CAPÍTULO VI

 

Cerca del mediodía del jueves, a Marcela le anunciaron que alguien iba a su lugar de trabajo. Le pareció extraño esto; porque, normalmente, a las visitas las hacían esperar en la recepción, hasta que el visitado fuese a buscarlas. Posiblemente sería un empleado de alguna sucursal, los que no debían aguardar como los extraños. Un minuto después, sin que apareciese el anunciado, sonó otra vez el teléfono. Era nuevamente la recepcionista, para comunicarle:

-No te expliqué, porque estaba él delante; pero es un policía.

-¿Y qué quiere?

-No me lo dijo. Ya sabes cómo son ellos. Muestran su placa y pasan como Pedro por su casa.

Marcela, de inmediato, preparó un mail dirigido a Emilio. No era para pedirle ayuda, ya que ignoraba qué pretendía el policía. Y si se trataba de detenerla, aunque ella no supiera la razón, los de Personal avisarían al abogado de la empresa. Pero le pareció que debía ponerle en antecedentes a Emilio, si es que el detective se la llevaba. Preparó un mail, diciendo que un agente la conducía a la comisaría, y no lo envió aún, aguardando acontecimientos. Faltaba, únicamente, apretar la tecla indicada.

Un hombre joven, con traje y corbata, le consultó a un empleado del departamento, quien señaló hacia Marcela. El policía se dirigió a su escritorio. Se detuvo ante la mujer, y preguntó:

-¿Es usted Marcela Segura?

-Sí. ¿Qué desea?

El hombre metió mano al bolsillo y sacó su placa.

-Soy agente de policía. Quiero que me acompañe a la comisaría.

-¿Así de fácil? ¿Tiene alguna orden?

-No, no tengo ninguna orden. No la llevo detenida. Es que su esposo…

-¿Mi esposo? Yo no tengo esposo, señor mío.

Simón Garrido, jefe del departamento, se acercó, quedándose a unos pasos. La recepcionista le había avisado también a él. Seguramente, para entonces, ya lo sabrían en Personal. El policía, al ver al hombre que se colocaba junto a ellos, le explicó:

-El ex esposo de la señora ha muerto. Más bien… lo han asesinado.

-¿A Julián? – exclamó Marcela.

Al levantar la voz, también lo hizo con su cuerpo. Y, al dejar la silla, pulsó la tecla “intro” de su computadora, con lo que el mail salió rumbo al despacho de Emilio Zaldibar. Ella lo notó, pero ya nada podía hacer. Miró fijamente al  policía, y preguntó:

-¿Quién lo ha matado?

-No lo sabemos. El detective a cargo quisiera hacerle unas preguntas.

-¿Y por qué no viene él aquí?- preguntó Simón Garrido, el jefe del departamento de Contabilidad.

-Porque debería traer fotos, documentos y expedientes.

-¿Cómo han sabido que estuve casada con él?

-Investigamos en los juzgados. Tenemos constancias de matrimonio y de divorcio.

-Muy eficientes – opinó Simón.

-Será cosa de una hora – aseguró el policía-. Yo mismo la traigo de vuelta.

-¿Quieres ir?- le preguntó el jefe-. Si no, esperamos a que venga el abogado.

-No es necesario, señor; ella no es una acusada.

-Pero ustedes son tan impredecibles, que seguro que le encuentran cargos por el camino.

-Voy, Simón. Yo no tengo nada que temer.

-Bueno, como tú quieras. Aviso a Personal. 

-Déjeme apagar mi computadora, y le acompaño.

Marcela se sentó. El policía y Simón se dirigieron a la puerta del departamento de Contabilidad. La mujer, apresuradamente, escribió un nuevo mail, conciso pero bien concreto: “Mi ex esposo asesinado”. Se lo envió a Zaldibar, y apagó su computadora. Sacó el bolso de un cajón, y descolgó su suéter. A saber lo que tardaría en la comisaría.

*      *      *      *      *      *      *      *      *      *       *      *      *      *      *      *      *      *      *   

Cutberto no tuvo el valor de ir con Amanda, y mostrarle las fotografías. Por ello, usó el socorrido método del anonimato. Las puso en un sobre, que dejó en el escritorio de ella. No le sirvió de mucho su sagacidad, porque la mujer supo, de inmediato, quién era el fotógrafo. Montó en furia, pero en dos fases. La primera, una vez que se disipó el asombro, fue destinada al disoluto Julián. Rompió algunas fotos, al no poder hacerlo con la testa del casanova. Y luego, cuando meditó que las pruebas no llegaron a su escritorio por arte de magia, fue en busca de Cutberto. Éste la esperaba, aunque no rodeada de azufre, con expresión infernal. Tuvo la suerte, el espía, de que estaban en la oficina, y, por ello, la mujer se contuvo. Sólo le insultó con unos veinte epítetos distintos, que, al repetirlos una docena de veces, resultaron… muchos, en verdad.

El espía soportó el chaparrón, sin decir nada. No iba a negar que él fuera el fotógrafo. Y si no lo hizo personalmente, contrató a alguien. Eso lo sabían ambos, de forma que sería inútil alegar inocencia.

Amanda; cuando se cansó de llamarlo poco hombre, lo que de verdad escoció a Cutberto; le dijo que jamás le volviera a dirigir la palabra; que no la saludase; que enviase a alguien, si debía tratar con ella algo relacionado con el trabajo; y que le hiciera el favor de morirse. Cuando ella dio media vuelta, Cutberto reparó en que estaba llorando. Eso sí le dolió en el alma.

-Soy un hijo puta – reconoció-. No debía haber hecho eso. Si ella quiere a un fulano que la comparta, es su asunto. Es que yo estoy enamorado como un imbécil.

Tras reconocer que era un estúpido, tanto por lo que hizo como por estar enamorado, se prometió no acercarse a ella nunca más.

-Al final, la he perdido – pensó-. A saber si vaya a dejar a ese cabrón. Es que ellas son impredecibles. Seguro que, al averiguar que le pone los cuernos, lo querrá mucho más. ¡Vete a…!

