El Bufón, el Gato y el Canario
Carlos Ferro
Ese soy yo, Starfire. Me gusta ese nombre, y también el poema. Algunos versos son muy adecuados, otros son poéticos pero nada tienen que ver conmigo, otros… no sé. La poesía la compuso alguien hace mucho tiempo, para mí. Intenta ser un retrato, pero nadie puede retratarme. Mis nombres y rostros no ayudan, porque los puedo cambiar.
Pero hay algo más, una definición precisa de mí: soy el Bufón. Siempre juego bromas, es raro que hable en serio, y si lo hago, será en momentos en que sepa que no se nota la diferencia. Por eso, desde ahora les advierto que no me crean una palabra. Toda esta historia no es más que otra de mis bromas.
Tengo juegos muy complicados, y otros que son simples pero parecen complicados. Tengo juegos agradables para mí, agradables para los que los juegan o desagradables para todos. En general, cuando las piezas son seres conscientes, los juegos no divierten a los participantes, ¿o me equivoco?
Y en uno de esos juegos, reuní al Gato y al Canario. Fue un buen Juego…
El Gato y el Canario no son lo que ustedes están pensando, aunque tampoco están tan errados. Yo voy a llamarlos así, porque sus nombres son extraños para ustedes, y estos los identifican bien.
Empecemos por el Gato, ya que el fue el primero en despertar. No es un gato doméstico, ni un gato salvaje, ni ningun tipo de gato al que estén acostumbrados. Es un ser bípedo, inteligente, humanoide. En realidad, es una mutación producida en base al ser humano, para tornarlo más apto para el planeta en que reside. Es un planeta muy inhóspito, y la forma humana —digamos, terrícola— no le serviría de mucho allí. En su forma actual, sus reílejos son más rápidos, es un excelente cazador, tiene músculos más fuertes, un olfato más agudo, mejor equilibrio y garras retráctiles. Su aspecto, su cara, lo asemejan realmente a un gato.
Despertó, se desperezó, y lo primero que vio fue al Canario. El Canario, definitivamente, no es una mutación. Es un bípedo, pero ahí termina la semejanza. Es de una raza muy distinta. Si no me creen, vean su suave plumaje, su pico, sus hermosas alas, sus ojos a los costados de la cabeza, lo liviano de su esqueleto. El Canario, como todos los de su raza, fue hecho para volar. Es hermosa (olvidé mencionar que es hembra) a su modo. Despertó, y lo primero que vio fue al Gato.
¡Que momento! El encuentro de dos razas que jamás se habían encontrado antes. Los dos provenían de planetas distintos y alejados, y solo los unía el Juego.
El segundo del encuentro Fue así: tres decimas de sorpresa, tres decimas de miedo, dos de interrogacion y perplejidad, y dos de preparación para una defensa. Luego, aparecí, y comenzó el Juego.
En realidad, no aparecí, sino que proyecté una imagen tridimensional cerca de ellos. Elegí una de mis favoritas: una silueta humana muy delgada, bastante alta, con ropa de colores variados, una máscara en el lugar del rostro y un gorro con cascabeles. En otras palabras, el arquetipo del bufón.
—¡Bienvenidos, jugadores del Gran Juego! Son ustedes la pareja número 3675 en participar. Hasta ahora nadie ganó, de modo que pueden llevarse el premio.
Adoro la expresión de sorpresa que siempre tienen los participantes a esta altura del Juego. Es uno de los mejores momentos. Aún así, se veía que estos eran buenos. Algunas parejas intentaron atacarme antes, pero ellos no lo hicieron, ya que sabían que yo no estaba realmente allí. Otras parejas dispararon preguntas sin ton ni son. Ellos no. Simplemente esperaron mis siguientes palabras.
Los hice esperar, intentando que se pusieran nerviosos. Permanecí en silencio e inmóvil los siguientes veinte minutos, mientras examinaban el Recinto, que es mi campo de juegos, el lugar donde mis poderes no tienen prácticamente restricción alguna. Aunque no es exactamente un lugar. Podría decirse que está fuera del tiempo y del espacio, ya que eso suena muy bien, pero sería falso. No está ni fuera ni dentro de nada, porque no está. El Recinto es sólo mi estado de ánimo. Es hospitalario o agresivo, hermoso, agreste, seco o frío, colorido o brumoso, melancólico o escarpado, o varias de esas cosas a la vez, según yo lo desee.
Por eso lo cambié varias veces mientras lo examinaban. Finalmente el Canario se dio por vencido, y habló. ¡Que hermosa voz! Aún puedo oírla, diciendo como aquella vez:
—Está bien. Hablaré si así lo quieres. ¿Quién eres, y cuál es ese Juego?
—Jamás la francalingua ha sonado tan bien, belleza —respondí—. He encantaría responder a tus preguntas, pero solo puedo decirles un par de cosas. Gato, no te comas al Canario. Canario, no huyas del Gato. Solo juntos saldrán de esto. Al fin y al cabo, si el Gato y el Canario corren en círculos, ¿cómo se sabe quién va adelante?
—Por favor, imagen, deja los acertijos para otra ocasion —interrumpió el Gato con impaciencia—. Dime qué es el Juego, y por qué debo participar. Yo estaba tranquilo en mi llanura, cazando. Ahora estoy aquí, no sé cómo ni por qué y no me gusta. ¡Habla!
