4

Kennedy: El primer error

El gobierno de EEUU se muestra satisfecho por la decisión de la Unión Soviética y considera que esta acción por parte del gobierno soviético elimina un serio obstáculo para la mejoría de las relaciones entre la URSS y EEUU.

JOHN F. KENNEDY, durante su primera rueda de prensa como presidente, tras la liberación por parte de la URSS de los aviadores estadounidenses capturados,
25 de enero de 1961

Cada día la crisis se agrava. Cada día la solución parece más difícil. Cada día estamos más cerca del momento más peligroso. Me siento en la obligación de informar al congreso de que nuestros análisis durante los últimos diez días dejan claro que, en todos los ámbitos de la crisis, la marea de acontecimientos está tocando a su fin, y que el tiempo no es nuestro aliado.

El presidente KENNEDY, cinco días más tarde, durante el Discurso sobre el Estado de la Unión,
30 de enero de 1961

EL KREMLIN, MOSCÚ
10.00, SÁBADO, 21 DE ENERO DE 1961

Nikita Jrushchov llamó al embajador estadounidense en Moscú, Tommy Thompson, al Kremlin a las diez de la mañana, las dos de la madrugada en Washington, donde el presidente Kennedy aún no había regresado a la Casa Blanca tras la celebración de su investidura.

«¿Ha leído el discurso de toma de posesión?», preguntó Thompson, que observó que Jrushchov tenía un aspecto cansado, como si hubiera pasado la noche en vela. Tenía la voz ronca.

No sólo había leído el discurso, respondió Jrushchov, sino que iba a pedir a los periódicos soviéticos que lo imprimieran de forma íntegra al día siguiente, algo que ningún líder soviético había hecho antes con ningún presidente estadounidense. «Si acceden a ello, naturalmente», añadió Jrushchov con la sonrisita satisfecha de quien sabía que los directores de periódicos soviéticos harían cuanto él les ordenara.

A continuación Jrushchov le hizo un gesto al viceministro de Asuntos Exteriores, Vasili Kuznetsov, y le pidió que le leyera a Thompson la versión inglesa de un memorando que contenía su regalo para Kennedy con motivo de su toma de posesión: «El gobierno soviético, guiado por un deseo sincero de iniciar una nueva fase en las relaciones entre la Unión Soviética y Estados Unidos, ha decidido cumplir los deseos del bando americano y liberar a los dos aviadores estadounidenses, miembros de la tripulación del avión de reconocimiento RB-47 de las Fuerzas Aéreas Estadounidenses, F. Olmstead y J. McKone».

Kuznetsov dijo que la URSS también enviaría a EEUU el cuerpo del tercer aviador que había sido recuperado tras abatir el avión.

Jrushchov había calculado a la perfección el momento y la forma de lanzar su oferta, aprovechando el primer día de Kennedy en el cargo para que su acto de buena voluntad lograra el máximo impacto y así demostrar ante el mundo su buena predisposición hacia el nuevo presidente. Sin embargo, al mismo tiempo había decidido prolongar el encarcelamiento del piloto del U-2 Gary Powers que, a diferencia de lo sucedido con la tripulación del RB-47, ya había sido acusado de espionaje y condenado a diez años de cárcel tras un juicio propagandístico celebrado en agosto. Los casos de ambos aviones no podían ser más distintos en la mente de Jrushchov. Para él, el incidente del U-2 era una violación imperdonable del territorio soviético que lo había debilitado políticamente y lo había humillado personalmente a pocos días de la cumbre de París. Por ello prefería esperar hasta poder lograr una recompensa mayor por Powers.1

El noviembre anterior, justo después de que Kennedy ganase las elecciones y ante la pregunta de un intermediario sobre qué debían hacer los líderes soviéticos para fomentar un «nuevo comienzo» en las relaciones entre ambos países, el embajador estadounidense en Moscú, Averell Harriman, insistió en que Jrushchov debía liberar a los aviadores. De hecho, Jrushchov hacía ya tiempo que pensaba hacerlo: ya había logrado sacarles rédito electoral a los pilotos, que ahora podían servirle como gesto diplomático para iniciar una relación más positiva entre EEUU y la URSS.

El memorando decía que Jrushchov deseaba «pasar página en las relaciones», y que las diferencias del pasado no debían interferir en «la cooperación por un futuro mejor». Jrushchov aseguró que liberaría a los aviadores en cuanto Kennedy refrendara el borrador de declaración soviético sobre el asunto, prometiera impedir futuras violaciones aéreas del territorio soviético y asegurara que los aviadores liberados no serían utilizados como medio de propaganda antisoviética. Asimismo, Jrushchov dejó claro que si Kennedy no aceptaba esas condiciones iba a juzgar a los dos hombres por espionaje, tal como ya había hecho con Powers.

Thompson improvisó una respuesta sin esperar instrucciones de Kennedy, a quien no pensaba molestar durante su primera noche en el Dormitorio Lincoln. Thompson dijo que apreciaba la oferta, pero que EEUU seguía manteniendo que el RB-47 había sido derribado fuera del espacio aéreo soviético. En otras palabras, EEUU no iba a aceptar el borrador soviético, pues eso equivalía a confesar una incursión deliberada en su territorio.

Pero Jrushchov estaba de buen humor y decidió ser flexible.