No supo a qué lugar mandar a Amanda. Pero él no ignoraba a dónde iría aquella tarde. Se perdería en El Tornillo, el barrio de putas. Se acostaría con una, y luego, una vez que la libido se aplacase, se compraría una botella de licor, y se emborracharía en su casa, contándoles sus cuitas a los canarios.

-¡Soy un imbécil!

No lo descubrió, porque ya lo sabía. Simplemente lo reafirmaba.

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Marcela estaba en la comisaría, ante una gran mesa, que compartía con Fuentes y Solano. Los dos sabuesos le preguntaban los detalles de su matrimonio con Julián Valmaseda. Ya les había contado casi todo, y no sabía qué más decir.

-Así pues, usted contrató los servicios de un detective, para enterarse si su esposo la engañaba – insistió Solano.

-Es la tercera vez que le digo que sí. ¿Quiere que, a la cuarta, le diga que no, o le repito el sí? – Marcela se notaba molesta de tanto responder lo mismo.

-Bien, bien. ¿Y con quién la engañaba? ¿Tiene el informe del detective?

-El detective era Jiménez – aseveró Fuentes-. Eso nos ha dicho.

-Como seis veces. ¿Quiere que le diga, ahora, que era Fernández?

Los dos detectives se miraron. Ellos ya sabían que molestaban sus reiterativas preguntas, pero era la forma de ver si los testigos, o “presuntos”, caían en contradicciones. Ella pudo matar a Julián, aunque se hubiera tardado algún tiempo en decidirlo. Claro que otras también tendrían motivos para eliminarlo.

-No, no tengo el informe. Lo tiré a la basura hace algún tiempo. No recuerdo cuándo, y no lo sabré aunque me lo pregunten cien veces. No sé si ese día llovía o hacia sol, o lo tiré por la mañana o la tarde. Lo rompí, y arrojé los trozos al cubo de la basura. ¿Lo digo otra vez, o espero cinco minutos?

Solano y Fuentes se miraron, y acordaron, sin palabras, abandonar el método de la insistencia, y ver si obtenían datos más concretos, sin tanta presión inútil.

-¿Recuerda lo que decía el informe? – preguntó Solano.

-No ponía mucho, solamente cómo se llamaba ella, y que trabajaba en unos grandes almacenes. Los almacenes no son muy conocidos; pero están en la Plaza Constitución. Y como no hay otros, no me parece que ustedes se vayan a perder.

-Si claro –aceptó Fuentes-. ¿Conoce usted a esta mujer?

Le pusieron delante una fotografía de una mujer hermosa, morena de cabello, blanca de piel, con enormes ojos oscuros. Marcela la miró detenidamente.

-No, no la conozco, y ella no es la de los grandes almacenes.

-Se llama Rosana Garrido, y estuvo casada con Julián Valmaseda.

-¿Antes o después de conmigo?

-Después. Se casaron en el 2007, meses después de divorciarse de usted. ¿Y a ésta?

La que aparecía en la foto era Mariana, la última esposa conocida de Julián. La foto no era una de las cuatro que dejó el asesino, sino aportada por el departamento de Vehículos. Marcela negó con la cabeza.

-No, no fue ella. Le digo que trabaja en los almacenes de esa plaza. O trabajaba, cuando a mí me engañó con ella.

-Ella también estuvo casada con Julián. Se llama Mariana Hidalgo. En el 2009, y duraron seis meses. Usted fue la primera en pasar por el juzgado.

Marcela movía la cabeza de arriba a abajo, con expresión de sorpresa.  

-¿Puede ser una de éstas?

Solano puso, ante Marcela, a las otras tres mujeres. Ella, nuevamente, negó con la cabeza.

-¿También esposas? – preguntó.

-No. Esposas usted y las dos que le dije. ¿Conoce a alguna?

-No, no, a ellas no. De aquélla no recuerdo su nombre, pero sí su rostro. La estuve mirando por bastante tiempo.

-Así que… todavía hay más – le dijo Fuentes a Solano-. ¡Vaya ficha!

-Era un mujeriego – aceptó su esposa.

-¿Nos puede describir cómo era la mujer? – preguntó Solano.

-O nos acompaña a los almacenes que dice – propuso Fuentes.

-Pues vamos – aceptó ella.- Así terminamos de una vez. Me parece que trabajaba en perfumería. Si la veo, seguro que la reconozco.

-¿Nos espera fuera, por favor? – Pidió Solano-. Ahora mismo vamos

-Si ya no trabaja allí, que te muestren los expedientes de quiénes estaban, en esa fecha - le dijo Fuentes a Solano-. Yo me quedo, porque hay que interrogar a “la otra esposa”.

-¿La última o la de en medio? – preguntó Solano.

-La de en medio. Según lo que nos ha dicho Marcela, no la dejó por irse con Rosana, sino con la de los almacenes.

–Y a saber si no hubo otras entre Marcela y Rosana. No se casó con ellas, pero seguro que anduvo con varias.

-Y ningún hijo. Dijo el doctor que era estéril.

-Impotente no, eso es seguro. En parte, fue una suerte la esterilidad. ¿Imaginas la de hijos que tendría regados por esta ciudad?

Solano se dirigió a la puerta. Fuentes, antes de que saliera, dijo:

-Con tanta mujer, va a ser imposible descubrir quién lo ha matado.

-Todas ellas tienen un móvil: el engaño. ¿Y los esposos, novios o…?

-Toda la ciudad.

*      *      *      *      *      *      *      *      *      *       *      *      *      *      *      *      *      *      *   

Marcela y Solano no tardaron en dar con la mujer que buscaban. No estaba en la perfumería, pero sí en la planta baja. Marcela la reconoció de inmediato. Habían pasado unos dos años, o dos años y medio, pero la mujer se conservaba casi igual que cuando la vio, repetidas veces, en las fotografías. El peinado era otro, y se maquillaba con mayor colorido, pero la engañada no tuvo dudas.

