10

 

 

Caminaron de la mano hasta las escaleras de la terraza del palacio.

—¿No vas a entrar tú?—Le preguntó Zarah, cuando Allan se quedó de pie en el umbral de las escaleras.

—No, es a ti a quien esperan ver, no a mí.

—Pero…

—Ve, yo te veo luego, ¿de acuerdo?

—Está bien…—Zarah agachó la vista con tristeza, habría deseado entrar con él, pero sabía que debía darle su espacio, después de todo, lo que le había revelado debía de serle bastante complicado.

Dio la media vuelta para subir hasta el salón donde se llevaba a cabo la fiesta.

 

 

Allan se apoyó de espaldas en un árbol cercano. Habría deseado entrar con ella, pero hacerlo habría sido actuar contra las normas. La amaba, pero no podía permitir que ella lo amara. No tenía permitido amarla…

Era irónico. La única vez que había amado antes, su amor era también imposible.

Eso no lo detuvo antes.

Y eso se convirtió en la tragedia de Mady.

No iba a permitirlo otra vez…

Sin embargo, nada la impedía soñar con ella.

Su mente comenzó a viajar en el tiempo, tantos siglos atrás, a ese recuerdo que ahora parecía tan lejano, y tan cercano a la vez, en su corazón y su memoria sólo había ocurrido ayer.

Ese día fue a ver a Mady a su casa. Cuando Allan llegó a la orilla del río, la encontró recogiendo agua con un balde. Se apuró en ir a ayudarla, pero sabiendo que ella no lo había visto aún, quiso aprovechar la oportunidad para sorprenderla. Se escondió detrás de un árbol en el momento preciso en el que ella se levantaba con el balde en la mano, entonces salió de su escondite y gritó:

¡Te atrapé!

¡Ahhh!—Mady dio un brinco descomunal y lanzó lejos la cubeta con agua, que fue a darle directo a Allan en la cabeza al tiempo que ella caía al río, después de tropezar con una piedra.

¡Mady! ¡Mady! ¿Estás bien?—Allan levantó el borde de la cubeta sobre los ojos para verla, pero en lugar de encontrarla molesta, Madeleine se estaba destornillando de risa, aún sentada en la corriente del río.

Allan, contigo nunca dejo de reír—le dijo ella de buen humor, aceptando la mano que Allan le tendía para ayudarla a levantarse.

No sabes cuánto lo siento.

No te preocupes, está bien—sonrió ella, mirándose el vestido completamente empapado—. Aunque tendré que explicarle a mamá el motivo por el que regreso a casa una vez más empapada. Dudo mucho que vuelva a creerme que tropecé, aunque esta vez sea cierto.

              Allan la atrajo contra sí y la abrazó con suma ternura. En menos de un parpadeo Mady estaba seca.

¡Allan, ¿cómo lo has hecho?!—Exclamó sorprendida, palpando la tela seca.

No quería que fueras a resfriarte. Y ahora, si no te importa…—tomó su rostro entre sus manos y la besó dulcemente, un beso que hizo que Mady se sintiera perder entre sus brazos.

              Ella sonrió y lo miró a los ojos sin decir nada, disfrutando al máximo el momento que había anhelado toda su vida.

Te amo…—le dijo ella en voz baja, sin dejar de mirarlo a los ojos—. Te amo con toda mi alma, Allan.

              Él pareció un poco impactado con sus palabras. Desvió la vista y se alejó de ella, sin lograr articular una sílaba, conmocionado por lo que acababa de escuchar.

Lo siento… No quise asustarte, Allan… No pretendía que tú…

Madeleine, yo también te amo—le soltó de lleno—. No lo sabía, no me había dado cuenta sino hasta el momento en el que tú me revelaste tus sentimientos…—la tomó de las manos, viéndola intensamente a los ojos, con ese brillo singular que ella tanto adoraba en él—. Te amo. Siempre te he amado… Pero era demasiado estúpido para darme cuenta, demasiado inmaduro, y tú… Tú sufriste en silencio por mi culpa. Oh, Mady, no sabes cuánto lo siento… Yo, yo no te merezco—se alejó una vez más de ella—. Eres demasiado buena, y yo sólo un idiota con suerte por tenerte cerca. No es justo que me aproveche de eso, cuando podrías encontrar algo mejor que yo en cientos de hombres.

