ejército siquiera el contingente requerido en tiempo de paz? ¿Si de pronto nos despertara una declaración de guerra de Inglaterra, Prusia y Países Bajos, podríamos oponernos eficazmente a la tercera invasión? Las guerras de Napoleón divulgaron un secreto fatal, y es que se puede llegar en algunas jornadas a París con solo una victoria; que París no se defiende, y que este mismo París está demasiado cerca de la frontera. La capital de Francia no estará al abrigo sino cuando poseamos la orilla izquierda del Rin, y por lo tanto podríamos muy bien necesitar algún tiempo para prepararnos.

«Añadamos a todo esto que los vicios y virtudes de los príncipes, su fuerza, debilidad moral, carácter, pasiones y aun costumbres, son causas las más veces de actos y hechos contrarios a los cálculos de la sana razón y que no entran en ninguna fórmula política; la influencia más mísera determina algunas veces el mayor acontecimiento en sentido contrario a la verosimilitud de las cosas; un esclavo puede hacer firmar en Constantinopla una paz que toda Europa, pidiéndola de rodillas, quizás no obtuviera.

«¿Si una de esas razones que se apartan de la previsión humana, motivara durante el invierno que las naciones beligerantes solicitaran entrar en negociaciones, sería preciso rechazarlas porque no estuvieran acordes con los principios de esta Nota? No, sin duda: ganar tiempo cuando conviene, es un gran arte. Se puede saber que es lo mejor, y contentarle con lo menos malo; las verdades políticas, sobre todo, son siempre relativas; lo absoluto en materia de estado tiene grandes inconvenientes. Sería una dicha inmensa para la especie humana que los turcos fueran arrojados al Bósforo; pero nosotros no estamos encargados de la expedición, y la hora final del mahometanismo tal vez no sonó todavía; el odio mismo debe someterse a la ilustración para no cometer sandeces. Nada, pues, debe impedir a la Francia entrar en negociaciones, cuidando de que estén lo más en armonía posible con las ideas vertidas en esta Nota. Los hombres que manejan el timón de los imperios son los que deben guiarlos según los vientos, evitando los escollos.

«Ciertamente que si el soberano del Norte consintiese en reducir las condiciones de la paz a la ejecución del tratado de Akerman y a la emancipación de la Grecia, sería fácil hacer entrar en razón a la Puerta; ¿pero qué probabilidad hay de que la Rusia se concrete a condiciones que pudiera obtener sin disparar un cañonazo? Solo un medio hay, si toda vez puede considerarse tal; proponer un congreso general en el cual el emperador Nicolás cediera o fingiera ceder a los deseos de la Europa cristiana. Es siempre un medio seguro de éxito para con los hombres, lisonjear su amor propio, proporcionarles causas para libertarse de los compromisos contraídos, y salir de un mal paso con honra.

«El mayor obstáculo que cabe suponer en el proyecto de un congreso, sería el que las armas otomanas obtuvieran ventajas durante el invierno, que por el rigor de la estación, la falta de víveres, insuficiencia de tropas, o por otra causa cualquiera los rusos se vieran precisados a levantar el sitio de Silistria; si Varna (lo que no es nada probable), volviese de nuevo a manos de los turcos, el emperador Nicolás se encontraría en una situación que no le permitiría dar oídos a proposición alguna, se pena de descender al último grado de descontento entre los monarcas; entonces la guerra se continuaría y volveríamos a las eventualidades aducidas en esta Nota. Si la Rusia pierde su categoría como potencia militar y la Turquía la reemplaza, Europa no habrá hecho más que mudar de riesgo, y un riesgo procedente de la cimitarra de Mahamud sería de especie más formidable que aquel con que nos amenazara la espada de Nicolás. Si la fortuna en sus caprichos sentara en el trono de los sultanes a un príncipe distinguido, este no puede vivir bastante tiempo para cambiar las leyes y las costumbres, aun cuando tales fueran sus proyectos. Mahamud morirá tarde o temprano; y ¿a quién dejará el imperio con sus soldados fanáticos disciplinados y con sus ulemas, que por habérseles iniciado en la táctica moderna, tienen entre sus manos un nuevo medio de extender la dominación del Corán?