Solano se presentó con el jefe de piso, y le explicó que no se trataba de nada que les asustase, sino de recolectar unos datos sobre un fulano a quien buscaban. No le dijeron que estaba muerto, aunque eso lo leería, al día siguiente, en los diarios. Y, una vez con el permiso del jefe, pasaron a una salita, mientras que enviaban aviso a la joven, de quien les dijeron que se llamaba Sofía. 

La empleada entró en la sala, un tanto espantada, aunque el jefe le aseguró que ella no tenía nada que temer. Se sentó, y esperó a que le comunicasen qué pretendían de ella. Supuso que Marcela también era policía, y la miró con mucho respeto.

-Mire – comenzó Solano, con tiento-, no sé si se ha enterado que ha muerto Julián Valmaseda.

La mujer le miró sin entender. Se dirigió a Marcela:

-¿Y quién es Julián Valmaseda?

-Usted anduvo con él, hace algún tiempo- le dijo Marcela.

-Éste es Valmaseda – dijo Solano, mostrando una foto.

-¡Ah! – La mujer lo reconoció de inmediato-. ¿Y se ha muerto? ¿De qué?

El policía sonrió. Al parecer, a ella le parecía muy buena noticia. Marcela, en cambio, consideró que no debía tomarse con alegría la muerte de nadie, aunque se tratase del disoluto Julián.

-De fuerza mayor – explicó el policía-. Lo han asesinado.

-¡Dios mío! – Ahora, la mujer se asustó; pero, posiblemente, pensando en que la podrían acusar del homicidio. Y lo demostró, con nerviosismo-. Oigan, yo hace mucho que no sé nada de él. Y únicamente salimos un par de veces.

La mujer, por fin, entendía la gravedad de la situación. Miró a Marcela, con una súplica en los ojos. Necesitaba que le creyesen. Ella no lo había matado.

-No hemos mencionado que usted lo haya matado – dijo Solano-. Queremos saber algunos datos de su relación con él.

-Fue muy corta. Yo no sabía que estaba casado. Eso para comenzar. Y luego me entero que andaba detrás con una de mis amigas. Eso fue para terminar.

-¿Andaba con una amiga? – Preguntó Solano, como si no hubiese oído-. ¿Nos proporcionará los datos de su amiga?

-Sí, no hay problema.

-¿Anduvo con ella, o detrás de ella? – preguntó Marcela, con la seguridad de que Armando no entendía la diferencia.

-Detrás de ella. Pero mi amiga, Sole, no le hizo caso. Y me dijo lo que sucedía. Entonces, lo mandé a volar.

Solano y Marcela se observaron, sin decir palabra. El policía pidió permiso, con la mirada, para declarar la identidad de Marcela. Ésta se lo permitió, al encogerse de hombros, y hacer la mueca labial de la indiferencia.

-Julián estaba casado con esta señora – declaró el policía.

-¡Lo siento! Yo le aseguro que no lo sabía.

Sofía intentó ponerse en pie, pero Marcela, con una mano en un brazo, le indicó que no era necesaria más disculpa.

-Yo supe que andaba con usted -dijo-, porque contraté a un detective. Venía  a esperarla por las noches, cuando usted terminaba su trabajo. Y, cuando me lo dijo, le mandé también a volar.

-¿No sabe si andaba con alguien más? No tras de alguien – especificó Solano, para que las dos mujeres certificasen que había entendido la diferencia.

-Andaba con muchas, a la vez. Cuando mis compañeras supieron que le había cortado, me relataron su vida y obra. Quería con todas. Algunos amigos le vieron en bares, y siempre de caza. Era insaciable.

-Sería en la calle, porque en casa… siempre estaba cansado –dijo Marcela.

-¿Conoce usted a alguna de ellas?

Solano puso varias fotografías sobre la mesa. Sofía fue viendo detenidamente cada una de ellas. Negó, con la cabeza, a cada retrato.

-No, no las conozco. En mi empleo se ven muchas caras, y solamente nos quedamos con las de las clientas habituales. Es difícil recordar, después de un tiempo.

-Bueno, pues eso es todo. Solamente necesito sus datos, por si debemos llamarla otra vez. Si hay algún detalle que le venga a la mente, le ruego que me hable.

El detective dejó una tarjeta sobre la mesa. Sofía la miró, pero no la cogió. Lo haría cuando ellos se fuesen.

-No les diré nada nuevo – adelantó-. Es que no hay más.

-Es posible, pero anotaré sus datos, por si debemos llamarla.

-¿Cómo se conocieron?- preguntó Marcela.

-Aquí, en mi trabajo. Me hizo plática, y me invitó a un café.

-Julián era simpático – convino la ex esposa-. Al menos, hasta que se le conocía bien.

-Eso es cierto. Al de poco, perdía el interés, porque había encontrado algo… nuevo. Siento mucho que a usted la engañase conmigo.

-No importa. Hubiese sido con otra. 

Cuando Marcela abandonó la oficina, sintió un gran alivio. Le faltaba el aire, por lo que recibió con agrado el contaminado de la calle. Había sido un momento tenso, aunque menos de lo que auguró.

*      *      *      *      *      *      *      *      *      *       *      *      *      *      *      *      *      *      *   

Isaac se quedó impresionado al entrar Rosana a la sala de interrogatorios. Los hermosos y enormes ojos oscuros de la mujer se clavaron en el policía, y éste juró que ella no era la asesina, porque hubiese matado a Julián con una simple mirada.

-Siéntese – le propuso Fuentes, visiblemente nervioso.

-¿Cómo sucedió? – preguntó la mujer, apenas se acomodó.

Sabía de qué se trataba, ya que se lo dijo el detective que fue a buscarla. También que la localizaron porque se había casado y divorciado del occiso.

-Le dieron tres balazos.

-¿Dónde?

-Uno en pleno pecho, otro en el estómago y el tercero casi en la garganta.

