XIII

 

 

Pasan los días y evidentemente no hay rastro de él. No viene a la cafetería, no me contesta las llamadas, no da señales de vida. Se ha esfumado de mi vida con una fuerte sacudida. Me lo merezco, por construir una relación sobre una base de mentiras. Ando por el mundo como si fuera un sueño, yendo de casa a la cafetería y de la cafetería a casa. Pasan las semanas y se me enganchan la una con la otra. Junio llega casi sin darme cuenta. Por las noches es cuando más difícil se me hace soportar su ausencia, echo de menos su olor, su piel, su contacto. La cama se me vuelve demasiado grande y demasiado fría. Lavo las almohadas de la cama dos veces, pero sigo notando su olor. Pensar en él es demasiado doloroso. 

Me suena el teléfono y miro la pantalla con una brizna de esperanza. No es Eric, es Judit. No lo descuelgo, no tengo ganas de hablar con nadie, ni siquiera con ella. Hace días que me llama y no le devuelvo las llamadas, no me siento capaz. Deja de sonar el teléfono, y al cabo de unos segundos vuelve a sonar de nuevo, aunque esta vez es el tono de mensaje. Es un mensaje de Judit:

 

“Emma, hace días que te llamo y no me coges el teléfono.

Llámame, estoy preocupada.”

 

Tecleo rápidamente para contestar brevemente el mensaje, para que no sufra y para ganar tiempo. Sé que la tengo que llamar, no dejará de insistir.

 

“Estoy bien, cuando pueda te llamaré”.

 

Imagino la cara de enfado que debe de estar poniendo y sé que, no contenta con mi respuesta, lo volverá a intentar. Tal como imaginaba, recibo enseguida otro mensaje:

 

“¡Llámame ya!”

 

Una mañana en la cafetería, después de mucha paciencia, Pere se me acerca y me pide que vaya al almacén. Lo sigo a disgusto.

―Emma... ¿qué te pasa? ―me pregunta de golpe, por su voz, está bastante preocupado.

―Nada ―miento.

―Nada no, no eres la misma. Estás triste, no ríes nunca. ¿Estás bien? ―insiste.

―Que sí.

―¿Seguro? ¿Y aquel chico que venía a buscarte? Estáis juntos, ¿no? ¿Ya no viene nunca? ¿Habéis roto? ―me pregunta, directo pero con tacto.

―Ya no estamos juntos ―contesto aguantando las lágrimas.

―Ostras, me sabe muy mal. ¡Venga! ¡Anímate, mujer! Seguro que encuentras otro. Ya verás que con dos días los chicos vuelven a hacer cola por ti ―me dice con una sonrisa para animarme.

―Lo siento, Pere, sé que últimamente no estoy animada en el trabajo.

―No pasa nada, todos tenemos días malos, pero ahora a animarte, ¿eh? ―me dice amable con una sonrisa de complicidad.

Le agradezco la preocupación y me esfuerzo por dibujar una sonrisa. El resto del día sigo trabajando bajo su mirada atenta y preocupada, no se marcha de la cafetería en toda la mañana. Intento con mucho de esfuerzo aparentar normalidad.

De camino hacia casa, pienso que Pere es un buen hombre, siempre se ha portado muy bien conmigo. Seguir trabajando en la cafetería al menos me obliga a salir de casa y me distrae. Tengo que intentar, al menos en el trabajo, aparentar estar más animada. No puedo seguir así, como un alma en pena, tengo que pasar página y seguir adelante. Ha pasado casi un mes, él me ha apartado y ha seguido con su vida, yo también lo tengo que hacer.

                                                            

Por la noche, sola en casa, lloro ante la televisión. Me había prometido a mí misma pasar página y dejar de llorar pero las películas románticas no me ayudan a hacerlo. Tendría que haber visto una película de sangre y vísceras. Lloro por la ausencia de Eric, lloro por la muerte de mi madre, lloro por el abandono de mi padre, lloro por todo lo que me ha pasado y lo que me está pasando.

Es más de media noche, pero no puedo dormir. Decido abrir una botella de vino para ahogar las penas. Busco en el armario de la cocina pero no queda nada para beber, sólo agua del grifo. Después de pensarlo mucho, decido ir a comprar una botella a la tienda que está abierta veinticuatro horas que hay casi en el Culo de la Leona, a tres calles más allá de casa. Me abrigo con un jersey, me pongo las bambas y bajo hacia la calle sólo con las llaves y la cartera en el bolsillo.