«Mientras que aterrada al fin el Austria por lo erróneo de sus cálculos se vería en el caso de cubrir las fronteras en que los jenízaros nada le dejaban que temer, otra nueva insurrección, resultado posible de la humillación de las armas de Nicolás, estallaría tal vez en San Petersburgo, y comunicándose de molécula en molécula, pondría en combustión el Norte de Alemania. Esto es precisamente lo que no aperciben los hombres que respecto a política no han salido de los tenores vulgares ni lugares comunes. ¡Lindo plan el del Austria! Lo que esta potencia intenta oponer a un movimiento que lo amenaza todo, son comunicaciones fútiles, intrigas de poca monta. Si la Francia y la Inglaterra tomaran un partido digno de ambas, si notificaran a la Puerta que en caso de cerrar el sultán los oídos a toda proposición de paz, las encontraría en el campo de batalla en cuanto llegase la primavera, presto se vería terminar la zozobra de la Europa.»

Trasluciose esta memoria en el mundo diplomático, y me valió una consideración, que no rechacé, pero que no ambicionaba; en verdad no comprendo qué era lo que podía sorprender a los positivos, pues que mi guerra de España era una cosa muy positiva. El trabajo incesante de la revolución general que se opera en la antigua sociedad, ha ocasionado la caída de la legitimidad, al paso que destruidos los cálculos subordinados a la permanencia de los hechos, tales como existían en 1828.

¿Queréis convenceros de la enorme diferencia de mérito y gloria entre un gran escritor y un gran político? Mis tareas diplomáticas merecieron unánime aprobación, porque llevaron en sí el ingenio supremo, es decir, el buen éxito. Todo el que lea estas Memorias pasará, sin duda, de largo, lo que antecede, y yo haría lo mismo si estuviese en lugar de los lectores. Ahora bien, supóngase, que en vez de esa pequeña obra maestra de chancillería, se encontrase en este escrito algún episodio en el estilo de Homero o de Virgilio. ¿Se cree que nadie hubiera dejado de leer los amores de Dido en Cartago o las lágrimas de Príamo en Aquiles, suponiendo que la Providencia me hubiera dotado con el genio de aquellos inmortales vates?

A Mad. Recamier.

«Miércoles, Roma 10 de diciembre de 1828.

He ido a la academia Tiberina, a la cual tengo el honor de pertenecer, y he oído en ella muy ingeniosos y lindísimos versos. ¡Qué de inteligencia perdida! Está noche estoy de gran ricevimento, y como tengo que escribiros, no me agrada mucho semejante ceremonia.»

«11 de diciembre.

«El gran ricevimento ha tenido lugar con toda felicidad, y Mad. de Ch. está muy ufana porque estuvieron en casa todos los cardenales de la tierra. Toda la Europa, en Roma, estaba allí con Roma misma, y puesto que me veo condenado por algunos días a este oficio, prefiero llevar a cabo mi obra tan bien como pudiese hacerlo cualquier otro embajador. Los hombres no miran nunca con buenos ojos ningún triunfo de sus adversarios, y es castigarles tener acierto en un género en que se creen sus rivales. El sábado próximo me trasformo en canónigo de San Juan de Letrán, y el domingo doy una comida a mis colegas. Hoy asisto a una reunión que es más de mi gusto: como en casa de Guerin con todos los artistas, y vamos a convenir y trazar vuestro monumento para el Pusino. Un discípulo joven, lleno de talento, Mr. Dezprez, hará el bajo relieve sacado de un cuadro del gran pintor, y Mr. Lemoyne el busto. En esto no deben poner mano más que franceses.

«Para completar nuestra historia de Roma, os diré que Mad. de Castries ha llegado. Esta es otra de las niñas que hice juguetear en mis rodillas: mucho ha cambiado la infeliz, sus ojos se llenaron de lágrimas cuando le recordé su infancia pasada en Lormois. Creo que la viajera perdió ya sus ilusiones. ¡Qué aislamiento! ¿Y por quien? Mirad, creo que lo mejor de todo es reunirse con vos lo más pronto posible. Si yo pudiera bajar del monte como Moisés, no dejara de servirme de su aureola para mostrarme a vuestros ojos resplandeciente y rejuvenecido.»

