Capítulo 11
- Qué puntadas tan finas y delicadas -comentó Willow maravillada, mientras observaba cómo Jessica bordaba una recargada B en un faldón bautismal-. Intenté aprender cuando era niña, pero no tenía paciencia. Ni siquiera la tengo ahora.
- Preferiría ser capaz de hacer panecillos.
- Tu estofado es excelente -afirmó Willow, reprimiendo una sonrisa.
- Dejémoslo en que se puede comer -corrigió Jessica-. Y es gracias a ti. Sin tus consejos, todavía estaría intentando que una mofeta se interesara por mis guisos. Has tenido mucha paciencia conmigo.
- Ha sido un placer. Me encanta que estés aquí. No había tenido a otra mujer con la que hablar desde que murió mi madre.
Jessica vaciló.
- Debes haberte sentido muy sola.
- No, desde que encontré a Caleb.
Con un suspiro, Willow se arrellanó en el sofá junto a Jessica.
- Si hay cualquier otra cosa sobre cuestiones domésticas que quieras saber, sólo tienes que preguntarme -comentó Willow bostezando-. Voy a ser perezosa y te observaré bordar mientras se hace el pan.
Jessica se quedó muy quieta.
- ¿Lo dices en serio?
- Desde luego. Me siento muy perezosa.
- Me refiero a lo de hacerte preguntas.
- Por supuesto. -Willow suspiró y cambió de postura, intentando apaciguar la inquietud del bebé-. Adelante pregúntame.
- Lo que necesito saber es muy… personal.
- No pasa nada. Tras la Guerra de Secesión ya nada puede impresionarme. Pregunta lo que quieras.
Jessica respiró hondo y dijo rápidamente:
- Parece que disfrutas con tu esposo.
- Oh, sí. Mucho. Es un hombre maravilloso. -Los ojos color avellana de Willow se encendieron de placer y una deslumbrante sonrisa iluminó su rostro.
- No. Me refiero a que disfrutas con él… físicamente. En el lecho conyugal.
Willow parpadeó.
- Sí, claro.
- ¿Disfrutan muchas mujeres en el lecho conyugal?
Por un momento, Willow pareció pensativa mientras recordaba la risa de su madre y la voz grave de su padre murmurando en el silencio de la noche. También recordó cómo se iluminaban los ojos de la viuda Sorenson cuando hablaba sobre el placer de compartir la vida con un hombre.
- Creo que sí -dijo Willow lentamente. Luego, reconoció-: Nunca lo entendí verdaderamente hasta que conocí a Caleb. Estaba prometida con un soldado que murió en la guerra. Cuando me besaba en la mejilla o me cogía la mano, era agradable, pero no me hacía desear ser su mujer. Sin embargo, cuando Caleb me mira, me sonríe o me toca…
Dudó, buscando las palabras.
- No existe nada más en el mundo para ti -acabó Jessica en voz baja recordando cómo se había sentido cuando Wolfe le sonreía, llenando los vacíos de su mundo.
Pero ya no lo hacía, y en su mundo sólo existía un frío e implacable viento.
- Sí, todo lo demás desaparece. -Después de un momento, Willow añadió-: Nunca imaginé que habría placer al concebir bebés hasta que conocí a Caleb.
El hilo de bordar se enredó bajo los tensos dedos de Jessica al resurgir los recuerdos en su mente.
- No todos se conciben así. Desde luego los de mi madre no. Ella se resistía a mi padre. Dios mío, cómo se resistía.
Con tristeza, Willow observó a Jessica, notando la violenta tensión en el delgado cuerpo de su reciente amiga. Rodeó a Jessica con el brazo compadeciéndola en silencio.
- ¿No había amor entre ellos? -preguntó Willow suavemente.
- Mi padre necesitaba un heredero varón. Su primera mujer fue una aristócrata que no podía concebir hijos. Cuando murió, tomó a mi madre por esposa. Ella sólo era una criada, pero estaba embarazada de mí en ese momento. El conde ya se había acostado con ella, ¿entiendes?