-Me refería al lugar en el que lo mataron.

-En las afueras, cerca de un motel – miró sus apuntes-. El motel…  Rosario. ¿Lo conoce?

-No sé. He ido a moteles, como todo el mundo, pero no recuerdo todos los nombres.

-Si son muchos…- Isaac se sonrojó, al darse cuenta de que había metido la pata-. Pues sí, en un lote baldío, cerca de ese motel. Pero no estuvo en él. Los empleados no lo vieron esa noche. Imagino que lo asesinaron antes.

Fuentes, con sus nervios, le estaba comunicando, a una testigo, y posiblemente sospechosa, de las pesquisas del departamento. Se dio cuenta del error, cuando apenas lo había soltado.

-¿Y cree usted que fue él solo? Conociendo a Julián, alguna lo acompañaba.

-Eso… Bueno, pues quizá.

Ya lo habían deducido ellos, y sonaba lógico que fuese con una mujer. ¿Solo a un motel? Y, ya metidos en plenas conjeturas, supusieron que ella lo asesinó.

-Usted estuvo casada con él no mucho tiempo-. Tenía delante el certificado de boda y el de divorcio, obtenidos del juzgado civil.

-Tres meses y cinco días. Más los dos meses que duró el divorcio.

-Y eso sucedió hace… aproximadamente dos años.

-Exactamente. ¿Me ha traído para que confirme los datos del juzgado? ¿No confían en ellos?

Fuentes carraspeó. Marcela ya se había burlado de ellos, y ahora era el turno de Rosana. En verdad que el detective lo hacía muy mal. Debió haberle dejado el interrogatorio a Solano, quien tenía más experiencia; pero se hubiese privado de la presencia de aquella belleza.

-No, no vino para eso. Hay información que el juzgado no puede proporcionarnos. Solamente estaba corroborando que estén bien los datos.

-De acuerdo. ¿Qué quiere que yo le diga?

-¿En qué trabaja? Tengo aquí… que es funcionaria del estado.

-Es correcto. Trabajo en el departamento de Salud.

-¿Por qué acabó el matrimonio? Bueno, más bien… ¿con quién la engañó?

-Veo que lo conocen bien. Me olía que andaba con alguien, y contraté un detective.

-¿Un tal Jiménez? – Isaac sonrió.

-¿Por qué me pregunta, si ya lo sabe?

Isaac cesó de sonreír. Volvió a reprocharse que lo hacía muy mal. Debió haber dejado que ella le dijese el nombre del detective, porque podía haber mentido.

-Para certificar. Le voy a mostrar unas fotos. A ver si alguna de estas mujeres le resulta conocida.

Fuentes puso ante Rosana las fotos de las cuatro mujeres incógnitas. Rosana, de inmediato, reconoció a una de ellas. Se trataba de la que no coincidía en el tiempo, y que procedía de una investigación anterior. Dos años de diferencia.

-Ella es. Se llama Sonia.

Isaac se quedó pensativo. Tenían el sobre con la “S”, y aquella mujer se llamaba Sonia. Pero eso no tenía mucho sentido, ya que la letra indicaba el cliente, y éste fue Rosana. A no ser que ella le hubiese dicho que se llamaba “S”.

-¿Usted le dio a Jiménez, cuando le pidió investigar, su nombre? Me refiero a los datos de usted.

-No. Le di los de Julián. Y el detective me proporcionó los de Sonia. Yo jamás le dije cómo me llamaba.

-¿Habló por teléfono con él, en alguna ocasión?

-Un par de veces. Yo le llamé, y él luego a mí.

-¿La llamaba de alguna forma, o simplemente “señora”?

-Me llamaba Samantha, porque ese nombre le di.

-¡Ya, claro! Coincide.

La mujer miró, con perplejidad, al investigador. No entendía qué coincidía, si ella se llamaba Rosana. Fuentes captó la intención de la mirada, por lo que se explicó:

-Había un sobre con la inicial “S”. Suponemos que sacó esta foto de ese sobre.

-Tal vez. Me juró que no se quedaba con nada.

-Tenía fama de eso, pero era mentira. Lo que me extraña es que… ¿por qué tenía únicamente su sobre, si llevó varios casos? Por ejemplo, el de la anterior esposa. ¿Conoce usted a alguna de ellas dos?

Fuentes puso, ante la mujer, las fotografías de Mariana y Marcela, explicando:

-Ellas dos también han sido esposas de Julián Valmaseda.

-No, no conozco a ninguna de ellas. Me engañó con Sonia. Y Jiménez me dio sólo fotos de ella, estando con él.

-¿Sabe dónde localizar a Sonia? Nosotros la estamos buscando, por el registro de fotos del Departamento de Automóviles, pero aún no tenemos nada.

-Por supuesto. Ella trabaja como ayudante de un dentista, el doctor Pérez Rubio. Tiene su consultorio de la calle Evaristo Méndez Borak. Se llama Sonia Velázquez. 

-La recuerda muy bien.

-Leí el expediente del detective unas cien veces o más. Y luego fui al consultorio, para conocerla.

-¿Tuvo con ella… una discusión?

-No. Quería entender la razón de que este estúpido me engañase.

-¿Y la encontró? Me refiero a que si era lógico. Siendo usted una mujer hermosa…

-Me pareció que la única razón es que él perdió la razón.

Isaac rió con ruido. Por fin podía ser simpático a los ojos de la hermosa mujer. Ella le clavó los ojos, al preguntar:

-¿En qué más puedo servirle?

-Pues yo… Estamos recabando datos. Tal vez más tarde la contactemos, para preguntarle algo más concreto. Según avancen las investigaciones, tendremos incógnitas que resolver.

-Entonces, ¿sería todo por hoy?

-Sí. Ahora buscaremos a Sonia Velázquez, y cotejaremos lo que usted ha dicho con lo que nos diga ella.

-Por si no he dicho la verdad.

-No, no creo que nos mienta en algo como esto. Como ha visto, tenemos fotos de algunas mujeres, y esperábamos que usted conociese a alguna.

