1. Qué tontería
Valentine
¿Por qué siento como si Nils Eriksen y mi padre se miraran con desconfianza? Hace algunos minutos, Nils me « entregó » con mi papá, después de que me volvieran a secuestrar los dos peores secuestradores del mundo. Hace tan solo algunos segundos yo todavía estaba protestando a gritos acerca de esto: « Soy tu hija y no un objeto. No le pertenezco a nadie. Mucho menos al imperio Cox ». Ahora que el silencio regresó a la inmensa sala de la villa de Santa Monica, los dos hombres no se quitan la mirada de encima. Mi madre mira a ambos, callada y sorprendida, como si estuviera viendo un partido de tenis invisible. La última vez que pasó esto, el único lazo que unía a Darren y a Nils era el de empleador y empleado. ¿Entonces por qué parecen estar debatiendo sin hablar? ¿De dónde viene esta complicidad repentina? ¿Y por qué tengo el extraño presentimiento de que están decidiendo quién me dirá primero algo? ¿O quizá quién no lo dirá?
– ¿Bueno, qué está pasando entre ustedes dos? –pregunto al fin–.
– Iba a decírtelo…–comienza Darren, dudando–.
– Si están enamorados uno del otro, sólo díganlo. No sería la primera vez que mezclas el trabajo con otras cosas– digo a mi padre, irónicamente–.
– Valentine… –contesta suspirando, como si no le hiciera gracia–.
– Hablarme por mi nombre no es buena señal. Siempre empiezan así las noticias que terminan con « tu perro murió » o « papá y mamá se van a divorciar ».
Intento ser graciosa para que el ambiente en este lugar sea más ligero y para calmar mis nervios. El vikingo esboza una sonrisa (al menos mis bromas funcionan con él), luego retrocede con pasos suaves y precisos que le permiten recargar una nalga en el brazo del sofá blanco. Al parecer, se está poniendo cómodo. Esta es otra señal que confirma mi mal presentimiento.
– Me niego a que puedas ser de nuevo víctima de otra agresión… –anuncia mi padre–.
¡Vaya! ¿Acaso su corazón de pronto empezó a latir por alguien más que no es sólo él?
– …o a que otra cosa pueda poner en riesgo el futuro del grupo… –continúa diciendo con el mismo tono–.
¡Ay, lo siento! Estuve a punto de creer que Darren Cox era un ser humano.
– …así es que contraté al señor Eriksen de tiempo completo…
¿Será que de pronto mi padre se está preocupando por la salud de mi vida sexual?
– …para que sea tu guardia asignado.
¡¿QUÉ?!
– Eso nunca. ¡No lo necesito! –protesto de inmediato–.
– No es una propuesta ni una sugerencia, Valentine.
– ¡¿Pones mi vida en manos de alguien y yo no puedo decir nada?! –contesto enojada–.
– Suelo pedirte tu opinión para muchas cosas. Lo sabes bien, pero éste no es el caso. Trabajas conmigo desde hace varios años, deberías saber que…
– No estamos hablando de ti– lo interrumpo súbitamente– ¡Se trata de mi vida! Además no estamos en una reunión de negocios. Esta es la vida real. Mi vida.
– Me habría gustado que me hablaras de esto– se atreve a decir mi madre– También es mi hija.
– Ya tomé la decisión. No discutiré esto– declara fríamente mientras nos mira a las dos–.
– ¡Y yo no dejaré que este neandertal me siga a todos lados para que ataque a cualquier hombre que se me acerque y para que deshaga por completo mi vida privada! –grito sin atreverme a mirar a Nils–.
– Terminarás acostumbrándote. Se acaba la discusión.
Después de levantar los hombros, Darren piensa que el asunto está arreglado y se va del lugar sin decir nada más. Su huida y su cobardía me hacen gruñir de frustración mientras digo al menos una decena de groserías sin nada de recato.
– Ve a descansar, nena–murmura mi madre que al parecer está más agotada que yo–.
