DIECISIETE

Salt Lake City

EL hombre es por naturaleza polígamo, mientras que la mujer, por regla general, es monógama y poliándrica sólo cuando se ha cansado de su amante. Porque el hombre, se ha dicho con razón, ama a la mujer, pero la mujer ama el amor que el hombre le tiene.

Richard Burton, Las mil y una noches.

 

Burton podía ser muy reservado, como descubriría Isabel con tristeza después de su matrimonio. No le contó su plan de ir a la Meca de los mormones en los desiertos del lejano oeste americano y, al parecer, tampoco le dijo quién era, en parte, responsable de esta idea. Hoy día lo sabemos gracias a dieciocho páginas manuscritas guardadas en el Museo Británico, los únicos fragmentos que se salvaron de la quema de los diarios de Burton. Estas páginas provienen de dos diarios distintos, uno pensado para ser publicado y otro privado.[307] Fueron escritos en el vapor Canada a partir del 21 de abril de 1860. En ellos Burton relata que un amigo con quien había estado bebiendo “de vez en cuando desde hace quince años” le suplicó “ven conmigo a empinar el codo por toda América”. “Beberé julepes de menta, coñac con hierbabuena y azúcar, whisky, ginebra, jerez, cerveza, ron…”, escribió, “y será un experimento de lo más interesante —quiero ver si, después de llevar una vida así durante tres o cuatro meses, puedo beber y comer al mismo nivel que los aborígenes— como tú”.

“Así que contesté que sí”, escribió Burton. No identifica a su amigo, ni lo describe más allá de decir que, “generalmente vive a base de botellas, fraseos, damajuanas, barbicanos…" Los fragmentos de su diario no mencionan el viaje en barco, como tampoco se menciona en The City of the Saints, el detallado relato de su viaje en diligencia desde St. Joseph, Missouri, hasta San Francisco. La prensa mormona, que recibió cordialmente a Burton a su llegada, no hizo mención alguna sobre la presencia de otro oficial en la diligencia, salvo la de un teniente americano, James J. Dana, que viajaba con su esposa y su hija.[308] Además existe una laguna en la historia de Burton, desde principios de mayo hasta el 4 de agosto de 1860, y de ese período tan sólo sabemos que visitó en Washington al ministro de la guerra, John B. Floyd, para pedirle cartas de presentación a los comandantes militares de los territorios del oeste, y que oyó hablar al senador por Massachussets, Charles Summer. Mucho después, en otro libro, nos dice que había recorrido “cada estado de la República anglo-americana”. Una referencia casual en Zanzíbar, escrita doce años después de su viaje por América, por fin nos identifica a su acompañante como su buen amigo de Adén, el teniente John Steinhaeuser. “Recorrimos juntos los Estados Unidos”, escribió Burton sin dar más detalles.[309] Lo más probable es que Steinhaeuser se le uniera en alguna parte de América y regresara a Adén antes de que Burton se marchara de “los Estados Unidos” para dirigirse a territorio mormón e indio. El motivo por el que Burton no le menciona en The City of the Saints sigue siendo un misterio. También Isabel, que debía saber que viajaban juntos, decidió no mencionar el hecho.

 

Aunque la tardía identificación que hizo Burton era casual, su relación con Steinhaeuser no lo era. Dedicó Zanzíbar a su memoria y escribió con especial cariño:

 

Ningún pensamiento negativo, y mucho menos ninguna palabra desagradable, rompió jamás nuestro estupendo compañerismo… Él fue uno de los pocos que, en tiempos malos al igual que en los buenos, mantuvo siempre su amistad, y su afecto nunca era más cálido que cuando nuestro pequeño mundo parecía más frío… murió repentinamente de una apoplejía en Berna, cuando cruzaba Suiza para visitar la tierra que le vio nacer. En esa época yo estaba recorriendo Brasil, y recuerdo bien que, el día de su muerte, soñé que de repente se me caía un diente al suelo y me salía un chorro de sangre. Un amigo así ciertamente acaba siendo parte de uno. Aún siento un profundo dolor mientras mi mano escribe estas líneas.[310]

 

La revelación de un vínculo emocional como este es algo inusual en los libros de Burton. Pero en sus cartas, y especialmente en las dieciocho páginas de su diario que escribió a bordo del vapor Canada, hay pruebas de que Burton solía vincularse intensamente, aunque fuera de forma temporal, no sólo con los pueblos primitivos, como hemos visto en África, sino también con cualquier persona que se cruzara en su camino. En los capítulos íntimos de su diario, escritos con una letra tan ilegible que parece un código secreto, vemos cómo se relacionaba con los extraños y cómo fluctuaba frecuentemente del interés y el cariño al odio momentáneo.

