X

Dude esperó fuera del garaje, mirando el flamante automóvil que estaba expuesto en la vidriera. Bessie había entrado, pero Dude le dijo que prefería quedarse un rato en la calle a mirar.

Bessie tuvo que esperar varios minutos en medio del garaje antes de que saliera alguien a atenderla. Finalmente, se le aproximó un vendedor y le preguntó si deseaba algo. En cuanto la vio, notó que había algo anormal en su nariz.

—He venido a comprar un «Ford» nuevo —dijo Bessie.

El vendedor estaba tan ocupado mirándole la nariz que tuvo que pedirle que repitiese lo que había dicho.

—Vine a comprar un «Ford» nuevo.

—¿Tiene dinero?

El hombre echó una ojeada a su alrededor para ver si había salido algún otro de sus compañeros. Quería que se fijaran bien en la nariz de Bessie.

—Tengo bastante para comprar un automóvil nuevo, si no cuesta más de ochocientos dólares.

Por primera vez la miró a los ojos. Viendo su traza, le costaba creer que tuviese siquiera diez centavos.

—¿Cómo los ha conseguido?

—El Señor cuida de mí; siempre provee para sus criaturas.

—A mí nunca me ha enviado nada, y ya llevo aquí treinta años. Debe de tener mucha influencia con él.

El vendedor se rió de lo que había dicho, y nuevamente se quedó mirando a la nariz de Bessie.

—¿Está segura de que tiene todo ese dinero?

Bessie sacó la libreta de cheques del bolsillo de su falda, y se la mostró. Mientras el vendedor miraba el nombre del banco, y el saldo que quedaba, ella se dirigió a la puerta, llamando a Dude para que entrara.

—¿Quién es ése? —preguntó el vendedor—. ¿Es su hijo?

—Ése es Dude Lester. Todo el mundo ha oído hablar de los Lester, del camino del tabaco, y Dude y yo nos vamos a casar hoy. Tan pronto como podamos conseguir el automóvil nuevo nos iremos al juzgado para sacar la licencia de casamiento.

El vendedor le puso la libreta de cheques en la mano, y salió corriendo hasta la puerta de la oficina.

—Ven en seguida, Harry —gritó—. Quiero enseñarte algo bueno.

De la oficina salió un hombre de más edad, que se dirigió hasta donde estaban Bessie y el vendedor.

—¿Qué ocurre? —dijo, mirando a una y otro.

—Esta mujer se va a casar con ese chico, Harry, ¡qué dices de eso! ¿Has visto algo igual en tu vida?

El hombre preguntó a Dude qué edad tenía. El chico iba a contestarle que dieciséis años, cuando Bessie le dio un empujón y se le puso delante.

—La edad que tiene no les importa nada. Quiero comprar un automóvil nuevo, y a eso he venido, y he tenido que caminar mis buenos ocho kilómetros esta mañana para llegar.

Los dos hombres se pusieron a hablar en voz baja, cuando Bessie terminó. El mayor le miró a la cara, y cuando vio los dos enormes agujeros de su nariz, dio unos pasos y trató de mirarla de cerca, pero Bessie se cubrió la nariz con una mano.

—¡Santo Dios! —exclamó.

—¿No es una visión? —dijo el vendedor.

—¿Tiene dinero? —preguntó Harry—. No pierdas el tiempo con ella si no lo tiene. Hay muchas como ella que vienen del campo y nunca compran nada.

—Tiene una libreta de cheques del Banco Agrícola de Augusta, y dice que tiene ochocientos dólares en su cuenta, y ése es el saldo anotado en la libreta.

—Mejor es que llames al banco y te asegures primero —dijo Harry—. Puede que esté diciendo la verdad, y puede que esté mintiendo. Esta gente de campo tiene sus cosas a veces; a lo mejor encontró la libreta y la llenó ella misma.

Volvieron a la oficina comentando la nariz de Bessie, y cerraron la puerta. Después de haber hablado el vendedor con el banco, fueron de nuevo adonde esperaban Bessie y Dude.

—¿Cuánto quiere pagar por su automóvil? —preguntó el vendedor.

—Ochocientos dólares —contestó Bessie.

Harry le hizo un guiño al vendedor.

—Éste es un bonito coche —dijo, apoyándose en el guardabarros de un nuevo modelo abierto—. Cuesta ochocientos dólares, y puede llevárselo hoy mismo si quiere. No tiene que esperar las matrículas. Yo se las entregaré la semana que viene; total, se puede salir con un coche nuevo durante siete días mientras llegan las matrículas de Atlanta.

Los dos se guiñaron los ojos; cada vez que querían hacer una venta inmediata contaban esa misma mentira sobre las patentes.

