5
—Estos son sus aposentos princesa—le indicó Noelia, abriendo una puerta—. Usted se quedará aquí.
—¿Y nosotras con ella?—Preguntó Maricarmen.
—Cada uno tendrá su propia habitación. Estas son de la princesa—aclaró Noelia—. Por favor síganme por aquí. Que descanse princesa—se despidió de Zarah, cerrando la puerta tras ella.
Zarah se quedó a solas en la habitación, sintiéndose un poco extraña. Ese solo lugar era más grande que toda su casa.
Estaba compuesto por cinco habitaciones en realidad, que lo hacían parecer un departamento enorme; un baño, una pequeña estancia, un comedor, un saloncito con sofás bastante cómodos—como pudo comprobar al sentarse—y el dormitorio con una enorme cama de doseles. Todo el lugar estaba decorado con los lujos de la realeza; reliquias antiquísimas, tapetes coloridos, cristalería fina, entre otros. Un lugar como ningún otro que hubiera conocido Zarah con anterioridad. Y lo mejor de todo, era el aroma, una mezcla de rosas y jazmines que nunca se iba, su favorito. Además, contaba con una hermosa terraza con vista al mar y que desembocaba a los maravillosos jardines traseros del palacio.
Sin embargo, Zarah no tuvo tiempo de lograr apreciar nada a detalle. Un minuto después de que se hubo sentado en uno de los sofás, tocaron a la puerta y apenas hubo dado permiso para permitir la entrada, varias mujeres entraron anunciando ser sus damas de compañía, asignadas por el rey para cuidar de ella, y que estaban allí para ayudarla a vestirse y arreglarse para la audiencia de esa tarde.
Así que, sin poder hacer o decir nada para replicar, se dejó llevar y consentir por esas mujeres que parecían más que contentas por servirla, dispuestas a dejarla luciendo como una verdadera princesa de cuento de hadas.
***
Zarah caminaba distraídamente por el hermoso jardín al que conducía la terraza de su habitación y comunicaba con la playa. Escuchar las olas era grandioso, le infundían un poco de paz a su angustiado corazón.
Esa noche conocería a su abuelo.
¿Cómo sería él? ¿Le agradaría? ¿Reconocería algo en él cuando lo viera…?
Probablemente no. No recordaba nada de su vida anterior, dudaba mucho que el ver a una persona que se supone es un pariente suyo le ayudara a rememorar un poco de ese pasado del que no tenía ningún recuerdo.
Tuvo deseos de caminar descalza por la arena, pero eso podría provocar que su vestido se arruinara. Había pasado las últimas cinco horas siendo atendida y engalanada como una princesa… Bueno, es que lo era. Por más difícil que le resultara aceptarlo y decirlo.
El séquito de mujeres, lideradas por Noelia, se habían marchado ya para ayudar a sus familiares y amigas en lo que pudieran necesitar. Algo que le alivió bastante. Desde que esas mujeres entraron con la intención de vestirla y adornarla para la vista real de esa noche, que como le explicaron, no sólo consistía en una simple reunión—reencuentro familiar, sino en una cena y baile para celebrar su regreso a lo grande, Zarah no había dejado de sentirse como una gelatina, temblando constantemente a causa de los nervios.
Zarah por poco se cae de la silla al escuchar la noticia, pero eso sólo contribuyó a que pudieran sostenerla entre dos mujeres, y sin demostrar ningún respeto por su espacio personal, la metieron a bañar en una tina colmada de burbujas y sales, para luego peinarla, vestirla y maquillarla como si fuera una muñeca sin voz ni voto.
Tenía que admitir que cuando se miró al espejo no pudo reconocerse en la resplandeciente joven que le regresó la mirada, eso sin mencionar el hermoso vestido blanco con el que la habían ataviado, un espléndido atuendo de satén y seda con mangas sueltas y falda que caía hasta el piso, bellamente adornado con bordados de formas florales y piedras preciosas. Era bellísimo, a Zarah le recordaba en gran medida los vestidos de los cuentos de las princesas medievales, sólo que con unos toques modernos que sólo lograban resaltar la belleza de la confección.
Al levantar las manos para que las mujeres pudieran adornarle los dedos y las muñecas con anillos y finos brazaletes, notó que las mangas compartían el mismo bordado que torso y la falda del vestido, adornados con hermosos bordados de oro y plata que resaltaban los zafiros incrustados, y combinaban con el fino velo sobre su cabeza, colocado delicadamente sobre una corona de flores azules naturales, idénticas a las que Allan le había obsequiado el día de los quince años de Maricarmen.
El resultado la hizo lanzar un grito ahogado de sorpresa al verse. Quizá pecara de falta de modestia, pero no pudo evitar sentirse bonita. Sencillamente se veía maravillosa, como una princesa de cuento de hadas.