«Las dos partes pueden mantener sus versiones», dijo. EEUU podía emitir la declaración que quisiera.

Resuelto ese tema, Thompson y Jrushchov se enfrascaron en uno de sus frecuentes intercambios sobre los méritos de sus respectivos sistemas. Thompson se quejó de un discurso que Jrushchov había pronunciado el 6 de enero y en el que había descrito la disputa entre EEUU y la URSS como un juego de suma cero en la lucha de clases mundial. Sin embargo, los dos hombres pronto entablaron una conversación amistosa que reflejaba la mejoría en la atmósfera de cooperación entre sus respectivos países.

Jrushchov bromeó diciendo que votaría por prolongar la estancia de Thompson como embajador en Moscú durante la administración Kennedy, una prórroga que Thompson deseaba pero que aún no había recibido. El líder soviético, sin embargo, añadió con un guiño que no sabía si su intercesión ante Kennedy resultaría muy provechosa.

Thompson se rió y dijo que también él tenía sus dudas.

Cuando Kennedy se enteró de la intención de Jrushchov de liberar a los aviadores, la oferta levantó sus sospechas y le preguntó al asesor de seguridad nacional McGeorge Bundy si se estaba «perdiendo algo». Sin embargo, y tras considerar los riesgos de la situación, Kennedy decidió que no podía dejar pasar la oportunidad de lograr que los aviadores estadounidenses regresaran a casa y exhibir unos resultados tan positivos con los soviéticos ya durante sus primeras horas en la presidencia. Así pues, Kennedy aceptó la oferta de Jrushchov.

El secretario de estado Dean Rusk mandó a Thompson la respuesta positiva del presidente dos días después de que Jrushchov hubiera planteado su oferta.

Entretanto, sin embargo, Jrushchov había preparado ya una batería de gestos conciliadores unilaterales. Tal como había prometido, el Pravda y el Izvestia publicaron el discurso de toma de posesión de Kennedy íntegramente y sin censuras, incluyendo incluso las partes que no le gustaban a Jrushchov; asimismo, ordenó la reducción de las interferencias estatales sobre la frecuencia de Voice of America; permitió que quinientos ancianos soviéticos se reunieran con sus familias en EEUU; aprobó la reapertura del teatro judío de Moscú y dio luz verde a la creación de un Instituto de Estudios Americanos; autorizó nuevos intercambios de estudiantes y se declaró dispuesto a pagar honorarios a los escritores estadounidenses por sus manuscritos pirateados y publicados en la URSS. Los medios estatales y del partido informaron en un coro festivo sobre las «grandes esperanzas» del pueblo soviético en la mejoría de las relaciones.

Thompson se percató de lo mucho que se alegraba Jrushchov de poder tomar la iniciativa en las relaciones entre EEUU y la URSS. Lo que seguro que no había previsto, en cambio, era lo poco que tardaría Kennedy en desdeñar sus gestos, en parte debido a un error de interpretación de uno de los telegramas del propio Thompson.

Sería el primer error de la presidencia de Kennedy.

NUEVO AUDITORIO DEL DEPARTAMENTO DE ESTADO, WASHINGTON, D.C.
MIÉRCOLES, 25 DE ENERO DE 1961

Mientras el trigésimo quinto presidente de EEUU se preparaba para anunciar a bombo y platillo la liberación de los dos aviadores en la triunfal primera conferencia de prensa de su presidencia, iniciada apenas cinco días antes, cavilaba también sobre unas nuevas informaciones recibidas desde Moscú que le hacían cuestionarse las verdaderas motivaciones de Jrushchov. Ansioso por ayudar a Kennedy, en un cable que pretendía facilitar la labor del presidente durante su primer encuentro con la prensa, el embajador Thompson había llamado la atención de Kennedy sobre el lenguaje incendiario de un discurso secreto pronunciado por Jrushchov el 6 de enero: «Creo que es un discurso que debe leer cualquiera que tenga algo que ver con los asuntos soviéticos, ya que aúna las opiniones de Jrushchov en tanto que comunista y en tanto que propagandista. Si las tomamos literalmente, las palabras de Jrushchov son una declaración de guerra fría expresada en unos términos más crudos y explícitos que nunca».

Lo que Thompson no comunicó ni a Kennedy ni a sus superiores fue que en realidad las palabras de Jrushchov no contenían nada nuevo, pues el llamado «discurso secreto» del líder soviético era poco más que un resumen para los ideólogos y propagandistas soviéticos de la conferencia de 81 Partidos Comunistas que se había celebrado el noviembre anterior. El Kremlin había publicado incluso una versión resumida dos días antes de la toma de posesión de Kennedy en Kommunist, la publicación del partido, que había pasado desapercibida en Washington. El llamamiento a las armas contra EEUU de Jrushchov en los países en vías de desarrollo respondía no tanto a una escalada de la guerra fría, tal como sugería Thompson, como al resultado de los acuerdos estratégicos con los dirigentes chinos para evitar una ruptura diplomática. Sin el contexto necesario, Kennedy concluyó que las palabras de Jrushchov constituían un «cambio de paradigma» y creyó haber encontrado la clave para desentrañar, parafraseando a Churchill, el enigma dentro del misterio de Jrushchov.

