CATÁSTROFES NATURALES
O PROVOCADAS:
UN NUEVO CONCEPTO
DE SEGURIDAD
Hoy, los efectos del cambio climático, el deshielo, los gases con efecto invernadero y, en particular, el anhídrido carbónico, pueden formar parte de los temas que abordaría un Consejo de Seguridad con un ámbito de competencias ampliado. Las cuestiones que requiriesen fuerzas armadas se confiarían a los Cascos Azules, y, siguiendo la propuesta de Nicole Guedj, debería favorecerse la constitución de los Cascos Rojos como fuerza supranacional exclusivamente humanitaria y cuyas principales misiones serían: anticipar; recopilar informaciones técnicas, cartográficas, metereológicas, sociales; identificar necesidades relacionadas con todo tipo de crisis; estar provistos de equipos con medios logísticos —como hospitales móviles, telecomunicaciones, bombeo y depuración del agua, etc.— distribuidos en todos los continentes para poder llegar de manera rápida al lugar de la catástrofe. En el año 2005 se constituyó en España la UME (Unidad Militar de Emergencia), que ya ha demostrado su capacidad de acción (incendios, etc.).
A la ineficacia e incapacidad de reacción demostrada en el socorro y rehabilitación en casos de terremotos, inundaciones, etc., se añadió recientemente la «marea negra» causada por el vertido de grandes cantidades de petróleo debido a la imperdonable codicia de una empresa de extracción a gran profundidad que no disponía de los recursos para garantizar las eventuales averías. Se pretendió, indebidamente, que el Presidente Obama asumiera culpas que sólo corresponde a la petrolera británica. Un vertido de esta naturaleza no es un huracán. El huracán es inevitable, y fue una vergüenza la pasividad e incapacidad que mostró la Administración más poderosa de la tierra a la hora de acudir en ayuda de los afectados por las inundaciones a consecuencia del huracán Katrina.
A principios de la década de los noventa del pasado siglo pusimos en marcha el GOOS (Sistema Global de Observatorios de los Océanos) a fin de poder advertir con alguna anticipación los tsunamis y denunciar a los transportistas de petróleo que lavan en alta mar los fondos de los tanques en lugar de utilizar las instalaciones portuarias apropiadas. Éstos producen una monocapa de productos residuales de baja densidad que asfixia el fitoplancton, esencial para la recaptura del C02, en una superficie muy amplia alrededor del barco. Debido a la total impunidad con la que actúan los grandes consorcios internacionales al no existir unas Naciones Unidas fuertes que detenten la autoridad que a todos beneficiaría, los petroleros de muchos países —¡pero con los mismos dos o tres «pabellones»!— siguen contaminando el mar, y los transgresores, al igual que los traficantes de armas, drogas o personas, evaden sus responsabilidades en los paraísos fiscales y no pueden ser apresados y conducidos, como debería suceder, ante los Tribunales competentes.
El fracaso de quienes han pretendido sustituir el multilateralismo —guiado por los Derechos Humanos y los principios democráticos— por el gobierno de unos pocos orientado por el mercado ha sido estruendoso. Pero pretenden seguir igual, imponiendo una economía de especulación y de guerra valiéndose de un poder mediático inmenso y de unas instituciones «evaluadoras» que no supieron alertar cuando las «burbujas» y que ahora alarman en favor de los grandes mercaderes.
Las mismas recetas… sin que les importe el sufrimiento, los desgarros sociales, el miedo que atemoriza a tantos y tantos seres humanos en todo el planeta. Mercado, mercado y política exterior y de defensa como siempre porque unos pocos están para mandar y el resto para obedecer.
Después de las grandes guerras, siempre hubo ideales, siempre hubo utopías y esperanzas de iluminar los caminos del mañana con la paz, con la igual dignidad humana, con la convivencia armoniosa. Porque unos valores indiscutibles — justicia, libertad, fraternidad— movilizaban y daban sentido a la vida de muchos ciudadanos.
La gran diferencia con la situación actual es el vacío espiritual, intelectual, anímico, que rinde y paraliza a mucha gente, pues se ha pretendido —y en buena medida conseguido— que todo el espacio se llene de entretenimiento, de bienes materiales, de pasatiempos… de personas dóciles y resignadas que permiten que su vida discurra a golpe de acontecimientos supranacionales que se presentan como inexorables.
¿Hasta cuándo seguirá la mayoría de la población mundial dejando, impasible, que las cosas sucedan «como siempre»? Creo que ya no será por mucho tiempo. Porque la nueva tecnología de la comunicación permite la progresiva participación de la gente, hoy espectadora, la cual empezará a formar la red global que fortalecerá, tanto a escala mundial como local, la democracia genuina, la transición desde una cultura de imposición, violencia y guerra, a una cultura de diálogo, conciliación y paz; desde una estrategia de seguridad exclusivamente territorial a la de una seguridad alimenticia, sanitaria, frente a las catástrofes; desde una economía de mercado a una economía global sostenible…
Lo ha dicho el Presidente Obama, quien, a pesar de los gigantescos obstáculos que se le oponen, no cesa de progresar en sus propuestas de desarme nuclear, de una nueva estrategia militar para abandonar «la guerra preventiva», de hacer prevalecer la acción diplomática. «Es preciso un nuevo comienzo». Las catástrofes naturales están creando la conciencia global que puede acelerar e impulsar un concepto más amplio de seguridad.