Capítulo 24
No podía ser cierto, Anabel lo estaba engañando para retenerlo a su lado. Aunque por otra parte, eso explicaría por qué no había podido separarse de ella por mucho que lo había intentado.
Se fijó en ese pozo negro que eran sus ojos y la vio apartar la mirada rápidamente. ¿Acaso le había dado un ataque de timidez? Tal vez, porque también vio como sus mejillas se sonrosaban y le pareció tan inocente… ¿Cómo había podido dudar de ella? Ahora que la miraba le resultaba imposible negarle la confianza, su hermano no tuvo ocasión pero él tenía la oportunidad de ser feliz, la vida se la ponía al alcance de su mano, ¿se atrevería a alargarla y tomarla?
—¿En qué piensas? —le preguntó ella de pronto.
—En que he tenido mucha suerte de encontrarte.
—¿De verdad?
—Sí, mi hermano no la tuvo y he sido un tonto al no confiar en ti.
—¡Oh Diego! —Se levantó y se lanzó a sus brazos por encima de la mesa.
—¡Cuidado! —gritó mientras reía de la espontaneidad de Anabel.
Una vez de vuelta en su silla, Ana pensó que debía contarle algo que todavía ignoraba, no estaba muy segura si era el momento adecuado o no. ¿Cómo se le dice a un hombre que acaba de aceptar que su novia es una bruja, que debe casarse con ella cuanto antes?
—Ahora eres tú la pensativa.
—Sí.
—¿Me lo vas a contar?
—No quiero asustarte.
—Después de saber que eres una bruja, de haber hablado con mi hermano muerto y que me dijeras que estamos destinados el uno al otro, ¿crees que aún hay algo que pueda asustarme?
—Esto tal vez sí.
Llegaron las pizzas y dejaron la conversación ahí, no obstante Diego pensaba retomarla en cuanto salieran del local.
—Te acompaño a tu hotel —soltó ella.
—¿Y volverte sola con esos brujos oscuros por ahí? De eso nada, yo te acompaño a tu casa.
—Está bien —sonrió—. No lo necesitaba pero era agradable que tu chico se preocupara por ti.
Caminaron tomados de la mano sin apenas decir nada pero sintiéndose cómodos. Como si hiciese años que eran novios en lugar de unas horas, porque… ¿eran novios, no? La verdad es que no habían pronunciado esa palabra.
A pasos lentos y cortos llegaron hasta la casa de ella, Diego la giró y la colocó frente a él. Se miraron intensamente durante un segundo nada más porque bajó la cabeza y se adueñó de sus labios. Oh, cuánto había deseado besarlos, pensó Diego. Muy despacio saboreó cada rincón de su boca. Sintió como se pegaba a él, como sus pechos se aplastaban contra su torso y sus instintos más bajos cobraron vida bajo sus pantalones. Podría vivir eternamente entre sus brazos.
Escuchó la protesta de Ana cuando se obligó a detener ese asalto. Estaban en mitad de la calle y frente a la casa de ella.
—¿Quieres entrar? Me gustaría presentarte a mi padre.
—Por supuesto —aceptó sin vacilar.
Ana vivía en un adosado de dos plantas con un pequeño jardín delantero. Dos enredaderas adornaban la puerta metálica y una pequeña mesa con sillas de madera hacían el lugar acogedor.
Entraron al salón, no era demasiado amplio pero la distribución era muy práctica. El sofá se encontraba en el centro y allí sentado viendo la tele se encontraba Rubén.
—Hola papá.
—Ya estás en casa —contestó sin volverse siquiera.
—Quiero presentarte a alguien.
Tras escuchar esas palabras, Rubén fue consciente de que su hija había venido acompañada y casi de un salto se levantó del sofá para recibirlos.
—Soy Rubén, el padre de Ana —dijo extendiendo su mano.
—Diego —contestó sin más.
—Así que tú eres Diego.
—Eh… sí. —Se volvió hacia Anabel—. ¿Le has hablado de mí? —susurró.
—Un poco.
—Pasad y sentaros —ofreció Rubén.
—No le habrás dicho nada de… —comentó Diego casi al oído de Ana mientras se acercaban al centro del salón para tomar asiento.
—¿Qué acostumbrabas a vigilarme? ¿Qué no te fías de mí? ¿O que tu primera intención fue hacernos daños a mis primas y a mí? —Diego no supo que contestar—. No te preocupes, solo sabe que venías a verme, él fue uno de los que sospechó que tú y yo estábamos destinados aunque no me lo dijo.
—Entonces sabe que tú y yo…
—Se casó con mi madre que era bruja, no le des más vueltas a la cabeza.
Diego hizo caso a esa sugerencia de Ana, se sentaron junto a Rubén y pasaron varias horas charlando hasta que llegó el momento de marcharse. Se despidió de su suegro con mucha cortesía y se dirigió a la puerta.
—¿Nos vemos mañana? —le preguntó a ella que lo había acompañado.
—Salgo a las dos de las clases, podemos quedar a comer, si quieres.
—Sí quiero. Además me tienes que contar algo que todavía no me has dicho.
—De acuerdo, te prometo que mañana te lo diré todo.