La interpretación de Kennedy de aquel discurso lo llevó a desconfiar y a restarle importancia a todos los gestos conciliatorios de Jrushchov.

Inicialmente, el presidente había respondido a los movimientos de Jrushchov con otros gestos positivos. EEUU había levantado el veto a la importación de carne de cangrejo soviética, había reanudado las conversaciones sobre aviación civil y había dado marcha atrás en la censura de la Oficina de Correos de EEUU sobre las publicaciones soviéticas. Kennedy también había pedido a sus altos cargos militares que rebajaran la beligerancia de su retórica antisoviética.

Además, el presidente Kennedy había descubierto gracias a las primeras informaciones de su servicio de espionaje que Moscú no era un adversario tan temible como había asegurado el candidato Kennedy. También recibió detalles concretos sobre lo equivocado que andaba al afirmar que se había abierto una peligrosa «brecha militar» a favor de Moscú.

Sin embargo, nada de eso alteró la convicción de Kennedy de que el discurso de Jrushchov era sumamente revelador y que, además, iba dirigido personalmente a él. Aunque ese cambio de perspectiva tendría una influencia considerable en su Discurso sobre el Estado de la Unión, que pronunciaría cinco días más tarde, Kennedy optó por no reflejar aún sus nuevas opiniones sobre Jrushchov en esa primera rueda de prensa, y nadie hizo preguntas al respecto. Los periodistas no esperaban grandes noticias aquel día; el hecho de que la primera conferencia de prensa de Kennedy fuera a transmitirse en directo para todo el país por televisión y por la radio constituía ya una novedad suficiente. De hecho, se trataba de un salto crucial respecto al hábito de Eisenhower de grabar sus conferencias de prensa y ponerlas a disposición de la prensa sólo después de una intensa labor de edición.

Dadas las peticiones sin precedentes de acreditaciones de prensa, Kennedy decidió que el acto se celebrara en el auditorio del Departamento de Estado, recientemente construido, un anfiteatro grande y tenebroso del que el New York Times dijo que tenía «un ambiente tan cálido como el de una sala de ejecuciones», con un ancho foso entre el podio elevado del presidente y los periodistas. Kennedy se reservó las novedades sobre Moscú para sus tres últimas intervenciones previstas. El día siguiente, Times escribió que un silbido de estupefacción llenó la sala cuando Kennedy anunció que los dos aviadores del RB-47, que habían estado encarcelados y sujetos a interrogatorio durante seis meses, habían salido ya de Moscú y estaban volando de vuelta a casa.

Kennedy mintió al asegurar que no había prometido nada a Jrushchov a cambio de la liberación de los aviadores. Lo cierto era que había accedido a las peticiones de Jrushchov de ampliar la prohibición de efectuar vuelos espía en territorio soviético y de mantener a los aviadores lejos de los medios de comunicación en cuanto aterrizaran en territorio estadounidense. Kennedy transmitió una imagen de seguridad y satisfacción; su primer encuentro público con los soviéticos había terminado bien. Su declaración pública seguía fundamentalmente las líneas de su telegrama a Jrushchov: «El gobierno de EEUU se muestra satisfecho por la decisión de la Unión Soviética y considera que esta acción por parte del gobierno soviético elimina un serio obstáculo para la mejoría de las relaciones entre la URSS y EEUU».

Sin embargo, en las conversaciones con amigos y asesores, la fijación de Kennedy con el discurso de Jrushchov del 6 de enero llegaba hasta el punto de que releía a menudo y en voz alta la versión traducida que llevaba consigo (en las reuniones del gabinete, en cenas y en conversaciones sin trascendencia) y a continuación pedía la opinión de sus interlocutores. Thompson había aconsejado a Kennedy que distribuyera el discurso entre sus altos cargos y el presidente le hizo caso, aconsejándoles que leyeran detenidamente el mensaje de Jrushchov y lo asimilaran poco a poco.

«Deben comprender el sentido del mensaje», decía una y otra vez. «Es importante que lo hagan, pues contiene la clave para comprender a la Unión Soviética.»

El texto hablaba del apoyo del Kremlin a «las guerras de liberación y los levantamientos populares… de los pueblos coloniales contra sus opresores en todo el mundo en vías de desarrollo». Declaraba también que el Tercer Mundo se levantaba en una revolución y que el imperialismo se debilitaba a consecuencia de la «crisis general del capitalismo». En una de las frases que Kennedy citaba con más frecuencia, Jrushchov decía: «Derrotaremos a Estados Unidos a través de pequeñas guerras de liberación. Los agotaremos a base de mordiscos en todo el planeta, en América del Sur, en África y en el sureste asiático». En referencia a Berlín, Jrushchov prometía que iba a «arrancar esa astilla del corazón de Europa».

Kennedy concluyó erróneamente que aquel cambio de política de Jrushchov justo antes de su toma de posición pretendía justamente ponerlo a prueba y que, por lo tanto, exigía una respuesta. Thompson alimentó esa línea de pensamiento en sus consejos sobre la forma en que el presidente debía gestionar las preguntas potenciales de la prensa. «Tan sólo desde un punto de vista táctico respecto a la Unión Soviética», dijo Thompson, «podría resultar ventajoso que el presidente argumentara que no comprende por qué alguien que asegura querer negociar con nosotros publica unos pocos días antes de su toma de posesión un discurso que equivale a una declaración de guerra fría y que refleja su determinación de provocar la caída del sistema estadounidense.»

