LA REVOLUCIÓN EN ARMAS

La sombra de la guillotina se extiende al ejército. Amenazada por el extranjero en las fronteras y en el interior por la rebelión de los monárquicos vendeanos, la República toma medidas desesperadas en lo que se refiere al ejército caído en la anarquía. Para empezar lo democrático no tendrá nada que hacer en las filas; se acabaron los nombramientos de cabos elegidos por el voto de los soldados. Los mandos serán designados entre los más capaces y si entre ellos hay todavía, como es lógico, porque de esa clase se surtía la oficialidad, algún aristócrata, no perderá su puesto, “si son puros”, expresión que significaba entonces ser republicano y no contaminado por la corrupción de la corte.

Se limpia el ejército enviando a casa a las prostitutas que habían empezado a ir con sus compañeros a la guerra como a una fiesta. Se restablece la disciplina aunque los consejos de guerra serán mucho más duros con los oficiales que con los soldados.

Los generales sospechosos de tibieza republicana serán sustituidos sobre la marcha por jóvenes de confianza que asombrosamente mostrarán una gran capacidad bélica; se dan casos de comandantes en jefe que tienen veinticuatro años, Hoce, Marcea y un tal Bonaparte, por ejemplo, que se acaba de distinguir en Tollón recuperado a las fuerzas anglo-españolas.

El cerebro organizador de estos cambios se llamaba Carnet, el que fue denominado por sus éxitos “padre de las victorias”. Su esquema administrativo tenía como complemento una estrategia y táctica que sacase partido del numeroso ejército que el entusiasmo revolucionario había puesto en sus manos. Preconizaba el tiro cercano y en cuanto fuera posible “intentar siempre el combate a la bayoneta persiguiendo al enemigo en su huida hasta su destrucción completa”. Desde luego, la República no hacía prisioneros. Los ingleses o hannoverianos que se rendían perdían inmediatamente la vida.

La República amenazada de muerte se defendía matando a su vez.

Para vigilar la situación militar, especialmente en la fidelidad republicana y el trato a los soldados que debía ser afectuoso y protector de sus necesidades, el Comité de Salvación Pública nombraba unos comisarios que tenían autoridad plena sobre los generales excepto en lo que se refería a operaciones militares estrictamente hablando.

El resultado de todas esas reformas fue espectacular. Animados por un lado y vigilados por otro, los generales utilizaron el entusiasmo de sus tropas ávidas de defender el suelo patrio y vencieron en Fleurus (26 de junio de 1794), liberando a Bélgica mientras el ejército de los Pirineos entraba en Cataluña por el este. En la Vendée se emplea con éxito el ejército rendido en Maguncia y que de acuerdo con las condiciones de la entrega no podía volver a luchar contra los enemigos exteriores... pero sí contra los del interior. Igualmente fue recuperada para la República, Lyon, que se había sublevado contra París y cuyos habitantes sufrieron el castigo por ello a manos de Collot d’Herbois y de Fouché, que entonces estaba muy lejos de pensar que acabaría de duque de Otranto. La guillotina funcionó largas jornadas en la ciudad. También cayó Toulon, cuyos realistas habían entregado al almirante inglés, Hood.

Barras y Freron dieron otro ejemplo fusilando a centenares de rebeldes. La guillotina hubiera tardado demasiado.

La actitud bélica se apoyaba necesariamente en la

Intendencia. Robespierre decreta que edificios oficiales serán convertidos en cuarteles, las plazas públicas en talleres de armas, el suelo de los sótanos será lavado para extraer salitre (para la pólvora).

La necesidad de bronce y la antipatía a la iglesia se aliaron para requisar todas las campanas de las iglesias. Desde el 23 de julio de 1793 no se toleró más que las que doblaban en la iglesia parroquial. Las de los demás templos fueron llevadas a la fundición. Los obreros metalúrgicos fueron declarados exentos del servicio militar.

En París trabajaban 5000 personas en la fabricación de fusiles, con herrerías instaladas en el jardín de las Tullerías y del Luxemburgo.

Llegaron incluso a intensificar los estudios sobre la aerostática que poco antes (1783) había impresionado a los parisienses con el globo de los hermanos Montgolfier

Así se llegó a construir uno de observación que en la batalla de Fleurus dio noticias útiles al mando francés desconcertando además al enemigo ante esa nueva arma de efectos imprevisibles.

Hacía falta además ropa, armas, zapatos y aquí el Comité de Salud Pública se encontró con la vieja organización de proveedores del Estado que pensaban antes en sus provechos personales que en el bienestar de las tropas republicanas. Entre ellos estaba Ouvrard, que años más tarde heredaría de Barras la posesión de la española Teresa Cabarrús, que por entonces había dejado de llamarse Tallien.

Esa grey codiciosa no se dio cuenta al principio de que las normas de la república eran bastante más severas que las de la monarquía. Engañar a los soldados de la república con mal calzado o ropa que no abrigaba era sabotear la Revolución y a su costa se enteraron Dessale y Bouchet que fueron entregados al Tribunal Revolucionario y por ello a la guillotina.

“Hay diez mil hombres descalzos en el ejército; hace falta que descalcéis a todos los aristócratas de Estrasburgo y que mañana, a las diez, los diez mil pares de zapatos estén en marcha hacia el cuartel general” (Saint-Just, Le Bas, representantes del pueblo cerca del ejército del Rin a la municipalidad de Estrasburgo, 15-XI-1793).

La consigna “la patria está en peligro” galvanizó al país que seguía ciegamente consignas como éstas:

“Los jóvenes irán al combate; los casados forjarán las armas y transportarán las vituallas; las mujeres confeccionarán uniformes y servirán en los hospitales; los niños harán hilas de la ropa vieja; los ancianos se harán llevar a las plazas públicas para excitar el valor de los guerreros, predicar el odio a los reyes y la unidad de la República” (decreto sobre la leva en masa, 23-VIII-1793).

Se promete a los voluntarios que el gobierno cuidará de que mientras estén en el frente no les apuñalarán por la espalda.

“Vais a tener un ejército de sans-coulottes, pero eso no basta; hace falta que mientras vosotros vayáis a combatir a los enemigos del exterior, los aristócratas del interior queden bajo la pica de los sans-coulottes” (Danton, Convención, 5-IV-1793).

La guerra es a muerte. Los actos protocolarios de antaño entre los ejércitos no se admiten.

“La República francesa no recibe de sus enemigos ni les devuelve más que plomo” (Saint-Just, Le Bas, ante un mensajero del ejército enemigo, en Estrasburgo).

Y en fin los generales saben que han dejado de ser intocables.

“Los generales se ven a sí mismos como soberanos en Francia; ellos creen que no existe otro poder que ellos y la facción de los hombres de Estado” (Robespierre a Kellermann, 24-V-1793).