2. La bofetada
Valentine
Una de las tradiciones que mi madre y yo nunca hemos dejado de hacer es comer juntas el desayuno, el domingo en la mañana. Para algunas familias esto es sólo una costumbre pero para nosotras es algo sagrado.
Florence se toma muy en serio este ritual. Cada semana me reúno con ella en su terraza panorámica del primer piso, a las diez de la mañana en punto. Sobre la mesa de mármol claro suelo descubrir una montaña de pastelillos finos y otras delicias azucaradas que traen de la mejor repostería francesa de L. A. Mi madre, vestida con una hermosa bata de dormir de seda color pastel, me da un beso amoroso y luego me señala mi lugar asignado. Siempre me siento a la izquierda de la mesa, del lado del corazón, porque, según ella, es de buena suerte. Seguido le digo que ella necesita más que yo sentarse en este lugar pero me responde que es « el deber de una madre » dar lo mejor a su hija. Entonces se sienta a la derecha. Yo dejo de insistir, le doy un beso y tomo sin recato el pan de almendras que siempre me seduce primero. Luego, por una hora o dos, dependiendo de su estado de ánimo y de su salud, hablamos de mil sueños juntas, con la boca llena y los ojos mirando el océano.
Aunque esta mañana no llego sola a su piso. Estoy acompañada de un armario de hielo hambriento porque se despertó al amanecer (y también porque tuvo una sesión de pesas anoche que yo presencié por coincidencia… Yo solo pasaba por ahí, ya saben). Mi madre, sorprendida por esta presencia masculina, invita de inmediato a Nils a que se siente con nosotras. Luego va a encerrarse en su habitación, sin duda para que no se percaten de su pudor, y para quitarse la bata de dormir y ponerse un atuendo más apropiado. Guío a mi guardia hasta la terraza soleada. Hilda, la ama de llaves, ya está poniendo en la mesa otros cubiertos. Tengo que golpear varias veces las manos del vikingo para impedirle que tome el enorme pan de yema que aún está caliente.
Mientras le doy las gracias a Hilda, un pan de chocolate desaparece. ¡Ah! La tarta de manzana tampoco sobrevivió. Tomo asiento, amenazando a Nils con la mirada. Él hace lo mismo y luego se quita el jersey deportivo, despidiendo un olor divino. Es una mezcla de jabón para el cuerpo con piel masculina, naturalmente perfumada, con fragancia « picea de Noruega ». Intento concentrarme en otra cosa. Miro fijamente el horizonte, juego con un hilo que sale de mi blusa, golpeteo la mesa y luego termino embutiendo un panqué entero sólo para distraer a todos mis otros sentidos. No lo logro. El vikingo sigue siendo muy apetitoso. Incluso con la boca llena, me siguen dando ganas de devorarme ese postre. A mi lado Nils se estira sin ningún recato, moja glotonamente sus labios en el jugo de naranja y luego echa su cabello húmedo hacia atrás. Los músculos marcados de sus brazos me provocan. Su boca entreabierta me llama…
Segundo panqué y no hay ningún resultado.
– Hoy es domingo. Quizá no debiste levantarte antes de que saliera el sol –le digo cuando lo veo bostezar–.
– Tengo que hacer funcionar toda una agencia, princesa –me contesta mientras cruza sus enormes brazos sobre su torso– No es suficiente si sólo te cuido a ti…
– Transferir el trabajo. ¿Has escuchado hablar de eso?
– Soy responsable de una decena de hombres. Sería culpa mía si el día de mañana no pueden seguir alimentado a sus hijos…
– ¡SAFE es muy generosa! –digo cuando recuerdo que dijo esta palabra una vez, al teléfono–.
– ¿SAFE? –interviene mi madre con una voz elegante–.
Regresa vestida con un pantalón de tela ligera y un suéter delgado color gris claro que le permite estar presentable frente a los ojos del rubio gigante, protegida dentro de su ropa demasiado holgada.
– Search And Find Eriksen, mi agencia de detectives privados –le responde amablemente–. Me disculpo de nuevo por incomodarla, señora Laine-Cox. No pensaba sentarme con ustedes a la mesa. Sólo estoy haciendo mi trabajo…
Parece que se dio cuenta de la timidez de mi madre y de que mi madre se sintió incómoda. Siempre olvido que este neandertal puede ser muy atento…
– El refrigerador de Valentine siempre está vacío. ¡Hizo bien en venir a comer aquí! –ríe mi madre mientras se sienta– Qué bueno que usted piensa en sus empleados. Es raro encontrar buenos patrones en estos días.
