CAPÍTULO PRIMERO
UN ESPÍRITU INQUIETO
l terreno era
onduloso, suave; la pradera, exuberante en hierba que crecía
pródiga a una altura de más de medio metro, y las espigas,
ondulando al viento como un extraño mar de esmeralda, cubrían casi
hasta el cubo de las ruedas a las dos carretas que, tiradas
perezosamente por dos parejas de bueyes, rodaban lentas hacia el
norte, después de haber atravesado el curso del North Fork, al
oeste del Estado de Oklahoma.
Delante de los dos vehículos, erguido en el caballo como una poderosa estatua de carne bronceada, avanzaba Dick Suift, el jefe de la pequeña caravana. Dick era un hombre extraordinario; fuerte como un toro, alto y recio, de músculos de bronce y de cabeza grande, aunque bien proporcionada, en la que su amplia y rebelde melena negra, un poco rizosa, parecía un casco de guerra sobre aquel cráneo duro de hombre para quien todas las empresas le parecían fáciles ante su solo deseo de llevarlas adelante.
Dick, un hombre guapo a pesar de sus ciento setenta libras, tenía un rostro viril, unos ojos grises que llameaban, una nariz afilada y unos labios sensuales y finos. Su mentón era desafiante; su frente, espaciosa y su sonrisa parecía un talismán, o mejor un imán que todo lo atraía a su sola voluntad.
Hombre dotado de una energía extraordinaria y de una fe ciega en sí mismo, sentía el ímpetu de su sangre texana hervir en todas sus venas. El ostracismo en que había vivido durante los nueve años de su matrimonio en aquel pequeño poblado del norte de Texas, casi rayando con Oklahoma, no habían calmado en él el ansia de aventuras que gozara durante su juventud. Dick llevaba en la sangre el virus de la inquietud y del ansia de lo desconocido, y ni el amor a Ellen, que había sido grande, ni el cariño a sus dos hijos, la pequeña Nita y el espigado Boby, fueron suficientes para apagar sus ardores y pegarle al terreno en el que había vivido durante nueve años, más que como un agricultor agradecido a la tierra, como un galeote esclavizado a ella.
Se había casado con Ellen encaprichado por aquella muchacha delgadita, feble de cuerpo, linda de rostro, dulce y sencilla de modales. Un contraste de tipos y de temperamentos que le había seducido no sabía por qué y se había esclavizado a ella sentimentalmente, halagado en su superioridad de hombre grande y fuerte, entre cuyos brazos la dulce Ellen era como un muñeco que debía tratar con delicadeza para que no se quebrase.
Había sido feliz a su modo en el matrimonio. Hombre impetuoso, lleno de fuego y de voluntad, todo lo hubiese tolerado menos que ella o cualquier otra mujer en su vida se hubiese opuesto a sus caprichos y decisiones.
Como jefe del hogar y como hombre, entendía que no existía más voluntad ni decisión que la suya, y como ella siempre le había seguido la corriente y jamás se había opuesto a sus excentricidades, nunca surgió en su matrimonio la menor nube que provocase la tormenta. Él disponía, ella acataba y todo se resolvía con facilidad pasase lo que pasase.
Cuando se casaron, él explotaba una pequeña granja que había levantado en poco tiempo gracias a aquella energía superabundante y a aquella capacidad de trabajo que jamás le agotaba. Ellen nada poseía entonces ni él se preocupó porque su mujer tuviese o dejase de tener dinero. Al contrario, le molestaba deber nada a nadie y quería gozar del placer de que todo se debiese a su esfuerzo y a su iniciativa.
Pero más tarde, un tío de Ellen que había desaparecido de Texas hacía muchos años sin que nadie supiese de su persona, había muerto en Colorado, dejando un rancho que por ley de herencia fue a parar a manos de Ellen. Él entendió que no había nacido para ranchero ni su mujer tampoco y le aconsejó que lo vendiese. Guardaría el dinero a nombre de su mujer en previsión por sus hijos y él seguiría explotando su granja, que le daba lo suficiente para vivir.
