CAPÍTULO 8

 

―¿Alguna vez haces lo que se te dice?

Aria no se molestó en levantar la mirada de las bayas que estaba recolectando.

―Normalmente, no.

―Sabes que tienes que quedarte cerca.

La chica miró a Max cuando este se detuvo a su lado. Su sombra cayó sobre ella, tapándole el sol.

―Lo estoy.

―A la vista, Aria ―le dijo con brusquedad.

Ella dejó caer las bayas en el cubo y luchó por conservar la paciencia. Odiaba que le diese órdenes, odiaba su comportamiento prepotente, pero lo que más odiaba era que sintiera que tenía algún derecho a decirle lo que podía o no podía hacer. La joven no estaba lejos de las cuevas. Todo el mundo sabía a dónde había ido y a nadie le había parecido mal. A excepción, al parecer, de Max.

―Tengo el arco ―le recordó.

―Eso te servirá de mucho contra un grupo de vampiros saqueadores.

Aria puso los ojos en blanco, se limpió las manos y se puso en pie.

―Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma ―le recordó.

―Tanto que ya te han atrapado una vez.

Aria lanzó un suspiro de impaciencia. Cogió el arco e intentó ignorar las oleadas de culpa que la atravesaban. No creía que fuese a poder perdonarse nunca lo que le había pasado a Max, pero no podía seguir viviendo con el peso de esa culpa. Tampoco podía dejar que él continuase pensando que tenían alguna posibilidad de estar juntos, porque aunque ella dejase a Braith, no lo elegiría a él.

―Estoy bien, Max.

―Comprendo que necesites soledad, Aria, yo también, pero tienes que entender que solo me preocupo por tu seguridad.

―Lo sé.

Solo le estaba dando la razón con la esperanza de que dejase de molestarla. De pronto él la agarró de la barbilla y ella saltó por la sorpresa. Frunció el ceño con fiereza e intentó controlar su genio.

―Sé que piensas que este ataque es una mala idea, sé que crees que él te trató de forma amable cuando estuviste allí, pero...

―Max, te he dicho muchísimas veces que me trató de forma amable cuando estuve allí. Sé que para ti fue horrible, lo sé, pero tienes que creerme cuando te digo que para mí no. El ataque es una mala idea, una idea horrible y espantosa. Sé que quieres vengarte, pero poner en riesgo las vidas de inocentes no es la forma de conseguirlo.

Él la miró con furia. Jack creía que Max estaba enamorado de ella, pero en ese momento, a Aria le pareció que en realidad quizás la odiaba más.

―Max ―susurró.

Su cabello, desgreñado y rubio, le cayó por la frente mientras negaba con la cabeza.

―No sabes lo que estás diciendo, Aria. Allí te confundieron.

Aria quería seguir discutiendo con él, pero no tenía sentido y además otra cosa captó su atención. Ladeó la cabeza y estrechó los ojos mientras todos sus sentidos se centraban en el bosque. Contempló las sombras a su alrededor y el pánico la taladró cuando se dio cuenta de que los pájaros habían dejado de cantar y las ardillas ya no corrían por los árboles.

―Algún día te darás cuenta...

Aria le puso una mano en la boca y después se colocó un dedo sobre los labios, indicándole por señas que permaneciese en silencio. El chico frunció el ceño, pero ella dejó de prestarle atención. Podía leer el bosque mejor que un libro, y ahora mismo le estaba diciendo que algo no estaba bien, que allí fuera había una amenaza. Sin embargo, no sabía de qué dirección venía ni hacia qué lado huir. Echó la cabeza hacia atrás y observó las ramas más altas del árbol.

Las señaló al tiempo que le quitaba la mano a Max de la boca. Moviéndose silenciosamente, se agarró a la rama más baja y se abrió camino deprisa y con facilidad por las demás. Max no era tan rápido como ella, pero la siguió. Aria subió más alto y se ocultó en el espeso follaje. Inspeccionó el bosque, pero siguió sin encontrar la causa del extraño silencio que había descendido sobre este.

Se agachó para agarrar la mano de Max y lo ayudó a subir a la rama. Tenía la piel más pálida y parecía como si estuviese a punto de vomitar. Él siempre había odiado las alturas, pero ahora no tenían demasiadas opciones. El chico abrió la boca para hablar, pero ella negó enérgicamente con la cabeza. Todavía no había podido encontrar el peligro escondido entre las sombras.