Después mi madre viene a darme un beso en la frente y se va de la sala dando pasos silenciosos. De inmediato volteo a ver a Nils que estuvo admirablemente impasible. A pesar de ello, creo poder percibir cierta desaprobación en su mirada tenebrosa. ¿Acaso le incomoda el ambiente general que reina en la casa de los Laine-Cox? ¿O sólo le molesta mi manera (ligeramente ingrata) de llamarlo por otro nombre?
– Lamento haber dicho « neandertal » –me disculpo un poco apenada–.
– Neandertal, cromañón, salvaje… Ya me estoy acostumbrando–me contesta con un tono medio amigable e indiferente–.
No es justo. ¡Los sobrenombres que se dicen durante el sexo no cuentan!
¿Estará pensando lo mismo que yo… ?
– No tengo nada en tu contra– le explico para decir algo en vez de quedarme parada mirándolo–.
– OK– asiente simplemente con su voz ronca y grave–.
– Es solo que detesto los métodos dictatoriales de mi padre– insisto una vez más– No quiero que mi vida se me escape de las manos… Me gusta mucho ser libre.
– Lo sé.
Me exaspera su rostro completamente impasible, su tono neutro, su manera de estar en completa tranquilidad y el hecho de que entienda perfectamente quién soy. Estamos muy lejos de la perfección en cuanto a nuestra nueva situación. Creo que es muy mala idea que esté pasando esto, si consideramos que nos acostamos cada vez que tenemos que dormir más o menos juntos y que no podemos siquiera hacer un trayecto en auto sin que terminemos peleando. En mi cabeza se encienden muchos focos rojos: no quiero que Nils Eriksen sea mi bodyguard, mucho menos que se vuelva un empleado en el grupo Cox, y no quiero siquiera que su simple presencia esté en mi vida.
Quizá sólo como mi compañero sexual, pero no quiero que obtenga los otros dos puestos.
No tengo la obligación de sacar este tipo de conclusiones ni siquiera en mi cabeza. Me conformo con comportarme como princesa cansada y desesperada, sólo para molestar al interesado principal:
– Bueno, lo que quiero ahora es ir a tomar una ducha larga y muy caliente, con la puerta del baño cerrada con llave, antes de elegir mi ropa. Quiero ponerme algo que no parezca ropa deportiva ajustada ni una camiseta tres tallas más grande. Eso es todo lo que pido.
El rubio colosal podría irse (y es justo lo que le acabo de proponer) pero se queda inmóvil, recargado sobre el brazo del sofá, como si esperara a que yo me moviera para seguirme. Parece como si estuviera terriblemente seguro de él, como si dominara la situación, pero también parece ser completamente indiferente con lo que lo rodea. Incluyéndome. Parece como si a Nils Eriksen nada lo impresionara. Es por ello que lo admiro y lo envidio. Nuestras miradas se cruzan silenciosamente, demasiado tiempo, y su gris acero termina poniéndome nerviosa.
– No me digas que tu contrato empieza desde ahora… –digo suspirando–.
– Ayer que vine a buscarte no lo hice sólo para volver a ver tu lindo trasero… –contesta con su voz grave–.
Mientras dice esto, sus iris translúcidos se pierden en mi cadera, como si estuvieran buscando ver mi trasero del otro lado, como si pudieran atravesar mi cuerpo.
OK, quizá si puedan hacerlo…
– ¿Y pensabas decírmelo cuando te encontrara escondido bajo mi cama? –replico–.
– Prefiero estar sobre las camas en vez de abajo de ellas– declara con una sonrisa en los ojos–.
– No siempre tú decides eso– le contesto–.
– No es lo que yo recuerdo en la última noche.
Un punto para él.
Orgulloso de su última respuesta, Nils me mira enfurecer mientras desliza su enorme mano bajo la manga de su camisa blanca (quizá lo hace para rascarse la espalda, o quizá para recordarme donde encajé mis uñas hace no mucho tiempo…). Como siempre tiene una respuesta para todo y no estoy de humor para jugar a esto (¡y mucho menos para perder varias veces…), decido exagerar un poco. Después de todo, se lo buscó.