- Entonces, había afecto entre ellos.
- Quizá. -Jessica dejó a un lado la costura y frotó sus manos como si estuvieran heladas-. Pero no lo creo. Mi madre era una criada cuya familia era desesperadamente pobre, y mi padre ansiaba desesperadamente tener un heredero varón. Creo que la desesperación da lugar a lechos conyugales muy complicados. Sé que mi madre prefería dormir sola, pero no se le permitía a no ser que estuviera embarazada.
Los sombríos ojos de Jessica revelaban muchas cosas, que sus palabras, elegidas con mucho cuidado, no decían.
- No todos los matrimonios son así -aseguró Willow.
- Así son todos los matrimonios que he visto hasta ahora. Son las familias y las fortunas las que se casan; no un hombre y una mujer. El matrimonio que mi tutora intentó arreglar para mí habría sido así. -Jessica se giró y miró a Willow-. Pero no es igual para ti y para Caleb. Tú acudes a su cama encantada. Él no te… hace daño, ¿verdad?
La risa y los recuerdos se combinaron para teñir las mejillas de Willow de un rosa brillante. Bajo circunstancias normales, no habría hablado con tanta sinceridad sobre su matrimonio, pero sentía que Jessica no había sido preparada para ser una esposa en aspectos más importantes que su falta de habilidad en la cocina. Willow también sospechaba que aquello era el origen de la tensión entre Wolfe y su esposa.
- Me temo que estoy más que encantada de compartir el lecho con mi marido. Todo el mundo sabe que fui yo la que sedujo a Caleb. -Willow se inclinó y susurró a Jessica al oído-. De hecho, en cuanto sea posible, después de que nazca el bebé, deseo con todas mis fuerzas volver a ser la mujer de Caleb en todos los sentidos. Lo echo tanto de menos… Me siento tan unida a él cuando compartimos nuestro amor…
Jessica no pudo evitar sonreír en respuesta a los brillantes ojos y las rosadas mejillas de Willow.
- Caleb tiene suerte de tenerte.
- Yo soy la afortunada -dijo con una sonrisa-. ¿Alguna pregunta más? No seas tímida. Al crecer como lo hiciste, dudo mucho que tuvieras muchas mujeres con las que hablar sobre estas cosas.
- Sólo contaba con una amistad.
- Debes echarla de menos.
- Se trataba de un hombre, no de una mujer. Y sí, lo echo terriblemente de menos. Nuestra amistad no sobrevivió al matrimonio.
- Habiendo visto lo posesivo que es Wolfe, puedo entenderlo -afirmó Willow-. Tu amigo debió decidir que la prudencia es la mejor de las virtudes.
- No me he explicado bien. Wolfe era mi amigo. Ahora es mi esposo. -Jessica hizo una mueca y cambió de tema con rapidez-. Hay otra cosa en la que eres muy diferente a mi madre.
Willow le sonrió alentadora.
- ¿Sí?
- Los embarazos eran muy difíciles para ella. Sin embargo, parece que tú no sufres.
- Oh, me encantaría llevar al bebé en mis brazos en lugar de en mi vientre -reconoció Willow-. Al igual que me gustaría no tambalearme torpemente cuando ando, no ir al retrete con tanta frecuencia y no necesitar los fuertes brazos de mi esposo para levantarme de mi silla favorita.
- Pero estás sana -comentó Jessica seria-. Puedes atravesar la habitación sin desmayarte, puedes comer sin vomitar y no…
La voz de Jessica se desvaneció al estremecerse bajo otro aluvión no deseado de recuerdos.
- ¿Qué? -animó Willow.
- No lloras, no gritas ni maldices tu suerte.
- Dios mío. ¿Era eso lo que tu madre hacía?
Otro escalofrío sacudió a Jessica. Sus manos se convirtieron en puños, como si eso pudiera evitar que la creciente presión de las pesadillas hiciera surgir recuerdos que había olvidado hacía mucho tiempo, porque recordar era insoportable.
