19. La máquina de explotación
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LA MÁQUINA DE EXPLOTACIÓN
Lo que sucede en África, dice el escritor y corresponsal del Financial Times Tom Burgis, podría explicarse de la manera siguiente: es un continente en el que una máquina invisible saquea sus tierras. Una simple pero potentísima máquina de explotación. Una coalición de dictadores corruptos, consorcios sin escrúpulos y bancos despiadados trabajando de la mano y sin más acicate que su propia codicia.
Mossack Fonseca es una pieza clave en esta maquinaria: gracias a él quedan en la opacidad tales abusos. Nuestros documentos ilustran cómo autócratas y hombres de negocios corruptos se valen de infinidad de empresas pantalla de Mossfon para no dejar huellas y para sacar dinero del país con total impunidad. Mucho, muchísimo dinero.
Will Fitzgibbon, compañero del ICIJ, nos ha escrito lo siguiente tras nuestra reunión sobre el proyecto Prometheus celebrada en Johannesburgo en septiembre de 2015: «A nuestros colegas les llena de esperanza la idea de poder esclarecer, gracias a nuestros documentos, cuando menos algunos de los incontables asuntos turbios que han enlodado a los países africanos desde que alcanza la memoria. Es la primera vez que están en condiciones de mirar entre los bastidores de ciertos escándalos protagonizados por grandes fortunas y jamás esclarecidos».
La reunión de África fue obra del propio ICIJ, pues cuando vinieron a nuestro encuentro en Múnich se dieron cuenta de que no había venido más que un solo africano: el periodista Justin Arenstein, de Sudáfrica. Los demás no tenían dinero suficiente. Precisamente esta carencia fue lo que nos puso sobre aviso respecto a nuestras propias circunstancias, pues si de algo disfrutábamos sobremanera era de unas envidiables condiciones de trabajo. A nosotros no nos amenazan, no nos detienen ni nos matan de un balazo; y además tenemos la fortuna de ser bien remunerados por nuestro trabajo, hasta tal punto que podemos viajar a Washington o a Islandia sin aprietos.
Nuestros socios del ICIJ, acostumbrados a trabajar a menudo junto con sus colegas de África, comprendieron hace tiempo que era preciso disponer también un encuentro en el depauperado continente. Por ese motivo han reunido en Johannesburgo a los investigadores africanos que participan en Prometheus. De la organización del encuentro se ocupa Will Fitzgibbon, pues no en vano coordina en el seno del ICIJ, especialmente en sus grandes proyectos, todo lo relativo a la investigación en el continente africano. Fue él quien comandó, por citar un solo ejemplo, las pesquisas acerca de las dudosas prácticas de la industria minera australiana en tierras africanas.
Will ha alquilado una pensión entera en el centro de Johannesburgo. A finales de septiembre, catorce periodistas de ocho países distintos (Sudáfrica, Estados Unidos, Zimbabue, Namibia, Botsuana, Mali, Senegal y Túnez) tienen a su disposición, durante los dos días del encuentro, toda la casa de huéspedes para ellos solos. Es su «campamento de investigación». Will Fitzgibbon se encarga de presentar el proyecto; como nosotros ya lo hemos hecho en Múnich y Washington, será él quien explique desde el principio las historias más jugosas, los parámetros de nuestra investigación, las representaciones gráficas, las normas de seguridad en nuestras comunicaciones…
Fue una reunión espectacular. Will nos escribió días después, a su regreso a Estados Unidos, que una vez expuesto el proyecto e iniciadas las búsquedas en los archivos a nuestra disposición, se hizo el silencio en la sala. «Un silencio expectante, ávido de emociones». Nuestros colegas, por lo visto, estaban tan enfrascados en su tarea que Will tuvo que saltarse el descanso del café y hasta el del almuerzo porque no querían parar, tal era su necesidad de buscar en los documentos filtrados pistas que condujeran a África.
No mucho después habían llegado ya hasta los primeros indicios. Nuestros colegas se toparon con una retahíla de datos que los condujeron a políticos africanos y a sus familias. «Y las pistas llegaban del continente entero —continúa Will Fitzgibbon—, de Sudán, de Senegal, de Sudáfrica, de Egipto…».
