Capítulo 33
En el trayecto hacia la casa apenas habían hablado, Rebeca aprovechó para mirarle de reojo. Debía reconocer que tenía un perfil muy masculino, llevaba el pelo peinado hacia atrás con algunas mechas sueltas que rozaban su frente. Su nariz era recta y bien perfilada, mantenía los labios un poco apretados y tenía un cuello ancho y fuerte. ¿Sería su piel suave?, se preguntó.
Había sentido el escrutinio al que estaba siendo sometido, giró la cabeza para mirarla y preguntó de forma socarrona.
—¿Me estás examinando? —dijo Ian de pronto sobresaltándola.
—No, solo miraba.
Al tiempo, Rebeca se puso colorada y aceleró el paso. Ian no podía creer lo que acababa de ver, la bruja sin pelos en la lengua, la que arremetía contra él sin vacilar se había sonrojado. ¿Por qué?
—Hola, papá —saludó ella al entrar en el salón de su casa.
—Hola, hija. —Seguidamente posó su mirada en el acompañante que traía.
—Ah, este es Ian, ¿le recuerdas?
—Sí, claro —dijo al tiempo que se acercaba para estrecharle la mano.
—Se quedará con nosotros un tiempo —le informó ella.
—¿Os han vuelto a atacar?
—No, quédate tranquilo. Es porque soy la única que está sola, toda precaución es poca.
—Bueno, bienvenido —le dijo a Ian—. Rebeca, enséñale la habitación de invitados.
—Ven por aquí —le indicó Rebeca con la mano.
Ian la siguió sin vacilar, mientras andaba por el pasillo su vista se desvió al trasero de la bruja que se veía firme, unas piernas bien formadas, después volvió al trasero y a la estrecha cintura, sus curvas eran irresistibles. Sin darse cuenta sintió una presión en sus pantalones. «¡Joder! No podré aguantar así tres meses.»
—Aquí está el baño —señaló ella ajena a los pensamientos de Ian—, mis cosas están aquí así que lo compartiremos.
—Espero que seas rápida en la ducha.
—Lo mismo digo.
Continuaron un par de pasos más y llegaron a otra habitación que tenía la puerta cerrada.
—Este es mi cuarto, no entres a no ser que un tremendo hedor salga por debajo.
—Te recuerdo que estoy para protegerte.
—Ya me has entendido.
—Sí, admiro tu sentido del humor.
—La habitación de mi padre está al fondo y aquí está la tuya. —Abrió y entraron—. En el armario hay toallas limpias. Cuando las gastes, no las dejes por ahí tiradas, tenemos cesto de la ropa sucia. También hay sábanas, espero te hagas la cama cada mañana porque no soy tu chacha.
—Gracias por la información, si no me lo llegas a decir, me habría confundido tremendamente.
—El sarcasmo no te va.
—Pero tú eres una experta.
La sonrisa de Rebeca iluminó su rostro haciéndola más hermosa todavía. Definitivamente no iba a aguantar tres meses así. ¿Qué sabía de su consorte? ¿Aparecería antes de la fecha límite? ¿O David podía tener razón y ser él? Lo que sentía por Rebeca era tan distinto a lo que había sentido por otras mujeres que cabía la posibilidad de ser él, por mucho que no le gustase la idea. Y ella, ¿también creería que podía ser él? Solo el tiempo lo dirá, pensó.
****
Pasó la primera semana sin ninguna novedad. Ian y ella hablaban muy poco, Rebeca empezaba a cansarse de la situación tan tensa que se estaba creando entre ellos. No podía negar que era muy protector, la acompañaba al trabajo y la recogía para llevarla a casa. Si algún extraño se le acercaba, él se pegaba a ella como una lapa.
La duda de si era realmente su consorte o no, le quitaba el sueño, todo apuntaba a que sí pero necesitaba saber qué sentía Ian.
Decidió llamar a una de sus primas para desahogarse.
—Hola Bea.
—¿Qué hay, Rebe?
—Necesito ideas.
—Se trata de Ian, ¿verdad?
—Sí, se comporta como si fuese mi consorte pero no me habla como tal, eso cuando me habla. Además he notado que trata de evitarme.
—¿No ha habido ningún pequeño acercamiento?
—Nos toleramos más que antes, pero nada más.
—¡Ya sé! Necesitáis estar solos en un lugar privado.
—Eso va a estar difícil, cuando llego del trabajo mi padre siempre está en casa.
—Déjame pensar… ¡Ya sé!
—Pues suéltalo.
—Desde que los oscuros aparecieron nuestros padres no han tenido su noche de billar. Le diré al mío que llame a los vuestros y queden hoy. Así tendréis varias horas a solas para ver qué pasa.
—Están intranquilos. ¿Crees que aceptaran marcharse?
—Convenceré a mi padre, no te preocupes por eso sino por aprovechar el tiempo de privacidad.
—¿Qué pretendes? ¿Qué me lance a sus brazos?
—No, pero podrías ponerte sexy como hiciste con Fer.
—Con Ian eso no va a colar.
