Capítulo Once
Shane estaba sentado en su habitación, más taciturno que nunca, preguntándose qué iba a pasar. Cuando la princesa Megan se había presentado con la noticia de que el rey estaba saliendo del coma, todo el mundo se había puesto a hablar a la vez y él no había logrado entender nada de lo que decían.
Cosa que había dado igual porque, un momento después, a nadie pareció interesarle demasiado su presencia. La reina Marissa se excusó gentilmente, le dijo que hablarían más tarde y luego salió con su séquito de la sala.
Marcus y Shane se retiraron a la habitación de este último y estuvieron hablando de todo lo que había pasado. Entretanto, la princesa Megan los informó de que el rey estaba consciente, aunque aún se sentía un poco desorientado. El médico real opinaba que se recuperaría por completo, aunque sería un largo proceso. Pero, desafortunadamente, no volvería a estar en condiciones de dirigir el país, y tendría que tomar una rápida decisión respecto a su sucesión. La princesa los informó de que las pruebas de ADN tendrían lugar al día siguiente.
Sin embargo, Shane y Marcus no pasaron la tarde hablando sobre su posible futuro como reyes de Penwyck. Ambos estaban preocupados por una asunto mucho más acuciante: las mujeres.
—Tienes que decírselo —Marcus miró a su hermano—. Tienes que decirle a Sara lo que sientes.
—¿Pero qué debo decirle? —preguntó Shane, agobiado—. No se lo qué siento.
Marcus sonrió.
—Claro que lo sabes.
—No lo sé.
Marcus suspiró.
—Son cuatro letras y dos sílabas. Y rima con calor, ardor...
Shane tragó con dificultad.
—¿Pero cómo puedo saber si la... si la amo? Puede que solo fueran las circunstancias, ¿no crees? ¿Cómo puedo estar seguro de que es amor?
La sonrisa de Marcus se ensanchó.
—Lo sabes —fue todo lo que dijo.
Shane abrió la boca para protestar, pero volvió a cerrarla. Porque en aquel momento, muy dentro de sí, supo la verdad. Supo que Sara no se parecía a ninguna de las mujeres que había conocido en su vida, y también que él había reaccionado de una forma completamente distinta a como solía hacerlo. Y que había empezado a reaccionar así antes de que los secuestraran. De hecho, había sucedido nada más conocerla, y su reacción no había hecho más que crecer desde aquel momento. Era posible que las circunstancias hubieran acelerado el proceso, pero incluso si todo hubiera ido como se esperaba, él seguiría sintiendo lo mismo por Sara. Eso lo sabía con certeza. Y lo que más deseaba en aquellos momentos era estar con ella.
De manera que ¿por qué no estaba con ella?
—Puedo pedirle a Amira sus señas —dijo Marcus, como si hubiera leído su mente
—Ella sabrá dónde localizar a Sara.
Shane miró su reloj. Ni siquiera era la hora de comer. Si se iba enseguida, Sara y él podrían ir a algún sitio a hablar. O mejor aún, quedarse y hablar. Le daba lo mismo mientras pudieran hablar Mientras pudieran estar juntos. Mientras pudieran seguir así el resto de sus vidas.
Asintió.
—Sí. Me gustaría verla. Hablar con ella. Gracias hermano —dijo— Te debo una.
Marcus negó con la cabeza.
—Se la debes a Amira. Y lo único que te pedirá ella es que no hagas un brindis detestable el día de nuestra boda.
Shane rio.
—Trato hecho. Pero solo si tú me devuelves el favor en mi boda.
Sara estaba bajando las escaleras que daban al vestíbulo de la casa de su madre cuando oyó que un coche se detenía ante la entrada. Devon y sus padres ya debían estar allí. Su madre aún no estaba vestida, de manera que tendría que recibirlos personalmente. Los maldijo en silencio por haber llegado tan pronto y también maldijo su vestido mientras se detenía ante un espejo para tirar hacia arriba del corpiño que amenazaba con caer demasiado abajo. También maldijo al diseñador.