Y entonces los vio. Habían venido de detrás del árbol y enseguida estuvieron debajo de ellos antes de que ella supiese qué había pasado. Se pegó al tronco del árbol agarrándose a este mientras Max se apretaba contra ella. Aria temblaba, si miraban hacia arriba...

Si miraban hacia arriba, ella y Max estaban muertos. Max no podía moverse por los árboles como ella y ni siquiera la chica podría aventajarlos por siempre. Al final la atraparían. El corazón le latía tan fuerte que estaba segura de que lo escucharían, segura de que mirarían arriba y los verían entre el follaje del árbol. El aliento se le quedó atrapado en la garganta, apenas consiguió respirar cuando Caleb apareció debajo de ellos. Se movía sin prisas detrás de los seis soldados que tenía delante y giraba la cabeza constantemente mientras inspeccionaba el bosque. La emoción que vibraba por su cuerpo era casi palpable.

A Aria le temblaban tanto las piernas que casi no podía mantenerse en pie. Max estaba paralizado; su esbelto cuerpo duro como una roca mientras se apretaba contra ella. Si Caleb estaba allí, entonces solo podían suceder cosas malas.

Aria se quedó paralizada. La boca se le abrió de golpe cuando Braith apareció a la vista detrás de su hermano. El corazón le dio un vuelco y luego se le puso a cien mientras apreciaba su magnífica figura. La nostalgia estalló por su interior y estuvo a punto de llamarlo, a punto de arrojarse del árbol en sus brazos. Y si no hubiese sido porque Caleb estaba a unos escasos metros de él, probablemente lo habría hecho.

Había pasado una semana desde la última vez que lo había visto. Una semana de tortura que había estado llena de incertidumbre, inquietud y un anhelo desesperado que ahora la hacía estremecerse por completo. Había pasado dos meses sin él, dos meses intentando olvidarlo, pero esta última semana había sido mucho más dura. Ya no sentía ningún odio ni enfado al que pudiese recurrir ahora que ansiaba su contacto. Los dedos se le crisparon, casi lloró por la injusticia de aquella situación. Pero en su lugar se quedó paralizada, inmóvil por el terror que había hecho que los músculos se le quedasen bloqueados en el sitio.

Braith se detuvo, giró la cabeza de un lado a otro y después la echó hacia atrás. La joven supo al instante que sus ojos en sombra se habían fijado en ellos. Max se acercó un poco más a ella dando un pasito. Aria apenas podía respirar porque estaba apretujada contra el tronco del árbol. Braith apretó la mandíbula y un músculo se le contrajo en la mejilla, pero aparte de eso no mostró ningún otro signo de que los hubiese visto.

Se alejó de ellos avanzando por el bosque mientras la pequeña tropa desaparecía. Entonces Max se relajó y exhaló un suspiro de alivio.

―Menos mal que tu antiguo amo es ciego.

Aria luchaba contra las lágrimas y la necesidad de gritar por la frustración. Se moría de ganas de decirle a Max que Braith los había visto, que sabía que estaban allí y que los mantendría a salvo. Creía que lo ayudaría a comprender que Braith no era malo, sino que en realidad era un hombre muy bueno, y que la amaba. Creía que ayudaría a que Max comprendiera que no todos los vampiros eran perversos, pero no conseguía que las palabras le saliesen de la garganta. Le había prometido a Braith que no le contaría a nadie su secreto y quería mantener esa promesa, aunque ello significase continuar enemistándose con su amigo.

―Tenemos que avisar a los demás ―susurró Aria.

Max asintió y se apartó de ella para comenzar a bajar con cautela del árbol. Aria titubeó mientras buscaba cualquier señal de Braith y de los otros, pero se habían ido. Descendió muy deprisa y cayó sin hacer ruido en el suelo junto a Max. Después avanzaron rápidamente por el bosque hacia el campamento que habían dejado atrás.

***

 

―¿Qué están haciendo aquí?

Aria sacudió la cabeza con impotencia. ¿Cómo se suponía que iba a saber ella qué estaban haciendo allí?

―No lo sé, Jack.

―¿Te habló Braith acerca de esto?

―No ―replicó exasperada―. De ser así, habría preparado a la gente. ¡Seguro que no habría estado colgando de un árbol con Max si él me lo hubiese dicho! Por si no te has dado cuenta, no se llevan precisamente bien.

Jack la miró bastante irritado; los ojos fríos y pensativos, el rostro sombrío.

―Puede que él no supiera que Caleb planeaba venir aquí.

