10. Con la Casa Blanca detrás
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CON LA CASA BLANCA DETRÁS
Aterrizamos a salvo en Washington.
Ahora hay que respirar hondo y mantener la calma, no pensar en los datos que llevamos en la maleta. No pasa nada, nos repetimos, solo somos periodistas normales y corrientes que vienen de Alemania. Cuando nos dirigimos hacia la recogida de equipajes, tenemos un mal presentimiento.
La pesadilla es que alguien de la aduana se interese por el disco duro.
Lo bueno es que ni siquiera podemos revelar los datos. La contraseña del disco duro oculto tiene aproximadamente cuarenta caracteres, y no la llevamos encima a propósito, ni en el ordenador, ni en el móvil, ni en el cuerpo. Solo tenemos la contraseña de la parte del disco duro que hemos llenado con viejas carpetas aburridas para la aduana estadounidense. La contraseña del disco duro oculto se la pasaremos al ICIJ al regresar a Alemania, encriptada.
Pero antes de llegar a los empleados de inmigración, tenemos que esperar. La cola hasta el mostrador de la aduana es interminable. No paramos de ver curvas nuevas de personas que aguardan pacientes. Es un milagro que en el aeropuerto de Washington no haya siempre gente fuera de sí. Techos bajos, miles de viajeros que se van empujando centímetro a centímetro, sudados y exhaustos tras vuelos largos, por todas partes hay adultos nerviosos, niños que lloran, y al final esperan los policías y empleados de aduanas que deciden si todo ha sido en vano.
Esto tiene que ser el infierno para alguien con una ligera tendencia a las fobias. Para alguien que no sabe si lo van a apartar en la aduana para interrogarle sobre la presencia de unos posibles datos robados en el equipaje, tampoco es la situación ideal.
Avanzamos a pasitos cortos. En un momento dado la cola nos separa, un empleado de aduana nos dirige en distintas direcciones. Seguimos sus indicaciones. En los mostradores nos esperan unos señores huraños, con mirada inquisitoria y gestos profesionales con la cabeza. Sin embargo, no nos hacen más preguntas. Recogemos el equipaje, y ya está.
Los datos han llegado casi de forma oficial a Estados Unidos.
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Es última hora de la tarde y vamos directamente al ICIJ, en el centro de Washington. La sede se encuentra en la 17 Noroeste, no muy lejos de la Casa Blanca. En la segunda planta hay puestos de trabajo para unos diez periodistas. Nos sentamos con el director del ICIJ, Gerard Ryle, su segunda de a bordo, Marina Walker, y la jefa de datos, Mar Cabra, y comentamos los últimos detalles para los días siguientes.
En un momento dado, Marina nos sonríe y pregunta: «¿Estáis preparados para mañana, para vuestra exposición?».
Sonreímos, afables.
No habíamos tenido tiempo de pulir la presentación, pues Marina nos avisó una semana antes de que teníamos que presentar el proyecto. En la reunión de preparación de la filtración de Luxemburgo en Bruselas, los empleados del ICIJ se hicieron cargo de la presentación, ayudados de vez en cuando por Édouard Perrin, el compañero que primero vio los datos de la filtración. Invitaron a expertos que nos explicaron los antecedentes fiscales secretos de los grandes grupos empresariales. En la reunión de preparación de la filtración de Suiza ocurrió algo parecido, en gran parte fue el ICIJ quien explicó de qué se trataba: el tesoro que Hervé Falciani, quien denunció las irregularidades del banco ginebrino HSBC, les había hecho llegar. Los dos periodistas de Le Monde, Gérard Davet y Fabrice Lhomme, que lo habían hecho todo, se quedaron sentados y sonrientes en la mesa y contestaron a las preguntas. Y nosotros teníamos que hacer una exposición. En inglés. En Washington.
Estábamos un poco tensos cuando en Múnich creamos las primeras diapositivas de PowerPoint. Los nervios no desaparecieron cuando leímos el mensaje de correo electrónico de Marina Walker: «Bastian y Frederik: por favor, preparad bien la presentación para que sirva de motivación y ayuda para los demás periodistas».
Marina es genial. Es ella quien organiza las colaboraciones internacionales, y no para de dejar claro a los periodistas colaboradores lo importantes que son virtudes como la puntualidad, la precisión y la formalidad. Puede ser muy directa, es evidente.
Pero tiene razón, de momento solo algunos de los cuarenta informadores invitados sabían a grandes rasgos de qué se trataba: una filtración, datos sobre empresas offshore secretas, los primeros recorridos interesantes. Nuestro trabajo es animarlos.
Aprovechamos el mensaje de correo electrónico de Marina para hacer una tercera revisión de la presentación en el avión. Y una cuarta.
Y cuando llegamos al hotel después de la reunión en el ICIJ, otra vez.