Tuve que poner una expresion de paciencia y aburrimiento. Eso es difíci1 en la figura del bufón, pero tengo práctica.
—Gato, estás cometiendo varios errores. En esta etapa del Juego no es grave, pero vas a tener que mejorar mucho aún.
“Error 1: estás intentando darme órdenes. Muy pronto aprenderás que, si hay alguien aquí que manda, soy yo.
»Error 2: estás esperando que te dé respuestas, cuando yo soy el que hace las preguntas.
»Error 3: estás hablando solo por ti y de ti. Olvida todo tu estúpido individualismo, animal arrogante. No irás a ningún lado si no te ayuda el Canario.»
—¿Debo colaborar con esa bestia carnívora e insensible? —fue la pregunta del Canario.
—¿Debo ayudar a ese debil pajarraco, comedor de gusanos? —fue la pregunta del Gato.
—Me encanta ver que se entienden desde el primer momento —fue mi respuesta. Luego proseguí, diciendo:
»Pero no tengo demasiado tiempo para perder, así que voy a exponerles las reglas. Presten atención, porque sólo lo diré una vez:
»Hay tres llaves, que abren una puerta. Detrás de esa puerta estoy yo, realmente, no otra imagen. Simplemente, encuentren las llaves, abran la puerta y mírenme. Si me ven, ganan. En el medio, todo vale, tanto para ustedes como para mí.
»Ustedes tienen unas cuantas ventajas: me superan en número, no habrá ningún obstáculo que no puedan, de alguna manera, superar: no tendrán problemas con la comida o la bebida, les he dado la francalingua para que puedan comunicarse sin dificultad… Para compensar todo eso, lo único que yo tengo a favor es que domino completamente el ambiente en el que se van a mover. Es algo casi insignificante, si se lo mira bien…
—¿Cómo podremos encontrar las llaves? —protestó el Canario, agitando inquieta sus alas—. Este lugar parece inmenso…
—Yo quiero saber antes qué te hace pensar que jugaremos —gruñó el Gato. Lo ignoré, y le respondí al Canario, con suavidad:
—¡Qué distraído estoy! Casi lo olvido, encanto. Sólo tienen que seguir las flechas.
Tras esta indicación, desaparecí, o mejor dicho, suspendí la imagen.

—¿Qué habrá querido decir con eso? —se preguntó el ave.
—¡Miiaaourr!
Podríamos decir que esa fue la respuesta del Gato. En realidad, fue el maullido que emitió mientras se tiraba al suelo, esquivando por poco la flecha que hice volar hacia el Oeste, para indicarles la dirección. No se preocupen, yo sabía que la esquivaría de todos modos: sus reflejos son maravillosos.
El Canario rió entonces, con una risa cantarina, apreciando mi sentido del humor, lo cual me agradó. Siempre me gusta que los participantes aprecien mis esfuerzos. Luego, el Canario comenzó a volar en esa dirección, despacio, esperando que su compañero la siguiera. El Gato, sumamente disgustado por mis respuestas, por la flecha que lo había rozado y por la situación en general, dudó un instante. Pero un rápido cálculo le indicó que sus posibilidades eran pocas, y estando solo, menos aún.
—Están todos locos. Y yo también debo estarlo. Pero ahora el juego empezó, como dijo ese energúmeno. Parece que la única alternativa es ganarlo lo antes posible. Espero que el premio incluya volver a casa.
Y corrió por la llanura, en pos del Canario. Se desplazaba a buena velocidad, y pronto la alcanzó. Me encantó verlos moverse: la gracia de sus movimientos, su economía, su fuerza… Soy muy sensible a esas cosas. Casi siempre los participantes me agradan, y esa es una ventaja que no les aclaré. Ellos tienen un objetivo bien definido, una meta concreta. Mientras que yo, por un lado deseo que ganen, deseo ayudarles, y por el otro tengo la cruel obligación de dificultarles la tarea todo lo que pueda. En fin, las cosas son así y la única verdad es la realidad.
Los dejé atravesar así unos diez kilómetros de llanura rocosa, y luego transformé lentamente su entorno en un apacible bosque. En la foresta, ambos parecían más cómodos. Tal vez el lugar fuera más parecido a sus lugares de origen, tal vez el susurro del viento entre los árboles tenía un efecto sedante natural. En fin, se relajaron un poco. Eso era lo que yo esperaba para la primera prueba: el Adversario Perfecto (AP, en adelante).
Se trata de un organismo cibernético creado por mí, al que ninguna criatura puede vencer individualmente. Basado en mis amplios archivos sobre comportamientos, estrategias y tácticas de combate de miles de razas desde los gaudenos de Aldebarán, extinguidos hace ya eones, hasta los mejores productos de los tanques de incubación de los denebianos, pasando por la gran gama de combatientes humanos, y su larga derivación en los mutantes (raza combativa e ingeniosa si las hay, la humana), el AP es la encarnación de toda esta sabiduría, esta ciencia de la guerra. Por supuesto, todo colocado en un cuerpo que le permite cambiar de forma, para poder utilizar cualquiera de esas técnicas con el cuerpo que le dio origen. Añádase una absoluta insensibilidad al dolor y un cerebro proteico—coloidal de altísima velocidad, y tendrán ustedes algo muy difícil de derrotar. Por si no se nota, estoy muy orgulloso de él.