- Y no maldices a Caleb por haberte dejado embarazada -continuó Jessica con urgencia, decidida a saberlo todo, a preguntarlo todo-, ¿verdad?
- ¿Maldecir a Caleb? -Willow parecía horrorizada. En un impulso, cogió los fríos puños de Jessica, estiró sus dedos y colocó sus manos sobre la firme hinchazón de su vientre-. Siéntelo. Siente cómo el bebé da patadas, se gira y se mueve inquieto. ¿Lo notas?
Al principio, Jessica intentó retirarlas, pues ese gesto le traía más recuerdos de su infancia, cuando su madre cogía las manos de su hija y las apretaba contra su vientre, gritándole que notara al bebé, que sintiera sus movimientos, intentando asegurarse de que en esa ocasión no nacería muerto. Pero nunca notó nada. Los embarazos nunca acabaron bien y los bebés siempre nacieron muertos. El vientre de Willow era cálido, firme y resistente, y algo golpeaba contra las manos de Jessica bajo la tersa piel.
- Se mueve -susurró Jessica, asombrada-. ¡Está vivo!
- Por supuesto. Esta bendita cosita es muy activa.
- No, no lo entiendes. Está vivo.
Willow rio suavemente, desconcertada por el asombro en la cara de Jessica.
- Sí, está vivo -asintió Willow-. Una nueva vida está creciendo en mi interior. Un hermoso milagro. ¿Cómo puedo maldecir al hombre que ha hecho que esto sea posible?
Jessica no dijo nada, ya que estaba tan paralizada por la latente vida en el vientre de Willow que no podía pensar con coherencia.
- Aquí -dijo Willow, moviendo una de las manos de Jessica-. ¿Notas la cabeza del bebé? ¿La notas?
Respirando de forma entrecortada, Jessica asintió.
- Ahora dame tu otra mano. -Willow la dirigió hacia el otro lado de su abdomen-. ¿Sientes cómo da patadas? Un pie diminuto pero fuerte. Cada semana se hace más grande y más fuerte.
Willow se rio y añadió:
- Pronto tendrá la suficiente fuerza como para poder nacer, y entonces veré a Caleb sostener a su hijo y sonreírme.
- ¿No tienes miedo?
- Soy fuerte y estoy sana. Además, mi madre tuvo hijos sin dificultad. -Willow vaciló, y luego admitió-: Caleb quería que fuera al fuerte hace unos meses, pero ha hecho muy mal tiempo. Por otro lado, yo deseaba que nuestro hijo naciera aquí. No quiero estar en un lugar desconocido con extraños a mi alrededor.
- Si te parece bien, te ayudaré cuando llegue el momento -aseguró Jessica-. Lady Victoria se encargó de que recibiera una pequeña formación, aunque nunca la he usado. Quería que estuviera preparada en el caso de que mi futuro esposo poseyera una remota mansión en el campo.
- Me gustaría tenerte cerca -respondió Willow.
- Entonces lo estaré.
Un poco más animada, Jessica cogió la labor de nuevo y continuó trabajando en el faldón bautismal. Por primera vez, se permitió esperar que el faldón no se usara como una diminuta mortaja para un niño nacido muerto.
- Por favor, toca un poco -animó Jessica a Caleb-. Reno me ha dicho que tocas muy bien. Sería maravilloso volver a escuchar música.
- Ése es el problema de ser la esposa de un plebeyo -comentó Wolfe, lanzando una provocadora mirada a Jessica-. Te ves privada de todo tipo de cosas civilizadas.
- De la música no -replicó Caleb-. A no ser que lo desees.
Colocó la armónica en su boca y un hermoso acorde vibró a través de la habitación.
- Por supuesto, una armónica no se puede comparar con la música de cámara.
