Capítulo Siete

Convencida de haber oído mal, Sara miró atentamente el rostro de Shane. Por su expresión supo de inmediato que había dicho exactamente lo que había creído oír…  y que lo había hecho en serio.

—Tú... tú... tú... —empezó, pero fue incapaz de continuar, como si de repente se hubiera quedado sin cerebro.

—Necesito besarte, Sara —repitió él en tono insistente, exigente, excitante...

—Quiero besarte. Inclínate para que pueda hacerlo.

Y, de algún modo, incluso mientras se decía que aquello no podía ser buena idea, Sara hizo exactamente lo que le había pedido. Se inclinó despacio hacia delante, pero mantuvo las palmas de las manos en el suelo, como si así pudiera mantenerse anclada a la realidad. Shane pasó una mano tras su cuello y la atrajo hacia sí con firme delicadeza.

Y entonces su boca se encontró con la de ella, o tal vez fue al revés, pero la maravillosa sensación que recorrió el cuerpo de Sara como resultado hizo que le diera totalmente lo mismo quién hubiera dado el último impulso.

Shane la besó como nunca la habían besado, de un modo a la vez vacilante y firme, confiado e indeciso. Al principio se limitó a rozarle los labios hasta tres veces antes de apartarse un poco. Al notarlo, Sara abrió los ojos y vio que la miraba con expresión enigmática. Sonrió y, sin esperar a que él volviera a besarla, adelantó la cabeza y fundió sus labios con los de él.

La sensación que siguió fue exquisita.

La barba de Shane le rozaba la boca, pero la sensación de sus labios era tan suave, cálida e incitante... Incapaz de contenerse, Sara apartó las manos del suelo y apoyó las palmas contra su pecho, maravillándose al sentir la sólida musculatura que palparon sus dedos. Ya se había fijado en varias ocasiones en lo bien hecho que estaba, gracias a su trabajo, probablemente; y también se había preguntado más veces de las debidas qué se sentiría siendo la mujer que se acostara con él.

Allí tenía su oportunidad, pensó.

Entonces, sin ni siquiera darse cuenta de que lo había hecho, se encontró de pronto tumbada a su lado, con todo el cuerpo pegado al de él. Shane reaccionó al instante y le pasó una mano por la cintura para retenerla contra sí, como si temiera que fuera a apartarse de inmediato.

Pero Sara no tenía ninguna intención de hacerlo. No pensaba ir a ningún sitio. Al menos de momento...

Shane ladeó la cabeza y tomó su boca de un modo más posesivo, más íntimo. La besó una y otra vez, hasta que su deseo por ella se transformó en voracidad. Cuando Sara abrió la boca para tomar aire, él la penetró con la lengua y la saboreó de un modo inicialmente vacilante, pero que enseguida se volvió más apasionado. Ella se sintió sorprendida por la invasión y estuvo a punto de apartarse, pero había algo intensamente erótico en el hecho de sentir a Shane en su interior de aquel modo, de manera que se abrió completamente a él e incluso se aventuró a devolverle las caricias con la lengua.

Shane gimió al sentir la primera penetración. Por unos instantes lucharon por la posesión del beso, entrelazando sus lenguas, tentándose, jugueteando... De pronto, Sara se encontró tumbada de espaldas y con Shane a medias sobre ella. Sentir el peso de su cuerpo contra los pechos, la pelvis y los muslos, le produjo la excitación más intensa que había experimentado en su vida. Cuando lo rodeó con los brazos por la cintura, Shane situó una pierna entre sus muslos y apoyó una mano en su cadera. Entonces se hizo verdaderamente cargo del beso y la penetró una y otra vez con su lengua a la vez que presionaba la pierna contra la parte más íntima de su cuerpo, creando una deliciosa fricción que Sara nunca había experimentado. En aquella ocasión fue ella quien gimió en respuesta, primero a causa de la ráfaga de calor que explotó entre sus piernas, y luego por el modo que fue extendiéndose por su cuerpo.

Entonces sintió que la mano de Shane ascendía hasta el borde de su jersey y empezaba a desabrochárselo. Finalmente, la prenda se abrió sobre su sujetador. Shane apartó su boca de la de ella y, jadeante, deslizó los labios abiertos por su barbilla, su garganta, su cuello, hasta llegar a la carne que sobresalía del sujetador. Sara entrelazó los dedos con su pelo y temió enloquecer a causa de las sensaciones que recorrían su cuerpo y el fuego que ardía entre sus piernas.