La única forma de vencerlo es cortar el suministro de energía a ese cerebro. Para ello, coloqué un suitch externo en su… bueno, generalmente es su espalda. Después del tercer o cuarto cambio de forma, ¿quién sabe? Tiene instrucciones muy precisas de defender ese suitch, esa es una de las premisas base de su programa. La otra, incluida con gran dolor de mi alma, pero necesaria también para que me sirva de algo, es que no pueda combatir a dos oponentes a la vez. Entiendan bien esto: si combate contra una sola criatura, de la especie que sea, la vencerá y matará. Puede tardar más o menos tiempo, pero el resultado es indudable. Mientras que, si sus oponentes son dos o más, es sencillo que uno lo distraiga mientras el otro lo desconecta.
Bueno, el caso es que coloqué al AP bien visible, en el camino de la pareja. Parecía un extraño monumento a algo, incongruente en su forma piramidal primaria, en el medio del bosque. Para confirmar a nuestros amigos que su camino pasaba por allí y no por otro lado, hice que una flecha se estrellara contra su cuerpo metálico. El Gato, de todas formas, amagó doblar, pero el Canario le advirtió:
—Ten cuidado. Yo en tu lugar no me apartaría del camino trazado por el Bufón con sus flechas. Tal vez así perderíamos la oportunidad de encontrar una de las llaves.
—Claro, es fácil decirlo para ti, que puedes volar sobre esa cosa. Yo tendré que escalarla, y parece totalmente lisa.
Ninguno de los dos se habla percatado de la naturaleza del robot. Pero pronto salieron de su error, ya que cualquier cosa viva que se acerque a menos de quince metros de él activa su programa. Cambió de forma inmediatamente. Ahora, un desafiante guerrero cerionense se erguía frente a ellos, una especie de ogro gigante, de tres metros de altura y armado con un simple garrote.
Él Gato, sin perder ni un instante, clasificó la aparición como un enemigo y le lanzó una de las muchas estrellas que llevaba consigo. Olvidé mencionarlo antes, pero esa es su arma favorita: proyectiles metálicos en forma de estrella, de agudas puntas, de tamaños diversos, que arroja con gran habilidad y puntería. Pero no sirven de nada contra el AP, que simplemente ignoró el proyectil, sabiendo que no podía hacerle daño.
—¡Malditas inteligencias artificiales! —exclamó el Gato.
—¿Vas a combatir contra eso?
—No parece haber alternativa. ¿O crees que me deje pasar si le pido permiso? Esta, a todas luces, es otra broma de nuestro buen amigo el Bufón. Entre paréntesis, es un roboticista realmente notable. He visto robots de combate en mi planeta, y también en otros mundos, pero nada como esto. En fin, aquí voy. Mantente apartada, puedes lastimarte.
—¿No quieres que te ayude?
El Gato, asombrado por el ofrecimiento, no sabía si sentirse agradecido u ofendido. Optó por no sentirse nada, y rechazó la ayuda con burlona cortesía. Luego se acercó lentamente al robot. Era impresionante: su cuerpo elástico preparado para la acción, sus músculos tensos, sus garras extendidas en una clásica postura de lucha de su raza. Siguió acercándose, hasta que el AP intentó golpearlo con su maza. En ese momento saltó contra él, intentando que perdiera el equilibrio, pero no pudo sorprender al robot, que lo apartó con un golpe que no fue precisamente suave. El Gato rodó varios metros por el suelo, y el Canario volvió a preguntarle:
—¿Estás seguro de no querer que te ayude?
—No, gracias. Déjame hacerlo a mi modo.
Volvió a acercarse al AP, esta vez con una postura distinta. Intentó desconcertarlo con movimientos variados de sus manos y piernas, y arrojándole más estrellas. Pero, de nuevo, todo lo que obtuvo fue un golpe. Esta vez, mientras se incorporaba, el Canario voló por encima del robot. En seguida vio el suitch maestro, y le indicó el detalle al Gato.
—Bueno, tal vez sea realmente lo que lo desconecta. O puede ser otro truco. Creo que vale la pena intentarlo.
Esta vez intentó llegar a la espalda del AP, pero éste no se lo permitía. Con sus largos brazos lo mantenía a distancia, y giraba de forma de no exponer su espalda. No importaba lo rápido que se moviera el Gato para sorprenderlo, su velocidad no podía compararse con la de mi creación, y no pudo ni siquiera ver el suitch.
—¿Quieres que lo intentemos juntos? —preguntó el Canario, al ver el pobre resultado de los esfuerzos de su compañero.
—¡No! —respondió él, visiblemente molesto.
En un último esfuerzo, intentó saltar por encima del AP, con lo cual sólo logró que lo apresara entre sus fuertes brazos. De nada le sirvió arañar su superficie ni revolverse: el Adversario comenzó a oprimir para terminar con é1. Viendo esto, el Canario a no preguntó más nada. No dudó ni un instante, y arriesgando el todo por el todo, llegó junto al robot. Sin pérdida de tiempo bajó el interruptor. Y así el AP quedó desconectado y de nuevo inmóvil. Con dificultad, el Gato se zafó entonces de su abrazo.
—Bien, sigamos adelante —dijo el Canario, absteniéndose de hacer cualquier otro comentario.
