9

 

 

—Zarah…

Zarah se giró al reconocer esa voz, secándose compulsivamente las lágrimas con el dorso de la mano. Allan sacó un pañuelo y se lo tendió.

—Gracias…—musitó la joven, secando las lágrimas con él.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, yo…

—¿Te perturbó lo que te dijo Zack?

Zarah frunció el ceño y lo miró a los ojos.

—¿Lo escuchaste? Pero si estabas al otro lado del salón…—se calló, avergonzada de revelar que lo había estado espiando.

Pero Allan no le prestó atención.

—Los Kinam tenemos un excelente oído…—se encogió de hombros, revelando al fin su secreto.

—¿Qué? ¿Entonces es cierto?—Zarah lo miró de arriba abajo, molesta—. ¿Por qué nunca me lo dijiste?

—Todo esto es demasiado nuevo para ti, quería darte tiempo de procesar la noticia de que eres una princesa y formas parte de un mundo desconocido para los humanos, antes de decirte qué cosa soy yo, además de un Capadocia.

—Creía que eras un Kinam…

—Soy un Capadocia—le dijo él con voz firme—. Es lo primero que he sido, lo que soy y lo que seré hasta el último de mis días. Pero no soy de linaje puro… Yo portaba el gen Kinam en mi sangre. Cuando un Kisinkan me atacó siendo yo niño, me transformó en un Kinam.

Zarah negó con la cabeza, levantando una mano para hacerlo callar.

—Espera, no entiendo nada de lo que dices.

—Es largo de contar…—Allan suspiró, mirando en derredor—. ¿Te importaría dar un paseo conmigo?—Le preguntó, tendiéndole una mano.

Zarah lo miró, indecisa.

—Entiendo, si no confías en mí…—iba a retirarla, pero Zarah la cogió antes de que pudiera hacerlo.

—Confío en ti. No sé por qué, pero lo hago—le dijo con la misma voz firme que él le había hablado—. Ahora vámonos, no quiero que ese tipo insoportable venga a molestarme de nuevo. No sé por qué, pero me irrita sólo tenerlo cerca.

—Lo sé, siempre te ha caído mal.

—¿Qué…?

—Siempre me ha caído mal.

Zarah frunció el ceño, pero no dijo nada. Era la segunda vez que Allan decía algo así, ¿es que realmente la conocería de su vida anterior, y le había mentido, como Zack le dijo…?

 

 

Caminaron largo rato por los jardines antes de que Allan se decidiera a decir algo, como si debiera elegir detenidamente cada una de sus palabras.

—Primero que nada, quiero hacerte entender una cosa, Zarah—Allan le dijo tras un momento de espera que pareció eterno—: Los Kinam no son unos monstruos, como quiere hacerlos ver Zack.

—¿Ah, no?

—No, y no lo digo porque yo sea uno de ellos. Te lo digo porque los conozco bien, viví un tiempo entre ellos, y son como nosotros, hay gente buena y mala, la mayoría es buena, y lucha contra la maldad al igual que nosotros. Es sólo que… A ellos les tocó vivir el otro lado de la moneda.

—Entiendo…

—Mi historia es difícil de contar—le dijo Allan, llevándola de la mano por el césped de los jardines del palacio—. Debes recordar que tengo más de mil años, nací en el año 892 de la cuenta del calendario gregoriano.

Zarah inspiró hondo, aún le costaba creer que él hablaba en serio, pero por la expresión seria que mantenía en el rostro, sabía que era cierto.

—Cuando tenía siete años, los Kisinkan atacaron la aldea donde vivía con mi familia.

—¿Qué son los Kisinkan?

—Son los predecesores de los Kinam, los “Primeros padres”, como ellos los llaman. Fueron los primeros seres como ellos en habitar la tierra, solían dominar a la raza humana hasta que los primeros Capadocia se alzaron contra ellos y nos liberaron.