―¡Por supuesto que no lo sabía! Si lo hubiese sabido, no me habría dejado aquí desprevenida.

―Aria...

―No lo habría hecho, Jack ―insistió ella, furiosa porque a Jack se le ocurriese tal cosa. Furiosa porque ahora ella también estaba pensando en ello, a pesar de saber que no era cierto.

―Él sabía que estábamos en ese árbol, Jack. Si estuviese aquí para hacernos daño, o para recapturarnos, nos habría entregado. Yo no habría podido escapar de todos ellos, y no habría dejado a Max atrás.

―Puede que no te viera. Él mismo dijo que su vista viene y va, no tenemos ninguna forma de saber lo buena que es cuando sí la tiene.

que me vio ―insistió Aria, poco dispuesta a discutir cómo lo sabía.

Jack se alejó y después regresó rápidamente y se detuvo frente a ella.

―No sé qué clase de vínculo tenéis vosotros dos, no sé qué decir al respecto ni qué significa, pero lo que sí sé es que nos ha puesto a todos en peligro. Sobre todo si Caleb ha venido con él.

Aria lo fulminó con la mirada.

―¿Te has parado a pensar en que quizás Braith está aquí porque Caleb decidió venir primero? ¿Has pensado siquiera en que está aquí para brindarnos la protección o ayuda que pueda darnos? ―le preguntó―. Dices que tú y Braith estabais unidos y que erais buenos amigos, pero, sin embargo, no tienes fe en él. ¡No tienes ni idea de la clase de hombre que es en realidad!

―¿Y tú sí? ―le preguntó.

Aria lo contempló de manera desafiante.

―Sí.

Jack soltó un insulto y volvió a alejarse ansiosamente. Aria no estaba dispuesta a seguirlo, ya que se dirigía hacia las cuevas, oscuras y cavernosas. Lo último que quería era volver a quedar atrapada en las cuevas, pero allí era a dónde todo el mundo se había retirado con la esperanza de estar a salvo. Jack se giró hacia ella, pero la chica permaneció inmóvil a solo unos metros de la cueva.

―¡Aria! ―siseó.

Fue un reto continuar respirando a pesar de la opresión que sentía en el pecho. En realidad nunca le habían gustado las cuevas, pero ahora se encontraba aterrorizada ante la perspectiva de volver allí. Tenía la piel sudorosa y estaba temblando. Se dio cuenta de que casi preferiría estar en manos de Caleb que de vuelta ahí dentro, atrapada entre la fría roca.

Dio un pasito hacia atrás cuando Jack fue hacia ella con el ceño fruncido y perplejo.

―¿Aria?

―No puedo ―susurró―. No puedo volver allí.

Él la observó con incredulidad.

―Aria, debes hacerlo ―insistió.

Ella volvió a negar con la cabeza y dio otro paso hacia atrás. El corazón le tamborileaba, le temblaba todo el cuerpo. El hombre la escrutó con la mirada y luego se volvió hacia las cuevas.

―Estaré bien en los árboles ―le dijo ella.

―Ni en sueños ―replicó él.

―¡Estaré más segura en los árboles que allí dentro! Puedo moverme más rápido por los árboles que por las cuevas.

―No puedes quedarte aquí fuera, Aria, no podemos arriesgarnos a que te vuelvan a capturar.

El hombre fue hacia ella antes de que a la chica le diese tiempo a parpadear. Un grito brotó de su garganta, pero él le puso la mano en la boca, la alzó y la llevó con fuerza hacia las cuevas. Aria se retorció intentando librarse de su agarre férreo. Entonces entraron en la cueva y a ella la consumieron las ganas de escapar del reducido espacio y del aire viciado. No podía respirar, no podía pensar y la cabeza le daba vueltas muy deprisa. Se quedó flácida y luchó por inspirar por la nariz mientras él la llevaba hacia el interior de la tierra.

Cuando Jack la soltó finalmente, habían recorrido medio kilómetro. Aria cayó de rodillas intentando recuperar el aliento, luchando por controlar el rápido latido de su corazón al tiempo que un grito emergía de su garganta. No sabía qué le sucedía, qué le estaba pasando, pero no podía controlar las sacudidas salvajes y frenéticas de su cuerpo. Intentó ahogar el grito, pero no podía seguir guardándoselo todo en su interior.

Lo liberó y este hizo eco sonoramente por la caverna, rebotando en las paredes de roca en una onda incesante que rápidamente atravesó el aire.