Creí que toda la escena bien valía otra aparición, especialmente porque el triunfo sobre el AP los hacía obtener la primera llave. Así que una vez más corporicé al Bufón cerca de ellos.
—¿Qué tal, amigos? Bonito día, ¿no es cierto? —dije, mientras jugaba con la llave, lanzándola al aíre y volviéndola a atajar. Miré al AP con fingido asombro, silbé y dije:
—¡Vaya, pero que cosa más fea! Y peligrosa además. No es bueno dejar estas cosas tiradas así en el medio del bosque. Alguien podría lastimarse, ¿saben?
Con estas palabras y un ademán, lo hice desaparecer, llevándolo de nuevo al almacén en donde lo guardo.
—Pero se los ve algo agitados. ¿Han tenido algún problema? Especialmente tú, Gato. Se te ve pálido… En fin, antes de que me olvide, han pasado la primera prueba, y aquí está su premio. Es la primera de las tres llaves, la Llave triangular. Tómenla.
El Gato se adelantó y la tomó. La examinó atentamente, y la guardó. Mientras hacía esto, aproveché para sermonearlo otro poco.
—¿Lo ves, necio? Te dije que no lograrías nada sin el Canario. Y esto casi te cuesta la vida. Recuerda que no es la fuerza lo que importa, al menos no lo único que importa, porque a veces basta la fuerza de un pájaro para desequilibrar la balanza. Que te sirva de lección.
Mi voz aún sonaba, pero ya me habla ido. A un kilómetro de ahí preparé una mesa con comida y bebida, calculando que para esta altura ya debían necesitarlo.
Siempre guiados por las flechas, llegaron poco después. Ya el Canario había tomado un bocado en su mano cuando el Gato la detuvo.
—¡Espera! ¿Y si está envenenado?
—No lo creo, no es el estilo del Bufón. Me arriesgaré —y engulló rápidamente el bocado. Luego, su rostro cambió de expresión. Tembló un par de veces, y cayó al piso. El Gato se agachó a su lado, muy alarmado, intentando hallar su pulso. El Canario le tiró con suavidad de los bigotes, y volvió a reírse.
—¡Tranquilo! Estoy bien, fue sólo una broma. ¿O es que acaso el Bulón tiene la exclusividad de las bromas aquí?
La expresión del Gato fue digna de ser cantada en un poema pero pronto rió también y comió vorazmente.
—Hace mucho que no disfrutaba tanto una comida —dijo, entre bocado y bocado—. Este bufón tiene buenos cocineros.
Cuando consideré que ya habían descansado lo suficiente, envié otra flecha como sutil indirecta de que debían continuar.
—Bien, se acabó el descanso —dijo el Gato. Parecía de buen humor, creo que es maravilloso cómo una buena comida cambia a la gente.
Poco después hice que el bosque se transformara en una selva. Estaba llena de plantas exóticas, perfumes misteriosos y exuberantes, colores vivaces, enceguecedores: el sol brillando sobre todo esto con bastante fuerza, y mucha humedad. Un sitio asqueroso. El Gato comenzó a quejarse del calor, pero seguían adelante.
Además, esta selva tenía otros peligros distintos de aquellos a los que estaban acostumbrados a enfrentar. Otra de mis criaturas, una planta carnívora de paladar delicado, atrapó con fuertes zarcillos al Canario, con la clara intención de devorarla. Sólo la rápida intervención del Gato la salvó: con sus fuertes garras cortó las ramas y raíces de la planta, reduciéndola pronto a una masa verdosa, inerte y maloliente.
—Te debo una —dijo el Canario, mirándolo con nuevos ojos.
—No lo consideres así, por favor —dijo el Gato. Luego sonrió—. No es un asunto de deber dar o recibir. Es necesario. Como dijo ese payaso, solo juntos saldremos de este lugar infernal.
A veces me sorprenden los participantes. No esperaba esto de él, pero me alegró mucho.
Los hice caminar un buen rato por la selva, y luego comencé la segunda prueba: el Laberinto y la Noche. Esto requiere mucha concentración de mi parte, ya que tengo que armar un laberinto a su alrededor. Puede parecerles fácil, pero no lo es. Cambiar los entornos en general, pasar de montaña a valle, o bosque, o selva, o desierto, no es tan difícil, ya que hay mucho margen para el error: un árbol fuera de lugar no es una catástrofe, y nadie se dará cuenta si las piedras del suelo no están exactamente en la posición que yo lo deseaba. Pero con el laberinto, el ajuste debe ser mucho más fino, las paredes deben ajustarse al suelo y al techo, el dibujo del Laberinto debe respetarse… Pero, como les dije antes, puedo hacerlo. Así pues, se formó el Laberinto a su alrededor.
Paredes sólidas y grises, indistinguibles unas de otras e imposibles de marcar con instrumento alguno, techos del mismo color, al igual que el piso. Un lugar confeccionado con el solo propósito de desorientar y confundir. Y además, con un toque personal, porque no era un laberinto del todo convencional. Las esquinas no se limitaban a los ángulos rectos, las había de cualquier angularidad. El piso no era llano, subía, bajaba, se abría a los pies de los desprevenidos, se movía. Además, para variar, estaba lleno de trampas disimuladas, como por ejemplo los haces de rayos de colores alegres pero potencia destructiva suficiente que surgían sin preaviso de las paredes, y cosas así.