Cuando las mujeres terminaron su trabajo, la dejaron a solas. Intentó comunicarse con sus padres, hermanos y amigas, dispersos en sus propias habitaciones asignadas en el palacio, pero ellos pasaban en ese momento por el mismo tratamiento de belleza al que ella había sido sometida.
—Vendré a buscarte en unos minutos, linda—le dijo Noelia—. No desesperes, la fiesta no tardará en comenzar. Has de estar muriéndote de ganas por divertirte un poco, ¿no es así? Sin mencionar lo emocionada que debes de sentirte por conocer a tu abuelo.
Zarah apenas pudo sonreír a modo de respuesta, demasiado nerviosa como para lograr hacer otra cosa.
Como no encontró nada con lo que distraerse dentro de su habitación, decidió salir a la terraza a dar un paseo, con la intención de que el aire puro y el tronar de las olas lograran distraerla de lo que vendría más adelante.
Aunque lo mejor por ahora sería regresar, Noelia había prometido regresar pronto, y no quería hacerla esperar.
Iba subiendo por los escalones que conducían de la playa al jardincito y a la terraza de su habitación, cuando alguien la llamó.
—¿Zarah?
Zarah se volvió al escuchar esa voz, ya tan bien conocida para ella, y una automática sonrisa se dibujó en sus labios al ver a Allan de pie en el umbral de la puerta de la terraza.
—Perdona si… Toqué a la puerta y nadie respondió… Yo me preocupe y…
—Tranquilo, está bien—contestó Zarah, acercándose a él con una sonrisa divertida en los labios al notar la mirada fija de él sobre ella.
—Te ves muy linda.
—Gracias. Tú también… digo guapo. Te ves guapo—se corrigió, sintiendo que ahora era ella la nerviosa, y que el color se le subía a las mejillas. Y es que era muy cierto, el traje negro que traía puesto, cubierto con una capa azul celeste oscuro lo hacía lucir sumamente apuesto y elegante. Como el príncipe azul de sus sueños.
—¿Y cómo te has sentido?—Le preguntó él, tomando su mano.
—Bien… ¡Bien! Bien—Zarah cerró los ojos, mordiéndose la lengua. Pero enseguida escuchó la alegre sonrisa de Allan, esa sonrisa que conocía tan bien, y se relajó.
—¿Nerviosa porque conocerás a tu abuelo esta noche?
—Ni que lo digas, creo que nunca he estado más nerviosa en mi vida.
—Tranquila, te irá bien. Es tu abuelo, sólo tu abuelo, tómalo así, ¿de acuerdo?
—¿Quieres decir que porque voy a conocer a mi abuelo debería estar menos nerviosa que por conocer a un rey?
—Bueno… sí—se encogió de hombros.
—Se nota que no conoces a mis abuelos.
—De hecho… Digo, no—él cambió la frase abruptamente—. ¿Son malas personas?
—¿Los conoces?
—No.
—Allan…
—Cuéntame, ¿no te caen bien tus abuelos?
Zarah suspiró, dándose por vencida. No llegaría a ningún lado con ese tema.
—No es que no me caigan bien, son… algo especiales. Nunca me han querido mucho, y creo que ahora sé por qué.
—¿Te refieres a porque eres adoptada?
—Eso explicaría por qué le tienen tanto cariño a Dany y Manolo. Antes asumía que eran así con ellos porque eran los pequeños, pero ahora sí, creo que es porque somos adoptados. Al menos con respecto a los abuelos por parte de mi papá, mi abuela materna nunca que me ha querido, adora a Maricarmen y Javier es su más grande amor, pero ni Marijó ni yo nunca fuimos de su agrado—se encogió de hombros—. Sus razones ha de tener.
—Bueno, mentalízate positivo. Tal vez ahora por primera vez tengas un abuelo que te quiera.
—Sí, eso sería bueno—contestó ella sinceramente, sonriendo contenta cuando él le pasó un brazo por la espalda para abrazarla.
—Tú sólo relájate y diviértete mucho esta noche, ¿de acuerdo?
—Sí—contestó Zarah con un hilo de voz.
De pronto, un inusual sonido rompió el encanto del momento: el estómago de Zarah gruñó como si poseyera vida propia.
Allan se separó lo suficiente como para verla a la cara, sonriendo divertido.
—¿De casualidad tienes hambre?
Zarah lo miró con el ceño fruncido y las mejillas coloradas.
—Tenía entendido que te habían traído de comer.
—Sí, lo hicieron, pero estoy demasiado nerviosa como para comer.
—Te entiendo, la comida elegante a mí tampoco me gusta mucho—tomó su mano una vez más—. Ven conmigo.
—¿A dónde iremos?—Zarah miró hacia atrás, recordando las palabras de Noelia avisándole que en cualquier momento irían a buscarla.
—No tardaremos, te llevaré a un lugar especial.
—Pero… ¡Ah!—No pudo evitar gritar cuando Allan la sujetó por la cintura y ambos se elevaron por el cielo—. ¡Odio las alturas!
