3. Una unión acordada

 

Nils

– Sólo tengo cuarenta minutos, ni uno más.

Declaro esto con la voz más molesta que tengo aunque parece que mi tono no provoca ningún efecto en él ni es su asqueroso buen humor.

– ¿Es así como recibes a tu adorable hermano menor que acaba de llegar a los Estados Unidos? –se burla Samuel mientras sube a mi hummer–.

– No, así es como se recibe al hermano fastidioso que uno cree que está en Francia y que llama diez minutos antes para que vayan a buscarlo al aeropuerto… ¡de Los Angeles!

– ¿Desde cuándo ya no te gustan las sorpresas?

– Desde que te conozco, Sam. Sólo sales de Europa cuando acabas de meterte en algún lío. Y sólo me llamas para que te ayude a salir de él.

– Falso… –protesta débilmente–. ¡Te llamé de manera sincera para desearte un feliz cumpleaños ayer!

– Perdiste. Mi cumpleaños es hoy.

– ¡Rayos! –exclama– ¡Feliz cumpleaños, hermano! 35 años. ¡¿Eh?!

– 34, Pero gracias de todos modos. Ahora, ponte el cinturón y cierra la boca.

En el asiento del copiloto, Samuel me abre grandes los brazos, como esperando a que yo me lance a ellos. En vez de eso, le doy un gran empujón en el hombro antes de arrancar. Cretino.

– ¿Y ahora qué traficaste? –le pregunto mientras conduzco, sin dejar de fruncir el ceño–.

– Nada importante, pero digamos que no me haría nada mal alejarme un poco para descansar y para que me olviden. Sólo por algunos días… o algunos meses.

– ¿Ahora quién fue el pobre a quien estafaste? –pregunto suspirando–.

– Te aseguro que se lo merecía– ríe levantando las manos al cielo, como diciendo « soy inocente, señor juez ». ¿Vamos a tomar una cerveza?

– No, Sam. Sólo me quedan treinta y siete minutos. Tengo un trabajo, ¿recuerdas?

– ¡No te conformas con trabajar con los burgueses, viejo!

– El burgués me paga más que bien, pero no estoy seguro de que le agrade que deje a la niña de sus ojos sin vigilancia. Logré encontrar a un hombre para remplazarme una hora. Te dejo y me regreso a trabajar.

– ¡Si juzgo por el humor en el que estás, creo que haces algo más que vigilarla!

Samuel ríe y yo me pregunto qué es lo que me detiene para no aplastar su cara en la ventanilla y hacer que quite su cara de: « estoy orgulloso de mí mismo ». Quizá no lo hago sólo porque lo extrañé.

– ¿Entonces vivimos en la casa del millonario? – me cuestiona con los ojos brillando–.

Yo tengo una habitación ahí. Tú te quedarás donde yo te diga. Como siempre.

– OK, lo merezco. ¿Dónde será?

– El asiento trasero de esta hummer, ¿te parece?

– ¿Tengo otra opción si contesto que no? ¿Algo como un lugar con una verdadera cama y un techo…? – intenta Samuel aunque sabe de antemano que no me importa lo que le piense–.

– Rento una vieja casa en L.A. sólo mientras trabajo con Cox. Sólo lo hago para guardar mis cosas. Casi nunca estoy ahí.

– ¡Cool! ¡¿Tiene una piscina?!

– Siéntete afortunado si te doy permiso de meter un dedo del pie dentro de la bañera –contesto de inmediato–.

– OK, OK. Ya entendí. Tengo que hacer como que no estoy…

– Y además tendrás que hacerme un favor a cambio del techo y del encubrimiento.

– ¡Te escucho! Lo que tú quieras…

– Te ocuparás de Willy cuando me vaya por mucho tiempo.

– ¡¿Tu bestia salvaje?! ¡Pero me va a comer antes de que logre que me haga caso!

– Los marsupiales son herbívoros, Sam. Y si sigo dejándolo solo en el jardín, va a terminar devorando incluso los árboles del vecino.

– ¿Y yo tengo que impedirle que lo haga? ¡Estoy seguro de que pesa más que yo!

– ¡Cobarde! Tendrás que impedirle que lo haga pero también que coma cosas tóxicas, como el portón. O que aterrorice al cartero cada vez que pasa. ¡Ah, y está prohibido que se suba al sofá!

– Peor que un niño– gruñe Samuel, un poco decepcionado de su viaje–.

– Ráscale el vientre si hay algún problema, eso siempre lo anestesia. Y llama a James si necesitas a un veterinario. Su número está en el refrigerador.

– ¿Eso es todo? ¿Ya me abandonas? ¿Ya llegamos? ¿Me dejarás con tu bestia? – lloriquea sobreactuando un poco– Quería decirte que te amo, Nils. Y que te dejo todo lo que tengo…

– No tienes nada más que el asqueroso contenido de esa bolsa– digo recogiendo su maleta vieja sobre el asiento trasero–.

