Jerusalén es arrasada

Cuando el ejército no tenía ya a nadie 1 a quien matar ni nada que saquear y cuando su furor carecía de todo aliciente, pues si hubieran tenido algo en que ocuparse no se habrían abstenido ni habrían tenido ningún miramiento con nada, César ordenó demoler toda la ciudad y el Templo y dejar en pie las torres[1] Fasael, Hípico y Mariamme, que eran más altas que las demás, y toda la parte de la muralla que cercaba a la ciudad por el oeste. Esta última habría de servir de campamento para la guarni2ción que quedara allí, mientras que las torres tendrían la finalidad de mostrar a la posteridad cómo era la ciudad y cómo era la fortificación sobre la que se impuso el valor romano. Los encargados de la demolición allanaron la tota3lidad del resto del recinto de la ciudad de tal forma que los que vinieran a este lugar no creerían que éste hubiera sido habitado alguna vez[2]. Éste fue el final de Jerusalén, ciudad 4ilustre y renombrada entre todos los hombres, que provocó la locura de los sediciosos[3].

Alabanzas y recompensas al ejército romano

5César decidió dejar allí como guarnición la legión décima[4], algunos destacamentos de caballería y algunas cohortes de infantería. Después de haber ya solucionado el conjunto de los asuntos bélicos, deseaba felicitar a todo su ejército por sus éxitos y dar las recompensas merecidas a los que habían destacado en la 6contienda. Levantó una gran tribuna en medio del primer campamento[5], se subió a ella con sus generales para que todas sus tropas le escucharan y les manifestó su profunda gratitud por la buena disposición que en todo momento habían 7demostrado. Les alabó por la obediencia, así como por la valentía, que durante toda la guerra habían tenido en medio de muchos y grandes peligros. De esta forma ellos habían contribuido a aumentar el poder de su patria y habían demostrado ante todos los hombres que ni el número de los enemigos ni sus fortificaciones ni la grandeza de las ciudades ni la audacia irracional ni la bestial crueldad del adversario serían capaces de escapar nunca al valor de los romanos, aunque algunos de los enemigos con frecuencia se encontraran con que la Fortuna estaba de su lado. Añadió 8también que era un honor que ellos hubieran concluido la guerra, que duraba ya mucho tiempo, pues, cuando la empezaron, no deseaban un resultado mejor que éste. Sin embar9go, para ellos más glorioso y brillante que este hecho era el que todos habían aceptado gustosos a los que ellos mismos habían elegido y enviado a su patria[6] para dirigir y administrar el Imperio romano, el que todos aprobaban sus decisiones y estaban agradecidos a los que habían hecho esta elección. En consecuencia, dijo que admiraba y quería a to10dos, pues sabía que ninguno de ellos había demostrado un ardor menor del que había podido. Manifestó que enseguida 11concedería las recompensas y los honores a los que habían luchado brillantemente con un vigor inmenso, a los que habían adornado su vida con proezas y a los que con sus éxitos habían dado una gloria mayor a su ejército. Añadió que ninguno de los que habían querido esforzarse más que otros se vería privado de su justo premio. En efecto, ésta iba a ser 12para él la mayor preocupación, pues prefería recompensar el valor de los que le habían acompañado en la guerra que castigar sus errores.

Inmediatamente ordenó a los que tenían asignado este 13cometido leer la lista de los que habían actuado con distinción en la guerra. A cada uno le llamaba por su nombre, les 14alababa según se le iban acercando y se alegraba como si se tratara de sus propios éxitos. Les impuso coronas de oro, collares, pequeñas lanzas también de oro y les hizo entrega 15de estandartes fabricados en plata. A cada uno de ellos le ascendió a un grado superior. Por otra parte, les repartió también del botín una gran cantidad de plata, de oro, de ves16tidos y de otros objetos conseguidos en los saqueos. Cuando todos recibieron sus honores, según el propio Tito había considerado que lo merecía cada uno, éste expresó sus votos por el bienestar de la totalidad de su ejército, bajó entre una inmensa aclamación y celebró los sacrificios en acción de gracias por la victoria. Inmoló todos los bueyes que en gran cantidad habían sido dispuestos en los altares y se los 17repartió al ejército para el banquete. Tito en persona participó con sus oficiales de la fiesta durante tres días, luego envió al resto[7] de sus fuerzas allí donde le pareció más conveniente y a la décima legión le encomendó la guardia de Jerusalén sin mandarla de nuevo al Éufrates, que es donde 18antes estaba[8]. Al recordar que la duodécima legión, que dirigía Cestio, se había retirado ante los judíos[9], la sacó de todo el territorio sirio, pues antes había estado en Rafanea[10], y la envió a la llamada Melitene[11], que está junto al Éufrates 19en los límites de Armenia y Capadocia. Consideró oportuno que dos legiones, la quinta y la decimoquinta, se quedaran 20con él hasta que llegara a Egipto. Bajó con su ejército a Cesarea Marítima, dejó allí el grueso del botín y ordenó poner bajo custodia a los prisioneros de guerra, pues el invierno impedía navegar a Italia[12].

Vespasiano en Italia. Tito en Cesarea de Filipo

Cuando Tito César se hallaba dedica21do al asedio de Jerusalén, Vespasiano embarcó en una nave mercante y viajó desde Alejandría a Rodas. Desde allí navegó en 22trirremes, pasó por todas las ciudades del recorrido, que le recibieron con júbilo, se trasladó de Jonia a Grecia y, luego, de Corcira[13] al promontorio de Yapigio[14], desde donde continuó el trayecto por tierra. Tito partió de 23Cesarea Marítima y se dirigió a la llamada Cesarea de Filipo, en la que permaneció durante mucho tiempo y donde ofreció todo tipo de espectáculos. En esta ciudad perecieron 24muchos prisioneros de guerra, unos fueron arrojados a las fieras y a los demás se les obligó a luchar en grupos unos contra otros, como si fueran enemigos[15]. En aquel lugar 25Tito también se enteró de la captura de Simón, hijo de Giora, que tuvo lugar de la siguiente manera[16].

Simón es apresado

26Este Simón, que estaba en la Ciudad Alta durante el asedio de Jerusalén, cuando el ejército romano llegó al interior de las murallas y devastó toda la ciudad, tomó entonces a sus amigos más fieles y con ellos también a unos picadores de piedra, así como la herramienta necesaria para su trabajo y provisiones que pudieran ser suficientes para muchos días, y con todos ellos se 27escondió en un subterráneo que no estaba a la vista. Avanzaron dentro toda la profundidad de la antigua galería y, cuando se encontraron con tierra firme, la minaron con la esperanza de poder continuar más adelante y salvarse tras 28hacer un agujero de salida en un lugar seguro. Sin embargo, la realidad de los hechos demostró que esta esperanza era falsa, pues cuando los minadores apenas habían avanzado un poco con dificultad, las provisiones estaban ya a punto 29de acabarse, aunque las tenían racionadas. Entonces Simón, que pensaba engañar a los romanos dándoles un susto, se revistió de una túnica blanca, se abrochó encima un manto púrpura y salió de debajo de la tierra[17] en aquel mismo lu30gar en el que antes estaba el Templo. Al principio, los que lo vieron se llenaron de asombro, luego se aproximaron a él 31y le preguntaron quién era. Simón no les respondió nada, sino que mandó llamar a su general. Rápidamente corrieron a avisarle y se presentó Terencio Rufo, que tenía encomendado el mando del ejército. Éste se enteró por boca de Simón de toda la verdad, le puso encadenado bajo custodia e informó a César de cómo había sido capturado. En castigo por 32la crueldad que había ejercido contra sus conciudadanos, que él había dirigido con una tiranía tan terrible, Dios puso a Simón a merced de sus peores enemigos. No cayó en sus 33manos a la fuerza, sino que se entregó voluntariamente al suplicio, después de que él mismo había ejecutado cruelmente a muchos judíos bajo la falsa acusación de pasarse a los romanos. En efecto, la maldad no escapa a la cólera de 34Dios ni es débil su justicia, sino que el tiempo persigue a los que han actuado en contra de ella y da a los culpables su más severo castigo, cuando creían haberse librado ya de ella por no haber sido castigados inmediatamente. Esto es lo que aprendió Simón al caer bajo el furor de los romanos. Ade35más, el hecho de que saliera de debajo de la tierra propició en aquellos días el descubrimiento de un gran número de otros sediciosos en las galerías subterráneas. Simón fue conduci36do lleno de cadenas ante César, que había regresado a Cesarea Marítima. Este último ordenó que le guardaran para la celebración del triunfo que se preparaba en Roma.

Espectáculos con prisioneros judíos en Cesarea y Berito

Durante su estancia en Cesarea, Tito 37festejó con esplendor el cumpleaños de su hermano[18], en cuyo honor ejecutó una gran cantidad de prisioneros judíos. El nú38mero de los que perecieron luchando con las fieras, abrasados por las llamas y en peleas entre ellos alcanzó más de dos mil quinientos. No obstante, aunque les aniquilaban de múltiples formas, a los romanos esto les parecía un castigo menor. A continuación César llegó a Berito, 39una ciudad fenicia colonia de los romanos[19]. Allí hizo una parada más larga y celebró con una brillantez aún mayor el aniversario de su padre[20] con magníficos espectáculos y con 40otros dispendios que desplegó con ingenio. Al igual que ocurrió antes, también fue ejecutada una gran cantidad de prisioneros de guerra.

Los judíos de Antioquia

41Por aquel entonces sucedió que los judíos, que se habían quedado en Antioquia, fueron acusados y corrieron el peligro de ser aniquilados, pues se alzó contra ellos la ciudad de los antioquenos a causa de las calumnias que entonces se habían levantado contra ellos y por los acontecimientos que habían tenido lugar no mucho 42antes[21]. Hay que hablar brevemente sobre estos hechos, para que así sea más fácil la comprensión de lo que ocurrió después.

43La nación judía estaba muy diseminada entre la gente de todo el orbe habitado, sobre todo estaba fusionada de una forma destacada en Siria por la proximidad de este país y era muy numerosa en Antioquia debido al tamaño de esta ciudad y, en especial, porque los reyes que sucedieron a Antíoco[22] habían procurado seguridad a los judíos para vivir 44allí. Pues Antíoco, llamado Epífanes[23], devastó Jerusalén y saqueó el Templo[24], mientras que los que accedieron al trono después de él devolvieron a los judíos de Antioquía todas las ofrendas de bronce, las depositaron en su sinagoga[25] y les otorgaron participar de la ciudadanía en igualdad de condiciones que los griegos[26]. Los monarcas posteriores les 45trataron de la misma forma, por lo cual los judíos aumentaron en número y embellecieron el Templo con ornamentos y con magníficas ofrendas[27]. Constantemente atraían a un gran número de griegos a sus ritos religiosos y de algún modo 46éstos formaban ya parte de la comunidad judía[28]. En el preciso momento en que estalló la guerra, nada más desembarcar Vespasiano en Siria y cuando el odio contra los judíos 47estaba en su punto álgido en todos los lugares[29], entonces un tal Antíoco, un judío muy respetado a causa de su padre, que era el jefe[30] de esta comunidad en Antioquía, entró en el teatro, cuando estaba reunida la asamblea de los antioquenos, y denunció a su padre y a otros bajo la acusación de que habían decidido quemar toda la ciudad en una sola noche. Asimismo entregó a algunos judíos extranjeros que ha48bían sido cómplices de la conspiración. Cuando el pueblo escuchó estas palabras, no contuvo su cólera, sino que ordenó prender fuego inmediatamente a los culpables que les habían traído. Enseguida todos ardieron en el teatro. Luego 49arremetieron contra la multitud judía, pues creían que la única manera de salvar a su patria era castigar con la mayor 50 rapidez a aquella gente. Antíoco alimentaba aún más su cólera e hizo sacrificios a la manera de los griegos, pues pensaba que esto demostraba su cambio y su odio contra las costumbres judías. Ordenó que obligaran a los demás a ha51cer lo mismo, pues de esta forma se pondría en evidencia a los conspiradores al negarse a ello. Los antioquenos se sirvieron de esta prueba: pocos fueron los judíos que acataron esta prescripción y los que no la aceptaron fueron ejecutados. Antíoco, que había recibido soldados de parte del gene52ral romano, se comportó cruelmente con sus propios conciudadanos: no les dejó cumplir con el descanso sabático[31], sino que les obligó a realizar todas las tareas que hacían los demás días[32]. Les forzó a ello con tanto rigor que el desean53so del sábado no sólo fue abolido en Antioquía, sino que en poco tiempo partiendo de allí se extendió igualmente a otras ciudades[33].

