Capítulo 17
Al percibir la yegua color acero la presencia de su amo en el establo, relinchó suavemente a modo de bienvenida. Cuando Wolfe se inclinó sobre la puerta del compartimiento del establo y miró hacia el interior, se quedó sin aliento, como si hubiera recibido un golpe.
Jessica se había dejado caer en el rincón más alejado y dormía como un bebé. La escopeta estaba apoyada contra la pared al alcance de su mano. Un potrillo recién nacido de color castaño rojizo estaba acurrucado junto a ella, de forma que ambos compartían su calor. El silencio pesó como una losa mientras Wolfe valoraba los cambios entre la joven que había bailado con él en Londres y la que tenía ante sus ojos en ese momento.
En Londres, la piel de Jessica había sido tan suave y perfecta como una perla. América no la había tratado tan bien. Tenía rasguños y cortes en un lado de la cara, y la piel de sus mejillas estaba agrietada por el viento. En Londres, su sonrisa era brillante, resplandeciente. Ahora sus labios estaban pálidos y el agotamiento formaba cercos oscuros alrededor de sus ojos.
Eso era sólo el principio de las tristes comparaciones. En Londres, el pelo de Jessica brillaba con luz propia y las joyas refulgían desde la profundidad de sus intrincados peinados. Ahora estaba revuelto, enmarañado por el viento y lleno de paja. En Londres, su ropa había sido diseñada y cosida con los materiales más caros, y sus faldas parecían flotar como nubes. En América, llevaba ropa interior de hombre de franela, camisas de ante y enormes pantalones, y las pruebas de que había asistido a varios partos se extendían desde sus hombros hasta sus pequeñas y resistentes botas.
En Londres, los días de Jessica pasaban entre reuniones para tomar el té y bailes, obras de teatro y los últimos libros publicados. En América, alternaba el trabajo de sirvienta con el de mozo de cuadra. En Londres, entretenía a sus invitados con su ingenio y su risa plateada. En América, rara vez reía y había estado a punto de morir.
Jessica, ¿qué te he hecho?
No había otra respuesta a la silenciosa y angustiada pregunta más que la verdad. Casi había matado a la dulce joven que había confiado en él como no había confiado en ningún otro ser humano.
Sin hacer ruido, Wolfe entró en el establo. Cogió la escopeta, sacó el cartucho de la recámara y la cerró. El suave chasquido despertó a Jessica, que se incorporó sobresaltada y extendió el brazo automáticamente hacia el rincón donde había apoyado el arma.
- No pasa nada, Jessica. Los lobos se han ido.
Ella fijó su mirada en Wolfe, parpadeó y sonrió medio dormida.
- Todos excepto uno. El que me protegerá de todos los peligros. Estoy a salvo con él.
El dolor recorrió a Wolfe como si se tratara de un rayo negro, hiriendo su alma de formas que era incapaz de describir. Podía sentir, sin embargo, una especie de angustia que no había conocido hasta entonces. Jessica confiaba en él sin reservas, y, sin embargo, él sólo le había ofrecido desdicha y dolor.
- Mi estupidez casi te mata, pequeña elfa. Cuando pienso en lo cerca que has estado de ser destrozada por los lobos…
- No hay nadie mejor que tú con un arma larga -murmuró, dejándose llevar de nuevo por el sueño.
- Soy un estúpido.
Aunque la voz de Wolfe era áspera, fue extremadamente cuidadoso al coger a Jessica en sus brazos. Cuando ella se dio cuenta de que pretendía llevársela del establo, se despertó sobresaltada.
- Espera. Ni siquiera has visto a la potrilla de tu yegua preferida -protestó-. Será una magnífica yegua de cría para nuestra manada. Jamás he visto una cabeza tan elegante en un potrillo, ni un pecho tan profundo. Es una potranca. ¿No es fantástico? En unos años, ella…
- Al diablo la yegua y su potranca -la interrumpió Wolfe violentamente-. ¿No lo entiendes? Podrías haber muerto.
Jessica pestañeó.
- Tú también.
- Eso es diferente. Se acabó, Jessica.
- ¿Qué?
- Te llevaré de vuelta a Londres en cuanto los pasos de montaña sean seguros.
- Le darás otra oportunidad a aquel carruaje, ¿no es así?
- ¿De qué estás hablando?
Jessica sonrió y acarició la pronunciada mandíbula de Wolfe.
- Casi me atropelló un carruaje en Londres. ¿Lo recuerdas?
Los labios de Wolfe se relajaron.
- Lo recuerdo.
- No me extraña, porque golpeaste al conductor hasta casi matarlo.
- Debería haber matado a aquel maldito borracho.
- Hay muchos más como él -comentó Jessica.
- ¿Y qué?
- Pues que no estoy más segura en Londres que aquí. ¿No crees?
La punta de la lengua de Jessica recorrió la mandíbula de Wolfe, dejando una estela de fuego a su paso.
- Ésa no es la cuestión -le respondió impaciente.
- Entonces, ¿cuál es?
- Casi te mato intentando convencerte de que no estás hecha para vivir aquí, en el Oeste. Eres una aristócrata británica y mereces llevar una vida elegante y desahogada. Una vida para la que fuiste educada, para la que naciste y para la que te prepararon.