Zarah arqueó las cejas, sorprendida por el relato.

—Algunos de esos Kisinkan se… tuvieron hijos con mujeres humanas—buscó las mejores palabras para explicarle—, de esa unión mezcla de especies y genes, nacieron los Kinam. Con el paso de los años, y mientras los Kinam se mezclaban más y más entre la gente, los hijos de éstos comenzaron a nacer con apariencia humana. Únicamente un gen, legado de la ascendencia Kisinkan que quedó grabada en la genética de sus descendientes, se ha transmitido de generación en generación entre los humanos que portan de alguna manera la sangre Kinam. Un gen que sólo puede ser activado por un rito sumamente doloroso: la inyección de los tres venenos Kinam. Y yo…—Allan desvió la vista, como si lo que tenía que decir le apenara—, yo poseía ese gen.

—Pero, conforme a lo que dices, cualquier persona puede tenerlo, ¿no es así?

—Cualquier ser humano por lo general puede portar ese gen. Pero yo soy un Capadocia, se supone que mi sangre proviene de los antiguos descendientes de Hada, la primera Guerrera de Fuego, como antes solía llamarse La Capadocia. Yo no debería cargar con ese gen, igual que los Capadocia de puro linaje, como tú, como Zack…—miró a un lado, apretando los puños por la rabia.

—No veo por qué es tan importante—le dijo Zarah tras un momento de mantenerse en silencio, pensativa—. Por lo que yo sé, las guerras por la pureza de razas y linajes sólo han traído devastación y destrucción al mundo. Son mejores las mezclas, todo el mundo lo sabe.

Allan sonrió a medias, sin atreverse a mirarla.

—Entonces… ¿Ese Kisinkan… lo pronuncié correctamente?—Allan asintió con la cabeza—. Ese Kisinkan te convirtió en un Kinam, ¿comprendo bien?

—Sí, en parte…—Allan se giró una vez más hacia ella—. Realmente lo que el Kisinkan buscaba era matarme. Una venganza contra mi padre, por una antigua batalla… Llegó a mi casa, nos atacó a mi madre y a mí, y nos inyectó los dos venenos…

—¿Dos venenos?

—Los Kisinkan, a diferencia de los Kinam, sólo tienen dos venenos.

—Más lento, ¿los Kinam tienen veneno? ¿Como si fueras serpientes o abejas?

Allan sonrió.

—Lo siento, a veces olvido que no recuerdas nada de tu pasado. Sí, así es, tienen veneno, algo semejante a las serpientes, supongo. Los Kisinkan tienen dos: uno que sólo causa dolor, pero un dolor tal que desearías que te mataran. Y el otro te mata en segundos—caminó hasta un muro de roca cercano y apoyó la espalda contra él—. Los Kinam cuentan con un tercer veneno, aunque en realidad es un antídoto. Sólo lo producen en sus colmillos, y es capaz de revertir el efecto de los dos primeros. Los tres en conjunto son los que activan el gen Kinam.

—¿Y cómo fue que te cambió si dices que el Kisinkan no posee el tercer veneno, el antídoto?

—Los Kisinkan y los Kinam están unidos, los Kinam les dan de su veneno, y ellos los guardan en una especie de cápsulas. Pero no era el caso de este Kisinkan, él quería matarnos a mi madre y a mí, y de no ser porque mi padre llegó a tiempo para rescatarnos, así habría sido. El efecto de los dos venenos unidos era muy fuerte para revertirlo, pero mi padre lo intentó igual.

—¿Tu padre es también un Kinam?

—No, pero todos los Capadocia llevamos una provisión del antídoto en nuestro cinturón—se palpó la cadera y extrajo una cápsula de su interior, que le entregó a Zarah.

La joven la observó a la luz de la luna, maravillada por la belleza de ese líquido azulado.

—¿Cómo es que lo posees?

