CAPITULO XII
Pasé la tarde en el hospedaje mirando los noticieros. Buscando información en la imagen elegante del comentarista, que sólo destacó, sin ningún matiz de emoción, una serie de ejecuciones ocurridas durante la noche y primera hora de la mañana en puntos distintos de la ciudad. Fueron contados tres homicidios con arma de fuego. Según la fuente del noticiero, no hubo testigos. Finalizó aclarando que los motivos de los asesinatos fueron ajustes de cuentas entre narcos.
Sonreí con alivio al comprender que mis asesinatos quedaban diluidos en medio de los cientos de muertes provocadas por el crimen organizado. Aunque mi conciencia cargaba ahora con una culpas más.
Decidí volver a mi vida cotidiana al día siguiente. Empaqué todo lo que tenía en la pensión y esperé que llegara García para despedirme.
En los últimos días el celular sólo había servido para traerme problemas y cuando timbró a las nueve de la mañana no podía ser la excepción.
— ¿Cómo estás, Ulises? —, era Rodríguez y se escuchaba triste—. En estos momentos se está velando a Alicia. Quiero que vayas. Revisa el lugar para ver si asisten los matones. Yo te doy dinero después.
Me dirigí de inmediato a la funeraria. Eran pocas las personas que acudieron al velatorio, conté seis. Perla, la única amiga que conocía, era una de las más afectadas, los demás mostraban una tristeza leve pero sincera. Y en el aire flotaba un desasosiego, algo en su forma de vida y de muerte dejaba la sensación de injusticia.
Alicia en realidad me importaba poco, fue una mujer bella que no supo luchar contra los halagos y terminó cayendo en lo que menos esperaba. Aunque sentía como mí deber estar ahí, dando mis respetos a una de tantas víctimas inocentes de la violencia demente.
Estuve atento todo el tiempo, no pude reconocer a nadie que pudiera señalar como asesino. Cuando llamó Rodríguez le dije con confianza que podía venir a despedir a su amante, que el panteón estaba despejado.
Al llegar se mantuvo aparte, permaneció a la distancia, cubriéndose detrás de una lápida vieja, cabizbajo, tal vez sufriendo, tal vez indiferente, pero presente. Cuando el entierro terminó Rodríguez desapareció y traté de retirarme rápido, sin prestar atención a los pocos deudos.
— ¡Señor Arena! —escuché tras de mí, era Perla, vestida de negro y con los ojos llenos de lágrimas—. Me alegro que haya venido, éramos tan poquitos.
—Es una pena su muerte… ¿Vino algún pariente cercano de Alicia? —pregunté esperando entregar el collar de diamantes que cargaba en el bolsillo del pantalón.
—No. Aunque les avisé, ninguno se presentó... ¿Qué pasó? ¿Por qué murió así?
—Se dejó engañar por el lujo y el dinero, no pensó en el peligro que representaba. Ella debió imaginar lo peor cuando tuvo entre sus manos tanto dinero y al ver nervioso a su amigo.
— ¿Quién tuvo la culpa? ¿Arturo?
—No importa en realidad. Él también pagará por su estupidez. No pienses en eso.
—Tengo miedo. Quizá también me maten a mí.
—Aléjate de Rodríguez y fíjate con quién te juntas.
Ella, triste, volvió con sus amigos y pude salir del lugar.
—o0o—
Cuando Celina llamó me encontraba en la oficina, viendo como el carpintero daba los últimos toques al nuevo escritorio de madera.
No esperaba esa llamada. Pensé que se alejaría con discreción, sólo dejaría de hablarme y yo no la buscaría. Ya se veía un distanciamiento, en los gestos, en el tono de voz, todo me decía que algo dentro de ella estaba cambiando. Pero me buscaba para hablar: “Es algo importante que te debo decir en persona”, aclaró antes de colgar la llamada por el celular.
La tarde estaba cálida cuando me dirigí al centro comercial. Resultó extraño que me citara en ese lugar, pensé que tal vez deseaba ser discreta en esa ocasión.
Estaba seria y distraída cuando la encontré sentada en una banca apartada de la gente. Vestida de luto, pocas veces la miré con ropa negra.
—No puedo volver a verte— dijo tajante en cuanto la saludé.
— ¿Por qué? No te entiendo.
— Tengo muchas dudas y las ideas se me confunden. Al principio pensé que estabas conmigo porque me amabas. Yo también creía estarlo. Pero no es así.