Nosotros, por nuestra parte, también nos entusiasmamos. Deseosos de contar al mundo entero nuestra filtración, teníamos sin embargo el convencimiento de que solo deberían transmitirse las grandes historias. En Alemania, por ejemplo, apenas hallarían eco los casos relativos a África, y lo mismo sucedería a la inversa. Al mismo tiempo nos asaltaba la sensación de que para algunos países africanos estas investigaciones podrían tener más relevancia que para el nuestro. Aquí las empresas pantalla encubren injusticias sociales y más de un delito. En África, sin embargo, los negocios ocultos de los dictadores dejaban en la miseria a toda la población. Algo, por tanto, de dimensiones bien distintas.
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África es rica hasta la extenuación. La mitad de los yacimientos de diamantes se hallan en territorio africano, amén de una cuarta parte de los de oro, el diez por ciento de las reservas de petróleo y el nueve por ciento de las de gas. A todo lo cual hay que añadir su disponibilidad de uranio, minerales y otras muchas materias más. La población, sin embargo, nada saca de todo ello: el dinero sencillamente desaparece en las cuentas de grandes consorcios multinacionales o en los depósitos bancarios de las élites. Según los expertos, cada año salen de África más de 50 000 millones de dólares. ¡Nada más y nada menos que 50 000 millones! Se dice pronto. Por añadidura, a los Estados africanos se les escapan alrededor de 38 000 millones de dólares en ingresos fiscales, ya que las compañías allí establecidas desvían sus beneficios a paraísos fiscales (según constató una investigación de un grupo de expertos dirigida en 2013 por Kofi Annan).
Aun después de la reunión de Johannesburgo, prácticamente no hay día en que nuestros compañeros o nosotros mismos no hallemos algún nuevo indicio sobre África. Unas veces se trata de una sociedad fundada por Mossfon a la que el Gobierno de Gabón acusa de haber defraudado 85 000 millones de dólares en impuestos; otras, de la mujer de un expresidente de Ghana o de un nigeriano que en su momento presidió la OPEP. En los documentos de Mossfon pueden encontrarse infinidad de rastros que conducen a escándalos no resueltos y a casos todavía delicados en África. A continuación presentamos una breve lista que no pretende ser exhaustiva:
- Una hermana del controvertido presidente de la República Democrática del Congo. Joseph Kabila es, según datos internos de Mossfon, socia partícipe de Keratsu Holding Limited; por nuestra parte, sabemos que esta compañía tiene participaciones en un sinfín de empresas de Congo Brazzaville[1].
- Teodoro Obiang, hijo del dictador de Guinea Ecuatorial, posee según estos documentos una empresa llamada Ebony Shine International Limited, la cual fue constituida en 2006 en las Islas Vírgenes Británicas. Un informe elaborado por el Senado estadounidense concluyó en 2010 que Obiang se habría servido de ella para comprar un avión privado Gulfstream con fondos estatales presuntamente malversados[2].
- Martina Joaquim Chissano, hija del anterior presidente de Mozambique, edesde 2013 accionista de Prima Finance Development Limited, compañía radicada en las Islas Vírgenes Británicas. Entre los datos de Mossfon se ha encontrado incluso su pasaporte, además de archivos que documentan su participación en Prima Finance Group en calidad de directora. Esta última compañía invierte en la extracción de petróleo y gas en Mozambique[3].
- Tres directores de la offshore Press Trust Overseas Limited ocuparon, juntamente con una sobrina del anterior presidente de Malaui, Hasting Banda, sendas carteras ministeriales en el curso de su carrera: Aleke Banda, la de Finanzas; Mapopa Chipete, la de Asuntos Exteriores, y, por último, Yusuf Mwawa, la de Ciencia. Al menos esto es lo que se desprende de los documentos hallados en Mossfon. Mwawa fue detenido en 2005 por haber financiado su boda con fondos públicos y condenado posteriormente a cinco años de prisión[4].
- Bruno Itoua, exministro de Energía de la República del Congo, antiguo director de la empresa petrolífera estatal SNPC e «hijo honorario» del presidente congoleño Denis Sassou Nguesso, disponía según los datos filtrados de un poder notarial sobre la empresa panameña Grafin Associated S. A.[5].
- El ministro de Petróleo de Angola, José Maria Botelho de Vasconcelos, aparece en los datos como beneficiario de la empresa Medea Investments Limited, fundada en septiembre de 2001 en Niue, esto es, cuando Botelho llevaba ya dos años en el cargo[6].
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[John Doe]: ¿Alguna novedad? ¿Se apuntan los periodistas de África?
[SZ]: Sí, unos cuantos.
[John Doe]: ¿Y?
[SZ]: Han encontrado a la hermana de Kabila, al hijo de un dictador, un puñado de escándalos acerca del petróleo y las prospecciones mineras. Y también al hijo de Kofi Annan.