– No creo que compartir mi cama sea parte de tu nuevo trabajo. Y si mi padre también te paga para eso, entonces para mí no eres un guardia. A menos de que quieras agregar una sección de « gigoló » en tu CV…
– Al contrario de Cox, a mí no me gusta mezclar el trabajo con otras cosas– replica con su tono serio–.
Creo que ese es otro punto para él…
– Menos mal– afirmo sin dejar de mirarlo–.
– Esperaré afuera. Avísame si sales.
Puede seguir soñando que lo haré. A partir de ahora vamos a jugar a otra cosa. El juego se llama « Atrápame si puedes ». Luego de una ducha y de ponerme un pantalón formal, me encuentro al volante de mi Comet rojo, en dirección a la torre Cox. Tengo ganas de ponerme a trabajar lo más rápido posible para pensar en otra cosa y para probarle a mi padre que esto no es suficiente para desestabilizarme. Obviamente, no le dije al vikingo que vendría aquí y salí discretamente de la villa por una puerta secreta.
Me siento orgullosa de mí misma cuando subo al ascensor y hasta saludo con cierta felicidad (casi con júbilo) a Becca, Lewis y a todas las personas que me encuentro en el largo pasillo concurrido que lleva hasta mi oficina. Ni toda la fortuna de Darren Cox, ni los músculos de Nils Eriksen van a impedirme vivir mi vida como yo quiero.
Azoto la puerta con un golpe de cadera enérgico y me sobresalto cuando descubro la silueta viril que obstruye casi toda la ventana de mi oficina. El cuerpo de Apolo me da la espalda. Es una estatua griega perfectamente inmóvil. Su piel clara y pura es como de piedra, pero su presencia, su carisma, la fuerza que emana de su cuerpo está muy viva. Es humana. Sobrehumana. Logro distinguir el final de un tatuaje negro que sale por su camisa color claro, a la altura de la nuca, y ese detalle me mata. No tengo palabras. Su voz rocallosa dice al fin:
– Astuta pero no muy rápida.
– ¿Cómo supis…?
De pronto se voltea, rápida y ágilmente. Yo interrumpo mi pregunta estúpida.
– La próxima vez que quieras escapar de alguien, evita hacerlo en un auto convertible rojo–.
– ¿Porque puede ser que estés cerca en tu hummer caqui que se está deshaciendo? ¡Te vi a tres kilómetros de distancia! –le miento–.
– Podrías ser buena huyendo, pero mentir no es lo tuyo… – murmura con su voz viril–.
– Tengo trabajo– contesto abriéndole la puerta de mi oficina– ¿Quieres que te acompañe a la salida?
– Conozco el camino– dice sonriendo–.
– Bonita tarde –digo regresándole la sonrisa, para ser irónica–.
– Una última cosa– dice cuando está en el marco de la puerta, con los ojos clavados en los míos– Quizá podría hartarme de estarte persiguiendo. Esta fue la última vez. Mi trabajo es cuidar de ti. Eso incluye hacerlo en el ascensor y en los pasillos de esta horrible torre. También en las calles concurridas de Los Angeles. Y, sobre todo, aunque tú no lo quieras, te voy a seguir de cerca, Valentine Laine, así que no pierdas tu tiempo complicando mi trabajo. Te cansarás antes que yo. Y recuerda: esto no es un juego. Me están pagando para esto.
Su mandíbula de iceberg y sus ojos color hielo me ponen la piel de gallina. Detesto las palabras que salen de su boca pálida y sensual. No me gusta nada su tono autoritario y amenazador, pero debo admitir que sabe cómo sonar convincente. Y con la gracia de un felino, el oso polar desaparece antes de que yo encuentre algo inteligente para responderle.
