62
A punto de desvestirme para entrar en la cama un sonido me puso alerta: el timbre de la puerta sonaba con insistencia. Me encaminé con diligencia a abrir, pensando que a Martina se le habría olvidado algo, porque no sería la primera vez que ocurría.
—Va, ya voy —dije. Abrí y me quedé petrificada—. ¿Qué leches haces aquí a estas horas? —pregunté sorprendida.
—Tenemos que hablar. O mejor dicho, yo tengo que hablar contigo —respondió Bruno, arrastrando un poco las palabras.
—Por el amor de Dios, ¿estás bebido? —interpelé, reprobándole, observando sus ojos enrojecidos, síntoma típico del exceso de alcohol.
—Solo un poco, un poquito… —Indicó la imprecisa medida aproximando las yemas del índice y el pulgar—. Lo justo para poder hablar sin que me interrumpas, Lola… Porque no pienso irme de aquí hasta que me escuches. —Hizo intención de pasar.
—¡Oh, de eso nada! —Lo paré con la mano y lo empujé hacia atrás—. Ni de coña vas a entrar en mi casa.
—Pues entonces montaré un escándalo aquí mismo…, en la puerta, y me oirán todos los vecinos. —Hacía breves pausas entre las frases y arrastraba las últimas vocales, como todos los borrachos—. ¡Por supuesto que sí! —Alzó la voz.
—¿Es una amenaza?
—Un aviso —contestó con el mismo tono.
—Pero qué huevos más grandes tienes.
—¡Ah, sí! ¿Todavía los recuerdas? —Sonrió, achispado.
—Grosero de mierda. —Hice ademán de cerrar, pero Bruno, veloz, interpuso el pie y parte de su cuerpo entre la puerta y el marco, impidiéndome hacerlo—. Ya basta, lárgate y déjame, joder.
—No, de eso nada. No hasta que me escuches. —Dio un fuerte empujón con el que irremediablemente me impulsó hacia atrás, y entró.
Bruno cerró la puerta, pegó la espalda a ella y me miró fijo; yo me moví hacia atrás con la intención de mantener las distancias. No me daba miedo, sabía cómo dejarle fuera de combate en un par de segundos, pero no me gustaba su actitud y me pareció conveniente marcar distancia con él. Y caminando, yo hacia atrás y él hacia delante, entramos en el salón.
—¿Te parecen apropiadas tus formas? —le pregunté cabreada.
—No, desde luego que no… —Su penetrante mirada me impactó tan de lleno como una bala en el pecho—. Al igual que tampoco está bien que haya bebido…; me creas o no, no suelo hacerlo, Lola, menos cuando mañana voy a estar de servicio y además tengo que llevar a cabo un registro… Pero qué quieres que te diga…, no me ha quedado otra opción y lo he hecho… Me ha importado todo una mierda y he bebido para hablar contigo de una vez… Porque a pesar de lo difícil que me lo pusiste, fui en tu busca, pero tus aliados intentaron disuadirme y al final me rajé… Nunca tuve el valor de contarte lo que pasó aquel día, pero de hoy no pasa… —Chistó, negando con la cabeza—. No pienso largarme hasta que lo haya soltado todo…
—Y yo te he dicho que no quiero saber lo que sucedió. Ya me da igual, no me importas, te he olvidado. Lo que hicieras aquel día ya no tiene la menor importancia para mí —aseguré con aplomo.
—Pero para mí sí, Lola… Tiene importancia porque nunca me acosté con aquella mujer y tú siempre has creído que te engañé…
—No sigas, Bruno. —Más que una petición era una exigencia.
—¡Escúchame de una vez! —chilló. Hice intención de protestar, pero Bruno se abalanzó sobre mí y me tapó la boca con la mano—. Cállate, por favor, es mi turno. —Sonó suplicante—. He esperado catorce años y ahora que te tengo a mi lado no pienso perder la oportunidad. Mientras estamos de servicio trato de mantener las formas para no distraernos del trabajo… No he dicho nada en todo el viaje… Pero no puedo más… Me borraste de tu vida de la noche a la mañana pero ahora estás aquí… Te lo he intentado decir por las buenas a lo largo de estos días pero no quieres oírme, no me dejas más remedio que hacerlo así, Lola…
No sé por qué extraña razón no me revolví y me quedé quieta, esperando a que se explicara. Bruno comprendió que la oportunidad que tanto había anhelado estaba de pronto a su alcance y, despacio, retiró su mano de mi boca. Echándose su espeso cabello hacia atrás soltó un fuerte golpe de aliento que me abofeteó el rostro, olía a alcohol que tiraba de espaldas. Esperó unos segundos, como si estuviera escogiendo las palabras con las que empezar, y al fin dijo:
—Perdona por haberte tapado la boca.