Mi hummer se estaciona en Sycamore Avenue, frente a la casa vieja y humilde que rento desde hace poco. Tiene tres habitaciones y un baño pero el precio es exorbitante (gracias a los precios de L.A.), y tiene un jardín lo suficientemente grande para que Willy pueda estar solo varios días sin volverse loco. Además, la casa se encuentra entre la villa de Santa Monica y la torre Cox donde trabaja Valentine. Es ideal para mí. Pude haber rentado algo más grande, más bonito y lujoso pero prefiero rentar algo útil. Además, sobra decir que no me interesa todo eso… Este lugar me sirve de dormitorio. Prefiero ser discreto cuando me ocupo de la seguridad de la hija de un millonario. O, para ser más exacto, de una princesa, hija de un millonario insoportable.

Samuel no sabe que mi empresa dio frutos. En la agencia que creé, ahora contrato una decena de hombres que trabajan tiempo completo como detectives privados. Nunca habría pensado que esto me daría tanto dinero tan rápidamente. Entre eso y lo que me paga Darren Cox, tengo suficiente dinero para invertir en el proyecto que me interesa tanto desde hace varios meses: crear curaciones de urgencia hemostática para las heridas expuestas. Heridas de bala o de arma blanca, por ejemplo. De esas heridas que te hacen perder sangre en algún momento y en algún lugar donde no tienes nada de ganas de morir. Seguí el principio de las esponjas para las hemorragias de la nariz pero yo agregué activos analgésicos, desinfectantes y absorbentes. Asociándome con Roman (y su buen sentido para los negocios) y con Malik (el genio de la biología), logré desarrollar mi idea. Primero fue sólo para uso militar o policiaco, pero al ver cómo funciona, creo que mis curaciones podrán ser accesibles para todos. Se volverán indispensables en los paquetes de sobrevivencia o de primeros auxilios.

En fin, mi hermano no tiene la menor idea del dinero que gano con el sudor de mi frente y quizá así es mejor. Aunque Sam sabe que Cox paga bien. Se le va a hacer extraño ver que la casa sólo tiene dos pobres muebles y un refrigerador casi vacío. Estará contento porque seguro me queda una o dos cervezas en la alacena. Cervezas calientes.

Cuando regreso hacia la torre Cox, tengo una sonrisa en los labios. Me pone un poco feliz hacerlo sufrir. Poco después, a pesar de mi recibimiento glacial, estoy contento de que esté aquí, conmigo, en vez de bajo vigilancia en algún lugar. O peor, en el cofre de un auto de hombres molestos porque los timó. O aún peor, aunque es completamente posible, entre cuatro tablas de madera por ser un maldito estafador que no supo portarse bien.

***

 

Dos días después, apenas tengo tiempo de ver a mi hermano y tengo que dejarlo de nuevo. Le encargué que cuidara a Willy y ahora no sé por quién de los dos tengo que preocuparme. No tengo otra opción. Debo acompañar a Valentine a San Francisco. A veces llego a preguntarme si ella no multiplica sus viajes de negocios sólo para molestarme. A pesar de ello, obedezco sin quejarme. No tengo ganas de gruñir y darle motivos para llamarme salvaje de tal o cual etapa de la historia. Además, para ser honesto, tengo cuidado con lo que digo desde mi « encuentro » con el motociclista de cabello largo y de la mano pesada. O más bien desde que ese idiota conoció mis puños. Y la pared. Ese idiota atemorizó a Valentine y yo no voy a hacerle lo mismo con mi mal estado de ánimo a lo imbécil.

Cuando llego, me aseguro de que la princesa esté bien encerrada en una nueva prisión dorada. Se trata de un edificio ultra vigilado, pero aún así le di un gran billete a un hombre para que no deje de cuidarla si no quiere que le arranque los ojos. Luego desaparezco velozmente. Quiero aprovechar que estoy en San Francisco para arreglar rápidamente un asunto personal: pagaré una pequeña visita a ese buen viejo No-Name. Es el tipo más vigilado de la prisión del estado de San Quentin y sigue sirviéndome como pista de investigación. Sólo habla conmigo, incluso si yo soy quien lo envió a prisión. Es normal.

Con un pequeño acto de corrupción, logro que un guardia me acompañe al locutorio en el área de alta seguridad. El sicario termina por acudir al encuentro y sentarse frente a mí. Tengo la impresión de que sus músculos están más grandes desde la última vez que lo vi y de que su cráneo rapado tiene nuevos tatuajes grisáceos que se entrelazan con los demás.

– Hola, No-Name.

– ¿Por qué me miras así, Eriksen? Si quieres uno igual tendrás que venir aquí dentro para que te presente a mi tatuador– dice divertido, con su voz forzada–.