Expresó su alegría al despertarse la primera mañana en el barco y ver “un bello rostro frente a mí… con un precioso resplandor”. Era el reflejo de la camarera en el espejo del camarote. Al capitán del barco lo detestó desde el primer momento. “Creo que es un mentiroso”. Después, cuando sospechaba que se burlaba de él, escribió: “Odio a ese hombre”. Describió el baile que se organizó en la cubierta para celebrar el 1º de mayo, cuando en un golpe de suerte con los dados ganó a la chica “más dulce”, para luego perderla ante el capitán. “Podría haber gritado de frustración”, escribió, “pero espero haber dado sensación de tranquilidad”. Se hizo amigo de un tal Mr. R., a quién describió como un “hombre muy apuesto, de mediana edad y muy educado”. El 3 de mayo ya no se llevaba tan bien con él y escribió, “desearía que este viaje ya hubiese acabado. Ese desgraciado R. es un viudo con tres hijos, uno de ellos casi un adulto… ¡cómo he podido encontrarle apuesto! Esta mañana me negué a pasear con él y creo que parecía decepcionado”.

Lo más sorprendente del diario es que revela que Burton era muy sensible al sentido del ridículo. Cuando, para el baile del Día de Mayo, lució una chaqueta nueva de popelina y la camarera le comentó que era la misma tela de su vestido de novia, la velada se acabó para Burton. “Mi popelina resultaba tan ridícula”, escribió como si fuese un adolescente inseguro. Más tarde, cuando atracaron en Nueva Escocia y visitó Halifax, comentó lo educada que era la gente de la siguiente forma: “Acostumbrado, como pasajero de un barco y turista, a las burlas y críticas de toda mujer y niño… no detectaba en ningún rostro expresión de desdén alguna”.

En el diario no hay ninguna referencia a Isabel Arundell pero sí pruebas de su melancolía. “¡Qué misántropo soy!”, decía. Luego, citando lo que él llamaba “sabiduría trivial”, afirmaba, “el hombre debe comer para vivir y no vivir para comer”, y añadía, “una ensalada, un joven puede tener mejores cosas que hacer, después de los cuarenta un hombre debe comer y vivir, a partir de los sesenta no tiene más placer en la vida que comer, En cuanto a las otras ilusiones, entre los sesenta y los setenta se van perdiendo todas".

 

Tres meses más tarde, cuando se subió a la diligencia en St. Joseph, Missouri, para comenzar el polvoriento viaje a través de las grandes llanuras, ya no quedaba ni rastro de su depresión. The City of the Saints es uno de sus libros más alegres, y esto se refleja en el tono de las entradas de su diario, liste viaje fue el más rápido de todos los emprendidos por Burton. Pasó tres semanas en la diligencia hasta llegar a Salt Lake City el 28 de agosto de 1860; otras tres semanas entre los mormones, y luego partió hacia California. Abandonó San Francisco en un vapor el 15 de noviembre de 1860 para dirigirse a México y Panamá; y en los cien días que pasó en el oeste reunió material suficiente para llenar 700 páginas. No satisfecho con eso, trabajó una nueva edición de una célebre guía del oeste, The Prairie Traveller, A Hand-book for overland expeditions de Randolph B. Marcy, añadiendo notas a pie basadas en su propia experiencia.[311]

En esta expedición, Burton realizaba una ruta bien conocida, sencillamente, era uno más de una serie de distinguidos visitantes que sentían curiosidad por el reino polígamo regido por Bringham Young. El botánico francés Jules Remy, que viajaba con el naturalista británico Julius Brenchley, lo había visitado en 1855 y juntos habían escrito un interesante libro sobre el tema. En 1857, William Chandless había publicado un favorable informe. El editor Horace Greeley había llenado muchas columnas de su New York Tribune describiendo sus entrevistas con los mormones en 1859. Burton llegó en 1860, Mark Twain lo haría en 1861, Fritz Hugh Ludlow en 1864 y Ralph Waldo Emerson en 1871, y todos, menos Emerson, escribieron sobre su experiencia. Pero ningún estudio era tan sagaz y concienzudo como el de Burton.