El incendio de Antioquía

A estos males que acaecieron por 54aquel entonces a los judíos de Antioquía vino a añadírseles una segunda desgracia, para cuya exposición hemos narrado los acontecimientos precedentes. Cuando tu55vo lugar el incendio del Mercado Cuadrado, de las residencias de los magistrados, de los archivos y de las basílicas[34], y cuando a duras penas se sofocó el fuego que con gran fuerza se extendía por toda la ciudad, entonces Antíoco 56acusó de esta acción a los judíos. Aunque antes no hubieran tenido ninguna enemistad contra los hebreos, los habitantes de Antioquía, afectados por lo sucedido, enseguida habrían dado crédito a esta calumnia, pero ahora, con mucha más razón, por los hechos ocurridos anteriormente se inclinaron a creer las palabras de Antíoco, casi como si 57ellos hubieran visto a los judíos propagar el fuego. Todos se lanzaron contra los acusados con una inmensa rabia 58igual que si se hubieran vuelto locos. Con dificultad pudo contener sus ímpetus un tal Gneo Colega[35], legado del gobernador, que pidió permiso para informar a César de lo 59ocurrido. Pues aún no había llegado Cesenio Peto[36], al que 60había enviado Vespasiano como gobernador de Siria. Colega llevó a cabo una concienzuda investigación y descubrió la verdad: ninguno de los judíos acusados por Antío61co había participado en los hechos, sino que algunos individuos criminales, forzados por las deudas que tenían, habían maquinado todo, pues pensaban que si prendían fuego al Mercado y a los archivos públicos, se librarían de 62las reclamaciones. Por su parte los judíos, por las acusaciones que pesaban sobre ellos y por la incertidumbre sobre el futuro, se hallaban inmersos en un mar de terribles angustias.

Vespasiano es aclamado en Roma

Tito César, cuando le llegó la noticia 63de que su padre había sido recibido por muchas ciudades italianas como una persona anhelada y de que en especial Roma le había acogido con gran entusiasmo y brillantez, se llenó de una inmensa alegría y satisfacción y con mucho gusto se vio libre de las preocupaciones que por él tenía. Cuando Vespasiano aún se hallaba lejos, todos los 64habitantes de Italia le estimaban en su interior, como si ya hubiera venido. Tantas eran las ganas que tenían de verlo que para ellos la espera de su visita significaba ya su llegada y sentían por él un afecto libre de toda coacción. Pues el Se65nado, por el recuerdo de las desgracias ocurridas durante los cambios de emperadores[37], estaba muy deseoso de recibir a un príncipe investido del prestigio de la vejez[38] y de la gloria de las hazañas militares y además sabía que su ascenso al poder sería únicamente para la salvación de sus súbditos. Por su parte, el pueblo, cansado de las guerras civiles, de66seaba aún con más ahínco que él viniera, pues esperaba entonces librarse plenamente de las calamidades y confiaba conseguir la seguridad al mismo tiempo que la prosperidad. El ejército era el que sobre todo tenía puestos sus ojos en él, 67pues en especial los soldados conocían la magnitud de sus éxitos bélicos. Como ellos habían sufrido la incapacidad y la cobardía de los otros emperadores, deseaban desprenderse de tanto oprobio y pedían que se aceptara al único que podía salvarlos y devolverles el honor. Ante la buena disposición que había por parte de todos los personajes más emi68nentes no pudieron esperar más, sino que se apresuraron a ser los primeros en saludarle a bastante distancia de Roma. 69El resto de la gente no se resistió a aplazar su encuentro con Vespasiano, sino que todos en tropel salieron de la ciudad, pues les parecía que era más simple y fácil partir que quedarse. Fue entonces la primera vez que la ciudad tuvo la alegre sensación de quedarse sin sus habitantes, habida cuenta de que eran menos los que permanecieron en ella que los que 70salieron. Cuando se dio la noticia de que Vespasiano estaba cerca y cuando los que se habían anticipado informaron de la afabilidad con que él había tratado a todos ellos, el resto de la población sin excepción, junto con sus mujeres e hijos, 71salieron a recibirlo a los caminos. La gente, a la que el emperador se iba acercando, por la alegría de verlo y la mansedumbre que se desprendía de su persona, profería todo tipo de exclamaciones y le llamaba benefactor, salvador y el único que era digno de ser emperador de Roma. Toda la ciudad, como un templo, estaba repleta de guirnaldas e in72cienso. Una vez que a duras penas, a causa de la multitud que le rodeaba, pudo entrar en el palacio, él en persona hizo sacrificios a los dioses del hogar en acción de gracias por su 73llegada. La multitud se dispuso a festejarlo. Se celebraron banquetes por tribus, familias y grupos de vecinos y suplicaron con libaciones a Dios[39] para que Vespasiano permaneciera durante el mayor tiempo posible en el principado de Roma y para que sus hijos y los descendientes de éstos conservaran siempre el poder sin que nadie se les opusiera. Así 74recibió afectuosamente a Vespasiano la ciudad de Roma y pronto llegó a una gran prosperidad.

Insurrección en Germania y en la Galia. Petilio Cereal y Domiciano

Antes de este momento, cuando Ves75pasiano estaba en Alejandría y Tito continuaba con el asedio de Jerusalén, una gran parte de los germanos fue inducida a la rebelión[40]. Los galos vecinos hicieron 76causa común con ellos y compartieron sus grandes esperanzas de liberarse también del yugo romano. A los germanos 77les empujó a la rebelión y a emprender la guerra en primer lugar su propia naturaleza, carente de buen juicio y dispuesta a lanzarse al peligro a la menor esperanza[41]. En se78gundo lugar el odio que sentían hacia sus dominadores, pues saben que su nación sólo ha sido sometida a la fuerza a la esclavitud por los romanos[42]. Sin embargo, la ocasión del momento es lo que más valor les dio de todo. En efecto, 79veían que el Imperio Romano estaba agitado por dentro por los continuos cambios de emperadores y sabían que todas las regiones del mundo habitado, que estaba en su poder, estaban expectantes y revueltas. Por tanto creyeron que a causa de las desgracias y de las disensiones de los romanos éste era para ellos el mejor momento. Dieron impulso a su 80decisión y les abrumaron con esas esperanzas dos de sus jefes, un tal Clásico y un tal Vitelio, que desde hacía mucho 81tiempo ansiaban abiertamente esta revuelta. Enardecidos por la ocasión de la situación presente expusieron su plan y tenían la intención de poner a prueba a las enfervorizadas masas. 82Cuando la mayoría de los germanos estaba ya de acuerdo con la revuelta y el resto no manifestó su oposición a ella, Vespasiano, como si le inspirara una Providencia divina, envió una carta a Petilio Cerealio[43], que había sido antes legado de Germania, en la que le concedía la dignidad consular y le encomendaba partir para hacerse cargo del go83bierno de Britania. Mientras Cerealio iba de camino hacia donde se le había mandado, se enteró de la rebelión de los germanos. Cayó sobre ellos, cuando ya estaban reunidos todos sus efectivos, les presentó batalla, mató a un gran número de ellos y les obligó a olvidarse de su locura y a entrar en 84razón. Aunque Cerealio no se hubiera apresurado por llegar tan rápidamente a aquel lugar, los germanos iban a pagar su 85castigo en un corto espacio de tiempo. Pues tan pronto como llegó a Roma la noticia de su revuelta, César Domiciano, enterado de ello, a diferencia de otras personas de su edad, pues era demasiado joven, no dudó en hacerse cargo 86de un asunto de tan grande envergadura. Inmediatamente se puso en marcha contra los bárbaros, él que poseía el valor innato de su padre y que se había forjado una experiencia 87superior a su edad. Los germanos, cuando oyeron hablar de su llegada, se asustaron y se entregaron a él, pues veían que el mayor beneficio que podían sacar de su miedo era caer de 88nuevo bajo el mismo yugo sin sufrir más desgracias. Tras reestablecer el orden en todos los asuntos de la Galia de un modo apropiado, de manera que en el futuro ya no sería fácil volver a sublevarse en aquella zona, Domiciano volvió a Roma con una gloria y una fama por sus hazañas, superiores a lo que era propio de su edad, pero dignas de su padre[44].

Los sármatas invaden Mesia. Rubrio Galo les hace frente

En los mismos días de la revuelta de 89los germanos, que acabo de exponer, tuvo lugar un acto de audacia de los escitas contra los romanos. Entre los escitas, los 90llamados sármatas[45], que eran muy numerosos, cruzaron el Istro[46] sin ser vistos e invadieron la otra orilla[47]. Cayeron contra los romanos con gran violencia y dureza por lo absolutamente inesperado de su ataque y mataron a muchos de los romanos de la guarnición. Ejecuta91ron también al legado consular Fonteyo Agripa[48], que salió a su encuentro a luchar valerosamente. Recorrieron todos los territorios de la provincia asolando y saqueando cuanto se encontraron. Cuando Vespasiano tuvo noticia de estos 92hechos y de la devastación de Mesia, envió a Rubrio Galo[49] 93para castigar a los sármatas. Muchos perecieron a manos suyas en los combates y los supervivientes se refugiaron 94llenos de miedo en su propia región. De esta forma el general puso fin al conflicto bélico y se preocupó de la seguridad futura, pues distribuyó por la comarca guarniciones más numerosas y más fuertes de modo que a partir de entonces 95los bárbaros no pudieran atravesar el río. Así la guerra de Mesia tuvo un rápido desenlace.

Tito recorre Siria. Su estancia en Antioquia

Tito César permaneció durante un 96tiempo en Berilo, según hemos dicho antes[50], desde allí se puso en marcha y en todas las ciudades de Siria, por las que pasó, ofreció fastuosos espectáculos, en los que hizo uso de los prisioneros judíos para que se mataran entre ellos a la vista de todos. Durante el trayecto vio un 97río, cuya naturaleza merece la pena detallar. Éste discurre entre Arcea[51], en el reino de Agripa[52], y Rafanea, y presenta 98una particularidad sorprendente. Es muy abundante su caudal, cuando fluye, y no es lenta su comente, sin embargo de pronto durante seis días sus fuentes se agostan y ofrece todo 99él el aspecto de un lugar seco. Luego, como si no se hubiera producido ningún cambio, en el séptimo día vuelve a fluir igual que antes. Se ha observado que siempre sigue exactamente este orden, por lo que se le ha dado también el nombre de Sabático en alusión al séptimo día de la semana, que es sagrado para los judíos[53].

Cuando los habitantes de Antioquía se enteraron de que 100Tito estaba cerca, por la alegría que tenían no aguantaron quedarse dentro de las murallas, sino que se apresuraron a salir a su encuentro. Avanzaron lejos de la ciudad más de 101treinta estadios no sólo los hombres, sino también una multitud de mujeres junto con sus hijos. Nada más verle llegar, 102colocados a ambos lados del camino, le tendieron sus manos, le saludaron con todo tipo de aclamaciones y se dieron la vuelta para ir con él a Antioquía. Entre todas estas acla103maciones le pedían sin cesar que expulsara a los judíos de la ciudad. Tito no aceptó sus demandas, sino que escuchó sus 104palabras en silencio. No obstante, los judíos tenían un gran y terrible miedo al no tener claro lo que él pensaba y lo que iba a hacer. Pues Tito no se quedó en Antioquía, sino que rá105pidamente se puso en camino hacia Zeugma[54], en el Éufrates, donde acudieron también emisarios enviados por Vologeses[55], rey de los partos, para llevarle una corona de oro por su victoria sobre los judíos. Tito la aceptó, agasajó a la 106delegación real con un banquete y desde allí retomó a Antioquía. El Senado y el pueblo de los antioquenos le pidie107ron insistentemente que acudiera al teatro, donde le esperaba toda la población que allí se había congregado. Él ac108cedió con amabilidad. Como de nuevo ellos le insistieron con mucha pertinacia y le pidieron repetidamente que echara a los judíos de la ciudad, él les dio la siguiente respuesta 109atinada: «Pero es que su patria, donde era preciso enviarles, dado que son judíos, ha sido destruida y ya no hay ningún 110lugar que pueda acogerlos.» Los antioquenos renunciaron a esta primera petición y le hicieron una segunda. Le solicitaron que acabara con las tablillas de bronce, en las que esta111ban escritos los derechos de los judíos. Pero Tito no accedió tampoco a ello, sino que dejó como estaba anteriormente la situación de los judíos en el territorio de Antioquía y se dirigió a Egipto.

