XIV

Dude y Bessie volvieron a la puesta del sol. Dude estaba tocando la bocina a más de un kilómetro cuando la oyó Jeeter, y él y Ada salieron corriendo al camino para verlos llegar. La bocina tenía un sonido agradable, pensaba Jeeter, y le gustaba la forma en que la tocaba Dude; le parecía al oírlo que hacía como los maquinistas, cuando tocaban el silbato de las locomotoras al salir del cargadero de carbón.

—Ése es Dude tocando la bocina —dijo—. Y lo hace muy bien, ¿no es cierto? Siempre le gustó tocar la bocina casi tanto como conducir un coche, y solía jurar como un condenado porque de la de mi coche no salía ningún sonido. Los cables se habían soltado y nunca pude disponer del tiempo necesario para fijarlos de nuevo.

Ada se quedó inmóvil en el camino mirando acercarse el coche nuevo y lustroso. Parecía, dijo, como una gran carroza negra que escapara de un ciclón; la nube de polvo que se alzaba detrás, daba realmente la impresión de un ciclón que se aproximara.

—¿No es una cosa espléndida? —dijo.

—Ése es Dude conduciendo y tocando la bocina. Tiene un lindo sonido cuando la toca, ¿no es cierto, Ada?

Jeeter estaba orgulloso de su hijo.

—Ojalá estuvieran aquí todos mis hijos para verlo —dijo Ada—. A Lizzie Belle le solía gustar mirar coches y pasear en ellos más que a nadie que haya conocido. A lo mejor tiene ahora uno… Me gustaría saberlo.

Dude y Bessie se acercaron despacio, y entraron en el patio. Jeeter y Ada corrieron al lado del coche hasta que éste se detuvo junto a la chimenea de la casa. Ellie May veía todo desde una esquina de la casa.

—¿Hasta dónde llegaron? —preguntó Jeeter a Bessie, al bajar ésta, del coche—. Han estado fuera toda la tarde. ¿Fueron a Augusta?

Bessie empezó a limpiar el automóvil con el ruedo de su falda; Ada y Ellie May ya estaban haciendo lo mismo del otro lado. La abuela se hallaba detrás de un amole, a diez metros, mirando también el automóvil. Dude seguía en el volante tocando la bocina.

—Fuimos y fuimos hasta que llegamos a McCoy —dijo Bessie—. No hicimos más que andar hasta que llegamos allí.

—Eso son como cincuenta kilómetros, ¿no? —preguntó Jeeter, entusiasmado—. ¿Llegaron de verdad hasta allá y volvieron?

—Eso mismo es lo que hicimos —dijo Dude—. Nunca había llegado tan lejos de aquí antes, y es muy bonito por aquel lado.

—¿Por qué no fueron a Augusta? —preguntó Jeeter—. Cuando fueron hasta la encrucijada creí que seguro se iban a Augusta.

—No fuimos para ese lado —dijo Dude—, sino para el otro, para McCoy, y llegamos hasta el mismo McCoy.

Jeeter caminó hacia la parte delantera del coche, mientras Dude bajaba y dejaba de tocar la bocina.

—¡Santo Dios! —dijo Jeeter—. ¿Quién fue el que hizo eso? —Señaló el guardabarros derecho. Todos dejaron de limpiar y se agolparon junto al radiador. El guardabarros estaba retorcido y roto como si alguien hubiera agarrado una maza y hubiese tratado de ver cómo podía estropearlo más. El faro derecho había sido arrancado, y solamente quedaba un trozo de hierro doblado y un pedazo de cable en el lugar en que estuvo. El guardabarros había quedado aplastado contra el capot.

—Fue un carro el que hizo eso —dijo Dude—. Veníamos de vuelta de McCoy, y estaba mirando a un alambique de trementina, y lo primero que supe es que nos habíamos dado contra la trasera de un carro tirado por dos caballos.

Bessie miró al guardabarros destrozado, pero no dijo nada. Esta vez era difícil que pudiera echarle la culpa al demonio, ya que ella misma iba en el coche cuando ocurrió el accidente, pero no había dejado de parecerle que Dios debía de haberlo cuidado mejor, especialmente después que ella había rezado pidiéndoselo cuando lo compró esa misma mañana en Fuller.

—Pero el coche anda lo mismo, ¿no? —preguntó Jeeter.

—Anda igual que si fuera completamente nuevo, todavía —dijo Dude—. Y la bocina no se estropeó nada; toca tan bien como esta mañana.