Miro la enorme cicatriz que forma en su garganta un collar ampuloso, y me pregunto si sus cuerdas bucales también resultaron heridas cuando intentaron cortarle la cabeza. Su timbre de voz no va en lo absoluto con su físico fornido y musculoso. Sus grandes manos tienen los nudillos heridos y su cuerpo es como el de un toro. Sin mencionar el cupo de caza de todas las personas que mató fríamente.

– ¿Pudiste informarte? –pregunto suspirando e ignorando su réplica anterior–.

– Depende de qué.

– Lo sabes muy bien.

– ¿Acerca de la vida que te trae aquí, Eriksen…? –se burla–.

– Deja de jugar conmigo.

– Está bien, relájate, soldado. Se puede bromear un poco entre viejos amigos– se mofa No-Name–.

– O también puedo largarme en cualquier momento y dejarte aquí. Esa es la diferencia entre tú y yo.

– Es lo que tú crees…

– ¡OK, nos vemos pronto! –digo, levantándome para poner fin a esta maldita visita–.

– Nadie en el medio conoce a los dos tipos que secuestraron a la pequeña Cox–me informa al fin, para retenerme–.

Me quedo de pie, hastiado, pero, con un gesto enfático en el mentón, lo incito a que continúe.

– Desaparecieron de la ruta. En cuanto llegaron a no sé dónde, volvieron a irse. Al parecer, con un buen botín.

– ¿Quién lo pagó?

– No tengo esa información.

– Haz que tus contactos se muevan. Necesito saber quién lo ordenó.

– ¿Para qué? ¿Para tener el placer de volver a venir a verme? ¿Y poder mirarte en el espejo? Es muy lindo que hagas todos estos análisis mentales… –ironiza No-Name–. Pero, no te preocupes, amigo, no necesitas buscar pretextos. Seguiré recibiéndote en mi cabina cada vez que vengas a buscarme…

– Vete al carajo, No-Name –digo antes de alejarme a paso veloz–.

– ¿Qué pasa, Eriksen, ya te vas? ¿Tienes prisa de enviar tu pequeño sobre a Tilly Gomez?

Me detengo por un momento. Este imbécil sabe cómo impedir que me vaya y, sobre todo, sabe demasiadas cosas acerca de muchas personas. Incluido yo. Doy media vuelta para evitar caer en su juego. Mientras me voy, apenas lo escucho gritar:

– ¡Vuelve cuando quieras, amigo! Te estaré esperando.

Tengo unas ganas furiosas de dar media vuelta para romperle los dientes uno por uno y borrar la sonrisa que debe formarse en su hocico de sicópata en este momento. Me conformo con salir de la prisión rápidamente. Ya no sé siquiera a qué carajos vine a este lugar. No me dijo nada nuevo, sólo confirmó lo que yo ya sabía. Su extraña voz delirante sigue sonando en mi cabeza como un eco.

A partir de ahora, todas las visitas a No-Name me dejan un sabor amargo y metálico en la boca. Quizá es el sabor de la sangre, el mismo que tiene en las manos y el que cree que tenemos en común. Cada vez soporto menos su manía de hacerse el psicólogo y de compararme con él, con ese sociópata, asesino de la peor especie. Cada vez mis visitas a San Quentin son más cortas y un poco más tensas. Tendré que empezar a considerar dejar de hacerlo.

***

 

De regreso a L.A., al día siguiente, busco a Valentine que se divierte perdiéndome entre dos reuniones, en el laberinto de los pasillos de la torre Cox. En realidad no me importa lo que realmente está haciendo ni con quién. Sólo quiero que la pequeña malcriada no se me escape. Físicamente, pues. En fin, sólo yo me entiendo. La encuentro en la recepción de su piso, con una sonrisa traviesa un poco falsa en sus rasgos finos y falsamente inocentes, detrás de Faith, su asistente que debe medir cerca de un metro ochenta.

– Te encontré –digo en voz baja–.

– No me estaba escondiendo–contesta cuando me ve– ¡Sólo intento encargarme de los miembros de tu familia que hacen perder tiempo preciado a mis colaboradoras!

– ¿Mi fam…? ¡¿Samuel?! ¡¿Qué estás haciendo aquí?!

– Estaba hablando cordialmente con esta señorita tan encantadora cuando…

– Detente –lo interrumpo–.

– Sobre todo porque acaba de hacer exactamente lo mismo con Payton, la telefonista que se fue llorando al baño, hace un momento, en cuanto vio que tu hermano se interesó en Faith.

– Yo me encargo de esto, Valentine. En verdad eres un lindo regalo– murmuro a mi hermano–.

Me sonríe de la manera más repugnante y retrocede a medida que yo avanzo hacia él.

– Por lo que veo, sigues sin tener ganas de ir a tomar una cerveza– constata mientras ríe–.