Para entonces la falda se le había subido casi hasta la cintura y, junto con el jersey abierto, la hizo sentirse expuesta y vulnerable. Y en algún lugar del fondo de su enfebrecida mente empezó a darse cuenta de lo que estaba pasando. ¿Qué sucedería si permitía que aquello continuara? Y sabía que no estaba preparada para que sucediera. Aún no.

—¡No! —exclamó a la vez que empujaba a Shane con ambas manos para que se retirara. En cuanto estuvo libre se fue al otro lado del fuego, que ya se estaba consumiendo. Cerró su jersey y trató de relajar su agitada respiración. Pero los pensamientos giraban a tal velocidad en su cabeza que les faltaba coherencia y significado. No sabía qué decir.

—No podemos —logró decir finalmente, porque aquello era lo único que tenía claro—. No podemos hacer esto, Shane. No podemos.

—¿Por qué? —preguntó él, con la respiración tan agitada como la de ella.

Sara se aferró a lo primero que se le ocurrió.

—Por los Caballeros Negros. Podrían estar en cualquier lugar —dijo, aunque estaba segura de que habían perdido su rastro hacía rato.

Shane la miró un momento en silencio.

—Sí, claro —murmuró—. Supongo que no sería buena idea dejar que nos atraparan con los calzoncillos bajados.

Sara cerró los ojos y deseó que Shane no hubiera utilizado aquel eufemismo en particular.

Evidentemente, Shane se lo estaba pensando, porque enseguida trató de dar marcha atrás.

—Quiero decir que...

Pero ambos sabían que ya era demasiado tarde.

Si hubieran seguido donde lo habían dejado, los habrían atrapado con bastante menos que los calzoncillos.

—No ha pasado nada —dijo Sara, consciente de que mentía—. Estamos viviendo unas circunstancias muy tensas y es lógico que haya pasado esto.

—Sí, claro —dijo Shane en tono sarcástico—. Es lógico que haya pasado. La tensión. Nada más.

—Exacto. Nada más.

Sara empezó a abrochar su jersey, pero le llevó bastante más tiempo del habitual porque las manos le temblaban de un modo incontrolable. Cuando miró a Shane vio que su expresión de había vuelto hermética, de manera que no pudo descifrar lo que estaba sintiendo.

Decepción, sin duda, pensó, porque, junto con otras cuantas cosas, era lo que estaba sintiendo ella. Sin embargo, para Shane, como para cualquier otro hombre, lo más probable fuera que su decepción se debiera a la mera frustración física, una frustración que habría podido satisfacer con cualquier cuerpo.

Pero para ella, la decepción tomaba muchas formas. Ella también sentía una intensa frustración física, por supuesto, pero era específicamente con Shane con quien habría querido completar su unión, no con cualquier otro, Y le habría gustado saber si él sentía lo mismo que ella.

Alzó una mano y frotó sus cansados ojos. Dormir. Necesitaba dormir. Ambos lo necesitaban. No podían fiarse de nada de lo que sucediera estando exhaustos y sobrecargados de adrenalina. No era de extrañar que hubiera sucedido lo que había sucedido. A cualquiera le habría pasado lo mismo.

—Probablemente deberíamos dormir por turnos —dijo Shane, como si hubiera leído su mente—. Yo estoy un poco... tenso, así que ¿por qué no empiezas tú?

—De acuerdo —contestó Sara, reacia. Ella también estaba tensa, pero se sentía tan cansada...

Se tumbó donde estaba, bien alejada de Shane Cordello. Al día siguiente todo tendría más sentido y se vería más claro. Con un poco de suerte, bajarían la montaña y encontrarían algún pueblo cercano. Entonces...

Suspiró pesadamente mientras se le cerraban los ojos. Pensaría en el «entonces» al día siguiente.