«Sábado 13.

«El banquete de los miembros de la academia no me ha dejado nada que desear. Los jóvenes están satisfechos con tener a un embajador a su mesa; además, la noticia que les di sobre el monumento del Pusino les halagó sobremanera, pues vieron por ello que yo honraba ya sus cenizas.»

A la misma.

«Jueves 18 de diciembre de 1828.

«En lugar de perder el tiempo y de hacérosle perder refiriéndoos los hechos y gustos de mi vida, prefiero remitiros los consignados en el diario de Roma. ¡Ay! ¡otros doce meses acaban pasar de por mí! ¿cuándo cesaré de perder en los senderos vistosos los días que me fueron dados para consagrarlos a mejor uso? Creyendo inagotable el tesoro, gasté sin reflexionar, mientras fui rico: mas viendo ahora de qué modo el tesoro ha disminuido, y cuan poco tiempo me queda que ofreceros, siento mi corazón oprimido. Mas ¿no hay por ventura una existencia muy larga, Después de la que gozamos en la tierra? Mísero y humilde cristiano, tiemblo ante el juicio final de Miguel Ángel, ignoro cual será mi mansión en el otro mundo, pero donde quiera que sea, me consideraré muy infeliz si vos no estáis. Mil veces os he consagrado mis proyectos y mis venideros fines, y ahora ruinas, salud, pérdida de toda ilusión, todo me dice: «Vete, retírate, acaba.» Habéis deseado que señalara mi permanencia en Roma; ya está hecho: el sepulcro del Pusino vivirá en la posteridad y llevará la siguiente inscripción: F. A. de CU. a Nicolás Pusino, para gloria de las artes y loor de la Francia. ¿Qué tengo yo que hacer aquí? Nada, sobretodo después de haber suscrito con cien ducados para la construcción de un monumento en memoria del Tasso, que según decís es el hombre a quien más queréis después de mí.»

Roma, sábado 3 de enero de 1829.

«De nuevo formo votos para que nada turbe vuestro sosiego y felicidad en este año: concédaos el cielo salud y larga vida. No me olvidéis: confío que así lo hagáis, puesto que no habéis dado al olvido a monsieur de Montmorency ni a Mad. de Staël, y que tenéis tan buena memoria como buen corazón. Mi lenguaje no puede seros sospechoso, y pocos días hace le decía a Mad. Salvage, que nada conocía en el mundo más lindo ni mejor que vos

«Pasé ayer una hora con el papa y hablamos de todo, y de los asuntos más sublimes y graves. Es el papa un hombre muy fino, muy instruido, y un príncipe lleno de dignidad. Lo único que a mi vida política faltaba, era estar en relaciones con un soberano pontífice, y esto completa mi carrera.

«¿Queréis saber exactamente lo que hago? Me levanto a las cinco y media, almuerzo a las siete, vuelvo a las ocho a mi gabinete, os escrito o despacho algunos negocios, que los hay en abundancia (los pormenores respecto de los establecimientos franceses, y de los franceses infelices, son bastante minuciosos); salgo a las doce y paso dos 6 tres horas en las ruinas, San Pedro o el Vaticano. Suelo de vez en cuando hacer alguna visita de etiqueta antes o después del paseo; regreso a mi casa a las cinco, me visto para la noche, como a las seis, voy a las siete y media de tertulia con Mad de Ch. o recibo en mi casa, y a eso de las once me acuesto, o vuelvo de nuevo a la campiña, a pesar de los ladrones y de la malaria. ¿Qué hago allí? nada. Escucho el silencio y contemplo mi sombra que, deslizándose a lo largo de los acueductos alumbrados por la luna, pasa de pórtico en pórtico.

«Están los romanos tan acostumbrados a mi vida metódica, que les sirvo para contar las horas. Dense prisa, presto la cuerda de mi reloj se romperá.