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Al día siguiente, después de un desayuno carísimo y un paseo sudoroso a unos sofocantes treinta grados de temperatura, poco antes de las nueve entrábamos en el Salón de la Primera Enmienda —en la decimotercera planta del National Press Building en Washington D. C.—, una sala de conferencias con vistas a la Casa Blanca. Ante nosotros, compañeros de todo el mundo, de Argentina, Inglaterra, Costa Rica, Italia, España, Estados Unidos y otros países. Entre ellos están algunos de los mejores periodistas de investigación del mundo, como James Ball del Guardian, o Jake Bernstein, galardonado unos años antes con el premio Pulitzer, o Uri Blau de Israel, que con sus investigaciones ha solucionado crisis estatales.
Ahora estaban todos sentados a una mesa larga, escuchándonos.
Nuestra táctica es llamar la atención enseguida con las dimensiones de la filtración:
—Es la mayor filtración hasta el momento: los datos ya ocupan 1,5 terabytes, y sigue creciendo.
—Es muy actual: los últimos correos electrónicos son de unos días antes.
—Hay información detallada sobre un cuarto de millón de empresas offshore.
Le pedimos a un compañero de maquetación que nos hiciera un gráfico que relacionara las diferentes filtraciones, es decir, nuestro 1,5 terabytes, los 260 gigabytes de las empresas offshore y las filtraciones de pocos gigabytes (y aun así muy influyentes) de WikiLeaks. De hecho, la imagen en comparación es impresionante, y enseguida se impone el silencio en la sala.
Nos hemos ganado al público. Pasados unos minutos, los nervios han desaparecido y no paramos de hablar. Del supuesto mejor amigo de Putin, del primer ministro islandés, del primo de Bachar el Asad, del misterioso alemán y de los quinientos millones de dólares en oro de la cuenta de Bahamas. Mientras hablamos, ya vemos en los rostros de los presentes que no será necesario convencer a nadie para que se sume al proyecto Prometheus.
Básicamente hablamos desde las nueve de la mañana hasta el mediodía. Explicamos la estructura de los datos, dónde encontrar cada información, la mejor manera de buscar y cuáles son los puntos problemáticos.
A mediodía desarrollamos juntos un plan de acción: cuándo queremos publicar, qué áreas temáticas buscaremos y qué historias abordaremos en grupo. Lo genial es que contamos con la experiencia de nuestro jefe de departamento del SZ en este tipo de colaboración. James Oliver es una de las personas que más conocen la FIFA, los argentinos conocen el tema de Kirchner por dentro y por fuera y, a su vez, el participante islandés puede valorar el caso del primer ministro de su país mucho mejor que nosotros. Sin embargo, aún nos alegran más las reacciones de nuestros camaradas. Ya estábamos convencidos del valor de «nuestra» filtración y de que valía la pena una colaboración internacional, pero es muy distinto oírlo de boca de un galardonado con el premio Pulitzer. Y ver que el Guardian, la BBC y Le Monde muestran el mismo entusiasmo y van a dedicar en el acto equipos al tema también ayuda. Los compañeros de la televisión de la agencia de prensa francesa Premiéres Lignes y la gente de la cadena estadounidense Univision han acudido con cámaras, graban la reunión y nos entrevistan.
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La reunión en Washington cambia nuestra visión del trabajo. Ya no es nuestro pequeño proyecto. Ahora es un proyecto gigantesco y tendremos que procurar no desfallecer, al fin y al cabo estamos en el centro de una investigación que requiere coordinación internacional. Otras publicaciones tal vez habrían abandonado un trabajo así, o en todo caso podrían asumir el personal, el equipo y los costes. Cuando WikiLeaks acudió al Spiegel, se dice que dedicaron treinta personas a examinar los documentos. ¡Treinta personas!
El Süddeutsche Zeitung no está preparado para algo así, de ningún modo. ¿Cómo? En este momento nuestro departamento está formado por cuatro personas, de las cuales se espera básicamente que colaboren en la cobertura informativa de la actualidad.
No tenemos a nadie que conozca bien el periodismo de datos, no hay nadie en el equipo que hable español a la perfección, aunque más de la mitad de los documentos están redactados en esa lengua, y en realidad no tenemos presupuesto para reforzar la plantilla o mejorar el equipo técnico. Lo único que tenemos es la confianza absoluta de nuestro jefe de departamento y el apoyo de nuestro redactor jefe, Wolfgang Krach y Kurt Kister respectivamente. Krach fue periodista de investigación en Spiegel, y no ha perdido la debilidad por los grandes reportajes de investigación.
Salimos en pelotón del National Press Building hacia el restaurante que el ICIJ ha reservado para la cena. Por otra parte, el camino contribuye a incrementar el ambiente festivo, pues pasamos justo por delante de la Casa Blanca. De ahí vamos a Farragut Square y, a continuación, seguimos por la Connecticut Avenue hacia Dupont Circle. Es el barrio que conocemos por series estadounidenses como House of Cards o El ala oeste de la Casa Blanca.
Después de cenar, probamos distintos tipos de cerveza en la terraza de un restaurante agradable y muy tranquilo. No paran de sentarse con nosotros distintos compañeros para saber un poco más sobre las circunstancias de la fuente, como buenos periodistas de investigación. Para entonces ya nos hemos acostumbrado a tener siempre la misma reacción a la pregunta recurrente de si realmente no conocemos a nuestra fuente.