– ¿Prefieren que los deje sentarse frente a frente? –propongo, contenta de ver a mi madre de muy buen humor–.
– ¡¿Cómo crees?! –contesta mi madre–. ¡Vamos, sírvanse!
Sería inútil repetírselo dos veces. Nils llena y vacía su plato en tiempo récord. Dos veces. Mi madre abre los ojos de par en par cuando descubre su apetito de ogro.
– ¿Gusta que Hilda le prepare algo más? ¿Un omelette? ¿Un poco de carne? ¿Un emparedado? –propone mi madre–
– ¿Todo un rebaño de corderos a las brasas? –pregunto irónicamente–.
El ogro de ojos de niebla ignora mi mala broma y ordena un omelette « completo ». Miro cómo se relacionan mi madre y él mientras conversan de todo y de nada. Nils, que normalmente no es simpático ni muy locuaz, ahora está siendo muy amable y atento, como si dentro de él se estuviera reconstruyendo algo que estaba roto. Florence se comporta diferente. Se ve cómoda ante la presencia de Nils, como fascinada por este personaje. Quizá demasiado. Una pequeña luz roja se enciende en mi interior: tengo que tener cuidado con esta situación ya que mi madre tiene una facilidad especial para enamorarse de hombres brutales y poco recomendables (Darren es un inocente cordero comparado a sus ex parejas). Es algo tonto pero Nils sigue siendo un misterio para mí. Aunque siempre haya sido respetuoso y protector conmigo, debo mantener la guardia. Algunos hombres pueden cambiar por completo de la noche a la mañana. Y la mujer que ríe discretamente del otro lado de la mesa lo sabe muy bien, pues tiene varias experiencias al respecto.
Y yo también… aunque pasivamente.
– Bueno, ¿y cómo ha funcionado su cohabitación? –pregunta Florence mientras me sirve más café con leche–.
– Valentine sigue viva –resume mi bodyguard– Y yo también. Entonces todo está bien.
– Atrévete a tocar ese panqué de almendras y verás que todo puede cambiar rápidamente –lo prevengo sin dejar de mirar a mi precioso–.
– Maldita… –murmura fingiendo una tos–.
– Tragón… –digo del mismo modo–.
– Al parecer ya se adaptaron muy bien –comenta mi madre, divertida con nuestro breve espectáculo–.
– Te recuerdo que Darren le paga a Nils para que cuide de mí, mamá. Eso es todo.
– Eso me recuerda que el tipo de las cámaras de vigilancia ya debe estar aquí –dice mientras se levanta– Tengo que dejarlas.
– ¿Tan pronto? –murmura mi madre–.
– El deber me llama –confirma mostrándole una enorme sonrisa que la hace reír–.
¿Es en serio? Sólo falta que le bese la mano antes de irse.
Justo antes de irse, mi guardia me mira un instante con sus ojos penetrantes y grises. Yo entiendo el mensaje (tengo que avisarle en cuanto me vaya de esta terraza) y le hago una seña para decirle que puede irse tranquilo.
Su actitud insolente me hace sonreír cuando sutilmente toma el último panqué de almendras que está frente a mí. Desgraciado. Sexy y desgraciado.
– Nils Eriksen, como sea… A tu edad yo no habría podido resistirme –suspira mi madre mientras lo mira alejarse– Ese cuerpo. Esos ojos. Esa fuerza que emana de él. Esa amabilidad…
– ¡Mamá, estoy comiendo!
– ¡Ups! ¡Pensaba en voz alta! –dice sonriendo como una jovencita traviesa–.
Desde hace meses mi madre no había sonreído de este modo.
Una vez más, el vikingo hizo un milagro…
***
Llego con dificultad hasta la torre Cox (o más bien Nils me lleva en su hummer), sabiendo de antemano que la reunión del lunes (la más interminable de todas) me espera. Mientras tanto, Aïna está gozando de la buena vida al otro extremo de los Estados Unidos, supuestamente para asistir a conferencias acerca del calentamiento global. En Los Angeles son casi las ocho de la mañana y en Nueva York ya van a dar las once. Mientras yo me tengo que levantar al amanecer y andar soñolienta toda la mañana, ella apenas sale de la cama y, al parecer, se tiene que curar una resaca.