- Hazlo de nuevo -pidió Jessica, asombrada. Entonces, notó el tono autoritario en su voz y se sonrojó-. Por favor. Ha sido muy bonito.
- No era Bach -replicó Wolfe.
- Cállate -respondió Jessica con suavidad-. Si hubiera deseado oír a Bach, habría traído mi violín hasta las Rocosas y os habría hecho sufrir a todos con un recital nocturno.
Rafe se rio.
- Bien dicho, pelirroja.
Wolfe no pudo evitar sonreír.
- La verdad es que a mí me gusta Bach.
- Lógico -comentó Reno-. Has pasado demasiado tiempo en la civilización.
Caleb levantó la armónica y sopló con suavidad. Todas las conversaciones finalizaron cuando las primeras y sencillas notas de «Amazing Grace» llenaron la habitación. Reno y Willow empezaron a cantar, recordando con facilidad la melodía que habían aprendido de niños. Jessica dejó escapar el aire en un suspiro de placer cuando los dos hermanos cantaron con voces que armonizaban perfectamente. Después de un momento, otra voz se añadió a las otras dos en un rítmico eco que no contenía palabras. Cuando Jessica miró a Rafe, se dio cuenta de que tarareaba en un impecable contrapunto.
Con amargura, Wolfe observó el placer y la admiración que se reflejaron en el rostro de Jessica mientras escuchaba la voz de Reno y el encantador susurro de fondo de Rafe. Aunque Wolfe se repetía a sí mismo que ella estimaba en igual medida a Willow y a Caleb, Wolfe sabía que daba igual. Era el evidente aprecio de Jessica por los hermanos Moran lo que sacudía como un látigo sus alterados nervios. Ni Reno ni Rafe eran inmunes al encanto natural de Jessica. Sus ojos se iluminaban con una calidez especial cuando ella se reía, cuando sonreía, cuando entraba en la habitación. Aunque ninguno de los hermanos le había lanzado ni una sola mirada deshonesta, saber que Jessica disfrutaba con su compañía, y no de la suya, era como un ácido que corroía el alma de Wolfe. El hecho de que hubiera trabajado sin descanso para hacerla sentir incómoda en su presencia sólo hacía que el resultado fuera más amargo.
Nunca debí traerla aquí. Tendría que haber sabido que Reno pasaría el invierno con su hermana. Debería haber sabido el efecto que los ojos de Jessica y su risa provocarían en un hombre solitario. Sólo Dios sabe el efecto que causan en mí. O mejor dicho, el diablo. La deseo con todas mis fuerzas. Pero no puedo soportarlo. No puedo soportar verla revolotear como una sedosa mariposa alrededor de esos malditos y apuestos hermanos Moran. Debería coger a Jessi y llevármela de aquí.
Pero Wolfe no podía hacer eso. Quería demasiado a Willow como para privarla de la compañía de Jessica, sobre todo después de que se hubiera negado a abandonar el rancho para dar a luz.
Cuando Caleb empezó una balada a ritmo de vals, Jessica empezó a tararear y a seguir el ritmo con la punta de los dedos.
- ¿Wolfe? -preguntó esperanzada, deseando bailar.
Él negó con la cabeza. Le tentaba la idea, pero no confiaba en sí mismo. Si la sostenía en sus brazos, su cuerpo no podría evitar manifestar su deseo por ella.
- Voy a beber algo de agua -comentó, dirigiéndose a la cocina.
Los ojos de Jessica lo siguieron durante todo el recorrido.
- Nunca permitiré que digan que Matthew Moran se quedó de brazos cruzados cuando una mujer bonita quiso bailar -afirmó Reno.
Se acercó hasta donde estaba sentada Jessica, se inclinó y extendió la mano. Ella puso sus dedos sobre los de él y se levantó.
- Gracias, amable caballero.
Jessica sonrió, hizo una reverencia y se acercó a los brazos de Reno con una elegancia que había aprendido de los mejores profesores de baile del Imperio Británico.