En este Laberinto demostró una vez más su valía el Canario. Por increíble que parezca, anticipaba cada una de mis trampas, y descubría rápidamente la forma de eludirla o superarla. Demostrando una aguda sensibilidad además de ingenio, detectó el patrón, esquema o dibujo del Laberinto y guió a través de él al Gato, saliendo ambos sanos y salvos en el tiempo récord de dos horas, veinte minutos, treinta segundos. La marca anterior fue de más de diez horas. No podía creerlo: ni una sola vez equivocaron el camino, nunca debieron volver atrás en un callejón sin salida.
Pero así también me decepcionó en la Noche: esta criatura del sol y las nubes se derrumbó, deshecha en llanto y temblores, en cuanto cerré sobre ellos la Noche más perfecta y oscura que puedan imaginarse. Ni el más pequeño atisbo de luz se concede aquí a los participantes, excepto las habituales flechas de señalización, ahora fosforescentes. Deben avanzar por un sendero irregular, lleno de obstáculos y rodeado de todo tipo de criaturas, algunas de ellas hostiles y peligrosas. En esta parte de la prueba, el Gato fue el guía. Con infinita paciencia la calmaba y consolaba, llevándola de la mano por el sendero, apartándola de los peligros y ahuyentando o combatiendo a las fieras que los atacaban. Era conmovedor. Por supuesto, él tampoco podía ver: ni siquiera sus sensibles ojos de mutante podían captar imágenes allí donde la ausencia de luz era total, pero sabía utilizar adecuadamente sus otros sentidos, también altamente desarrollados, y no se dejaba atemorizar por un poco de oscuridad. De nuevo batieron el récord, pero más modestamente: cuatro horas diez contra cuatro treinta.
Cuando llegaron de nuevo a la luz, aparecí (sin connotaciones místicas, por favor) para darles la segunda llave. El Canario todavía tenía lágrimas en sus ojos, y el Gato estaba agitado y bañado en sudor. Le di un vaso de agua a cada uno, y les dije:
—¡Felicitaciones, muchachos! ¡Así se hace! Han superado la segunda prueba, y en tiempo récord. Deben estar orgullosos. Aquí está su premio: la Llave Cuadrada. Ahora comienza la tercera Prueba: el Viaje. Las otras pruebas tenían un principio y un fin bien demarcados, esta no. La prueba consiste en viajar desde aquí hasta mi hogar. Sí, ya sé que eso es lo que estuvieron haciendo desde que llegaron, pero ahora será distinto. En primer lugar, no más flechas indicadoras.
—Gracias a Dios —interrumpió el Gato, entre dientes.
—Sólo les diré que estoy hacia el Norte, a unos cuatro días de marcha en línea recta. Pero no podrán viajar en línea recta. Luego, las cosas han sido muy fáciles hasta ahora, aunque no lo crean. No más mesas mágicas, deberán conseguir su comida. De todos modos, la comarca es rica y no creo que eso sea muy difícil. Finalmente, la mayoría de los nativos serán hostiles, Y lo peor de todo: no contarán más con mi presencia. No volverán a verme hasta que hayan llegado a mi casa.
Desaparecí una vez más, pero no sin llegar a oír la carcajada del Gato ante mis últimas palabras. En fin, ya lo lamentaría.
El dúo comenzó a caminar entonces en dirección al Norte, sólo para entrar en la apacible Llanura del Aburrimiento. Es una amplia extensión por la cual uno puede caminar o correr durante largo rato sin que parezca que haya avanzado ni un centímetro. El paisaje es siempre el mismo, sin puntos de referencia. Después de medio día, nuestros amigos comenzaban a cansarse de caminar aparentemente sin sentido, cuando encontraron a los Lysth. Había dos familias de ellos, que habían venido a pasar un tranquilo día de campo, con sus aerodeslizadores.
—¡Excelente! —dijo el Gato—. Es justo lo que necesitábamos, un vehículo rápido para salir de aquí. Tomemos uno de estos.
—¿No crees que deberíamos pedirles permiso? —preguntó el Canario— En mi planeta, por menos de esto se encierra a la gente. Eso es robar.
—En mi planeta, se mata por menos que eso. Pero no estamos ni en tu planeta ni en el mío. Aparentemente se trata de un juego, y el Bufón dijo “todo vale”.

Con este falaz razonamiento convenció al Canario, y en silencio llagaron hasta uno de los deslizadores, y entraron en él. Al ver el gigantesco panel de instrumentos el Canario, que jamás había subido a un artefacto volador, le preguntó:
—¿Estás seguro de poder manejar esto? Se ve muy complicado. Creo que sería mejor pedirles que nos lleven.
—Oh, sí. Iremos y les diremos: Disculpe, pero mi planeta está muy lejos. Estoy participando en un juego incomprensible y tengo que llegar a un lugar al Norte de aquí, donde vive un extraño bufón. Y con eso, nos responderán que nos llevan encantados. ¡Por favor! Sin contar con que el payaso ese dijo que los nativos serían hostiles.