O al menos eso es lo que me hace pensar su mensaje de texto:
[¿Sabías que mezclar Ron y Vodka es mortal?]
[Claro. ¿Acaso tus lémures no te enseñaron nada?]
[Parece que no. En cambio, el chico de esta noche me enseñó el arte del tantrismo…]
[¿Y luego? ¿Tuviste un orgasmo?]
[See. Pero me habría gustado más que se largara sin mi tarjeta de crédito…]
[¡¿Bromeas?!]
[No. Al parecer tener dos orgasmos la misma noche cuesta caro.]
[¡¿Avisaste al banco del robo?!]
[No. El Ron y el Vodka no me dejaron.]
[¡Vololoniaïna Rakotonalohotsy! ¡Llama al banco DE INMEDIATO!]
[¡Ohh! ¡¿Sabes escribir mi nombre?!]
[¡Dije DE INMEDIATO!]
[Te extraño.]
[Yo igual. Llama al banco.]
Nils se voltea hacia mí, como si estuviera esperando algo. No me había dado cuenta de que su hummer de G.I. JOE ya estaba parada frente a la torre Cox. Es hora de que baje de la carrosa.
– ¿Algún problema? –me pregunta con una voz sorprendentemente dulce–.
Sus manos poderosas están completamente sobre el volante. Su piel es pálida, sus dedos finos y largos. Tiene unas manos muy delicadas para ser un salvaje.
Y hace no mucho tiempo esas manos estaban por todos lados, en mi cuerpo…
– Dos problemas, de hecho– contesto sonriendo ligeramente cuando siento que me pongo nerviosa– La reunión que me espera podría matarme. Y mi mejor amiga podría necesitar a un Nils Eriksen–.
– ¿Aïna? Puedo enviarle a uno de mis hombres– propone el vikingo completamente serio–.
Sus manos sueltan de pronto el volante de cuero y, en un instante, toman los dos teléfonos portables. Este hombre desenfunda a una velocidad increíble.
Mmm…
– Estaba bromeando, Nils.
– Yo no– insiste mientras marca un número– Habrá alguien frente a su casa dentro de diez minutos–.
– No es necesario, gracias– río, quitándole el teléfono–.
Cuelgo la llamada y luego le aseguro que no tiene que intervenir. Sus ojos desafiantes penetran los míos. Extiende la mano y abre la palma. La intensidad con la que me mira pone fin a mi tentativa de rebelión. Admiro su belleza salvaje, trago saliva difícilmente y le regreso el teléfono sin quejarme.
– Vas a llegar tarde… –murmura sin dejar de mirarme ni un instante–.
Confundida, me tardo un poco en darme cuenta de que tiene razón. Al fin tomo mi bolso de mano y abro la puerta sin darme mucha prisa.
– ¿Nils? –digo mientras salgo del auto–.
– ¿Mmmm?
– Gracias.
Una sonrisa sutil se esboza en sus labios. Sus ojos miran todo mi rostro. Ese gesto llega más dentro de lo que yo pensé. Cierro la puerta, esperando que con esto haya orden en mis ideas, pero nada pasa. Al fin salí de ese tanque. Doy algunos pasos y luego su voz me detiene.
– Avísame quince minutos antes de que te vayas– me recuerda bajando la ventanilla–.
– ¡Espera! –grito mientras retrocedo– ¿No vas a venir hoy? –.
De inmediato me arrepiento de haber hecho esta pregunta tonta.
– Me vas a extrañar, ¿por eso lo preguntas? –se burla–.
– Sólo quería saber por qué algunos días me acompañas y otros no…
Sostengo su mirada y obtengo la respuesta.
– Porque las oficinas de este edificio están protegidas por el servicio de seguridad de la torre; porque tú no te das cuenta pero siempre tengo a otro hombre que cuida de ti cuando yo no estoy; y porque, sinceramente, sus reuniones me dan ganas de darme un tiro…
– Buena respuesta.
Le sonrío y lo observo un instante. Su saco color caqui le queda bien. Sus ojos se ven particularmente claros, a la luz de la mañana. Un pequeño remolino se forma en la parte trasera de su cabeza debido al respaldo del asiento y tengo ganas de tocarlo. Siento calor de nuevo. Nils voltea de nuevo a verme, preguntándose por qué sigo aquí. Cuando ve mi expresión, entrecierra los ojos mientras su mirada se posa sobre mis labios. Demasiado tiempo como para hacer que mi corazón se acelere. Luego, el gigante voltea sus ojos de humo y no logra esconder del todo su sonrisa traviesa.