Y, de paso, maldijo todas las cenas de compromiso. Había olvidado que su madre había organizado aquella para celebrar su inesperado viaje de vuelta a casa. Había tratado de convencerla para que la cancelara, pero su madre se había negado. Solo serían cinco personas, le había recordado. Desafortunadamente, entre aquellas cinco personas estaría Devon Trent, un antiguo compañero de colegio de Sara que, según su madre, sería un marido muy adecuado para ella.
Había insistido en que era más importante que nunca que celebraran aquella reunión, porque así celebrarían que hubiera regresado sana y salva de su secuestro y ella se sentiría más animada tras aquellas desgraciadas experiencias.
«Desgraciadas experiencias», pensó Sara de nuevo mientras luchaba con su vestido de seda azul sin mangas. Ojalá todas sus experiencias de los últimos días hubieran sido desgraciadas... Pero lo cierto era que aquellas experiencias le habían dado la posibilidad de estar con Shane, de madurar y cambiar para mejor. Había aprendido mucho sobre sí misma durante aquellos días y, por primera vez en su vida, había sabido lo que era estar enamorada.
Porque, por mucho que hubiera querido negarlo desde que había despertado aquella mañana junto a Shane, ya sabía sin ningún género de dudas que se había enamorado de él. No estaba segura de cuándo o cómo había sucedido, pero así había sido. La pragmática y razonable Sara Wallington se había enamorado a primera vista.
No, no a primera vista, se corrigió de inmediato. Se había sentido atraída por Shane desde el principio, desde luego, pero solo tras conocerlo, tras conocer un poco su personalidad, su irónico sentido del humor, tras ver cómo había reaccionado ante el peligro y percibir su ternura, había empezado a sentir algo por él. Y lo que había sentido había alcanzado su punto álgido la noche anterior, cuando habían hecho el amor.
Estaba enamorada de Shane Cordello. Y lo estaba a pesar de saber que no era un hombre dispuesto a mantener una relación durante mucho tiempo.
«Pero no llores», se dijo. «Recordarás lo sucedido con nostalgia y anhelo. Pero la vida, sigue. Hay muchas cosas que hacer. Tendrás tu profesión. Probablemente. Cuando el almirante Monteque te perdone por haber fastidiado tu primera misión y te saque del departamento de correos del Ru, que es donde probablemente te envíen a ejercer tu carrera, si es que alguna vez llegas a ejercerla. Puede que en cincuenta años te asciendan».
Suspiró y echó un último vistazo a su imagen en el espejo. Se había vestido formalmente, como exigía su madre para aquellas circunstancias. Por encima del costoso vestido de seda azul, una gargantilla de diamantes rodeaba su cuello. Llevaba el pelo sujeto en un moño francés, y había hecho lo posible con el maquillaje para ocultar su ojeras.
El timbre volvió a sonar y fue a abrir.
—No seas tan impaciente, Devon —dijo mientras lo hacía.
Pero con quien se encontró al otro lado de la puerta fue con Shane Cordello.
Parecía casando y el traje oscuro y la corbata que vestía resultaban un tanto incongruentes en él. El nudo de la corbata estaba medio deshecho, la camisa estaba mal abotonada y daba la sensación de que había dormido con la chaqueta puesta. Sara no pudo evitar sonreír mientras lo miraba. ¿Por qué habría ido allí? ¿Acaso trataba de impresionarla?
—¿Quién diablos es Devon? —preguntó Shane a modo de saludo—. ¿Y por qué iba a estar impaciente?
Sara notó entonces que, además de no sonreír, parecía muy irritado. ¿Y era petulancia lo que había notado en su voz al mencionar al otro hombre? Qué intrigante...
—Hola, Shane. Yo también me alegro de verte. El frunció el ceño.
—Lo he dicho en serio. ¿Quién es el tal Devon? —de pronto pareció fijarse en el atuendo de Sara y su expresión se relajó—. Vaya. Estás preciosa. Pareces...
—¿Qué?
Shane sonrió, pero sin humor.
—Pareces una princesa —dijo con tristeza, aunque Sara no entendía por qué lo hacía infeliz aquello—. ¿Interrumpo algo?