¿De verdad es anónima?
Sonreímos.
Sí, es anónima.
Sonreímos.
Es la verdad.
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El tercer día en Washington es una jornada de trabajo. La máquina del ICIJ está en funcionamiento, la situación está encarrilada, en el fondo solo se trata de dar con las coordenadas exactas: ¿cuáles son los grandes casos?, ¿cuándo los sacaremos a la luz?, ¿qué temas abordamos juntos?
Nos sentamos en círculo en una pequeña sala de reuniones con expertos en periodismo de datos —en la agenda del ICIJ, figura como «geeky data meeting», es decir, una reunión con frikis de los datos—, que analizan cómo filtrar, clasificar y examinar toda esa información con programas especiales. Nosotros permanecemos sentados con una sonrisa amable en el rostro.
Lo único que comprendemos enseguida es que mientras sigamos investigando los datos de la forma convencional, por así decirlo, se nos cierran muchas vías de investigación.
Necesitamos a alguien que sepa manejar de verdad algo así.
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Al margen de la reunión, Christophe Ayad, un colega francés, nos llama aparte. «Mirad, he encontrado a Alaa Mubarak en los datos, el hijo del expresidente de Egipto, Hosni Mubarak», dice. Otro caso relacionado con un presidente. El periodista nos explica que ha encontrado al hijo del autócrata en los documentos de una empresa llamada Pan World Investments Inc.
Seleccionamos la carpeta correspondiente a la empresa en los datos y vamos abriendo los documentos, año tras año. Documento por documento. Nada fuera de lo común, el típico negocio offshore: la escritura de constitución —redactada en 1993 en las Islas Vírgenes Británicas—, facturas y un cambio ocasional del testaferro. Nada más.
Tampoco en 2011, cuando el dictador Hosni Mubarak fue expulsado del poder por su pueblo enfurecido y sus hijos Alaa y Gamal acabaron detenidos. Para los egipcios, ambos son ejemplos paradigmáticos de una élite codiciosa que se enriquece a costa del pueblo y esquilma el Estado. Fueron llevados a juicio. Poco antes de nuestra reunión en Washington se los juzgó juzgados por malversación, y aquí es donde confluyen la realidad y los datos.
Alaa Mubarak, el hijo del dictador, que también había sido juzgado, es desde hace dos décadas propietario —ultimate beneficial owner (o UBO), es decir, el beneficiario real— de Pan World. Eso no lo cambia la Primavera Árabe, la caída de su padre, los procesos judiciales ni los titulares en todo el mundo.
En 2013, cuando las autoridades fiscales de las Islas Vírgenes Británicas solicitaron información sobre Pan World, se produjo un interesante diálogo entre dos departamentos de Mossack Fonseca, el de cumplimiento y el legal, sobre la información que reclamaban las autoridades. Mejor dicho: sobre la falta de información.
Alaa Mubarak tendría que haberse fijado en que la revisión interna debería haber clasificado su empresa, Pan World Investments Inc., entre las de alto riesgo, es decir, high risk. En cambio, en 2012 —un año después de la Primavera Árabe— Mossfon consideró que la sociedad pantalla ofrecía low risk, un riesgo bajo. Ahora la directora del departamento legal advierte que en ningún caso hay que decírselo a las autoridades por escrito, pues sería una confesión de «nuestro grave error en la valoración del riesgo».
Al fin y al cabo, Alaa Mubarak no era una persona expuesta políticamente, escribe una empleada del departamento de cumplimiento legal: Mubarak es una persona sancionada, un proscrito internacional. El hijo del exdictador egipcio fue incluido en la lista de sanciones de la UE «por uso ilegal de dinero público»[1].
Eso debería haber llamado de inmediato la atención de una empresa que ante nuestra consulta de febrero de 2015 —relativa al registro en el Commerzbank— se jactó de «conocer a sus clientes» y, además, de llevar a cabo verificaciones previas de todos sus nuevos clientes, así como «comprobaciones y actualizaciones periódicas de los clientes existentes».
¿Conocer a sus clientes?
Una de las abogadas de Mossfon escribe en agosto de 2013 a sus colegas: «De hecho, no hemos identificado desde un principio al propietario económico (como deberíamos haber hecho)». Mossfon tenía al hijo del dictador en su fichero, disponía incluso de una copia de su pasaporte, pero por lo visto no tenía ni idea de quién era[2].
Mientras aún estamos en el hotel de Washington, damos con una tabla creada por un empleado de Mossfon, una lista de todas las empresas del bufete panameño en las islas Seychelles en las que se detalla si se conoce al propietario autorizado. El resultado es que, de las 14 086 empresas incluidas, Mossfon solo sabía a quién pertenecían en realidad 204.
Es una muestra de incompetencia, y pone de manifiesto la falta de responsabilidad con la que Mossack Fonseca se enfrenta a sus obligaciones. Cualquiera, delincuentes incluidos, podría ser propietario de una de esas empresas. Mossfon les ofrecería sus servicios profesionales sin hacer más preguntas.