En América, a los mormones se les consideraba un problema delicado, porque su poligamia era censurada universalmente. El gobierno federal casi les había declarado la guerra en 1857, y mantenía un contingente de tropas apostadas cerca de Salt Lake City. Desde el principio, la historia mormona había estado plagada de persecuciones, sangre y masacres. Desde el asesinato de su fundador, Joseph Smith, en Illinois en 1844, y el dramático éxodo de toda la sociedad mormona, que abandonó la ciudad de Nauvoo cerca del río Mississippi, para instalarse en el Gran Lago Salado, la secta había florecido superando las previsiones más optimistas. Bringham Young se había convertido en el soberano de un inmenso territorio que se extendía desde las Montañas Rocosas hasta Sierra Nevada, y del sur de Oregón al río Colorado. Como activos proselitistas que eran, los mormones habían hecho treinta mil conversos en Inglaterra y Escandinavia, que emigraron al desértico territorio entre 1840 y 1860. El 4 de septiembre de 1855, The Times calculaba entre treinta mil y cuarenta mil el número de mormones que había en Gran Bretaña, describiendo dicha religión como “el fenómeno más singular de la era moderna”, un conglomerado de “religión judía, mahometana, socialismo, despotismo y la más tosca superstición”.

A Burton los indios americanos le interesaban casi tanto como los mormones. Su narración está salpicada de coloridas descripciones de etnología india, incluyendo un ensayo clínico sobre el arte de arrancar cabelleras, una comparación entre la tradición totémica africana y la india, y un detallado estudio del lenguaje de signos indio que, desde luego, añadió inmediatamente a su colección lingüística. Junto a las detalladas descripciones de las aldeas sioux y dakota, encontramos notas botánicas y geológicas, e irónicos comentarios sobre la naturaleza humana. Sus comparaciones con otros pueblos nativos tienen una riqueza y sofisticación poco habituales en los relatos de viajes.

El piel roja, cuya piel no es en absoluto de ese color, según señaló él, le recordaba a “un tártaro o afgano después de un viaje en verano” o a los mongoles que había visto en el norte de la India. El indio montaba a caballo “como un eunuco abisinio, como si hubiera nacido y crecido para formar parte del animal”. A Independence Rock le encontró un sorprendente parecido con Jiwe la Mkoa, la Roca Redonda situada al este de Unyamwezi, y la Puerta del Diablo era muy parecida a la Breche de Roland en los Pirineos. La costumbre sioux de “cortar, o más habitualmente, arrancarle de un mordisco la punta de la nariz” a una mujer adúltera no le sorprendió demasiado; había visto lo mismo en la India”[312].

En general, Burton prefería al piel roja que no había tenido mucho contacto con el blanco. Aunque a él le encantaba esconder su identidad bajo una cultura extraña, el espectáculo de otros cruzando la línea a otra sociedad distinta siempre le preocupaba, tanto si se trataba del hindú de Goa que se había hecho cristiano, del africano que lucía vestimentas de hombre blanco, o del montañés de las Rocosas que, según escribió Burton, “revela una sorprendente capacidad para descender fácilmente a un estado salvaje”. Los indios que vivían más cerca de las rutas de emigración se habían convertido, según él, en mendigos, mentirosos o ladrones de caballos, y sus mujeres en prostitutas. “No creo que ningún indio de las llanuras se haya hecho jamás cristiano", escribió. "Primero se le debe humanizar, luego civilizar y, por último, bautizar; y, como ya se ha dicho antes, dudo que sobreviva a la operación". Se negaba a idealizar a los naturales de las Rocosas, a quienes consideraba supersticiosos, indolentes y mentirosos. Aun así, era capaz de escribir con cierta simpatía, "he oído la historia de un hombre que cabalgó ochenta millas —cuarenta hasta el campamento y cuarenta de vuelta— para disfrutar las dulces delicias de una mentira”. Viendo que, a pesar de la Oficina de Asuntos Indios de los EEUU, los indios seguían siendo sobornados y engañados por los comerciantes blancos, y que la pobreza, la enfermedad y la indolencia estaban mermando rápidamente a las tribus, predijo acertadamente que los indios pronto estarían desperdigados por las regiones más inhóspitas de América, “del mismo modo que en Europa la rata gris expulsó a la rata negra”.