Ellen dio su conformidad. El rancho se vendió por treinta mil dólares y el dinero ingresó en el Banco a nombre de su esposa.
Pero el espíritu inquieto de Dick no se avenía con aquel paisaje cerrado que se extendía a sus ojos. Le molestaba la monotonía del ambiente, la certidumbre de unas ganancias casi conocidas de antemano que poco a poco podían fluctuar, y ansiaba algo más emotivo, más de lucha, en lo que la fortuna jugase un papel inquietante de estira y afloja en su vida.
Un día empezaron a llegar noticias confusas sobre algo maravilloso que se estaba desarrollando en el Estado vecino. Por arte de magia la tierra había empezado a escupir petróleo. Los ganaderos abandonaban el cuidado de las reses por las ganancias fabulosas del oro negro, los granjeros se aventuraban a horadar sus tierras en busca de la nafta, más productiva, y un cambio radical y anárquico se estaba realizando en medio Oklahoma.
Y el espíritu dinámico e inquieto de Dick se sublevó ante tales noticias. El petróleo creaba fuentes de riqueza desconocidas, no sólo por el valor de la nafta, sino por lo que giraba en torno a ella. Se empezaban a levantar ciudades improvisadas que pronto se convertirían en grandes y suntuosos poblados, el dinero rodaba deslumbrador, nacían nuevas industrias, comercios y negocios en torno al petróleo, y era imbécil permanecer clavado a un terruño que ya se sabía lo que podía producir, cuando había en perspectiva negocios fantásticos que explotar antes de que otros se aprovechasen de ellos.
Y un día decidió comprobar por sí mismo lo que se contaba del paraíso negro de la tierra roja. Tenía sus ideas particulares a explotar y no precisamente como buscador de petróleo, sino alrededor de él.
Por ello decidió perder unos cuantos días en adentrarse por aquéllas, tierras y estudiarlas. Quizá del estudio sobre el terreno naciese alguna idea genial que le llevase a convertirse en algo más que un humilde granjero de aquella parte de Texas.
Estuvo un mes ausente. Cuando regresó, traía la cabeza llena de proyectos fantásticos y el espíritu inflamado por algo que se había apoderado de él de una manera sólida y tenaz.
Aquella noche, después de cenar y acostar a los chicos, obligó a Ellen a quedarse con él en la mesa y le dijo:
—Escucha, Ellen, este viaje que he realizado me ha abierto perspectivas maravillosas para nosotros. Estoy harto de doblar la cintura sobre las hortalizas para ganar una miseria con ellas, cuando hay a no muchas millas de aquí negocios fantásticos que pueden hacernos ricos en poco tiempo.
»Como habrás oído, el petróleo está brotando de las entrañas de Oklahoma con una prodigalidad que asusta. No me importa el petróleo porque no he nacido para vivir sumergido, sucio y esclavo de ese líquido negro y pegajoso, pero sí algo que se deriva de él y he concebido un proyecto que espero que apruebes, pues sería una lástima que no lo estudiases con grandeza de miras y provocases un conflicto en nuestro vivir común. He recorrido parte del oeste del Estado vecino y después de un estudio profundo he sacado una conclusión. El petróleo necesita alrededor unas cuantas industrias nuevas, pero la mayor y más productiva es el posible acarreo de materiales, herramientas, víveres y cuanto se necesita, no sólo para la explotación, sino para la supervivencia y engrandecimiento de los poblados que surgen como por encanto allí donde los pozos se abren y el petróleo salta avasallador.