Dude se acercó al coche, y tocó varias veces la bocina. El tono le gustó y miró sonriente a Bessie.

—¿Te gusta, Dude?

—No está mal —contestó éste, tocando de nuevo la bocina.

—Nos llevamos ése —dijo Bessie.

—Veamos su libreta —dijo Harry, quitándosela de las manos antes que ella se la tendiera. En seguida arrancó un cheque del talonario y lo llenó por ochocientos dólares.

Mientras llenaba el cheque para que Bessie lo firmara antes que tuviera tiempo de cambiar de idea o salir del garaje, el vendedor trataba de nuevo de mirarle la nariz. En su vida había visto nada semejante.

—Firme aquí.

—Siempre hago mi marca —dijo Bessie.

—¿Cómo se llama?

—Hermana Bessie Rice.

—Entonces debe ser una predicadora —dijo el hombre—. ¿No es así?

—Predico y rezo, las dos cosas.

Y tocó el extremo de la pluma, mientras trazaba una «X» después de su nombre.

—El automóvil es suyo —le dijeron—. ¿Va a conducir el muchacho?

—Esperen un momento —dijo Bessie—. Me olvidé por completo de rezar, arrodillémonos en el suelo y digamos una oración antes de cerrar el trato.

—Ya está terminado —dijo uno de los hombres.

—No, no lo está —insistió Bessie—. No estará terminado hasta que el Señor lo haya bendecido.

Los dos hombres se rieron ante su insistencia, pero Bessie ya se había arrodillado en el suelo y Dude lo estaba haciendo junto al automóvil. Los dos hombres se quedaron tras ella, para no tener que hacerlo.

—Dios querido; nosotros, pobres pecadores, nos arrodillamos en el piso de este garaje para rogar que bendigas la compra de este automóvil nuevo, para mostrar que estás conforme con lo que Dude y yo estamos haciendo. Este automóvil nuevo es para que yo y Dude demos vueltas con él, y hagamos la obra que quieres se haga para ti en esta región pecadora. Debes de hacer que no tengamos choques con él, para que no nos hagamos daño. ¿No querrás que nos matemos juntos ahora que vamos a empezar a predicar tu religión? Y esos dos hombres que nos vendieron el automóvil también necesitan tu bendición para que puedan vender automóviles para el bien. Son pecadores como todos nosotros, pero sé que no quieren serlo y debías de bendecir su trabajo y enseñarles a vender automóviles a la gente para el bien, lo mismo que lo harías tú si estuvieses vendiendo automóviles en Fuller. Eso es todo. Sálvanos del diablo y guárdanos un lugar en el cielo. Amén.

Dude fue el primero en ponerse en pie. Saltó al estribo del coche y tocó seis o siete veces la bocina. Los dos hombres se acercaron a Bessie, muertos de risa y secándose el sudor de la frente. Se quedaron mirándole otra vez la nariz, hasta que se la cubrió con las manos.

Dude y Bessie se sentaron en el coche, y Dude tocó de nuevo la bocina varias veces.

—Esperen un momento —dijo el vendedor—. Tenemos que sacarlo afuera y llenarle el tanque para que puedan ponerlo en marcha.

Bessie salió del coche, pero Dude se negó a soltar el volante. Se quedó sentado y guió el coche mientras empujaban los hombres.

Después de haber sido llenado el tanque, Dude puso en marcha el motor y se dispuso a arrancar. Bessie subió de nuevo, sentándose en el centro del asiento trasero.

—¿Adónde van ahora? —preguntó el vendedor a Bessie—. ¿A casarse?

—Vamos primero al juzgado para sacar la licencia, y luego nos casaremos.

Los hombres empezaron a hablarse en voz baja:

—¿Viste alguna vez una nariz así, Harry?

—Nunca estando sobrio.

—Fíjate en esos dos agujeros que tiene en la cara, ¿cómo hará para que no le entre agua cuando llueve?

—Que me parta un rayo si lo sé. A lo mejor les pondrá corchos; en una lluvia fuerte tendrá que hacer algo así.

Bessie se inclinó y sacudió a Dude.

—Vámonos, Dude —dijo—. Ya no tenemos nada que hacer aquí.

Dude puso en marcha el coche y apretó el acelerador. Como no estaba acostumbrado al modelo nuevo, no supo calcular bien y el coche arrancó con tal violencia que pareció que abandonaba el suelo. Los dos hombres pegaron un salto justo a tiempo de evitar ser alcanzados por el guardabarros.

Bessie mostró a Dude el camino del juzgado, y cuando llegaron allí, Dude salió de mala gana y siguió a Bessie adentro. Quería quedarse en el coche para tocar la bocina, pero ella le dijo que tenía que acompañarla para conseguir la licencia.