Cuando la diligencia salió del cañón de la Montaña Wasatch y se detuvo para que pudieran contemplar desde arriba la vista del gran valle mormón, Burton se sintió verdaderamente impresionado. “Era un precioso paisaje verde, azul celeste y oro”, escribió, “una tierra, fresca como si acabara de salir de las manos de Dios… Suiza e Italia juntas… y luego, delimitando el lejano horizonte, como una franja de plata tallada, el Gran Lago Salado, ese mar Muerto aún inocente”. Entre los inmigrantes mormones que contemplaban la misma escena vio, como en los hajis de la Meca y Medina, risas y lágrimas, cánticos e histeria. “Ciertamente no es de extrañar”, escribió, "que los niños bailen, los hombres fuertes vitoreen y griten y que las mujeres, rotas por la fatiga y por la esperanza, lloren y se desmayen; que los ignorantes crean firmemente que el ‘espíritu de Dios llena la atmósfera’, y que Sión ‘en la cumbre de las montañas, está más cerca del cielo que otros lugares del mundo” [313].

Burton fue recibido oficialmente por los editores del diario mormón Descreí News el 29 de agosto de 1860, y se le trató con mucho respeto en toda la ciudad. Durante su estancia, que duró tres semanas, pudo probar todo lo permitido, habló con mormones y gentiles, asistió a los servicios religiosos mormones y a sus bailes, miró los precios en las tiendas, vagó por los cementerios y leyó una cantidad prodigiosa de literatura mormona y antimormona [314] —Burton es un caso único entre los estudiosos que han escrito sobre los mormones al proporcionar una amplia bibliografía y señalar los libros que no había leído— y además entrevistó a Bringham Young.

Las historias sobre sus borracheras y broncas en la capital mormona, publicadas en 1930 por el sobrino del teniente James L. Dana, que acompañó, junto a su mujer y su hija, a Burton en el viaje en diligencia hacia el oeste, son evidentemente apócrifas, [315] aunque Burton nunca ocultó su afición por el whisky —que en el oeste se valoraba, dijo, según la distancia que podía recorrer un hombre después de beberlo—. El editor del Deseret News le brindó una cortés despedida y, el 3 de octubre de 1860, escribió, “por lo que hemos oído, el capitán Burton ha sido uno de los pocos caballeros que han pasado por Utah sin dejar un desagradable souvenir. El capitán ha visto Utah sin prejuicios, le deseamos un feliz viaje”.

Evidentemente, lo que más fascinaba a Burton era la poligamia, y le divertía comparar los harenes mormones con los que había visto en África y Oriente Próximo.

 

El hogar mormón ha sido descrito por sus enemigos como un infierno de envidia, odio y malicia, un cubil de asesinato y suicidio. Lo mismo se ha dicho del harén musulmán. Ambos, creo yo, sufren las afirmaciones del prejuicio y la ignorancia. El temperamento del harén mormón es tan superior al del musulmán que, aunque parezca increíble, las esposas rivales viven juntas en armonía; y citan el refrán “cuantas más, mejor”… Creo que hay muchos “felices hogares ingleses” que son monógamos, pero mucho más turbulentos.