– Te lo repito: ¿Qué estás haciendo aquí?

– ¿Está prohibido por la ley venir a ver a su hermano al trabajo?

– Estás respondiendo a mis preguntas con preguntas, ¿es en serio?

– Willy está mal–declara Sam–.

– ¿Ahora qué le pasa? –pregunto, mordiendo el anzuelo como un imbécil–.

– Se está dejando morir. Le doy las últimas gotas de mis cervezas y ni siquiera las quiere probar. Creo que te extraña demasiado. Estoy pensando en llamar al servicio social para reportar el abandono familiar…

– Samuel Torres, no me fuerces a arruinar tu hermoso hocico de ángel.

– OK, es sólo que me estaba aburriendo– confiesa– ¡Nunca nos vemos!

– Encuentra una novia y deja de jugar al esposo abandonado conmigo–lo amenazo–.

Detrás de nosotros, escucho la risita discreta de Valentine. No me había dado cuenta de que seguía aquí y que nos escuchaba sin siquiera esconderse.

– Puedes tomarte un descanso, Nils. No me moveré de mi oficina. ¿Sabías que tienes derecho a días de descanso? – me sonríe, como si esta discusión con mi hermano la hubiera enternecido–.

– No te preocupes. Dame cinco minutos para deshacerme de él.

Pongo mi brazo sobre los hombros de Sam, como un simple gesto fraternal, sólo que presiono bien fuerte su cuello para llevarlo más lejos de ella.

– Tienes que irte…

– De hecho– comienza a hablar como si no me hubiera escuchado– ahora que hablas de encontrar una novia, ¿la pequeña malgache de trenzas sigue por aquí?

– ¿Aïna? Creo que viaja mucho pero sigue en Estados Unidos. No dudes en ir a buscarla.

– Sería demasiado cansado… ¿Entonces qué opinas de Faith?

– Está un poco ocupada. No es tu estilo– digo para disuadirlo– Ahora lárgate–.

– ¿Ocupada? Yo podría arreglar eso.

– ¡¿Qué?!

– Me tomó una buena media hora lograrlo. Me rechazó dos veces pero la tercera logré que me diera su teléfono.

– Seguramente es falso…

– ¿Entonces quién me está mandando mensajes de texto? –se burla mientras agita su iPhone cerca de mi cara, con una actitud victoriosa–.

– Bueno, ya vi que encontraste una nueva ocupación. ¡El ascensor está por allá!

En ese momento, las puertas se abren y escupen otro energúmeno en los pasillos de la torre Cox: Milo De Clare, el enamorado atemorizado de Valentine. Mi hermano entra antes de que el ascensor se cierre y luego me hace un gesto para decirme adiós mientras guiña el ojo de manera estúpida. Estoy contento de ver que se vaya pero no estoy seguro de sentirme mejor con este intercambio.

– ¿Señor Nilsen, verdad? –dice el joven con traje mientras me da la mano– ¿Valentine está aquí?

– Nils Eriksen. Y soy su guardia, no su secretario– le respondo con una sonrisa que significa « no estoy bromeando ».

Luego hago que se acuerde de mi nombre, estrechando fuerte y virilmente su mano. Sus huesos van a acordarse de mí un buen rato. La telefonista regresó a su puesto y él le pide (sin siquiera un buenos días) que le diga a « Miss Cox » que « Mister De Clare » la espera « impacientemente » en la recepción. Y obviamente no da las gracias. Todos estos hombres ricos no pueden decir ni una sola frase amable. Maldito imbécil.

Hace poco tiempo, habría pensado que ese hombre era justo el tipo que necesitaba Valentine, un hombre ambicioso, rico, bien parecido, con todo en su lugar… pero un poco arrogante. Usa demasiado el teléfono para estimular su intelecto. Aunque la verdad creo que después de cruzarse tanto en las fiestas de chicos ricos, aquí en la torre o, evidentemente, en el territorio de Cox, no creo que tengan tantas cosas de qué hablar.

Sin embargo, creo haber entendido que fue un acuerdo de Darren. De Clare es el tipo ideal, así que su descendencia va a aceptar gentilmente unir su fortuna con la suya, cuando se haya hartado de holgazanear y esta parejita perfecta cree otro pequeño imperio de bebés ricos con pequeñas cucharas de oro. ¡Súper, qué buen futuro! Aunque no estoy seguro de que la princesa rebelde esté contenta con esta unión acordada. Pero al final, a mí no me importa. Ese es problema de ella.