»En particular, hay un vano enorme entre el río Washita al norte y el North Fork al sur, que está huérfano de toda comunicación y en cuyo centro el petróleo está levantando un poblado llamado Dempsey, que absorberá muy pronto una enorme cantidad de materiales que nadie hasta ahora se ha cuidado de llevar organizando su acarreo desde las zonas vitales donde se pueden adquirir. Y he pensado que esta vida sedentaria y mísera que llevamos, aparte de que no va a mi temperamento acometedor, no rinde lo que nos podía rendir. Vivimos apartados de todo control populoso, somos como ermitaños en la pradera encerrados entre campos de hortalizas, y los chicos apenas si tienen perspectivas de ser algo y vivir una vida más alegre que aquí se les ofrece. Por ello, del estudio que he realizado he concebido un proyecto que espero sea de tu agrado. Voy a vender la granja.
—Pero, Dick, ¿te das cuenta de lo que dices?
—Sí, pero déjame continuar. Voy a vender la granja. ¿Cuánto pueden darme por ella? Diez, doce mil dólares; no es una gran cantidad, pero sí apreciable. Con ella voy a adquirir unas cuantas sólidas carretas, un equipo de carreros duros que las sirvan y me voy a dedicar a contratar el acarreo de vituallas, materiales y herramientas para los pozos y el poblado. Cambiando impresiones con algunos petroleros a los que di cuenta de mi idea, la han acogido con entusiasmo y me han ofrecido contratar mis carretas casi en exclusiva para que les proporcione muchas cosas de que carecen y que no encuentran forma de poner a boca de pozo o en las casas del poblado. Y no creas que es un poblado cualquiera. En ocho días que permanecí en él lo he visto crecer en una forma que yo mismo me he asombrado. Docenas y docenas de casas surgen a diario en todas partes. La falta de materiales sólidos les obliga a construirlas de madera aserrada de troncos de árbol, de adobe o de lo que pueden, pero muchos petroleros que ganan centenares de dólares diarios quisieran levantar casas de buena planta, sólidas y vistosas, si alguien les proporcionase la piedra, el ladrillo y cuanto se necesita para su construcción, y yo voy a ser quien lo haga. Esto nos dará a ganar mucho dinero. Tú vivirás mucho mejor de lo que vives, tendrás distracciones, los chicos podrán ir a colegios mejores porque se están levantando, así como otros muchos edificios necesarios y yo ganaré lo suficiente para en pocos años poseer una hermosa finca y dinero para vivir sin preocupaciones y quién sabe si podré establecer una línea de comunicaciones y acarreos que sea la más sólida y famosa de todo Oklahoma. Creo que de momento, con mi dinero, tendré bastante y así no expondré para nada el tuyo, pero si la cosa se desarrollase con tal ímpetu que exigiese una ampliación en el negocio, podía interesar parte de tu capital con un interés razonado para él como es justo. Yo espero que te des cuenta de la ocasión única que se nos presenta para enriquecernos y ser algo más que unos míseros granjeros sin apenas perspectivas para el porvenir.
»Ahora, dime cuál es tu opinión, pues me urge darme prisa para que nadie me pise el terreno. No me importa que alguien pueda hacerme la competencia después, pero sí ser el primero para imposibilitarla.
Ellen, que le había escuchado con atención profunda, conociéndole como le conocía, adivinó que sería inútil negarse a sus proyectos. La voluntad de Dick era tan absorbente y tiránica, que lo haría contra viento y marea sin pararse a mirar los contratiempos y el trastorno que encendería entre ellos.