Asentí sin decir nada. Había comprendido que lo mejor era dejarle explicarse de una vez.
—No llegué a engañarte nunca. No ocurrió… Y no fue porque tú te presentaras allí, Lola, por supuesto que no… Eso es lo que siempre has creído, pero fue mi decisión. Mi decisión… —subrayó contundente—. Antes de que llegaras yo ya había decidido poner fin a la gran metedura de pata que estaba a punto de cometer… No podía engañarte, te amaba, yo solo quería amarte a ti y a nadie más…
—Claro, y te llevaste a tu casa a una mujer para decirle que amabas a tu novia y no pensabas echar un polvo con ella, ¿verdad? —escupió mi sarcasmo.
—Aquella mujer que viste era una compañera de trabajo… Estaba atravesando un mal momento sentimental y necesitaba un hombro en el que desahogarse…
—Y un macho al que montar, y allí estabas tú —lancé las palabras con irreverencia.
Bruno exhaló un golpe de aliento resignado y paciente. Lo que decía era tan importante para él que casi parecía que se le estaba pasando un poco la borrachera.
—No vuelvas a interrumpirme, por favor… Déjame que te lo cuente todo y después habla cuanto quieras… —explicó en un tono comedido, menos titubeante, aunque censurándome con la mirada. Terminé asintiendo y guardé silencio—. Como te decía, estaba pasando por un mal momento y al acabar el turno nos fuimos a tomar unas copas… Primero intenté animarla y después consolarla, pero no conseguí ni una cosa ni la otra e, inesperadamente, se puso a llorar… Mi casa no estaba muy lejos del bar y me preguntó si podía subir a ver si se calmaba, no quería dar un espectáculo, y yo acepté… —Pronunciaba con un poco de dificultad, debido al efecto del alcohol, pero de pronto se le notaba algo más despejado—. En mi casa le hice una tila, se la tomó y nos sentamos en el sofá. Se echó a llorar de nuevo, se abrazó a mí y no sé ni cómo sucedió…, pero de repente me estaba besando… Yo le respondí, no niego que lo hice…, y entre besos llegamos a mi habitación… Empezamos a quitarnos la ropa, nos dejamos caer en la cama y entonces… Entonces, Lola, te vi a ti… Te vi en mi mente y me pregunté: ¿qué coño haces, pedazo de gilipollas? Y lo paré… Sí, como lo oyes… —aseveró, y de repente le dio un golpe de hipo—. Yo lo paré… Yo, Lola… —insistió—. Le dije que no quería continuar, que tenía novia, que la amaba y que no pensaba engañarla… Salí de la cama y le pedí que se marchara… Justo en ese instante sonó la puerta; eras tú… El resto ya lo sabes… —Suspiró y de nuevo hipó.
—¿Has acabado? —le pregunté de forma fría, intentando demostrarle que me importaba un pimiento su historia, aunque en verdad me había dado que pensar.
—No… —respondió tajante—. Quiero recalcarte que estuve a punto de acostarme con otra mujer, pero que no lo hice… No lo hice, joder… No. No lo hice… —reiteró desesperado.
—Vale, muy bien —declaré, restándole credibilidad a sus palabras.
—¿Lo ves? Estaba seguro de que no me creerías, ni ahora ni entonces… —siseó decepcionado—. Fue por eso que dejé pasar unos días antes de intentar contártelo…, pero ya no te localicé… Te comportaste de forma exagerada, como una inmadura… Me borraste de tu vida de la noche a la mañana, te cambiaste de teléfono, hasta de domicilio, y ordenaste a tus compañeros que ninguno me diera esa información… Los pusiste de parapeto para que no pudiera acercarme a ti… Pero ¿sabes qué…? No cambiaste de comisaría ni podías cambiar de lugar el edificio, y un día me presenté allí… No soportaba la idea de haberte perdido, tenía que hablar contigo y contarte lo que en realidad pasó… Estuve de guardia unas cuantas horas, esperándote…, pero el comisario Torres me vio y me pidió que te dejara en paz o él mismo me denunciaría por acoso… Siempre fuiste su ojito derecho… —Hizo una pausa con la que tomó aire. Por un segundo, me pareció que se encontraba mareado y, una vez más, el diafragma le convulsionó, causando el particular ruido.