-¿Y las otras?

-Estamos buscándolas. No es fácil, con simplemente una fotografía.

Rosana se puso en pie. Volvió a mirar al interior de los ojos de Fuentes, y dijo:

-Ya sabe dónde encontrarme. O…, si prefiere algo menos formal, podemos vernos en otro sitio.

-¿Un bar? Quizá para… afinar algunos detalles.

Fuentes era soltero, y no ligaba lo que se supone que hacen los que no dan cuentas en casa. Él estaba casado con su profesión, y salía poco. Los domingos comía en casa de su hermana, y los sábados iba al cine, a ver películas de misterio.

  -Mucho mejor ambiente que el de una comisaría – concordó la mujer-. Espero su llamada.

-¿Estará bien el viernes?

-Sí, perfecto. El viernes es mañana, ¿no?

-No me había percatado-. El detective se sonrojó completamente.

Rosana salió de la sala, y Fuentes dejó escapar un hondo suspiro. Por fin podía permitir que fluyese la baba retenida. El viernes…

-¡Joder con el tal Julián! Y eso que era un tipo feo.

*      *      *      *      *      *      *      *      *      *       *      *      *      *      *      *      *      *      *   

Emilio había pasado toda la mañana con un cliente. Incluso fue a comer con él, por lo que apareció, por la oficina, a las cinco. Debía repasar unos datos sobre las ventas y costos, y firmar un par de cheques. También le dejaron el contrato de una venta importante, para que le echase un ojo y diese su visto bueno.

Cuando se sentó en su escritorio, percibió que tenía mails pendientes de leer. Le asombró que dos fuesen de Marcela. Ninguno ponía nada en el tema, por lo que no adelantaban el contenido.

-Mañana es viernes – le dijo su mente.

Probablemente se debiera a eso. Salieron el viernes anterior, y ella dejó abierta la posibilidad de verse en la semana; pero ésta casi se esfumaba, sin una cita. Es que habían sucedido acontecimientos que a él lo tuvieron muy entretenido. Lunes y martes fueron días en los que pensó en cómo volver a verla; pero no se atrevió a proponerlo. El miércoles sucedió lo de Jiménez, y luego conoció a Rosana, y lo que ella proporcionó; que aún no había digerido. Había pensado que fuese ese día, el miércoles el indicado para hablar con Marcela. Dejó pasar el fin de semana, más dos días, tiempo prudencial para la reflexión. Tras ese lapso, podían salir a tomar una copa y planear algo para el viernes o sábado; pero Jiménez echó por la borda sus planes. Y ahora… Rosana le había prometido caerle encima, como maldición bíblica, para poner en práctica algo que había leído en Internet. No fijó fecha, pero dejó entrever que consideraba el fin de semana.

-Quizá termine entendiendo a Belinda – dijo, asombrándose de sus palabras-. Yo soy muy soso en la cama. Seguramente sus amantes son mucho más ingeniosos. Debo cambiar eso.

Abrió el mail y se desconcertó con lo que leyó. Como el orden era inverso, el primero de la lista fue el que llegó el último. Y allí ponía que a su esposo lo habían asesinado. En el otro, Marcela le decía que un policía quería hablar con ella, y, que si recibía el mail, sería porque la llevaba a la comisaría. No sabía la razón para ello, pero los policías no van a verte si no es para detenerte. Y luego se enteró del motivo de la visita, por lo que envió la segunda misiva, que el director leyó primero.

Zaldibar debía hacer algo, pero no sabía qué. Lo lógico era que moviese a sus abogados; pero, para ello, debía enterarse de si ella estaba en peligro de ser encerrada. En ese caso, buscaría la manera de ayudarla, aunque sin mostrar mayor interés que con cualquiera de las personas que trabajaban en su empresa. 

-¿Lo habrá matado? – se preguntó-. ¿Por qué?

Quería enterarse, pero sería delatarse. Quizá ya se hubiesen movido en la empresa, por lo que su intervención levantaría sospechas. Estaba con un enorme lío mental.

Lo único que podía hacer era comprar un periódico y buscar la noticia necrológica. Estaría en las páginas de “policía”. No sabía cómo se llamaba el ex esposo, porque no lo ponía en el expediente de ella. Allí decía: viuda, como si Julián no hubiese pasado por su vida. Zaldibar supuso que no mataban a alguien cada día. Bajó al kiosco; porque no pensó en enviar un recadista; y compró el vespertino.

Se asombró de que ejecutasen a cuatro hombres en un día, más tres mujeres, y eso en la capital. Buscó cuál de ellos podía ser el ex esposo, y no le pareció que ninguno encajase con el perfil de marido de Marcela. A uno lo asesinó su suegro, porque golpeaba a su hija. Ése no era.

-O quizá sí, porque puede tener otra familia. Pero la edad no coincide. 22 años.

Al segundo, un anciano, le mataron para robarle. Lo de anciano descartaba que fuese el esposo,  según su opinión. Al tercero lo hallaron en su casa, en donde llevaba tres días difunto, porque un ladrón lo asesinó. Quizá se trataba de ése. Y el cuarto fue el resultado de una reyerta entre pandilleros, y tenía dieciocho años. Éste tampoco cumplía con los requisitos.

-Será el que hallaron en su casa. Una vecina detectó el olor, y llamó a la policía. Cuarenta años. Puede ser éste. Fue muerte natural. Claro que quizá lo envenenaron.

Entraba en el vestíbulo del edificio de su empresa, leyendo el periódico. Le saludó el policía de la recepción, cuando se dirigía a los ascensores. Los empleados estaban acostumbrados a verle por los pasillos, en el vestíbulo y en cualquier sitio, como uno más de ellos, aunque fuese el dueño. Emilio no era nada vanidoso, y le gustaba mezclarse con su gente. Incluso se unía a los que tomaban café, y charlaba de fútbol y política.