—Sí —dijo Sara—. Has interrumpido lo que prometía ser una tarde muy aburrida. Pasa, por favor.
Apenas podía creer que Shane estuviera allí. De hecho, no esperaba volver a verlo. Según la habían informado, tenía organizado cada minuto de su estancia en Penwyck, y si las pruebas de ADN daban un resultado positivo, toda su vida estaría organizada hasta el último minuto. Y aquellos minutos no incluirían a nadie que no perteneciera a la Familia Real.
Se había permitido esperar que la telefoneara, pero no se había permitido soñar. A pesar de lo que hubiera pasado entre ellos, Shane Cordello no era la clase de hombre que perseguía a una mujer. Sobre todo a una mujer que conocía hacía poco tiempo. Sobre todo a una mujer a la que no le había hecho promesas.
Pero sí había corrido tras ella, comprendió en aquel momento. De hecho estaba allí, en el vestíbulo de la casa de su madre, con la mirada... Bueno, su mirada ya no estaba fija en ella. Estaba vagando por el vestíbulo, por la larga escalera circular que había tras ella, por el salón que había a la derecha y la sala de música a la izquierda. No lograba imaginar en qué estaría pensando.
—Bonita casa —dijo.
Oh. Así que estaba pensando en aquello.
—Realmente bonita —insistió—. Me recuerda al palacio, solo que en grande.
—En realidad no —dijo Sara—. Tienen más o menos el mismo tamaño.
—Ah.
—Originalmente, el palacio de Marlestone solo iba a ser la casa de verano de la Familia Real. Esta ha sido la casa de mi familia durante trescientos años.
—Ah.
Y por algún motivo, con aquel sonido suavemente murmurado, Shane pareció pasar del enfado a la desmoralización más absoluta.
—Sucede algo malo, Shane? —preguntó Sara.
El volvió a fijarse en su atuendo y centró la mirada en la gargantilla. Alzó una mano y deslizó un dedo por los diamantes. Sara cerró los ojos y deseó que bajara la mano un poco, que acariciara la piel desnuda de su garganta, de su cuello... Pero Shane retiró la mano enseguida, y cuando ella abrió los ojos vio que estaba contemplando de nuevo el suntuoso mobiliario de la casa. De manera que siguió su mirada, tratando de ver lo que la rodeaba con los ojos de alguien de fuera, y al hacerlo se dio cuenta de lo ampuloso y excesivo que resultaba. Su madre debería donar parte del mobiliario y las obras de arte al Royal Museum. Lo único que estaban haciendo allí era llenarse de polvo.
—Shane? —dijo, volviendo su atención hacia él.
—Tú... supongo que creciste aquí, ¿no?
Sara asintió.
—Debe de gustarte vivir de esta forma.
—La verdad es que nunca he pensado demasiado en ello.
—No, supongo que no. Imagino que siempre lo has dado por sentado.
—Bueno, yo tampoco diría eso.
Shane aún seguía en el umbral de la puerta, y parecía que estaba a punto de darse la vuelta para marcharse, de manera que Sara hizo lo único que se le ocurrió; lo tomó por las solapas, tiró de él para hacerlo entrar, cerró la puerta, lo apoyó contra ella y...
Lo besó con toda su alma.
Normalmente, Sara nunca habría sido tan lanzada. Pero tampoco se enamoraba todos los días de un hombre al que temía no volver a ver en su vida. De manera que supuso que su comportamiento podía ser excusado por una vez.
Pero a él no pareció preocuparlo, porque respondió rodeándola de inmediato por la cintura con los brazos y prácticamente devorándola. La besó como si llevara meses sin verla, y Sara disfruto de su evidente deseo por ella.
—¿Significa esto que me has echado de menos? —preguntó él entre besos.
—Sí, desesperadamente —contestó ella, sin aliento. Shane volvió a besarla.
—Pero solo han pasado unas horas desde la última vez que nos hemos visto.
—Y han sido un infierno —murmuró ella contra sus labios.
—Es cierto. Un infierno.
Sus palabras dieron paso a nuevos y apasionados besos y abrazos. De algún modo, Sara logró fijarse en el sonido de un coche que se detenía ante la casa y se apartó de Shane.