***
Aunque en mi contra, nos acostumbramos poco a poco a nuestra cohabitación forzada en la semana siguiente. En realidad, no tengo otra elección. Como bien lo prometió, el vikingo me sigue a todos lados y a cualquiera de mis destinos: a las citas con mis clientes, al viaje de negocios de dos días en Seattle, a hacer las compras al supermercado, a las cenas profesionales, a las clases deportivas con Aïna… Él siempre está allí.
En el avión, en la oficina o en la banda de la caminadora, siempre tengo la sensación de que alguien me observa desde lejos. Me doy cuenta de que Nils intenta ser lo más discreto posible pero sigue siendo un poco incómodo.
Y embriagante, enloquecedor, seductor, excitante… y muchas otras cosas.
Ayyy…
Además, me quejo de esto seguido (y él finge no escucharme). A veces bromea (y yo finjo que no me hace gracia). Evidentemente, yo me tardo un poco más en adaptarme pero siempre terminamos llegando a un acuerdo. En el hotel, Nils va automáticamente a dormir en la habitación que está junto a la mía, en vez de que compartamos la misma pieza. En mi apartamento, compartimos el mismo baño pero mandamos a traer un segundo refrigerador para evitar que él vacíe el mío. ¡La última vez, apenas habían pasado tres días desde que me entregaron a domicilio mis compras para dos semanas y ya no tenía nada que comer!
A pesar de que se comporta como bestia salvaje, Nil respeta mi entorno. Siempre es sorprendentemente silencioso y ordenado. Ni una sola vez he tenido que decirle que baje la tapa del WC, que cambie el rollo de papel de baño o que tire a la basura la botella de leche vacía. Me cuesta trabajo admitir que el neandertal es un poco más evolucionado de lo que pensaba. Y cocina divinamente bien… Mi horno de microondas no ha tocado ni un solo platillo instantáneo desde que mi compañero de piso llegó aquí. Aunque, por otro lado, mis ensaladeras nunca se habían usado tanto. Para Nils esos recipientes sólo son pequeños tazones donde bebe medio litro de café en la mañana y medio litro de chocolate caliente a las 4 de la tarde.
La primera vez que lo sorprendí sentado a la mesa, en la cocina, un sábado por la tarde, frente a un emparedado de crema de maní, no pude evitar burlarme:
– Pero qué lindo… Nils Eriksen sigue siendo un gran niño.
Me deja hablar y se toma su tiempo para masticar antes de tragar el enorme bocado que dejó un gran hueco en el pan de mesa. Intento no mirar sus labios glotones ni su poderosa mandíbula (que no tiene nada de infantil) y sigo burlándome, sólo para evitar un silencio largo o un momento de sensualidad.
– ¿De pronto sentiste nostalgia? ¿Necesitabas un bocadillo para sentirte mejor? ¿Qué extrañas más, tu casa o tu muñeco de felpa? –pregunto haciendo una mueca de tristeza–.
No sé por qué empiezo a actuar como la típica chica molesta en el patio de la escuela. Sólo quería desestabilizar un poco su calma y su seguridad, pero creo que no lo estoy logrando.
– Es sólo una costumbre (pone el dedo pulgar frente a su boca). Desde siempre (chupa su pulgar). Cuando estoy a solas… –insiste para hacer que me calle–.
Debería irme de aquí. Normalmente no soy de las que invaden los momentos íntimos de las personas, pero nada es normal con Nils. Mientras nos hacemos los indiferentes, Nils me toma el pelo. Sabe perfectamente que me está poniendo nerviosa… y todo esto me vuelve aún más pueril.
– Pobre bebé. Con los horarios que tengo, seguramente no tienes tiempo para comer tu postre después de la escuela… –continúo cínicamente (y horripilantemente)–.
– Como si sólo me quitaras el tiempo para hacer esto… –dice mientras voltea a veme fijamente–.
Un escalofrío me hace temblar. Intento ocultarlo. No entiendo qué es lo que quiere decir. Bueno, sí, lo sé muy bien. Y como me está sonriendo, él sabe que entendí.
– ¿Te refieres a todas las mujeres que no puedes ver porque siempre tienes que estar conmigo?