Sólo me divierte incomodar al dandy. Todo lo tiene asegurado por completo. Su vida es como una película donde todo es fácil, donde todo está calculado y escrito. Creo que le pusieron la alfombra roja en cuanto salió del vientre de su madre. Pobre mujer. Tengo que hacer un poco de justicia por ella. Por eso, cada vez que piensa que estará solo con Valentine, yo llego discretamente. Acelero antes de que él pueda abrir la puerta de mi hummer para recibir elegantemente a la « Miss Cox », sólo para que se esfuerce un poco, para ver que su cabello se agita y sude un poco su bigote. A veces, interrumpo sus citas galantes pretextando algún asunto de seguridad. Uno tiene que ser profesional. Incluso una vez estornudé violentamente justo cuando intentaba besar a su maldita « prometida ».

¿Qué? Un noruego también puede estar resfriado.

No me gustaría que Valentine crea que la estoy pretendiendo o que estoy comenzando a luchar en esta supuesta pelea de gallos con él. Es sólo que no me gustan los « nuevos ricos ». No me parece mala idea que Milo de Clare sufra un poco. No voy a quedarme quieto para dejarle la vía libre. Si me lo encuentro en el camino, sólo tendrá que quitarme de ahí. Río discretamente.

– Mister De Clare…–duda en decir la telefonista con una pequeña sonrisa forzada– La señorita Cox se disculpa pero desafortunadamente tiene un imperativo personal y tiene que cancelar su cena.

– Puedo esperarla– contesta con un tono molesto–. Voy a cambiar la hora de la reservación–.

– Su asistente me dice que la señorita Cox estará disponible hasta tarde, en la noche. En verdad está muy apenada.

Un segundo más tarde, el moreno toma su teléfono del bolsillo interno de su saco y lee el mensaje que acaba de recibir mientras murmura velozmente:

– « La reunión se hace eterna y luego tengo una videoconferencia que acaba después de las 10 pm. Sorry. No me esperes. Te llamo mañana. »

De Clare pasa la lengua por sus dientes perfectos, verifica que nadie haya escuchado esta humillación, y luego mira su enorme reloj, como si acabara de recordar que tenía otra cosa que hacer, ahora, justo en este instante. Hace como si tuviera que irse sin siquiera decir adiós. Lástima: el ascensor se tarda en subir y después en bajar. La telefonista mira hacia otro lado para no molestarlo. Yo no. Me quedo mirándolo presionar como enfermo el botón de la planta baja, con una mano en el bolsillo para verse relajado. Le digo un « ¡Buena noche! » y mientras pienso que a veces la vida hace justicia sola.

En vista de que estoy bloqueado aquí por un momento, me permito sentarme en una especie de sala de espera open space. Es el puesto perfecto para observar. Sentado en este gran sillón, cuadrado pero cómodo, tengo una vista panorámica hacia el acuario de cristal que funciona como sala de reunión y hacia las oficinas de este piso. A través de las ventanas de cristal, puedo mirar a Valentine, con las piernas cruzadas y, al parecer, relajada. Se ve hermosa con ese traje masculino, con todo y corbata. Se ve extrañamente muy femenina. Es como Natalie Portman pero con más clase. Así se ve esta noche y me agrada saber que De Clare se perdió este espectáculo.

Creo que no estaba tan relajada, si juzgo por la mirada que acaba de lanzarme cuando sale del acuario. Le respondo con un ligero movimiento de cabeza, para decirle « aquí estoy. Todo está bien », pero no estoy seguro de que esa fuera la pregunta que me hizo con los ojos. Digo discretamente a mi erección que se calme y me hundo en el sillón. Soy muy profesional. Mi cuerpo suele tener ganas de ella pero mi mente sabe que es una mala idea. No puedo hacer correctamente mi trabajo si tengo una relación personal con mi cliente. Y no soy de los que mezclan el trabajo con la vida íntima. Aunque todo sería más sencillo si no pareciera que la pongo nerviosa. Su hermosa boca y sus ojos negros a veces parecen estar deseándome.

Cuando sólo se trata de un impulso físico, sé manejar la situación. Soy goloso con las mujeres y con otras cosas. Y sé manejar mis antojos. El problema es cuando siento impulsos sentimentales. Y esto es más difícil desde que me di cuenta de que Valentine-Laine no es una hija malcriada, ni la princesa que pensé. Ni cuando supe que vivió cosas muy difíciles con su madre depresiva y con los imbéciles hombres que tuvo como padrastros; o la violencia intrafamiliar; las responsabilidades que tuvo que afrontar desde muy joven… Me siento un poco más cercano a ella. Conozco todo esto por experiencia. Es por ello que reacciono instintivamente para protegerla, tranquilizarla y quererla. Por eso a veces pongo una mano sobre su espalda baja, y mis dedos se enredan en su nuca…

Son cosas que un bodyguard no hace y que ella no debería dejarme hacer.

