Agradecimientos
EN invierno de 1994, durante una visita a la Casa de Ana Frank, captó mi imaginación un comentario de la guía que explicó que existen documentos sobre el destino de todos los habitantes del anexo secreto excepto de Peter van Daan, al que denominó siguiendo los nombres que Ana Frank utilizó en su diario. Si aquel joven no murió como los demás, especulé, ¿dónde podría haber ido? Cuando inicié la investigación para llevar a cabo este libro, descubrí que la guía estaba mal informada o tenía ciertas inclinaciones románticas. Según el dossier 135.177 de la Cruz Roja holandesa, Peter falleció en el campo de concentración de Mauthausen el 5 de mayo de 1945, tres días antes de su liberación. Pero cuando descubrí esto, Peter van Pels llevaba ya varios años existiendo en mi cabeza.
Esta novela es el resultado de la vida que cobró Peter. Está basado en lo que conocemos sobre él, su familia, Fritz Pfeffer y los demás habitantes del anexo secreto, así como sobre los hechos de la subsiguiente historia del diario, la película y la obra de teatro realizadas a partir del mismo, y los juicios que se desarrollaron en Estados Unidos y otros países. Naturalmente, las cartas enviadas a Peter por los abogados de Otto Frank y Meyer Levin son fruto de mi imaginación.
Por su ayuda en la investigación de la historia, quiero dar las gracias a las siguientes instituciones: Anne Frank Stichting de Ámsterdam, Anne Frank Fonds de Basilea, Wisconsin State Historical Society, Boston University Special Collections, United States Holocaust Memorial Museum, New York Public Library for the Performing Arts, Dorot Jewish Division de la New York Public Library, y a todo el personal de la New York Society Library. Entre las grandes cantidades de personas que tan generosas se mostraron en cuanto a su tiempo, experiencia y recuerdos, estoy especialmente en deuda con Liza Bennett, Greg Gallagher, Nancy Hathaway, Nimet Habachy, Joan Leiman, Ralph Melnick, Arthur Rosenblatt, Fred Smoler, Michael Schwartz, Sharon Stein y Marie Stoess. Quiero dar también las gracias a Richard Snow y Fred Allen, editores excepcionales y buenos amigos, que solicitaron tiempo libre en su trabajo para leer y comentar el mío. Y también estoy especialmente agradecida a mi editor, Starling Lawrence, por espolearme, controlarme estrictamente y llevar a cabo ambas cosas con amabilidad e ingenio; a mi agente, Emma Sweeney, por su inquebrantable apoyo y sus profundas opiniones, que siempre invitan a la reflexión; y a mi esposo, Stephen Reibel, que me presentó a Peter.