Al tiempo que hablaba, Wolfe salió del establo hacia la resplandeciente luz de la luna. El suelo estaba frío y brillaba, debido a que la nieve ya empezaba a derretirse. El viento había dejado de soplar y se había convertido en una brisa de cálida seda.
- Tonterías -replicó Jessica bostezando-. Tú no serías feliz en Inglaterra.
- Eso no sería un problema.
Jessica se quedó inmóvil en sus brazos. La somnolencia desapareció ante la oleada de inquietud que la recorrió.
- ¿Qué quieres decir? -susurró.
- Abandonaré Inglaterra tan pronto como nuestro matrimonio quede anulado.
- Pero yo no he aceptado…
- No tienes que hacerlo -la interrumpió Wolfe bruscamente-. Seré yo quien solicite la anulación.
- Pero, ¿por qué? -murmuró-. ¿Qué te he hecho para que me odies tanto?
- Dios, Jessica, no te odio. Nunca te he odiado. Ni siquiera cuando deseaba estrangularte por haberme engañado para que me casara contigo.
- Entonces, ¿por qué tenemos…?
Jessica no acabó la pregunta, porque los labios de Wolfe descendieron hasta los suyos. Cuando él alzó su cabeza de nuevo, los dos respiraban entrecortada y dificultosamente.
- Se acabó, Jessica. Nunca debió haber empezado.
- Wolfe, escúchame -respondió con urgencia-. Quiero ser tu esposa en todos los aspectos. Quiero vivir contigo, trabajar junto a ti, darte hijos, cuidarte cuando estés enfermo y reírme contigo cuando el resto del mundo esté lleno de oscuras tinieblas.
Sus palabras eran cuchillos que se clavaban aún más en la herida de Wolfe, tentándole sin piedad, convirtiendo en añicos su autocontrol, haciéndole sangrar por todo lo que nunca podría ser. La unión de una pequeña elfa y un cazador mestizo, era imposible.
Desde que ella cumpliera los quince años supo lo que era el infierno: vivir con aquello que quería pero teniéndolo siempre fuera de su alcance, sentir siempre una llamada desde el otro lado de un abismo que no debía cruzar, ya que, de hacerlo, destruiría aquello que tanto había deseado.
Casi lo había hecho a pesar de sus buenas intenciones.
- Te amo -le dijo Jessica-. Te am…
- No sigas -interrumpió Wolfe con brusquedad, cortando aquellas palabras que eran más dolorosas para él que cualquier golpe que hubiese recibido-. No soy más que un bastardo mestizo y tú eres lady Jessica Charteris. No tienes nada a lo que temer en Londres. Conseguirás un marido adecuado o no te casarás. Yo mismo me aseguraré de ello.
Wolfe prefería que no encontrara a nadie. El hecho de pensar en otro hombre tocando a Jessica, le daba otra dimensión a su propio infierno personal. No estaba seguro de poder soportarlo, pero tendría que hacerlo. Respiró hondo, exhaló, y continuó con un tono de voz más suave.
- Deberían ahorcarme por haberte traído a esta tierra salvaje.
- Pero…
- Basta.
Jessica sintió como si un látigo golpeara su piel al percibir el intenso dolor que reflejaba la voz de Wolfe. La paralizó como nada hasta ahora lo había conseguido. Una ola de miedo helado la invadió. Cerró los ojos y escondió su rostro contra el cuello de Wolfe, pues no deseaba que viera su desesperación.
Podía luchar contra su ira, y lo había hecho. Pero su dolor la derrotaba.
Cuando Wolfe abrió la puerta de la cocina, Willow vio su sombría expresión y musitó una silenciosa plegaria. Wolfe pasó junto a ella como si en el mundo sólo existieran Jessica y él.
- ¿Qué ocurre? ¿Está herida? -preguntó Willow con inquietud, mientras lo seguía.
- Está agotada, eso es todo.
Cuando Wolfe cerró tras de sí la puerta del dormitorio con el pie, vio que Willow les había preparado comida, brandy y ollas de agua caliente. En el hogar, las llamas danzaban sin cesar.
- ¿Puedes mantenerte de pie? -preguntó él en voz baja.
Jessica asintió.
Wolfe la dejó en el suelo cerca de la chimenea que había construido para la casa de Caleb y empezó a desvestirla con una ternura que resultaba asombrosa en alguien como él. Ella no levantó la mirada ni protestó. Se limitó a permanecer de pie con una docilidad que le hizo mirarla con intensidad de vez en cuando. Al poco, tan sólo la separaban de la completa desnudez sus vaporosas enaguas de encaje y su camisola. Parecían sorprendentemente limpias, frágiles y femeninas al compararlas con el aspecto y las condiciones de la ropa que las había cubierto. Wolfe deslizó la ropa interior por su cuerpo tan delicadamente como si estuviera hecha de luz de luna.
Jessica se estremeció cuando el último trozo de encaje cayó junto a la chimenea, dejando su cuerpo desnudo ante el fuego y ante el hombre que amaba, el hombre al que había herido con su amor.
