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«La última carta que recibí de Mad. de Duras, hace sentir la amargura de esta gota postrera de la vida que todos tenemos que apurar.

«Niza, 14 de setiembre dé 1828.

«Os mando un asclepias carnata: es un laurel que se desarrolla en campo libre, que no siente el frio, que da una flor colorarla como la camelia y que huele muy bien; colocadlo debajo de las ventanas de la biblioteca del Benedictino.

«Voy a hablaros un poco de mi: siempre lo mismo, paso los días postrada en el sofá, excepto los ratos que salgo en coche a paseo, ratos que no puedo prolongar más de media hora. Pienso en lo pasado, y ha sido mi vida tan variada, tan agitada, que no puedo decir que estoy violentamente fastidiada; si tuviera fuerzas para coser o bordar no sufriría tanto. Dista mi vida presente un grado, tanto de mi existencia pasada, que me parece que estoy leyendo memorias, o que contemplo un espectáculo.»

«Como se ve volví a Italia privado de apoyos, cual salí de ella veinte y cinco años hace; pero en aquella época podía reparar mis pérdidas. ¿Quién querría hoy consagrar sus días a días minados por los años? Nadie quiere habitar en ruinas.

«En la misma aldea del Simplón, he visto la primer sonrisa de una aurora feliz. Los peñascos cuya ennegrecida base se extendía a mis pies, resplandecían rojos en lo alto de la montaña, heridos por los rayos del sol. Para salir de las tinieblas, basta con acercarse al cielo.

«Si la Italia había perdido ya su brillo para mí cuando hice mi viaje a Verona en 1822, ahora me ha parecido todavía más muerta; he analizado en ella los progresos del tiempo. Apoyado en el balcón de la posada que ocupaba en Arona, contemple las orillas del Lago Mayor, bañadas con los dorados reflejos del sol en su ocaso, y guarnecidas con el azulado fleco de sus mansas ondas. Nada era tan plácido como este paisaje en que el castillo señoreaba con sus almenas; pero este espectáculo no me causaba ni placer ni pesar. Los primeros años de la vida unen a los que viven de esperanzas: todo joven cruza el sendero de la existencia con lo que ama o con los recuerdos de la felicidad ausente, y si no tiene punto alguno fijo en que parar, lo busca, lisonjeándose a cada paso de encontrarle, porque van con él siempre pensamientos de felicidad, porque esta disposición de su alma se refleja en los objetos.

«Por lo demás noto menos la degeneración de la sociedad actual cuando me encuentro solo abandonado en la soledad en que dejó al mundo Bonaparte, apenas siento las débiles generaciones que pasan y gimen en las orillas del desierto.»

Bolonia, 28 de setiembre de 1828.

«He visto en Milán en el espacio de un cuarto de hora escaso, pasar por debajo de las ventanas de mi posada diez y siete jorobados. La schlague alemana ha desfigurado la joven Italia. He visto a San Carlos Borromeo en su sepulcro. El santo no tenía nada de hermoso y hacia doscientos cuarenta y cuatro años que había muerto.

«Estando en Borgo Sanx Donnino, Mad. de Chateaubriand entró en mi cuarto a media noche asustada por haber visto caer sus vestidos y su sombrero de paja de las sillas en que los había dejado; deduciendo de esto que nos hallábamos en una posada en que habitaban espíritus malignos o ladrones. No había yo experimentado ninguna conmoción en mi lecho, y era cierto sin embargo, que se había sentido un terremoto en el Apenino: por lo que nada tenía de particular que lo que derrumbaba ciudades enteras hiciese caer e una silla los vestidos de una mujer. Hice esta observación a Mad. de Chateaubriand, añadiendo al mismo tiempo que había atravesado sin ocurrirme el menor accidente en la vega del Genil, en España, por una aldea arruinada el día anterior a consecuencia de un sacudimiento subterráneo; pero estos consuelos no produjeron el menor efecto viéndonos precisados a abandonar aquella caverna de asesinos.

La continuación de mi viaje me ha demostrado por de quiera la desaparición de los hombres y la inconstancia de las fortunas. En Parma encontré el retrato de la viuda de Napoleón; esta hija de los Césares es hoy la esperanza del conde de Nieperg; esta madre del hijo del conquistador dio hermanos a este hijo, y garantizó sus muchas deudas por un joven Borbón que reside en Luca, el cual debe, si hay tiempo, heredar el ducado de Parma.

«Bolonia me parecía menos desierta que en la época de mi primer viaje. Allí fui recibido con los honores que se conceden aun embajador: allí visité un hermoso cementerio: jamás olvido a los muertos; «s nuestra familia.

«En ninguna parte he admirado mejor a los Carraggios como en la nueva galería de Bolonia, en la que creí ver por primera vez la Santa Cecilia de Rafael que sin género de comparación alguna estaba mucho más divina que en el Louvre.»

Rávena, 1° de octubre de 1828.

«En la Romanía, país desconocido para mí, hay una porción de poblaciones que con sus casas revocadas con cal de mármol, esparcidas en las pendientes de algunas pequeñas montañas, se semejan a bandadas de blancas palomas. Cada una de estas poblaciones ofrece obras maestras de las arles modernas o monumentos de la antigüedad. Este cantón de Italia encierra toda la historia romana, y sería necesario para recorrerle llevar en la mano a Tito Livio, Tácito y Suetonio.

«Atravesé por Ímola, obispado de Pío VII, y después por Faenza. Al llegar a Forli me separe algún tanto del camino para visitar en Rávena el sepulcro de Dante. Al acercarme al monumento sentí ese estremecimiento de admiración que da un gran renombre cuando el que le ha poseído ha sido desgraciado. Alfieri, en cuya frente reflejaba il pallor della morte e la speranza, se prosternó sobre aquel mármol y le dirigió el soneto: ¡O gran padre Aligheri! Delante de aquella tumba me apliqué yo este verso del Purgatorio.

Frate.

Lo mondo e cieco e tu vien ben da lui.

«Aparecíaseme Beatriz, y yo la veía tal como se hallaba al inspirar a su poeta el deseo de suspirar y de morir de llanto.

Di sospirare, e di morir di pianto.

«O piadosa canción mía, dice el padre de las musas modernas, ¡marcha ahora llorando en busca de las mujeres y de las jóvenes a quienes tus hermanas habían acostumbrado a llevar la alegría! y tú, hija de la tristeza, vete desconsolada a vivir con Beatriz.

«Y sin embargo el creador de un nuevo mundo de poesía, olvidó a Beatriz cuando dejó la tierra, no encontrándola, para adorarla en su genio, hasta que se hubo desengañado. Beatriz le reconviene cuando se, prepara a ensenar el cielo a su amante: «Yo le detuve (a Dante), dice a las potencias del paraíso, yo le detuve algún tiempo con mi rostro y ojos infantiles; pero cuando puse el pie en el umbral de mi segunda edad y cambié de vida, me abandonó y se entregó a otras.

«Dante no quiso volver a su patria a costa de un perdón y respondió a uno de sus parientes: «Si para volver a Florencia no hay otro camino que el que se me ha abierto, jamás volveré: en todas partes puedo contemplar los asiros y, el sol.» Dante negó sus días a los florentinos, y Rávena les negó sus cenizas, precisamente cuando Miguel Ángel, genio resucitado del poeta, se prometió adornar a Florencia con el monumento fúnebre de aquel que había enseñado come l'nom s'eterna.