Cuando esperaba el elevador, apareció Marcela a su lado. Ella carraspeó, al percibir que Emilio estaba muy atento a lo que leía. Él miró a su lado, se asombró, y cerró el diario. Revisó todos los lados posibles, incluyendo el techo, para verificar que estuviesen solos. En un rato más terminaba la jornada, por lo que bajarían muchos; pero no subiría casi nadie.

-¿Qué ha pasado?- preguntó, en un susurro.

-Luego te lo cuento.

-¿En dónde?

-¿Tomamos un café? Pero no ahí enfrente.

-¿El California? – propuso él.

-En una hora.

Ambos fueron puntuales. Llegaron casi a la vez, al California, y eligieron una mesa apartada, ya que iban a tratar algo muy delicado. Pidieron café y unos pasteles, y ella explicó lo que había sucedido, desde que el detective fue a buscarla, hasta que acompañó a Solano a los almacenes, y luego éste la dejó en la puerta de la oficina.

-Así que lo han asesinado, y no saben quién ni por qué – dijo Emilio.

-Así es. Yo imagino que se metió en un lío grave, porque él no era muy precavido.

-Quizá un marido celoso.

-Eso es lo más probable.

Emilio puso sobre la mesa el periódico que había comprado, y mostró la página de los homicidios. Ella negó con la cabeza.

-Mañana aparecerá la noticia en los medios – dijo-. No es ninguno de ésos.

Marcela sacó su billetera, y la abrió. Buscó en un apartado, y extrajo una fotografía. En ella se veían tres personas. La mujer apuntó a uno:

-Él es mi hijo, y éste era Julián.

Emilio se quedó boquiabierto. No podía jurarlo, pero el hombre parecía el mismo que él tenía en el expediente de Jiménez. Examinó con más detenimiento su rostro, aunque simulando que miraba al hijo.

-¿Es de hace mucho? Tu hijo debe tener aquí como… unos dieciséis años.

-Tenía diecisiete. Es de hace cuatro años.

Emilio no podía creer que el muerto, y quien andaba con Belinda, fuesen la misma persona. No había prestado atención al nombre que le proporcionó Jiménez; pero lo recordaría si ella lo decía.

-¿Cómo se llamaba?

-Julián Valmaseda.

El nombre obtuvo eco en la mente de Emilio. Lo verificaría al día siguiente, ya que tenía el expediente en la oficina; aunque podía jurar que así se llamaba el tipo.

-Quiso darle su apellido a mi hijo, pero no lo hicimos – continuó ella-. Fue muy buena idea haberlo pospuesto. 

-Esas cosas nunca se saben. Tanto pudo ser buen padre como malo.

-Es cierto. Cuando lo planeamos, estaba yo muy enamorada.

Emilio pensó que él también anduvo loco por Belinda. Suele ser normal casarse enamorado, y se hacen planes que más tarde parecen ridículos. No a todo el mundo le pasa lo mismo; pues hay matrimonios felices, sin duda. Pero ellos dos formaban parte de la lista de los que no lo eran o fueron.

-¿Qué piensa hacer la policía?

-Investigar a cada mujer que tuvo algo que ver con él.

-¿Creen que lo mató una mujer?

-No me lo dijeron. Pero, si lo asesinó el esposo de alguna, deben dar antes con ella. Según pude deducir; aunque no me comentaron mucho; buscan a unas mujeres de las que tienen fotografías. No sé de dónde las sacaron; pero me preguntaron por Jiménez, el detective que llevó mi caso.

-Y el mío. ¿Has hablado con él?

-No. No sé qué podría preguntarle.

Emilio entendió que él sí le hubiese hecho preguntas a Jiménez; pero Marcela ya no tenía nada pendiente. Si el investigador le había proporcionado las fotos, a la policía; o las obtuvieron de otra persona; a ella le daba exactamente igual. A Emilio sí le preocupaba que lo conectasen con el detective privado.

-¿Qué has decidido sobre tu caso?- preguntó ella.

-Tengo que ver qué me tiene Jiménez. Le llamaré mañana.

Ocultó que él suponía que a Jiménez le ocurrió algo grave. Y ella hablaba del detective dando por supuesto que estaba bien. Lo mejor sería esperar a ver qué sucedía, y, como en el caso de Julián, no abrir el pico. Claro que posiblemente tendría que hacerlo, y ella sabría que no le tuvo confianza.

-No sé cómo se llama el que anda con mi esposa- mintió-. Espero que Jiménez me lo diga, así como que me proporcione fotos.

-¿Te dio una fecha? – preguntó la mujer.

-Me iba a mandar, mañana, algo a la oficina – inventó.

-¿No es peligroso?

-Lo prefiero a ir a su despacho. Cuanto menos me vea con él, creo que es mejor.

-Eso sí. ¿Y el pago?

-En efectivo. Lo citaré en una cafetería, y enviaré un recadista con el dinero.

Se quedaron en silencio. Emilio tenía algo en mente; pero no se atrevía a exponerlo. Dijo exactamente lo contrario:

-¿Quieres irte a casa? Imagino que estarás… cansada, o alterada.

-Sí, estoy alterada, pero no quiero ir a casa. O quizá sí; aunque no sola.

La mujer enfocó sus ojos suplicantes a los de él. A Emilio no necesitaban rogarle. Estaba deseoso de estar con ella, y quizá ese día era el más propicio.

-Solamente debes invitarme.

-Pues eso estoy haciendo- aseguró la mujer.

*      *      *      *      *      *      *      *      *      *       *      *      *      *      *      *      *      *      *   

La pareja se estaba desnudando en el ascensor. No completamente, pero Emilio abrió la chaqueta y se desabotonó la camisa. Tenía sofoco, por los besos. Apenas subieron al elevador, ella pegó su cuerpo contra el de él, y el hombre sintió sudor en la frente. Buscó los labios de Marcela, y vio que le estaba esperando. Les dio calor, antes de llegar al piso cuarto, en el que ella vivía.

-No te fijes mucho en el apartamento - pidió ella, en un descanso de ósculos.