Ciertamente, la URSS y China habían acordado una política más activa y militante respecto a los países en vías de desarrollo. El entonces secretario de estado Christian A. Herter le había dicho al presidente Eisenhower que la cumbre comunista había presentado «una serie de señales de peligro a las que Occidente haría bien en prestar atención, como por ejemplo el llamamiento a fortalecer por todos los medios la capacidad militar y el poder defensivo del bloque socialista en su conjunto». Herter, sin embargo, le había restado importancia al llamamiento ritual al mantenimiento y la intensificación de la guerra fría, pues consideraba que no se trataba de «nada nuevo».

Eisenhower había oído tantas bravatas similares de Jrushchov durante su presidencia que ante aquella última se limitó a encogerse de hombros. En cambio Kennedy, que combinaba la falta de experiencia con una gran confianza en sus instintos, magnificó lo que Eisenhower había decidido ignorar. Y por eso le pasó por alto el punto crucial de aquella cumbre comunista, que le habría permitido comprender la posición de Jrushchov mucho mejor que su retórica. Herter le había dicho a Eisenhower que lo más significativo había sido el éxito sin precedentes de los líderes chinos a la hora de poner en tela de juicio el liderazgo soviético sobre el mundo comunista, a pesar de que Moscú había invertido cuatro meses en intentar hacer valer su influencia para poner cerco a las tesis de Mao.

El primer error de interpretación de Kennedy en relación a los soviéticos obedecía a diversos motivos. Por una parte, el telegrama de Thompson había tenido un considerable impacto. Kennedy también se sentía instintivamente atraído por un enfoque más duro de la cuestión soviética debido a la popularidad de la que gozaba esa actitud entre los votantes estadounidenses, a la influencia anticomunista de su padre y a su deseo de encontrar una causa en la que centrar su presidencia, que había prometido que sería «una época de grandeza». Su visión de la historia también desempeñó su papel. Su tesis doctoral en Harvard, publicada en julio de 1940 y que le valió una matrícula de honor, trataba acerca de la política de contemporización de los ingleses respecto a los nazis en Múnich. En un juego de palabras con el título del libro de su héroe Churchill, Mientras Inglaterra dormía, Kennedy tituló su tesis ¿Por qué dormía Inglaterra?

A Kennedy no iban a pescarlo dormido.

El presidente andaba buscando un gran reto y parecía que Jrushchov se lo estaba ofreciendo en bandeja. Su administración aún no había trazado formalmente su política respecto al Kremlin, ni tampoco había celebrado ninguna reunión para abordar la forma de tratar con Jrushchov. A pesar de ello, Kennedy decidió abandonar súbitamente la estudiada ambigüedad hacia la URSS que había marcado su discurso de toma de posesión pronunciado apenas diez días antes y redactar uno de los Discursos sobre el Estado de la Unión más apocalípticos que jamás hubiera pronunciado un presidente de Estados Unidos.

Kennedy empezó detallando los retos internos a los que se enfrentaba el país, desde los siete meses de recesión hasta los nueve años de descenso de los ingresos agrícolas. «Sin embargo, todos esos problemas quedan en un segundo plano al compararlos con los que se nos plantean en el resto del mundo.» Entonces, leyendo unas palabras que él mismo había introducido en la versión final, dijo: «Cada día la crisis se agrava. Cada día la solución parece más difícil. Cada día estamos más cerca del momento más peligroso. Me siento en la obligación de informar al Congreso de que nuestros análisis durante los últimos diez días dejan claro que, en todos los ámbitos de la crisis, la marea de acontecimientos está tocando a su fin, y que el tiempo no es nuestro aliado».

Aunque la información que había recibido durante esos últimos diez días indicaba que China y la Unión Soviética estaban sumidas en una pugna cada vez más feroz, Kennedy insistió, basándose en el discurso del 6 de enero, en que ambos países habían «expresado con vehemencia en los últimos días» sus ambiciones «de dominación mundial».

A continuación reveló que le había pedido al secretario de defensa, Robert McNamara, que «reevalúe toda nuestra estrategia de defensa».

Kennedy no podría haber moldeado su retórica de forma más evidente a imagen de la de sus héroes, Churchill y Lincoln, en lo que él percibía como un momento de gran peligro. En su momento, Churchill había dicho: «Estoy convencido de que para conquistar sólo hay que resistir». En su discurso de Gettysburg, Lincoln había definido la guerra civil como una prueba que iba a demostrar «si una nación nacida en libertad y basada en la asunción de que todos los hombres son iguales… es capaz de resistir».

Situándose a sí mismo en el punto de mira de la historia, Kennedy declaró ante el Congreso y ante todo el país: «Antes del fin de mi mandato, deberemos demostrar de nuevo si un país organizado y gobernado como el nuestro es capaz de resistir».

Retórica memorable basada en una interpretación errónea.