Tito se apodera de Jerusalén

112En el trayecto se acercó a Jerusalén. Al comparar su triste aspecto abandonado frente al esplendor que antes tenía la ciudad, y al recordar la grandeza de las construcciones demolidas y la belleza de antaño 113se lamentó por la destrucción de la ciudad. No se vanaglorió, como hubiera hecho otro, de haberla tomado por la fuerza, a pesar de ser tan grande y tan poderosa, sino que muchas veces había maldecido a los culpables de haber iniciado la revuelta y de haber propiciado este castigo contra Jerusalén. Así de claro era que no había querido hacer manifestación de su propio valor con las desgracias de la gente 114que fríe castigada[56]. Entre los escombros de la ciudad aún se encontró una cantidad no pequeña de las muchas riquezas 115que en ella había. Los romanos desenterraron un gran número de ellas, la mayor parte las consiguieron por las indicaciones que les dieron los prisioneros de guerra: oro, plata y otros objetos de gran valor que sus dueños habían escondido bajo tierra en previsión de los inciertos avatares de la guerra.

Tito se dirige a Roma

Tito continuó el viaje fijado a Egipto 116y llegó a Alejandría tras atravesar lo más rápidamente posible el desierto[57]. Como 117decidió navegar hasta Italia, volvió a enviar las dos legiones[58] que le acompañaban a los lugares de donde procedían: la quinta a Mesia y la decimoquinta a Panonia. Entre los prisioneros de guerra eli118gió a sus jefes, Simón y Juan, y otros setecientos hombres, que destacaban por su estatura o belleza, y ordenó conducirlos inmediatamente a Italia, pues quería llevarlos consigo en la celebración del triunfo. Cuando concluyó la travesía 119por mar según era su deseo, Roma le dio una acogida y un recibimiento igual a lo que había hecho con su padre[59], aunque para Tito lo más glorioso fue que su padre en persona saliera a su encuentro a recibirlo. La multitud de los cuuda120danos se llenó de una alegría sobrenatural al ver juntos entonces a los tres príncipes[60].

Triunfo de Vespasiano y Tito

121No muchos días después determinaron celebrar en común un solo triunfo por sus victorias, aunque el Senado había decidido por votación festejar uno para cada 122uno de ellos. Cuando llegó el día fijado en el que iba a tener lugar la solemne procesión de la victoria, ninguno de los numerosísimos habitantes de la ciudad se quedó en casa, sino que todos salieron fuera y ocuparon los lugares donde sólo podían caber de pie, sin dejar más que el espacio necesario para que pasara la comitiva que iban a ver.

123Todo el ejército, por centurias y cohortes, a las órdenes de sus jefes salió cuando aún era de noche y se detuvo no en las puertas del palacio de arriba[61], sino cerca del templo de Isis[62], pues es allí donde habían pernoctado entonces los 124emperadores. En el momento en que ya amanecía salieron Vespasiano y Tito coronados con laurel y revestidos con los tradicionales ropajes de púrpura y se dirigieron a los Pórti125cos de Octavia[63]. Allí aguardaban su llegada el Senado, los magistrados de alto rango y los miembros del orden ecues126tre. Se había erigido delante de los pórticos una tribuna, en la que había sillas de marfil para los príncipes. Éstos se acercaron y se sentaron en ellas. Enseguida el ejército los aclamó y todos dieron numerosos testimonios de su valor. Los príncipes no llevaban armas, estaban revestidos de seda 127y coronados de laurel. Vespasiano, después de recibir los vítores de sus súbditos, que aún querían manifestarle más, hizo una señal de silencio. Se produjo entonces en todos una 128profunda calma; él se levantó, se cubrió con el manto la mayor parte de la cabeza y pronunció las acostumbradas oraciones. Lo mismo hizo también Tito. Después del rezo 129Vespasiano dirigió a todos los congregados unas breves palabras y dejó ir a los soldados a tomar el banquete que se acostumbra a ofrecerles por parte de los emperadores. Él 130mismo se retiró hacia la puerta que recibe su nombre por el hecho de que por ella pasan siempre las comitivas del triunfo[64]. Allí los tres comieron algo, se pusieron las vestimentas 131triunfales, hicieron sacrificios a los dioses que están situados junto a la puerta y llevaron la procesión del triunfo a través de los teatros, para que la multitud pudiera verlo con mayor facilidad.

El cortejo triunfal en Roma[65]

Es imposible describir, como se me132rece, la cantidad de aquellos espectáculos y su magnificencia en todo lo que uno podría imaginarse por sus obras de arte, por sus diversos tipos de opulencia y por su peculiar naturaleza. Pues aquel día se habían reunido pa133ra demostrar la grandeza del Imperio romano casi todas las riquezas que alguna vez han tenido los hombres más felices, objetos asombrosos y muy valiosos, conseguidos uno a uno 134y en diversos lugares. Se podía ver una gran cantidad de plata, oro y marfil labrada en todo tipo de formas, que no era transportada como en una procesión, sino que, por así decirlo, corría como el caudal de un río. Se llevaban tejidos de la más extraña púrpura y otros bordados con la técnica babilonia con representaciones figurativas de gran realismo. 135Eran tantas las piedras preciosas transparentes que había en el cortejo, unas engastadas en coronas de oro y otras en diversas joyas, que no tendría sentido que consideráramos a 136ninguna de ellas como una rareza. Asimismo eran transportadas las estatuas de sus dioses[66], admirables por su grandeza y realizadas con un arte de gran nivel. Ninguna de ellas estaba hecha de un material que no fuera precioso. Iban muchas especies de animales, recubiertos todos ellos de los or137namentos apropiados. Igualmente iba revestida de ropajes de color púrpura y tejidos con oro la multitud de hombres que transportaban cada uno de estos grupos de animales. Los que habían sido seleccionados para ir en la propia comitiva del triunfo llevaban sobre ellos una vestimenta mara138villosa y muy suntuosa que destacaba sobre el resto. Además se podía contemplar cómo la muchedumbre de los prisioneros de guerra iba bien ataviada. La variedad y belleza de sus ropajes no dejaban ver la angustia que producían 139las vejaciones sufridas en sus cuerpos. Lo que más admiración causaba del desfile triunfal era la disposición de los tablados[67] que llevaban, pues a causa de su tamaño provocaban temor y desconfianza por su seguridad durante su transporte. Muchos de ellos estaban compuestos de tres y cuatro 140 pisos, y la suntuosidad de su estructura producía a la vez placer y miedo. Gran parte de estos andamiajes estaban re141cubiertos de telas de oro y todos estaban rodeados por incrustaciones de oro y marfil tallado. La guerra, que aparecía re142presentada en sus diversos episodios por muchas escenas, propiciaba una visión muy realista de sí misma. Se podía con143templar un país próspero devastado, escuadrones de enemigos muertos al completo, unos que huían y otros que eran llevados como prisioneros, murallas de una altura extraordinaria demolidas por las máquinas, fortificaciones muy sólidas conquistadas, recintos de ciudades llenos de gente totalmente arrasados, un ejército que penetraba en el interior 144de los muros, un lugar totalmente sembrado de muerte, las súplicas de los enemigos que no eran capaces ni de levantar sus brazos, el fuego que ardía en los templos, casas que se venían abajo encima de sus dueños, y, tras una gran desola145ción y abatimiento, se podían contemplar ríos que corrían no a través de una tierra cultivada ni servían para beber a los hombres ni a los animales, sino que lo hacían por medio de una región que ardía en llamas por todos lados. Esto era lo que iban a sufrir los judíos por haberse entregado a la guerra. El arte y el gran tamaño de estas reproducciones mos146traban los acontecimientos a los que no los habían visto, como si hubieran estado presentes en ellos. Sobre cada uno 147de los decorados estaba representado el general de la ciudad conquistada, tal y como había sido capturado. Detrás seguían 148muchas naves[68]. Los demás despojos iban todos juntos sin orden, pero de entre ellos destacaban los que habían sido cogidos del Templo de Jerusalén: una mesa de oro[69], cuyo peso era de varios talentos, y un candelabro también de oro, que tenía una forma diferente de la que acostumbramos a 149usar nosotros[70]. La barra central partía de un pie y de ella salían unos delgados brazos, cuya disposición era muy parecida a la de un tridente, y cada uno de ellos tenían en su extremo una lámpara hecha de bronce. Estos brazos eran siete, para aludir al valor que este número siete tiene entre 150los judíos[71]. A continuación era transportado el último de los 151despojos, la Ley de los judíos[72]. Detrás marchaban muchos hombres que llevaban las estatuas de la Victoria, todas ellas 152hechas de marfil y oro. A continuación desfilaba en primer lugar Vespasiano y en segundo lugar Tito; Domiciano cabalgaba con ellos, vestido con distinción y con un caballo que era digno de verse[73].

Ejecución de Simón

La procesión triunfal acabó en el tem153plo de Júpiter Capitolino. Llegados allí se detuvieron, pues una antigua costumbre de la patria mandaba permanecer en ese lugar hasta que se anunciara la ejecución del general de los enemigos. Éste era Simón, el hijo de Gio154ra, que entonces había desfilado entre los prisioneros de guerra. Con una cuerda al cuello lo arrastraron hacia un lugar sobre el Foro[74], mientras era azuzado por los que le llevaban. Existe una ley romana que prescribe ejecutar allí a los que han sido condenados a muerte por sus crímenes. Cuando se dio a conocer que ya había muerto, todos acla155marón y comenzaron los sacrificios. Los príncipes, después de celebrarlos con las acostumbradas oraciones, se retiraron al palacio. Éstos invitaron a determinadas personas a un 156banquete, mientras que todos los demás tenían dispuestos en su casa los preparativos para el festín. Pues la ciudad de 157Roma celebró ese día la victoria de su ejército sobre los enemigos, el final de sus discordias civiles y el comienzo de sus esperanzas de prosperidad[75].

Erección del Templo de la Paz

158Después de festejar el triunfo y de consolidar con firmeza el Imperio romano, Vespasiano decidió levantar un templo a la Paz[76]. En muy poco tiempo se terminó esta construcción, que presentaba un aspecto por encima de lo que podía concebir la 159mente humana. Utilizó en él las extraordinarias riquezas de su propiedad y, además, lo embelleció con las obras más destacadas de la Antigüedad en pintura y escultura. 160En efecto, en aquel templo fueron reunidos y expuestos todos los objetos que antes los hombres para verlos tenían que recorrer todo el orbe habitado, porque deseaban contemplar estas piezas, que estaban unas en un país y otras 161en otro. También colocó allí como ofrenda los vasos de oro del Templo de los judíos, de los que estaba orgullo162so[77]. Ordenó guardar en su palacio la Ley hebrea[78] y los velos de púrpura del santuario[79].

Lucillo Baso toma la fortaleza del Herodio. Descripción de Maqueronte y sus alrededores

Lucilio Baso, que había sido enviado 163como legado a Judea y que había recibido el ejército de manos de Cereal Vetiliano[80], conquistó la fortaleza del Herodio[81] con sus ocupantes. A continuación deci164dió ir contra Maqueronte[82] con la legión décima y con todas las tropas que había reunido, pues estaban dispersas en numerosos destacamentos. Era muy necesario destruir esta fortaleza, para que la sólida posición de este lugar no empujara a rebelarse a muchos judíos. Efecti165vamente, la naturaleza del lugar era muy apropiada para producir en los que la ocupaban una firme esperanza de salvación, así como dudas y miedo en sus atacantes. Pues la 166parte amurallada es una altura rocosa tan elevada que hace imposible su expugnación y, por su parte, la naturaleza había procurado que también fuera inaccesible. Por todos los 167lados estaba rodeada por barrancos cuya profundidad era insondable, y no era posible atravesarlos fácilmente ni rellenarlos con terraplenes por ningún sitio. El valle que bordea168ba la fortaleza por occidente se extendía sesenta estadios[83] y acababa en el lago Asfaltitis[84]. La misma Maqueronte tenía en esta dirección su cima más elevada, que destacaba sobre todas las demás. Los barrancos del Norte y del Sur eran de 169una dimensión inferior a la del que acabamos de describir, aunque también era imposible atacar a través de ellos. La pro170fundidad del barranco de la parte oriental no era menor de cien codos[85] y acababa junto a una montaña que estaba situada enfrente de Maqueronte.

171El rey de los judíos, Alejandro[86], cuando observó esta situación natural del lugar, fue el primero que levantó allí una fortaleza, que luego destruyó Gabinio[87] en su lucha 172contra Aristobulo. Herodes, durante su reinado, consideró que este lugar era el que merecía más atención de todos para ser fortificado con solidez a causa de su proximidad con los árabes, ya que estaba situado en un punto estratégico frente 173al país de aquéllos. Rodeó con murallas y torres un amplio espacio y edificó allí una ciudad, desde donde un camino 174subía a la parte alta. La cima la rodeó también de una muralla y en sus esquinas colocó torres de sesenta codos cada 175una de ellas. En medio del recinto construyó un magnífico 176palacio por la grandeza y belleza de sus aposentos. En los lugares más apropiados dispuso numerosas cisternas que recogieran el agua de la lluvia y que pudieran suministrarla con abundancia, como si de esta forma él mismo quisiera rivalizar con la naturaleza para superar con fortificaciones hechas por el hombre la inexpugnabilidad de aquel lugar. 177Además guardó en este lugar una gran cantidad de armas arrojadizas y de máquinas de guerra y pensó en dejar preparado a sus habitantes todo lo que podía darles valor para hacer frente a un asedio muy largo.