A Mad. De Recamier.

Roma, Jueves 8 de enero de 1829.

«Tengo desgracia; hemos pasado del tiempo más hermoso a la lluvia, de manera que ya no puedo dar mis paseos: estos eran, sin embargo, los únicos momentos felices de mis días; fija la mente en vos vagaba errante por estas campiñas, y su aspecto hermoso unía en mí corazón lo futuro a lo pasado, porque también en otros tiempos daba los misinos paseos. Una o dos veces a la semana voy al sitio en que la inglesa se abogó: ¿quién se acuerda en el día de la desdichada joven miss Bathurst? ¡Ay! sus paisanos recorren a galope las orillas del río sin pensar en ella. El Tíber, que tantas cosas ha visto, no da de la infeliz la menor cuenta; por lo demás sus ondas se han renovado, y subsisten tan pálidas y mansas como cuando llevaron en su curso a aquella criatura destellando esperanza, belleza y vida.

«Mucho me he remontado sin notarlo, más perdonádselo a un pobre prisionero sitiado por el agua, y permitidme que os refiera la anecdotilla que acaeció el martes último. Numerosa muchedumbre poblaba la embajada, y yo en tanto, desde una mesa de mármol, en la cual me apoyaba de espaldas, saludaba a las personas que entraban y salían. Una inglesa, a quien no conocía, ni de nombre ni de vista, acercose a mí, mirome fijamente, y con ese acento que les es propio, me dijo: «Muy desgraciado sois, señor de Chateaubriand.» Asombrado del apóstrofe y del extraño modo de entrar en conversación, le pregunté qué quería decir, y me contestó: «Quiero decir que os compadezco.» Dicho esto, cogiose la inglesa del brazo a otra inglesa, se perdió en la muchedumbre, y no la volví a ver en el resto de la noche. Aquella original extranjera no era ni joven ni hermosa, y sin embargo, le agradezco sus palabras misteriosas.

«Los periódicos siguen hablando de mí; ignoro qué aguijón les mueve, pero debía creerme olvidado tanto como lo deseo.

«Escribo por el correo a Mr. Thierry que está en Hyeres muy enfermo. No he recibido la menor contestación de Mr. de La Bouillerie.»

A Mr. Thierry.

«Roma, 18 de enero de 1829.

«Muy señor mío: mucho agradezco haber recibido la nueva edición de vuestras cartas, unidas a una que prueba que os habéis acordado de mi. Si este escrito lo ha trazado vuestra mano, confío que vuestros ojos se abrirán de nuevo para dedicarse al estudió, de que sabe sacar tan maravilloso partido vuestro talento, como utilidad para mi patria. Leo y releo con avidez vuestra obra, harto corta, y doblo y señalo casi una por una todas sus páginas, a fin de recordar mejor os puntos en que quiero apoyarme. Os citaré muy a menudo en el trabajo que ha tanto tiempo preparo sobre la historia de las dos primeras razas. Dejaré a un lado mis ideas y ante vuestra ilustrada autoridad; adoptaré muy a menudo vuestra reforma de los nombres: tendré, en fin, la dicha de ser casi siempre de vuestra opinión, desviándome muy a pesar mío del sistema propuesto por Mr. Guizot, porque no puede cual lo hace este ingenioso escritor, desconocer los monumentos más auténticos, convertir a todos los francos en nobles y hombres libres, ni a todos los romanos galos en esclavos de los francos. La ley sálica y la ley ripuaria encierran una multitud de artículos que tratan de las distintas condiciones que había entre los francos. Si quis ingenuum ripuarium extrasolum vendiderit, etc., etc.

«Ya sabéis cuanto hubiera deseado veros en Roma. Juntos nos hubiéramos sentado sobre las ruinas; allí me hubieseis enseñado la historia, y aunque discípulo viejo, escucharía a mi joven maestro con el solo pesar de no tener ya delante de mí bastantes años para poder aprovechar sus lecciones.

«Tel est le sort de l'homme: il s'instruit avec tage

Mais que sert d' l'etre sage

Quand le terme est si pres?