EL KREMLIN, MOSCÚ
LUNES, 30 DE ENERO DE 1961

Jrushchov aún esperaba una respuesta sobre sus múltiples peticiones para acordar una reunión temprana con Kennedy, cuando el Discurso presidencial sobre el Estado de la Unión le deparó el primer revés en lo que el líder ruso percibiría como una serie de humillaciones. Dos días más tarde, Jrushchov recibió otra humillación cuando EEUU probó su primer misil balístico intercontinental Minuteman.

Cuatro días más tarde, y durante una conferencia de prensa en el Pentágono, McNamara humilló de nuevo a Jrushchov (al tiempo que ponía en evidencia a la Casa Blanca) al calificar de «disparate» la declaración de Jrushchov según la cual su país estaba incrementando su superioridad armamentística en relación con EEUU. Tanto en la tecnología de sus misiles como en su potencial de ataque en general, aseguró McNamara, EEUU gozaba aún de una ventaja considerable. McNamara añadió que los dos países poseían aproximadamente el mismo número de misiles, y aunque no mencionó que los estadounidenses disponían de 6.000 cabezas de guerra y unas trescientas los soviéticos, lo cierto era que había dejado a Jrushchov en evidencia en público.

Tras el fracaso original de sus negociaciones con Eisenhower en 1960, Jrushchov había asumido un riesgo político significativo felicitándose públicamente por la elección de Kennedy, liberando a los aviadores estadounidenses, ofreciendo otros gestos conciliatorios y proponiendo una reunión temprana con el nuevo presidente. La reacción negativa de Kennedy, sus pruebas con misiles balísticos intercontinentales y la afirmación de McNamara no hicieron más que reforzar los argumentos de los enemigos de Jrushchov, que lo acusaban de ingenuidad respecto a las intenciones estadounidenses.

El 11 de febrero, Jrushchov regresó antes de lo previsto de un viaje por las regiones agrícolas de la Unión Soviética para asistir a una reunión urgente del Presidium en la que sus rivales exigieron un cambio de rumbo político para hacer frente a lo que consideraban una nueva demostración de beligerancia por parte de EEUU.

El líder soviético tuvo que replantearse su enfoque. Había fracasado en su deseo de reunirse con Kennedy antes de que el nuevo presidente pudiera fijar una nueva línea de actuación respecto a Moscú. El líder soviético no podía mostrar debilidad tras el inesperado Discurso sobre el Estado de la Unión de Kennedy; por eso decidió modificar inmediatamente el tono de sus palabras sobre Kennedy y su administración y reemplazarlo por un discurso agresivo sobre las capacidades nucleares soviéticas. Los medios soviéticos también viraron su curso.

La luna de miel entre Kennedy y Jrushchov había terminado antes incluso de empezar. Los malentendidos habían envenenado la relación entre los dos hombres más poderosos del mundo antes incluso de que Kennedy celebrara la primera reunión sobre política soviética.

SALA DEL GABINETE DE LA CASA BLANCA, WASHINGTON, D.C.
SÁBADO, 11 DE FEBRERO DE 1961

Doce días después de pronunciar su Discurso sobre el Estado de la Unión, Kennedy reunió por primera vez a sus principales expertos sobre la realidad soviética para sentar las bases de la política de su administración. Estaba decidido a enmendar la situación.

Kennedy no era ni el primer ni el último presidente electo de EEUU que debía improvisar la dirección política de su gobierno en un discurso antes de poder tratar el asunto en el marco de una reunión formal. Aunque su administración apenas había cumplido los treinta días, los asistentes a la reunión (entre quienes había partidarios tanto de endurecer como de suavizar la postura del gobierno respecto a Moscú) se percataron pronto de que los primeros gestos de Jrushchov y la dura respuesta posterior de Kennedy habían puesto ya en marcha un traqueteante tren que ahora esperaban poder enderezar.

Aquella reunión, tan largamente esperada, iba a poner de relieve tanto la sed de conocimientos de Kennedy como su constante indecisión en lo tocante al trato que debía dispensar a Jrushchov, a pesar de la claridad de ideas que parecía desprenderse de su discurso. El presidente había reunido en la Sala del Gabinete al vicepresidente Lyndon Johnson, el secretario de estado Dean Rusk, el consejero de seguridad nacional McGeorge Bundy, el embajador estadounidense en Moscú Thompson y tres antiguos embajadores en Moscú: Charles «Chip» Bohlen, que seguía siendo el experto en asuntos rusos del Departamento de Estado, George Kennan, el nuevo embajador de Kennedy en Yugoslavia y Averell Harriman, al que Kennedy había nombrado «embajador general».

En los días precedentes a la reunión había habido un aluvión de telegramas y reuniones preparatorias. Thompson era el que había estado más ocupado, pues había enviado una serie de largos telegramas con el objetivo de poner al nuevo presidente y su administración al corriente en todos los aspectos de su mayor reto en política exterior. Kennedy había decidido mantener a Thompson como embajador, en gran medida por el contacto ya existente entre éste y Jrushchov. Aquél era su primer viaje a Washington D.C. desde que se tomara esa decisión. Thompson estaba encantado de poder servir a un presidente que no sólo era demócrata, como él, sino que ya había demostrado que leería sus telegramas con mucha más atención de la que jamás le había dispensado Eisenhower.