Oh, Allan, sí que eres un idiota—él se volvió sorprendido por sus palabras, pero al hacerlo, la encontró parada a su lado, y antes de que pudiera decir o hacer algo, ella se paró de puntitas y lo besó en los labios—. Eres un idiota por pensar que podría querer a alguien que no seas tú.

              Él sonrió, no pudo evitar hacerlo, y le regresó el beso, esta vez de manera más apasionada.

Tengo miedo, Mady…—él agachó la vista, temiendo enfrentarla a los ojos—. Miedo de perderte…

Allan, tú nunca vas a perderme.

¿Y si encuentras un día a alguien mejor que yo? ¿O si te das cuenta del error que has cometido al quererme, y decides dejarme…?

              Ella sonrió, posando un par de dedos sobre sus labios.

El amor está lleno de miedos, Allan. Pero tú eres afortunado, tienes a tu lado a una mujer que nació sólo para amarte—lo besó dulcemente en los labios—. No importa qué pase, yo siempre estaré contigo. No existe nada ni nadie que pueda separarnos, ni siquiera la muerte…

¿Lo prometes?             

Te lo prometo…—no pudo continuar hablando cuando él la tomó en sus brazos y la besó una vez más, de una manera intensa y fervorosa, llena de amor.

El amor que cada uno sentía por el otro.

—¡Mady!

¡Oh, es mamá!—Exclamó la chica, separándose bruscamente de él.

¿Qué es lo que te preocupa? Me conoce de toda la vida.

Sí, pero como mi amigo, no como mi…

¿Novio?—Él sonrió, y volvió a besarla.

              Mady asintió con una sonrisa, perdida en ese beso.

¿Mady, aún no le has dicho a tus padres de lo nuestro?

Bueno, no…—ella bajó la mirada, apenada—. Sabes cómo es papá. Es muy estricto con respecto a las relaciones, sabes que cuando mi hermana se comprometió, él debió dar su voto de aceptación a su pretendiente. No es que te diga que tengamos que casarnos…—se apuró en aclararle, temiendo haberlo asustado—, pero así es papá. Él no acepta los noviazgos, dice que son una pérdida de tiempo y moral derrochada. La única pareja que deberemos tener será con quien vayamos a casarnos—se encogió de hombros, girándose para tomar el balde del suelo para llenarlo nuevamente con el agua del río cuando el grito de su madre se volvió más intenso.

En ese caso, casémonos.

¿Qué has dicho…?—Mady dejó caer al agua una vez más la cubeta que rellenaba en ese momento.

Mady, te conozco desde siempre, eres tú a la mujer que quiero, y si tú me aceptas…—tomó su mano—, me gustaría que permaneciéramos juntos por el resto de nuestra vida.

              Mady lo miró a los ojos, sin poder discernir de si soñaba o realmente se encontraba despierta…

Eres el amor de mi vida, Madeleine—repentinamente se arrodilló frente a ella—. Es a ti a quien quiero. A ti, siempre has sido tú mi verdadero amor. Sé que es repentino, y no te pido una respuesta ahora, sólo piénsalo, ¿quieres? Medita si te gustaría ser mi esposa…

¡Oh, Allan, claro que sí!—Se le lanzó al cuello, soltándose a llorar como una niña—. ¿Cómo me pides que espere a darte una respuesta a lo que he soñado toda la vida? ¡Te amo, Allan! Siempre te he amado, y siempre he soñado con convertirme en tu esposa. No tengo nada que pensar, ¡sí! La respuesta es sí, ¡por supuesto que sí!

              Allan sonrió y la estrechó entre sus brazos, y ambos se unieron en un nuevo beso lleno de amor y alegría, un beso que quedó para siempre grabado en sus corazones…

 

Allan se vio obligado a regresar a la realidad al sentir la tibieza de algo húmedo resbalar por su mejilla. Estaba llorando sin que se diera cuenta.

Podía traer a la memoria ese momento una y otra vez, revivirlo como si estuviera allí una vez más, casi como si pudiera sentir, aunque sólo fuera por una fracción de segundos, la tibieza del cuerpo de Mady entre sus brazos, la melodía de su risa, la dulzura de sus besos…

Allan suspiró al observar a Zarah entrar al salón y perderse en la multitud. Se quedó en su lugar largo rato, siguiendo su figura entre la gente con su habilidad de Kinam. No podía estar con ella, pero nadie le impedía observarla.

—Actúas como un tonto—escuchó una voz a su lado.