Siguió una pausa en la cual sus ojos se llenaron de dudas. Por mi parte no dije nada, esperaba que ella explicara por completo lo que pensaba.
— Di la verdad. ¿Estás enamorado de mí? —preguntó de golpe.
No podía decir que “Sí”, tampoco que “No”. Estaba atrapado ante una situación que esperaba se arreglara sola.
—No lo sé. ¿Qué puedo contestar? Tengo dos semanas de empezar a conocerte.
Celina me mira molesta.
—No sigas engañándome. La verdad es que sólo me utilizaste, te aprovechaste de mi situación para obtener sexo gratis. No puedo encontrar otra explicación.
—No te entiendo—dije confundido y asustado—. Tratas de explicarme que lo ocurrido entre nosotros fue planeado por mí.
—Sí. Aprovechaste que me sentía sola y desprotegida para que te diera placer.
—Pero si tú empezaste la relación.
—Es verdad, pero estaba muy alterada, no era del todo consciente de mis actos—aclaró alzando la voz—. Tú debiste controlar la situación y no ayudarme a caer.
Sabía que tenía razón. Pero actué como pendejo porque deseaba que fuera verdad, que ella me amara. Que toda esa pasión, que arrastraba tantos sentimientos de culpa, estaba justificada por sentimientos. Yo quería sentirme amado. No, fuimos dos los engañados por lo que ella llamaba vulnerabilidad.
No podía defenderme, no podía acusarla de puta, ni de loca, porque verdaderamente estaba muy afectada.
—Si. Tienes razón, yo tomé ventaja de tu estado. No lo pude evitar, siempre te he deseado— dije sin poderla mirar a los ojos.
No pude ver sus gestos, pero el ambiente a nuestro alrededor se llenó de tristeza. “Celina esperaba que yo luchara por nuestro amor”. Su silencio se clavó en mi alma como un arpón.
Pero yo tenía temas más importantes para tratar.
—Salgamos de aquí, vamos al auto.
Ella aceptó apesadumbrada.
Ya en mi auto sentí temor por lo que estaba obligado a hacer.
—Tengo muchas dudas. Debo hacerte preguntas difíciles.
Ella entrecruzó sus manos en señal de preocupación.
—Sé que amabas a Gustavo. Estoy seguro que nunca le harías daño. Pero no puedo creer que no te hubieras dado cuenta de su enfermedad.
Siguió el silencio y ella con su mirada perdida en la alfombra del auto.
—Era demasiado su sufrimiento. Una noche escuché sus quejidos en el patio de la casa. Salí a ver qué pasaba. Lo encontré sentado en una silla, con una pistola apuntándose a la cabeza. Gustavo me dijo, en medio de su sufrimiento, que ya no aguantaba más ese dolor, que prefería suicidarse… No sé por qué lo hice, por amor a él o por odio a los demás…
Su voz se quebró, las lágrimas aparecieron, ya no pudo hablar. Tuve que abrazarla.
—¿Qué pasó? ¿Qué hiciste?
—Días después, cuando él no ocultaba su sufrimiento, me desesperé —continuó Celina, en cuanto pudo controlar sus emociones—. Le pedí que consiguiera dinero para dejarles algo a sus hijos y que muriera como hombre. De nada serviría que estuviera sufriendo impotente… Días después recibió la primera llamada a la casa preguntando por él, estuve segura que Gustavo había decidido morir haciendo su trabajo… Pero yo no pude decir nada… Estaba orgullosa de que él moriría luchando…
Su llanto regresó y continué consolándola.
—Cuando timbró el teléfono, la madrugada en que murió Gustavo, no contesté. Sabía que era para avisarme que él había sido asesinado—continuó explicando Celina—. Por un momento me sentí aliviado, pero después comprendí la magnitud de mi canallada. Mi esposo tenía en mí a una traidora que ayudó a sus asesinos… Creí volverme loca… Salí desesperada a buscarte.
—¿Por qué engañarme, fingir que nada sabía del cáncer, ni del dinero?
—Estaba avergonzada de lo que había hecho. Deseaba que nadie se enterara de mis actos. Pero sólo me fui hundiendo en mi culpa. Lo más bajo que caí fue al acostarme contigo.
—¿Estabas enamorada de mí?
—Al principio sí, pero cuando sentí culpa, comprendí que sólo me utilizabas.