Voy hasta la tienda y compro una botella de vino tinto, la más económica que hay. En la tienda hay muchos chicos y chicas riendo animados. Hoy es jueves, día de la fiesta universitaria, seguramente han ido a cenar y salen a alguna discoteca después. Uno de ellos me mira sonriente, yo no hago ni el esfuerzo de contestarle la mirada. Pago la botella y salgo de la tienda.

Voy por la Calle Ballesterías arriba a paso rápido. Está oscuro y no hay nadie en la calle. Ya más adentrada en los callejones estrechos, de pronto, escucho unos pasos. Giro la cabeza y veo un hombre corpulento, con gorra, que anda detrás de mí. Me vuelvo a girar y acelero el paso con miedo. Hace más de un mes que me siguió un hombre por la misma calle. Él también acelera el paso. Empiezo a correr asustada y él también corre. Se me cae la botella de vino al suelo y se rompe, pero no me paro. Giro al final de la Calle Ballesterías y cojo la Calle Platería arriba, en dirección al piso. Ya en la Rambla veo el portal de casa y acelero todo lo que puedo. Escucho sus pasos también cada vez más rápidos. Miro desesperada, pero no veo a nadie en la calle. Llego al portal de mi edificio y la puerta está abierta, así que entro rápidamente y, temblando, busco las llaves para cerrarla. Todavía no he conseguido hacerlo cuando el hombre llega y empuja la puerta con tanta fuerza que al abrirla me tira al suelo. Suelto un grito estrangulado y entra de un revuelo cerrando la puerta detrás de él con un golpe. Se abalanza sobre mí, me levanta del suelo tirándome fuerte de) brazo y me tapa la boca con fuerza. Intento gritar, pero me inmoviliza contra la pared. No puedo gritar ni moverme. De repente, levanta un poco la cabeza y le veo la cara bajo la gorra. Abro los ojos asustada. Es el hombre del club, el hombre que siempre me pedía bailes privados, aquel que parece un empresario, el que me hacía quitarme siempre la peluca.

―¿En qué piso vives? ―me dice al oído con su voz ronca.

Yo empiezo a llorar e intento liberarme. El corazón me va muy rápido y me tiembla todo el cuerpo.

―¿En qué piso vives? ―me repite mientras saca un cuchillo del bolsillo y me lo estrecha contra el cuello.

Suelta un poco la mano que me tapa la boca para dejar que conteste. Al ver que no contesto me clava la punta del cuchillo y me mana un hilo de sangre. Noto como me quema el cuello.

―Dime dónde vives o te corto el cuello aquí mismo ―me amenaza con la voz tosca.

―En el tercero ―le digo con un hilo de voz.

Subimos las escaleras mientras me sigue hundiendo el cuchillo en el cuello y me tapa la boca. Me estrecha con mucha fuerza y me hace daño. Me caen lágrimas heladas de miedo. Miro desesperada las puertas de los otros pisos para ver si alguien me ve pero están todas cerradas. Llegamos ante la puerta de mi casa y se guarda el cuchillo para buscarme en los bolsillos las llaves. Las coge y abre la puerta, yo aprovecho para soltarme pero me agarra con mucha fuerza por el brazo. Intento desesperadamente gritar pero me tapa la boca con la otra mano. Me hace entrar con él bruscamente y cierra la puerta. Me conduce hacia la sala a empujones, e intento resistirme. Me libero la boca de su mano y chillo con todas mis fuerzas. Al escucharme, me coge con mucha firmeza, con la mirada peligrosa, y yo callo de golpe, muerta de miedo. Cuando estamos en la sala, me tira al suelo con fuerza y, entonces, me doy un golpe seco en la cabeza contra la esquina de la mesa, caigo desplomada. Estoy completamente mareada y siento un fuerte dolor agudo. Se abalanza sobre mí y me arranca bruscamente la ropa. Noto el peso de su cuerpo contra el mío. Intento gritar, pero no me sale ningún sonido. Me noto la cabeza mojada y se me nubla la vista. Voy perdiendo poco a poco el mundo de vista. Escucho gritos de fondo, mi nombre, intento abrir los ojos y ver qué pasa, pero me empieza a dar vueltas la cabeza y no veo nada. Pierdo la consciencia y me sumerjo en la oscuridad.