—¿Qué es lo que quieres, Raquel?—Contestó sin voltearse.

—¿Para qué te haces esto?—Ella se plantó frente a él, obligándolo a prestarle atención—. Sabes que no puedes estar con ella y continúas babeando al verla, actúas como un completo idiota.

—Ese es mi problema—frunció el ceño y se dio la media vuelta.

—¡No he terminado de hablar contigo!

—Pero yo sí contigo.

Raquel lo sujetó del brazo y lo obligó a volverse, y al hacerlo le plantó un beso en los labios.

Allan la apartó por los hombros con suavidad, pero firmeza.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—¡Haciéndote reaccionar!—Chilló ella—. ¡Madeleine está muerta, Zarah es una princesa y nunca podrás estar con ella! Ahora podemos estar juntos, Allan. ¿Por qué no te das cuenta de lo que tienes frente a ti y lo valoras? ¡Yo te amo!

—Pero yo no te amo a ti, Raquel—le contestó él con franqueza—. Lo siento…

Los ojos de Raquel se llenaron de lágrimas.

—Eres un mentiroso…—siseó, furiosa—. ¡Tú juraste no amar a nadie que no fuera Madeleine, y por eso nunca te reclamé tu desprecio! ¡Pero ahora te has enamorado de esa…!

—Cuida tus palabras—le advirtió, frunciendo el ceño—. Ella es tu princesa, y la mujer que amo.

—¡¿Cómo puedes hacerme esto?!—Chilló Raquel, dejándose caer sobre el césped y soltándose a llorar —. ¡Te esperé durante más de mil años, Allan…! Y ahora sales con que te has enamorado de otra, y de una niña…—lo miró con los ojos colmados de dolor—. ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué gozas con hacerme sufrir?

Allan se compadeció de ella, no podía verla sufrir de esa manera. Se arrodilló delante de ella para abrazarla, pero Raquel lo rechazó.

—Raquel, por favor, tienes que entenderme. Yo nunca he querido hacerte daño, nunca te he dado a entender que entre nosotros puede haber más que una amistad.

—¿Nunca?—Repitió ella en tono mordaz, apartando la mirada.

Allan frunció los labios, sabiendo a qué se refería.

—Eso fue hace más de mil años, Raquel. Sólo éramos unos niños.

—Tú me dijiste que me amabas, ¡me rogaste por años para que te hiciera caso! Y cuando lo hice, vas y te casas con mi prima. Después de hacerme enamorarme de ti.

—Sabes bien que las cosas no fueron así, tú nunca me hiciste caso, sólo querías burlarte de mí, hacerme pasar ridículos frente a la gente…

—Tú mismo lo has dicho, sólo éramos niños.

—Sí, por supuesto. Y por eso te perdono todo lo que me hiciste pasar, porque era demasiado estúpido como para entender que no era de ti de quien estaba enamorado, sino de Madeleine. Y cuando me di cuenta…

—Por un estúpido error mío—bufó ella.

—Sí, gracias a ti y a la broma que quisiste hacernos a ambos ese día, me di cuenta de que era a ella, y sólo a ella a quien siempre había amado—su rostro se nubló y desvió la vista—. Y nunca dejaré de amarla.

—¿Y qué me dices de Zarah?—Siseó Raquel como una serpiente—. Mil años sin que te fijaras en otra mujer, por el recuerdo de Madeleine, mil años luchando en vano por tu amor, igual que tantas otras que han estado tras de ti. Y sólo ves una vez a esa niña y te enamoras como un loco de ella. ¿Qué tiene ella de especial que…?—Raquel se quedó callada cuando la luz de la razón iluminó su pensamiento, regalándole el entendimiento.

Allan se volvió una vez más hacia ella, sabiendo que ella por fin había comprendido todo.

—No…—la voz de Raquel fue un susurro apagado, sin voz.

Allan asintió, confirmando lo que sabía que ella ya conocía.

—No puede ser… —Raquel se giró a mirar al gran salón donde se llevaba a cabo la fiesta—. ¡Han pasado mil años!

—Lo sé, no tienes que repetírmelo. Han sido mil años los que he tenido que esperar por volver a verla, y finalmente ella está aquí. Ha vuelto a mi vida.

—¿Madeleine…?—Raquel se atragantó con las palabras.

—Sí, Raquel—Allan terminó lo que ella no podía—. Zarah es Madeleine reencarnada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Capadocia
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