Celina no dijo nada más sólo se bajó de mi auto con una actitud de dignidad exagerada, pero con lágrimas en sus ojos.
Ya oscurecía cuando llegué a la pensión busqué a García para tomar. En esos momentos yo también tenía que embriagarme para olvidar un hecho de mi pasado reciente.
—¿Jodida mujer loca! Mira nomás, salirte con que abusaste de ella— dijo García entre carcajadas cuando se enteró de lo ocurrido—. Acaso no le hiciste un buen trabajo.
—Ya no sé ni que pensar… Lo bueno es que ella y su familia están bien, a pesar de todo, y que ya se van… Esperaba despedirnos como amantes, ya sabes con una noche desenfrenada, después apartarnos en silencio y que quedaran buenos recuerdos… Ni siquiera estoy seguro de lo que esperaba. Pero está bien, que diga lo que quiera y que piense lo que le de la gana. Le debo respeto a pesar de todo.
—Aunque te dañe con sus locuras.
Tomé un poco de cerveza para evitar dar una respuesta. García me imitó, aceptando el silencio como una respuesta afirmativa.
Estábamos sentados en la vieja fuente, el firmamento nocturno parecía estar un poco más apagado en esta ocasión, pero nosotros también nos sentíamos así.
— ¿Y qué vas a hacer con los narcos? —preguntó para cambiar de tema.
— ¿Qué puedo hacer con ellos? ¿Matarlos a todos?… Nada, los esperaré preparado por si algún día llegan. No puedo vivir escondiéndome y con miedo. Volveré a mi vida normal y trabajaré como siempre.
—Las noticias dicen que se están matando entre ellos… Creo que por lo pronto puedes estar seguro. Y quizá cuando acaben con ellos no quede ninguno que se acuerde de ti.
—Lo más seguro.
Buena parte de la noche estuvimos ahí esperando esa paz interna que ambos buscábamos en la cerveza. Lo bueno es que no volví a pensar en Celina hasta el día siguiente.
En la mañana tuve que salir a conducir por la ciudad, a saturarme del ambiente impersonal de la multitud. Con esto quería evitar un fuerte deseo de llamar a Celina. Tal vez sí estaba enamorado de ella, pero lo único que me habían enseñado las mujeres que he conocido es que mis sentimientos son los que menos importan.
De cierta manera ella tenía razón. No pensé que estaba sufriendo cuando me invitó a tocarla, me dejé llevar por mis propias necesidades.
La ciudad se encontraba muy activa. El tráfico saturado y el calor me desesperaban. Decidí estacionarme para hacer una llamada, a quién fuera, menos a Celina.
— ¿Cómo estás, Vallarta?
—Bien, aquí en la oficina, contando el número de muertos de la semana—contestó el joven en cuanto reconoció mi voz.
— ¿Qué has sabido de Vargas y de Rodríguez?
—Nada. Ambos han desaparecido. Ya es difícil que vengan por aquí, todo el mundo sabe que son colaboradores de narcos. Dios no quiera que los encuentren los matones, los torturarán hasta la muerte. Ayer me tocó tomar nota de dos asesinatos más, pude ver cuerpos desmembrados y con señales de tortura muy crueles, el forense dice que estaban vivos cuando les cortaron los brazos y las piernas. Es una forma jodida de morir.
—Si, así son esos cabrones, pero todo se paga.
—Me estoy volviendo insensible. Cuando abrieron los paquetes y vimos los cadáveres no sentí nada. Miré los restos con indiferencia, como si estuviera viendo cualquier otra cosa—dijo con una leve tristeza.
—Es la mierda. Nos estamos acostumbrando a ella.
—o0o—
No sé qué me llevó al panteón, pero llegué a la tumba de Gustavo González. Después de todo lo ocurrido era el último lugar donde esperaba encontrarme. Pero allí estaba, deseando hablar con alguien de confianza, un viejo amigo.
La imagen era ridícula, pero susurré frases salidas del alma ante la tumba, esas que demuestran mi debilidad y que no se le pueden decir a cualquiera.
—Estoy cansado de todo esto. Llevo una semana desgastante y no estoy seguro de qué he conseguido. No tengo miedo, no podía dar ningún paso atrás, sabía que tenía que seguir adelante, pero mil veces tuve ganas de darme por vencido. No puedo decir que todo lo hice por ti, mucho fue por mi propia estupidez, mi deseo de demostrar valor… Por lo de Celina, lo lamento, cometí un error, pensé de más, creí en una felicidad que no existía para la gente como yo… Hiciste bien en dejarte matar así, yo hubiera hecho lo mismo. Sólo espero que Dios nos ofrezca un verdadero descanso cuando llegue mi turno.