178En el palacio estaba plantada una ruda, digna de admiración por su tamaño, pues su anchura y altura no eran meno179res a las de una higuera. Se decía que este vegetal existía ya desde la época de Herodes y posiblemente habría durado más tiempo, si los judíos que se asentaron en este lugar no la hubieran cortado. En el barranco que rodea la ciudad por 180el norte hay un lugar llamado Baara[88], que produce una raíz que lleva su mismo nombre. Tiene el color parecido al del 181fuego; al atardecer produce unos resplandores que hacen que no sea fácil cogerla por parte de los que se acercan y quieren arrancarla, sino que se escapa y no se queda quieta hasta que no se derrama sobre ella orina de mujer o sangre de menstruación[89]. No obstante, también entonces los que la 182tocan tienen una muerte segura, a no ser que se dé la circunstancia de que lleven la mencionada raíz colgada de la mano. También se la puede cortar sin peligro de la siguiente 183forma: se excava en círculo alrededor de la planta, de forma que sólo quede enterrada una parte muy pequeña de la raíz. Después se le ata un perro y, cuando éste se lanza para per184seguir a la persona que lo ha amarrado, la arranca fácilmente. El perro muere inmediatamente, como víctima, en lugar de aquel que iba a cortar la planta. Así, los que la cogen después no tienen ya que temer nada. A pesar de tantos 185peligros, esta planta es muy buscada por una única cualidad: con sólo acercarla enseguida expulsa de los enfermos los llamados demonios, es decir, los espíritus de los hombres malvados que se introducen en los vivos y los matan, si no se les ayuda. En este lugar fluyen fuentes de aguas calientes 186que tienen sabores muy diferentes unas de otras, pues unas 187son amargas y otras muy dulces. Hay también numerosos manantiales de aguas irías, que no sólo tienen sus fuentes 188unas junto a otras en las zonas más bajas, sino que, lo que es aún más admirable, cerca se puede ver una cueva poco pro189funda, protegida por arriba por una roca que sobresale. Encima de ella se alzan dos especies de senos, poco distantes el uno del otro. De uno nace una fuente de agua muy fría y del otro otra muy caliente, que al mezclarse propician un baño muy agradable que cura las enfermedades, muy especialmente las relacionadas con los nervios. Este lugar posee también minas de azufre y de alumbre.

El asedio de Maqueronte por Baso

190Después de examinar el terreno, Baso decidió hacer una incursión cubriendo de tierra el barranco oriental. Se hizo cargo de las obras y se esforzó por levantar pronto el terraplén y por medio de él lle191var a cabo un fácil asedio. Los judíos, que estaban sitiados en el interior de Maqueronte, se separaron de los extranjeros[90] y les obligaron a quedarse en la parte baja de la ciudad y a exponerse al peligro los primeros, pues consideraban 192que eran una multitud inútil. Mientras, ellos se apoderaron y permanecieron en la fortaleza a causa de la solidez de su fortificación y en previsión de su propia salvación, ya que creían que, si entregaban la ciudad a los romanos, consegui193rían su perdón. Pero antes querían poner a prueba las esperanzas que ellos tenían de huir del asedio. En consecuencia, todos los días hacían salidas llenos de valor. Muchos de ellos perecieron al entrar en combate con los soldados que trabajaban en los terraplenes, aunque también mataron a numerosos romanos. En la mayoría de los casos era la oca194sión del momento la que decidía la victoria en uno y otro bando: en el caso de los judíos, cuando caían sobre los enemigos en un momento de descuido, y en el caso de los romanos que se hallaban en los terraplenes, cuando tomaban precauciones y hacían frente al ataque bien protegidos. Sin 195embargo, el final del asedio no iba a tener lugar en estas refriegas, sino que un hecho fortuito ocurrido de forma inesperada obligó a los judíos a entregar la fortaleza. Entre la 196gente sitiada en la ciudad había un joven, llamado Eleazar, dotado de una valiente audacia y de una fuerza emprendedora. Este individuo se había distinguido en las incursiones 197anteriores, pues había exhortado a muchos a salir a impedir la realización de los terraplenes y en los combates había infligido numerosas y terribles pérdidas a los romanos. También hacía más fácil el ataque de los que se atrevían a acompañarle y les procuraba una retirada sin peligro, al ser él el último en abandonar el lugar. No obstante, en una oca198sión, finalizada una batalla y retirados ya los soldados de uno y otro bando, Eleazar, que con desprecio pensaba que ya no había ningún enemigo que volviera a emprender la lucha, se quedó fuera de las puertas y se puso a hablar con los que estaban encima de la muralla con toda su atención puesta en aquéllos. Un soldado de las líneas romanas, Rufo, 199de origen egipcio, vio la ocasión y de repente, sin que nadie lo esperara, fue corriendo con sus hombres, lo levantó en alto junto con sus armas y no paró hasta llevarlo al campamento romano, mientras que los que lo veían desde la muralla se quedaron paralizados de espanto. El general ordenó 200traer al judío desnudo y llevarlo a la posición que fuera más visible para los que miraban desde la ciudad y le azotó con látigos. El sufrimiento de este joven afectó intensamente a los judíos. Toda la ciudad lloró por él y su lamento fue mayor de lo que cabía esperar por la desgracia de un solo hom201bre. Cuando Baso vio esta reacción, dio inicio a una estratagema contra los enemigos. Quería intensificar su dolor, para que se vieran forzados a entregar la ciudad a cambio de la salvación de Eleazar. Y, en efecto, sus esperanzas se cumplie202ron. Mandó levantar una cruz[91], como si en ella fuera a colgarse inmediatamente a Eleazar, y así produjo una angustia aún mayor en los que observaban este espectáculo desde la fortaleza. Ellos gritaron y gimieron que no podían soportar 203este inmenso sufrimiento. Entonces Eleazar les pidió que no le dejasen soportar la más cruel de las muertes y que se rindieran a la fuerza y a la Fortuna de los romanos, ahora que ya todos estaban en sus manos, para así obtener su propia 204salvación. Los judíos se conmovieron ante sus palabras y, ante los muchos ruegos que por él hicieron dentro de la ciudad, ya que Eleazar pertenecía a una importante y numerosa familia, cedieron a la compasión en contra de su índole na205tural. Rápidamente eligieron y enviaron a algunos emisarios para negociar la entrega de la ciudad con la petición de que les dejaran abandonar Maqueronte sanos y salvos y llevarse 206de allí a Eleazar. Los romanos y su general aceptaron estas condiciones, si bien la gente que estaba en la ciudad baja[92], al enterarse de que los judíos habían hecho el acuerdo de forma particular, decidieron huir en secreto por la noche. 207Cuando éstos abrieron las puertas, los judíos que habían negociado el tratado se lo comunicaron a Baso, ya sea porque sentían envidia de que éstos se salvaran o para que no se les 208echara a ellos la culpa de su huida. Los más valientes de los que salieron de la ciudad tuvieron tiempo de abrirse camino y escapar, mientras que fueron degollados mil setecientos hombres de los que quedaron dentro y esclavizados las mujeres y los niños. Sin embargo Baso, que era consciente de que había 209que respetar los acuerdos hechos con los que habían entregado la fortaleza, los dejó marchar y les devolvió a Eleazar.

Batalla de Jardes

Solucionado este problema, Baso se 210dirigió con su ejército al bosque llamado Jardes[93], puesto que le había llegado la noticia de que allí se habían reunido muchos de los que antes se habían fugado del asedio de Jerusalén y del de Maqueronte. Cuando llegó 211al lugar y se percató de que la noticia no era falsa, empezó por rodear todo el terreno con jinetes, para que la caballería hiciera imposible la huida a los judíos que osaran abrirse camino. A los soldados de infantería les encomendó talar el bosque en el que aquéllos se habían refugiado. Por ello los 212judíos se vieron obligados a realizar alguna acción heroica, pues tal vez podrían huir si se arriesgaran en una lucha audaz. Así, todos en tropel con grandes gritos se lanzaron y cayeron sobre los que les cercaban. Los romanos resistieron 213con fuerza. La batalla duró mucho tiempo, porque los unos actuaban con una gran desesperación y los otros por el deseo de obtener la victoria. Sin embargo, el desenlace del combate no fue el mismo para ambos contendientes. De to214dos los romanos perdieron la vida doce y unos pocos fueron heridos, mientras que ninguno de los judíos escapó de esta refriega, sino que murieron todos, que no eran menos de tres mil. Entre ellos perdió también la vida su general, Judas, el 215hijo de Ari, del que antes hemos dicho[94] que estaba al frente de un destacamento en el asedio de Jerusalén y que se escapó sin ser visto al meterse por una de las minas subterráneas.

Vespasiano impone un tributo a los judíos

216Por aquel mismo tiempo Cesar envió una carta a Baso y a Laberio Máximo, que era el procurador, con la orden de 217arrendar todo el territorio judío. No fundó allí ninguna ciudad, sino conservó esta región como propiedad personal[95]. Solamente concedió a ochocientos veteranos del ejército una zona para establecerse en ella, llamada Emaús, a treinta estadios de Jerusalén[96]. 218Por otra parte, impuso a los judíos, en cualquier sitio donde estuvieran[97], un impuesto de dos dracmas cada uno que ordenó entregarlo todos los años en el Capitolio, como antes lo habían hecho en el Templo de Jerusalén[98]. Ésta era la situación de los judíos en aquel momento[99].

Antíoco rey de Comagene acusado de conspiración

En el cuarto año del reinado[100] de Ves219pasiano aconteció que Antíoco, rey de Comagene[101], y toda su familia sufrieron tremendas desgracias por la siguiente causa. Cesenio Peto, que entonces era go220bemador de Siria, ya sea porque dijo la verdad o por el odio que sentía hacia Antíoco, pues no se aclaró totalmente la realidad de los hechos, envió una carta a César. En ella de221cía que Antíoco y su hijo Epífanes habían determinado sublevarse contra Roma y habían concluido un tratado con el 222rey de los partos[102], Por tanto, era preciso adelantarse a ellos para que no tomaran la iniciativa en estas operaciones y no revolvieran con esta guerra todo el Imperio romano. César 223no podía quedarse sin prestar atención a esta denuncia, que había caído en sus manos, pues la proximidad de los dos reyes hacía que el asunto adquiriera una importancia digna de 224tener en cuenta. Samosata, la capital de Comagene, está ubicada junto al Éufrates, de modo que para los partos, en caso de que tuvieran tales intenciones, les era fácil pasar allí y ser recibidos en condiciones de seguridad.

Cesenio Peto invade Comagene

225En consecuencia, se creyó en las palabras de Peto. Éste, cuando recibió el poder para llevar a cabo lo que considerara oportuno, no perdió tiempo, sino que de repente, sin que Antíoco y los suyos presintieran nada, penetró en Comagene con la sexta legión, 226junto con cohortes y algunas alas de caballería. Luchaban con él el rey de la llamada Calcídica[103], Aristobulo, y el de la región conocida por el nombre de Emesa, Soemo[104]. Los 227romanos no encontraron resistencia a su invasión, pues ninguno de sus habitantes quiso enfrentarse a ellos. Pero An228tíoco, a quien la noticia le había sorprendido inesperadamente, ni siquiera llegó a pensar en una guerra contra los romanos, sino que decidió abandonar todo su reino en el estado en que se encontraba y partió con su mujer y sus hijos, pues pensaba que de esta manera ante los ojos de los romanos él demostraría que estaba libre de las acusaciones que se le imputaban. Cuando se hallaba a cien estadios de la 229ciudad, en la llanura, levantó allí su campamento.