-No he venido a analizar dónde vives – aseguró el director.

Justo abrió ella la puerta, y entraron en el corredor, él la acorraló contra la pared. Emilio estaba frenético, pero también la libido de la mujer se había encendido. Él le subió la falda; al tenerla contra el muro; y llevó su mano derecha a la entrepierna de ella. Marcela protestó:

-No, aquí no. Vamos a mi cama.

Él la dejó salir del encierro, y la mujer avanzó por el pasillo. Mientras mostraba el camino, explicó:

-Hace mucho que no estoy con un hombre, y me gustaría que no fuese tan precipitado.

-Yo… no hace mucho que he tenido sexo- no quiso especificar con quién, aunque se suponía que sería con su esposa-, pero estoy muy excitado. He pensado mucho en ti.

-Yo también en ti, y deseaba este momento. Sin embargo, puedo esperar unos minutos.

Entraron en una habitación. Desde el corredor, el director percibió que la vivienda era modesta; pero organizada y acogedora, equipada más con buen gusto que con dinero. La cama tenía cojines de colores sobre la colcha. Se notaba que era el dormitorio de una mujer, por los muñecos y adornos. No había nada que indicase que un hombre metió mano en la decoración.

Marcela se colocó a un lado de la cama, sobre la alfombra, y comenzó a desnudarse. Emilio observó, mientras que, lentamente, se aflojaba el cinturón. Sabía que ella no exhibiría el cuerpo escultural de Rosana, aunque preveía que estaba bien. Era delgada y alta, y no parecía tener exceso de grasa. Él, en cambio, sí necesitaba rebajar unos kilos. Eso proyectaba; aunque no le ponía fecha, ni definía bien la cantidad a perder.

-Me da un poco de vergüenza- dijo ella-. No alegaré que no he estado con alguien, desde que me abandonó Julián; pero habíamos tomado algo, y con alcohol es más fácil.

-Hubiésemos comprado una botella.

-No, no quiero beber licor. Lo digo, porque…

-Lo entiendo. Por mi parte, últimamente sólo me he acostado con mi esposa – mintió-, y no mucho.

La mujer ya estaba desnuda. Comenzó a retirar la colcha y los cojines. Abría la cama, como si lo que seguía fuese la operación de antes de dormir. Emilio sintió que el contacto no tendría nada que ver con lo sucedido en el carrusel. Pero no le importaba, ya que Marcela despertaba, en él, un sentimiento más espiritual que el puro sexo. Incluso estaba medianamente excitado, sin comparación con lo sucedido en la taza loca.

Ella se subió a la cama, y tendió boca arriba. No se tapó con sábana y manta, y mostró su desnudez. No era Rosana; pero también contaba con buena anatomía. La apetencia sería distinta, si bien no dejaba de ser sexual. Cuando él se quitó el pantalón, demostró que la visión le afectaba.

Sin prisa, deleitándose en la imagen desnuda de la mujer, Emilio avanzó hasta estar junto a la mesilla derecha, por donde pensaba subir a la cama. La mujer dijo, en voz baja:

-Estoy que ardo. Hubieses entrado el otro día. Esperaba que lo propusieras.

-No sé mucho del protocolo. Ya te he dicho que llevo años fuera de circulación.

Emilio subió a la cama. Ella esperaba con las piernas abiertas, y boca arriba, en la típica postura del misionero. A él le pareció normal, porque así fue, casi siempre, con Elisa, su primera esposa. Ella consideraba las variaciones como aberraciones, y nunca accedió a “innovaciones”. No sucedió lo mismo con Belinda, porque ella estableció, desde el primer instante, que no estaban en la Edad Media. Por lo visto, con Marcela retrocedía el calendario.

-¿Me pongo encima?- preguntó.

-No es que no conozca otras posturas, o técnicas – respondió ella-, sino que estoy tan caliente que gozaré cuando me toques.

-Siendo así…, lo consideraremos el primer contacto.

Él se colocó sobre ella, y la mujer lo encerró entre sus brazos. Emilio colocó su cabeza sobre el hombro izquierdo de Marcela, y esperó a que ella le ayudase, con su mano derecha, a la introducción. Notó que la mujer estaba muy húmeda, lo que concordaba con su declaración de arder, más bien hervir. Entró en su vagina sin dificultad, y, apenas se movió, ella comenzó a jadear y expulsar aire por boca y nariz, casi al mismo tiempo. Además, elevó su trasero, buscando mayor penetración.

-Es todo lo que tengo – musitó él, avergonzado del tamaño de su artefacto.

-Es suficiente – declaró ella-. Te advierto que ya voy a gozar.

Y lo hizo, si bien él sólo se había movido un par de veces. A Emilio le pareció perfecto, pues él no tardaría mucho. No era eyaculador precoz; aunque podía parecerlo, ante la brevedad del encuentro. Pero si ella gozaba, se le disculpaba eyacular sin apenas precalentamiento.

-Yo también. Luego…

Marcela comenzó a gritar. No se trataba de queja ni de dolor, sino porque ya entraba en el orgasmo. Emilio pensó que era telepático, o que las ganas de ella eran como las describió. No le importó, puesto que él podía contenerse, y pasar al segundo asalto tras un breve descanso. Los movimientos de la mujer; a quien le acometía un éxtasis que parecía falso; inhibieron la eyaculación de él, que apenas iniciaba el proceso de gestación.

-Me parece bien esperar un poco – pensó Emilio-, aunque tendré que calentarla bien, otra vez, si no quiero adelantarme.

La mujer impidió, con sus saltos, y gritos, que él obtuviese su deleite. Emilio fue espectador de lo que a ella le sucedía. Esperó a que se sosegase, con intención de aguardar un poco, y comenzar desde cero. Un cunnilingus volvería a exaltar la libido de ella, y la situaría en el punto anterior a que sus rumbos divergieran, unos minutos atrás.

Marcela disminuyó sus espasmos. No estaba aún aplacada, cuando dijo:

-Ahora te toca a ti. Yo soy multi orgásmica. Déjame que me ponga de lado.