Wolfe cogió la colcha de piel de la cama y la envolvió con ella.
- ¿Has entrado ya en calor? -preguntó él.
Sin mirarlo, Jessica asintió.
- ¿Tienes hambre?
Ella volvió a asentir.
- ¿Cuándo comiste por última vez? -preguntó Wolfe.
- No lo recuerdo.
La falta de inflexiones en la voz de Jessica atravesó a Wolfe como si se tratara de un viento helado. No había musicalidad ni risa, nada de la travesura y calidez que había formado parte de su voz desde que se había convertido en su amante en todos los aspectos, excepto en uno. La barrera de su virginidad todavía permanecía entre ellos. Una barrera que no debía cruzarse.
Una aristócrata y un bastardo mestizo.
- Jessi… -susurró Wolfe.
Pero no había nada más que él pudiera decir. Lo único que podía hacer era llevarla de vuelta a la tierra y a la vida para las que había nacido; una tierra y una vida que nunca podría compartir con ella.
En silencio, Wolfe encontró el cepillo de Jessica y volvió junto al fuego, donde ella permanecía inmóvil. Sin pronunciar palabra, empezó a cepillar su enmarañado cabello.
- No hace falta que hagas esto. Ya he aprendido a hacerlo sola.
Wolfe entornó los ojos ante la ausencia de color y vida en la voz de Jessica. Ocurría lo mismo con su cuerpo. Parecía tan vencida como la hierba aplastada por una tormenta. Sin embargo, al igual que la hierba, recuperaría su resistencia cuando la tormenta pasara. Wolfe estaba seguro de ello. Todo lo que necesitaba era descansar y volver al lugar al que pertenecía, con su gente.
- Me gusta cepillarte el pelo -dijo Wolfe-. Es frío y cálido a la vez, y huele a rosas. Tu tacto y tu aroma siempre me perseguirán.
Jessica no puso ninguna objeción, porque si hablara, revelaría las lágrimas que le atenazaban la garganta. Wolfe estaba de pie a su lado, pero se alejaba de ella con cada aliento, y el cepillo susurraba su despedida a través de su caricia.
Con los ojos cerrados, Jessica aguantó con la paciencia de los condenados mientras el hombre al que amaba la atormentaba con todo lo que nunca obtendría de la vida o de él. Si se pudiera morir de dolor, en aquel mismo instante caería muerta. Pero aquello no era posible. Sólo podía soportar el dolor y el placer de su tacto, y rogar por que el mañana no llegara nunca, separándola del único hombre al que amaba, del único hombre al que amaría.
Cuando por fin el pelo de Jessica cayó libre y brillante por su espalda, Wolfe dejó a un lado el cepillo de mala gana. La luz del fuego se reflejaba en los mechones del cabello recién peinado.
Wolfe dejó escapar el aire en una ráfaga silenciosa mientras memorizaba la imagen de Jessica de pie frente al fuego. Deseaba ver las gemas aguamarina de sus ojos, pero estaban veladas por los párpados entrecerrados y las espesas pestañas, como si estuviera demasiado cansada para soportar la visión del hombre que la había arrastrado hasta el infierno.
Wolfe llevó las ollas de agua caliente hasta la chimenea. Escurrió un pequeño y suave paño en una de las ollas, lo enjabonó ligeramente y comenzó a lavar el rostro de Jessica. El aroma a rosas del jabón, se expandió lentamente por la habitación.
- No soy tan inútil como para no poder lavarme yo misma -dijo ella en voz baja, mirando hacia la chimenea de piedra en lugar de hacia el hombre que desgarraba con tanta ternura su corazón.
- Lo sé. Estás cansada. Deja que me ocupe de ti como debería haberlo hecho desde el principio.
Los párpados de Jessica se estremecieron al sentir el roce del paño en su mejilla.
- ¿Te duele? -susurró Wolfe.
Ella negó levemente con la cabeza.
- ¿Estás segura? Estos cortes parecen muy recientes. ¿Cómo te los has hecho?
- No me acuerdo -respondió Jessica en tono apagado.
Cuando las puntas de sus dedos acariciaron su mejilla con infinita ternura, Wolfe sintió cómo Jessica respiraba entrecortadamente, y luego volvía a respirar con normalidad. Al deslizar la colcha de piel hasta su cintura, ella emitió un pequeño sonido.
- No te preocupes, pequeña elfa. No podría pedirte nada ahora. Estás demasiado cansada… y he estado demasiado cerca de verte morir como para confiar en mi autocontrol esta noche.
Los ojos de Jessica se abrieron, buscando por primera vez a Wolfe. Él no se dio cuenta, no podía apartar la mirada de la imagen de Jessica con la colcha plateada enrollada alrededor de sus caderas y la gloria de su pelo color caoba cubriendo las cremosas curvas de sus pechos.
Despacio, Wolfe apartó el pelo de Jessica y dejó que cayera por su espalda. Incluso antes de que el paño rozara sus pechos, los pezones ya se habían transformado en duros picos de terciopelo, contrastando con fuerza contra el pálido satén del resto de su pecho.
- Eres más hermosa que el mismo fuego -afirmó Wolfe con voz ronca-. Te recordaré así hasta que muera.