Permanecí sentado a un lado de la tumba por horas. Recordando mil historias que vivimos juntos. Fue muchos años y nuestros caminos se cruzaron con frecuencia. Al final comprendí que fue la mejor persona que conocí. No podía pedirle a Dios por mi amigo, Él sabía la clase de gente que era. Me preocupaba por los que seguimos sobre esta tierra.
El sol llegó de lleno a la tumba después del medio día, y estaba acalorado, decidí volver al centro.
García se encontraba pensativo, sentado en una mecedora. Cuando le hablé tardó un momento en abandonar ese recuerdo que lo atrapaba.
— ¿Qué pasa, cabrón? —preguntó con sorpresa fingida.
—Regreso a mi departamento. Quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí.
—Nada que no se arregle con el pago de la renta.
Saque seiscientos dólares y se los entregué. Miró sorprendido los billetes.
—El narcotráfico paga bien… Es demasiado…La cambio te la doy a besos— dijo con una gran sonrisa e intentando ponerse en pie.
—Déjalo. Fuiste gran ayuda.
—Espero que vengas a visitarme más seguido. Y acuérdate que si necesitas donde refugiarte cuentas con este lugar.
García me ayudó a juntar los escasos objetos que se acumularon en el cuarto los pocos días que dormí ahí.
—Mira, ropa interior femenina—dijo sosteniendo con un lápiz una prenda de Celina—. Talla grande.
Al verla volvieron los recuerdos y las sensaciones de pérdida.
—Esto me va a servir después—dije arrebatándosela.
—Fue bueno que alguien se divirtiera aquí.
—o0o—
Mi departamento parecía ajeno a todo lo que había vivido en los últimos días. Había salido de allí cuando los problemas iniciaban y regresé cuando todo estaba solucionado. Tenía destrozos pero dejé para otro día la limpieza. Sólo al entrar me sentí relajado, tranquilo. Me senté sobre el sofá para dejar pasar el tiempo. Quedaba la sensación de que todo lo ocurrido, la violencia, las muertes y la desesperación, eran cosas del pasado lejano.
La llamada de Celina llegó a las cinco de la tarde. Quería que la visitara para despedirme de los niños. Saldrían en avión a las siete y esperaba que estuviera presente.
La casa se encontraba en plena efervescencia. En la calle los desechos de la vida de Gustavo se encontraban amontonados en bolsas, esperando el recolector de basura. Alcancé a ver a mi amigo con las camisas y pantalones que ahora estaban a punto de tirar.
Dentro de la casa los niños corrían de un lado a otro arreglando los últimos detalles para el viaje. Celina y su hermana todavía clasificaban algunos adornos para decidir si eran basura o se quedaban guardados.
Las maletas con las que saldrían para empezar una nueva vida ya se encontraban repletas en la puerta. Lo único que faltaba empacar era la tristeza.
Los niños corrieron a saludarme, y platicamos por quince minutos. Querían que los visitara, yo también deseaba viajar unos días.
Celina me llamó para que la acompañara en la sala. Se encontraba sola, sentada con cierto aire de dignidad y una leve molestia en su gesto.
—Ulises—dijo con cortesía—. Estas son las cosas de Gustavo que te podrían ser útiles y supongo que a él le hubiera gustado que tuvieras.
Colocó una bolsa de papel en la mesita de centro. La revisé, contenía dos armas cortas y cajas de balas. En cuanto aparté las manos, ella metió dentro de la bolsa algunos dólares.
—Este dinero es una forma de agradecerte todo lo que hiciste por mi esposo. Era necesario darte las gracias.
Enseguida hizo aparecer una bolsa de plástico. Eran los medicamentos y las radiografías de Gustavo.
—Te debí mostrar esto desde el primer día.
—Considera que Gustavo actualmente no está sufriendo, se encuentra con Dios.
Celina, en cuanto entró uno de los niños, tomó de nuevo las actitud despectiva hacía mí. Los acompañé en los últimos momentos en su casa, hasta que el taxi se los llevó al aeropuerto. La hermana de Celina también me trataba con desprecio, cuando se fue Celina y sus hijos, subió a su auto y se marchó sin despedirse.