—Lo sé—Allan le quitó las manos con las que ella se cubría los ojos—.Tranquila, vienes conmigo. Jamás en el mundo te dejaría caer, ¿de acuerdo?
—De acuerdo—musitó Zarah, permitiéndole abrazarla con más fuerza contra su pecho, a pesar de que aún podía sentir el temblor que recorría todo su cuerpo mientras veía alejarse más y más el paisaje bajo sus pies, a medida que tomaban altura.
Llegaron a un sitio similar a un mercado abarrotado de gente, compuesto por varios puestos ambulantes donde se ofrecían toda clase de comidas exóticas y el olor de la comida cocinándose a las brasas y el bullicio de la gente se entremezclaban con los gritos de los niños pregonando las ofertas del día y la gente amontonándose sobre las barras para pedir sus órdenes.
—Allan, ¿qué es esto?—Zarah miró en derredor con cierta aprehensión, observando su hermoso vestido blanco y la sucia grasa que saltaba de la hornilla más cercana.
—Tranquila, mientras todavía nadie sepa quién eres tú, podrás caminar por las calles sin problema de que te reconozcan. Debemos aprovechar estos valiosos minutos para que disfrutes de la cotidianidad de la vida, y pruebes algo de comida decente—la tomó de la mano y la llevó con él hasta uno de los puestos más cercanos—. Dos cucuruchos por favor—le pidió a la mujer encargada.
—¿Qué es eso?
—Gracias—Allan le pagó a la mujer y tomó dos palos de madera con carne y vegetales cocinados—. No preguntes sólo come—le entregó uno de ellos a Zarah.
—Mi mamá solía decirme eso de niña cuando le preguntaba qué había preparado, “come y calla”, me contestaba.
Allan rió, dándole una mordida al primer pedazo de carne. Zarah lo imitó, y debió llevarse una mano a la boca para evitar que el pedazo de carne completo se le viniera encima, por lo que terminó comiéndose el trozo completo. Y no se arrepintió.
—¡Mmm! ¡Está delicioso!
—Lo sé, siempre ha sido tu comida favorita…
—¿Cómo dices?
—Nada, que siempre ha sido mi comida favorita—se corrigió, llevando otro bocado a la boca de Zarah—. Anda, come antes de que se enfríe.
Zarah dio otro mordisco, esta vez sin quitarle los ojos de encima a Allan. A pesar de la aparente tranquilidad que demostraba, comenzaba a creer que le ocultaba algo…
—¡Allan, ahí estás!
Ambos se volvieron sobresaltados.
Aníbal se abría paso entre la gente, furioso como un toro en medio de una corrida.
—¡¿Pero qué diablos estabas pensando?! ¡Zarah no puede estar aquí!
—Padre, no aquí—bramó Allan.
Aníbal parecía dispuesto a gritarle un improperio, pero se aguantó por consideración a Zarah, quien presenciaba aquella escena con cierto recelo.
—Lleva a Zarah de regreso al palacio ahora mismo—le dijo él en un siseo tan bajo que a Zarah le costó trabajo escucharlo—. Tú y yo hablaremos más tarde.
Allan se giró hacia Zarah, y la tomó de la mano.
—Nos vemos luego, padre—le dijo al hombre antes de partir volando con Zarah bien sujeta por la cintura.
—Allan, lo siento, no quería ocasionarte problemas…—le dijo Zarah cuando llegaron una vez más a la terraza.
—No digas eso, fui yo quien te pidió que me acompañaras. Y volvería a hacerlo.
Zarah sonrió, encantada con esa sonrisa que Allan le dedicaba.
—Espero haberte ayudado a relajarte, aunque la escena de mi padre…
—¿Bromeas?, ¡ha sido maravilloso…! ¡Es decir, sí!—Se llevó una mano a los labios, callándose abruptamente.
Allan sonrió, apartando su mano con un gesto lento y suave, acarició su rostro, aproximándose a su rostro hasta que sus ojos se encontraron a unos cuántos centímetros de los de ella…
Zarah se sintió estremecer cuando él la abrazó, acercándola más a él. Pudo sentir la tibieza del calor de su cuerpo, la humedad de su aliento sobre sus labios…
La puerta se abrió de golpe y por ella entraron Noelia y el séquito de mujeres que la acompañaban.
Zarah y Allan se separaron, y antes de que pudiera decir nada, Allan la besó en la mejilla y partió volando lejos de allí.
—¿Zarah? –Preguntó Noelia desde la entrada—. ¿Zarah, estás lista?
Zarah suspiró, observando con ojos soñadores la figura de Allan alejándose por el cielo, su capa ondeando por el aire, igual que un superhéroe.
—Sí, ya estoy lista—contestó con voz suave, hablando entre suspiros—. Vamos a conocer a mi abuelo de una buena vez.