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Jermyn Street, n° 15. Londres. Verano de 1840.
El fiel Benjamin B. Wiffen llegó al domicilio de don Luis Usoz en un estado de excitación impropio en él, pero que tenía una justificación: creía haber comprado en nombre de su buen amigo español el libro más extraordinario de cuantos podían adquirirse en una librería de Londres. Ni siquiera su dificultad para leer en castellano le había impedido reconocer lo que parecía claro: aquel libro estaba escrito con un estilo completamente diferente al de otras obras que había intentado leer en esa lengua. Por no hablar de su contenido, puesto que había reconocido su propio nombre impreso en uno de sus capítulos. Estaba hojeando el libro, cuando al abrir la página 153 leyó su nombre: Benjamin B. Wiffen. También reconoció el nombre de don Luis Usoz, el polígrafo español para el que trabajaba barriendo las librerías de Londres en busca de joyas bibliográficas que engrandecieran la colección de libros prohibidos y heterodoxos que su jefe pretendía reunir.
La comunión entre los dos hombres era tal que cuando Wiffen alargó la mano para entregarle el libro ninguno de los dos pronunció palabra alguna. No obstante, la expresión soñadora de Wiffen bastaba para sugerir lo que el bibliófilo quería escuchar, aunque fuera sin palabras: había dado con una obra de sumo interés.
Don Luis Usoz, hombre íntegro de carácter meticuloso y de insaciable apetito bibliográfico, clavó sus negros y vivaces ojos en las guardas del libro, para al cabo de unos segundos encorvar la espalda, que siempre mantenía erguida salvo cuando caía en sus manos una obra singular, ora por su encuadernación, ora por su contenido. Era la señal que indicaba que para él, el mundo había perdido su redondez y adquirido la forma de un libro. Absorto en la contemplación del ejemplar permaneció un rato indeterminado, en el que el único ruido que pudo oírse en la estancia fue el del roce de las páginas cuando, antes de caer de un lado u otro, se batían como alas de mariposa al contacto con las yemas de los dedos.
—¿Dónde habéis encontrado este libro, amigo Wiffen? —preguntó Usoz con tono grave.
—En la librería Road. Aunque, a tenor de lo que cuenta el libro, no estoy muy seguro de quién ha encontrado a quién, si yo a él o él a mí.
—Veamos quién es el impresor.
—Pickering, el impresor es Pickering —se adelantó Wiffen—. En cambio, no hay rastro del editor ni del autor.
Usoz, cuya curiosidad intelectual no tenía limites, pero quien también sabía mostrarse desdeñoso y suspicaz con aquéllos que pretendían engañarlo, leyó en voz alta: