26
Tanek le sostuvo la mirada y finalmente asintió.
—Sí, al igual que Aidan—suspiró, pasándose una mano por el cabello en un gesto cansino lleno de dolor—. Elizabeth era mi esposa.
—¿Pero cómo puede ser? El príncipe Mathew…
—Yo soy el príncipe Mathew—lo interrumpió Tanek—. Sabes lo sencillo que nos es adoptar otras formas a los Kinam. Ahren no quería que el pueblo supiera mi verdadero nombre, temía que si alguien conocía la verdad, que yo era un Kinam, la monarquía del reino Blanco pudiera tambalearse. Así pues, para evitarle una pena a mi esposa, y también porque quería dejar atrás mi pasado, adopté otra apariencia y otro nombre. Que después de la muerte de Elizabeth, abandoné para dedicarme a la búsqueda de los asesinos de mi mujer.
—Es esa la razón por la que el príncipe, el padre de Zarah, desapareció sin dejar rastro—Alberto se encogió de hombros, concluyendo la explicación.
—¿Cómo pudiste?—Allan lo censuró—. Zarah y Aidan te necesitaban.
—Aidan sabe que yo soy su padre, también Ahren y Alberto conocen el secreto, por supuesto.
—¿Y qué hay de Zarah?—Espetó Allan—. ¿No crees que saber que su padre vive le ayudaría bastante para sentirse más cómoda en su nueva vida?
—Nunca he abandonado a Zarah, Allan.
Allan frunció el ceño.
—La he cuidado cada noche de su vida.
—¿Cómo es posible? ¿Sabías donde ella estaba? ¿Siempre lo supiste?—Sus ojos se encendieron por la furia.
—Si vas a recriminarme una vez más por no haberte dicho dónde estaba mi hermana Madeleine, ahora mi hija—recalcó esas palabras con énfasis—, así es, no te molestes, lo volvería a hacer. Una cosa es verte casado con mi hermana, Allan, pero otra muy distinta ver que te acerques a mi hija con motivos amorosos. Fui tu cuñado, pero no seré tu suegro.
—Ella es mi mujer, tengo todo el derecho de…
—Ella fue tu mujer—volvió a poner énfasis en esas palabras—. Ahora es una persona distinta, y es mi hija. Puede que tú seas mi amigo, pero te partiré el cuello si intentas acercártele con motivos más serios que una amistad, ¿me has entendido?
—Pues pártemelo de una vez, porque…
—Ya basta—bramó Alberto, interponiéndose entre ellos—. Esta guerra entre ustedes dos no puede seguir, por el bien de Zarah y de Aidan, ambos deben buscar una manera de conciliar la paz y unirse en un frente común. Los dos quieren lo mismo, que Zarah esté protegida, y también Aidan—añadió mirando a Tanek—. Concéntrese en eso. Luego retomaremos el tema de Madeleine y Allan.
—Zarah—corrigieron ambos al unísono, y con ello sólo lograron hacer sonreír a Alberto.
—Alberto tiene razón—dijo finalmente Tanek, después de una larga pausa en la que se mantuvo pensativo y en silencio—. Debemos proteger a Zarah y Aidan, y tú debes quedarte aquí a defenderlos, Allan.
—No, iré contigo, si vamos juntos los encontraremos antes.
—No, tú debes quedarte aquí—replicó Tanek—. Si me llega a pasar algo…
—Eres mi amigo, y el padre de Zarah. No puedo permitir que nada te pase.
—No, lo que no puedes permitir es que mi hija muera—Tanek le dedicó una mirada llena de dolor—. No podría soportar que ella muera, Allan…—su voz se quebró—. Elizabeth era mi mujer, Allan, mi amada esposa… Sólo tú puedes comprender la tortura en la que he vivido estos últimos años, sin haber logrado vengar a sus asesinos. Tengo a dos hijos a los que cuidar, Aidan iba conmigo ese día, y pude protegerlo del ataque, pero llegué tarde para salvar a Elizabeth y a Zyanya…—su voz se quebró una vez más, y Allan esperó pacientemente a que se recuperara para continuar—. Elizabeth era inteligente, muy inteligente, siempre lo fue. Tenía sospechas de que algo así podía llegar a ocurrir, y le enseñó a Zarah un método de huida en el caso de que tuviera que escapar. Además, preparó su mente para que llegado el momento, de ser necesario, ella pudiera cerrarla y su rastro se perdiera de la faz de la tierra, y así jamás pudieran localizarla.
—Es decir…—Allan abrió los ojos al máximo—. ¿Quieres decir que fue Elizabeth la que bloqueó la mente de Zarah, haciéndole olvidar su pasado?—Allan miró a su vez a Alberto, quien asentía en silencio—. ¿No fueron los Kinam?
—Mi hermana era una mujer sumamente inteligente, solía pensar en todo para impedir que pudieran seguirle el rastro—asintió Alberto.
—¿Hizo lo mismo con Aidan?—Quiso saber Allan.
—Sí, los preparó a ambos, pero sólo fue Zarah quien debió ocupar el método para escapar. Se suponía que yo debía encontrar a mi hija en un lugar específico escondido en el mundo Homo, una cabaña en ruinas en medio de la nada, el sitio que Elizabeth, después de un largo estudio, asumió sería el mejor para que Zarah apareciera. Pero cuando llegué, Zarah ya no se encontraba allí…—Tanek le dirigió una mirada colmada de dolor—. Le fallé, Allan. Le fallé dos veces a mi hija; primero como mi hermana, cuando no pude evitar que la mataran, y luego como mi hija, cuando no la pude salvar de ese ataque…
—No fu culpa tuya.
Tanek desvió la vista, fijándola en el horizonte.
—Cuando finalmente di con ella, se encontraba en el seno de una familia cariñosa, lejos de todo peligro. Ella no recordaba nada de su pasado, y comprendí que haría mejor dejándola allí. La cuidé cada noche de su vida, adoptando la forma de un búho, me ocultaba fuera de su ventana y le daba las buenas noches a mi pequeña hija, viéndola crecer de lejos, viendo cómo eran otros los que le daban el cariño y los abrazos que debía de darle yo, su padre. Pero era lo mejor, por más dolor queme causara tener que ver a mi hija crecer de lejos, sabía que era lo mejor para ella. Me sumergí en la busca de los asesinos de Elizabeth, y no podía distraerme con asuntos del gobierno, intentando ser un príncipe para el reino. Aidan lo comprende, lo he cuidado y amado como mi hijo, sin que nadie más conozca nuestro secreto, pero a Zarah debí verla crecer de lejos… Debía protegerla, hacer que el sacrificio de Elizabeth al dar su vida por ella, valiera la pena—le dedicó una mirada fuerte, llena de emoción—. Y ahora, que después de tantos años he conseguido finalmente dar con un rastro verdadero de los que podrían ser sus asesinos, no puedo dejarlos escapar. Allan, prométeme, júrame que te quedarás a su lado y que no permitirás que nada les suceda a mis hijos.
Allan asintió sin dudarlo.
—Por supuesto. Los defenderé con mi vida, Tanek.
Tanek esbozó una ligera sonrisa levantando el brazo doblado por el codo delante de él. Allan levantó también el suyo y ambos chocaron los antebrazos, produciendo un sonido metálico al impacto de los brazaletes azules de cada uno.
El saludo de guerra Kinam.
—Buena suerte, amigo—le dijo Allan.
—Buena suerte, amigo mío–repitió Tanek, antes de perderse en la oscuridad, acompañado por Alberto.
Continuará…