 

Las mujeres mormonas no se sentían humilladas y degradadas como creían muchos, escribió, sino que eran “extraordinariamente guapas y atractivas, especialmente la Srta. X”. “Busqué en vano los harenes al aire libre en los que, según me habían informado algunos embusteros que hablan de los asuntos de los mormones, se guardaban las esposas como si fuesen ganado. En seguida me di cuenta de que ése era uno de los muchos bulos que se decían sobre ellos”. Probablemente, lanzándole a Isabel una puya, señaló que la belleza de la mujer inglesa —“un sexo al que se le enseña pronto a creerse el ombligo de la creación”— mejoraba notablemente en Utah.

Burton habla sobre la convencional defensa “fisiológica” que el mormón hacía de la poligamia: ésta erradicaba la prostitución, el concubinato, el celibato y el infanticidio. “La vieja solterona es, como debería ser”, dijo, “una entidad desconocida”. Seguía diciendo que los mormones insistían en que “en el matrimonio está estrictamente prohibida cualquier sensualidad más allá de la necesaria para asegurar la progenie” y señalaba en tono socarrón que esto hacía que la poligamia fuera, al menos para los hombres, “una necesidad positiva”.

Analizó el fenómeno de la aceptación de la poligamia por parte de las mujeres, algo que muchos encontraban inexplicable, y que Burton estaba seguro de que no podía justificarse tan sólo por "las promesas del paraíso" o "las amenazas de aniquilación". Por una parte, describía a un cierto tipo de mujer británica y americana, "consentida y mimada", "que se consideraba como si estuviera en un pedestal… agravada por un temperamento extremadamente nervioso, un cerebelo pequeño, una frigidez de constitución y una exagerada debilidad muscular" y la comparaba con la esposa mormona, soberana en su ámbito doméstico y en su maternidad, rodeada de otras mujeres y de multitud de niños, que prefiere la compañía de otras mujeres a la de los hombres. Para subrayar esto, cita al completo la defensa que hizo la señora Belinda Pratt de la poligamia. Ella defendía que “la naturaleza ha hecho a la mujer distinta al hombre; y para un propósito diferente", principalmente, la maternidad, por ello la mujer necesita “regularmente algún descanso, para que su sistema pueda permanecer puro y sano". La señora Pratt compartía a su marido con otras seis mujeres; entre todas tenían veinticinco hijos. Burton reconocía que Belinda Pratt mostraba “poco corazón o afecto natural" pero aplaudía “la pureza de su fisiología", insinuando que muchas mujeres se sentían atraídas al mormonismo porque para ellas significaba menos sexo que en el matrimonio monógamo" [316].

Aunque más tarde acusarían a Burton de defender la poligamia —lo que indignaría a Isabel—, sí que vio algunos aspectos negativos en el matrimonio polígamo de la Ciudad de los Santos. “El caprichoso egoísmo del corazón que se llama amor… se convierte en un tranquilo y poco pasional vínculo doméstico; el romance y la reverencia pasan, con auténtica concentración mormona, del amor y la libertad a la religión y la iglesia. El consentimiento de una primera esposa a una rival es rara vez negado, y un ménage a trois, en el sentido mormón de la frase, es letal para el desarrollo de ese tierno vínculo que debe limitarse sólo a dos. En su lugar, hay comodidad hogareña, afecto, amistad y disciplina doméstica". El resultado, dijo, era que Salt Lakc City tenía un ambiente que podría ser descrito como “lóbrego".

En su opinión, la poligamia musulmana estaba basada en la reverencia por el cuerpo. Los musulmanes “hacen todo lo posible para contravenir las ideas ascéticas inherentes al cristianismo, no se avergüenzan del apetito sensual, más bien lo contrario". Aunque reconocía que la poligamia sería “una amarga desgracia" para los europeos, insistía en que “en Oriente, donde el sexo es mucho más delicado, donde una muchacha se cría en la poligamia, donde, por motivos religiosos, se la separa de su marido durante el embarazo y la lactancia por espacio de tres años… el caso toma un aspecto completamente distinto y la carga, en caso de serlo, resulta mucho más ligera" [317].