Luego empezó a examinar el instrumental y los mandos. No era tan difícil, lo esencial era una palanca para cambiar de dirección, muy similar a la que puede encontrarse en cualquier vehículo volador para humanoides. Decidió que bien podía arriesgarse, y lo puso en marcha. El deslizador despegó con un agudo zumbido. Hay que decir a favor del Gato que, pese a ser la primera vez que tripulaba un vehículo de este tipo, obtuvo un hermoso despegue vertical. Pero el zumbido alertó a los Lysth y algunos de ellos treparon al otro para perseguir a los ladrones.
—¡Nos siguen! —gritó el Canario.
—Sí. Deberíamos haber arruinado el otro artefacto, pero hubiera sido muy arriesgado. Espero que no tengan armas…
En el momento mismo en que lo dijo, un relámpago delante de su cristal de observación echó por tierra esta esperanza: sus perseguidores disponían de un arma energtica.
—¿Qué fue eso? —preguntó el Canario.
—Nos están disparando. ¿No sabes reconocer el destello de un arma cuando lo ves? —fue la irritada respuesta del Gato, que iniciaba una serie de maniobras evasivas.
—Claro que no. En mi mundo no hay de esas cosas. Pero oímos de ellas. ¿Estás intentando esquivar los disparos?
—Sí —respondió el Gato, más nervioso. El piloto del otro deslizador no era ninguna maravilla, pero estaba acercándoseles rápidamente—. Ser volatilizado no es mí idea de la diversión.
—Entonces déjame manejar esto a mí, y encuentra las armas que haya aquí.
—¿Qué? No tienes ninguna experiencia con estas máquinas, y mucho menos en maniobras evasivas.
—Pero sé volar. Mi raza volaba antes de que la tuya abandonara los árboles.
El Gato dudó un instante, y luego dos. Pero era evidente que é1 no podía librarse de su perseguidor, y había prendido a confiar en el juicio y la intuición del Canario. Le cedió el mando, y comenzó a buscar armas por toda la nave. Mientras tanto, el Canario desarrollaba un auténtico poema de vuelo. Volaba aquella máquina como si fuese una extensión de su cuerpo, volaba como un ángel. Parecía que el deslizador danzara por el cielo, y en esa danza eludía además la muerte que flotaba en cada descarga del arma de sus seguidores.
—Malas noticias: en este vehículo no hay armas —dijo el Gato—. Tal vez sea mejor aterrizar, y esperar que esos entiendan razones. En ese momento la radio crepitó, y se oyó una voz.
—Identifíquense, por favor. Están piloteado un deslizador robado. Por esa acción pueden ser legalmente abatidos en vuelo. Soy el piloto L’ghj, estoy en la nave que los persigue. Se les está acabando el combustible y les doy la orden de descender. Si lo hacen, se les perdonará la vida, porque necesitamos pilotos de calidad.
—Gracias por el elogio, pero es imposible —respondió el Canario por la radio—. Y aléjese de nosotros, o empezaremos a disparar también. No queremos hacerles daño, pero…
—Espero que se lo crean —murmuró el Gato, cruzando los dedos.
—Su nave está desarmada, piloto. Le repito que descienda ahora. —Bueno, no me dejan alternativa —dijo el Canario—. Gato, toma los controles y desciende despacio. Dame dos o tres de tus estrellas.
—¿Qué vas a hacer?
—Piloto, nos rendimos. Descendemos —dijo el Canario a la radio. Tomó las estrellas, y salió por el costado oculto de la nave. Mientras el Gato hacía que su deslizador descendiera como se lo había indicado, ella se elevó por sobre la otra nave, y luego detrás. Allí arrojó las estrellas directamente por los dos orificios que encontró, esperando que uno de ellos llegara hasta el impulsor. Por suerte para ambos, así era. Unos cuantos ruidos metálicos, y el deslizador cayó a tierra como una piedra.
—Buena suerte —dijo irónicamente el Canario, viendo los intentos del piloto por planear y aterrizar. El Gato, advirtiendo lo sucedido, volvió a elevarse y recogió al Canario.
—¡Estuviste maravillosa! Lamento que no se me haya ocurrido a mí antes.
—Bueno, a mí tampoco se me hubiera ocurrido. Pero por suerte recordé una leyenda de mi gente acerca de unos seres que vinieron de las estrellas en naves de metal, y cómo mi pueblo, conducido por un héroe al que llamamos Vygdas, los derrotó arrojando basura en sus motores… Las leyendas tienen su utilidad a veces…
—Así que hemos hecho realidad una leyenda… —dijo pensativo el Gato.
Pero poco después se les acabó el combustible, y debieron descender. Lo hicieron al borde de un río, y abandonaron el deslizador luego de registrarlo sin éxito, buscando algo que pudiera serles útil.
De nuevo, debieron recurrir al más antiguo medio de locomoción: los pies. Caminaron a buen paso hacia el Norte, hasta encontrar el Muro. Claro, yo les había dicho que no podrían seguir en línea recta hacia el Norte, pero no les había aclarado por qué. A tan solo un día de marcha de mi casa el Muro intercepta a cualquier visitante. Es una muralla invisible, lo que hace muy divertido ver cuando alguien choca con ella: de gran altura, suficiente al menos para que ni el Canario ni los deslizadores pudieran volar por encima de ella. Y muy sólida. El Gato la golpeó con toda su fuerza, sin resultado. Y si hubiera probado con una maza, una espada, un arma de explosión, un arma energética o incluso una atómica, tampoco hubiera logrado nada. El Muro no puede ser destruido por nada que yo conozca, y conozco mucho. La luz y el sonido si lo atraviesan, pero no los objetos. Así, la única forma de pasar el Muro es por alguna de sus aberturas. Hay varias, justamente para que se pueda cruzarlo, todo lo que debían hacer el Gato y el Canario era buscar una de estas aberturas, y pronto lo entendieron.