A sus cincuenta y seis años, Thompson no tenía el encanto de su predecesor Bohlen, ni tampoco era un hombre brillante como Kennan, pero nadie dudaba de sus conocimientos, ni tampoco de su historial. Había ganado la Medalla de la Libertad de Estados Unidos y se había granjeado las simpatías de los soviéticos al permanecer en Moscú como diplomático estadounidense durante la peor época del sitio nazi, tras la huida de su embajador.

Después de la guerra, Thompson había tomado parte en prácticamente todas las negociaciones relacionadas con los soviéticos, desde la Conferencia de Potsdam de julio de 1945 hasta las conversaciones sobre la independencia de Austria en 1954 y 1955. Era famoso por su sangre fría, tanto jugando al póquer con el personal de la embajada como enfrentándose a los rusos en el tablero de ajedrez de la política internacional. Thompson declaró que había llegado la hora de que Kennedy decidiera «qué dirección política adoptaremos en relación con la Unión Soviética».

En privado, Thompson había criticado la incapacidad de Eisenhower a la hora de aprovechar los esfuerzos de los postestalinistas para rebajar las tensiones de la guerra fría. En ese sentido, estaba de acuerdo con Jrushchov cuando éste afirmaba que sus esfuerzos por reducir la tensión no habían obtenido recompensa. En un telegrama de 1959, Thompson había escrito: «Hemos rechazado todas las propuestas, o hemos vinculado su aceptación a condiciones que ningún comunista podría aceptar». Al explicar la decisión de Jrushchov de desencadenar la Crisis de Berlín en 1958, Thompson dijo: «Estamos rearmando a Alemania y reforzando nuestras bases alrededor de la URSS. En su opinión, nuestras propuestas para la resolución del problema alemán podrían suponer la disolución del bloque comunista y amenazarían el mismísimo régimen de la Unión Soviética».

Durante los días previos a la reunión del 11 de febrero, Thompson se esforzó por transmitir una visión de Jrushchov más meticulosa y matizada de la que había ofrecido antes del Discurso sobre el Estado de la Unión de Kennedy. El embajador consideraba a Jrushchov como el menos doctrinario y el mejor de los líderes soviéticos posibles, dadas las alternativas. «Es el más pragmático de todos y en general se inclina por convertir su país en un sitio más normal», escribió Thompson, en el lenguaje sucinto de los telegramas diplomáticos. En referencia a los opositores de Jrushchov dentro del Kremlin, Thompson advirtió que el líder soviético podía desaparecer durante el mandato de Kennedy «por causas naturales u otras».

En cuanto a Berlín, Thompson afirmó en un telegrama que los soviéticos estaban más preocupados por el problema alemán en su conjunto que por la suerte de la ciudad dividida. Thompson aseguró que Jrushchov deseaba por encima de todo estabilizar los regímenes comunistas de la Europa del Este, «en particular el de la Alemania del Este, que es probablemente el más vulnerable». Añadió que los soviéticos «están profundamente preocupados por el potencial militar alemán y temen que la Alemania Federal termine pasando a la acción y los obligue a elegir entre desencadenar otra guerra mundial o retirarse de la Alemania del Este».

Thompson admitía que nadie podía saber con exactitud qué intenciones tenía Jrushchov en cuanto a Berlín, aunque Thompson creía que el líder soviético intentaría resolver el asunto durante 1961 debido a la creciente presión del régimen de Ulbricht, que se sentía amenazado por el uso cada vez más frecuente de Berlín como ruta de escape por parte de los refugiados y como base para actividades de espionaje y propaganda occidental. Thompson aseguraba también que las decisiones de Jrushchov sobre Berlín se verían influenciadas por otros aspectos, desde los incentivos comerciales que pudiera ofrecerle Kennedy hasta las presiones internas a las que se viera sometido. Thompson aseguraba que Jrushchov «estaría dispuesto a no llevar la situación a un punto crítico» en relación con Berlín antes de las elecciones alemanas de septiembre si Kennedy le ofrecía alguna esperanza de que posteriormente se podrían realizar avances.

Un telegrama tras otro, Thompson intentó ofrecer un seminario de emergencia a la nueva administración sobre cómo abordar el tema de Berlín con los soviéticos. Sin embargo, el punto de vista de Thompson se encontraba con la oposición de otras voces que abogaban por una política más estricta respecto a Moscú. Walter Dowling, el embajador de EEUU en la Alemania Federal, envió un telegrama desde Bonn en el que afirmaba que Kennedy debía mostrarse duro con los soviéticos para que Jrushchov comprendiera que no iba a encontrar una forma «no dolorosa de menoscabar las posiciones occidentales en Berlín Oeste» y que cualquier intento en ese sentido planteaba tantos riesgos para Moscú como para Washington.

Desde Moscú, sin embargo, Thompson apostaba porque la administración Kennedy buscara métodos no militares para luchar contra el comunismo. Thompson afirmó que el presidente debía garantizar que el sistema estadounidense funcionaba, asegurarse de que la alianza de países occidentales seguía unida y demostrarle con hechos al Tercer Mundo y a las antiguas colonias recientemente independizadas que el futuro pertenecía a Estados Unidos y no a la URSS. Al mismo tiempo, expresaba su preocupación por los errores estadounidenses en la América Latina en una época en que los retos planeados por China obligaban a los soviéticos a rejuvenecer su «postura revolucionaria».