Y como en el fondo estaba presa en la voluntad de hierro de su marido, contestó:
—Escúchame, Dick, te conozco de sobra para no saber que harías tu voluntad me parezca bien o me parezca mal el proyecto y esto me priva de hacer razonamientos ni exponer ideas que juzgarías absurdas o extemporáneas, porque serían tanto como prejuzgar el porvenir. No es mi completo gusto dejar la paz que disfrutamos por la algarabía y el exotismo de esos lugares donde, si bien es cierto que se puede gozar de una vida más frívola y dinámica, también se corre el albur de sufrir la aspereza de lugares donde el control de las pasiones es imposible, porque la fiebre del negocio corre más que la parsimonia de las leyes y su organización. Pero comprendo tus puntos de vista y los acato. Piensas en el mañana con fiebre. No quieres llegar a él por sus pasos contados y te urge explotar lo que mañana se puede acabar como se acaba todo lo que nace por explosión y luego tiende a estabilizarse. Me alegraré que tus sueños sean realidad y luego, en un plazo breve, puedas ganar lo suficiente para después, con la vida asegurada, buscar de nuevo un rincón tranquilo donde disfrutarlo sin sobresaltos. Pienso en los chicos y me da miedo meterlos en un ambiente tan bronco donde entre lo bueno que puedan aprender habrá mucho de malo y nadie sabe del alma infantil para prejuzgar cómo van a digerir ciertas cosas. Piensa que vas a ser el responsable de sus vidas en todos los órdenes y que si por cariño, lealtad y obediencia voy a seguirte, no por eso voy a decir a todo que sí y a pasar por cosas que puedan romper la armonía que nos une. Quien evita la ocasión evita el peligro y yo te conozco bien para saber que no eres de los hombres que lo evitan, ni tan puritano, que muchas cosas malas te parezcan tan malas como son. Yo tengo mis nervios y mi energía. Una energía mansa, pero terca cuando entiendo que las cosas pasan de la raya y como hasta el presente, no pasaron, no he tenido que manifestar esa entereza. No quiero que existan malos entendidos para el futuro. Soy tu mujer, te quiero como sabes, pero cuida de que no surja algo que estropee este cariño que quizá no has sabido apreciar bien hasta ahora, porque no has tenido ocasión de ponerlo a prueba fuera de lo normal. El momento es tan decisivo, que de no ser así no te diría lo que te estoy diciendo. Y ahora, no tengo más que hablar. Cuando quieras dispón el viaje y te seguiré dispuesta a sobrellevar lo que sea preciso, siempre que no rebase los límites normales que te he indicado.
Dick, sonriendo, exclamó:
—¡Bravo, Ellen! Con esas palabras me demuestras que eres una esposa consciente y una buena madre. Espero no defraudarte y hacer lo preciso para que sigas mostrándote orgullosa de mí.
Febrilmente, Dick se entregó a la tarea de prepararlo todo para emprender el viaje. Varias veces le habían hecho proposiciones de comprarle el rancho. Buscó a los que demostraron este interés y chalaneó con ellos hasta obtener del mejor postor doce mil dólares.
Mientras, había estado tanteando el asunto de las carretas, informándose de los mercados, de los precios de las cosas, de lo que algunos osados cobraran por realizar ciertos transportes y se había formado su composición de lugar para el porvenir.
Lo primero que hizo fue contratar dos sólidas carretas con las que hacer el viaje, transportar sus muebles y una buena cantidad de madera para levantar su propia vivienda. Más tarde, cuando organizase el acarreo con más vehículos, se prometía levantar su vivienda con materiales más sólidos.
Y un día de principios de primavera, las carretas bien pertrechadas de madera y de herramientas para la construcción y de víveres para el viaje, emprendieron el rumbo hacia Oklahoma, cruzando la divisoria por Quanah vadeando el Red River.
Como este río aún no había sufrido la influencia de los aluviones primaverales, pudo pasarlo sin grandes dificultades y Oklahoma adelante, en línea recta hacia el norte, se dispuso a aquel largo viaje de doscientas millas sobre las tablas rodantes de las carretas.
Dick calculó que a un promedio de quince millas, si era posible alcanzarlas, tardaría unos quince días en llegar a Dempsey, pero aun suponiendo que tardase veinte, no le importaba, porque no llegaría tarde para su objeto.
