Diciembre de 1918

CUADRO BIBLIOGRÁFICO

FERNANDO PESSOA

Nació en Lisboa, el 13 de junio de 1888. Estudió en el Instituto (High School) de Durban, Natal, Sudáfrica, y en la Universidad (inglesa) del Cabo de Buena Esperanza. En esta universidad ganó el premio Reina Victoria de estilo en inglés, en 1903 (primer año en el que se convocaba este premio).

Los escritos de Fernando Pessoa pertenecen a dos categorías que podemos llamar ortónimas y heterónimas. No se puede decir que sean autónimas o pseudónimas, porque ciertamente no lo son. La obra pseudónima es del autor en persona, con la salvedad del nombre con el que la firma; las heterónimas son del autor fuera de su persona, de una individualidad completa fabricada por él, como lo serían las afirmaciones de cualquier personaje de cualquier drama que escribiera.

Las obras heterónimas de Fernando Pessoa están escritas por, hasta ahora, tres nombres de persona; Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos. Estas individualidades deben ser consideradas como algo distinto de la de su autor. Cada una de ellas forma una especie de drama, y todas ellas juntas forman otro drama. Alberto Caeiro, a quien se tiene por nacido en 1889 y muerto en 1915, escribió poemas con una única y determinada orientación. Tuvo por discípulos —originarios, como tales, de distintos aspectos de esa orientación— a otros dos: Ricardo Reis, a quien se da por nacido en 1887, y que aisló en esa obra, estilizándolo, el aspecto intelectual y pagano; Álvaro de Campos, nacido en 1890, que aisló el aspecto que podríamos llamar emotivo, al que llamó «sensacionista», y que —uniéndolo a distintas influencias, entre las que destaca, aunque siempre por debajo de la de Caeiro, la de Walt Whitman— escribió diversas composiciones, en general de índole escandalosa e irritante, sobre todo para Fernando Pessoa, que, en cualquier caso, no tiene más remedio que hacerlas y publicarlas, por mucho que no esté de acuerdo con ellas. Las obras de estos tres poetas forman, como ya se ha dicho, un conjunto dramático; y la interactuación intelectual de sus personalidades está debidamente estudiada, como también lo están sus propias relaciones personales. Todo esto figurará en sus biografías, aun por hacer, que irán acompañadas, cuando se publiquen, de horóscopos y, tal vez, de fotografías. Es un drama en personas, en lugar de en actos.

(Que estas tres individualidades sean más o menos reales que el propio Fernando Pessoa es un problema metafísico que éste, carente del secreto de los Dioses, y, en consecuencia, ignorando qué es la realidad, nunca podrá resolver).

Fernando Pessoa ha publicado, ortónimamente, cuatro folletos en verso en lengua inglesa: Antinous y 35 Sonetos, aparecidos conjuntamente en 1918, y Poemas Ingleses I-II y Poemas Ingleses III, también conjuntamente, en 1922. El primer poema del tercero de estos folletos es la refundición de Antinous, de 1918. Ha publicado, además de esto, un manifiesto, “Sobre un manifiesto de estudiantes”, en apoyo de Raúl Leal, y, en 1923, un folleto, Interregno: Defensa y justificación de la dictadura militar en Portugal, que el gobierno permitió publicar. Ninguno de estos textos es definitivo. Desde el punto de vista estético, por lo tanto, el autor prefiere considerar estas obras como sólo aproximadamente existentes. Ningún escrito heterónimo ha sido publicado en folletos o libros.

Fernando Pessoa ha colaborado bastante, siempre por la petición casual de amigos, en revistas y otras publicaciones de diversa índole. Los escritos suyos que están desperdigados por ahí son, en general, de un interés aun menor para el público que los folletos antes mencionados. Sin embargo, hay que mencionar, aunque con reservas, las siguientes excepciones:

En cuanto a las obras ortónimas: el drama estático El marinero, en Orpheu I (1915); El banquero anarquista, en Contemporânea 1 (1922); los poemas de Mar portugués, en Contemporânea 4 (1922); una pequeña colección de poemas en Athena 3 (1925); y, en el número 1 del diario de Lisboa Sol (1926), la narración precisa y conmovida del Cuento del Vicario.

En cuanto a las obras heterónimas, dos odas —Oda triunfal y Oda marítima— de Álvaro de Campos en Orpheu 1 y 2 (1915) y El ultimátum, del mismo individuo, en un número único de Portugal Futurista (1917); el libro de Odas, de Ricardo Reis, en Athena 1 (1924), y los fragmentos de poemas de Alberto Caeiro en Athena 4 y 5 (1925).

El resto, ortónimo o heterónimo, o nunca tuvo interés, o fue solamente pasajero, o está por perfeccionar y redefinir, o son pequeñas composiciones, en prosa o en verso, que sería difícil recordar y tedioso enumerar, una vez recordadas.

Desde un punto de vista, por así decirlo, publicitario, se podría, a pesar de todo, apuntar algunos artículos en El Águila, en el año 1912, sobre todo por la irritación que provocó el anuncio que en ellos hacía de la «próxima aparición del súper-Camões». Con el mismo objetivo se puede citar el conjunto de lo que apareció en Orpheu, dado el desmedido escándalo que se dio a partir de esta publicación. Son los dos únicos casos en los que un escrito de Fernando Pessoa haya llegado a la atención del público.

Fernando Pessoa no tiene intención de publicar —al menos en un período largo de tiempo— ningún libro ni folleto. Al no tener un público que los lea, se considera dispensado de gastar inútilmente, en dicha publicación, su propio dinero, del que carece, y para hacérselo gastar inútilmente a cualquier editor haría falta una preparación para el proceso al que dio su apellido el nostálgico Manuel Peres Vicário, anteriormente citado.

Siempre fui, a través de cuantas fluctuaciones hubiera, por duda de la inteligencia crítica, en mi espíritu, nacionalista y liberal: nacionalista, esto es, creyente en el país como alma y no como simple nación; y liberal, esto es, creyente en la existencia, de origen divino, del alma humana, y en la inviolabilidad de su conciencia, en sí misma y en sus manifestaciones.

Por eso siempre me han causado repugnancia y asco todas las formas del internacionalismo, que son tres: la Iglesia de Roma, la economía internacional y el comunismo.

1929

Podría haberlo definido, con igual precisión, si lo hiciera con términos opuestos: alma frágil, mezclada y absurda, incapaz de querer, y, por saber esto, incapaz de no desear querer, y al saber también esto, consumida por mil deseos no sólo imposibles sino contradictorios, conocedora desde su propia formación de que estos deseos son contradictorios e imposibles; analizándose mil veces, hasta la abstracción, y encontrando en sí misma mil sutilezas de la sutileza que recubre con ficciones del mismo análisis nacido de la capacidad de analizar; pensando con precisión lo que piensa imprecisamente; sintiendo bajo la marca de lo visual, pero registrándolo con la seducción de lo auditivo; desenfocada por las grandes heridas pero lúcida en ellas; tonta en los pequeños insultos a su manera de sentir; con miedo de todo excepto de sólo sentirlo todo; feliz con un rayo de sol que da en otra parte, sólo por verlo, infeliz por saber como ve, ociosa por tedio, lánguida por error, banal por aceptación.

1929-30

No sé lo que digo. Pertenezco a la raza de los navegadores y de los creadores de imperios. Si hablo como soy, no seré entendido, porque no tengo Portugueses que me escuchen. No hablamos, yo y los que son mis compatriotas, un lenguaje común. Callo. Hablar sería no ser comprendido. Prefiero la incomprensión por el silencio.

1930

Cuanto más profundizamos, con la vida, en la propia sensibilidad, más irónicamente nos conocemos. A los veinte años yo creía en mi destino funesto, hoy conozco mi destino banal. A los veinte años yo aspiraba a los Principados de Oriente; hoy me contentaría, sin detalles ni preguntas, con un final tranquilo para mi vida, dueño de una imprecisa tienda de tabacos.

Lo peor que hay en la sensibilidad es pensarnos en ella, y no con ella. Mientras desconocía mi ridiculez, pude tener sueños magníficos. Ahora que sé quien soy sólo me quedan los sueños que decido tener.

El ridículo es el golpe que nos devuelve la inteligencia; hay una buena parte de la inteligencia de la que no conozco sino el golpe.

Si hago estos análisis de un modo descuidado y casual es porque de este modo retrato mejor lo que soy. No sólo soy incapaz de un análisis realmente profundo, además soy demasiado artista para pensar en hacerlo; pensar en hacerlo sería pensar en dar de mí la idea de que soy una persona disciplinada y coherente, cuando en realidad soy un analista disperso y sutilmente descentrado. Mi arte es ser yo. Yo soy muchos. Pero, a pesar de ser muchos, soy muchos en fluidez e imprecisión.

Muchos creen cosas falsas o incompletas de mí, y yo, al hablar con ellos, hago todo lo posible para que sigan creyéndolas. Delante de alguien que me considera un simple crítico, yo sólo hablo de crítica. Al principio lo hacía espontáneamente. Después decidí que esto era, en mi constante esfuerzo por no causar fricciones, [—].

Líbrame, como me libraste en el Umbral, de la ambición, de la vanidad y del orgullo. Dame la mano para que no tropiece; la luz, para que no esté ciego; la vida, para que no esté muerto.

No es que no publique porque no quiera: no publico porque no puedo. Que nadie piense que estas palabras están dirigidas contra la Comisión de Censura; no hay nadie que tenga menos motivos que yo para quejarse de esa comisión. La censura obedece, a pesar de todo, a ciertas directrices, y todos nosotros sabemos cuáles son, más o menos, esas directrices.

Sin embargo, se da el hecho de que la mayor parte de las cosas que yo escribo no podrían ser aceptadas por la censura. Puedo no poder limitar el impulso de escribirlas; domino fácilmente, porque no lo tengo, el impulso de publicarlas, y no voy a importunar a los censores con un material cuya publicación tendrían forzosamente que prohibir.

Y siendo así, ¿para qué publicar? Privado de la posibilidad de publicar lo que podría interesar al público, ¿qué interés tendría yo en mandar a un periódico cualquiera lo que, por ilegible, no le sirve, o lo que [—]

Puedo, es cierto, divagar libremente (y aun así, sólo hasta cierto punto y en ciertos entornos) sobre la filosofía de Kant [—]

1935

El verdadero origen de este artículo radica en una circunstancia personal: la existencia de muchos —muchos para quien conoce pocos — que me confesaron que no comprendían que, después de escribir Mensaje, poemario nacionalista, haya acudido al Diario de Lisboa a defender la Masonería. De esta circunstancia personal y concreta extraje la materia de este artículo impersonal y abstracto. Nada y a nadie le puede importar lo que hace y piensa un poeta oscuro y el defensor (un poco menos oscuro) de la Orden de la Masonería, pero en alguna medida y a muchas personas debe importar que se distinga lo que estaba mezclado y se aproxime lo que por error estaba separado, y que haya un poco menos de niebla en las ideas, incluso aunque no sean estas el medio por el cual debemos esperar a Don Sebastián.

Una cosa, y sólo una, me preocupa: que con este artículo llegue yo a aportar mi contribución, en cierto grado, para estorbar a los reaccionarios portugueses en uno de sus mayores y más justos placeres: el de decir estupideces. Confío, sin embargo, en la solidez pétrea de sus cabezas y en las virtudes inmanentes de esa fe firme y totalitaria que dividen, a partes iguales, entre Nuestra Señora de Fátima y el señor don Duarte Nuno de Braganza[11].

EXPLICACIÓN DE UN LIBRO

1935

Publiqué en el pasado mes de octubre, y puse a la venta, deliberadamente, el día 1 de diciembre, un libro de poemas, que en realidad forma un único poema, titulado Mensaje. Dicho libro fue premiado, en circunstancias especiales y especialmente honrosas para mí, por el Secretariado de Propaganda Nacional.

A muchos de los que leyeron el libro con aprecio, así como a otros que lo leyeron con poco o ninguno, les causaron perplejidad ciertas cosas: la estructura del libro, la disposición que en él tenían las materias, y, especialmente, la mezcla que en él se encuentra de un misticismo nacionalista —que habitualmente va unido, allí donde aparezca, a las doctrinas de la Iglesia de Roma— con una religiosidad, que, desde este punto de vista, es obviamente herética.

Un fenómeno independiente de Mensaje, y posterior a su publicación, aumentó la perplejidad de unos y otros lectores del libro. Ese fenómeno fue mi artículo sobre las sociedades secretas aparecido en el Diario de Lisboa del 4 de febrero. Este artículo es un ataque al proyecto de ley —hoy ley— sobre el asunto del mismo título, y por extensión, una defensa de la Masonería, contra la cual se dirigía el proyecto y se dirige hoy la ley.

El artículo es manifiestamente obra de un liberal, de un enemigo radical de la Iglesia de Roma, y (puesto que fue y se siente espontáneo) de quien tiene para con la Masonería y los masones, un sentimiento profundamente fraternal.

Un lector atento de Mensaje, sea cual fuera la idea que tuviera sobre el valor del libro, no pasaría por alto el anti-romanismo que, constante, aunque de forma negativa, surge en él. Un lector igualmente atento, pero instruido en el entendimiento, o al menos en la intuición, de los asuntos herméticos, no se extrañaría de la defensa de la masonería por parte del autor de un libro tan abundantemente imbricado en el simbolismo templario y rosacruz. Y a este lector le resultaría fácil llegar a la conclusión de que, teniendo las órdenes templarias, aunque no ejerzan actividad política alguna, conceptos sociales idénticos, en lo positivo y en lo negativo, a la Masonería, y, teniendo en cuenta que el movimiento rosacruz, en materia social, gira en torno a las ideas de fraternidad y paz (Paz profunda, Frater! es el saludo rosacruz tanto para los profanos como para los hermanos), el autor de un libro así diseñado habría de ser forzosamente un liberal por derivación, si no lo era por naturaleza.

Pero, de hecho, fui siempre fiel por naturaleza, y reforzado por educación —mi formación es completamente inglesa—, a los principios esenciales del liberalismo, que son el respeto a la libertad del Hombre y a la libertad del Espíritu, o, en otras palabras, el individualismo y la tolerancia, o, incluso, en una única frase, el individualismo fraternal.