En la cocina, Wolfe se bebió un par de vasos de agua, maldiciendo en silencio todo el tiempo. Había deseado con todas sus fuerzas tener entre sus brazos a Jessica, sentir su suavidad y calidez, estar tan cerca de ella que pudiera oler su delicado perfume de rosas y ver la intensa claridad de sus ojos. Ahora otro hombre estaba disfrutando de lo que él había rechazado. El vaso golpeó la pila produciendo un sonido metálico que se perdió en la música de la armónica de Caleb. Unas silenciosas zancadas llevaron a Wolfe hasta la puerta del salón. Permaneció entre las sombras, apoyado en el marco de la puerta, observando a Jessica con un deseo que ya no podía ocultar. Su vestido de seda de color frambuesa hacía que su piel reluciera como frágil porcelana iluminada desde su interior. El sencillo moño que Willow le había enseñado a hacerse resaltaba las delicadas líneas de su rostro y algunos mechones se escapaban para formar rizos sobre sus sienes, su nuca y sus orejas.
Aunque Wolfe sentía que la ira serpenteaba por su cuerpo ante la imagen de su esposa en los brazos de otro hombre, se recordó a sí mismo que no había nada deshonesto en el vals. Aunque el tamaño inusual de Reno contrastaba intensamente con la frágil feminidad de Jessica, la sostenía correctamente, ni demasiado cerca de su cuerpo ni con demasiada familiaridad. Tampoco Jessica se acercaba demasiado. Simplemente se inclinaban, giraban y saltaban con gracia por todo el comedor al ritmo de la evocadora melodía que Caleb tocaba. Entonces, Reno sonrió a Jessica y empezó a cantar con voz elegante:
«Una mañana, una mañana, una mañana de mayo… Un soldado espió a una chica escocesa que soñaba junto a un arroyo en un prado. Los encantos varoniles del soldado rápidamente sedujeron a la hermosa muchacha, que suplicaba por sus brazos y su nombre en matrimonio. Ella recibió los brazos, y mucho más, pero no llegó al altar; pues el soldado estaba casado con el ejército y con otra mujer. Y aunque era un hombre fuerte, le dijo que no estaba preparado para hacer frente a las exigencias de otra esposa más…»
Los ojos verdes de Reno brillaban por la risa contenida al ver cómo reaccionaba Jessica ante la irónica letra. La risa plateada de la elfa resonaba contagiosamente, arrancando sonrisas y más carcajadas de todos los presentes exceptuando a Wolfe. Estaba demasiado furioso para sonreír. El hecho de ver el cambio causado por Reno en la frágil apariencia de Jessica hizo que se enfureciera. Lo único que evitó que entrara a la habitación y arrancara a su esposa de los brazos de Reno fue el hecho de que Rafe ya estaba allí para acabar con esa situación.
- Me toca, hermanito pequeño.
- Tengo casi tu misma edad -señaló Reno.
- Eres once meses más joven.
Con una sonrisa divertida, Reno hizo una reverencia a Jessica y la dejó en los brazos de Rafe.
- Me falta un poco de práctica -confesó Rafe-. A los australianos se les da mejor luchar y beber que mover los pies. Hace mucho, mucho tiempo que no bailo con una dama.
- Estoy segura de que lo harás bien. Cualquiera que ande, cabalgue y maneje un látigo tan bien como tú, no puede bailar mal.
- Gracias, pero quizá sería mejor que te subieras sobre mis enormes pies. Las flores silvestres no están a salvo cuando un elefante baila.
Jessica agachó la cabeza e intentó no soltar una carcajada. Le fue imposible. Rafe era mucho más alto que ella y sus ojos grises brillaban intensamente riéndose con burla. A pesar de su advertencia, bailó bien, haciéndola girar por toda la habitación hasta que a ella le costó respirar a causa de la risa.
Nadie se percató de la presencia de Wolfe, que estaba apoyado contra la pared con los brazos cruzados sobre el pecho, observando con expresión impasible y ojos que reflejaban un infierno.