—No me lo extraje, si es lo que piensas—rió él—. Es parte del cinturón básico de cualquier Capadocia. Yo también debo cargarlo, aunque es obvio que no lo necesito…—desvió la mirada, avergonzado.

—¿Y cómo es que los otros lo obtienen?—Zarah quiso cambiar de tema.

Allan inspiró, mirándola de soslayo.

—Probablemente esto no te va a gustar…—le dijo en voz baja, pasándose una mano por el cabello—. Nunca te gustó, de hecho…

—¿Cómo que nunca me gustó?

—Sí, eras pacifista, siempre lo fuiste…

—Creí que dijiste que no me conocías.

—No en esta vida.

—¿Cómo?

—Me refiero a antes de que perdieras la memoria, tu madre era una pacifista conocida, tú también debiste serlo.

—Oh…

—Como te decía, puede que no te guste saber esto… Los Kinam capturados son sometidos a estudios médicos, encarcelados en celdas donde se les mantiene bajo custodia, y bueno…

—¿Les extraen el veneno a la fuerza?

—Sí—Allan asintió con la cabeza—. Deben hacerlo, de otra forma cientos de Capadocias y humanos inocentes morirían a causa de su veneno, mucho más letal que el de diez mambas negras juntas.

—¿Y no pueden… no sé, sólo tomar el veneno y liberarlos?

—No son serpientes que se capturan para tomarles muestras y luego dejarlas en libertad, Zarah. Son bestias, monstruos terroríficos capaces de destruir a la humanidad si se los permitimos. No todos, claro está. Me refiero a aquellos cuyo fin es destruir a la humanidad y a La Capadocia, a esos que de otra manera terminarían en el patíbulo, pues liberarlos sería un riesgo para la sociedad. Te aseguro que no todos los Kinam son así. La mayoría de ellos viven en su propia civilización, siguiendo sus propias leyes y normas, y respetan a la humanidad y a La Capadocia. Pero como en todo, siempre hay sus excepciones.

—¿Es con ellos…? Zack dijo que te uniste a ellos, Allan—le soltó de lleno—. ¿Es eso cierto?

—Sí—Allan la miró a los ojos—. Hace muchos años atrás. Fue entonces cuando comencé a verlos con otros ojos, y no sólo como a unos monstruos desalmados.

—¿Entonces te uniste a los que sí llevan un orden?

—Los Kinam tienen una organización tan estructurada como la nuestra, Zarah. No son sólo monstruos, como los quiere hacer ver Zack. Tienen siete reinos bajo el agua, cada uno con un rey o más de uno, pues comparten el trono entre hermanos en la mayoría de los casos. Y al igual que nosotros, tienen leyes y normas que siguen estrictamente.

Zarah sonrió al notar un brillo que se había encendido en los ojos de Allan. Un brillo que denotaba la intensidad y la emoción que le provocaba el tema, y que él quería compartir con ella.

—La mayoría de La Capadocia tiene una idea preconcebida de los Kinam, pero es así porque los que conocen son precisamente los Kinam que buscan atacarnos y destruirnos.

—Como el Kisinkan que por poco te mata a ti y a tu madre.

Allan asintió con la cabeza.

—Fueron siete meses, siete días y siete horas para convertirme en lo que soy ahora—la miró a los ojos—. Y también mi madre.

—¿Quieres decir que tu madre…?

—Ella es la portadora del gen—Allan asintió—. Es esa la razón por la que mi padre se divorció de ella.

—¿Qué…?—Zarah abrió mucho los ojos—. No lo sabía… Yo… Lo siento.

—Aún se quieren, lo sé. Mi madre continúa llamándolo su marido, lo toma del brazo y lo trata con cariño. Le dice “tú te divorciaste de mí, no yo de ti”—rió, una risa falta de emoción—. Si no fuera por el orgullo de mi padre, creo que aceptaría lo que él siente por ella y volvería a su lado. Pero su orgullo es más fuerte que sus sentimientos…

Zarah agachó la cabeza, negando lentamente.