El guardabarros había quedado completamente destrozado, contra el capot, y si no fuera por los bordes rotos, parecía como si lo hubiese sacado. Al parecer nada más, con excepción del faro, había sido dañado; en la carrocería no había abolladuras, y el eje y las ruedas parecían estar en su sitio, Sólo el elástico trasero roto hacía que el coche cediese atrás.

—Eso no le hace nada —dijo Jeeter—. No hagas ningún caso, Bessie. Déjalo estar, y nunca notarás la diferencia de cuando lo compraste nuevo.

—Es cierto —dijo Bessie—. No me preocupo nada, porque no fue culpa de Dude. Estaba mirando el alambique de trementina junto a la carretera, y yo también, cuando el carro se puso delante. El negro que lo manejaba debía de haber tenido talento suficiente para apartarse de nuestro camino, cuando nos oyó venir.

—¿No estabas tocando la bocina entonces, Dude? —preguntó Jeeter.

—No, en ese momento no, porque estaba ocupado mirando el alambique. Nunca había visto uno tan grande antes; era casi tan grande como los de whisky, pero no tan brillante.

—Es una lástima haber estropeado el coche nuevo tan pronto —dijo Bessie, volviendo a limpiarlo—. Estaba completamente nuevo sólo un rato antes del mediodía, y ahora justo se ha puesto el sol.

—Fue ese negro —dijo Dude—. Si no hubiera ido dormido en el carro, nunca habría pasado nada. Estaba dormido como un plomo, hasta que el choque lo despertó y lo echó a la cuneta.

—No se hizo mucho daño, ¿no? —preguntó Jeeter.

—Eso no lo sé —contestó Dude—. Cuando arrancamos de nuevo, seguía en la cuneta. El carro le cayó encima y lo había aplastado; estaba con los ojos muy abiertos todo el tiempo, pero no pude conseguir que dijera nada. Parecía que estuviese muerto.

—Esos negros siempre se están haciendo matar; parece que no hubiese forma de impedirlo.

Hacía ya más de media hora que se había puesto el sol, y empezaba a sentirse el frío húmedo de las primeras noches de primavera. La abuela ya había entrado en la casa y se había acostado. Ada subió a la galería, con los brazos cruzados sobre el pecho para entrar en calor, y Bessie también se dirigió adentro.

Dude y Jeeter quedaron junto al coche hasta que se hizo tan oscuro que ya no pudieron verlo más, y entonces también entraron.

El resplandor de las fogatas empezó a iluminar el cielo a lo lejos, y el olor del humo de los pinares fue impregnando el aire húmedo de la noche. Se veían fogatas en todas las direcciones; había algunas que llevaban ya una semana o más, mientras otras acababan de ser encendidas esa tarde.

En primavera, los agricultores quemaban todos sus campos, porque decían que el fuego abrasaría a los gorgojos. Ésa era la explicación que daban al quemar los campos y los bosques, cuando alguien les preguntaba por qué no respetaban los pinos jóvenes y los árboles ya hechos. Pero la razón verdadera es que todos siempre habían quemado campos y bosques al llegar la primavera, y no veían el motivo para abandonar una costumbre de toda su vida. Les parecía que el quemar campos y bosques era tan necesario como echar guano en los algodonales para recoger una cosecha abundante. Si los árboles que quemaban hubieran sido aserrados para hacer tablones o cortados para leña, en lugar de arrasarlos con el fuego, hubiesen tenido algo que vender; los gorgojos nunca eran destruidos en gran cantidad por el fuego, y de todas maneras había que rociar las plantas con veneno en el verano. Pero todo el mundo había quemado siempre la tierra en primavera, y ellos continuaban haciéndolo, aunque no fuera más que porque sus padres lo habían hecho antes. Jeeter todos los años quemaba sus tierras, aunque no tuviera razón alguna para hacerlo, ya que no podía cosechar más. Ése era el motivo de que la tierra estuviera desnuda de toda vegetación, salvo los juncales y retamas y el roble enano; los matorrales crecían nuevamente cada año y el fuego más fuerte no podía hacer nada a esos arbustos duros como el hierro.

Dentro de la casa, las mujeres se reunieron en el dormitorio, esperando en la oscuridad a Jeeter y Dude. La abuela ya estaba en cama, cubierta con sus mantas en jirones; Ellie May había ido a los juncales y aún no había vuelto. Y Bessie y Ada se sentaron en las camas esperando.