El despacho del oficial mayor estaba al final del hall del primer piso, y ambos entraron. En la puerta había un letrero que Bessie recordaba haber visto cuando vino con su primer marido.

—Quiero la licencia para casarme con Dude —dijo, al entrar.

El empleado la miró y extendió un formulario en la mesa; luego le puso una pluma en la mano y le indicó que llenara el cuestionario.

—Tendrá que escribir por mí porque yo no sé hacerlo.

—¿No sabe escribir? —le preguntó—. ¿Ni siquiera su nombre?

—Nunca aprendí a hacerlo.

El empleado iba a decir algo, cuando levantó la cabeza y le vio la nariz. Sus ojos se fueron abriendo más y más.

—Bueno; lo escribiré yo, pero no tengo por qué hacerlo. Eso debería de hacerlo usted misma. A mí no me pagan para escribir por los demás.

—Le estaré muy pero muy agradecida si lo hace usted por mí.

—¿Cómo se llama?

—Hermana Bessie Rice.

—Usted debe ser la viuda del predicador Rice, ¿no es cierto?

—Era mi marido.

—¿Con quién se va a casar, hermana Rice?

—Con ése que está en la puerta.

—¿Quién?

—Dude. Su nombre es Dude Lester.

—Pero ¿no se irá a casar con él?

—Para eso es para lo que vine aquí a buscar la licencia. Yo y él nos vamos a casar.

—¿Quién, esa criatura? ¿Ése es el que se va a casar con usted?

—Dude dijo que iba…

—Ese muchacho todavía no tiene edad para casarse, hermana Rice.

—Dude tiene dieciséis años.

—No le puedo dar la licencia…, tendrán que esperar un poco, y volver el año que viene o el siguiente.

—Dios mío —dijo Bessie, cayendo de rodillas—. Este hombre dice que no quiere darme permiso para casarme con Dude. Dios, tienes que hacer que me lo dé. Anoche me dijiste que me casara con Dude y que hiciera de él un predicador, y tienes que ayudarme ahora. Estoy loca por casarme y si no haces que me den la licencia, no sé el mal que…

—¡Pare! ¡Pare! —gritó el empleado—. ¡Deje esos rezos! Prefiero dar la licencia a tener que aguantar eso. Puede ser que podamos arreglarlo.

Bessie se levantó sonriendo.

—Yo sabía que el Señor me iba a ayudar —dijo.

—¿Tiene ese muchacho el consentimiento de sus padres? No puede casarse si no tiene el consentimiento de su padre y su madre, según la ley para los de su edad. Además, ¿para qué quiere casarse con usted? Es demasiado joven para casarse con una vieja así. Ven aquí, hijo…

—No quiera convencerlo de que no lo haga —dijo Bessie—. Si empieza a hacer eso, rezaré de nuevo. Dios no va a permitir que usted nos impida casarnos.

—¿Cómo vienes aquí para casarte con esa vieja, hijo? Debías esperar y casarte con una muchacha joven cuando crezcas.

—No lo sé —dijo Dude—. Bessie me trajo con ella.

—Está bien; yo no puedo darte licencia para casarte —dijo el empleado—. Es contra la ley que un muchacho de menos de dieciocho años se case sin el consentimiento de sus padres. Y por mucho que recen no va a cambiar la ley. Está así escrita y no se va a borrar de los libros.

—Dios querido —empezó de nuevo Bessie—, no irás a dejar que este hombre nos separe. Tú sabes cómo contaba con casarme con Dude, y no debías de permitir que nada…

—¡Espere un momento! ¡No empiece de nuevo con eso! —exclamó el oficial—. ¿Quiénes son los padres de ese muchacho?

—A su padre y a su madre no les importa —dijo Bessie—. Están encantados. Ya hablé con los dos esta mañana temprano cuando venía para aquí, a Fuller.

—¿Cómo se llama su padre?

—Jeeter Lester es el padre de Dude, y no creo que usted conocería a su madre si dijera su nombre. Se llama Ada.

—Seguro que conozco a Jeeter Lester, y no creo que le importe, ni tampoco a su mujer. Tuve que dar a Lov Bensey la licencia para que se casara con una de sus hijas porque Jeeter dijo que lo quería. Y ni siquiera tenía más de doce años entonces, y era una vergüenza casarla tan joven, pero está en la ley y tuve que hacerlo. Era una chica bonita; nunca he visto una chica en mi vida con un cabello amarillo y ojos azules tan bonitos. Sus ojos tenían el mismo color de los huevos de gorrión. De verdad era bonita.

—Dude es mayor que eso —dijo Bessie—. Dude tiene dieciséis años.

—¿Cuántos años tiene usted, hermana Rice? No me ha dicho su edad.

—No tengo que decirle eso, ¿no?