Reno ayudó a Willow a levantarse y bailó con cuidado con ella por la habitación, moviéndose a la mitad de velocidad que Rafe y Jessica. Caleb miró por encima de su armónica a su esposa, le guiñó un ojo y ralentizó la música aún más. Ella le sonrió, pero, incluso así, no aguantó mucho más dando vueltas por la habitación. Cuando Reno la hizo girar junto al sofá donde se sentaba Caleb, ella se soltó de su hermano y se sentó al lado de su esposo. Él la abrazó acercándola más a su cuerpo sin romper el ritmo del baile.
Reno se dirigió hacia Rafe y Jessica, y golpeó con firmeza el hombro de su hermano. Rafe guiñó un ojo a Jessica y la hizo girar rápidamente, colocándola fuera del alcance de Reno. Un momento después, Reno volvía a intentarlo de nuevo.
- Esperad -dijo Jessica, sonriendo por igual a ambos hermanos-, podemos bailar todos al mismo tiempo.
Con unas pocas indicaciones y algunos suaves empujones, se colocó entre los hermanos y extendió las manos con expectación. En cada lado, una enorme y fuerte mano se cerró alrededor de la suya. Miró a un lado y a otro, impresionada por la similitud en la forma de las manos de los hermanos. Aunque el color de su pelo y de sus ojos era bastante diferente, su consanguinidad se evidenciaba en la fuerza y en la forma de sus manos.
- Ahora seguidme -pidió Jessica-. Un paso a la derecha, cruzad la pierna por detrás, agachad la cabeza y os erguís, un paso a la derecha…
Los dos hombres cogieron el paso rápidamente. Enseguida se movieron como una sola persona a ambos lados de Jessica.
Wolfe se quedó en la puerta, mirando fijamente a la hermosa mujer que bailaba entre los dos hermanos Moran. Apenas medía un metro sesenta de altura y los dos hombres le sacaban más de treinta centímetros, sin embargo, no había nada infantil en las proporciones de su cuerpo. Las curvas de su pecho y su cadera, de su cintura y sus tobillos, se mostraban claramente bajo los suaves pliegues de su vestido cuando hacía girar la tela con sus fluidos movimientos. Finalmente el vals desembocó en un lento final. Rafe y Reno sonrieron por encima de la cabeza de color castaño rojizo de Jessica. Ambos hombres acercaron la mano de Jessica a sus labios y la besaron. Ella hizo una profunda reverencia, grácil como la llama de una vela. Aunque ninguno de los hombres lo dijo en voz alta, era evidente por su expresión que estaban encantados con su compañera de baile.
- Otra vez, Caleb -murmuró Willow-. Esta melodía es una de mis favoritas.
El compás del vals fluyó por la habitación una vez más, y los hermanos intercambiaron una señal muda. Sonriendo, Rafe soltó la mano de Jessica y se sentó.
Enseguida, Reno y Jessica comenzaron a dar vueltas por la habitación otra vez. Reno sostenía a su pareja levemente, bajando la mirada hacia ella con sus ojos verdes llenos de aprobación y cantando con su elegante voz. Nadie podía escuchar las palabras de Reno, excepto Jessica, que se sonrojó y luego rio con evidente placer. Reno giró rápidamente arrastrando a su pareja de baile con él, haciendo que su falda se hinchara como una llama inflamada por el viento. Se paró y se inclinó exageradamente, forzándola a que dependiera de su fuerza para mantener el equilibrio. Cuando notó que ella aceptaba que fuera él quien dirigiera sin protestar, su sonrisa brilló, transformando su rostro y convirtiéndolo en un hombre lo bastante apuesto como para que una mujer se quedara sin aliento.
Una ira glacial dominó a Wolfe.
Cuando yo la toco, se revuelve contra mí llamándome salvaje. Sin embargo, cuando lo hace Reno, lo mira con admiración. No sé quién es más estúpido, si yo, por dejar que me importe, o Reno, por dejar que le engañe esta pequeña aristócrata manipuladora.