—Tenemos que hablar —dijo.
—Entre otras cosas.
Sara sonrió.
—Mi madre espera invitados.
—Sí, al impaciente Devon. Aún no me has dicho quién es ni por qué está impaciente.
—¿Celoso? —preguntó Sara, juguetona.
—Desde luego que sí.
—Pues no tienes por qué estarlo. Tú eres el único para mí.
La expresión de alivio de Shane fue tan intensa que Sara no pudo evitar una sonrisa. ¿De verdad había pensado que podía querer a otro? Menuda tontería...
—Vamos arriba —dijo.
Y, sin esperar respuesta, tomó a Shane de la mano y prácticamente lo arrastró hacia su dormitorio. Al pasar junto a la habitación de su madre llamó a la puerta y dijo que iba a echarse un rato porque le dolía la cabeza y que bajaría a recibir a los invitados en media hora.
En cuanto estuvieron en su dormitorio, cerró la puerta, rodeó a Shane con los brazos y lo besó. Profundamente. Licenciosamente. Apasionadamente.
Sin perder el tiempo con palabras, Shane tomó su barbilla con una mano y le hizo abrir más la boca para penetrarla con su lengua. Luego, tiró hacia abajo del corpiño del vestido, liberó ante su vista los deliciosos pechos de Sara y abarcó uno de ellos en su mano. Impaciente, sin dejar de besarla, lo presionó con delicadeza, lo acarició. Luego, apartó su boca de la de ella y la besó en la garganta, en el cuello, en el hombro, antes de bajar la cabeza y tomar en su boca la erecta cima de uno de sus pechos.
Sara entrelazó los dedos con su pelo y lo presionó contra sí cuando empezó a lamerla, a mordisquearla.
—Creía... que íbamos a hablar —dijo, jadeante.
—Las acciones dicen más que las palabras —dijo Shane con voz ronca—, y ahora mismo estoy gritando con todas mis fuerzas.
Así era, pensó Sara, ¿y qué podía hacer ella excepto escucharlo?
Cuando Shane se irguió para volver a besarla, ella comenzó a desvestirlo. Empezó por la corbata, luego pasó a la chaqueta y la camisa y a continuación se centró en el cinturón y en la bragueta.
Y nunca en su vida se había sentido mejor que en aquellos momentos, desnudando a un hombre. Porque no era cualquier hombre al que estaba desnudando. Era el hombre que necesitaba, el hombre al que amaba.
Finalmente, tiró hacia abajo de los pantalones y los calzoncillos de Shane y los deslizó por sus duras nalgas, por sus caderas, por sus esbeltos y fuertes muslos, arrodillándose ante él para poder retirarlos de sus tobillos. Cuando empezaba a levantarse, su mejilla rozó el rígido miembro de Shane e, impulsivamente, lo besó. El contuvo el aliento ante su gesto, y cuando ella entendió por qué, volvió la cabeza y deslizó la punta de la lengua a lo largo de toda su longitud. Luego, abrió la boca y lo tomó de lleno en ella.
—Oh, Sara... —susurró Shane mientras ella lo tomaba por los muslos y movía la cabeza hacia delante para que penetrara en su boca hasta el fondo. Un nuevo sonido escapó de la garganta de Shane, un sonido casi salvaje, incontrolado, y Sara se deleitó descubriendo el poder que podía ejercer sobre él. Le dio placer oral largo rato, y solo se detuvo cuando sintió que la tomaba por los hombros y la animaba silenciosamente a levantarse.
Después, sin decir nada, la hizo caminar de espaldas a la cama. Cuando Sara se volvió y se inclinó para apartar la colcha, él la sorprendió por detrás subiéndole la falda hasta las caderas y prácticamente arrancándole las braguitas. Después, sin previa advertencia, la sujetó por las caderas y la penetró profundamente por detrás. Sara dio un gritito ahogado y trató de erguirse, pero el apoyó una mano sobre su espalda y la presionó con firme delicadeza para que siguiera inclinada.