[John Doe]: ¿El hijo de Annan? ¿Es broma?
[SZ]: No.
[John Doe]: Vaya, no tenía ni idea. Qué deprimente.
Los políticos y sus familias: he aquí una parte del problema. La otra son los grandes consorcios chinos y occidentales dispuestos a pagar mordidas, así como empresas de la misma calaña que Mossfon, las cuales se ocupan de que tales pagos no salgan jamás a la luz. Rara vez llegan a conocimiento del público en general. Tomemos por ejemplo el caso de la República Democrática del Congo, el antiguo Zaire, un país pobre asolado por las guerras. Durante treinta y dos años estuvo gobernado por el dictador Mobutu Sese Seko. Tras su derrocamiento, varios grupos rebeldes se disputaron el poder. A este conflicto bélico se lo ha denominado «guerra mundial africana» porque en él se implicaron varios países más del continente en apoyo de uno u otro bando. Hubo que esperar hasta el año 2002 para que se impusiera la paz, aunque todavía hoy sigue encendida la mecha de la discordia.
En 2010 Joseph Kabila, en la jefatura del Estado desde hacía ya quince años, permitió extraer petróleo en el noreste del país a dos empresas concretas, a la sazón desconocidas entre sus competidores, en parte porque habían salido al mercado pocos meses antes, aunque eso sí, registradas en las Islas Vírgenes Británicas. Se trataba de Caprikat Limited y Foxwhelp Limited, ambas constituidas por… ¿adivinan quién? ¡Mossfon!
Ahora bien, es de rigor que el Estado obtenga una parte sustanciosa de los ingresos que reporta la extracción de petróleo. Por ejemplo, en Uganda, el país vecino de la República Democrática del Congo, las empresas petrolíferas únicamente pueden quedarse entre el 20 y el 31,5% de sus ingresos; el resto se lo lleva el Estado. Sin embargo a las dos empresas pantalla de Mossfon, Caprikat Limited y Foxwhelp Limited, se les permitió conservar del 55 al 60% de sus ingresos, según informa la web de noticias africana News24. Un acuerdo de lo más inusual. A costa del Estado.
Además, estas empresas habían pagado solamente seis millones de dólares por aquellas lucrativas concesiones, mientras que al parecer algunos de sus competidores habrían ofrecido diez veces más[7].
¿Qué llevó a Kabila a aceptar algo así? El contrato, por la parte de Caprikat y Foxwhelp, fue firmado por Julubuse Zuma, sobrino del presidente sudafricano Jacob Zuma, entonces en el poder, así como por el abogado del propio Julubuse. Apenas unos meses después, el jefe del Estado sudafricano viajó en visita oficial a la República del Congo, donde —según informa News24— en un encuentro privado con Kabila habría abordado la cuestión del petróleo. ¿Casualidad[8]?
Sea como fuere, el acuerdo despertaba tantas dudas que hasta el propio Mossack Fonseca empezó a sospechar.
En los documentos filtrados encontramos un correo electrónico del verano de 2015, en el que una de las empleadas de Mossfon llegaba a la conclusión de que detrás de Caprikat y Foxwhelp había todo un entramado de sociedades y fundaciones en cuya propiedad última, una vez desenmarañada aquella intrincada estructura, aparecía un inversor de dudosa reputación: Dan Gertler[9]. Un multimillonario israelí que se había labrado su fortuna «explotando la República del Congo a costa del pueblo», tal como declaró en un artículo del Guardian de 2012 Jean-Pierre Muteba, director de una ONG focalizada en los efectos de la minería en el Congo. El New York Times lo presentaba en 2015 como un «villano de nuestra época».
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A finales de ese mismo 2015 cogimos un vuelo a Ginebra, la ciudad de las cuentas secretas y hogar de tantos villanos. A pocos kilómetros del aeropuerto, a las orillas del lago Lemán, se levantan en hilera las diversas filiales de aquellos colaboradores offshore que después de tantas búsquedas en nuestros documentos conocíamos a la perfección: bancos, abogados y asesores financieros encargados de ofrecer, Mossfon mediante, empresas pantalla, fundaciones y cuentas numeradas (es decir, aquellas en las que el nombre del titular es sustituido por un número). Desde el paraíso fiscal suizo ayudan a sus clientes a pasar el dinero a otros oasis fiscales. Con discreción absoluta, claro está.
Nos pasamos horas recorriendo las direcciones que aparecían en nuestros datos, observando detenidamente las filiales del Deutsche Bank en Saint-Gervais Les Bergues, o echando un vistazo a las oficinas de Mossfon en la ciudad de Ginebra, sitas en la rue Micheli-du-Crest. A todos aquellos edificios llegan hombres y mujeres elegantemente ataviados, que para nuestro asombro descienden de grandes Mercedes y BMW de alta gama matriculados en cualquier país del mundo, para luego, a menudo echando una discreta mirada en derredor, desaparecer en aquellas pomposas entradas revestidas de mármol.
Turismo para investigadores offshore.
A la caída de la tarde tomamos un tren para Russin, un recoleto enclave a pocos kilómetros de Ginebra. Allí es donde vive Jean Ziegler, ciudadano de la República de Ginebra, sociólogo y profesor emérito (y hasta exdiputado). A nuestra llegada sale a recibirnos en chándal; no ha tenido tiempo de cambiarse. «Teleconferencia con Nueva York», dice a modo de excusa. Y es que el octogenario analista es un hombre muy ocupado. Fue relator especial de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación y en la actualidad participa en calidad de relator en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Hace años que critica acremente la brecha entre el Primer y el Tercer Mundo. Precisamente uno de sus últimos libros, Destrucción masiva (Península, 2012), trata este asunto. Subtítulo: Geopolítica del hambre.
Es un hombre de verbo sin freno, la voz de los pobres, el azote de los poderosos.
Para las grandes corporaciones transnacionales es el «guerrero de la cruzada contra el neoliberalismo», mientras que él a su vez presenta a la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial como los «tres jinetes del apocalipsis del hambre». Los bancos son, en su opinión, «los alcahuetes del sistema capitalista» y su patria, Suiza, «una Disneylandia regentada por bancos y canallas de todo pelaje».
Ziegler apenas puede refrenar sus airadas diatribas contra el capitalismo caníbal, a tal punto que no para de sufrir demandas legales en uno u otro lugar por ofender a este o aquel banquero. Por este motivo su casa está a nombre de su mujer, su coche es de leasing y sus deudas ascienden a varios millones de francos. Pero merecía la pena, sentencia Ziegler. Tiene asimismo un acusadísimo sentido de la justicia, que empieza por las propias palabras. «No empleen el término paraísos fiscales —nos dice—. Tiene reminiscencias demasiado buenas. Es mejor Estados canallas, eso es lo que son».
Ziegler nos ofrece asiento junto a la mesa de roble del comedor, nos sirve una copa de vino tinto, y entonces comienza a charlar. De los Estados canallas…
—Pocas actividades debe de haber —en aras de la evasión fiscal— que no queden bajo el arbitrio de Estados canallas. No hay país en el mundo que gaste tanta energía delictiva por metro cuadrado como las Bahamas o Panamá. Prácticamente todas las transacciones realizadas con dinero sucio —venga el delito de donde venga— se efectúan a través de compañías de negocios financieros, trusts, sociedades y fundaciones registradas en Estados offshore. Y las consecuencias son a todas luces devastadoras. Pensemos por ejemplo en los cientos de miles de muertos anuales…
—¿Cientos de miles de muertos? ¿A qué se refiere?
—Según datos de Naciones Unidas hay en estos momentos treinta y dos guerras «de baja intensidad» repartidas por todo el planeta, esto es, conflictos que provocan menos de diez mil muertos al año. Son las guerras que han estallado en las islas Filipinas, pero también en Darfur, en la República Centroafricana y en muchos otros lugares. Cientos de miles de personas mueren en esos conflictos bélicos todos los años. Y esto es algo que hacen posible los centros offshore, porque a través suyo se efectúan —por citar solo dos ejemplos— las transacciones con armas o diamantes de sangre.
—Los políticos de las Islas Vírgenes Británicas, de las Cook o de las Caimán seguramente dirían que ellos nada pueden hacer para impedir la constitución de empresas pantalla.
—Eso es falso. Lo que llamamos paraísos fiscales y quienes a ellos sirven, es decir, compañías como Mossack Fonseca, son nada más y nada menos que enemigos de la humanidad.
—Hay quien sostiene que muchos países offshore no tienen apenas recursos disponibles, y que los ingresos generados por las empresas pantalla son su último cartucho para salvarse.
—Tonterías. A usted no se le ocurriría decir que se ha puesto a vender heroína en el barrio para compensar sus escasos ingresos, pero que es bien consciente de que eso causará serios daños a sus vecinos.
Ziegler, airado, se desfoga contra las offshore; pasa una hora, dos, tres ya. Al poco abrimos una segunda botella de vino. La conciencia del mundo, como llaman a Ziegler sus admiradores, necesita hablar. Paraísos fiscales, fondos de cobertura, Mossack Fonseca, el hambre en el mundo… Para él, todo forma parte del mismo problema. Todo está relacionado, estrechamente condicionado. Ziegler ve el panorama completo. Lleva demasiado tiempo observando cómo en todo el mundo se negocian acuerdos sucios en beneficio de los ricos, cómo ciertos políticos extienden la mano, expolian sus países y ocultan su dinero negro gracias a la ayuda de proveedores de servicios offshore sitos en las Bahamas, en las islas Caimán o en Panamá.
Ziegler ha visto qué es lo que sucede cuando los autócratas africanos desvían fondos públicos al extranjero en lugar de invertir en escuelas y hospitales. Ha visto como las enfermedades del hambre hinchan el rostro de los niños en África, ha mirado a los ojos vacíos de hombres y mujeres consumidos por el hambre, y por eso sabe bien todo lo que esta puede provocar: consunción, parálisis infantil, muerte…
De repente, nuestras búsquedas informáticas se materializan en algo concreto, entendemos a la perfección la actividad de los proveedores de servicios como Mossfon. Que un país decida sentar las bases jurídicas para su conversión en un paraíso fiscal no es algo meramente privativo del Estado en cuestión. Es más bien un serio problema para el resto del mundo.
A estos Estados canallas, según Ziegler, habría que ponerles límites. Las operaciones de pago con sociedades registradas allí deberían ser reguladas. ¿Y por qué no se ha hecho? Pues porque los gobiernos están bajo presión: bajo la presión de los bancos, de los servicios secretos, de los consorcios internacionales y de los individuos superricos, esa «dictadura a escala global del capital financiero internacional».
Al despedirse, Ziegler nos hace entrega de un ejemplar de su último libro. Se titula, en su edición original, Retournez les fusils! (Éditions du Seuil, 2014). «Con mi más sincera amistad, con solidaridad y respeto», escribe a modo de dedicatoria. Y seguidamente cierra la puerta. Un testimonio natural y distinto, meridianamente claro, en este mundo que, enfrentado al tenebroso mundo de las offshore, hace tiempo que se ha quedado llamativamente silencioso.
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De nuevo en Múnich volvemos a enfrascarnos en los datos. Nos topamos entonces con el caso de un millonario que se ha visto envuelto en África en más de un escándalo. Se trata de Beny Steinmetz, el hombre que hasta hace bien poco era el propietario de la mayor parte de la cadena de grandes almacenes Kardstadt. Steinmetz es uno de los hombres más ricos del mundo, cuya vida transcurre, merced a su avión privado, entre Tel Aviv, Londres, Ginebra y sus muchas empresas de diamantes. A estas alturas puede que quien contemple África con algo de reserva tenga la sensación de que Dan Gertler y Beny Steinmetz se han dividido el continente. El uno acapara por aquí, el otro por allá. En el caso de Steinmetz, la pista de los datos nos lleva a Guinea, uno de los países más pobres del mundo.
En el centro de este Estado africano-occidental, en plena jungla, se encuentra la cordillera del Simandou. Sus picos más altos llevan nombres que parecen impropios para un montículo, tales como Iron Maiden o Metallica. Que a sus montañas se las bautice con nombres de grupos de heavy metal es un fiel reflejo del tesoro que subyace en aquellas colinas: el mineral de hierro.
A finales de la década de 1990, Guinea permitió a la empresa angloaustraliana Rio Tinto extraer mineral de hierro. Se decía que allí estaban los mayores yacimientos del mundo todavía inexplotados. Los derechos mineros tenían un valor extraordinario: se trataba de cientos de millones. Sin embargo, para 2008 las autoridades guineanas habían cambiado de idea y súbitamente decidieron retirar la licencia a Rio Tinto y adjudicársela en su lugar a una empresa que se había enriquecido gracias a los diamantes; es decir, tenía experiencia demostrada en la extracción de mineral, pero nada demasiado importante. Su nombre: Beny Steinmetz Group Resources (BSGR). El caso llamó la atención, y aún despertó más sospechas cuando se supo (por informes de los medios) que la empresa en cuestión no había pagado al Estado guineano los derechos mineros. Por lo visto, solamente se habría mostrado dispuesta a invertir varios millones de dólares en el campo del mineral de hierro.