La partida de la familia de Gustavo marcó el final de un período grande e importante en mi vida. Se acabó el idealismo en mi manera de pensar y empezó una desilusión cotidiana, que se mantiene desde entonces.
Celina y sus hijos han regresado varias veces. Procuro estar con ellos esos días, pero la actitud de ella hacía mí ya no desapareció, aunque el afecto de los niños compensa todo. No les he podido visitar en su nueva ciudad.
—o0o—
La guerra entre los narcos fue menguando hasta casi desparecer, aunque las ejecuciones nunca han dejado de estar presentes.
Nuevos líderes de Cártel locales surgieron y la normalidad parecía imponerse de nuevo. Da la impresión de que realmente nada cambió a pesar de todos mis esfuerzos, pero eso ya lo esperaba. Las drogas siguen circulando en las calles y los tratos entre funcionarios y traficantes realmente nunca desaparecieron.
Mi vida también fue tomando normalidad, el trabajo me obligó a alejar los recuerdos tristes y la preocupación de los narcos perdió importancia.
—o0o—
Era una mañana más, un mes después de la partida de Celina, salí del apartamento, caminaba buscando mi auto, lo había dejado unas cuadras adelante. Me encontraba muy distraído, atrapado en los nuevos problemas de otro caso, mientras mi mirada se perdía en los detalles a la distancia.
Rodríguez apareció a media cuadra de distancia. Me llamaba y hacía señales con la mano para que esperara. No parecía nada importante, pero su mano derecha no salió de la bolsa de su saco. Tenía una gran sonrisa, no le había visto sonreír con tanta afabilidad nunca… Sonreía.
En cuanto estuve a cinco metros saqué mi propia arma y disparé tres veces contra el policía corrupto. Éste dio varios pasos tambaleantes y retrocedió con gesto de dolor. Apareció un arma en su mano derecha pero sólo alcanzó a disparar contra el suelo. Se desplomó casi sin vida.
Pensé salir de allí de inmediato, dejarlo solo como el perro traidor que era. Pero me contuve al comprender que era sólo un policía más, caído en desgracia por la corrupción.
—Me dijeron que si te mataba podría entrar con los Delta—dijo con voz apagada en cuanto me acerqué—. Necesito la droga para seguir viviendo.
—No te preocupes, ya no importa—dije para calmarlo.
— ¿Voy a morir?
—No lo sé. Pero aguanta, pronto llegará la ayuda.
— ¿Veré a mi familia?
—Tal vez sí.
—Tengo miedo, no quiero morir.
—No te preocupes. Dios es justo.
Fue perdiendo color en la piel mientras su tos se volvía más aguda, sus ojos se clavaron en el cielo y empezó a rezar. Yo también rece para no dejarlo solo en esos momentos:
“Padre nuestro que estas en el cielo. Santificado sea tu nombre…”
González no terminó la oración. Pero yo no me pude detener y al final le pedí a Dios por su alma.
Rodríguez murió en la calle, sobre la acera, sin testigos y sin que a nadie le importara.
—o0o—
La plática más significativa que tuve con Gustavo fue en una fiesta, cuando el alcohol ya había llegado a nuestro cerebro. Pero sus palabras me dieron ánimo para seguir luchando como investigador privado.
—Debo ser honrado, tengo que oponerme a todo lo que sea corrupción y prepotencia… Existen muchas personas buenas que sólo esperan continuar con su vida normal para sacar adelante a su familia. La gente buena es la gran mayoría… pero también están los malandrines, que sólo saben hacer mal. Que se aprovechan de los débiles para ofender, humillar o matar a todo el que puedan… Y cuentan con la corrupción para no afrontar el castigo de la ley… Por la gente buena debo seguir adelante, si me echo para atrás por dinero o por temor terminaría dándole más poder a los malvados. No, tengo que ser honrado, fuerte y dispuesto a afrontar cualquier problema… ¿Dime tú? ¿Si vieras a algún débil siendo atacado por un poderoso qué harías?
Sólo contesté que defendería al que pudiera.
—No, Arena. Somos los honrados lo que hacemos que este mundo sea mejor. No importa qué haga, seguiré adelante siendo como soy.
—o0o—
De Vargas ya no supe nada, espero que esté muerto, pero todavía lo busco. Y yo… aún sigo vivo, y esperando que llegue el próximo ataque de los narcos.