Wolfe cruzó el comedor con una agilidad de depredador que puso sobre aviso a Rafe y a Caleb de lo que iba a suceder. Reno no se dio cuenta de que Wolfe se acercaba, porque su atención estaba centrada en la risa de Jessica, el inusual color de sus ojos y la luz del fuego atrapado en su pelo. El fuerte golpe varonil en su hombro lo cogió por sorpresa.
- Paciencia, hermano -dijo Reno-. Ya te llegará tu turno.
- No habrá más turnos.
La fría ira que reflejaba la voz de Wolfe hizo que Reno girara la cabeza al instante. Lanzó una mirada a su amigo y soltó a Jessica sin pronunciar palabra. Ella empezó a sonreír hacia Wolfe, pero cuando vio sus ojos, su sonrisa se desvaneció y dio un traspié cuando él la hizo girar alejándola de Reno.
- Perdona -dijo cuando recuperó el equilibrio, apoyándose en su esposo-. Me has asustado.
Wolfe ni siquiera se molestó en simular que había sido él quien había perdido el ritmo en lugar de Jessica.
- Haré algo más que asustarte si insistes en seducir a cualquier hombre que tengas a tu alcance.
El tono de Wolfe era tan duro como sus ojos. Aunque hablaba en un tono demasiado bajo como para que lo oyera alguien que no fuera Jessica, pronunció cada palabra con la suficiente claridad como para producirle un escalofrío.
- Yo no estaba seduciendo…
- Desde luego que sí, milady -espetó Wolfe con frialdad, interrumpiendo sus palabras-. Ahora escúchame bien. Tú forzaste este matrimonio. Hasta que aceptes acabar con él, te comportarás en público como una mujer casada. Esto no es Inglaterra, ni los hermanos Moran son miembros de la aristocracia británica. Aquí y en esta época, las mujeres casadas no tienen otro hombre más que su esposo, y los hombres casados no tienen otras mujeres más que su esposa. ¿Me comprendes? No habrá amantes para ti o para mí, mientras estemos atrapados en esta farsa de matrimonio.
Antes de que Jessica pudiera contestar o protestar, Wolfe la soltó y se acercó a los hermanos Moran. La música se interrumpió de pronto.
- Caballeros -dijo Wolfe con voz letal-, no os dejéis engañar por las apariencias. Lady Jessica me obligó a casarme con ella afirmando que yo la había seducido. No lo hice. Su cuerpo es tan virginal como lo era en el instante de su nacimiento. Sin embargo, estamos casados. La monjita lo prefiere así, porque sabe que no la forzaré. Cree que puede seguir siendo para siempre una niña mimada jugando a estar casada, jugando a llevar una casa, jugando a ser una mujer.
El silencio que siguió a las palabras de Wolfe fue tan abrumador que el gemido del viento en el exterior pareció crecer. Wolfe miró a Rafe y a Reno, y continuó hablando en el mismo tono letal y extremadamente controlado.
- Disfrutad de la sonrisa de Jessica, de su risa, de su animada charla, pero no permitáis que se os haga un nudo en las entrañas por una pequeña provocadora que lloriquea durante las tormentas y no sabe encender un fuego; ni en la cama ni fuera de ella. Esperad a la mujer adecuada, una como Willow; una mujer, no una niña, alguien lo bastante fuerte como para luchar a vuestro lado si debe hacerlo, lo bastante apasionada como para hacer arder vuestra alma al igual que vuestro cuerpo y lo bastante generosa como para daros hijos a pesar de que, con ello, arriesgue su propia vida. Jessica no es esa mujer.
Wolfe se dio la vuelta y se dirigió indignado hacia la puerta principal. El alarido del viento aumentó cuando la puerta se abrió. Sin dirigir una palabra o una mirada a su esposa, Wolfe desapareció en la noche dominada por el viento.