Y también te amaré hasta que muera.
Sin embargo, Wolfe no lo dijo en voz alta, pues al darse cuenta de ello se había sentido atravesado por un relámpago de dolor que había abierto otra cruda herida en las profundidades de su alma.
Jessica exhaló trémulamente cuando vio la máscara de dolor en que se había convertido el rostro de Wolfe. Deseaba preguntarle lo que le ocurría, pero no se atrevía a abrir la boca por miedo a gritar su deseo y su amor por aquel hombre que no la amaba. Así que permaneció de pie en silencio, incapaz de hablar debido a que una tristeza desgarradora atenazaba su garganta.
La colcha se deslizó por las caderas femeninas, cayó y quedó olvidada, porque las elegantes líneas de las piernas de Jessica y los oscuros rizos de color caoba que ocultaban el centro de su feminidad eran mucho más atractivos para Wolfe que la rara piel ártica.
Lentamente, levantó el paño y continuó bañando a Jessica en un silencio cada vez más denso. El primer contacto con el agua caliente hizo que su respiración surgiera en una ráfaga muda. Cuando Wolfe se arrodilló a sus pies y pidió sin palabras más libertad de movimientos en su cuerpo, ella se movió, dándole más intimidad. Durante largos minutos, sólo existió el agua, el susurro de las llamas y el roce del paño sobre su piel. Finalmente, y muy a su pesar, Wolfe abandonó el paño que olía a rosas y a mujer.
- Ya está -anunció con voz ronca.
Se puso en pie apresuradamente y cerró los ojos, incapaz de mirar a Jessica por más tiempo sin tocarla de una forma que no tenía nada que ver con disculpas sin pronunciar, y sí con aquel feroz deseo que lo arrastraba hacia aquello que no debía suceder nunca.
Jessica sintió el deseo de Wolfe y también el suyo propio, que iba mucho más allá de una simple necesidad física. Sin pronunciar una palabra, empezó a desabrochar la camisa de Wolfe.
Sus ojos se abrieron de repente.
- ¿Qué haces? -preguntó él bruscamente.
- Desvestirte.
- ¿Por qué?
- Quiero bañarte con el mismo cuidado con el que tú me has bañado a mí.
- No.
- ¿Por qué no?
- Estás demasiado cansada.
Los elegantes dedos de Jessica continuaron sin hacer siquiera una pausa.
- No más que tú.
- Jessica…
Sus ojos se encontraron con los de él. Por un momento, Wolfe no supo si podría soportar lo que veía en su clara profundidad azul.
- Has hecho lo que lady Victoria te pidió -continuó Jessica en voz baja-. Me has enseñado a no temer tu contacto. Ahora me expulsas de tu vida. ¿Me privarás también de esta noche?
Wolfe sabía que debería hacer justamente eso, pero no conseguía hacer surgir las palabras de sus labios. Finalmente, Jessica había terminado por aceptar la salida a la trampa de su matrimonio. Ya no se opondría a la anulación.
No había esperado que la victoria fuera tan dolorosa.
Ahora me expulsas de tu vida.
En silencio, Wolfe se quitó las botas y los calcetines. Después, cerró los ojos y se quedó inmóvil mientras Jessica lo desvestía. Con una lejana sensación de sorpresa, se dio cuenta de que nunca se había ofrecido a una mujer así, confiando en ella lo suficiente como para dejar el control en sus manos.
La sensación que le producía sentir a Jessica quitándole la camisa era exquisita. Tras tirar de su cinturón y desabrocharlo, el resto de su ropa se deslizó lenta e inexorablemente por su cuerpo haciendo que tuviese la extraña sensación de estar desnudo por primera vez. Sintiendo que todo era irreal, se liberó de su ropa y la empujó a un lado con el pie.
El primer contacto del cálido paño contra su rostro hizo que sus párpados se estremecieran.
- ¿Duele? -le preguntó ella en voz baja, repitiendo así la pregunta que Wolfe le había hecho anteriormente.
- Tú te estremeciste de la misma forma cuando te toqué por primera vez con el paño. ¿Te dolió?
- No. Te deseaba tanto que incluso el más mínimo contacto era casi más de lo que podía soportar.
- Al igual que yo -se limitó a decir él, abriendo los ojos y dejando de esconderse de ella.
Cuando Jessica lo miró a los ojos, Wolfe sintió su aliento como una ráfaga de aire cálido sobre su pecho.
- En esto, al menos, coincidimos -susurró ella.
Wolfe no respondió. No podía. El contacto del agua caliente contra el pulso de su cuello le había dejado sin respiración. El sonido que hacía Jessica al escurrir el paño en el cubo, era música celestial en medio del silencio. La fragancia de una rosa abriendo suavemente sus pétalos invadía sus sentidos y la ligera aspereza del paño llevaba a su cuerpo hasta una insoportable plenitud.
Cerró los ojos una vez más, llenándose de la presencia de Jessica mientras el paño de lino se deslizaba despacio por sus brazos y hombros, llevándose consigo la fatiga con lentos movimientos llenos de ternura, disolviéndolo todo excepto la certeza del contacto de Jessica, su suave respiración, la fragancia que lo envolvía en una sensualidad que no había conocido jamás. Durante un segundo, vivió suspendido entre la luz del hogar y una pequeña elfa cuyas caricias crearon un mundo mágico en el que sólo ellos existían.
