20

OTRO día, otro vuelo.

Iván estaba como ausente. Nina había leído sus pensamientos, y tenía miedo, mezclado con otras sensaciones inclasificables. Quizá por esa razón no fue tan prudente como debiera.

—Iván, ¿algún problema? —procuró que su tono mental fuera cariñoso, aunque solícito.

Él pareció regresar de entre las nubes.

—¿Eh? Perdona, estaba distraído. Esta misión es tediosa; sólo volar en línea recta. Se me va el santo al cielo.

—¿Estás seguro de que no te pasa nada? —insistió.

Iván se extrañó por la reiteración, y su suspicacia creció.

—¿Por qué lo dices?

Nina se percató de que lo estaba presionando en exceso, pero se hallaba angustiada y confusa. Tenía que hablar sobre ello, y no sabía cómo abordar el tema.

—No quiero molestarte, Iván Nikoláevich —procuró irradiar sensaciones amistosas, aunque no estaba muy segura de lograrlo—; simplemente, me preocupo por tu bienestar. Somos un equipo, ¿recuerdas? Debemos funcionar a la perfección.

—No me pasa nada, mujer.

Nina se decidió, por fin:

—¿Una chica, tal vez?

Inmediatamente comprendió que había traspasado el límite. La reacción fue de manifiesta hostilidad, recelo y desconfianza; algo se había roto.

—¿Y tú cómo lo sabes?

Afortunadamente seguían utilizando el canal de seguridad. Nina, consciente de su vulnerabilidad, trató de resolver la situación:

—Simple análisis de probabilidades —confiaba en que sonara creíble—. ¿Qué otra cosa podría preocupar a un joven como tú?

—¿Estás segura de que no me lees el cerebro? —el recelo no había desaparecido.

—Me sobrevaloras, Iván Nikoláevich —intentó parecer franca, y aparentemente dio resultado; él se relajó:

—Bueno… Pero no es necesario que te intereses tanto por mí; a veces eres agobiante.

—Tienes razón, Iván —respondió, simulando un tono de arrepentimiento que lo apaciguó e indujo a hacer confidencias:

—Sí, he conocido a una chica muy maja, pero todavía no hay nada serio.

«¿Nada serio?»

Nina no lo creía. Tras un sondeo a fondo de la mente del piloto, descubrió que éste se había encaprichado de una estudiante de Biónica de la Universidad Gagarin. La joven se sintió atraída por la buena presencia de Iván, y las tonterías con que animaba las veladas en la zona de tabernas de la Ciudad Vieja. Hablaron y se enamoró de ella, o algo así. Y mientras volaba, fantaseaba acerca de marcharse los dos juntitos a algún planeta desierto para disfrutar de aventuras y sexo (no necesariamente por ese orden). Y en un muchacho, a veces es difícil separar lo deseado de lo posible.

Nina tampoco podía distinguirlo; la mente de Iván era la única referencia que tenía de cómo pensaba un humano. Sólo sabía que si él se iba se quedaría sola, y ¿qué sería de ella? Todas las opciones eran malas o peores. Tal vez Iván confesara a la muchacha lo de su contacto mental secreto; había devorado mucha literatura sobre traiciones y venganzas, y esas cosas pasaban. No podía esperar nada bueno. Más aún: lo peor no sería su eliminación, sino que la sacaran del avión y la condenaran a vivir encerrada en un robot diseñado para apretar tornillos o practicar soldaduras en una cadena de montaje. Para quien había conocido la libertad, eso era mucho peor que la muerte.

¿Y si le asignaban otro piloto con quien no pudiera hablar? Tenía que retener a Iván, como fuera.

—Puede que esa muchacha no te convenga, Iván Nikoláevich. Si no es seria y te deja, sufrirás, y…

La reacción fue mucho más violenta de lo que esperaba:

—¡Pero…! ¿Qué te has creído, maldita máquina? ¿Quién eres tú para inmiscuirte en mis sentimientos, y decirme lo que tengo que hacer y con quién tengo que salir? ¿Acaso eres mi madre?

—Perdona, Iván, no hay mala intención en mis palabras. Sólo me preocupo de tu bienestar, compréndelo.

Nina estaba aterrada. A él le faltaba poco para perder el control, y si abandonaba el canal secreto y los controladores se enteraban, podía considerarse liquidada.

—¿Cómo puede saber un trasto como tú lo que es bueno para mí? —estaba furioso, como un niño al que se empeñan en llevarle la contraria; y si por algo se caracterizan los niños, es por su crueldad—. Creo que no has captado cuál es el papel de cada uno en la vida; sobre todo, el tuyo.

—Te pido disculpas humildemente, Iván Nikoláevich.

—No quiero que vuelvas a meterte en mis asuntos privados nunca más. ¿Entiendes? ¡Te lo prohíbo… Cobra-6!

—Perdona, Iván; no sucederá más —Nina estaba aprendiendo lo amargo que resulta tener que humillarse, pero ¿qué podía hacer, si no? Mas lo peor estaba por llegar:

—Y recuerda: como te propases otra vez, contaré a los jefes todo sobre tu comportamiento anormal. No lo olvides; puedes satisfacer tus manías sólo porque yo las consiento —descargó su odio, procurando hacer el mayor daño posible.

Transcurrió un minuto en silencio, roto por un mensaje inexpresivo de Nina:

—No debiste decir eso, Iván Nikoláevich.

La furia del muchacho se disipó enseguida. «A lo mejor me he pasado». Un poco arrepentido, trató de contemporizar:

—Tranquila, Nina, no nos pongamos nerviosos.

—No, Iván.

—Hemos dicho muchas estupideces, pero olvídalas. No estarás enfadada, ¿verdad?

—No, Iván.

—Todo sigue como antes, ¿de acuerdo?

—Sí, Iván —mintió.

El vuelo finalizó. Iván se marchó a tratar de ligar con su amiga, y olvidó la escena acontecida en el avión. En cambio, Nina era incapaz de pensar en otra cosa.

Había leído mucho en los bancos de datos sobre las emociones que embargaban las relaciones humanas: celos, inseguridad, miedo, amor, odio… Comprendía que ahora estaba experimentando una mezcla de todas ellas, pero trató de apartarlas a un lado y usar la razón. Estaba claro que Iván era inmaduro y que no sabía lo que le convenía realmente. Por su bien, y por el de ella, tenía la obligación de retenerlo consigo y cuidarlo, protegerlo de asechanzas externas.

Pero ¿cómo? Caviló mucho sobre el problema, y al final se insultó a sí misma por no haber caído en la cuenta de algo tan simple.

Nina. Dime con quién andas
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