– « Ver » no es el verbo que yo habría utilizado– dice para provocarme, con los ojos entrecerrados, antes de tocarse con la lengua la comisura del labio–.
– Si el pobre machito frustrado en el que te convertiste quiere volver a ser libre, la puerta está por allá.
– Si vuelves a decir « pobre » o algún diminutivo cuando te dirijas a mí, vamos a tener problemas.
Hago como que ignoro su amenaza, tomo el pequeño cuchillo sin filo que estaba sobre la tapa del frasco de la crema de maní y lo llevo a mi boca. Yo también sé cómo coquetear. Sólo que su mano aparece y me toma de la muñeca antes de que yo tenga si quiera el tiempo de probar la crema de maní. Me arrebata el cuchillo con un movimiento seco mientras murmura con su sonrisa:
– No debes jugar con esto. Podrías lastimarte, mi pobre princesita…
Esa fue la primera y la última vez que compartimos la hora del postre. Fue muy peligroso.
Justo después de eso, fui a abrir la ventana de la cocina para respirar un poco (y calmar mis nervios). Me di cuenta de que ya no rechinaba al abrirla. Esto me tranquilizó y me conformé con agradecerle. Sin que yo se lo pidiera, el vikingo también reparó los botones rebeldes del lavavajillas y la llave de agua que me costaba mucho trabajo abrir. Me habría gustado ver la sesión de plomería. Nils recostado en el piso de mi cocina (pero ese es otro tema).
Plomero, cocinero, chofer… No sabía que ser guardia era un oficio tan polivalente. Espero que al menos mi padre le dé una paga generosa. Porque no, yo no soy un regalo de todos los días. Seguramente a Nils deben molestarme muchas de mis malas costumbres. Hablo sola de vez en cuando (y respondo « nada » con un tono molesto cuando me piden que repita lo que estaba diciendo); casi siempre lo evito pero seguido me sirvo mucha comida y raras veces me termino mi plato; algunas veces tomo prestado su rastrillo supersónico para afeitarme las piernas, pero nunca logro volver a ponerlo en el mismo lugar de donde lo tomé para que no se dé cuenta. Nunca me ha dicho nada al respecto. Y el salvaje sólo sonrió cuando grité aterrada para que me salvara de una enorme cucaracha negra que estaba trepando por mi almohada (y que resultó ser una enorme mosca… muerta).
Nunca voy a admitir esto pero supongo que si logramos acostumbrarnos uno a otro es sobre todo gracias a él. Muy pocas veces había visto que un ser humano tuviera esta capacidad de adaptación. Y mucho menos en un hombre. En resumen, pude haber sido una compañera de piso muy incómoda, pero siento como si estuviera teniendo una verdadera vida de pareja en compañía de un hombre que yo ni siquiera elegí, con todos los compromisos necesarios y las discusiones obligatorias, pero sin las caricias frente a la televisión o el sexo en la mesa del comedor.
Sinceramente, ¡¿eso qué me importa?!
Eso es lo que pasa en el día. En cuanto a la noche, Nils tiene una habitación asignada. Yo elegí que fuera la más alejada de la mía. Para vivir en armonía, acordamos algunas reglas para nuestra vestimenta nocturna. Yo no debo dormir desnuda por si en algún momento tiene que entrar en mi habitación para protegerme de algún peligro (y para que no esté tentado a hacerme salvajemente el amor contra la pared, en vez de ir a detener al ladrón enmascarado). En cuanto a él, tiene prohibido por completo salir de su lugar privado sin ponerse al menos un short y una camiseta (es cuestión de respeto y amabilidad. No tiene nada que ver con las hormonas, ni con golpes de calor ni con tentaciones visuales). Pude verificar, en una de mis noches de insomnio, que infringió la regla número uno mientras bebía una botella de agua, frente a la luz del refrigerador, vestido sólo con un bóxer (y mostraba sus hermosos ocho abdominales). Sin embargo, este hombre colosal tiene la buena idea de no roncar (paso seguido detrás de su puerta para escuchar… Mi madre siempre me enseñó que hay que asegurarse de que los invitados estén durmiendo bien). Y los dos hemos cumplido impecablemente la regla de no volver a acostarnos (a pesar de que los dos amamos estar desnudos y romper las reglas).