Peto envió soldados para que se apoderaran de Samo230sata y por medio de ellos conquistó la ciudad. Mientras, él en persona, con el resto de su ejército, se dispuso a atacar a Antíoco, Sin embargo el rey, ni siquiera obligado por la ne231cesidad del momento, quiso emprender ningún acto bélico contra los romanos, sino que se lamentó por su suerte y decidió soportar lo que fuera necesario. No obstante, para sus 232hijos, que eran jóvenes experimentados en la güeña y que destacaban por su fuerza física, no era fácil aceptar esta desgracia sin luchar. Por ello, Epífanes[105] y Calínico echaron mano de la fuerza. Durante todo el día combatieron en 233una dura batalla, en la que ellos mostraron una brillante valentía, y al atardecer dejaron de hacerlo, sin que sus fuerzas se hubieran visto aminoradas. Pero a Antíoco no le pareció 234aceptable quedarse en este lugar, a pesar del resultado de esta batalla. Cogió a su mujer y a sus hijas y con ellas huyó a Cilicia[106]. Con esta acción deshizo la moral de sus propios 235soldados. Estos últimos hicieron defección y se pasaron a los romanos, como si su reino hubiera sido ya sentenciado 236por Antíoco. El desánimo era evidente en todos ellos. Entonces Epífanes y los suyos, antes de quedarse totalmente sin aliados, tuvieron que ponerse ellos mismos a salvo de los enemigos. En total fueron diez los jinetes que les acom237pañaron al cruzar el Éufrates. Desde allí, conducidos sin peligro hasta el rey de los partos, Vologeses, no fueron tratados como fugitivos, sino que fueron acogidos con todo honor, como si aún disfrutaran de su anterior prosperidad.

Antíoco hace la paz con Vespasiano

238Cuando Antíoco llegó a Tarso[107], en Cilicia, Peto le envió un centurión que le 239condujo encadenado a Roma. Vespasiano no soporto que le llevaran ante su presencia de esa manera, pues creía que era mejor respetar la antigua amistad que dejarse llevar por una 240implacable cólera bajo el pretexto de la guerra. Por tanto ordenó que le quitasen las cadenas, cuando Antíoco aún estaba de camino, y que no lo trajeran a Roma, sino que de momento viviera en Lacedemonia. Le concedió también importantes rentas para que no sólo disfrutara de una vida de 241abundancia, sino también propia de un rey. Cuando se enteraron de estos hechos Epífanes y los que estaban con él, que antes habían temido mucho por su padre, se vieron entonces libres de la gran preocupación que embargaba sus almas. Además, se esperanzaron con reconciliarse con César, 242pues Vologeses había escrito a este último sobre ellos. A pesar de su situación próspera, sin embargo no soportaban vivir fuera del Imperio romano. César, en su bondad, les concedió plenas garantías de seguridad y ellos se presenta243ron en Roma. Su padre vino inmediatamente desde Lacedemonia a reunirse con ellos y así vivieron allí tratados con toda dignidad.

Los alanos invaden Medía y Armenia

El pueblo de los alanos que, como he244mos dicho antes en algún momento[108], eran escitas que habitaban cerca del Tanais[109] y de la laguna Meótide[110], tenían 245por aquel entonces el propósito de invadir y hacer pillaje en Media y en regiones aún más lejanas. Negociaron con el rey de Hircania[111], pues éste era el que controlaba el acceso, que el rey Alejandro había cerrado con unas puertas de hierro[112]. Cuando aquél les autorizó pasar, 246atacaron en masa a los medos, que no se lo esperaban, y saquearon un país muy poblado y abundante en todo tipo de ganados, sin que nadie se atreviera a oponerles resistencia. Puesto que Pacoro[113], el rey del lugar, lleno de miedo se re247fugió en parajes de difícil acceso, sin llevarse nada, excepto a su mujer y a sus concubinas, que habían sido hechas prisioneras y a las que a duras penas pudo rescatar mediante el 248pago de cien talentos. Por consiguiente, con gran facilidad y sin entablar combate llegaron hasta Armenia devastando y sa249queando todo lo que se ponía en su camino. El rey armenio Tiridates que salió a su encuentro y que tuvo una refriega 250con ellos, casi fue capturado vivo en ella. Pues uno de los alanos le echó un lazo y estuvo a punto de llevárselo a rastras, si Tiridates[114] no hubiera cortado la cuerda con su espada 251y se hubiera dado prisa en huir. Los alanos, enfurecidos aún más por este enfrentamiento, dejaron asolado el país y se volvieron a su tierra, no sin antes llevarse una gran cantidad de prisioneros y un botín diverso de ambos reinos.

Flavio Silva ataca Masadá. Los sicarios

252A la muerte de Baso se hizo cargo del mando en Judea Flavio Silva[115]. Cuando éste vio que toda la región había sido ya dominada por medio de la guerra, excepto una sola fortaleza, que aún mantenía la rebelión, reunió a todas las tropas[116] que tenía en aquellos lugares y emprendió una campaña contra dicho enclave, 253llamado Masadá[117]. Un personaje poderoso, Eleazar[118], estaba al mando de los sicarios que ocupaban esta fortaleza, descendiente de Judas que, como antes expusimos[119], había convencido a muchos judíos para que no se inscribieran, cuando Quirino fue enviado a Judea a realizar el censo[120]. En 254aquel entonces los sicarios[121] se alzaron contra los que querían someterse a los romanos y les trataron en todo momento como enemigos: saquearon y rapiñaron sus posesiones y prendieron fuego a sus casas. Iban diciendo que esta gente no se 255diferenciaba en nada de los extranjeros[122] pues con tanta cobardía entregaban la libertad de los judíos, que era el objeto de aquella guerra, y manifestaban claramente su preferencia por la esclavitud bajo el poder romano. Pero estas palabras 256no eran más que un pretexto para encubrir su crueldad y su codicia. Sus actos demostraron con evidencia esta afirmación. En efecto, los que se unieron a ellos en la revuelta y 257les ayudaron en la guerra contra Roma fueron los que sufrieron las atrocidades más crueles a manos suyas[123]. Y 258cuando se descubrió que de nuevo sus excusas eran falsas, actuaron aún con mayor severidad contra las personas que en su justa defensa les echaban en cara su maldad. Aquella 259época fue quizá para los judíos tan fructífera en todo tipo de perversidades, que no hubo hecho criminal que no se cometiera y, aunque uno quisiera forjar en su imaginación otras atrocidades, no podría hallar ninguna nueva. Tan infectados 260estaban todos, en público y en privado, y tanto disputaban entre sí para superarse unos a otros en sus impiedades contra Dios y en sus injusticias contra el prójimo: los poderosos trataban mal al pueblo y éste se esforzaba por matarles a 261ellos. Aquéllos deseaban actuar como tiranos, mientras la multitud anhelaba acciones violentas y saquear los bienes de 262los ricos. En primer lugar fueron los sicarios los que iniciaron los crímenes y la crueldad contra sus compatriotas, sin omitir ninguna palabra injuriosa y sin dejar de cometer nin263guna acción criminal contra las víctimas de sus ataques. Sin embargo, Juan[124] demostró que los sicarios eran más moderados que él, puesto que no sólo ejecutó a todos los que le daban justos y útiles consejos y los trató como los peores enemigos de entre los ciudadanos, sino que desde su cargo público cubrió a su patria de multitud de desgracias, como las que podría haber llevado a cabo un hombre que ya había 264osado cometer impiedades contra Dios. En su mesa había dispuestos alimentos prohibidos y se había apartado de la norma de pureza prescrita por la ley patria[125], de modo que no había que asombrarse si no se comportaba con humanidad y compasión con los hombres una persona que tanto furor había mostrado en sus impiedades contra Dios. Y, por 265otra parte, ¿cuál es el crimen que no cometió Simón, el hijo de Giora o qué violencia no dejó de cometer contra los 266hombres libres que le nombraron tirano?[126]. ¿Qué amistad o que relación familiar no hizo que esta gente fuera más audaz en sus crímenes cotidianos? En efecto, creían que maltratar a los extranjeros era obra de una innoble perversidad, mientras que pensaban que les reportaría un gran lustre la cruel267dad contra los seres más próximos a ellos. No obstante, la locura de los idumeos superó la demencia de estos últimos. Sus individuos más perversos degollaron a los sumos sacerdotes[127], para que no quedara la más mínima parte del respeto a Dios, acabaron con todo lo que aún restaba de organización política[128] y en toda situación impusieron 268una anarquía absoluta, en la que se destacaron los llamados zelotes, cuyo nombre estaba justificado por su actos[129]. Pues imitaron toda clase de crímenes, sin omitir 269celosamente cualquier atrocidad que se recuerde que haya ocurrido anteriormente. A pesar de ello, se dieron ellos 270mismos este nombre por el celo que ponían en realizar el bien, ya sea por burlarse de sus víctimas, a causa de su natural ferocidad, o porque para ellos los mayores crímenes eran considerados como algo bueno. No obstante, cada 271uno de ellos obtuvo el final que le correspondía, pues Dios les dio a todos el castigo que se merecían. Cayeron sobre 272ellos todos los tormentos que puede soportar la naturaleza humana hasta el último momento de su vida, que afrontaron en medio de los más diversos sufrimientos. Pero se 273podría decir que padecieron menos de lo que merecían sus actos, pues no había posibilidad de hallar un castigo adecuado a ellos. No sería éste el momento de lamentarse, 274como corresponde, de los que perecieron a manos de la crueldad de los zelotes. Por tanto, retorno a la narración de la historia que he dejado interrumpida[130].

El general romano se dirigió con sus efectivos contra 275Eleazar y los sicarios que con él ocupaban Masadá. Rápidamente conquistó toda la región y estableció guarniciones en sus enclaves más convenientes[131]. Levantó un muro alrede276dor de toda la fortaleza[132], para que ninguno de los sitiados pudiera huir con facilidad, y distribuyó guardias a lo largo de la misma. El general romano acampó[133] en el lugar que 277le pareció más adecuado para el asedio. Allí las rocas de la fortaleza se unían a la montaña próxima, si bien hacían difícil el aprovisionamiento de todo lo necesario. Pues no sólo 278los víveres se transportaban desde lejos y a costa de grandes fatigas por parte de los judíos que tenían asignado este cometido, sino que también había que traer el agua al campamento, dado que el lugar no poseía ninguna fuente cerca[134]. Cuando Silva dejó solucionadas estas cuestiones previas, 279emprendió el asedio, que requería de una gran habilidad y esfuerzo a causa de la solidez de la fortaleza, cuya naturaleza es la siguiente.

Descripción de la fortaleza de Masadá[135]

Se trata de una roca de un gran perí280metro, muy alta[136], a la que rodean por todas partes profundos barrancos, escarpados, cuyo fondo es imperceptible por la vista e intransitables a pie por cualquier ser vivo, excepto por dos lugares donde la roca permite subir de un modo nada sencillo. Uno de estos caminos 281parte del lago Asfaltitis, al este, y el otro, por donde es fácil transitar, al oeste. Al primero de ellos le dan el nombre de «ser282piente» por su parecido con ella por su estrechez y sus múltiples vueltas. Pues este camino corta por entre los salientes rocosos de los precipicios, muchas veces retrocede sobre sí mismo, luego se va extendiendo a pequeños trechos y así a duras penas consigue seguir adelante. Es preciso que quien 283camine por esta senda apoye con firmeza un pie tras otro. Existe un claro peligro de muerte al pasar por allí, ya que a ambos lados se abren precipicios con una profundidad que puede dejar aterrorizado a la persona más audaz. Después 284de haber recorrido por este camino treinta estadios, sólo queda la cumbre, que no termina en un pico escarpado, sino en una llanura en la propia cima. En ella levantó por prime285ra vez una fortaleza el sumo sacerdote Jonatán[137] y la llamó Masadá. Más tarde el rey Herodes puso un gran empeño en 286la disposición del lugar. Construyó una muralla de siete estadios a lo largo de todo su perímetro, hecha de piedra blan287ca, con una altura de doce codos y una anchura de ocho. En esta muralla se erguían treinta y siete torres de cincuenta codos de altura, desde las que se podía acceder a los edificios que estaban construidos a lo largo de toda la parte interior 288del muro. El rey destinó al cultivo la cima, dado que era fértil y su suelo más blando que el de cualquier otra llanura, para que, si alguna vez les faltaran las provisiones que venían del exterior, no sufriera el hambre la gente que había 289confiado su propia salvación a esta fortaleza. Levantó también allí un palacio en la pendiente occidental, debajo de las murallas que había en la cumbre, orientado hacia el norte. El muro del palacio tenía una gran altura y solidez y contaba 290con cuatro torres en sus ángulos de sesenta codos. La disposición de las estancias interiores, de los pórticos y de los baños era de gran variedad y suntuosidad; por todas partes las construcciones estaban sostenidas por columnas de una sola pieza y las paredes y suelos de las habitaciones estaban re291cubiertos con mosaicos de varios colores. En las proximidades de todos los lugares habitados, arriba, en los alrededores de palacio y delante de las murallas había excavadas en la roca numerosas y amplias cisternas para conservar la lluvia. El monarca se las había ingeniado para que así hubiera tanta abundancia de agua como de la que disponen los que tienen 292fuentes. Un pasadizo excavado, que desde fuera no se veía, iba desde el palacio a lo más alto de la cima. Pero ni los caminos que estaban a la vista podían ser utilizados fácilmente 293por los enemigos. Pues, según hemos descrito antes[138], el acceso por el lado oriental es intransitable por su naturaleza y Herodes había cerrado la entrada occidental en su parte más estrecha por una amplia torre, a una distancia de no menos de mil codos de la cumbre, que no se podía cruzar ni era sencillo apoderarse de ella. Este acceso tenía una salida complicada incluso para los viandantes que pasaban por allí sin estar expuestos a ningún ataque. Así es como estaba la 294fortaleza protegida por la naturaleza y por la mano del hombre para hacer frente a las incursiones enemigas.