Obediente, Sara apoyó los brazos en la cama y separó más las piernas. Shane apoyó de nuevo las manos en sus caderas y la atrajo hacia sí, profundizando aún más su penetración. Luego, deslizó un dedo entre sus nalgas, las entreabrió ligeramente y
comenzó a acariciarla en el centro, moviéndolo en delicados círculos a la vez que la presionaba. Sara contuvo el aliento ante la intimidad del gesto y comenzó a mover sus caderas sinuosamente, buscando una penetración aún más profunda.
Shane la penetró una y otra vez, y la fricción hizo descubrir a Sara placeres que nunca habría imaginado posibles. Cuando sentía que estaba a punto de perder el control, Shane se retiró, la hizo darse la vuelta y la besó en los labios a la vez que la hacía tumbarse de espaldas sobre la cama. Sus piernas quedaron colgando a los lados del colchón. Shane le hizo alzarlas y rodearlo por la cintura con los tobillos. Luego, la penetró una vez más y tuvo que cerrar los ojos ante las sensaciones que se apoderaron de él. Sara pensó que aquellas sensaciones debían de parecerse mucho a las que ella estaba experimentando. Estiró los brazos por encima de su cabeza y dejó que las oleadas de placer recorrieran libremente su cuerpo mientras el ritmo de las penetraciones de Shane aumentaba.
Con un fuerte empujón final, Shane echó la cabeza atrás y alcanzó en un prolongado gemido su culminación. Unos instantes después Sara lo seguía. Por unos instantes pareció que el tiempo se detenía, absorbiéndolos a ambos en un clímax perfecto, eterno. Y entonces aquel momento pasó y Sara volvió lentamente a tierra. Shane se dejó caer en la cama junto a ella y, de algún modo, entre ambos lograron cubrirse con la colcha.
Permanecieron fuertemente abrazados, como si temieran soltarse.
Cuando recuperó el aliento, Sara dijo: —Supongo que debería llevarte abajo a presentarte a mi madre.
Shane dejó escapar una ronca risa.
—Preferiría conocer al tal Devon. Aún no me has dicho quién diablos es.
—Es el hombre con el que mi madre querría que me casara.
Shane dejó de sonreír.
—En ese caso, preséntame a tu madre. Y también a Devon. ¿Crees que se fijarán si no me pongo los calzoncillos?
—Sería toda una declaración, ¿no?
—Desde luego que sí.
Sara se acurrucó contra Shane y deseó con todo su corazón que pudiera ver cuánto lo amaba sin necesidad de poner voz a las palabras, porque no estaba segura de poder decirlas todavía.
Pero Shane cambió de tema, aunque no parecía especialmente interesado en hacerlo.
—Supongo que te has enterado de lo del rey Morgan, ¿no? —preguntó.
—Las noticias se difunden con rapidez en Penwyck. Es estupendo saber que Su majestad se va a poner bien.
—Pero no podrá seguir gobernando.
Sara asintió.
—No, pero al menos Broderick tendrá que cerrar el pico. ¿Sabías que se rumorea que él es la cabeza de los Caballeros Negros? Aún no hay pruebas, desde luego, pero hay quienes piensan que lleva años en ello.
—¿Y qué pasará si averiguan que es verdad?
—Supongo que el RET tendrá mucho que decir al respecto. Al menos ahora no podrá suceder al rey.
—Pero el rey tendrá que nombrar su sucesor
—dijo Shane.
Sara percibió la ansiedad de su voz.
—Temes que tengan razón y que tú y tu hermano seáis los herederos perdidos.
Shane asintió.
—No dejo de decirme que es imposible, que de ninguna forma podría ser de... sangre real —concluyó en tono melodramático— Pero mientras exista la posibilidad...
—¿Qué harás si resulta que sois los herederos?
—No lo se. Lo cierto es que no lo sé.
Sara deseó poder decirle algo para tranquilizarlo, pero se limitó a mirarlo en silencio mientras él permanecía pensativo.
—Pero hay una cosa que sí sé —dijo Shane finalmente.
—¿Qué?
El dudó un momento.
—Sé que quiero que estés conmigo, pase lo que pase.
Sara sonrió.