El agua emitió dulces sonidos plateados cuando escurrió el paño. Entonces, sintió cómo Jessica se arrodillaba ante él para lavarlo sin ningún tipo de duda o reparo. Fue imposible que ocultara la rígida realidad de su deseo por ella, porque se volvía más dura y gruesa con cada caricia.
Pero Wolfe ya no se preocupaba por esconderla, pues sabía que Jessica lo deseaba con la misma intensidad. Le acariciaba como si fuera un sueño que estuviera haciéndose realidad ante la luz del hogar, cuidando de él en un silencio que era, a su vez, otro tipo de caricia.
El paño resbaló de sus dedos y cayó sobre la chimenea. El contacto de sus manos en sus muslos resultó un alivio y, a la vez, una nueva sacudida de pasión. Sentir sus palmas deslizándose sobre él le provocó un placer cercano al dolor, mientras que la dulce tibieza de su aliento sobre la rigidez de su miembro le transportó en un solo instante al cielo y al infierno.
Wolfe no pudo reprimir el débil gemido que emitió cuando la mano de Jessica lo apresó. Tampoco pudo evitar la gota que expresaba, inequívocamente, el deseo que ardía en su interior.
Cuando ella retiró con un beso la prueba de su deseo, hizo que cayera de rodillas, vencido.
- Me estás volviendo loco -susurró Wolfe con voz quebrada.
- No más que tú a mí -replicó ella en un susurro, mientras deslizaba las manos de Wolfe por su cuerpo-. Tócame. Descubre cuánto te deseo.
Cuando Wolfe ahuecó una mano sobre los rizos color caoba que cubrían la unión entre sus piernas, fue como deslizarse en el fuego. No hubo rechazo ni tímida retirada, sino una total aceptación de la masculinidad de Wolfe. La entrada a su ser lloraba y cedía ante él, atrayéndolo a su interior. Jessica se aferró a Wolfe, observándolo, percibiendo la estremecedora urgencia de su propia pasión en sus dilatadas pupilas, sintiéndola en la suave calidez de su mano.
No pudo soportarlo y, con un ronco gemido, se dejó caer sobre la colcha de piel, arrastrando a Wolfe y manteniendo su mano fuertemente apretada contra ella.
- Me has enseñado tanto sobre tu cuerpo… -susurró Jessica-. Nunca hubiera imaginado que…
Su voz se transformó en otro grito ronco cuando Wolfe introdujo un dedo en ella con un único y suave movimiento. Incapaz de reprimir su respuesta, Jessica movió las caderas en un lento contrapunto a sus movimientos, obligándole a que profundizara su invasión.
Wolfe cerró los ojos y disfrutó de la suavidad y la humedad de lo que se le ofrecía. Ella le deseaba como nunca nadie lo había hecho y se lo decía cada vez que se arqueaba contra él, llamándolo, atrayéndolo a la perdición con su dulce canto de sirena.
- ¿Qué es lo que nunca hubieras imaginado? -preguntó Wolfe cuando estuvo seguro de poder hablar.
- Que estuvieras hecho de miel y fuego.
- Eres tú quien está hecha de miel y fuego, no yo.
Wolfe susurró su nombre y se retiró de la envoltura de satén de su cuerpo. Cerró los ojos cuando la oyó gritar su pérdida y resistió durante un segundo. Dos. Al tercero se declaró vencido y se deslizó de nuevo en su interior. La húmeda contracción de su respuesta le provocó una dulce angustia que le alcanzó el alma.
- Abrázame -le pidió Jessica en un susurro-. Necesito sentirme muy cerca de ti. Por favor, Wolfe. Te necesito.
- No debería hacerlo.
- ¿Por qué?
- Eres demasiado peligrosa cuando estás en este estado. Haces que quiera olvidarme de todo.
Sin embargo, a la vez que hablaba, Wolfe se movía sobre Jessica, aplastándola con suavidad contra la colcha. El sentir su cuerpo desnudo bajo el suyo provocó que una explosión de calor lo recorriera por entero. Cuando se arqueó contra él, Wolfe apretó sus caderas contra las suyas.
- No te muevas -le susurró Wolfe contra su boca-. Me harás perder el control. Y no deseo que ocurra todavía.
- ¿Qué deseas entonces?
- Sólo un beso.
- Son todos para ti, Wolfe. Sólo para ti.
Él tomó lo que ella le ofrecía, ofreciéndose a sí mismo a cambio. Fue diferente a cualquier otro beso que hubiera conocido. Se sintió más unido a ella de lo que jamás se había sentido a ningún otro ser humano. Era fuego bajo su piel. Lentamente, su cuerpo se movió contra el de ella, rozándola, provocándola, satisfaciéndolos a ambos. Jessica respondió instintivamente, abriéndose a él, buscándolo, llorando por su contacto.
Pero Wolfe no cedió.