– Feliz reunión, princesa…
Cuando dice estas palabras con su voz grave y cálida, me hace una señal para que me vaya y arranca a toda velocidad. Es un maldito salvaje en su hummer.
Maldito corazón que casi se sale de mi pecho.
***
Mediodía. El sol brilla ahora en lo más alto del cielo de Los Angeles Downtown y yo me ahogo en un océano de números, de proyecciones y de frases amables, diplomáticas e inútiles. El acuario hermético que funciona como sala de reunión me impide respirar. Desabotono el cuello de mi camisa y me enderezo en la silla. La voz monocorde de Lewis hace más insoportable la situación. Su presentación empezó hace más o menos siglo y medio. Del otro lado de la mesa, Darren garabatea enérgicamente una lista (probablemente está tachando los nombres de las próximas cabezas que rodarán), mientras Lana simula tener una nueva pasión hacia los diagramas de la Bolsa.
Algo me dice que no sólo está simulando eso…
Alerta: nauseas.
Apenas he dicho unas diez palabras desde el inicio de esta reunión. Me gusta la acción y no el bla bla blá. Una empresa como la nuestra evidentemente no puede funcionar sin una armada de mentes y de oradores tan brillantes como soporíficos. A mí lo que me gusta es probar, innovar, crear, ir a donde los demás todavía no se han atrevido a llegar. Lo demás, las reuniones, las videoconferencias, las reverencias y las presentaciones en prezi: Sáquenme de aquí.
Normalmente me niego a pedir este tipo de cosas a los becarios, pero me estoy muriendo. Pido discretamente un café al muchacho que se aburre aquí cerca. Ésta es mi tercera dosis de cafeína desde que Nils me abandonó cobardemente al pie de esta maldita torre. Me pregunto a dónde habrá ido. ¿Qué lo mantendrá lejos de mí? Lewis regresa a su lugar y ahora es el turno para que hable Becca, la jefe del servicio de ventas. Ella me muestra una sonrisa de complicidad y yo le hago entender que puede empezar a hablar. Comienza la presentación que hicimos juntas. Durante unos veinte minutos, Becca expone el nuevo sistema de referencias de los productos que imaginé en un momento de locura. El concepto recibe una oleada de cumplidos, incluso de parte de mi progenitor… que no tarda ni tres minutos en volver a ser despreciable.
– La próxima vez, haz tú misma la presentación, Valentine. No entiendo por qué dejas que una empleada te robe tus quince minutos de gloria– me murmura maliciosamente mientras todos salen de la sala–.
– Partimos de mi idea pero Becca lo desarrolló junto conmigo. Tiene quince años de experiencia y toma la palabra cada semana. Es la única que logra mantener más o menos despiertos a todos. Y, en cuanto a la « gloria »… – agrego con un tono irónico– no creo que tú y yo tengamos las mismas prioridades–.
– No juegues conmigo– me regaña en voz baja– Recuerda lo que te dije en tu primer día aquí: « Nuestros empleados trabajan en la obscuridad para que la luz brille sobre nosotros, los Cox. Eres mi heredera. Tu lugar está a mi lado, en lo más alto de la pirámide. »
Abro la boca para contestar pero él me mata con la mirada y agrega entre dientes:
– Se termina la discusión, Valentine.
– Menos mal. Mamá me está esperando.
– ¿Cómo? ¿No tenías cita con Microclear?
– Cancelada. Estoy en la parte más alta de la pirámide, ¿recuerdas? Eso me da muchas libertades… –sonrío insolentemente mientras me alejo a grandes pasos–.
A esto se le llama: cómo jugar a la niña malcriada y caprichosa sólo para hacer enojar al gran idio…
Florence está dando pequeños saltos al pie de la torre cuando salgo. Se ve hermosa con su pantalón de mezclilla ajustado y su pequeño saco entallado. Se lanza a mis brazos mientras grita:
– ¡La vi, Valentine! ¡La vi y me quedé tranquila!
– ¿Qué? ¿A quién?