«Estoy convencido de que nos equivocaremos si tratamos la amenaza comunista como una cuestión de naturaleza fundamentalmente militar», escribió en un telegrama que gozó de especial difusión en Washington. «Creo que los líderes soviéticos hace tiempo ya que han comprendido el significado del poder militar atómico. Son conscientes de que la guerra a gran escala ya no es un medio aceptable para conseguir sus objetivos. Aun así, y por motivos obvios, es evidente que debemos mantener nuestra pólvora seca y disponer de una buena cantidad.»

Como si pretendiera contar con un contrapeso a Thompson, Kennedy anunció el 9 de febrero que iba a devolver a la palestra al secretario de estado de Harry Truman, Dean Acheson. Tras años de experiencia, Acheson estaba convencido de que la única forma de responder al Kremlin era mediante una política de fuerza. A instancias de Kennedy, uno de los partidarios de la línea dura más reconocidos de EEUU iba a dirigir los estudios de la administración sobre Berlín, la OTAN y lo relativo a lograr el equilibrio entre armas convencionales y armas nucleares en futuras contiendas militares con los soviéticos. Aunque Acheson no participó en la reunión convocada para dos días después de su nombramiento, pronto empezaría a actuar como antídoto a la postura más dialogante de Thompson.

La reunión del 11 de febrero ejemplificaría a la perfección la forma en que el nuevo presidente iba a tomar sus decisiones. Primero reuniría a las mentes más brillantes sobre un asunto determinado y a continuación dejaría que se tiraran los platos por la cabeza mientras él los iba provocando con sus sagaces preguntas. En un documento secreto que resumía la reunión y que tituló «Pensamiento de los líderes soviéticos», Bundy organizó los temas tratados en cuatro grandes apartados: (1) estado general de la Unión Soviética y de sus líderes; (2) actitudes soviéticas respecto a EEUU; (3) políticas y actitudes estadounidenses útiles, y finalmente, el punto más importante: (4) de qué forma debe negociar Kennedy con Jrushchov.

Bohlen se sorprendió de que Kennedy, que tan tajante se había mostrado durante su Discurso sobre el Estado de la Unión, tuviera tan pocos prejuicios sobre la Unión Soviética. «Nunca había visto a ningún presidente con tantas ganas de aprender», aseguró Bohlen. Kennedy no tenía demasiado interés en las crípticas sutilezas de la doctrina soviética, lo que quería eran consejos prácticos. «Veía Rusia como un país grande y poderoso y nosotros éramos un país grande y poderoso; Kennedy creía que tenía que haber alguna base sobre la cual los dos pasíses pudieran vivir sin destrozarse mutuamente.»

Los hombres que tenía ante sí diferían de forma fundamental en sus puntos de vista sobre Moscú. A Bohlen le preocupaba que Kennedy pudiera subestimar la determinación de Jrushchov de expandir el comunismo mundial. Kennan, en cambio, tenía dudas sobre si Jrushchov estaba realmente al mando; en su opinión, el líder soviético debía hacer frente a una «oposición considerable» liderada por los restos del estalinismo, que no veían con buenos ojos sus negociaciones con Occidente. Por ello, Kennedy debía estar preparado para tratar con el «colectivo». Thompson, por su parte, argumentaba que, aunque el gobierno soviético era un colectivo de personalidades, el papel de Jrushchov era cada vez más determinante. En su opinión, sólo un grave error en política exterior o en lo tocante a la producción agrícola podía hacer peligrar el control político de Jrushchov. En ese sentido Thompson preveía problemas, pues era probable que Jrushchov tuviera que enfrentarse a su tercer año consecutivo de malas cosechas.

Según Thompson, la «esperanza de futuro» de EEUU pasaba por la evolución de la sociedad soviética hacia una sociedad más sofisticada y orientada al consumo. «Los soviéticos se están aburguesando muy rápidamente», afirmó. A partir de sus largas conversaciones con Jrushchov, Thompson aseguraba que el líder soviético intentaba ganar tiempo para que la economía soviética pudiera progresar en esa dirección. «Pero para ello necesita un período sin grandes altibajos en política exterior.»

Ése era el motivo, según Thompson, por el que Jrushchov deseaba reunirse pronto con Kennedy. Aunque había respondido al incidente con el U-2 como si se tratara de un ataque contra su orgullo, que lo había llevado a cortar las comunicaciones con la Casa Blanca, Jrushchov estaba de nuevo ansioso por lograr avances. Thompson creía que Kennedy debía mostrarse abierto a una reunión, ya que la política exterior de Jrushchov dependía en gran medida de la interacción personal que éste estableciera con sus homólogos.

Otros de los asistentes a la reunión se mostraron más cautos y se preguntaron qué beneficios podía reportar un encuentro con un líder soviético que describía EEUU como «el principal enemigo de la humanidad». Bohlen se oponía a la sugerencia de Jrushchov de que la reunión tuviera lugar durante una sesión de la ONU, pues «el líder soviético es incapaz de resistirse a un podio». Harriman, finalmente, le recordó a Kennedy que el protocolo exigía que se reuniera primero con sus aliados.