—¿Torres te amenazó? —pregunté, asombrada por el descubrimiento.
—Sí… Aunque nunca le he guardado rencor por ello… Sé que su intención solo era protegerte… Con él me desahogué, le conté lo que ocurrió en realidad, lo mismo que te acabo de explicar a ti ahora… La única verdad que hay y existe… Solo fueron unos malditos besos, no hicimos nada más… Yo no podía acostarme con ella, ni con ninguna otra mujer, el amor tan grande que sentía por ti no me dejaba… El amor que aún siento, Lola… Eres la mujer de mi vida y siempre lo serás… —confesó con una pronunciación algo torpe, con la voz un poco rota, pero había sinceridad en sus palabras—. Nunca he vuelto a amar a una mujer como te amé a ti… Lo he intentado, pero no lo he conseguido… —Sacudió la cabeza. Yo seguía callada, procesando toda la información—. Me siguen ahogando los remordimientos. Continúo reprendiéndome por lo que sucedió… Pero mi amor, lejos de menguar, ha ido creciendo… —Tragó saliva. Otro efecto del alcohol: reseca la garganta—. Dame una oportunidad, por favor, Lola… —suplicó, dejándome pasmada, inquieta, confusa…
—Tarde para nuevas oportunidades —acerté a decir, o más bien sentencié mientras hacía equilibrios con un maremoto de emociones.
—Es por él, ¿a que sí? —preguntó atropelladamente—. Sí… Claro que sí. Es por ese Germán… Sé que te estás viendo con él…, y no solo para charlar…
—¡¿Perdona?! —repliqué molesta—. A ti con quien yo me vea te importa una mierda, Bruno, no lo olvides —le respondí airada.
—Pero yo te quiero… Te amo… Mi corazón está más vivo que nunca desde que he vuelto a verte en Lagos del Pino, Lola… —Hipó una vez más—. Y yo sé que tú sigues sintiendo algo por mí, lo veo en tus ojos…
Observé que su cuerpo, lentamente, se iba hacia atrás y, de forma progresiva, hacia delante; empezaba a tambalearse.
—Y tú llevas una cogorza que no sé ni cómo ves —advertí seria.
De súbito, sin apreciar lo más mínimo sus intenciones, los labios de Bruno estaban sobre mi boca, besándome. Le aparté de mí de un impetuoso empujón y de inmediato le solté un bofetón de los que hacen historia. Sonó extremadamente fuerte, y la cabeza se le ladeó con brusquedad. Al segundo sentí un intenso dolor en la mano, como si el pómulo de Bruno fuera de titanio y no de hueso; el impacto me había magullado las falanges.
—Vete ahora mismo de mi casa. ¡A la puta calle! —grité desencajada. Bruno seguía azorado, con la mano posada en la mejilla que acababa de sacudirle y mirándome desfigurado—. No me mires así, yo no te he dado permiso para besarme, ni sé cómo te has atrevido a hacerlo. ¡Lárgate, ya! —Señalé la salida, y él, raudo, se encaminó hacia ella. Mientras abría la puerta le dije—: Y mañana te quiero con los cinco sentidos puestos en ese registro, en el interrogatorio y en lo que proceda. Así que hazte un favor y en cuanto llegues al hotel date una buena ducha con la que espabilarte y quitarte el pedo que llevas encima.
Bruno se marchó sin añadir una sola palabra. Cuando escuché el portazo, me sujeté la mano y me quejé con ganas; me dolía horrores. Aunque todavía me dolía más mi orgullo, ese que Bruno había pretendido someter a su antojo. Enrabietada y dolorida, decidí marcharme a dar una vuelta, necesitaba airearme las ideas y relajar el malhumor que me controlaba. Sin pensármelo dos veces, entré en mi habitación y me cambié el pantalón corto por un vaquero. Caminando con unas zancadas cargadas de malestar, cogí mi bolso y salí de casa.