Un ruido fuerte de puertas y de sillas interrumpe brutalmente mi análisis. La reunión terminó. Los participantes salen de la sala. Algunos se dicen hasta pronto, hasta mañana. Las luces de las oficinas se apagan y el piso queda vacío. Valentine pasa frente a mí sin siquiera mirarme. Menos mal. Me levanto y la sigo. Está caminando un poco más rápido y enérgicamente. De hecho, creo que le gusta hacer esto. Tengo ganas de hacer que se enoje. Parece que no está de buen humor. Entonces, le abro la puerta de su oficina, amablemente. Ella me cierra la puerta en la cara, muy descortés. Y excitante.

Me recargo en la pared de enfrente y, sin entender las palabras, escucho que hablan en diferentes lenguas. Sin duda es una videoconferencia entre varias personas. Los diferentes husos horarios explican por qué la cita se hace a esta hora. Creo que Valentine trabaja demasiado. Como yo. Malditos niños que tuvieron una infancia difícil. Siempre se vuelven tenaces.

Pasa una larga hora para que vuelva a haber silencio. Sólo dura un poco. Demasiado. Estoy agotado. Me gustaría ir a casa. Llevármela. Me acerco silenciosamente a su puerta. Es la única oficina que aún está encendida. No debería entrar pero lo hago. Y lo que veo me quita el aliento, como un buen golpe en las costillas. La encuentro tirada sobre el sillón, con los ojos cerrados, los pies descalzos, cruzados sobre su escritorio bien acomodado. Se ve asquerosamente hermosa, frágil y a la vez agotada, carismática y desamparada. Mi cuerpo y mi cabeza riñen dentro de mí. Mi voluntad sabe que lo más testarudo dentro de mí es mi deseo. Debería forzarme y luchar para resistir, pero no lo logro. La quiero a ella. Maldita princesa. Sólo espero que me diga que ella también quiere. Por ahora, hace como si no se diera cuenta de mi presencia. Eso es casi como un sí. Avanzo, ella me escucha (lo sé por su sonrisa fugaz que desaparece de inmediato). No abre los ojos. No se mueve ni un milímetro. Este jugo me confirma que está de acuerdo. Sin apresurarme, paso su escritorio y voy detrás de ella. Acerco mis manos a sus hombros frágiles, los rozo, los acaricio. Valentine esboza una sonrisa cuando la toco. Ronronea de placer cuando la masajeo. Suspira cuando empiezo a desvestirla. No estoy soñando: sus labios acaban de decir un « sigue ». Rayos, eso es un sí.

Esta chica siempre me sorprenderá. Y esta noche no ha terminado de maravillarme.

Detrás de Valentine, deshago los botones de su camisa, uno por uno, de abajo hacia arriba. Siento que vibra cada vez que mis dedos rozan su piel. Tengo que retenerme para no arrancar la solapa de su camisa de un solo movimiento. Aunque creo que le gusta esto, ir lenta y suavemente.

Presionando un poco el respaldo, hago que el sillón se voltee y ella flexiona las piernas como reflejo. Así es como la maldita princesa se encuentra frente a mí, sentada, aún vestida. Lo único que se ve es la banda de piel desnuda y bronceada de su vientre. La corbata que trae puesta todavía me impide ver más. ¿Traerá sostén?

Valentine posa sus ojos negros y traviesos sobre mí. Luego lleva sus manos al nudo ligero de su corbata, como para facilitarme la labor.

– Déjatela.

Quería murmurar pero mi voz ronca suena un poco más fuerte. Me obedece, poniendo suavemente sus brazos sobre el sillón. Aunque todavía no ha dicho la última palabra. Me habría sorprendido si lo hubiera hecho.

– Pensé que el hombre hambriento que eres iba a querer un poco más…–se sorprende–.

– Se puede ser goloso y paciente.

– Quiero ver eso–me dice simplemente–.

No me gusta realmente recibir órdenes de ella pero en la boca de esta chica siempre hay cierto desafío y provocación. Si no me cree capaz de hacerla esperar, estará decepcionada. O todo lo contrario.

Me arrodillo frente a ella. Lo hago delicadamente para que no tenga ganas de tratarme como a un caballo. Abro suavemente sus piernas para acercarme un poco más y su pequeño cuerpo se tensa al ver que el mío se acerca. Tengo unas ganas furiosas de recostarla sobre el piso, ahora mismo, y desvestirla salvajemente, pero me controlo. Asumo mi responsabilidad. Con los movimientos más lentos posibles, deslizo mis manos por sus hombros, exactamente entre la tela de su camisa y la de su saco. Tuve cuidado en rozar sus senos. No hay sostén a la vista. A menos de que sea muy discreto. Con una mano sobre su nunca, hago que se incline hacia adelante, luego dejo que resbale su saco a lo largo de sus brazos. Sólo le he quitado una de sus prendas y mi pantalón ya se siente apretado.

Con su camisa blanca, abierta por completo, Valentine se hunde de nuevo en su sillón. Recarga la cabeza en el respaldo y su pequeña nariz me desafía. No deja de mirar mis ojos. Parece estar diciéndome « Por ahora, lo estás logrando, pero no lo lograrás mucho tiempo ».