«La paradoja de la abundancia» o, más crudamente, «la maldición de los recursos»: así es como denominan ciertos economistas políticos al hecho de que justamente en Estados como Guinea, poseedores de grandes yacimientos de petróleo, gas o metales preciosos, imperen el hambre y la corrupción. Los economistas Jeffrey Sachs y Andrew Warner, que investigaron el fenómeno hace años, han comprobado que los Estados ricos en materias primas registran un crecimiento claramente inferior al de aquellos países en donde la riqueza del subsuelo no desempeña un papel tan importante.
Apenas un año después de haber obtenido los derechos mineros, Beny Steinmetz vendió la mitad de su proyecto en el Simandou a la minera brasileña Vale, por nada menos que 2500 millones de dólares, algo inconcebible.
El presupuesto general del Gobierno de Guinea no llegaba entonces más que a los 1200 millones de dólares. Es decir que BSGR, la empresa de Beny Steinmetz, había conseguido duplicar los ingresos anuales del propio Gobierno. Los de un país, no lo olvidemos, en donde la mortalidad infantil es tan elevada que 104 de cada 1000 niños no superan el quinto año de vida. Comparativamente en Alemania, por ejemplo, apenas son 4 de cada mil. Según el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas, Guinea está en el puesto 179 en una lista de 187 países. Como decíamos antes: la maldición de los recursos.
Para el Independent fue más bien el «acuerdo más corrupto del siglo». No podía ser de otro modo. Al fin y al cabo, Guinea es, según Transparencia Internacional, uno de los países más corruptos del mundo. El dictador guineano Lansana Conté, que fue quien facilitó los derechos mineros a Steinmetz, llamaba a sus ministros «ladrones».
Y no era broma.
Contaba el propio Conté que si se pegase un tiro a todos los guineanos que han robado algo al Estado, no quedaría ni uno vivo. Y desde luego, en materia de latrocinio, él no se quedaba atrás.
El cleptócrata, sin embargo, murió muy poco después de haber traspasado las preciadas concesiones del Simandou. Hubo entonces un golpe de Estado, luego otro más. Al final se acabaron convocando elecciones, las primeras con ciertas garantías democráticas en la historia del país, en las cuales resultó elegido un hombre llamado Alpha Condé. Este había abandonado el país cuando todavía era gobernado por Francia, estudió Derecho en París y posteriormente fue profesor en la Sorbona.
A su llegada al poder, Alpha Condé prometió convertirse en el Nelson Mandela de Guinea. Una de sus primeras medidas fue justamente la revisión del acuerdo del Simandou, que para entonces ya era conocido, con toda su ignominia, en todos los rincones del país. El millonario sudanés Mo Ibrahim puso el dedo en la llaga en un congreso de economía africana celebrado en Dakar: aquí la cuestión clave era si las autoridades competentes en la materia habían sido unos soberanos imbéciles o unos ladrones. O ambas cosas a la vez.
El nuevo presidente, que contaba entre sus consejeros a personalidades como Tony Blair y George Soros, contrató a abogados y analistas de riesgos estadounidenses para que averiguasen cómo una empresa como la BSGR de Steinmetz, prácticamente sin experiencia en el campo de la extracción de mineral de hierro, se había hecho con el contrato. Y, sobre todo, quién había movido los hilos entre bambalinas.
A los investigadores no les costó demasiado esfuerzo encontrar a un hombre con contactos inusualmente buenos: el francés Frédéric Cilins. Este había visitado a menudo el país, a partir del año 2000, en calidad de invitado oficial, y consigo llevaba siempre regalos para las autoridades: reproductores de MP3, teléfonos móviles y esa clase de cosas. Nada extraordinario en las naciones occidentales, pero sumamente apreciado y difícil de conseguir en uno de los países más pobres del mundo. Y no se quedaba ahí: hasta coches en miniatura adornados con diamantes hacía llegar a las manos adecuadas. Pronto aquel hombre sería conocido como «Papá Noel» entre los iniciados.
En 2012, una comisión de investigación constituida por Alpha Condé llegó a la conclusión de que Frédéric Cilins no era sino un «testaferro secreto» de Beny Steinmetz, pero además encontraron irregularidades en el acuerdo de BSGR sobre el Simandou. Al parecer, Cilins había ofrecido al dictador Lansana Conté —el hombre que adjudicó la explotación a Steinmetz— un reloj de oro y diamantes (cosa que BSGR niega)[10].
BSGR ha reconocido que Frédéric Cilins trabajó para ellos, pero insisten en que no participó en el asunto de la obtención de los derechos mineros sobre el Simandou.
