Capítulo Nueve
Lauryn notó un delicioso olor a café y se dio la vuelta, sorprendida. Su marido estaba en la puerta del despacho con un vaso de plástico con el logo de su cafetería favorita en la mano y un brillo travieso en los ojos. Ese brillo que siempre aceleraba su pulso.
—Gracias.
—De nada. Pero pareces cansada, creo que te iría bien una siesta. ¿Quieres ir a casa un par de horitas?
Lauryn estaba cansada, pero más feliz que nunca desde que hicieron el amor por primera vez tres días antes; desde que Adam había abandonado el sofá. Hacer el amor con él y luego dormirse entre sus brazos era mucho mejor que cualquiera de sus fantasías.
Oh, sí, sabía que había muchas posibilidades de que aquello acabara en desastre, pero se enfrentaría al adiós cuando llegase el momento y no antes. Mientras tanto, intentaría demostrarle por qué deberían renegociar el acuerdo de dos años.
No quería ni pensar en el momento de la despedida. Le gustaba su trabajo y vivir en South Beach, pero no podría seguir oyendo rumores sobre la última conquista de Adam y viendo las fotografías de esas mujeres en las revistas… como ahora publicaban las suyas.
Lauryn respiraba profundamente cada mañana antes de abrir los periódicos. Había visto su fotografía en las páginas de sociedad varias veces desde que Brandon envió el comunicado de prensa.
—Bueno, vámonos. Estaremos fuera un par de horas, pero volveremos antes de las siete.
Su tono dictatorial no dejaba lugar a discusiones. Curioso, pero a Lauryn no le molestó en absoluto… aunque tenía una montaña de trabajo esperando sobre la mesa.
—Muy bien.
—Vámonos a casa, esposa. Ah, por cierto, en la cafetería me han dicho que un hombre ha estado preguntando por ti. ¿Quién puede ser?
El corazón de Lauryn dio un vuelco, pero decidió olvidar la momentánea alarma.
—Seguramente será algún reportero.
¿Quién si no podía ir preguntando por ella?
—Te has convertido en una criatura de costumbres, cariño.
La voz de su pasado hizo que Lauryn se detuviera cuando iba a salir de la cafetería. Y al darse la vuelta vio a un hombre apartando el periódico con el que había ocultado su cara.
Tommy Saunders.
Su ex seguía pareciendo un motero, desde el pelo largo a la barbita estilo Fu Manchú y los vaqueros rotos. ¿Cómo podía haberlo encontrado atractivo alguna vez?
«Porque todo en él, desde los tatuajes a la coleta, volvían loco a tu padre».
—¿Qué haces aquí, Tommy?
—He venido a verte. ¿Cómo está el sargento?
—Muerto —contestó ella—. ¿Qué haces aquí?
—He venido a hablar contigo.
—No tenemos nada que hablar, Tommy. Lo nuestro se terminó el día que me pediste que fuera tu cómplice traficando con drogas —contestó Lauryn en voz baja.
Y después salió de la cafetería sin mirar atrás. Pero enseguida oyó los pasos de Tommy tras ella.
—¿No quieres hablar con un viejo amigo?
Lauryn tiró el café a una papelera. Ya no podría tragarlo.
—¿Qué quieres?
—Me han dicho que te has casado con un millonario. Y esa ropa tan cara te sienta bien. Un poco aburrida, pero… una pena que ese matrimonio no sea legítimo.
—¿Cómo?
—Nuestra anulación no fue legal.
El corazón de Lauryn empezó a golpear sus costillas.
—Claro que lo fue.
—No, cariño. Y eso significa que tu matrimonio con ese tipo tampoco lo es —Tommy sonrió, tocando el bolsillo de su chaleco de cuero—. Aquí está la prueba de que la anulación no fue firmada y sellada. A tu papá se le olvidó.
—No puede ser…
No podía ser, era imposible. Sn padre había sido un hombre meticuloso, no podía haber olvidado algo así.
—¿Estás segura? Porque estoy dispuesto a enseñarle esto a todos los periódicos. Todo el mundo cree que eres doña perfecta, pero no te conocen como yo. Y seguro que ese marido tuyo tampoco.
—No puede ser. Te estás tirando un farol.
—¿Estás dispuesta a jugártela?
El padre de Lauryn se había encargado de todo desde que fue a buscarla a Tijuana. Entonces tenía dieciocho años y estaba muerta de miedo. Lo único que ella había tenido que hacer fue orinar en un vaso de plástico para el informe médico y firmar donde le dijeron.
Tenía que buscar la copia de la anulación entre los papeles de su padre, pensó. Pero los papeles de su padre estaban en una caja de seguridad en California y su madre, la única que tenía la llave, estaba en un crucero hasta la semana siguiente.
—Déjame ver ese papel.
Tommy sacó del bolsillo lo que parecía un documento oficial, pero no dejó que lo tocase.
—No pienso dejar que salgas corriendo con él. Pero mira, además de no haber un sello oficial está esto —Tommy señaló con el dedo un sello medio desteñido que decía Denegada.
Lauryn pensó que iba a desmayarse. ¿Podrían haber denegado la anulación de su matrimonio? No, no, su padre se lo habría dicho. Le habría ayudado a conseguir el divorcio.
—Seguimos casados, cariño.
Tommy tenía que estar engañándola. Tenía que ser así. Pero no había forma de demostrar que mentía. Aunque su madre pudiera llamar al banco para autorizarla a abrir la caja de seguridad, al día siguiente era Acción de Gracias y los bancos cerraban hasta el lunes.
—Tú sabes que eso es mentira. ¿Qué es lo que quieres?
Tommy volvió a guardar el documento en el bolsillo del chaleco.