Se dieron un ligero beso en los labios y ella cerró la puerta, inmediatamente después fue hasta la ventana para verle cómo se marchaba. Estaba sonriendo como una tonta mientras miles de mariposas revoloteaban en su estómago.
Su padre la miraba sonriendo, muy pronto habría otra boda, pensó.
Al día siguiente, Diego estaba frente a la escuela donde trabajaba Anabel, esperándola. Ella salió por la puerta principal junto a dos compañeros, tardó un segundo en verle apoyado en la pared, con las manos metidas en los bolsillos y el pelo revuelto por la ligera brisa que soplaba.
Se despidió de sus acompañantes con un «hasta mañana» y fue al encuentro de su consorte con una sonrisa amplia que iluminaba todo su rostro.
—Hola, preciosa —la saludó él.
—Oh, ¿Y ese piropo?
—Eres preciosa, ¿qué hay de malo en que lo diga?
—Nada, guapo.
Diego rio al escuchar cómo le había devuelto el cumplido, pero lo que más le gustó fue el tono pícaro en el que lo había dicho.
La tomó por la cintura y le dio un beso rápido pues todavía salían niños de la escuela y no quería llamar la atención. Tenía el coche aparcado en doble fila, se subieron y se dirigieron al Centro Comercial. Diego quería llevarla a un italiano.
Aparcaron en el parking subterráneo y subieron por el ascensor hasta la segunda planta donde se encontraba la zona de ocio y restauración.
—No me has dicho a qué te dedicas —comentó ella una vez sentados a la mesa.
—Mis padres montaron una empresa de mensajería, aprendí a llevar el negocio y cuando se jubilaron yo asumí el control.
—Y mientras cazabas brujas, ¿quién dirigía la empresa?
Diego no pudo evitar sonreír ante aquellas palabras, al final sí había cazado una bruja.
—Tengo un hombre de confianza que se encarga de todo.
—¿Y tu hermano trabajaba contigo?
—No, él era biólogo, escribía artículos para una revista. Era un gran orgullo para la familia, el único que había acabado una carrera universitaria.
—Lo siento mucho, no era mi intención ponerte triste.
—No te preocupes, es normal que me preguntes, que quieras saber. —Se hizo el silencio unos segundos, tiempo que Diego aprovechó para cogerle la mano y entrelazar sus dedos—. Cambiando de tema, ¿me vas a contar eso que temes contarme?
—Creí que ya no te acordabas —respondió de forma traviesa.
—Nunca olvido nada, cariño.
—Está bien, a ver por dónde empiezo… Te he contado que las brujas tenemos a una persona destinada para nosotras y que una vez la conoces ya no pueden estar con nadie más.
—Eso lo tengo más o menos claro.
—Esa persona es nuestro consorte… —Ana no quiso continuar para esperar la reacción a esa palabra.
—Así que soy tu consorte.
—Sí y tienes que hacer algo por mí.
—¿Qué?
—Verás… —A ver cómo se lo decía—. Las brujas y los brujos también, lo somos de nacimiento pero no estamos completos hasta encontrar a nuestro consorte.
—Entonces ¿tú ya estás completa?
—No.
—¿Por qué? Tú misma has dicho que soy tu consorte.
—Tenemos que hacer un ritual primero.
—¿Velas y fantasmas como en la playa? —bromeó Diego sin tener ni idea de lo que se trataba.
—Es algo más simple y complicado a la vez.
—Qué misteriosa. Vamos, suéltalo ya.
—Matrimonio.
—Creo que no te he entendido. —En realidad sí lo había entendido pero no quería creerlo.
—Para ser una bruja completa y poder enfrentarme a Lennox, debes casarte conmigo.
—Es una broma.
—No.
—¡Joder!
—No quiero que te asustes, no tenemos que precipitar nada. Todavía tenemos algunos meses para que nos vayamos conociendo.
Diego había perdido por completo el apetito. Le había costado mucho aceptar que Ana era una bruja buena y que la amaba. Se acababa de enterar de por qué no podía separarse de ella, no era brujería sino algo parecido al destino pero esto… ¿matrimonio? Sospesando la palabra, no era tan desagradable, si lo hacía, Anabel sería suya, todas las noches dormiría con él, amanecerían abrazados, harían el amor todos los días si así lo deseaban. No obstante, la palabra asustaba, hacía muy poco que se conocían y tenía miedo de equivocarse con ella.
Según Ana, todavía tenían tiempo así que se agarraría a eso.
—Di algo —lo instó al verlo pensativo durante tanto rato.
—De acuerdo. Has dicho que aún hay tiempo, podemos seguir como hasta ahora y más adelante lo vemos.
—Me vale —sonrió ampliamente—. Estaba asustada, no sabía cómo te lo tomarías.
—Cuando creí que nada más me podría sorprender, vas y lo haces.
—Pensé que saldrías corriendo.
—Y al instante me tendrías de regreso. Me has hechizado.
—¡No!¡Nunca!
—En sentido figurado.
—Ah, vale. —Ambos rieron y a Diego le regreso el apetito solo de escuchar su risa, aunque no era de comida precisamente.