Ella perderá. Entre más esté segura de que voy a fallar, más tendré cuidado. Soy el tipo de hombres tan tenaces que siempre responden « sí puedo » cuando se les dice « ¿No eres capaz de hacerlo? ». Mi dedo índice roza su ombligo y luego baja. Esto parece ser muy fácil. Acerco mi boca y, con los dientes, desabrocho su pantalón, a la altura de la cintura. Hago lo mismo con la bragueta. Podría hundir completamente mi rostro entre sus piernas para devorarla, pero me conformo con suspirar. Mi respiración caliente eriza su piel irresistible. Es una reacción química. Puede fingir ser indiferente tanto como quiera pero su cuerpo siempre dirá la verdad.

Apenas levanto un poco sus nalgas para deslizar la tela sedosa y me tomo el tiempo necesario para liberar cada una de sus piernas, dejando que mis dedos acaricien el largo de sus extremidades, por la parte interna, hasta sus tobillos finos. Lo que sigue es asunto de sus pantaletas y mío. Maldito encuentro. Valentine se arquea y me coquetea. Desgraciada. Sabe hacerlo muy bien. Me muerdo la mejilla para impedirme morder los muslos desnudos o desgarrar esta estúpida tela ajustada. En vez de eso, pongo delicadamente mi boca sobre su sexo aún vestido. Puedo sentirlo húmedo, ardiente y despidiendo un discreto perfume suave y dulce. Es una tortura no poder comérmelo.

– Volveré pronto –le murmuro al clítoris invisible que me seduce detrás de su cortina negra–.

Levanto los ojos hacia su propietaria. Me sonríe, divertida. Sus labios vuelven a ponerse serios cuando los miro fija e intensamente, pero siguen entreabiertos, como si le faltara el aire. O como si esperaran que la besara. No lo haré aún.

Me vuelvo a poner de pie, doy algunos pasos hacia atrás y comienzo un strip-tease, ya que hoy uno tiene que hacer todo por sí mismo en esta maldita torre. La princesa encerrada en su torreón me mira desvestirme, como si no hubiera visto el cuerpo de un hombre desde hace una eternidad. Sus ojos brillantes la traicionan. Lanzo mis zapatos a una esquina y mi camisa directamente sobre ella. Hay que hacer las cosas bien. La veo entreabrir la boca cuando me deshago de todo el resto con un solo movimiento: pantalón, bóxer y calcetas. Lo único que me salva ahora es mi billetera que pongo sobre una esquina del escritorio. Podría servirme. O servirnos, ya que conozco a alguien que no tiene realmente ganas de esperar.

– Haces trampa…–balbucea con su voz atrapada en el fondo de su garganta–.

– Es mi juego, son mis reglas.

Le sonrío. Si supiera que me muero por tomarla. Mi erección empieza a lastimarme pero no me importa el dolor porque sé que el remedio será delicioso. Se levanta de su sillón, invadida por su orgullo. Yo no soy para nada un hombre que sepa de arte pero pronto encuentro la imagen perfecta: Valentine Laine, de pie, en la única oficina alumbrada de una torre fría y sin alma. Afuera es de noche. Tiene la camisa blanca entreabierta, pantaletas negras y corbata, una mirada sombría que grita en silencio y su alma que se revienta de impaciencia.

Ahora tengo que hacer grandes esfuerzos para no ir a ponerla contra la pared. Si tan solo pudiera dejar de mirar… ahí. Me acerco con pasos de lobo, levanto suavemente su barbilla para que sus ojos miren los míos y me inclino para rozar su boca que me vuelve loco. Evidentemente, su boca está roja, carnosa, es una boca voluptuosa para este rostro de rasgos finos. Es el toque de sensualidad que faltaba en medio de esta belleza andrógina, casi fría, que juega suciamente. Esta mujer es un misterio.

En vez de besarla, la sigo desvistiendo. No quiero nada más que a ella, su corbata y a mí. Quiero resolver el enigma del sostén. Deslizo su camisa a lo largo de sus brazos y sus senos se revelan ante mí, pequeños, finos, firmes y terriblemente excitantes. Muero de ganas de apoderarme de ellos o de morderlos. Valentine sigue mostrando esta actitud traviesa, provocadora y falsamente bajo control, pero tengo la prueba perfecta de su deseo. Veo que sus pezones se ponen duros y que la traicionan, justo frente a mis ojos. Me acerco más. Mi sexo se pone duro y rosa su vientre plano.

Bajo progresivamente, a algunos milímetros de ella, pasando frente a su rostro, entre sus senos; luego por su corbata hasta descubrir su ombligo. Deslizo finalmente mis dos pulgares bajo las costuras de sus pantaletas y desaparezco esta maldita tela ajustada, lejos de mí

– Hay información que falta en tu expediente…–suspira de pronto–.