—Un poco de dinero podría hacer que me olvidase del asunto.
—Eso es extorsión.
—Yo lo llamaría un seguro de vida.
—Podría llamar a la policía.
—Hazlo. Pero entonces este papelito aparecería en todos los periódicos de Miami.
Lauryn tragó saliva. Cierto o no, incluso el menor rumor destrozaría la credibilidad de Adam. Y le importaba demasiado como para dejar que eso ocurriera. Le importaba tanto como para no querer que supiera nada de su estúpido e irresponsable pasado.
Necesitaba tiempo. Tiempo para demostrar que las acusaciones de Tommy no eran ciertas. Y tendría que comprarlo.
—No tengo mucho dinero…
—Venga, por favor, estás casada con un Garrison. O crees que lo estás. Según Internet, era uno de los solteros más cotizados de Miami hasta que se casó contigo.
—¿Cuánto quieres por no decir nada? ¿Cinco mil dólares?
—Cariño, que no nací ayer. Cien mil dólares y cierro el pico.
—Yo no tengo cien mil dólares.
—Tu marido sí.
—Tenemos cuentas separadas, no puedo tocar su dinero.
—Entonces tendré que hablar con los periódicos —Tommy iba a darse la vuelta, pero Lauryn lo detuvo.
—Espera, no estoy mintiendo. No tengo ese dinero y no sé cómo conseguirlo.
—¿Cuánto tienes?
—Veinticinco mil dólares.
—No, lo siento, es muy poco.
—Puedo conseguir hasta cuarenta mil dólares. Pero ni un céntimo más.
Tommy la miró de arriba abajo, pensativo.
—Muy bien, vamos al banco. Pero recuerda, cariño: si dices algo, se lo cuento a la prensa.
—Lauryn, ¿estás bien? —Adam la llamó cuando pasaba por delante de su despacho.
—Sí, sí —contestó ella, sin pararse.
«Díselo».
Pero no podía hacerlo. Aun no. No hasta que hubiera solucionado aquel desastre. Soltando su bolso sobre la silla, Lauryn se puso los dedos en las sienes.
—Has tardado más de lo normal —dijo Adam detrás de ella.
—Es que… me duele un poco la cabeza y he dado un paseo por la playa para ver si se me pasaba.
No era mentira del todo. Después de dejar a Tommy había ido a dar un paseo por la playa porque se sentía sucia y esperaba que la brisa del mar la calmase un poco.
—Estás muy pálida —con expresión preocupada, Adam se acercó para tomarla por los hombros—. ¿Quieres irte a casa?
Lo que quería era borrar el desagradable recuerdo de Tommy y trazar un plan. ¿Cómo podía conseguir una copia del documento que necesitaba? Ni siquiera sabía el nombre del abogado de su padre. Susan tenía que saberlo, pero estaría fuera del país seis días más.
Podría perder a Adam por eso… y aun no estaba dispuesta a dejarlo ir. ¿A quién quería engañar? Nunca estaría dispuesta a romper aquel matrimonio.
—¿Lauryn?
—Abrázame, Adam. Sólo abrázame —murmuró, tomando su cara entre las manos para memorizar la curva de su cráneo, el ángulo de su mandíbula, el brillo de sus ojos—. Si no paramos, nos verá alguien…
—¿Y a quién van a quejarse? Soy el jefe. ¿Dónde tienes el bolso?
—Ahí… ¿por qué?
—Porque soy demasiado viejo para llevar preservativos en el bolsillo del pantalón.
—Yo tampoco llevo.
—Dame tu bolso.
—¿Por qué?
—Porque guardé uno ahí la semana pasada.
—¿Qué?
Mientras ella tomaba el bolso, atónita, Adam cerró la puerta con llave. Ni siquiera se había dado cuenta de que estuviera ahí.
—¿Qué se te ocurrirá la próxima vez?
—Ven aquí, esposa —dijo él, tomándola por la cintura—. Y recuérdame que compre un sofá para tu despacho.
Lauryn cerró los ojos mientras la besaba, intentando grabar en su memoria el calor de sus labios.
Tendría que contarle lo de Tommy y, cuando lo hiciera, Adam probablemente la odiaría. Le había preguntado si había más secretos en su vida y ella le había dicho que no. Nunca creería que ella pensó que su pasado no tenía importancia. Qué ingenua había sido.
Pero antes tendría que soportar la cena de Acción de Gracias y luego el cumpleaños de Bonita, que Adam quería celebrar en el club. Y después le contaría su sórdido pasado y rezaría para que la entendiese.
Mientras él desabrochaba la cremallera de su falda, ella desabrochaba su camisa, el cinturón, los pantalones. Los dos estuvieron desnudos en unos segundos. Su ardiente piel le quemaba las manos, la boca. No podía cansarse de él.
—Lauryn —musitó, cuando empezó a acariciarlo—. Me encanta lo que me haces, pero ahora mismo necesito estar dentro de ti.
Adam la sentó sobre el escritorio y se colocó entre sus piernas. Consciente de que había empleados al otro lado de la puerta, Lauryn se mordió los labios para no hacer ruido mientras él la embestía una y otra vez.
«Demasiado pronto, espera».
Quería que durase, saborear ese calor, esa tensión… pero el orgasmo llegó como una tormenta rompiendo un dique y no pudo contenerse.
Adam terminó casi a la vez y dejó caer la cabeza sobre su hombro, mientras el sonido de sus jadeos llenaba el despacho.
Lauryn lo apretó contra su pecho hasta que quedaron pegados el uno al otro. No podía decirle adiós. No podía perderlo.
Y no pensaba dejar que Tommy Saunders arruinase su vida sin pelear.