A la mañana siguiente, cuando se pusieron en marcha, ninguno de los dos mencionó lo que había pasado. Su abrazo había sido tan fugaz e irreal que había momentos en que Shane pensaba que lo había soñado. También había otros en que recordaba cada instante de lo sucedido, pero enseguida se veía obligado a reconocer que había sido un error. El problema era que no llegaba a convencerse a sí mismo de ello, porque, ¿cómo iba a haber sido un error algo que le había parecido tan maravilloso y perfecto? En cualquier caso, era un alivio que Sara pareciera tan reacia a hablar del tema como él. Porque, a pesar de las circunstancias, no debería haber sucedido.

Al menos, no todavía.

Pero lo mejor que podían hacer ambos era centrarse en su inmediato futuro, no en el pasado. No tenían ni idea de dónde estaban y, sin duda, sus secuestradores seguirían buscándolos. No tenían más remedio que seguir adelante con los ojos y los oídos bien abiertos.

El día resultó largo y tedioso, y apenas hablaron. Shane se preguntó si se debía a que ambos se sentían incómodos por lo sucedido la noche anterior, o a que estaban ansiosos por alejarse de los Caballeros Negros, o, simplemente, a que estaban concentrados en el terreno y en la orientación del sol. Probablemente era una combinación de las tres cosas, pero en aquellos momentos lo importante era centrarse en encontrar el camino de vuelta casa, no en recordar lo dulce, agradable y excitante que había sido tener a Sara entre sus brazos.

Ya estaba atardeciendo cuando salieron del bosque a una zona despejada desde la que se divisaba una casa de labranza en la distancia. Una casa de cuya chimenea salía humo y en cuyas ventanas ardía una pálida luz amarilla. Por la reacción de Sara y de Shane, cualquiera habría pensado que acababan de encontrar un tesoro oculto durante siglos. Cuando aceleraron instintivamente el paso, la perspectiva de verse finalmente libres hizo que Shane ni siquiera recordara el dolor de sus pies.

Cuando estuvieron más cerca comprobaron que la casa era una sencilla construcción de estuco rodeaba de una valla de piedra tras la que había un pequeño viñedo. Ninguno de los dos se había alegrado tanto en su vida de ver una casa.

Sara se detuvo ante la verja de entrada sin abrirla.

—¿Qué sucede? —preguntó Shane cuando ella apoyó una mano en su brazo para detenerlo—. El final de nuestro secuestro está a la vista. ¿Por qué nos paramos?

—Debemos tener cuidado. La gente que vive en zonas tan apartadas no suele fiarse de los desconocidos. Especialmente de desconocidos con nuestro aspecto.

A Shane no le quedó más remedio que estar de acuerdo. El jersey y la falda de Sara estaban obviamente sucios, al igual que sus manos y piernas, y el pelo le caía completamente revuelto sobre los hombros. Y eso que ella era la que mejor aspecto tenía de los dos.

—Debemos buscar alguna excusa para explicar nuestro aspecto —dijo Sara que, al parecer, también empezaba a desarrollar la capacidad de leer la mente de Shane—. Incluso si resulta ser una familia agradable, se preguntarán quiénes se han presentado en su casa con este aspecto.

—Podemos decirles que estábamos acampando

—dijo Shane—. Que estamos de luna de miel por Europa y que hemos sido atacados por... por unos osos.

Sara sonrió.

—No creo que haya osos por aquí.

—Oh.

—Y resultaría extraño que yo lleve falda si estamos acampando. Por no mencionar tu falta de calzado.

Shane asintió.

—¿Y qué sugieres que hagamos?

—Creo que la parte de la luna de miel está bien, pero necesitamos pensar en algo distinto a los osos. Algo como... —Sara abrió los ojos con expresión de júbilo— como unos ladrones, por ejemplo.

Salteadores de camino modernos. Aunque no sean muy comunes, si son creíbles en esta parte del mundo. Conducíamos por la montaña disfrutando de las vistas cuando alguien que nos seguía nos hizo salir de la carretera. A fin de cuentas estamos de luna de miel, así que no estábamos prestando demasiada atención a si nos seguían o no. Teníamos nuestras mentes en otras cosas.

Sus miradas se encontraron como por mutuo acuerdo, y Shane supo que, efectivamente, en aquel momento ambos tenían sus mentes en otras cosas. De hecho, en otra cosa en particular.