—Ésa es la ley. No le puedo dar su licencia si no me dice su edad.

—Este… no hace mucho tiempo que tenía treinta y ocho años.

—¿Qué edad tiene ahora?

—Treinta y nueve, pero no lo parezco todavía.

—¿Quién va a trabajar para mantenerlos? Ese muchacho aún no puede ganar el jornal de un hombre.

—¿Está también eso en la ley?

—No. La ley no dice nada, pero pensé que me gustaría saberlo.

—El Señor proveerá —dijo Bessie—. Siempre provee para sus criaturas.

—Pues la verdad es que no cuida mucho de mí y de los míos —dijo el oficial—, y eso que desde los veinte años he sido un miembro regular de la iglesia Bautista de Fuller.

—Eso es porque no tiene una buena religión —dijo Bessie—. Los bautistas son pecadores como todos los demás, pero mi religión provee para mí.

—¿Cómo se llama?

—No tiene un nombre particular; yo la llamo casi siempre «Sagrada». Ahora soy el único miembro de ella, pero Dude también va a serlo cuando estemos casados, y también va a ser un predicador.

—Tendrá que pagarme dos dólares por la licencia —dijo el oficial, llenando una hoja—. ¿Los tiene?

—Aquí mismo los tengo, aunque no sé por qué la gente tiene que pagar para casarse. El que se casen está dispuesto por Dios.

—Hay algo más que voy a preguntarles. No lo pide la ley y algunos empleados no lo preguntan, pero como soy un buen bautista, siempre me parece que debo hacerlo.

—¿Qué es?

—¿Tiene alguno de los dos alguna enfermedad?

—No, que yo sepa —dijo Bessie—. ¿Tienes tú, Dude?

—¿Qué es?

—Alguna enfermedad —repitió el oficial— como la pelagra, o la viruela boba, o algo así. ¿Tienes algo malo, hijo?

—No tengo nada malo que yo sepa —dijo Dude—. No sé de qué están hablando.

—¿Está segura de que no tiene nada? —preguntó a Bessie—. ¿Su marido no le dejó ninguna enfermedad? ¿De qué murió?

—Más que nada, de viejo, me parece. Tenía más de cincuenta años cuando nos casamos.

—¿Tiene alguno de los dos alguna enfermedad venérea?

—¿Qué es eso? —preguntó Bessie.

—Usted sabe…, enfermedades venéreas. A lo mejor las llama enfermedades sexuales.

—Antes solía tomar muchas botellas de «Tanlac», pero no lo he hecho últimamente porque no tenía dinero para comprarlas.

—No, no es eso. Lo que yo digo es algo que viene a veces de dormir las mujeres con los hombres.

—Mi marido tenía a veces bichos y lo lavaba y me lavaba yo con kerosene para librarnos de ellos.

—No, no son los bichos; mucha gente los tiene. Es otra cosa…, pero me parece que no la tiene si no sabe de qué estoy hablando.

—¿Qué otra cosa quiere saber? —preguntó Bessie.

—Creo que eso es todo. Ahora deme los dos dólares.

Bessie le entregó los dos billetes sucios y arrugados de un dólar que tenía en la mano. Tenía varios más en el bolsillo de la falda, todos ellos anudados dentro de un pañuelo, y era todo el dinero que le quedaba después de haber pagado los ochocientos dólares por el automóvil nuevo.

—Bueno, supongo que los dos se arreglarán bien —dijo el oficial—. Tal vez sea así y tal vez no.

—¿Es casado usted? —preguntó Bessie.

—Estoy casado desde hace quince años o más. ¿Por qué?

—Entonces, me imagino que sabrá lo contentos que estamos Dude y yo de casarnos. Todos los casados saben lo que es eso.

—Está muy bien al principio, pero no dura mucho del mismo modo. Después de haber estado casado un año o dos, a uno le gustaría empezar y hacerlo de nuevo, pero no puede ser. La ley no lo permite después de la primera vez, a menos que se le muera a uno la mujer o se escape con otro, pero eso no pasa lo bastante a menudo como para que valga la pena.

—Yo y Dude vamos a estar juntos todo el tiempo, ¿no es cierto, Dude?

Dude se sonrió, pero no dijo nada.

Bessie tenía la licencia en la mano y no quiso oír hablar más al oficial. Sacó a Dude de la habitación, salieron del juzgado y corrieron al automóvil.

Subieron al coche para volver a casa; Dude tocó varias veces la bocina antes de poner en marcha el motor, y otra vez antes de arrancar. Luego dio vuelta en la calle y salieron de Fuller hacia el camino del tabaco.

Bessie iba erguida en el asiento de atrás, con la licencia bien agarrada con ambas manos, para que el viento no se la llevase.