- Wolfe -dijo Jessica con voz contenida-. ¿No me deseas? Me has enseñado muchas cosas sobre tu cuerpo y el mío. Enséñame también lo que se siente al ser poseída por ti.
- No, pequeña elfa.
- ¿Acaso es tan doloroso? ¿Es eso lo que no quieres que sepa? ¿Acaso me envías de vuelta a Inglaterra para que me enfrente sola a ello, sabiendo que algún día yaceré, gritando y sangrando bajo el hombre que sea designado como mi nuevo esposo?
Wolfe se estremeció de rabia ante la idea de que Jessica yaciera bajo otro hombre. Su autocontrol empezó a resquebrajarse sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
- Jessi, no -protestó-. No puede ser.
Pero ni siquiera Wolfe sabía si protestaba ante la idea de que se acostara con otro hombre en el futuro o ante el hecho de hacerla suya por completo.
- Entonces, yo tenía razón -afirmó Jessica con violencia-. Me rasgarán partiéndome en dos. ¡Me has seducido con todo excepto con la verdad!
- Jessi, no sentirás dolor cuando llegue el momento.
- No te creo -protestó furiosa-. Sé lo que puede hacer un hombre excitado. Hasta ahora lo único que has hecho ha sido volverme loca con tus dedos. ¡Me estás mintiendo!
El cuerpo de Jessica se retorció bajo Wolfe, incitándolo más allá de lo que podía soportar. Aunque se decía a sí mismo que debía apartarse, Wolfe la besó con fuerza y reprimió sus forcejeos con la fuerza de su cuerpo. Su lengua la invadió al tiempo que ansiaba llenar su cuerpo, y sus caderas se movieron acariciando con ese movimiento la carne que ningún otro hombre había conocido.
El calor y la humedad que irradiaba Jessica se esparció sobre Wolfe, aumentando la asombrosa sensibilidad de su carne ya sobreexcitada. No pudo evitar el ahogado sonido de desesperación que salió de sus labios cuando todos los músculos de su cuerpo quedaron agarrotados por la pasión y el deseo que lo estaban destrozando.
Con un grave gemido, Jessica se arqueó salvajemente contra él, pues necesitaba sentir el peso de su cuerpo más que respirar.
- Quieta -dijo Wolfe con voz ronca-. No te muevas a no ser que te lo pida. ¿Me oyes, Jessi? Te mostraré lo poco que debes temer a un hombre. Pero debes quedarte quieta.
Ella se estremeció y se quedó inmóvil.
Wolfe respiró hondo, intentando dominar la salvaje y ardiente violencia de su deseo por ella. Era imposible. El control se le escapaba de las manos, sin dejar ninguna realidad tras él más que la mujer que yacía preparada bajo su cuerpo, observándolo con ojos que la pasión había oscurecido.
- Rodea mis caderas con tus piernas. Despacio, Jessi. Muy despacio.
Sin dejar de mirarlo, Jessica obedeció y se movió lentamente hasta colocarse como él le había pedido.
- ¿Así? -susurró Jessi.
Wolfe apretó la mandíbula cuando su duro y poderoso miembro rozó el seductor calor de la mujer que yacía indefensa bajo él. Un largo escalofrío sacudió su férrea disciplina, amenazando con hacerla pedazos. Intentando calmarse, respiró hondo varias veces.
- Sí, así -gimió-. Eso es. No te muevas, Jessi. Te mostraré la facilidad con la que aceptarás a un hombre.
- ¿Ahora?
- Ahora. Sólo por un momento. Sólo un poco. Lo suficiente para que no tengas miedo. No tomaré tu virginidad, pero debes quedarte muy, muy quieta.
Los ojos de Jessica se abrieron aún más cuando Wolfe la acarició, la abrió muy suavemente y penetró en su interior tan lentamente que no podía creer que realmente estuviera pasando.
Y entonces, se dio cuenta de que no eran sus dedos los que la llenaban.
- Dios mío -susurró Jessica.
- Sí, tú lo has dicho.
Otro escalofrío sacudió a Wolfe cuando se adentró aún más en la suave y tensa estrechez del cuerpo de Jessica. Contempló cómo las pupilas de sus ojos se dilataban y saboreó su aliento en sus labios; sintió su cálida y sutil rendición ante él, y escuchó el pequeño gemido que emitió desde lo más profundo de su garganta al tiempo que hundía sus uñas en su brazos.
- ¿Te hago daño? -susurró.
El gemido que surgió de la garganta de Jessica mientras cerraba los ojos no fue una respuesta, pero sí lo fue la humedad que le invitaba a adentrarse aún más profundamente en su interior.
Lo dejó sin respiración.
- Jessi, mi dulce elfa…
Temblando, Wolfe hundió sus dedos en sus largos mechones y la mantuvo quieta. No había nada en el mundo que deseara más que mover sus caderas y hundirse en su tersa y complaciente calidez.
Saber que Jessica lo deseaba con tanta fiereza como él, lo llevaba hasta un límite que sabía que no debía cruzar.
- Mírame -pidió Wolfe jadeante-. Quiero verte mientras estamos unidos de esta forma. Dios sabe que no es suficiente. No lo es. Pero no podemos llegar más lejos. Mírame, Jessi. Déjame ver la pasión que habita en tu alma.