La poligamia mormona, señaló, era esencialmente puritana. Los líderes condenaban la sensualidad en todos sus aspectos, y habían establecido penas extremas por adulterio, de tres a veinte años de cárcel y multas que iban desde los trescientos a los mil dólares. “Llegué a este lugar más o menos hace una semana, y estoy viviendo en olor de santidad", escribió a Norton Shaw el 6 de septiembre de 1860, “¡y es un olor bastante fuerte! Profetas, apóstoles, et hoc genus omne" [318]. Señaló en su libro que allí “una sospecha de inmoralidad es más odiosa que una reputación de derramamiento de sangre" y concluía que “en el tema de la moralidad, la comunidad mormona es quizás más pura que cualquier otra del mismo tipo".

Cuando Burton solicitó formalmente una entrevista con Bringham Young, aportó una recomendación personal de Alfred Cumming, el gobernador federal del territorio, que tenía una buena relación con el líder mormón. Al entrar en el estudio de Young en Beehive House, a Burton le sorprendió su aspecto juvenil; aunque tenía cincuenta y nueve años aparentaba cuarenta y cinco. Con ese ojo que tenía para los pequeños detalles, Burton salió de la entrevista recordando el rostro, las manos, el pelo, la ropa y gestos del líder al que consideró una persona sagaz. “La primera impresión que quedó grabada en mi mente de esta breve séance” escribió, “es que el profeta no es un hombre corriente, y que no tiene ni la debilidad ni la vanidad que caracterizan al común hombre no común". Le impresionó la ausencia de beatería, dogmatismo y fanatismo, su frialdad y la sensación de poder que emanaba. “En su actitud hay una falta absoluta de pretensión, y lleva tanto tiempo acostumbrado al poder que no le interesa nada su ostentación. Las artes con las que domina esa heterogénea masa de elementos en conflicto son una voluntad indomable, una profunda discreción y una astucia fuera de lo común" [319].

A su vez, parece ser que Bringham Young también se sintió impresionado por Burton, y le acompañó en su visita a la ciudad. Cuando Burton le preguntó si sería admitido en la congregación mormona, Young le guiñó un ojo y contestó, “creo que ya ha hecho eso antes, capitán”. Subieron la colina que había al norte de la ciudad y, desde allí, Young le señaló los principales edificios, entre ellos las casas de los hombres más importantes y la suya propia, Lion House, en la que vivían muchas de sus esposas. En ese momento, Burton se quejó en broma de que había viajado hasta Salt Lake City sin esposa y que se encontraba que todas las damas habían sido acaparadas por los mormones. Señaló con la mano derecha el lago, diciendo con tristeza, “agua, agua, agua por todas partes” —y luego señaló la ciudad “y ni una gota para beber”. Bringham Young se rio de corazón y luego se separaron, aparentemente sintiendo un gran respeto el uno por el otro. [320]

Al comparar a Bringham Young con el fundador del mormonismo, Joseph Smith, Burton describió al primero como “el San Pablo de la Nueva Dispensación: auténtico y sincero”, que daba “fuerza, energía, y consistencia al desmembrado, turbulento y poco previsor fanatismo del señor Joseph Smith” [321]. La personalidad de éste le resultaba más esquiva a Burton. Smith, que había sido asesinado por una turba en 1844, era considerado por la mayoría de escritores no mormones de la época como un charlatán: Remy, por ejemplo, le llamaba “mero impostor y especulador”, pero Burton le trató de forma más sutil y compasiva. Como él mismo había desempeñado muchas veces el papel de impostor, conocía bien el placer que produce el disfraz y el engaño. Pero, en su caso, sabía entrar y salir de sus disfraces con facilidad, siempre tenía un propósito y el control, como los actores. Aunque reconocía “el deleite” de “pasar por la vida valiéndose de subterfugios” y de “interpretar un papel hasta que, por la fuerza de la costumbre, se convierte en realidad”, Burton creía que la impostura por sí sola no podía explicar el fenómeno de Joseph Smith. Decidió retratarle como “un hombre con un talento sin pulir, de mucho valor, perseverancia invencible, movido por el fervor, con gran tacto, muy religioso, extraordinariamente firme y con una especial capacidad para gobernar a los hombres”.