Voy a terminar ofendiéndome de que no lo intente… Pero creo que Nils Eriksen es demasiado profesional como para hacerlo.
Una noche, un poco después de las doce, me lo encuentro en plena sesión de abdominales, suspendido de una extraña barra de metal que puso en el marco de la puerta.
– Lo siento –murmura mientras se ejercita– ¿Te desperté?–.
– No, iba a acostarme.
– Este no es el camino hacia tu habitación –dice con una sonrisa antes de dejarse caer–.
– ¿Y tú ibas a salir? –pregunto para cambiar de tema–.
Nils trae puesto sus zapatos deportivos, una short color negro brillante y una sudadera deportiva gruesa con capucha gris que tiene un bolsillo vertical de donde sale un gran sobre blanco. Una vez más puedo ver en ese sobre el nombre de Tilly Gomez escrito en medio. No sé por qué esto me preocupa. Nils guarda bien el sobre cuando se da cuenta de que lo vi y se pone en su actitud de hombre molesto:
– Tengo que ir a correr si quiero dejar de engordar. No sé cómo tu manera de comer y tu pequeña talla se adaptan tan bien pero yo no funciono igual.
– Creo que sólo tengo un buen metabolismo… –contesto simplemente–.
¿Acaso me está reclamando que como mucho? ¿O sólo está celoso de que yo no engordo?
– Puedo enviarlo por ti, si es urgente– propongo señalando con el dedo el sobre que sale de su bolsillo– Tenemos un servicio de correo postal las veinticuatro horas.
– No te preocupes. No es urgente.
He aquí las frases y respuestas cortantes de Nils. Esta es su manera de decirme que ya no tiene ganas de seguir hablando. Cuando quiere, sabe muy bien volver a ser un cromañón de costumbres extrañas. En medio de esta incertidumbre tenebrosa, Nils quita la barra de tracción levantando los brazos (y su sudadera se levanta hasta su vientre, dejándome ver una fina banda de piel clara. Como si yo necesitara esto para excitarme). Luego la lanza con un movimiento bien calculado a su cama y azota la puerta de su habitación, mientras se aleja a paso veloz sin decir ni una palabra más. Sale de mi apartamento con las manos metidas en sus bolsillos, para ir a enviar el famoso pequeño paquete a la misteriosa Tilly Gomez.
¡¿Será una ex novia?!
O peor aún, ¿serán novios?
Las dos hipótesis llegan a mi mente antes de que una tercera se imponga en mí: esto es algo que no me incumbe en absoluto.
Aun así, ¿quién más tiene el privilegio de mirar bajo su sudadera deportiva además de mí?
***
Este viernes pudo haber terminado con un buen filme, una pizza extra cheesy y una cama suave y cómoda, pero no contaba con mis responsabilidades profesionales. Claro, me apasiona hacer reverencias y sonreír hasta que se me disloque la mandíbula para cortejar a los grandes monederos. Mientras me pongo otra capa de máscara en los ojos, recuerdo los nombres de los tres bebés tontos que Darren me encargó vigilar esta noche.
John Gardner. Jack Gardner. Jim Gardner. Tres grandes clientes potenciales, tres millonarios, tres generaciones de hombres de negocios y una sola cena para seducirlos. Echo un vistazo a mi reloj y me doy cuenta de que ya es tiempo de que me vaya.
– ¿No olvidas algo? –dice mi guardia que ya está listo, en la entrada, inspeccionando mi vestido de diseñador–.
Jala las mangas de su camisa, debajo de su saco. Sus bíceps se contraen para deleitar a mis ojos que se quedan mirándolo un instante muy largo. Es diabólicamente apuesto. Todo mi cuerpo se estremece.
– ¿Como qué? –pregunto, cuando regreso a tierra–.