Más aún se podría admirar uno de la riqueza y del buen 295estado de conservación de las provisiones que en su interior estaban almacenadas. Pues había una gran cantidad de trigo, 296de sobra suficiente para un largo tiempo, mucho vino y aceite y también había amontonado todo tipo de legumbres secas y dátiles. Eleazar, cuando se apoderó a traición junto con los sica297rios de la fortaleza[139], se encontró con todos estos productos en buen estado y que en nada desmerecen a los frutos que acababan de ser recogidos. No obstante, desde que se hizo este acopio de víveres hasta que los romanos tomaron el lugar pasaron casi cien años[140], si bien estos últimos hallaron intactos los productos que aún quedaban. Se podría creer, sin riesgo de equivo298carse, que la causa de esta conservación es el aire, que por la altura que alcanza la cima de este enclave no tiene ningún tipo de mezcla con la tierra y el fango. También se halló una gran y 299variada cantidad de armas que había sido atesorada allí por el rey, suficiente para diez mil hombres, hierro sin trabajar, bronce e incluso plomo, lo que indicaba que estos aprovisionamientos habían sido llevados a cabo por razones importantes. En efecto, 300se dice que Herodes había preparado esta fortaleza como un refugio para sí mismo en vistas a un doble peligro, uno de parte del pueblo judío, por temor a que le derrocara y estableciera en el trono a los reyes anteriores a él[141], y el otro, más importante y 301peligroso, de parte de la reina de Egipto, Cleopatra. Esta soberana no ocultaba su propósito, sino que con frecuencia hablaba con Antonio, le pedía que matara a Herodes y le rogaba que le 302regalase a ella el reino de los judíos[142]. Realmente era más digno de admiración el que Antonio, a pesar de estar perdidamente esclavizado por el amor hacia ella, nunca accediera a estas peticiones, que no el hecho de que se esperase que se negara a ha303cerle tal obsequio. Por estos temores Herodes fortificó Masadá y así dejó a los romanos lo que iba a ser el último bastión de su guerra contra los judíos.

El asedio de Masadá

304Cuando el general romano, según hemos dicho[143], levantó un muro exterior alrededor de todo el lugar, tomó las precauciones más cuidadosas para que nadie pudiera huir y puso manos al asedio, si bien no encontró más que un solo punto donde se pudieran 305levantar los terraplenes. Detrás de la torre[144] que cubría el camino que llevaba desde el oeste al palacio y a la cumbre la roca presentaba un saliente, de una gran anchura y muy prominente, a unos trescientos codos por debajo de la parte 306más elevada de Masadá, que llamaban Roca Blanca[145]. Silva subió a este promontorio, se asentó en él y ordenó a su ejército que transportara allí tierra. Se levantó un sólido terraplén de doscientos codos gracias al concienzudo trabajo de los soldados y a las muchas manos que en él participaron. Sin embargo, el espacio de este terraplén no parecía sufi307cíente ni firme para subir allí las máquinas. Por ello se construyó encima una plataforma de grandes piedras, bien ajustadas entre sí, de cincuenta codos de altura y de anchura. La disposi308ción de las máquinas era, en general, muy similar a la que primero Vespasiano, y después Tito, habían diseñado para los asedios. Se levantó además una torre de setenta codos, recubierta 309toda ella de hierro[146], desde donde los romanos dispararon con las oxibelas[147] y las balistas[148] y así rechazaron a los que combatían desde la muralla y no les dejaron asomar la cabeza. En 310este momento Silva, que tenía preparado un enorme ariete, ordenó atacar el muro con repetidos golpes y, a duras penas, pudo hacer allí un boquete y derribar una parte del mismo. Pero los 311sicarios se habían adelantado a construir con rapidez en el interior una segunda muralla, que no iba a sucumbir de la misma forma ante las máquinas enemigas, pues la habían hecho sin rigidez para que fuera capaz de amortiguar la fuerza de las embestidas de la siguiente manera. Colocaron a lo largo grandes 312vigas unidas entre sí por sus extremos. Había dos filas paralelas de estas vigas, con una distancia de separación igual a la anchura de un muro, y en medio de ellas echaron tierra. Para que no 313se desplomara esta tierra, al elevar el terraplén, sujetaron las vigas colocadas a lo largo con otras en sentido transversal. Para 314los romanos esta obra era muy similar a una construcción de albañilería, aunque los golpes de las máquinas se veían amortiguados al dar contra una estructura que no resistía las embestidas y se hacía más sólida con las sacudidas que la iban ensamblando progresivamente. Cuando Silva se percató de 315esta estratagema, pensó que lo mejor era prender fuego a la muralla y, por ello, ordenó a los soldados que lanzaran contra ella 316sin parar antorchas encendidas. Como el muro estaba casi todo él hecho de madera, fue pasto del fuego rápidamente y a causa de la inconsistencia de la construcción el fuego se extendió en 317toda su profundidad en una gran llamarada. Una vez iniciado ya el incendio, el viento del norte que soplaba en contra de los romanos produjo temor entre ellos. Pues venía desde arriba y desviaba las llamas en su contra, y casi estaban ya al borde de la desesperación por el hecho de que tenían la idea de que sus má318quinas iban a arder en el incendio. Sin embargo, luego el viento cambió de repente de dirección, como si fuera obra de la Providencia divina[149], y sopló con intensidad en sentido opuesto y llevó contra el muro las llamas, y así prendió en toda su exten319sión. En consecuencia, los romanos, asistidos por la ayuda de Dios, se retiraron satisfechos al campamento. Decidieron atacar al día siguiente a los enemigos y esa misma noche pusieron más cuidado en las guardias, para que ninguno de ellos huyera sin ser visto.

Arenga de Eleazar a los sitiados. Sus dos discursos

320No obstante, a Eleazar no se le pasaba por la cabeza el escapar de Masadá ni iba 321a permitir hacerlo a ningún otro. Cuando vio que el muro había sido devastado por el fuego, no pensó en ninguna otra forma de salvación ni de heroísmo[150], sino que puso ante sus ojos lo que los romanos les harían a ellos, a sus mujeres y a sus hijos, en caso de que obtuvieran la victoria, y decidió que todos debían morir. Tras considerar que ésta era la mejor 322solución, habida cuenta de las circunstancias del momento, reunió a los más valerosos de sus compañeros y les exhortó a llevar a cabo esta acción con las siguientes palabras: «Mis 323valientes, hace tiempo que tomamos la decisión de no ser esclavos ni de los romanos ni de ningún otro, sino de Dios, pues sólo él es el auténtico y justo señor de los hombres[151]. Ahora llega el momento que nos reclama poner en práctica nuestro propósito. Nosotros, que antes no hemos soportado 324una esclavitud sin peligros, no debemos ahora llenamos de deshonor, porque, si caemos vivos bajo el yugo romano, sufriremos irremediables castigos, además de la servidumbre. Pues nosotros hemos sido los primeros en sublevamos y seremos los últimos en luchar contra ellos. Creo que es Dios 325quien nos ha concedido esta gracia de poder morir con gloria y libertad, algo que no les ha sucedido a otros que han resultado vencidos en contra de lo que esperaban. Está claro 326que nosotros mañana seremos conquistados, aunque tenemos la posibilidad de elegir libremente una muerte noble en compañía de nuestros seres queridos. Los enemigos, que tienen grandes deseos de cogemos vivos, no pueden impedimos hacer esto, ni nosotros somos capaces ya de vencerles en el combate. Cuando deseábamos reivindicar nuestra 327libertad y nos salió todo mal entre nosotros mismos y, lo que es peor, en relación con los enemigos, tal vez teníamos que haber sospechado enseguida desde el principio la decisión de Dios y habernos dado cuenta de que el pueblo, que antes había sido amado por él, ahora había sido condenado. 328Porque, si Dios nos hubiera sido propicio o, al menos, moderadamente hostil, no habría permitido la muerte de tanta gente ni habría abandonado su santísima ciudad al fuego y a 329la destrucción por parte de los enemigos. ¿Es que nosotros somos los únicos de la raza judía que esperamos sobrevivir y conservar nuestra libertad, como si fuéramos inocentes ante Dios y no hubiéramos participado en ningún crimen, después de haber 330enseñado a los demás a actuar de esta manera? Así pues, veis cómo Dios ha demostrado que nuestras expectativas eran vanas, al traer sobre nosotros una situación terrible que desborda 331nuestras esperanzas. Pues ni la naturaleza de esta fortificación, que es inexpugnable, ha servido para salvamos, sino que, a pesar de que contábamos con abundancia de provisiones, una gran cantidad de armas y un sinfín de otros recursos, de una manera evidente nos hemos visto privados por el propio Dios de nuestra 332confianza de salvación. Realmente, el fuego que se dirigió contra los enemigos[152] no se volvió de forma espontánea contra el muro levantado por nosotros, sino que la causa de ello fue la cólera provocada por las numerosas iniquidades, que en nuestra locura nos hemos atrevido a cometer contra nuestros compa333triotas. Recibamos castigo por estos crímenes, no de nuestros peores enemigos, los romanos, sino de Dios por nuestras propias manos, puesto que esta forma de suplicio es más soportable 334que aquél[153]. Que nuestras mujeres mueran sin ser injuriadas y nuestros hijos sin conocer la esclavitud. Después de que estos últimos perezcan, concedámonos mutuamente un noble favor al 335conservar la libertad como una hermosa tumba. Pero previamente prendamos fuego a nuestros bienes y a la fortaleza, pues, sé perfectamente, que los romanos se disgustarán de no apoderarse de nuestras personas y de no conseguir ninguna ganancia. Dejemos solamente los víveres, dado que, cuando ya estemos 336muertos, éstos serán el testimonio de que no fuimos vencidos por el hambre, sino que, según decidimos desde un principio, hemos preferido la muerte a la esclavitud».