Burton no intentó explicar el contenido de The Book of Mormon que, según se dice, es la traducción de unas tablas doradas que un ángel entregó a Joseph Smith, y no cayó en el error que cometían todos los estudiosos no mormones, es decir, defender la teoría de que se trataba de una nueva versión de un viejo manuscrito de un tal Salomón Spaulding. Con mucha razón vio que era imposible conciliar el concepto que tenían mormones y no mormones de John Smith. “Los mormones dicen que, aunque se demostrara que su profeta es un impostor, no dejarían de amarle y respetarle, y le seguirían en esta vida y en la siguiente. Los gentiles no le aceptarían aunque se les presentara junto a un espíritu del otro mundo” [322].

El Athenaeum, al reseñar The City of the Saints el 30 de noviembre de 1861, se quejaba así: “El capitán Burton es uno de los mejores exploradores que tenemos. A todos nos gustaría que tuviera más fe y fuera menos crédulo”. En realidad Burton era el menos crédulo de todos los observadores del mundo mormón. Lo contemplaba con una inmensa curiosidad y sin reproche alguno. Que defendiera a los mormones de algunas de las más graves acusaciones que se les hacían burlándose de las historias de las atrocidades de Danite y dando de forma imparcial versiones mormonas y no mormonas de la masacre de Mountain Meadows[323]— no quiere decir que se convirtiera en su abogado. Muy al contrario, menospreciaba su secularismo y su igualitarismo materialista, y escribió irónicamente sobre su “misticismo y pasión por los prodigios”. Cuando comentó ante algunos líderes mormones que su religión era, fundamentalmente, un conglomerado de misticismo judío, milenarismo, trascendentalismo y masonería, además de ciertos usos musulmanes, le contestaron que su religión abrazaba cualquier verdad, “viniera de donde viniera”. “La mente del hombre”, dijo, “lo que más ama son esos errores y engaños de los que se ha autoconvencido, y se convierte en un verdadero fanático respecto a las irracionalidades y cuestiones sobrenaturales ante las que se ha arrodillado su propia razón”[324].

El 20 de septiembre de 1860, Burton abandonó Sión para dirigirse hacia la costa del Pacífico. “El camino está lleno de indios y bandidos”, escribió al doctor Norton Shaw, “pero llevo el pelo tan corto que mi cabellera no merece la pena”. En American Fork se encontró con Porter Rockwell, el famoso ex guardaespaldas de Joseph Smith, cuya reputación como asesino había alcanzado proporciones míticas. Intercambiaron historias y pusieron a prueba su capacidad para ingerir vasos de whisky —bautizado en el oeste como “relámpago de Jersey, estricnina o zumo de tarántula”—. Rockwell le recomendó que evitara la ruta directa al oeste, no por los indios sino por los desperados blancos que plagaban un camino que, según él, resultaba tan apropiado para viajar como “el infierno para un almacén de pólvora”.

El viaje no careció de aventuras. El conductor de la diligencia vio hogueras indias y, temiendo una emboscada, corrió a refugiarse en la parada de postas de Egan, que encontraron reducida a cenizas. Los gosh-yutas le habían prendido fuego para vengar la muerte, la semana anterior, de diecisiete miembros de su tribu. Los lobos habían despedazado los cadáveres de los indios y los restos mutilados se encontraban semienterrados en la nieve.

Aunque había mucha más violencia y excitación en Carson City que en Salt Lake City "mis informadores me dijeron que en Carson lo normal era que hubiese ya un muerto para la hora del desayuno”—, Burton se quedó allí sólo tres días y reemprendió su camino hacia San Francisco.

Regresó a Inglaterra vía Panamá. Apenas existe información sobre esa parte del viaje, aunque parece que Burton tenía ganas de volver a casa. Es evidente que lo que había visto entre los mormones no había debilitado su interés por el matrimonio; más bien al contrario, la limpieza y el ambiente hogareño le gustaban, porque lo comparaba a menudo con la porquería de las paradas de postas no mormonas. Ver a hombres cristianos viviendo con varias mujeres atractivas, muchas de ellas inglesas, puede que le ayudara a cristalizar su determinación de seguir cortejando, al menos, a una de ellas.