3. El canibalismo
Antes de que escribiéramos estas cartas, antes de que me balearan y provocaran el accidente de Hilda los cabrones de sus hermanos, se dio el viaje a Guanajuato, que fue el principio del fin. El canibalismo de ese energúmeno alemán que, según leí en la prensa, se almorzó a otro pendejo, con su autorización… y a petición de la víctima inició el banquete comiéndose su pene, no es más que la representación brutal y animal de esa otra forma de canibalismo, la que a diario, aquí y en China, llevan a cabo algunas “tribus” salvajes de seres humanos que se destruyen entre sí…
—¿Por qué no vamos al Cervantino?
—¿Al qué?
—Al chupe, al destrampe, pa’que me entiendas. Se pone de pelos aquello. Es en Guanajuato, güey.
Y ahí arrancó todo. La propuesta que me hizo Toño prendió la mecha y más tarde explotó. Juntamos a la banda y se armó el tinglado. Han pasado casi tres años y hoy lo recuerdo detalladamente. Nos juntamos un grupo de monos en la casa de Poncho.
¿Los conocidos?, Rómulo, Toño, Ricardo, Poncho, Adela, Marcela, Helga y este güey. ¿Los “nuevos”? Lucía, Françoise, Ana, María, Gino, Raúl y Carlos. A Hilda ya la había visto en la prepa en la que estudiábamos y en este viaje la conocería bien.
En esos años el Festival Cervantino era poco menos que un desmadre, a todo se iba menos a culturizarse; era un inmenso antro al aire libre, con barra ídem, sin cover ni monos mamados dispuestos a impedirte la entrada, ni redadas enredadas que te aguaran la fiesta. No había horas para dormir ni para escoger y coger y, eso sí, mucho alcohol, nieve, matas de mota, briagos exentos de alcoholímetro, callejoneadas de pedos, turistas despistados, uno que otro japonesito con cámara en mano retratando el folclor… y ni un policleto rondando, ¡qué hueva!, por las empedradas calles ya empedadas de ese paraíso de la perdición.
Con esa idea nos fuimos, decididos a tomar por asalto Guanajuato, ¡la calle es libre!, y a desfogar nuestros ímpetus reprimidos en la ciudad de México. “Las” y “los” jóvenes que abordamos el camión éramos “los hombres del mañana”, que se querían comer el mundo a bocados. Todo fue reír y cantar en un principio, como suele ocurrir, y ninguno de los especímenes que ocupábamos la unidad nos percatábamos del drama que estábamos a punto de vivir.
Un Poncho comedido y bien portado sería el moderador de la plaga, el árbitro del equipo, siempre apoyado por su Helga, bien centrada, y animado por la lista de Lucía, que en un principio andaba tras sus huesos, hasta que la pescó Nagib, ese hijo de puta desleal y amañado que le hizo la vida imposible a Françoise y que, después de cogérsela, la lanzó a los perros para que la destrozaran. Toño lo secundó, maltrató a Marcela, su fiel compañera, clavada con él, para que al final acabaran ambos en el bote bien drogados. Así empezó la historia.
Ricardo, Raúl y Carlos eran los alivianados, no tenían pedo con nadie del grupo, incluso este último acabó andando con Marcela, en buena onda, y eso estuvo bien. Y es que en ese viaje conocí realmente al grupo y descubrí a los que hicieron su aparición por primera vez. En un desmadre como éste te desnudas, a huevo, y te muestras tal cual eres, no hay de otra.
Así fue como se encueraron ante mis ojos ese trío de enajenados que por fortuna ya nunca más volví a ver, después de toparme con ellos en el Cervantino: Ana, María y Gino.
Gino era un gigoló amanerado, de poco fiar, que se alió con María, una droga con muchas horas de vuelo, y amiga íntima de Ana, con la que estúpidamente me enredé en un absurdo revolcón en el que sólo hubo sexo. La pervertida me la jugó feo, y yo caí en su trampa hiriendo a la que quería bien, Hilda, mi verdadero amor. Me ofusqué ante sus reprimendas y me quise desquitar con la otra, una auténtica puta, y ahí se desmoronó todo.
Tenía razón Hilda, no supimos estar a tiempo con Françoise cuando más nos necesitó, y eso fue lo que me echó en cara cuando nos enteramos de que había sido violada por unos cabrones, ajenos al grupo, que se pegaron a Nagib y Toño, quienes la usaron de carnada y después la abandonaron a su suerte. Fuimos unas mierdas al permitir que eso sucediera, lo pudimos evitar, pero estuvimos ausentes. Lo comprendí y, meses después, ya en México, Hilda y yo nos reconciliamos. Estábamos realmente enamorados, y para mí ella era una gran mujer. La tuve conmigo al final, aunque terminé perdiéndola…
A Rómulo lo conocía desde la infancia, como a Toño, pero aquél era otro pedo. Siempre discreto, en su lugar, a mi lado, jamás me falló en ese viaje y lo llegué a apreciar un chingo. A él me uní aún más al final de esa debacle, y a él recurrí cuando me metí en el hoyo y creí morir. Me respondió, me sacó del agujero y fue, por mucho tiempo, mi guía, mi orientación y mi impulso. Por eso acepté que, cuando saliéramos de la universidad, que estábamos a punto de empezar cuando regresamos de Guanajuato, trabajáramos juntos en un proyecto que a los dos nos motivaba: la creación de un centro de rehabilitación juvenil que uniría nuestras carreras, psicología y administración, en un mismo objetivo.
Después de la tormenta vino la calma, y el ingreso a la universidad nos aplacó a todos. Atrás quedaba aquella pesadilla del Cervantino con sus noches de droga, sexo, cárceles, peleas, traiciones, engaños, amoríos… y poca reflexión; atrás dejábamos las oscuras historias familiares que cada uno llevaba a cuestas: padres desobligados que en vez de afecto dan cosas materiales, como los de Françoise, o que protegen a sus hijas a tal extremo que acaban desprotegiéndolas, como los de Hilda. La pérdida de un ser amado quedó atrás y nos entregamos de lleno a los estudios, porque teníamos que hacerlo, es cierto, pero también como una evasión… para evitar pensar.
Hasta que una llamada telefónica rompió el letargo y nos hizo reaccionar. Fue Toño el que propuso que nos juntáramos todos para emprender el viaje a Guanajuato, y también fue él el motivo de ese telefonema que movilizó a una parte de la banda y, sin que nos diéramos cuenta, de que cayéramos en el mismo juego…
Esta nueva historia, que ahora narraré, fue el principio de otro fin de consecuencias trágicas a las que también trato de sobreponerme. Hace casi tres años estuve en el fin del mundo y lo superé, y hoy quiero hacerlo de nuevo…
Porque esta nueva historia comenzó con esa llamada de la que antes hablé.