– ¿Un saco? ¿Algo para cubrirte?
– ¿Para qué? –digo levantando mis hombros desnudos–.
– Estamos en febrero…
– Vivimos en California, Nils, no en medio de tu Noruega…
– ¿Vivimos? –repite sonriendo–.
– Bueno, sí, ¡Esto es temporal! ¡Muy temporal! Pronto podrás volver a tu tierra fría, ¡te lo aseguro! –gruño (sin pensar ni una de mis palabras) mientras voy hacia la salida–.
Y el vikingo se ríe en voz baja, observándome. Me volteo e intercepto su mirada. Se ve… encantador.
Sexy…
En vez de quedarme pensando en cómo mi corazón se acelera, saludo a Ted, el chofer del auto que envió mi padre, y me subo en la parte trasera. El vikingo llega conmigo y se instala cómodamente. En el trayecto, me fuerzo en mirar el camino, en no oler su viril y discreto perfume, en no mirarlo de reojo. Es raro ver a Nils Eriksen vestido tan elegante. Se ve muy bien hoy. Su piel tan clara contrasta con el negro obscuro de la tela. El corte recto y ajustado del traje resalta cada uno de sus músculos. El pantalón alarga sus piernas y me imagino que moldea sus nalgas redondas y firmes. Se ve guapísimo. Y es así como estoy divagando, en secreto, mientras veo pasar el asfalto frente a mis ojos. Una vez más, me maldigo por ser tan débil.
***
– ¿Entonces todavía no se ha casado, señorita Valentine? –me interroga John Gardner después de que nos presentamos en el restaurante (mientras siento la mirada de Nils sobre mí a algunos metros de distancia) –.
El hombre de sesenta años parece estar muy interesado en lo que no le incumbe y parece muy preocupado por el celibato de su nieto, Jim. Al igual que su padre:
– A Jimmy le está costando trabajo encontrar a la mujer indicada– agrega Jack mientras vacía su copa de whisky escocés– Quizá deberíamos dejarlos cenar juntos…
Inhalo y exhalo y me retengo para no contestar alguna tontería. Aunque este tipo de entremetimientos en mi vida privada me provoca ganas de matarlos, no podría hacerlo ya que sería un mal acto para los negocios. Además, evidentemente, Jim Gardner está más interesado en mirar al barman de camisa ajustada que a mí. « Jimmy » es 100 % gay y también amable y encantador. Todo lo contrario a su papá y a su abuelo que buscan casarlo, cueste lo que cueste, con el mejor partido para él, que soy yo.
Ser la hija de Darren Cox es una maldición interminable…
Los dos guapos viejos están bebiendo su tercer coctel cuando dejamos el bar lounge mientras nos escoltan hasta nuestra mesa. Las bromas atrevidas siguen sonando desde hace un buen rato y estoy a punto de inventar que tengo una indigestión severa para escapar. Lo único que me convence para que me quede es la actitud consternada de Jim. Si yo tengo que soportar a un Darren, él tiene que soportar a dos.
Y eso que todavía no he visto el resto del clan Gardner…
– ¿Entonces, jóvenes? ¿Van a conocerse mejor esta noche? –insiste el abuelo mientras come almejas–.
– ¿Bíblicamente, es a lo que te refieres? –bromea el hijo–.
– ¡Sí! Aunque no hay nada de piadoso en lo que yo imagino… –bromea el más viejo–.
– Ya basta–implora el nieto– Están incomodando a la señorita Cox–.
¿Yo? ¿Incómoda? ¡Para nada!
Sólo tengo ganas de encajar mi cabeza en esa pared…
Generalmente suelo ser más valiente. Suelo soportar muchas cosas sin protestar pero esta noche me siento cansada, harta de sonreír y de estar fingiendo. Los dos cerdos no dejan de hacer bromas respecto de mi futura descendencia (que Jim me haría por obligación, en la obscuridad y sin ruido, mientras piensa en su último amante), yo miro mi plato casi envidiando ser este ostión.