Al contrario, en aquella etapa y los días que había perdido en arreglarlo todo, el poblado habría crecido enormemente, los yacimientos de petróleo habrían aumentado y las necesidades de la población que afluía al nuevo poblado como el petróleo, a oleadas, haría más necesario el esfuerzo ajeno para mantener aquellas colosales necesidades.
Para Ellen el viaje fue un martirio. Le dolían los huesos de tantas horas de carreta, y le dominaba la inquietud de lo desconocido; para Dick fue un viaje impaciente que no se acababa nunca, aunque se reprimía a forzar lo más de lo natural y para los chicos, la novedad fue algo más glorioso que les tenía encantados y se pasaban las horas riendo, haciendo preguntas y deseando que aquello tan nuevo para ellos no se acabase nunca.
Turnándolos, Dick solía montar a su grupa a alguno de sus hijos y se complacía en saciar su curiosidad y contarles cosas maravillosas para el porvenir. Los amaba a su modo más que en el presente, en lo venidero. Soñaba con verlos convertidos en un hombre y una mujercita que fuesen su orgullo. Ella rubia, espigada, prometiendo ser más alta que su padre, convertida en una señorita refinada, casándose un día con un millonario petrolero a tono con la fortuna que él había de adquirir y a Boby, más macizo, más ancho y grande que la muchacha, en un chicote fuerte y recio como él, acometedor como él, bravo e inquieto, que siguiese su tradición e hiciese honor a la sangre de los Suift que llevaba en sus venas.
Y así fueron avanzando lentamente a tono de la pasividad de los poderosos bueyes, lentos, pero duros y poderosos.
Algunas veces dejaban a derecha e izquierda poblados ya establecidos o incipientes, perforaciones en embrión, torres de madera terminadas en punta explotando ya la riqueza del suelo con sus enormes surtidores de nafta negra que subía desafiante al cielo formando nubes densas y pegajosas.
Entonces, el olor acre de la pradera se convertía en algo desagradable, el verdor de la tierra moría para ser suplido por un gris sucio y triste, la hierba moría matada por el petróleo y todo parecía desolado y sin la alegre vida de lo que dejaban atrás.
Hasta que veinte días más tarde, un atardecer, Dick, con emoción, hizo retroceder el caballo, se acercó a la carreta que guiaba Ellen y extendiendo el brazo, gritó:
—Mira, Ellen, ¿ves aquellas torres que se yerguen a lo lejos? Aquello es Dempsey, nuestra gloriosa meta. No tardaremos en dar vista al poblado que se hunde un poco en el paisaje y no se puede vislumbrar desde aquí, pero ya verás qué grande y dinámico es.
—Me lo figuro un verdadero infierno en el que muchas almas y muchos cuerpos se abrasarán sin necesidad de que ardan materialmente en el petróleo.
—Bueno, quizá suceda así, pero nosotros nos libraremos del fuego y gozaremos de su espectáculo mientras otros se queman en él. Es la ley de la vida.
Siguieron avanzando lentamente. Pronto empezaron a cruzar por entre torres de madera, vagonetas, barriles y vehículos extraños acondicionados para recoger el petróleo. Algunas veces, éste corría cómo impetuosos arroyos negros y malolientes sin que se pudiera almacenar por falta de galones. Un líquido que se perdía o se embalsaba provisionalmente en lagos socavados con premura para estancarlo y aprovecharlo en lo posible.
Y alrededor, un paisaje negro, desolado, triste y opresivo que encogía el alma de Ellen aclimatada a la exuberante pradera y a la gloria verde de sus huertas. Algo a lo que tardaría mucho en aclimatarse, porque jamás podría desechar de su pensamiento la paz bucólica de su pequeño reinado y aquella alegría sana y mansa que rimaba con ella mucho más que lo que ahora se le ofrecía.
Pero heroica se dispuso a aceptar el cambio, aunque no sin el presentimiento de que aquello iba a ofrecerle muchos días de amargura y muchos sinsabores para su vida.