Lentamente, Jessica abrió los ojos y contempló las duras líneas del rostro de Wolfe, su cuerpo dominado por la contención y brillante a causa del sudor. Sus ojos estaban llenos del mismo deseo que ella sentía.
Entonces, Wolfe se movió ligeramente, retrocedió y avanzó de nuevo con exquisito cuidado.
Una extraña mezcla de placer y dolor invadió el cuerpo de Jessica. Wolfe lo notó, lo compartió y se movió de nuevo, acariciándola con todo su cuerpo. Ella emitió un grito ahogado y tensó sus piernas alrededor de sus caderas, intentando instintivamente completar la unión.
Los puños de Wolfe se cerraron con fuerza en el largo pelo de Jessica cuando sintió que su autocontrol se disolvía a causa de la fuerza y la humedad en la que ella lo envolvía. Sabía que debía retirarse, dejarla intacta, pero no podía forzarse a sí mismo a hacerlo. Ella era todo lo que él siempre había deseado, y lo había hecho durante demasiado tiempo.
Asegurándose a sí mismo que ésa sería la última vez, volvió a moverse, atormentando a ambos con esa unión incompleta.
- ¿Te hago daño? -preguntó entre dientes.
Jessica sacudió la cabeza al tiempo que se preguntaba por la discordancia de su voz. Oleadas de calor y tensión la recorrieron, haciéndola jadear y contraerse a su alrededor.
Al notar cómo se tensaba la carne de Jessica, Wolfe dejó escapar el aire de forma entrecortada. Un fino hilo de sudor recorría su espalda. Sabía que debía retroceder antes de que fuera demasiado tarde y quedara atrapado por su pasión.
- No tienes nada que temer de un hombre cuando esté dentro de tu cuerpo -susurró Wolfe con los dientes apretados. Su propio deseo desgarraba sus entrañas, haciéndole desear poder gritar de angustia-. ¿Me oyes, pequeña elfa? No tienes nada que temer.
Jessica dejó escapar el aire. Sus caderas se movían rítmicamente al tiempo que el placer la envolvía y tomaba el control de su cuerpo.
- Detente -ordenó Wolfe. Los temblores lo sacudían cada vez que el cuerpo de Jessica se derretía a su alrededor-. ¡Jessi, para!
- Lo siento, pero no puedo. Yo… Wolfe.
Vio cómo se mordía el labio inferior mientras se resistía al placer que la dominaba. Él rozó sus labios con su boca abierta mientras se movía muy despacio en su interior.
- No importa, pequeña elfa -le susurró en la boca-. No pasa nada. No te resistas. Déjame sentir tu placer.
La mano de Wolfe se movió entre sus cuerpos, buscando hasta encontrar el tenso centro de su placer. Su abandono y su confianza lo llevaron hasta el límite de su control, al tiempo que ella se arqueaba contra él suplicando en silencio más de aquel contacto.
- Hay tanto fuego en tu interior -murmuró Wolfe-. Me estás matando, Jessi. Estás tan excitada que podría hacerte mía sin que sintieras el menor dolor.
Aturdida, abrió los ojos medio ocultos por sus párpados, y observó cómo Wolfe tentaba, presionaba y acariciaba su lugar más sensible, atormentándola.
- Lo único que sé es que tú no eres como los otros hombres -musitó Jessica.
- En esto… -movió sus caderas-, no soy diferente.
- Dios mío -susurró ella-. Hazlo otra vez.
- ¿Qué?
- Hazlo otra vez. Por favor, Wolfe. Otra vez.
Susurrando una maldición, se movió en el interior de Jessica una vez más, mientras seguía atormentándola con sus dedos.
Ella emitió un sonido ronco mientras se sentía invadida por oleadas de placer que iban y venían, dejando el éxtasis brillando tras su paso. Confió y se dejó llevar por el hombre que le había enseñado lo que era la pasión. Cada vez que el placer hacía que se estremeciera, lo besaba susurrando su verdad, diciéndole lo único que importaba.
- Tú eres… el hombre que amo.
Sus palabras lo golpearon y llegaron a lo más íntimo de su ser. Ver y escuchar el placer de Jessica le afectó de tal manera, que no se dio cuenta de que su batalla estaba perdida. Un estremecimiento le atravesaba cada vez que lo besaba, pero fueron finalmente sus palabras las que consiguieron su rendición, porque le dijeron lo que siempre había sabido.
- Nunca aceptaré… a otro hombre… en mi cuerpo.
Las manos de Jessica se deslizaron por la tensa espalda de Wolfe hasta llegar a sus caderas, buscando su rígida excitación. Con exquisito cuidado, pasó sus uñas sobre él.
- Hazme tuya, Wolfe… Sólo tuya.
El nombre de Jessica salió de la garganta de Wolfe en un grito angustiado cuando perdió el control. Se hundió totalmente en su interior, poseyendo su cuerpo de forma total e irrevocable.