Éstas fueron las palabras de Eleazar, que, sin embargo, 337no afectaron por igual al ánimo de todos los presentes. Unos estaban decididos a obedecer y estaban casi henchidos de placer con la idea de una muerte gloriosa. Otros, en cambio, 338más sensibles, se apiadaron de las mujeres, de sus hijos y, sobre todo, de su propia inexorable muerte; se miraron los unos a otros con lágrimas y así dieron a entender que no estaban de acuerdo con esta decisión. Cuando Eleazar se dio 339cuenta de que estaban asustados y de que eran débiles en su espíritu ante la magnitud de la hazaña, temió que con sus lamentos y con sus súplicas ablandasen también a los que antes habían escuchado sus palabras sin titubear. En conse340cuencia, no cedió en sus exhortaciones, sino que se dio valor a sí mismo y, lleno de una gran audacia, habló con brillantes palabras sobre la inmortalidad del alma[154]. Con gran 341indignación clavó su mirada fijamente en los que lloraban y dijo[155]: «En verdad estaba muy engañado al pensar que luchaba en defensa de la libertad con hombres valientes, que 342estaban dispuestos a vivir con honor o a morir. Sin embargo, no os distinguís de la gente normal ni en valor ni en audacia, vosotros que sentís miedo de la muerte, que os libraría de los peores males, cuando no deberíais demoraros en aceptar343la ni esperar ningún consejero al respecto. Desde antaño, desde que tuvimos uso de razón, las leyes de nuestros padres y de Dios, confirmadas por las obras y las doctrinas de nuestros antepasados, no han dejado de enseñamos que el vivir es para los hombres una desgracia, mientras que no lo 344es la muerte. Esta última al conceder la libertad a las almas las deja ir a un lugar que es propio de ellas y que es puro, donde estarán exentas de todo sufrimiento, mientras que si están atadas a un cuerpo mortal y llenas de sus males, están ya muertas[156], por decir la auténtica verdad, pues no es con345veniente la asociación de lo divino con lo mortal. El alma encadenada al cuerpo tiene una gran fuerza, pues hace que sea su órgano sensorial, le mueve, sin ser vista, y le dirige a 346acciones por encima de su naturaleza mortal. Pero, cuando el alma se ve libre del peso que la arrastra hacia la tierra y que la deja suspendida sobre ella y va al lugar que le es propio, entonces disfruta de una dichosa fuerza y de un poder ilimitado y permanece invisible a los ojos humanos, como el 347mismísimo Dios. Porque ni siquiera se la ve, hasta que está en el cuerpo: se aproxima de una forma invisible y se separa de nuevo, sin que nadie se percate de ello. Ella misma tiene una sola naturaleza incorruptible, aunque al cuerpo le pro348duce cambios. Pues todo lo que el alma toca, vive y florece[157], mientras que muere y se marchita aquello de lo que se aparta. Así de grande es en ella la abundancia de inmortalidad. Que el sueño sea para vosotros la prueba más evidente 349de mis palabras, pues en él las almas, sin la distracción del cuerpo y encerradas en sí mismas, disfrutan de un descanso muy placentero, pues se unen a Dios, por la similitud de naturaleza que con él tienen[158], vagan por todas partes y vaticinan numerosos acontecimientos futuros. ¿Por qué, entonces, te350memos a la muerte, cuando nos gusta el reposo del sueño? ¿Cómo no va a ser insensato que busquemos la libertad durante la vida y neguemos aquella que es eterna? Por tanto, 351es preciso que nosotros, que hemos sido educados según los preceptos de nuestra patria, seamos para los demás ejemplo de aceptación de la muerte. Pero, si necesitamos también del testimonio de pueblos extranjeros, miremos a los indios, que profesan la práctica de la sabiduría[159]. Ellos, que son perso352nas de bien, aguantan de mala gana el tiempo de la vida, como una necesaria carga impuesta por la naturaleza. Se es353fuerzan por liberar sus almas de los cuerpos y, sin que ningún mal les presione o les empuje a ello, por el deseo de una existencia inmortal anuncian previamente al resto de la gente que están a punto de partir. No hay nadie que se lo impida, sino que todos les consideran felices y cada uno de ellos les entrega cartas para sus familiares. Así es como cre354en que es de segura y de una verdad tan extrema la relación 355de las almas entre sí. Después de haber escuchado los encargos que se les ha encomendado, entregan su cuerpo al fuego, para que su alma se separe totalmente pura de él, y 356mueren en medio de himnos de alabanza. Sus seres más queridos les acompañan en la muerte con más complacencia que la de las demás personas cuando despiden a sus ciudadanos para un viaje muy largo. Lloran por ellos mismos, mientras tienen por dichosos a aquellos que ya han adquiri357do un rango inmortal. ¿Acaso no es para nosostros una vergüenza tener unos sentimientos inferiores a los indios y deshonrar de una manera indigna por culpa de nuestra cobardía nuestras leyes patrias, que son motivo de envidia para 358todos los hombres? Pero, aunque desde el principio se nos hubieran enseñado normas contrarias a éstas, a saber, que para el hombre el bien más preciado es la vida y que la muerte es una desgracia, sin embargo la ocasión del momento nos exhorta a soportar la muerte con firmeza de espíritu, pues vamos a perecer por decisión de Dios y obligados 359por la necesidad. Pues, según parece, hace ya tiempo que Dios ha tomado contra toda la nación judía la decisión de que seamos privados de la vida, dado que no vamos a hacer 360uso de ella de un modo conveniente[160]. No os echéis a vosotros mismos las culpas ni les deis las gracias a los romanos por el hecho de que la guerra contra ellos haya acabado con todos nosotros, ya que esto no ha sucedido por la fuerza de aquéllos, sino que es una causa superior la que les ha 361concedido una aparente victoria. Pues, ¿cuáles son las armas romanas por las que murieron los judíos, que vivían en Cesarea?[161]. Éstos no tenían ninguna intención de rebelarse 362contra los romanos, sino que mientras celebraban el séptimo día de la semana la multitud de los habitantes de Cesarea se lanzó contra ellos y los degolló junto con sus mujeres e hijos, sin que ni siquiera ellos pudieran ofrecer ninguna resistencia con sus manos. Esta gente no respetó ni a los mismos romanos, que, por habernos rebelado, nos tenían a nosotros como los únicos enemigos. Pero alguien podrá decir que 363siempre habían existido diferencias entre los cesarenses y los judíos que vivían entre ellos y que se aprovecharon de la ocasión para saciar su antiguo odio. ¿Qué podemos decir de 364los judíos de Escitópolis?[162]. Éstos osaron luchar contra nosotros en favor de los griegos, pero no se unieron a nosotros, sus compatriotas, para hacer frente a los romanos. De 365mucho le sirvieron a los judíos la benevolencia y la fidelidad que tuvieron con los escitopolitanos: fueron ejecutados cruelmente por ellos, junto con todas sus familias, y así recibieron la recompensa por aliarse con esta gente. Pues los 366judíos de allí, como si ellos quisieran hacérselo a sí mismos, soportaron aquellos males que los habitantes de Escitópolis les habían evitado sufrir de parte nuestra. Sería ahora muy largo hablar de cada uno de estos episodios de forma particular. Sabéis que no hay ciudad en Siria en la que no se ha367yan masacrado a los judíos que en ella habitaban y que la gente de allí era más enemiga nuestra que de los romanos. En ese país los damascenos, sin que pudieran inventar una 368justificación razonable, llenaron su ciudad de una matanza abominable al degollar a dieciocho mil judíos junto con sus mujeres y familias[163]. Nos hemos enterado de que son más 369de sesenta mil los hebreos que han perecido bajo torturas en Egipto[164]. Tal vez estos últimos murieron porque en una tierra extranjera no hallaron nada con que oponerse a los enemigos. Sin embargo, a todos los que en su propio país han emprendido la guerra contra los romanos, ¿qué es lo que les ha faltado de aquello que podía darles esperanzas de una 370completa victoria? Pues a todos les dieron valor para la revuelta las armas, las murallas, las inexpugnables construcciones de las fortalezas y un espíritu que no se acobarda 371ante los peligros que se afrontan en pro de la libertad. Pero estos elementos, que fueron suficientes por un breve espacio de tiempo y que nos infundieron esperanzas, se convirtieron en el origen de males mayores. Todo fue conquistado, todo sucumbió ante los enemigos, como si todo ello hubiera sido dispuesto para hacer muy renombrada la victoria de los romanos y no para la salvación de los judíos, que se habían 372ocupado de su preparación. Es justo considerar dichosos a los que murieron en la lucha, pues cayeron en defensa de la libertad, sin traicionarla. ¿Quién no va a sentir lástima de la cantidad de judíos que han sucumbido a manos romanas? ¿Quién no se dará prisa en morir antes que padecer sus 373mismos infortunios? Algunos han muerto torturados en el potro o atormentados por el fuego y por el látigo, otros, medio devorados por las fieras, han sido conservados vivos para servirles de pasto una segunda vez, tras haber sido objeto de 374burla y risa por parte de los enemigos[165]. Pero hay que considerar más desgraciados que aquéllos a los que aún viven, que, aunque piden sin cesar la muerte, no logran conseguir375la. ¿Dónde está la gran ciudad, la metrópoli de toda la raza judía, la urbe que estaba fortificada con tantas series de murallas, protegida con tantas fortalezas y elevadas torres, que apenas podía dar cabida a los instrumentales dispuestos para la guerra y que contenía tantos millares de hombres que combatían por ella[166]? ¿Qué le ha sucedido a esta ciudad, 376que creíamos que tenía a Dios como su fundador? Ha sido destruida y arrancada de raíz y sólo queda como recuerdo suyo el campamento de sus destructores, que aún se levanta sobre sus ruinas. Miserables ancianos permanecen junto a 377las cenizas del santuario y unas pocas mujeres han sido conservadas por los enemigos para servir al ultraje más vergonzoso. ¿Quién de nosotros, al dar vueltas a estos hechos en la 378cabeza, va a soportar ver el sol, aunque pudiera vivir sin peligro? ¿Quién es tan enemigo de su patria o quién será tan cobarde o tan apegado a la vida, que no se arrepienta de haber vivido hasta ahora? ¡Ojalá que todos hubiéramos pere379cido antes de ver aquella sagrada ciudad demolida por las manos enemigas, antes de ver nuestro Templo santo destruido hasta sus cimientos de un modo tan sacrilego! Pero, 380dado que nos ha alentado la noble esperanza de que tal vez podríamos vengamos de nuestros enemigos en nombre de esta ciudad, y dado que ahora esta esperanza se ha esfumado y nos ha dejado solos en esta circunstancia apremiante, démonos prisa en morir con honor, tengamos piedad de nosotros mismos, de nuestros hijos y mujeres, mientras nos sea posible autocompadecernos. Pues nacimos para morir y para 381ello hemos engendrado a los nuestros, y ni siquiera la gente feliz puede escapar de este final. Sin embargo, la naturaleza 382no impone a los hombres el ultraje, la esclavitud y el ver a nuestras mujeres llevadas a la deshonra junto con nuestros hijos, sino que estas desgracias las soportan, a causa de su cobardía, los que, aunque tienen la posibilidad de morir an383tes de padecerlas, no quieren hacerlo. Nosotros, confiados en exceso en nuestra valentía, nos levantamos contra los romanos y ahora, al final, no les hemos hecho caso cuando nos 384daban consejos para que nos salváramos[167]. ¿Quién no se imagina, entonces, su cólera, si nos capturan vivos? ¡Qué desdichados serán los jóvenes que con su fuerza física resistirán numerosas torturas! ¡Qué desdichados serán también los de mayor edad, que no podrán aguantar los infortu385nios! Uno verá que su mujer es arrastrada a la fuerza y escuchará, mientras tiene sus manos atadas, la voz del hijo 386que llama a su padre. Pero mientras nuestras manos estén libres y tengan una espada, ¡que ejecuten una noble acción! Acabemos nuestra vida sin haber sido esclavizados por los enemigos y abandonemos la vida libres, junto con nuestros 387hijos y mujeres. Esto es lo que nos aconsejan nuestras leyes[168], esto es lo que nos piden nuestras mujeres e hijos. Dios nos ha puesto en este estado de necesidad; los romanos desean lo contrario y temen que alguno de nosotros muera 388antes de la conquista de Masadá. Démonos prisa para dejarles el estupor de nuestra muerte y el asombro de nuestra audacia en lugar de la satisfacción que esperan obtener con nuestra captura»[169].

Los judíos de Masadá se suicidan

Todos interrumpieron su discurso, aun389que Eleazar quería continuar con sus arengas, y, llenos de un desenfrenado ardor, le instaron a poner manos a la obra. Como si estuvieran poseídos por un espíritu divino, se alejaron de allí con el deseo de adelantarse unos a otros, pues creían que era una demostración de su valentía y de su buen juicio el no aparecer entre los últimos. ¡Así de grande era el deseo, que se apoderó de ellos, de matar a sus mujeres, a sus hijos y a sí mismos! Y realmente, 390en contra de lo que uno podría pensar[170], no desfallecieron cuando se dispusieron a ejecutar su acción, sino que mantuvieron con firmeza la resolución que habían tomado al escuchar las palabras de Eleazar. En todos reinaba un sentimiento personal y afectivo, pero por encima estaba la razón, que es la que había tomado la mejor decisión para sus seres más queridos. Abrazaban y se agarraban a sus mujeres, co391gían en sus brazos a sus niños, con lágrimas en los ojos les daban sus últimos besos y al mismo tiempo, como si actúa392ran con manos ajenas, llevaban a término su decisión. Tenían como consuelo de esta necesaria matanza el pensamiento de los males que habrían sufrido a manos enemigas. Al final no se vio que nadie se amedrentara en una audacia 393de tal envergadura, sino que todos fueron pasando a cuchillo a sus más próximos familiares. ¡Qué gente más desdichada, para quien matar por necesidad a sus mujeres e hijos con sus 394propias manos les parecía el más pequeño de los males! Pero, como ya no podían soportar su aflicción por lo que habían hecho y como creían que harían una injusticia con los muertos, si seguían viviendo aunque sea un breve espacio de tiempo más, rápidamente hicieron un montón con todas 395sus pertenencias y le prendieron fuego. Entre ellos eligieron a suerte a diez para que fueran los verdugos de todos. Cada uno se tumbó junto a su mujer y a sus hijos, que yacían muertos, se abrazó a ellos y entregó su cuello sumiso a los 396que tenían encomendado esta funesta tarea. Después de que éstos degollaran a todos sin inmutarse, siguieron la misma norma del sorteo entre ellos, de modo que el que fuera elegido matara a los nueve restantes y al final se suicidara. De esta forma todos tenían la confianza de que no habría ninguna diferencia entre unos y otros en ejecutar o sufrir esta 397crueldad. Al final los nueve ofrecieron su cuello, mientras que el último y único que quedaba pasó su mirada por encima de la gran cantidad de cadáveres que yacían en el suelo, por si aún había en medio de la inmensa matanza alguno que necesitara su mano. Cuando vio que todos estaban muertos, provocó un gran incendio en el palacio y con toda la fuerza de su mano se clavó en su cuerpo su espada com398pleta y cayó al lado de sus familiares. Estos individuos murieron con la idea de que no habían dejado viva a nadie de 399su gente para que cayera en manos de los romanos. Sin embargo, una anciana y otra mujer, que era pariente de Eleazar[171] y que destacaba sobremanera del resto de las mujeres por su inteligencia y su educación, se habían escondido con sus cinco hijos sin que nadie los viera en las galerías subterráneas, que conducían el agua potable por debajo de la tierra, mientras los demás judíos discurrían sobre la forma de matarse. El número de las víctimas alcanzó un total de no400vecientos sesenta, con las mujeres y niños incluidos. Esta 401catástrofe tuvo lugar el día quince del mes de Jántico[172].