En las tres camas durmieron siempre todos los Lester, hasta cuando habían estado ocho o nueve juntos. A veces, alguno dormía en un jergón sobre el suelo en verano, pero en invierno sentían mucho más calor apretujados en las camas, y ahora que se habían ido todos los hijos, salvo Dude y Ellie May, había sitio justo para todos. Bessie tenía su propia casa, una cabaña de tres habitaciones en la barranca sobre el río, pero el techo estaba podrido, todas las tejas habían sido llevadas por el viento, y cuando llovía, todo cuanto había en los tres cuartos quedaba empapado.

A veces, en mitad de la noche, cuando estallaba de repente una tormenta, Bessie se despertaba para encontrar la cama llena de agua, todas las ropas empapadas y más agua cayendo por el techo, y le había dicho a Ada que no quería seguir allí hasta que no pusieran un techo nuevo a la casa. Ésta, lo mismo que la tierra que la rodeaba, pertenecía al Capitán John Harmon; pero nunca volvía al camino del tabaco y no reparaba sus casas. Había dicho a Jeeter y Bessie y a todos los demás que vivían allí, que podían seguir en las casas hasta que éstas se cayeran de viejas y podridas y que nunca les cobraría un centavo de renta. El arreglo era claro; él no haría reparación alguna en los techos, galerías, vigas podridas o cualquier parte de las casas. Si éstas se iban abajo, les dijo, tanto peor para ellos, pero si se mantenían en pie, Jeeter, Bessie y todos los demás podían seguir viviendo en ellas hasta tanto quisieran.

Jeeter y Dude entraron dando tropezones a causa de la oscuridad. En la casa había una lámpara, pero no habían comprado petróleo en todo ese invierno. Los Lester se acostaban tan pronto se hacía de noche, salvo en verano cuando el calor invitaba a sentarse en la galería, y se levantaban al rayar el día, así que de todas maneras no había necesidad de comprar petróleo.

Jeeter se sentó en la cama y empezó a quitarse los pesados zapatos, que al caer al suelo hicieron el mismo ruido que si hubieran sido dos ladrillos.

—Nos paramos en todas las casas del camino, y bajamos a visitar un rato a la gente —dijo Bessie—. Algunos querían que rezara por ellos y otros no, aunque no me importó mucho porque yo y Dude estábamos solamente pensando en el paseo. Algunos querían saber dónde había encontrado todo el dinero para comprar un coche completamente nuevo y por qué me había casado con Dude, y se lo dije. Les dije que mi primer marido me había dejado ochocientos dólares y les dije que me había casado con Dude porque quería hacer un predicador de él. Claro que ése ha sido sólo uno de los motivos de que nos hayamos casado, pero sabía que bastaba con decirles eso.

—Nadie dijo nada contra ti, ¿no es cierto, hermana Bessie? —preguntó Jeeter—. Hay algunos que tienen la costumbre de hablar mal de gente como nosotros.

—Bueno, algunos dijeron algo porque yo me había casado con Dude; dijeron que era demasiado joven para casarse con una mujer de mi edad, pero cuando empezaban a hablar así, subíamos a nuestro automóvil nuevo y seguíamos viaje. Muchos de ellos dijeron que era un crimen y una vergüenza que hubiera agarrado el dinero de mi marido para comprarme un automóvil y casarme con un chico como Dude, pero mientras ellos estaban hablando, nosotros paseábamos, ¿no es verdad, Dude?

Dude no contestó.

—Me parece que Dude se ha quedado dormido —dijo Jeeter—. Bastante ha trabajado hoy, llevando ese coche hasta McCoy y regresando.

Ada se sentó en la cama.

—Quítate ese overalls, Jeeter —dijo, enojada—. Nunca he visto cosa igual. Ya sabes que no te voy a dejar dormir en la cama con esos pantalones puestos, y siempre tengo que estártelo repitiendo. Ensucian la cama que da miedo, y ya sabes que no te lo voy a aguantar.

—Hace frío esta noche —dijo Jeeter—, y me quedo helado cuando no duermo con mi overalls puesto. Parece como si ya no pudiera hacer más lo que me gusta. El que duerma con el overalls puesto no va a hacer daño a nadie.

—Eres el único hombre que conozco que quiere dormir con su overalls. No hay otro que haga eso.

Jeeter no le contestó. Salió de la cama, se quitó el overalls y lo colgó al pie. Cuando se metió de nuevo bajo las mantas, temblaba de pies a cabeza.

Se podía oír a Bessie en el lado opuesto de la habitación caminando descalza y preparándose para acostarse. Había conservado los zapatos puestos hasta que se desvistió.

Jeeter asomó la cabeza sobre la manta y trató de mirar entre la oscuridad.