—Tal vez una peli y palomitas…
—Improvisaré. Gracias Bea, eres la mejor.
—Las tres somos las mejores.
Entre risas ambas colgaron el teléfono. Era sábado por la noche, lo de la película no era mala idea y podría preparar un cubata para quitarse la vergüenza.
Rebeca y su padre hicieron la cena, pechuga de pollo empanada, alcachofas asadas y una ensalada variada. Ian nada más había preparado los cubiertos, llevaba toda la semana encargándose nada más que de eso.
—Chicos, esta noche he quedado con Juan y Rubén para jugar una partida de billar, hace mucho que no salimos. ¿Estaréis bien?
—Por supuesto, papá. Vete y diviértete.
Martín comenzó a recoger los platos antes de marcharse pero su hija le cogió del brazo.
—¿Qué haces? —preguntó a su hija.
—Ve a arreglarte, nosotros nos encargamos.
—Vale. —Le dio un beso en la mejilla y un gesto de agradecimiento a Ian.
—Ian, te toca fregar —soltó ella en cuanto su padre se fue.
—¿Acaso no friega el lavavajillas?
—Sí, pero los platos y los vasos no se meten solitos. Además, la sartén se puede estropear, es preferible lavarla a mano.
Las tareas del hogar no eran su fuerte, pero nunca era tarde para aprender. De hecho el día anterior había puesto una lavadora por primera vez y la ropa salió entera.
Sin replicar se puso manos a la obra mientras Rebeca limpiaba la encimera y la mesa. Ella le miró de reojo en varias ocasiones, estaba encantador poniendo el lavavajillas, sonrió y desvió la vista para que no la pillara.
—Ya me voy —se despidió Martín desde la puerta de la cocina—, pasad buena noche y no me esperéis despiertos.
—¡Dales una paliza a los tíos!
—Ya veremos.
—Buenas noches, Martín —dijo Ian alzando una mano.
—Gracias chicos.
Una vez dejaron la concina limpia, Rebeca colocó una bolsa de palomitas en el microondas. Fue hasta la nevera, sacó un refresco de limón y del armario la botella de Larios.
—¿Qué haces?
—Me apetece ver una peli y me estoy preparando. —Miró de reojo a Ian—. ¿Te apuntas?
La miró detenidamente mientras trajinaba con los cubitos de hielo, le pareció ver una sonrisa traviesa tras la mirada furtiva que le había echado. ¿Estaba tramando algo?
Llevaba el cabello recogido en un moño despeinado que dejaba a la vista el largo y sedoso cuello. No pudo evitar fantasear con besar su piel y recorrer su cuerpo con los labios.
—Sí, me apunto. —¿Por qué no?, pensó.
—¿También quieres un cubata?
—No, para mí solo el refresco. —No pensaba embotar su mente con el alcohol, quería estar completamente lúcido.
Rebeca se adelantó a Ian con las palomitas y su bebida, encendió la televisión y comenzó a buscar una película que ver. Tras remover entres sus DVDs la encontró, era buenísima.
—¿Qué vas a poner? —preguntó él a sus espaldas—. Espero no que sea un dramón de esos que te pasas todo el tiempo llorando.
Sin llegar a contestarle, le enseñó la carátula del DVD sin poder evitar reírse.
—«El escondite», muy buena elección —contestó a su gesto.
—Me encanta Robert De Niro
—Uno de los mejores.
—Vaya, por fin coincidimos en algo.
Se acomodaron en el sofá y comenzaron a ver la película, dado que ya la habían visto no se dieron muchos sobresaltos, el miedo psicológico era algo que a los dos les gustaba.
Para cuando llegaron al final, a Rebeca ya no le quedaba cubata, miró la copa y le dio la risa.
—Ni se te ocurra tomarte otro —sugirió él—. Ese ya se te subió a la cabeza.
—De acuerdo, dame de tu refresco.
Ian le ofreció su vaso y la vio darse un largo trago hasta acabárselo todo. Definitivamente se le había subido a la cabeza.
—Necesito ir al baño. —Y volvió a reírse.
—Ten cuidado no te mates por el camino.
Ian apagó la tele y fue a la cocina a ponerse otro refresco, esta vez de naranja. Cuando regresó al sofá ella ya estaba sentada y no apartaba la mirada de él. Ambos se la mantuvieron un buen rato sin pronunciar palabra. De pronto, Rebeca se lamió los labios y él ya no pudo resistir más.
—¿Tú también lo crees?
—¿El qué?
—No te hagas la tonta, ya lo sabes.
—Tal vez, no estoy segura.
—¿Eres consciente de que nos llevamos a matar desde que nos conocimos?
—Sí, nunca me había pasado con nadie.
—A mí tampoco.
—¿Y no te parece extraño? Dicen que del amor al odio solo hay un paso.
—En nuestro caso sería del odio al amor.
Los dos se echaron a reír, era la primera vez que reían juntos y a Rebeca le gustó, le gustó mucho.
Para Ian escuchar las carcajadas de ella lo excitó sobremanera. Si era su consorte o no, ahora mismo saldría de dudas.