—Por supuesto que estaré contigo cuando te den el resultado de las pruebas de ADN, Shane. Para eso están los amigos.
El negó con la cabeza.
—No me refiero a eso. Por supuesto que quiero que estés conmigo cuando averigüe la verdad, pero...
—¿Qué? —preguntó Sara, sin aliento, aunque no sabía por qué.
—También quiero que estés conmigo después. Quiero...
—¿Qué?
—Que estés conmigo... para siempre. Y no corno amiga. Bueno, no solo como amiga —añadió Shane rápidamente.
Sara entrecerró los ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir... ¿Te ves a ti misma pasando la vida con un tipo que no sea noble?
Sara sonrió.
—Tú eres noble, Shane. Que seas príncipe no tiene nada que ver con ello.
—Me refiero a si podrías estar con un tipo normal y corriente.
Sara negó con la cabeza.
—No, me temo que no.
Shane pareció conmocionado por su respuesta.
—No —repitió Sara—. Lo siento, pero preferiría a alguien como tú.
Shane parecía perplejo.
—¿Pero qué...?
Sara rio, ya convencida de que los dos estaban en la misma longitud de onda.
—No quiero un tipo normal y corriente, Shane. Quiero a alguien especial. Te quiero a ti.
Shane pareció meditar sobre aquello un momento y luego, lentamente, empezó a sonreír.
—Oh. De acuerdo —volvió a ponerse serio—. ¿Pero qué pasará si acabo siendo rey?
—En ese caso serás un hombre especial que se pone corona para determinadas situaciones —contestó Sara, que se irguió sobre los codos para mirarlos a los ojos y decir lo que tenía que decir—. No me importa a qué te dediques, Shane, si diriges un país o si te dedicas a clavar clavos en un trozo de madera. Lo que me importa es quién eres. Y eres... —sonrió—. Extraordinario.
Shane sonrió, obviamente aliviado.
—¿Eso es todo?
—No. También eres el hombre que quiero.
Shane apoyó una mano en la mejilla de Sara y le dedicó una mirada cargada de amor y promesas.
—Yo también te quiero, Sara —dijo, solemne—. Así que ¿qué dices? ¿Te casarás conmigo?
—¿Y ser tu reina?
Shane asintió.
—La verdad es que mi reino no da para mucho. Lo más probable es que haya perdido mi trabajo, y tampoco creo que haya muchas posibilidades de que acabe siendo el futuro rey de Penwyck, así que mis dominios se limitan a un apartamento de una habitación en Malibú, y un Jeep Cherokee. También tengo una estupenda tabla de surf. Hay personas que ocupan cargos muy importantes que serían capaces de matar por ella.
Sara rio.
—Protegerla será mi primera misión cuando empiece a trabajar para California Security Sistem.
Shane frunció el ceño, preocupado.
—Creía que tenías un trabajo esperándote con el Ru. Y ahora que lo pienso, eso va a significar que vas a tener que hacer todo un viaje diario si quieres ser mi reina y comonarca.
Sara negó con la cabeza.
—Creo que puedo decir sin temor a equivocarme que mi futuro en el Ru está un tanto comprometido. Además, después del interrogatorio al que he sido sometida esta tarde sobre nuestra aventura con los Caballeros Negros, creo que puedo asegurar que ya no tengo deseos de trabajar para ellos. Prefiero aceptar un trabajo que me ofreció a principios de año una de mis profesoras. Necesita a alguien dispuesto a trabajar en Los Ángeles y especializado en contraterrorismo, que, casualmente, es mi especialidad.
Shane asintió.
—Así que tú serás la reina de los contraterroristas y yo el rey de los desempleados.
Sara rio.
—Parecemos una pareja hecha en el Cielo.
—O, como mínimo, una pareja hecha en Penwyck —Shane volvió a estrechar a Sara entre sus brazos y la besó ardientemente—. Te quiero, Sara Wallington —dijo cuando se apartó—, y no me importa lo que acabes siendo.
—Y yo te quiero a ti, Shane Cordello, y tampoco me importa lo que acabes siendo.
Y mientras se besaban para sellar el trato, ambos supieron que aquello era lo único que realmente importaba.
Fin