En 2012, las autoridades de Guinea cerraron varios acuerdos concertados por una empresa offshore llamada Pentler Holdings y la propia BSGR con Mamadie Touré, una de las cuatro esposas del dictador Lansana Conté. En uno de estos acuerdos se declara que la empresa Matinda, propiedad de Mamadie Touré, está dispuesta a «hacer cuanto sea preciso para que las autoridades concedan la adjudicación de los mencionados terrenos de explotación a la compañía BSG Resources Guinea». Otro documento habla de los 2,4 millones de dólares que Matinda recibiría por un «contrato de colaboración» con Pentler Holdings. Y, por último, un tercer contrato ponía fin a la colaboración de Touré y Matinda con Pentler, garantizando a Matinda un total de 3,1 millones de dólares, por su participación en las actividades de Guinea[11].
A esto se le podría llamar «contrato de corrupción». ¿O acaso no resulta evidente? Y, por si faltaran pruebas, el hermano de Mamadie Touré se convirtió sin más en el vicepresidente de BSGR Guinea…, y BSGR consiguió la adjudicación del Simandou[12].
Cuando en el año 2012 salieron a la luz algunas informaciones relativas a estos dudosos contratos, Global Witness empezó a prestar atención al asunto. Era ciertamente un caso hecho a su medida, pues no en vano esta ONG había hecho bandera de la lucha contra la corrupción, los paraísos fiscales y la explotación de países enteros; pero es que además contaba con el apoyo del millonario estadounidense George Soros, a la sazón consejero del presidente Alpha Condé. Así pues, los de Global Witness se pusieron a investigar, y al poco ya habían encontrado algunas pistas. Por ejemplo, que BSGR había asegurado en un informe que la mujer del dictador no tenía nada que ver con el acuerdo del Simandou. Global Witness hizo público entonces un vídeo del año 2006, en el cual puede verse a Frédéric Cilins y a varios representantes de BSGR en compañía de Mamadie Touré… justamente en el acto de presentación del proyecto del Simandou. Además, BSGR había asegurado que Mamadie Touré no estaba casada con el presidente Conté. A esto replicó Global Witness publicando una fotocopia del pasaporte de Mamadie Touré, en la cual podía leerse claramente «épouse P. R. G»., es decir, esposa del presidente de la República de Guinea[13].
Más de tres años estuvo Global Witness enfrascada en el caso de BSGR. El hombre tras todo esto es Daniel Balint-Kurti. Empezó escribiendo desde África para el Times y el Independent en calidad de periodista; ahora interroga testigos para Global Witness, busca documentos y pasa revista a registros mercantiles de todo el mundo. ¿Su objetivo? Demostrar que Beny Steinmetz se hizo con la concesión del Simandou por medio de sobornos. BSGR, sin embargo, habla de una «burda campaña de descrédito».
En 2013, BSGR demandó judicialmente a Global Witness, entre otras razones, porque quería conocer las fuentes que manejaba Balint-Kurti. Su demanda fue desestimada.
Nosotros sí queremos hablar con Daniel Balint-Kurti, queremos saber más. De hecho podemos vernos en Múnich, ya que tiene familia en Baviera. Le contamos entonces que estamos muy interesados en el acuerdo del Simandou y en la información que haya obtenido hasta el momento.
Al final, según nos cuenta Balint-Kurti, encontró varias empresas fundadas por Mossack Fonseca o incorporadas a su clientela: las de Pentler Holdings y Matinda, en las Islas Vírgenes Británicas. Pero estas empresas eran como un muro: imposible avanzar más allá. «El caso Simandou no es más que uno de tantos. En casi todas las investigaciones de Global Witness sobre corrupción acabamos topándonos con empresas pantalla aisladas o que forman parte de una red».
Nosotros, sin embargo, podemos acceder por una puerta secreta, y así es como atisbaremos al fin todo lo que se había ocultado hasta el momento en este caso.
La empresa Pentler Holdings, por lo que sabemos, se constituyó en el año 2005 en las Islas Vírgenes Británicas, y no mucho después cerraba con Mamadie Touré sus primeros contratos. BSGR, sin embargo, declaró no tener nada que ver con Pentler, según Global Witness.