– ¡A Lana! ¡Casi se va corriendo cuando me reconoció! Es una…
– ¡Ven! –la interrumpo tomándola de la mano, antes de que empiecen las groserías–.
– ¿A dónde? ¿No iremos a comer?
– No. ¡Vamos a que te relajes!
Una voz viril resuena de pronto, a algunos metros detrás de mí.
– ¿Cuál era el plan, princesa?
Volteo y me topo cara a cara con Nils, que parece no estar contento. De hecho, en lo absoluto. Me mira y me domina con su altura, con los ojos entrecerrados debido a su enojo. Tiene los brazos cruzados al frente. Es un verdadero cliché, pero un cliché diabólicamente agradable a la vista.
– Deja de llamarme princesa, para empezar.
– ¿Qué estás haciendo? –me murmura mi madre–.
– Nada.
– Exactamente– gruñe el vikingo– « Nada ». Ni una llamada, ni un mensaje para avisarme de tu salida inminente. ¿A dónde pensabas ir sin mí?
– ¡Valentine! –dice la traidora, disgustada– ¿Quieres que te secuestren por tercera vez?
– ¡Ah! Están haciendo un equipo, ¿verdad? –suspiro al verlos intercambiar una mirada casi de… complicidad–.
– Nos preocupamos por ti, nena.
– Mmm… –deja escapar mi guardia– Yo sólo hago mi trabajo.
Asumo mi responsabilidad e ignoro esta última frase (también el pequeño dolor en mi corazón) y entro por voluntad propia a la hummer color caqui. El tanque indestructible hace que el paisaje de California se vea ligeramente feo.
– ¡Nos vamos! –anuncia mi madre– Puedes decirle adiós a tu pequeño auto convertible…
– Ah, sí– dice acercándose al monstruoso auto– Es… un vehículo impresionante.
– No se deje llevar por su aspecto austero– le confiesa mientras abre la guantera– Es muy cómoda y sorprendentemente adaptada para conducir en la ciudad.
– Nunca hay que dejarse llevar por las apariencias…–le sonríe mi madre, encantada–.
Su reciente complicidad me exaspera pero también me da ternura. Mi madre parece estar más contenta desde que mi pegamento salvaje está a mi lado. Sin duda también es porque se siente más tranquila así.
Quince minutos después, cuando Nils se da cuenta de que estamos llegando a un enorme centro comercial, su sonrisa burlona desaparece. Y la mía se hace más grande.
– De compras… –murmura mientras se estaciona– Qué horror. Yo no firmé un contrato para esto.
– ¿Va en contra de las reglas de seguridad? –pregunto–.
– No si me quedo con ustedes todo el tiempo –suspira el gigante–.
– ¡Entonces vamos!
Le digo a mi madre que por las dos siguientes horas puede hacer lo que quiera y probarse todo lo que le venga en gana; que todo va a la cuenta de Darren y que cierto Nils Eriksen estará fascinado admirando y comentando cada uno de los atuendos. Mi madre ríe discretamente al ver la cara de apatía del colosal hombre que pasa la mano por su cabello rubio, sin saber qué hacer. Ah, Nils me mata con la mirada.
Es así como la princesa vence al vikingo…
En la primera boutique de lujo, Florence se siente como en casa. Me río al verla extasiada con todo lo que mira y al ver cómo se disculpa por hacer correr a las vendedoras. Miro los pasillos sin interesarme realmente en algo, mientras siento la presencia de Nils detrás de mí. Esta presencia que ahora se me hace familiar y que cada vez me incomoda menos. Mi madre está en su octavo descubrimiento cuando yo me pruebo el primer atuendo: una chaqueta de cuero particularmente bien entallada.
– ¡Valentine, pruébate este vestido! –me dice la compradora compulsiva frente al espejo–.
Me obliga a quitarme la chaqueta mientras observo el pedazo de tela al que ella llama « vestido ». Hago una mueca. Es demasiado corto, ajustado, escotado y demasiado « no para mí ».
– ¿Mamá, en verdad?
– No te haría daño si jugaras a la chica sexy de vez en cuando…– me susurra–.
Veo en el espejo a Nils que entrecierra los ojos, a algunos metros detrás de mí, reprimiendo una sonrisa. Nuestras miradas se cruzan y algo pasa. Es como un sobresalto impredecible, un corto circuito, un mini asalto inesperado. Su intensidad me estremece. Mi corazón se acelera. Un calor agradable pasa por mis entrañas. Mis células más estúpidas chocan entre ellas y el tiempo pasa, sin que mi bodyguard rompa el lazo invisible que nos ata uno a otro.