Los romanos, que aún esperaban una batalla, desde el 402amanecer estaban ya armados y, tras colocar pasarelas sobre los terraplenes para que sirvieran de puente de acceso a la fortaleza, asaltaron Masadá. Pero, al no ver a ninguno de los 403enemigos, sino sólo una terrible soledad por todas partes y, en el interior, fuego y silencio, se quedaron perplejos ante lo que había sucedido. Finalmente, como si fueran a empezar a disparar, lanzaron grandes gritos, para que alguno de los de dentro les respondiera. Las mujeres escucharon este vocerío, 404salieron de los subterráneos y contaron a los romanos cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Una de ellas expuso con todo detalle y claridad las palabras de Eleazar y de qué modo se había llevado a cabo la matanza. Los romanos 405no les prestaron mucha atención, ya que no se creían la magnitud de la audacia. Apagaron el fuego, se abrieron rápidamente camino a través de él y llegaron al interior del palacio. Cuando allí se toparon con el montón de muertos, 406 no se alegraron, como suele ocurrir con los enemigos, sino que se llenaron de admiración por la valentía de su resolución y por el firme menosprecio de la muerte que tanta gente había demostrado con sus obras[173].

Los sicarios se refugian en Egipto. Los romanos acaban con la revuelta judía de Alejandría

407Una vez que Masadá fe conquistada de esta manera, el general romano dejó en la fortaleza una guarnición y se retiró con 408su ejército a Cesarea[174]. Realmente ya no quedaba en la región ningún enemigo, sino que toda ella había sido subyugada por completo por la larga guerra, que a muchos judíos, incluso de las zonas más alejadas, les había 409provocado inquietud y la amenaza de una sublevación. Además, después de estos acontecimientos, sobrevino la muerte 410de muchos judíos en Alejandría de Egipto. Pues los sicarios, que habían podido escapar de la revuelta y refugiarse allí, no se contentaron con haberse salvado, sino que de nuevo se dedicaron a actividades subversivas y convencieron a muchos de los que les habían dado cobijo para que reivindicaran su libertad, para que no se creyeran que los romanos eran superiores a ellos y para que tuvieran a Dios como el 411único señor. Pero, como algunos notables judíos se les opusieron, los degollaron y a los demás les hostigaron con sus 412continuas llamadas a la revuelta. Cuando los jefes del Consejo de los Ancianos[175] vieron esta actitud demente, consideraron que no era seguro para ellos dejarles actuar así, sino que reunieron en asamblea a todos los judíos y en ella denunciaron la locura de los sicarios y demostraron que ellos eran los culpables de todos los males. Dijeron también que 413éstos, al no tener, después de haber huido, ninguna esperanza segura de salvación, pues los romanos les matarían en cuanto los cogieran, hacían partícipes ahora de sus desgracias a los que no tenían nada que ver con sus crímenes. Por 414consiguiente, pidieron a la multitud que tomara precauciones ante el desastre que los sicarios representaban y que los entregaran a los romanos para así disculparse ante ellos. Los 415judíos, que comprendían la magnitud del peligro, se dejaron convencer por estas palabras, se lanzaron con gran ímpetu contra los sicarios y se apoderaron de ellos. Inmediatamente 416 capturaron a seiscientos y, no mucho después, apresaron y devolvieron a sus lugares de origen a cuantos se habían refugiado en Egipto y en la Tebas egipcia. No había nadie que 417no se quedara maravillado de su tenacidad ni de su locura, que tal vez haya que llamar firmeza de carácter. Pues, aun418que se ensayó con ellos todo tipo de tormentos y de daños corporales con el único fin de que reconocieran a César como su señor, sin embargo ninguno cedió ni estuvo dispuesto a hacer esta confesión, sino que todos mantuvieron sus convicciones, por encima de las coacciones, como si aceptaran los suplicios y el fuego con un cuerpo insensible y un alma que casi se alegraba con ello. Lo que más atónitos dejó a los 419que veían este espectáculo fueron los niños de corta edad, pues ninguno de ellos pudo ser obligado a llamar señor a César. ¡Tan grande era el poder que tenía la fuerza de su audacia sobre la debilidad de sus cuerpos!

Final del templo de Onías en Egipto

420Lupo[176], que entonces gobernaba Alejandría, envió rápidamente a César in421formación sobre esta revuelta judía. Éste, que miraba con desconfianza los movimientos revolucionarios de los judíos y que temía que de nuevo se reagruparan y captaran para su causa a otros aliados, ordenó a Lupo destruir el templo judío que había en el territorio conocido por el nombre de Onías[177]. 422Este lugar[178] está en Egipto y fue fundado con este nombre 423por el siguiente motivo. Onías, hijo de Simón, uno de los sumos sacerdotes de Jerusalén, escapó de Antíoco[179], rey de Siria que estaba en guerra con los judíos, y llegó a Alejandría. Allí fue recibido amistosamente por Ptolomeo[180] a causa del odio que sentía contra Antíoco y le dijo que le procuraría la alianza del pueblo judío, si accedía a sus peti424ciones. Como el rey prometió hacer lo que pudiera, Onías le pidió permiso para edificar un templo en algún sitio de Egipto y venerar a Dios según las costumbres de sus padres. 425Pues de esta forma los judíos serían aún más hostiles con Antíoco, que había devastado el Templo de Jerusalén, tendrían más afecto hacia él y muchos hebreos se concentrarían en este país por la tolerancia para practicar su religión.

Ptolomeo, convencido por las palabras de Onías, le con426cedió un territorio, que distaba de Menfis ciento ochenta estadios, en el distrito llamado Heliópolis[181]. Onías constru427yó allí una fortaleza y levantó un templo no como el de Jerusalén, sino muy parecido a una torre, con grandes piedras y una altura de sesenta codos. Sin embargo, en la dispos428ción del altar imitó al de Jerusalén y adornó el lugar con los mismos objetos votivos, excepto la forma del candelabro[182]. Pues no puso un candelabro, sino que forjó una lámpara de 429oro, que destellaba una luz brillante, y la colgó de una cadena dorada. Todo el recinto estaba rodeado por un muro de ladrillos cocidos y sus puertas eran de piedra. Además, el 430rey concedió un gran terreno, que produjera ingresos, para que los sacerdotes tuvieran abundancia de todo y hubiera muchas provisiones para el culto divino. Sin embargo, Onías 431no había hecho esto por un motivo inocente, sino que estaba resentido por haber sido desterrado de Jerusalén y quería rivalizar con los judíos de esa ciudad. Por ello pensó que, si levantaba este templo, se atraería a mucha de la población de allí. Existía una antigua profecía, pronunciada seiscientos 432años antes por un personaje de nombre Isaías[183], según la cual la construcción del templo de Egipto iba a ser llevada a cabo por un hombre judío. De esta forma se erigió este templo.

433Cuando el gobernador de Alejandría, Lupo, recibió las cartas de César, se dirigió al templo, se apropió de alguna de 434sus ofrendas y clausuró el lugar. Al poco tiempo murió Lupo y fue sucedido en el gobierno por Paulino, que no dejó en el templo ninguno de los objetos votivos, pues había proferido grandes amenazas contra los sacerdotes, si no le entregaban todo. No dejó acercarse al recinto sagrado a los 435que querían cumplir con sus prácticas religiosas, sino que cerró las puertas y dejó el lugar totalmente inaccesible, de forma que allí no quedó ninguna huella del culto a Dios. 436Habían transcurrido trescientos cuarenta y tres años desde la edificación del templo hasta su destrucción[184].

Los sicarios de Jonatán se sublevan en Cirene. El gobernador Catulo en contra de los judíos y de Flavio Josefo

437La demencia de los sicarios se adueñó también, como una peste, de las ciudades 438próximas a Cirene. Se había refugiado allí Jonatán, un individuo muy malvado, tejedor de profesión, que convenció a un gran número de gente pobre para que le siguiera y la condujo al desierto con la promesa 439de mostrarle señales y apariciones[185]. Estas actividades y engaños pasaron desapercibidos a todos los demás, si bien los judíos[186] más notables de Cirene denunciaron ante el gobernador de la Pentápolis de Libia[187], Catulo, la salida y las maquinaciones de Jonatán. El jefe romano envió solda440dos de caballería y de infantería y así sometió con facilidad a aquellos Judíos, que estaban desarmados. La mayoría de ellos perecieron en la lucha, mientras que algunos fueron capturados vivos y llevados ante Catulo. El autor de la con441jura, Jonatán, pudo entonces escapar y, tras una intensa y muy concienzuda búsqueda por toda la región, fue apresado y conducido ante el gobernador. Ingenió la forma de librarse del castigo y con ello dio pie a Catulo para que cometiera injustos crímenes, pues acusó falsamente a los judíos más 442ricos de ser los instigadores de su conjura. El gobernador 443romano admitió con presteza tales calumnias, exageró mucho los hechos y les añadió un gran color trágico, para que diera la impresión de que él también había terminado con éxito una guerra contra los judíos. Pero lo peor de ello fue 444que, además de creer sin ningún miramiento sus mentiras, el propio Catulo fue maestro de los sicarios en esta materia. Ordenó a Jonatán que denunciara a uno de los judíos, Ale445jandró, con el que tenía una manifiesta enemistad por haberse enfrentado con él hacía tiempo. Incluyó también en la calumnia a su mujer Berenice y empezó por condenar a muerte a estos dos. Luego ejecutó de golpe a mil hombres, a todos los judíos que sobresalían por su riqueza. Pensó que 446podía cometer estos crímenes impunemente, ya que confiscaba los bienes de estos judíos para el tesoro imperial.

447Para que ninguno de los judíos de otras regiones denunciara su injusticia, llevó aún más lejos su mentira y persuadió a Jonatán y a algunos de los que habían sido arrestados junto con él para que acusaran de rebelión a los judíos más 448insignes de Alejandría y de Roma. Uno de los inculpados de 449esta forma insidiosa era Josefo, el autor de este libro[188]. Pero esta trama no resultó según esperaba Catulo, pues llegó a Roma con Jonatán y sus hombres encadenados y pensaba que la investigación se centraría en las falsas acusaciones 450hechas por iniciativa suya delante de él. Vespasiano, que sospechaba la trama, indagó la verdad y, cuando descubrió que la acusación contra estos hombres era injusta, a petición de Tito, los dejó absueltos de las imputaciones e impuso a Jonatán la pena que se merecía: fue torturado y luego quemado vivo.

451Gracias a la bondad de los emperadores Catulo no tuvo que soportar entonces más que una reprimenda. No mucho tiempo después enfermó de una complicada e incurable dolencia y murió de un modo miserable: recibió su castigo no sólo en el cuerpo, sino que la enfermedad le afectó grave452mente a su espíritu. Estaba totalmente trastornado por el miedo y continuamente gritaba que veía delante de él los fantasmas de las personas que había asesinado. Como no podía resistirlo, se tiraba de la cama, como si le estuvieran 453torturando o quemando con fuego. La enfermedad iba aumentando progresivamente su intensidad y las entrañas se le salían del cuerpo a causa de las úlceras que tenía. De esta manera murió, como un destacado ejemplo de que la Providencia divina castiga a los malvados[189].

Epílogo a la «Historia de la guerra de los judíos»

Éste es el final de nuestra historia, 454que prometimos transmitir con toda exactitud a los que quieran saber de qué modo se desarrolló esta guerra de Roma contra los judíos[190]. Dejo que los lectores juz455guen su estilo literario[191], pero, en relación con la verdad de los hechos, no tengo ningún rubor en decir que éste ha sido el único objetivo que he perseguido en toda la narración.