Independientemente del timing, Kennedy dejó claro a los presentes en la reunión que deseaba entrevistarse con Jrushchov. El presidente tenía la sensación de que sólo después de hacerlo iba a poder desarrollar todo el potencial de su presidencia. Tal como le dijo a su asesor y viejo amigo Kenneth O’Donnell, «tengo que demostrarle que puedo ser tan duro como él, pero eso no lo conseguiré mandándole mensajes a través de otras personas. Tengo que sentarme con él y hacerle ver con quién está tratando». Por otro lado, el resto de países (incluidos los aliados estadounidenses) habían optado por la cautela en los asuntos más delicados hasta ver cuál era la relación entre Kennedy y Jrushchov.

Kennedy le dijo al grupo que quería evitar una «cumbre» con todas las de la ley, que en su opinión era necesaria tan sólo cuando el mundo estaba amenazado por la posibilidad de una guerra, o cuando los líderes estaban preparados para firmar acuerdos importantes ya precocinados por funcionarios de rango inferior. Lo que deseaba era un encuentro personal e informal para formarse una impresión de primera mano de Jrushchov que le permitiera disponer de más elementos para decidir cómo debía tratar con él. Kennedy quería abrir los canales de comunicación con los soviéticos para evitar los errores de cálculo que habían provocado ya tres guerras a lo largo de su vida. En la era nuclear, nada preocupaba más a Kennedy que la perspectiva de un error de cálculo.

«Mi obligación es tomar decisiones que ningún asesor ni aliado puede tomar por mí», dijo. Y para asegurarse de que tomaba las decisiones correctas, dijo Kennedy, necesitaba información y conocimientos personales en profundidad que sólo Jrushchov le podía proporcionar. Al mismo tiempo, también quería exponerle las opiniones de EEUU al líder soviético, «de forma precisa y realista, y teniendo ocasión de discutirlas y aclararlas».

Diez días más tarde, el 21 de febrero, el mismo grupo de expertos y funcionarios de alto rango volvieron a reunirse y decidieron que Kennedy mandara una carta a Jrushchov invitándolo a reunirse con él. Jrushchov había sugerido realizar un encuentro en Nueva York en marzo, aprovechando una sesión especial de desarme de la ONU. Para descartar esa opción, Kennedy propondría una reunión durante la primavera en una ciudad europea neutral, ya fuera Estocolmo o Viena. Cuando entregara la carta escrita a mano por Kennedy en Moscú, Thompson le explicaría a Jrushchov que el presidente necesitaba tiempo para consultar con sus aliados.

El 27 de febrero, Bundy solicitó al Departamento de Estado en nombre del presidente que elaborase un informe sobre el problema de Berlín. El informe debía centrarse en «los aspectos políticos y militares del problema de la Crisis de Berlín, y esbozar una posición negociadora sobre Alemania para enfocar posibles conversaciones entre las cuatro potencias».

Esa misma tarde Thompson llegó a Moscú con la carta del presidente Kennedy. Desde su elección como presidente, habían pasado las diez semanas de transición y un mes de su presidencia antes de que Kennedy estuviera preparado para responder a los múltiples llamamientos de Jrushchov para obtener audiencia, así como también a sus repetidos gestos encaminados a mejorar las relaciones.

Sin embargo, cuando Thompson llamó al ministro de Asuntos Exteriores Gromyko para fijar una fecha para entregar la tan esperada respuesta de Kennedy, el interés de Jrushchov ya se había desvanecido. El líder soviético debía reanudar su periplo agrícola por la Unión Soviética, dijo Gromyko, y por ese motivo no iba a poder recibir a Thompson ni esa tarde ni tampoco la mañana siguiente, antes de partir. El tono gélido de Gromyko no podría haber transmitido el desaire de Jrushchov de forma más clara.

Thompson protestó, recalcando ante Gromyko la importancia de la carta que llevaba consigo. Dijo que iría «donde fuera y cuando fuera» para ver a Jrushchov. Gromyko respondió que no podía garantizar dónde iba a estar Jrushchov en ningún momento. La extensión de la presencia de Thompson como embajador en Moscú obedecía en gran medida a su teórico acceso a Jrushchov, de modo que su incomodidad al informar de la situación a Washington resulta comprensible.

Al día siguiente, Jrushchov pronunció en Sverdlovsk un discurso que reflejaba claramente su hosco estado de ánimo: «La Unión Soviética posee los misiles más poderosos del mundo y suficientes bombas atómicas y de hidrógeno como para borrar a sus agresores de la faz de la Tierra», aseguró.

Lejos quedaba su brindis de Año Nuevo, en el que había expresado su deseo de que la presidencia de Kennedy pudiera aportar «nuevos aires» a la relación. Kennedy había malinterpretado las intenciones de Jrushchov y la respuesta airada del líder soviético a lo que percibía como un desprecio había menoscabado aquella fugaz posibilidad de mejorar las relaciones entre ambos países.

Thompson iba a tener que volar a Siberia para evitar que la situación empeorase aún más.

En Alemania, mientras tanto, la situación no mejoraba en absoluto.

1. Powers no sería liberado hasta más de un año más tarde, el 10 de febrero de 1962, cuando fue intercambiado en el puente de Glienicke, en el Berlín Oeste, por el coronel Rodolf Abel, el alias que utilizaba el legendario espía ruso William Fischer, cuyas proezas lo llevarían incluso a que su rostro apareciera más tarde en un sello soviético.