La respiración de Jessica se quebró cuando pensó que no podría resistir más. Él estaba tan profundamente hundido en su interior que no fue capaz de distinguir sus latidos de los suyos. Rodeó su tembloroso cuerpo con sus brazos y lo abrazó, besando sus ojos, sus mejillas y las comisuras de sus labios hasta que él consiguió llevar el aire suficiente a sus pulmones para poder hablar de nuevo.
- Ahora eres mía, Jessi. Sólo mía -susurró Wolfe sobre su boca-. Que así sea.
- ¿Wolfe? -Sus brazos se tensaron alrededor de él-. ¿Qué ocurre?
- Nada, olvídalo. Llevo tanto tiempo deseándote que el infierno no será nuevo para mí. Pero yo sí tengo que enseñarte cosas nuevas, Jessi. El cielo y el infierno al mismo tiempo.
Antes de que Jessica pudiera decir algo más, Wolfe selló sus labios con un beso que reclamaba su boca tan completamente como había reclamado su cuerpo. Entonces sus caderas la embistieron con fuerza y ella olvidó todo excepto la sólida presencia en su interior.
El placer la invadió con cada movimiento de las caderas de Wolfe y su cuerpo se tensó al punto de no poder respirar. Pero Wolfe no tuvo piedad y siguió marcando un ritmo infernal sobre ella, contra ella, dentro de ella, haciendo arder cada milímetro de su ser, quemándola viva.
Intentó hablar pero no pudo articular otra palabra que no fuera el nombre de Wolfe. Lo pronunciaba una y otra vez a modo de letanía, hasta que el mundo se desvaneció y sólo quedó Wolfe.
La tensión sexual exigía su liberación y la hizo jadear en busca de aire, convirtiendo su cuerpo en un tembloroso arco que se contraía alrededor del cuerpo de Wolfe de una forma que la aterraba por su intensidad.
- ¿Wolfe?
- Lo sé Jessi, lo sé. -La voz de Wolfe reflejaba la oscuridad que habitaba en sus ojos-. Esto es lo que deseabas, Jessi. Lo has deseado desde que tenías quince años. Y yo he deseado dártelo desde entonces.
Jessica jadeó y sus ojos se abrieron aún más por la sorpresa cuando un relámpago de sensaciones la atravesó, haciéndola arquearse salvajemente y sin control contra el cuerpo de Wolfe. Él rio y mordió su cuello con la suficiente fuerza como para dejar una marca de posesión sobre ella.
- El cielo y el infierno al mismo tiempo, Jessi. Voy a hacer que ardas hasta lo más profundo de tu alma.
La contenida fiereza de los dientes de Wolfe contra la calidez de su piel hizo que Jessica emitiera sonidos inarticulados. Cuando oyó sus gritos y gemidos de placer, él selló sus labios con su boca. Tomó sus gritos y arrancó aún más de ella, deseando todo lo que Jessica tuviera para ofrecerle.
Sus uñas arañaron la piel de la espalda de su esposo, logrando que un primitivo gemido escapara de los labios de Wolfe y que el exquisito dolor acrecentara la ardiente violencia del placer. Cuando movió su boca para alcanzar el pulso que golpeaba salvajemente contra el cuello de Jessica, ella respondió a la apenas oculta fiereza de la caricia arqueándose con fuerza.
Wolfe la aquietó durante un segundo y luego comenzó sus embates de nuevo, elevándola más y más alto con cada potente movimiento de su cuerpo. Su respiración se hizo tan entrecortada como la de él, hasta que la volvió loca de deseo por la consumación que él mantenía fuera de su alcance.
- No puedo soportarlo -exclamó desesperada, arrastrando sus dientes por el pecho de Wolfe en un castigo sensual y retorciéndose bajo él en busca de alivio.
Wolfe se rio y mordió su hombro al tiempo que la sujetaba con la fuerza de sus caderas.
- Llevo sufriendo de esta forma durante cinco años. Seguro que puedes soportarlo durante unos minutos.
Cuando las manos de Jessica se deslizaron por el cuerpo de Wolfe, él se estremeció, atrapó sus muñecas y las retuvo con una mano por encima de su cabeza, convirtiéndola en su prisionera.
- Nada de trucos, pequeña elfa.
- Me estás… torturando.
- Me torturo a mí mismo. A ti te enseño. Rodea mi cintura con tus piernas. Sí, eso es. Ahora levanta las caderas -musitó Wolfe contra la boca de Jessica, mordiendo sus labios entre palabra y palabra-, y encontrarás lo que has estado buscando tan ardientemente.
Jessica se elevó contra su cuerpo al tiempo que él se hundía en ella hasta lo más profundo. El éxtasis fue tan intenso que habría gritado si hubiera podido, pero Wolfe la había dejado sin aliento y reclamaba su boca sin piedad. Él deslizó su mano bajo sus caderas, la sujetó firmemente y empujó hacia su interior con fuerza, preguntándose si lo rechazaría.
Ante su asombro, sólo encontró rendición y aceptación. Su calor lo estrechó con fuerza, lo rodeó, lo quemó y lo llevó al cielo y al infierno al mismo tiempo, mientras se precipitaba junto a ella en los abismos de la pasión.
Tarde, mucho más tarde, Wolfe seguía abrazando a Jessica y pensando en el precio que tendría que pagar por lo que había hecho.