Claro, de esta forma lo que hubiera sido un día de marcha se transformó en un largo recorrido de tres días y medio, tanteando la pared para no pasar delante de la abertura sin notarla, y afrontando obstáculos y peligros diversos como para no perder la costumbre. Se turnaban para ir pegados a la pared, mientras el otro vigilaba.
—¿No terminará nunca esta pared? —se preguntaba, angustiada, el Canario luego de dos días. En esos dos días habían tenido que enfrentarse con varias docenas de Neghs, siempre en grupos de a dos o tres. Los Neghs son un pueblo realmente hostil, los guardianes de mi Muro. Siempre merodean sus proximidades, porque saben que suelo enviar por allí parejas de concursantes, que llevan consigo artículos exóticos y, en general, son buenos para comer. Los Neghs son astutos, traicioneros y sucios para la pelea: son ágiles, no muy altos, y utilizan espadas cortas y escudos de cuero. Serían de forma humanoide si no tuvieran cuatro brazos y dos apéndices extra sin articulaciones, como tentáculos. De cualquier forma, no eran rival para la fuerza y agilidad del Gato, y sus estrellas hendían con facilidad los escudos de cuero y las delicadas carnes de los Neghs.
En general, es raro que una pareja sobreviva a los ataques de estos seres durante más de un día, pero cuando esto sucede, como era el caso, se reúnen en una gigantesca partida de caza. Bueno, gigantesca para ellos: juntan un grupo de veinte o treinta cazadores, y van en pos de los invasores. Es la única vez que actúan en grupos grandes. De todas las parejas participantes, sólo dos habían sobrevivido a este ataque definitivo, una de ellas porque pudo encontrar una abertura justo antes de ser encontrada por los Neghs (ya que ellos jamás cruzan el Muro).
Ya di por perdida a la pareja cuando empezó la gran batalla. Primero los rodearon y luego, rep entinamente, se abalanzaron sobre ellos. El Gato gritó al Canario que escapara volando, mientras luchaba ferozmente, pero ella, ya sea por aturdimiento o porque no quería abandonar al Gato a su suerte, no lo hizo, y pronto fue apresada por la horda.
El Gato, por su parte, acabó con cinco de sus oponentes, pero luego lo dejó fuera de combate un certero golpe en la cabeza, propinado por un Negh que estaba a su espalda. Los salvajes lo hubieran matado allí mismo, porque estaban furiosos por las pérdidas que habían sufrido y le tenían mucho miedo: pero entonces el canario comenzó a cantar. El efecto de esto fue instantáneo, mágico, maravilloso. No lo creería si no tuviera las grabaciones (grabo cada momento de cada juego), y eso que las grabaciones son sólo un pálido reflejo, una sombra, una sugerencia del efecto real de aquello. Era algo que iba más allá de la canción en sí, más allá de la esplendente voz del Canario, más allá de las palabras. La letra era un poema sencillo, un clásico en la tierra del ave, según averigué: es la descripción del primer vuelo, y por extensión, de cada vuelo. Habla de la alegría del volar, la visión de las tierras desde arriba, beber los vientos y cantar en y con ellos, la fuerza que impulsa a las alas, los sutiles movimientos musculares que regulan la dirección, la delicia del equilibrio y la caricia del sol, el estremecimiento que produce atravesar una nube… cosas que sólo comprende plenamente quien ha volado, y que los demás sólo podemos mirar con envidia y anhelo. Eso en cuanto a las palabras. La voz del Canario era un instrumento exquisito, armoniosa, sonora: el Canario estaba diseñado para cantar tanto como para volar. La música era también sencilla, sin alarde ni pretensiones extrañas. Pero la combinación, la entidad completa y conjunta de la Canción en si (con mayúscula), era algo que trascendía todo eso, algo que iba mucho más allá del bosque, más allá incluso del planeta: era algo que hacia vibrar las emociones de cada ser, de cualquier ser inteligente y sentiente. Fue una de las impresiones más hondas que puedo recordar, algo que atesoro.
Por supuesto, los Neghs tampoco pudieron sustraerse al encanto. Quedaron paralizados escuchando el canto del Canario. Y vinieron más del bosque, y se reunió una gran multitud, no sólo de Neghs sino también de muchas otras criaturas, compartiendo esa experiencia única. Y el Gato despertó, y contempló, y escuchó maravillado.
Transcurrieron así varias horas, hasta que finalizó la Canción. Calló la voz del Canario, y un profundo silencio se hizo en el claro. Ella agachó la cabeza, agotada tras su canto. Luego, todas las criaturas se retiraron, aún en silencio. Excepto el Gato, que se acercó a su compañera, a la que ahora veía de forma distinta.
—Fue maravilloso. ¿Cómo…?
—Shhh. No hagas preguntas, porque no todo tiene respuesta. Es un don, no del todo infrecuente en mi pueblo. Pero es fatigoso. Me alegro de que, además, te haya gustado.