—Lo siento tanto, Allan… Las cosas no deberían ser así, has sufrido tanto…

—Es un mundo cruel, Zarah. Cruel en todos los aspectos que pueden existir…—la miró a los ojos—, incluida La Capadocia. Es un defecto de la humanidad temer a lo que no se conoce, y La Capadocia pertenece a la humanidad. Temen a los que son más fuertes que ellos, por eso nos temen a nosotros, los híbridos, parte Kinam, parte Capadocia, porque saben muy bien que nuestro poder puede ser inalcanzable, y al no poder controlarlo, nos han marginado.

—¿Y permites eso?

—No voy a entrar en una guerra contra La Capadocia. Aunque hay quienes lo han hecho.

—¿Los Kinam?

—No precisamente, otros híbridos. Como Kudrow. Un híbrido como yo, pero que se ha revelado abiertamente contra La Capadocia. Ahora es considerado uno de sus más grandes enemigos y lo buscan en todas partes.

—¿Y crees que lo encuentren? Es decir, tienen muchos poderes para hacerlo, ¿no es así?

—También Kudrow, Zarah, es un Kinam sumamente poderoso y listo. Además cuenta con aliados en todo el mundo que lo protegen y ayudan. La Capadocia tiene muchos enemigos últimamente.

—No te ofendas, pero no me extraña. Son un poco… digamos…—buscó las palabras adecuadas—. Hacen lo que quieren, y si no se hacen las cosas como quieren, obligan a que se cumplan.

—Lo dices por la manera en que te trajeron aquí, ¿no es así?

—Ya lo creo. Esos… A veces me gustaría ser Kinam.

Allan agachó la vista, con una sonrisa melancólica.

—No eres la primera que lo dice…

—¿Cómo?

—Por eso me fui…—contestó él, mirándola a los ojos, aunque Zarah sentía que le ocultaba algo—. Necesitaba buscar nuevos horizontes, pensar y estar solo, comprender lo que parecía incomprensible… Fue entonces cuando conocí a los Kinam, y un nuevo universo se abrió ante mí.

—Pero dijiste que cuando te convertiste en Kinam tenías siete años, ¿te fuiste a esa edad?

—No, no podía cambiar mi aspecto en aquel entonces. Por excepción de cuando entraba en el Keex del Kinam, que es la forma que adopto cuando me encuentro en uso de mis talentos de Kinam, la forma en que me viste cuando esos Kinam nos atacaron—se puso muy serio—. No… Yo me fui por otra razón, siendo ya adulto.

—¿Y cuál fue esa razón….? Si no te molesta decírmelo.

Allan la miró a los ojos, y por un momento Zarah notó una lágrima asomarse por uno de ellos.

—Te lo diré otro día, Zarah. Ahora no es el momento.

—Pero…

—Te buscan.

Zarah se giró pero no vio a nadie.

—En el salón. Tu abuelo solicita tu presencia. Debemos regresar—tomó su mano y entrelazó los dedos entre los suyos—. Vamos, tu abuelo no es de las personas a las que les gusta esperar.

Zarah lo miró a los ojos, sentía curiosidad por saber qué era lo que lo mortificaba, pero decidió no hacer preguntas. Obviamente era algo que alteraba a Allan profundamente, y no quería perturbarlo…

Ya habría tiempo más adelante para que él le contara lo que deseara. Si es que así él decidía hacerlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Capadocia
titlepage.xhtml
part0000_split_000.html
part0000_split_001.html
part0000_split_002.html
part0000_split_003.html
part0000_split_004.html
part0000_split_005.html
part0000_split_006.html
part0000_split_007.html
part0000_split_007_0001.html
part0000_split_007_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_007_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001_0001.html
part0000_split_009.html
part0000_split_010.html
part0000_split_010_0001.html
part0000_split_010_0001_0001.html
part0000_split_010_0001_0001_0001.html