– ¡Toma! –dice mi madre (y me hace sobresaltarme) mientras me da un nuevo vestido colgado de un gancho– Azul marino. Es corto pero no tan escotado. Elegante y sofisticado. ¡Este es el bueno!
Camino hacia los probadores con un paso robótico, aún un poco desconcertada. Nils me rebasa y me hace una señal para que me quede detrás de él. Inspecciona la cabina antes de dejarme entrar en ella y él mismo cierra la puerta. Y pensar que está justo detrás de la fina pared mientras me desvisto… Mis células vuelven a chocar como los autos chocones en las ferias.
¡Malditas células! ¡Contrólense!
– ¿Te vas a quedar ahí toda la noche? –se queja finalmente el vikingo–.
– No logro subir el cierre del vestido…
– ¿Dónde se quedó tu madre? –escucho que dice suspirando–.
– No la necesito. ¡Ven!
La puerta se abre brutalmente y me encuentro frente a Nils. Frente a su inmensidad, frente a esta mirada intensa y feroz, frente a esta sonrisa que se dibuja poco a poco, a pesar de que intenta ocultarla. Me volteo y le doy la espalda. Sus manos se sienten particularmente suaves cuando las pone sobre mí para cerrar mi vestido.
– ¿Te gusta? –le pregunto con un tono amistoso mientras los dos miramos mi reflejo–.
– Tendrán que pagarme doble por aprovechar mi experiencia…
– Sólo di sí o no, Eriksen.
Quise que mis palabras sonaran secas pero terminé haciendo la voz aguda. Sus ojos color gris acero se posan sobre mí, sobre mi rostro, mi boca, y luego bajan por mi cuello, mis senos, mi cintura, mis piernas desnudas. Trago con dificultad mientras murmura con su voz ronca:
– No está mal.
Un silencio ensordecedor se apodera de la cabina. Lo miro en el espejo. Está guapísimo. Nuestra cercanía se me sube a la cabeza. Mi piel se despierta hasta que algunas voces familiares se acercan. Es la voz de mi madre y la de…
Oh. Ra. Yos. No él.
– ¡Nils! ¡Mi mamá! ¡Rápido!
Su expresión cambia cuando analiza mi rostro. El guardia debe estar leyendo el miedo en mis ojos y desaparece de inmediato. Me tranquilizo al fin y guardo la compostura. Cuando salgo de la cabina reconozco perfectamente, detrás de un perchero lleno de harapos, al canalla que está hablando con mi madre.
Musculoso. Look de motociclista. Cabello atado en una coleta. Sonrisa de bribón. Pascal.
Mi corazón late a mil por hora pero no del mismo modo que hace algunos segundos.
– ¿Quién es ese tipo? –me pregunta Nils cuando voy con él, lejos de mi madre, sin dejar de mirar a Pascal–.
– Un fantasma del pasado.
– Tendrás que darme más información al respecto– me regaña–.
– Es el ex de mi mamá. Hace ocho años la mandó a urgencias. Entonces ella lo envió a prisión.
– ¿Y a ti? ¿Te hizo alg…?
– No–respondo de inmediato– Bueno, no realmente. Sólo una vez. Pero no tan fuerte–.
– OK. Ya sé suficiente… – dice el gigante, descruzando los brazos–.
Los músculos de Nils se tensan y se dispone a intervenir pero yo lo detengo, tomándolo del saco.
– Espera. No ahora. Quizá mamá ahora es lo suficientemente fuerte como para afrontarlo… Necesita esto.
– No me gusta su pinta. No se acercó para hacerle un cumplido.
– Lo sé –contesto con la garganta cerrada–.
De pronto, los ojos de mi madre se cruzan con los míos y descubro una mirada salvaje. Florence está dispuesta a arreglárselas sola. Siento tanto orgullo por ella en este momento que hasta los ojos se me llenan de lágrimas. Es eso y el sentimiento de pánico que se hace grande en mi interior.
– No dejaré que le haga daño, Valentine– murmura el vikingo con la mirada fija en el hombre que nos hizo sufrir tanto–.