Sin nuestros datos, esta historia terminaría aquí mismo. De las autoridades de las Islas Vírgenes Británicas tal vez se podría obtener información sobre la identidad de sus directores. No mucho más. Así es que nos ponemos a revisar los documentos de la carpeta de Pentler Holdings, y ahí descubrimos que la empresa se había creado por orden de Onyx Financial Advisors Ltd., empresa sita en Suiza[14]. La compañía Onyx —que conforme a notas internas de Mossfon cambió su nombre por el de Invicta Advisory— era una sociedad «completamente separada e independiente de BSGR». Esta es la versión que transmitieron al Financial Times los representantes de la empresa de Beny Steinmetz en 2013. A nosotros, un portavoz de BSGR nos comunicó a finales de 2015 que «Pentler ni está relacionada con Onyx ni en manos de dicha empresa».
¿Son entonces dos compañías completamente separadas e independientes?
Se da la circunstancia de que, al menos hasta diciembre de 2015, Onyx —la compañía impulsora de Pentler— y BSGR tenían su domicilio comercial en la misma dirección de Londres: el número 5 de Old Park Lane, no lejos del Palacio de Buckingham, donde se repartían la planta baja de un pequeño edificio de ladrillo. En el momento en que escribimos estas líneas, el gerente de Onyx es asimismo uno de los directores de BSGR[15]. Además sabemos que, en junio de 2009, uno de los empleados de Mossfon mantuvo una reunión con alguien de Onyx. En el curso de la conversación sale a relucir que los propietarios de la compañía son una familia francoisraelí que tiene negocios de diamantes, petróleo y venta de obras de arte. Pues bien, resulta que Beny Steinmetz ha nacido en Israel, pero también tiene pasaporte francés.
Por decirlo suavemente, no nos parece que sea algo «completamente independiente»[16].
A ello hemos de añadir que Frédéric Cilins, el presunto testaferro de Steinmetz, fue detenido en Estados Unidos en 2013. Por lo visto, había intentado convencer a Mamadie Touré, la esposa del dictador Lansana Conté (fallecido unos años antes), para que destruyese todos los documentos referentes a Pentler y BSGR. Mientras comía un sándwich de pollo, Frédéric Cilins ofreció dinero a Touré por la destrucción de estos escritos comprometedores. Y es que Frédéric Cilins quería destruir las pruebas decisivas de una de las mayores investigaciones sobre corrupción llevadas a cabo jamás en África. Además, Mamadie Touré, una vez cumplido su cometido, tendría que salir del país; el vuelo, dijo Cilins, corría de su cuenta. Y no solo eso: en caso de que BSGR consiguiera pasar la investigación que en esos momentos estaba realizando la Comisión de Minas de Guinea y conservar los derechos de explotación, Mamadie Touré recibiría cinco millones de dólares. Estaba todo aprobado por el «número 1». Cuando se le preguntó quién era ese número 1, él respondió: «Beny»[17].
Lo que Frédéric Cilins no sabía es que Touré llevaba un micrófono oculto y que estaba grabando la conversación. Había hecho un trato con el FBI. Detenido en Florida el 14 de abril de 2013, Frédéric Cilins se declaró culpable de intento de ocultación de pruebas; pero no reveló nada sobre los instigadores del delito. Al final se lo condenó a dos años de prisión.
En el sumario del proceso aparecen abundantes referencias a un coconspirator 1, es decir, a alguien que habría trabajado con el conspirador principal. Según diversos medios, se trataría de Beny Steinmetz. Para entonces se lo investigaba también en Suiza y Guinea por los acuerdos de los derechos de explotación, porque se sospechaba que podría haber estado implicado en tratos corruptos. Se registraron las oficinas de Onyx y a Steinmetz se lo interrogó en varias ocasiones[18].
En Guinea, el gobierno de Alpha Condé retiró finalmente la concesión del Simandou a la empresa de Beny Steinmetz. En 2014 dijeron haber hallado «pruebas concretas y bien consistentes» de «prácticas corruptas» en la adjudicación de los derechos de explotación. A las investigaciones de las autoridades suizas, estadounidenses y guineanas se sumó también Gran Bretaña, a través de la Oficina de Fraudes Graves. Como ya hemos apuntado antes, los investigadores suizos sospechaban que Steinmetz había estado implicado personalmente en actos corruptos. La compañía Pentler, conforme a sus datos, se habría constituido por indicación expresa de Onyx. Según el sumario del juicio (que nosotros mismos hemos podido examinar), una empleada de Onyx se dedicaba prácticamente en exclusiva a todo lo relativo a la administración de las sociedades y fundaciones de Steinmetz. Por nuestra parte, solo podemos añadir que todo esto encaja perfectamente con lo que hemos visto en nuestros datos[19].