Emilio, asombrado, se separó de la mujer. Ella se movió un poco, y presentó su espalda, al acostarse sobre el flaco derecho. Cogió el príapo de él, con la mano izquierda, y lo encaminó a su vulva. El hombre la dejó hacer, ya que ella sabría lo que procedía. Sin embargo, preguntó:

-¿Tienes muchos orgasmos seguidos?

-O sólo uno, pero por buen rato. Tú sigue, y no te preocupes de mí.

Apenas él estuvo en el interior de ella, Marcela volvió a moverse, ahora de delante atrás, para obtener todo el miembro de Emilio. El artefacto era normal, nada por lo que avergonzarse; pero él estimó que ella necesitaba algo de mayor dimensión.

-No sé cómo proceder – declaró el director.

-Como acostumbres. Yo estoy gozando aún.

Él se movió de nuevo, pero lentamente. Marcela también lo hacía, una vez que concordaron en el ritmo. Emilio supo que gozaría; pero no auguraba si al unísono con ella, o por su cuenta. Al parecer, a ella le daba igual, porque estaba, como dijo, atrapada en el primer orgasmo, que únicamente le había concedido un breve respiro.

-Con que no te salgas de mí, es suficiente – dijo la mujer.

-Vaya pareja, ésta y Rosana – pensó él-. No me van a dejar nada para Belinda. Entenderá, sin que yo se lo diga, que tengo algo fuera de casa.

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Isaac fue al consultorio del doctor Pérez Rubio, en la calle Evaristo Méndez Borak. Estaba aún abierto, ya que eran las seis de la tarde. La recepcionista era Sonia Velázquez; pero el detective preguntó por ella, como si nunca hubiera visto su fotografía. Estaba la mujer de buen ver, con alrededor de cuarenta años. Las imágenes no la hacían justicia, ya que fueron tomadas de lejos, y casi en penumbra. Julián no tenía mal gusto. Rosana dijo que ella no valía nada; aunque igual hubiese dicho de alguien que la superase. No era el caso, ya que Rosana salía ganando; pero Sonia estaba muy bien.

-Yo soy.

-Soy policía. No se asuste. Se trata de que me proporcione unos informes.

-¿De qué? No sé qué pueda yo decirle.

No había nadie en la sala de espera. Se oían voces dentro. El dentista atendía a alguien. Considerando que las citas estaban fijadas, se comprendía que no hubiera pacientes aguardando. Tal vez, en un rato, aparecería otro cliente.

-¿Conoce a Julián Valmaseda?

-Julián… ¿Valmaseda? Conozco dos Julianes. Uno es Rodríguez. Del otro jamás supe su apellido.

-Es éste -. Solano le mostró una copia sacada de la foto de Jiménez-. Y está con usted.

La mujer no hizo la pregunta lógica: ¿Para qué le preguntó su nombre, si iba a buscarla con tal seguridad? Pero no se le ocurrió tal cosa. Una placa de policía obnubila a cualquiera.

-¿Lo recuerda? – preguntó Fuentes.

-Sí. Anduve con él un tiempo. ¿Qué quiere que le diga?

-Él estaba casado. ¿Lo sabía usted, cuando salía con él?

-Me lo dijo. ¿Me va a detener por eso?

-¡Coño con lo de detener! – Exclamó Isaac-. Ya nadie tiene miedo a la policía. Respeto quizá nunca; pero antes la temían.

-No he hecho nada, así que no tengo miedo.

-A Julián lo han asesinado. ¿Sigue tan tranquila?

Isaac percibió, en el rostro de la mujer, que aquello la sorprendió. La muerte siempre impacta, y el policía dijo “asesinado”.

-No, no sigo tranquila, aunque yo no he matado a Julián. Me hubiese gustado, pero hace dos años.

-Dijo usted que supo que él estaba casado. ¿Recuerda el nombre de la esposa?

-No, no lo recuerdo. Él me habló de ella, y dijo su nombre varias veces; pero no se me grabó. Sí recuerdo que estaba chiflada. O eso decía él. Luego, cuando lo conocí bien, pensé que quizá no estaba loca. Julián era un mujeriego empedernido. Buscaba pretextos para engañar a su esposa.

-Ya. ¿Qué le dijo de ella? ¿Lo recuerda?

-Que se acostaba con todo el mundo, fuesen hombres o mujeres. Que él la había sorprendido, en su casa, con más de una persona, teniendo sexo. Al principio, me pareció increíble. Luego entendí que era mentira. Él era el promiscuo.

-¿Duró mucho con él?

-Unos dos o tres meses. Su esposa lo supo, y le armó un escándalo. 

-¿Y a usted? Rosana, la esposa, nos dijo que vino a verla.

-Ninguna mujer vino a verme. 

Isaac recordó que Rosana dijo que fue a descubrir la razón de que su marido la engañase. Pudo llegar a la consulta y observar a Sonia, sin revelar su identidad.

-¿Por qué acabó usted con él?

-Una amiga lo vio con otra mujer, en un bar. Se besaban apasionadamente. Hablé con él, y me juró que mi amiga lo inventó. Pero ya no volvió conmigo. Fue cuando entendí que me mentía sobre su esposa.

-¿Sabe quién era la otra mujer? Le diré que una nos lleva a otra, y quizá demos con el asesino.

-Ni idea. Una mujer en un bar. Mi amiga no la conocía, y yo no la vi nunca.

Se escuchó que una puerta se abría. No salió nadie, pero una conversación llegó muy nítida. El dentista y su paciente charlaban con la puerta abierta. Isaac no tenía nada más que indagar.

-Pues es todo – dijo el detective-. ¿Quiere usted preguntarme algo?

-No. No tengo ningún interés de saber cómo o dónde lo han matado. La razón la intuyo. Tengo novio, y he olvidado a Julián.

-De acuerdo. Le agradezco lo que me ha dicho, y ya me voy.