Pascal nunca le hizo nada a medias a mi madre. La idolatraba del mismo modo que la golpeaba. Es algo irónico para un hombre que tiene el oficio de vigilar la seguridad en los conciertos de rock por todo el mundo. Yo tenía 13 años cuando todo empezó; 16 cuando tuve que llamar a la policía porque la sangre de mi madre manchó las paredes. Pascal me daba terror pero el odio profundo que yo sentía hacia él me hizo mantener la cabeza fría. Me tocaron algunos golpes pero nada comparado a lo que vivió mi madre, que todavía tiene las cicatrices. Físicas y emocionales.
Verlo aquí, frente a ella, me hace sentir enferma. Muero de ganas de ir a rescatarla pero estoy consciente de que lo tiene que afrontar sola; de que tiene que volver a tomar el poder; hablar más fuerte que él y decirle « no » por todas las veces que no pudo hacerlo.
– Se ve tan débil comparada con él… –digo analizándolos–.
– Ahora entiendo mejor.
– ¿Qué?
– Porqué desconfías tanto de mí…
– Tú no me das miedo, Nils.
No estoy mintiendo. Me doy cuenta en este instante de que me inspira un millón de cosas, excepto miedo. A pesar de su cuerpo de titán, Nils Eriksen se ha ganado mi confianza.
Un poco más lejos, mi madre empieza a temblar frente al motociclista que acaba de poner la mano sobre su cintura. Acaba de sobrepasar los límites y sé que lo peor está por venir. Aprieto los dientes y me acerco lentamente, al igual que el hombre de los ojos de niebla que camina como mi sombra.
– No me toques– lo amenaza mi madre, retrocediendo–.
– Florence, viajé todos estos kilómetros por ti…–insiste Pascal–.
– Los Iron Rocks tocarán en Los Angeles toda la semana. No estás aquí por mí. Aunque sí me seguiste hasta aquí… Como antes.
– Siempre fuiste demasiado astuta para mi gusto– dice el imbécil, sonriendo–.
– Ya me viste y me escuchaste. Ya puedes irte– dice mi madre, enojada– Para no volver nunca más–.
– Regresa a Francia conmigo.
– ¡Estoy casada!
– Te perdono…
– ¡Pascal, tienes que curarte! –dice de pronto mi madre, a punto de perder la paciencia– ¡Estás enfermo si crees que voy a ir a algún lugar contigo! ¡Estuviste a punto de matarme!
Las fosas nasales del hombre vibran. Su rostro cambia de inmediato y entonces recuerdo que éste es justo el momento en el que empiezan los golpes.
– Tú me llevaste a hacerlo aquél día– dice con una voz aterradora– Y estás haciéndolo de nuevo…
Su gran mano, tan imprevisible como sus puños, se dispone a actuar y a golpear el rostro aterrado de mi madre, pero los golpes son interceptados por el antebrazo del vikingo. Si juzgo por el sonido que me revienta los oídos, puedo asegurar que la bofetada tenía una violencia increíble y que estuvo a punto de golpear a la persona que más amo en el mundo.
Me precipito hacia ellos pero mi madre me detiene para dejar que Nils se ocupe del imbécil. En tan solo unos segundos, Pascal es empujado violentamente a una pared, con la nariz sangrando y el rostro destrozado por la mano del salvaje. Mi guardia lo somete con una facilidad increíble, antes de pedirle al responsable de la boutique que llame a las fuerzas del orden. En mis brazos, mi madre tiembla fuertemente y me doy cuenta de que está llorando.
– No volverá a hacerte daño, mamá… –gimo en su cuello–.
– No nos volverá a hacer daño nunca, mi nena.
Cuatro policías llegan después de algunos minutos y nos interrogan, así como a otros testigos. Nils se comporta de una manera enternecedora con mi madre, murmurándole que enfrentó sus miedos y que demostró ser muy valiente. Le ponen esposas a Pascal y lo escoltan hacia la salida. Cuando pasa frente a su ex, mi madre le da una bofetada hiriente mientras dice:
– ¡Nunca más!
Es la primera vez que veo a mi madre ser violenta. Sé que sin duda esta será la última vez. Más que una venganza, ese golpe fue un mensaje claro y sin rodeos que no esperaba ninguna respuesta. Mi corazón se llena de nuevo de orgullo y me voy con este vestido que nadie piensa cobrarme, caminando tan cerca de Nils que nuestra piel se frota un poco.