NOTA DEL AUTOR Y AGRADECIMIENTOS

     

1921, diario de una enfermera es una ficción narrada ante el gran telón de fondo de la historia reciente de nuestro país.

La creación de las Damas Enfermeras de la Cruz Roja y su participación en la guerra de Marruecos está tan bien documentada que se podría rescatar el nombre de cada una de las mujeres que fueron a Melilla para ayudar a los soldados heridos. Entre esos nombres no están los de nuestras protagonistas, que son puras creaciones literarias, al igual que sus familias, novios, amistades y principales antagonistas, y que las monjas, las enfermeras profesionales y muchos de los soldados y personajes secundarios.

No es el caso de algunas enfermeras: Carmen Merry del Val, María Benavente, Luisa de Orleans y, muy especialmente, doña Carmen Angoloti y Mesa aparecen en la novela con fragmentos de sus verdaderas biografías, como el paludismo de Merry del Val o la intensa labor de Carmen Angoloti a favor de la Cruz Roja, aunque también hay mucho de invención. Igual pasa con casi todos los doctores, cuyos nombres son reales pero la mayor parte de sus acciones son ficticias para adaptarse a la trama y a sus relaciones con los personajes principales. En memoria de esos profesionales que tanto hicieron por los demás, he procurado ser muy respetuoso y realizar sobre ellos una recreación positiva. Incluso cuando muestran algún rasgo o comportamiento negativo, he intentado que esté justificado por las circunstancias y la época, de modo que la valoración del personaje no distorsione la entrega y la generosidad que presidieron sus vidas reales. Así, por ejemplo, el doctor Luque hace gala de un machismo endémico en esa época en España y, durante unas páginas, se convierte en antagonista de Laura, pero acaba siendo uno de sus referentes profesionales y afectivos.

De forma más anecdótica, aparecen muchos otros personajes históricos, que van desde la reina o el presidente del Gobierno hasta el humilde mulero Manolo, quien realmente se encargaba de abastecer uno de los blocaos más peligrosos de Melilla. Dos de estos referentes reales tienen para mí una especial importancia: el hospital de San José y Santa Adela y la propia ciudad de Melilla. Dos lugares que son coprotagonistas de esta historia y que, aunque siguen existiendo hoy en día, son muy diferentes a como eran en 1920 y 1921.

Para conocer el hospital, conté con la ayuda de su conserje, Francisco Javier Navarrete, que me guio por sus pasillos y túneles, y con la del doctor Vicente Corbatón, quien ha trabajado muchísimos años en él y ha escrito una tesis doctoral sobre su historia. Con gran amabilidad me dejó consultarla, me enseñó las instalaciones mientras me contaba infinidad de detalles y se ofreció a leer mi texto para corregir mis equivocaciones y errores, lo que ha mejorado sin duda el resultado final. Un trabajo enorme y desinteresado por el que le estoy de veras agradecido.

Para visitar la ciudad de Melilla de 1921 he recurrido a fotografías, mapas, planos, memorias, relatos, artículos periodísticos e incluso blogs. Es encomiable la generosidad con la que mucha gente comparte sus recuerdos y conocimientos por Internet. Gracias a todos ellos pude hacer un recorrido imaginario por la Melilla de esos años. Todos ellos también son deudores de mi agradecimiento.

Este proyecto nació cuando la guionista Gema R. Neira me contó que Planeta quería publicar una novela ambientada en la misma época que su inminente serie Tiempos de guerra y me ofreció la oportunidad de escribirla. Varias cosas me animaron a aceptar el desafío: no tenía que ser fiel a la serie ni a sus personajes, sino crear una historia protagonizada por las Damas Enfermeras durante el Desastre de Annual, y tendría absoluta libertad; por otra parte, ya había trabajado con Planeta en el pasado y la experiencia había sido muy buena; además, me apasiona la historia y hacía muy poco había estado leyendo precisamente sobre esa época. Por último, esa misma tarde, mientras fregaba los platos, se me ocurrió la trama principal... Era una buena señal. Acepté y no me arrepiento. Así que muchas gracias, Gema, por acordarte de mí y por echar un vistazo a mi primera sinopsis y darme un par de estupendas ideas.

Y muchas gracias también a Carlos López, coordinador de guion de la serie, que me pasó los primeros guiones para que comprobase que mis tramas no eran parecidas a las suyas y me facilitó la ingente cantidad de documentación que él había estado manejando y que me resultó de gran ayuda. Y porque conversar con él siempre es una delicia, sea sobre el tema que sea.

En Planeta he tratado con Raquel Gisbert y Lola Gulias, que ha sido mi editora. A Raquel ya la conocía y fue maravilloso volver a trabajar con ella. Uno de esos reencuentros que tienes ganas de que ocurran. Y tener a Lola supervisando el manuscrito y dándome consejos ha sido un privilegio. No solo por su gran trayectoria y experiencia, o por la precisión de sus comentarios y lo bienvenidos que eran siempre sus mensajes de ánimo, o porque sea medio gallega, sino porque se nota que tanto ella como Raquel aman los libros y todo el proceso de contar historias. Adoran su trabajo y disfrutan con él. Y eso se contagia.

Las correcciones han corrido a cargo de Esther Aizpuru. Sé que escribo muy rápido, dejándome llevar por los personajes, la historia y los conceptos… Y eso se paga con muchos errores y torpezas de estilo. Al revisar el texto corrijo muchos, pero a veces vuelvo a dejarme enredar por la trama y me despisto. Bueno, la verdad es que soy muy despistado. En todo. Pero gracias al enorme trabajo de Esther el lector creerá que soy mejor escritor de lo que soy. Así que muchas gracias a ella por tan generosa e importante contribución.

También me apetece acordarme de los diseñadores de la cubierta, del fotógrafo, de quienes realizan la maquetación, de los responsables de publicidad… La labor de todos ellos contribuye a que alguien se decida a escoger este libro y empezar a leerlo.

Escribir, dicen, es una profesión solitaria. Ya veis que en este caso no es así, pues son muchas las personas que arropan esta historia. Y ni siquiera en las numerosas horas dedicadas a la escritura y revisión del manuscrito en mi casa he estado solo. Mi mujer y mi hijo son el asidero al mundo real. No me permiten convertirme en un huraño. Y, lo más importante, cuando construyo sentimientos ajenos, como los de estos personajes, parto de una materia prima personal, igual que tantos otros autores. Buena parte de ella proviene de experiencias vividas con ellos.

Además, mi mujer es siempre mi primera lectora. Y no solo leyó esta novela en su versión definitiva, sino en su forma más torpe y primitiva. De ella me llegan siempre las primeras valoraciones y es mi guía principal en el proceso de creación.

Cualquiera que haya estado enfermo o haya sufrido un accidente y haya tenido que pasar por un hospital conocerá la sensación de desamparo con que llegamos los pacientes. Y sabrá que las primeras palabras de la enfermera o el enfermero, del doctor o de la doctora que nos atienden ya marcan una diferencia. Son nuestro salvavidas (en el sentido más literal) en medio del naufragio que supone la enfermedad. Es algo que he tenido muy en cuenta en esta novela, que en muchos de sus párrafos pretende ser un homenaje a todas esas personas que dedican sus vidas a salvar las nuestras.