—¿Sabes, Bessie —dijo—, que me hace sentirme como antes de que perdiera mi salud el tener una predicadora durmiendo en mi casa? El tenerte aquí me hace sentir algo muy bueno.

—Es cierto que soy una predicadora —dijo Bessie—, pero en lo demás no soy diferente de las otras mujeres, Jeeter, y lo sabes, ¿no es cierto?

Jeeter se alzó sobre el codo e hizo un esfuerzo por ver a través de la oscuridad.

—Espero que no nos dejarás muy pronto —dijo—. Me gustaría mucho que duermas siempre así, Bessie.

Ada le hundió el codo en el costado con toda su fuerza, y Jeeter cayó en la cama al lado de ella, sin poder reprimir un quejido.

Se oyó a Bessie que se metía en la cama. El jergón de hojas secas crujió y se entrechocaron las tablas al estirarse. Se quedó inmóvil varios minutos, y luego tendió los brazos hacia el lado opuesto, haciendo crujir más que nunca el jergón.

De repente se sentó en la cama, echando las mantas a un lado.

—¿Dónde está Dude? —preguntó con voz ronca e irritada—. ¿Dónde estás, Dude?

No se oyó un solo ruido en el cuarto. Ada se había incorporado, y Jeeter se sentó al borde de la cama. El colchón de Bessie crujió de nuevo y luego se pudo oír en toda la casa el ruido de sus pies descalzos en las tablas de pino. Jeeter siguió sin hablar ni hacer el menor movimiento, tratando de captar todos los ruidos.

—¡Dude…, eh, Dude! —gritó Bessie desde el centro de la habitación, tratando de avanzar de cama en cama—. ¿Dónde estás, Dude? ¿Por qué no me contestas? Mejor es que no trates de esconderte de mí, Dude.

—¿Qué pasa, Bessie? —dijo Jeeter.

—Dude no está en la cama…, no lo puedo encontrar en ninguna parte.

Jeeter se puso de pie y cogió su overalls, empezando a registrar los bolsillos para encontrar una cerilla. Al fin descubrió una, y agachándose la encendió en el piso.

El resplandor de la cerilla permitió ver a cuantos estaban en el cuarto; se hallaban todos menos Ellie May y Dude. Bessie estaba a sólo unos pasos de Jeeter y éste trató de mirarla, mientras ella se protegía los ojos del resplandor de la llama.

Ada salió de la cama y se puso detrás de Jeeter en cuanto vio a Bessie.

—Ponte ese overalls —ordenó a Jeeter—. No sé lo que están tramando tú y ésa, pero los estoy vigilando y tú ponte ese overalls ahora mismo. No me importa que sea una predicadora, pero no tiene ningún derecho a estar en mitad del cuarto delante tuyo en la forma que está.

Jeeter vaciló y la cerilla le quemó los dedos. Se puso el overalls, y buscó otra cerilla en el bolsillo.

Bessie estaba aún a su lado, pero cuando encendió la cerilla corrió a la cama de mamá Lester, pegó un tirón de las mantas y vio a Dude, dormido como un lirón. La abuela estaba despierta, temblando de frío bajo sus harapos.

Jeeter sacudió a Dude para despertarlo y lo sacó de la cama, mientras Ada lo sacudía del otro brazo.

—¿En qué piensas, que no te has acostado con Bessie? —le preguntó Jeeter, dándole otra fuerte sacudida.

Dude se frotó los ojos y luego miró a su alrededor. No podía ver nada porque la luz de la cerilla lo había deslumbrado.

—¿Qué queréis? —preguntó.

—Dude no supo en qué cama se metió —dijo Bessie con ternura—. Estaba tan cansado y con tanto sueño, que no miró en cuál íbamos a dormir, ¿no es así, Dude?

—Dude, no puedes portarte así —dijo Jeeter—. Tienes que tener los ojos bien abiertos cuando estás casado. Bessie se puso nerviosa cuando no te encontró en la cama.

Ada se volvió a la cama, y Jeeter la siguió. No se quitó el overalls y Ada se quedó dormida sin pensar más en el asunto.

Ellie May volvió al cabo de un rato y se acostó con su abuela, sin que nadie le hablara.

La abuela había estado despierta todo el tiempo, pero nadie le dijo nada, y no trató de avisar a Bessie que Dude estaba en su cama. Nadie le decía nunca nada, como no fuera para mandarle que se apartara o que dejase de comer el pan y la carne.

Dude y Bessie fueron a su cama y se acostaron. Bessie trató de hablar con Dude, pero éste estaba cansado y con sueño, así que no le contestó. El crujido del jergón continuó durante la mayor parte de la noche.