– ¿Cuál?

– Nils Eriksen también hace strip-tease de vez en cuando. Tiene mucha paciencia y es capaz de ponerse a mis pies.

Esbozo una pequeña sonrisa, arrodillado frente a la insolente. Luego vuelvo a subir para dominarla desde lo alto.

– ¿Sólo eso? –insisto en voz baja–.

– Señas particulares: le encantan las corbatas femeninas.

Valentine sabe cosas acerca de mí pero ignora todo lo que hay en ella que podría volverme loco. Su hermosa boca, sus pequeños senos sin sostén, sus tobillos minúsculos, su nuca desnuda debido a su corte de cabello de hombre, su olor. Y, lo que más ignora es todo lo que me gustaría hacerle con esa maldita corbata. Vendarle los ojos, atar sus manos… pero sé que aún no está lista para darme tanta confianza como para entrar en ese terreno. Sin embargo, siento que se está dejando llevar. Cada vez un poco más, que tiene ganas de jugar conmigo.

Entonces invento un nuevo juego sólo para ella. Con la punta de su corbata de seda, rozo sus pezones duros, uno después de otro. La desato y la deslizo suavemente por su cuello. Luego dejo la tela bajar a lo largo de su cuerpo frágil, rozar su vientre que vibra, deslizarse sobre la piel fina de su ingle, acariciar su sexo en mi lugar, sólo un poco, como si fuera una pluma.

Valentine suspira y gime mientras su deseo se vuelve cada vez más grande. La siento empapada, temblando y frustrada. Quiero tomarla pero espero aún a que me reclame, que pierda nuestro pequeño juego de paciencia.

– Tus manos, tócame con las manos…–susurra, quejándose–.

– Aún no– sonrío volviendo a pasar la corbata entre sus labios–.

– Tu boca…–dice poniendo su mano sobre mi mejilla y su pulgar sobre mi boca–.

– Pronto– gruño entre sus dedos–.

– Tu sexo…–ordena esta vez–.

Pasa de la palabra a la acción tomando con toda la mano mi sexo. Aún de pie frente a mí, me toca con cierta urgencia que me fascina. Le sugiero en voz baja que me acaricie más fuerte y ella obedece mis órdenes por primera vez. No tengo ganas de forzarla pero me encanta verla dejar de ser discreta. Valentine acelera y me enloquece, como me gusta. Sólo hay una bola de deseo que logrará liberar. Esta chica que quiere controlar todo, esconde dentro una amante explosiva, apasionada. Lo sentí desde nuestra primera vez y muero de ganas de verla soltarse. Ella que parece huir de todo tipo de violencia. Quiero mostrarle que puede disfrutar cuando le piden hacer algo y cuando quieren someterla.

Me muerde un pezón sin avisarme y el dolor me hace sonreír. ¿Estoy soñando o me está agrediendo? Suelto la corbata y levanto a Valentine del piso para sentarla bruscamente sobre su gran escritorio. La pequeña lámpara cae y se estrella en el piso. A nadie le importa. La maldita princesa encaja las uñas en mis nalgas para acercarme a ella. Justo tengo tiempo para sacar un condón de mi billetera que también se cae. Esto sólo aumenta mi deseo. Tomo su cadera, me inclino para besarla y nuestro sexo se une al mismo tiempo que nuestra boca, en una explosión de sensaciones. Gruño como un salvaje. El remedio es aún mejor que en mis recuerdos.

Como un loco, hago todo lo que no suelo tener permiso de hacer antes. Pellizco sus senos, rodeo su cintura estrecha con mis grandes manos, hundo mis dedos en la piel de sus muslos, la beso en la boca mientras me deslizo dentro de ella, primero lentamente, hasta que Valentine se abre, hasta que su ritmo se une al mío. Pronto, nuestra cadencia es evidente, firme y desenfrenada. Escucho a Valentine gritar cada vez que mi cadera choca contra la suya. La veo agarrarse de la orilla del escritorio y luego tomar mi nuca. Siento cómo tiembla y pierde el control. Tengo ganas de explotar pero estoy esperando a que ella esté igual. Sólo tiene que dejarse ir. Me meto en lo más profundo de ella con un último golpe de cadera que le corta la respiración. Ella me jala el cabello y finalmente se deja ir, se desborda. Su grito de éxtasis me provoca placer. Nunca había gritado tan fuerte. La abrazo mientras los dos temblamos, con los ojos cerrados y el cuerpo abatido.

Su orgasmo dura y Valentine termina mordiéndome violentamente el hombro, como para vengarse.

– ¿Y ahora quién es la hambrienta? –murmuro sonriendo–.

Con la respiración agitada, los ojos brillantes y las mejillas enrojecidas, ella también ríe. Puedo apostar que la mujer pacifica tiene ganas de abofetearme.