Esperaron un rato, mientras el Canario se reponía, y luego continuaron.
Es poco lo que queda por decir, ya que a corta distancia hallaron la abertura en el Muro. De este lado de la pared ya no hay sorpresas ni peligros, y es aburrido el viaje de allí en adelante. Sin más sucesos, arribaron al fin frente a mi puerta.
Allí salí a recibirlos, como corresponde a un anfitrión bien educado y amable, y a darles la tercera y última llave: la Llave Circular.
—Con esto ya tienen lo necesario para entrar en esta, mi humilde morada. Esta es la Puerta —dije, al tiempo que la señalaba—. Sean bienvenidos. Disculpen que no les abra, pero deben hacerlo ustedes mismos.
Con las tres llaves en la mano, el Gato se acercó a la Puerta. La miró. Había tres cerraduras, una triangular, otra cuadrada y la tercera redonda. Todo encajaba. Rió, y le dijo al Canario:
—¡Lo logramos! Hemos ganado el Juego! Sólo nos resta abrir esta puerta, y ver cara a cara al Bufón. ¡Hurra!
Colocó cada llave en el agujero que tenía su forma, y las hizo girar. La impaciencia me consumía, no podía hacer nada. Pese a mi angustia no podía intervenir. Una lástima, habiendo llegado tan lejos…
Pero tuve que soportar el sufrimiento en silencio. Padecí cada uno de esos momentos, mientras el Gato acomodaba alegremente las piezas de metal, y una a una las hacía girar, y alegremente se condenaba a muerte.
Cuando hizo girar la última de las llaves, una descarga energética lo pulverizó, lo atomizó. Fue espantoso, pero rápido: dudo de que haya llegado a enterarse de lo que le sucedió. El mecanismo de defensa de la Puerta era sencillo, pero efectivo. Sólo podía abrirse si las llaves eran colocadas en los lugares correctos, cualquier otra combinación acarreaba la destrucción inmediata. Esta era en realidad la tercera Prueba, la apertura de la Puerta.
—¡Noooo! —gritó el Canario, demasiado tarde. Su grito fue desgarrador, con la misma intensidad que su Canto, pero expresando desesperación, súbita soledad, miedo y furia.
—¡Maldito seas! ¡Maldito sea tu estúpido juego, y ojalá te pudras allí dentro! Yo espero que nunca otra pareja llegue tan cerca de ti como nosotros lo hicimos, y que permanezcas allí para siempre, eternamente desconocedor de tu propio rostro.
»Porque tú sabías, y no lo detuviste, tú sabías que la Llave Redonda iba en el cuadrado, la Cuadrada en el triángulo y la Triangular en el círculo. Pero lo dejaste morir, sin una palabra, víctima de tus vericuetos y trampas.
—¿Cómo sabes el orden de las llaves? —pregunté. Estaba realmente desconcertado, me asombraba el profundo conocimiento que revelaba el Canario—. ¿Y cómo sabes que necesito que alguien entre para poder ver mi rostro a través de él?
—No sé cómo lo sé, ni me importa. Ahora, lo único que cuenta es que lo supe demasiado tarde, porque sólo lo vi cuando el Gato ya estaba muerto.
—Aún no es demasiado tarde. ¡Por favor, abre la Puerta! Tú si puedes hacerlo.
—¿Y para qué? —preguntó, con una sombra, un oscuro fulgor en sus ojos.
—Por favor. Lo necesito. Te lo imploro. Haré cualquier cosa que me pidas a cambio…
—¿Puedes devolverle la vida al Gato?
—No —tuve que admitir—. Pero tengo grandes poderes. Pide otra cosa, que te la daré. ¡Abre la Puerta!

—Una sola cosa deseo, una sola cosa me importa, y no está en tus manos. Lo que es peor: estuvo en tus manos, y pasó a través de ellas. Fue. Por ello te odio, con un odio cuya magnitud no puedes concebir, y te maldigo. Cien veces te maldigo, y lo seguiré haciendo mientras viva. Y reitero mi maldición anterior: que jamás llegues a conocer tu rostro, y que sufras por ello, aunque sea una mínima parte de lo que yo sufro. Porque amaba al Gato, y tú causaste su muerte.
Tras pronunciar estas terribles palabras, desplegó sus alas.
—¡Espera! ¡Por favor…!
Pero ya era demasiado tarde. Ya el Canario volaba, lejos en el horizonte, perdiéndose en la noche que había caído sobre todos nosotros.
Hasta ahora, su maldición se ha cumplido. Ha pasado mucho tiempo, han pasado muchas parejas, pero ninguna llegó tan lejos. Y yo sigo aquí, inmensamente poderoso, pero ridículamente impotente para conseguir lo que deseo, incapaz de ver mi propio rostro. Y comienzo a desesperarme…
El Canario sigue volando por este lugar. Algunas veces la he visto, viene cada tanto a repetirme su maldición y reírse de mí. La suya es una risa amarga y cruel. Y vuela, y canta su pena a todos los vientos y todas las criaturas que encuentra. Se ha transformado en una leyenda entre los seres que habitan mi mundo. Podría matarla, pero, ¿de qué me serviría? Así, la dejo vagar por los cielos, aunque sea para mí una sombra negra y eterna de tristeza y remordimiento.
(Transcripción parcial de Briseida Limeso para la versión ebook.)