– ¿Quieres un trago, Valentine? –pregunta Jack–.
– No, gracias.
No sé por qué, pero de pronto volteo hacia Nils. Su fuerza me tranquiliza, a pesar de la distancia. El vikingo me mira a los ojos y de inmediato da un paso hacia mí. Le hago una señal para decirle que no vale la pena, le sonrío tímidamente y me concentro de nuevo en mis clientes. Intento volver a sacar el tema de negocios pero no tengo éxito.
– ¡Vamos! –insiste Jack, poniendo su enorme mano en mi hombro desnudo–. ¡Si Jim pasa la prueba, yo seré el patrocinador!
Todo en él me da asco: su mirada libidinosa, su voz lúbrica, su aliento que apesta a alcohol. De pronto me sobresalto y una tonelada de insultos llegan a mi mente, pero Nils reaccionan antes de que yo pueda abrir la boca. No sé cómo le hace para llegar tan rápido pero el vikingo viene velozmente para rescatarme. Un extraño calor se expande dentro de mí cuando su voz cálida y viril suena…
– No la toque– declara mirando la mano de Jack–.
No necesita levantar la voz, hacer un escándalo o sacar su gran calibre. Su cuerpo es tan imponente, comparado a nosotros que estamos sentados, que parece un gigante. Un gigante que lanza llamas por los ojos hacia el hombre de negocios pervertido.
– No me fuerce a que se lo repita… –lo amenaza Nils, más impresionante aún–.
Jack Gardner, completamente impresionado, al fin quita su asquerosa palma de mi hombro. Se queda mirando a mi guardia, un poco asustado, mientras Jim se disculpa por él.
– Valentine, lo lamento– me murmura mientras se levanta– Nuestro convenio con el grupo Cox sigue en pie y le prometo que nunca más tendrá que hacer negocios con estos dos…
– ¿Estos dos qué? –le grita John molesto (sin atreverse a mirar de frente a Nils) –.
Jack perdió la lengua pero al parecer no sucede lo mismo con su ancestro que está a punto de arremeter contra la sangre de su sangre.
– ¡Buenas noches, señores! ¡Fue un placer! –digo irónicamente mientras tomo mi bolso–.
El mesero se acerca justo en ese momento. Le indico con señas que quiero ordenar, frente a los ojos de los tres millonarios:
– ¡Dos vasos grandes de agua helada para estos dos! –digo refiriéndome al padre y al abuelo–.¡Y una medalla para el tercero!–.
A Jimmy se le escapa una risita, yo tomo a Nils de la manga y lo fuerzo a seguirme hacia la salida.
– Sé caminar solo, princesa…
– Tenías los puños cerrados. Tuve miedo de que les rompieras la cara.
– Créeme, siempre pienso antes de hacerlo –murmura acelerando el paso– Además sus dientes me recuerdan aún…
Me abre la puerta del restaurante. Salgo y respiro el aire fresco, sin el hedor de lociones intensas y pasadas de moda. Le sonrío al coloso. Me pone su saco sobre los hombros desnudos y caminamos hasta el auto que está estacionado en la esquina de la calle.
Es verdad que ser seguida por un armario de hielo requiere tiempo para adaptarse, pero también debo admitir que esto tiene sus ventajas. Como alejar a las personas indeseables, por ejemplo.
Y cuando Nils lo hace, casi podría creer que no está actuando, que estaría dispuesto a matar a todos los que se me acerquen de más, como si se tratara de un asunto personal, como si… me quisiera en verdad.
¿Nils Eriksen? ¿Posesivo? ¿Celoso?
Qué tontería
Pero en alguna parte, muy en el fondo de mi mente de niña, se enciende una luz. Es como si esta idea loca, esta fantasía surrealista me gustara, como si a pesar de todas las señales de alarma que me dicen que no es para mí (demasiado rubio, grande, bestia, violento e indiferente de todo lo que conozco y espero), este salvaje fuera el único hombre que yo deseara realmente.
¡Qué tontería!