—Así que... hemos sido asaltados por unos salteadores de camino que nos han robado el coche y todas nuestras pertenencias —continuó Sara precipitadamente—. Después hemos tenido que bajar la montaña y así es como hemos llegado hasta su puerta. ¿Qué te parece?

Shane pensó un momento en el relato se Sara y asintió.

—Parece bastante creíble. ¿Pero estás segura de que hablas la lengua de este lugar? A fin de cuentas, no sabemos dónde estamos.

—No te preocupes por eso —dijo Sara en tono tranquilizador.

—En ese caso, ¿a qué esperamos?

Sara respiró profundamente, sonrió para darse ánimos, tomó la mano de Shane a la vez que le recordaba que estaban de luna de miel, como si no quisiera que él malinterpretara el gesto, y se encaminó hacia la casa. Cuando se detuvieron ante la puerta utilizó su mano libre para llamar.

Al cabo de un momento la puerta se abrió y fueron recibidos por una mujer de pelo canoso, sujeto en un firme moño en lo alto de su cabeza. Vestía falda negra, camisa blanca y zapatos negros y llevaba un chal bordado sobre los hombros. Sonrió con una mezcla de calidez y curiosidad al verlos.

—¿Sí? —dijo.

—Buenas tardes, señora —empezó Sara.

En aquel momento, un hombre corpulento y de pelo también canoso se unió a la mujer. Como ella, vestía pantalones negros, camisa blanca y zapatos negros. En lugar del chal, llevaba un gastado chaleco marrón. Su sonrisa también fue inquisitiva pero cortés, y Sara se la devolvió.

Lo que siguió fue un rápido intercambio en español que Shane apenas pudo seguir, a pesar de que hablaba lo suficiente la lengua como para hacer una escapada de vez en cuando a Tijuana. Pero captó lo bastante como para saber que Sara les estaba contando la historia de los ladrones. Debió de resultar convincente, porque la expresión de la pareja fue pasando de la cautela a la conmoción y de esta a la pena. Finalmente, la mujer chasqueó varias veces la lengua, apoyó una mano en el hombro de Sara y palmeó maternalmente la mejilla de Shane antes de invitarlos a pasar.

El interior de la casa era tan sencillo y modesto como el exterior, pero resultaba muy acogedor.

Mientras los demás hablaban, Shane hizo lo posible por seguir sonriendo pacíficamente mientras pensaba en el mal aspecto que debía de tener y en lo mal que debía de oler. Tras unos minutos, el hombre asintió en respuesta a algo que dijo su mujer y salió de la habitación. Ella tomó a Sara de la mano y la condujo hasta una mecedora que se hallaba frente a la chimenea a la vez que hacía un gesto para que Shane las siguiera. Luego, se acercó hasta una puerta que, juzgando por el delicioso olor que llegaba a través de ella, debía de dar a la cocina.

—Hilda va a traernos algo de comer —dijo Sara—. Su marido se llama Enrique. Se apellidan Santos. Les he contado lo que habíamos acordado y han insistido en que nos quedemos aquí a pasar la noche. El pueblo más cercano está a una hora y Enrique no puede conducir de noche. Creo que sería una tontería por nuestra parte tratar de avanzar más esta noche si podemos evitarlo. Pero no tienen teléfono, así que no podemos ponernos en contacto con nadie —su expresión se volvió más preocupada cuando añadió—: Odio molestar a estas personas, porque es obvio que tienen muy poco, pero se han ofrecido a compartirlo con nosotros. Me siento muy mal por mentirles de este modo.

—¿Crees que se sentirían mejor si les dijeras que en sus montañas hay unos cuantos secuestradores?

—No creo...

—Si va a hacer que te sientas mejor puedes decirles la verdad mañana, antes de irnos. Y cuando lleguemos a Penwyck puedes enviarles un talón, o algún detalle para agradecerles su hospitalidad.

Sara suspiró pesadamente y se llevó una mano a la cabeza. Al tocarse el pelo hizo una mueca de desagrado.

—Uf. Estoy asquerosa. Ambos deberíamos lavarnos antes de comer algo —miró su indumentaria—. Ojalá tuviéramos otra ropa que ponernos.

Como por arte de magia, en aquel momento apareció Enrique con varias prendas de vestir en ambos brazos. Sonrió mientras se acercaba a Sara y le entregaba las que llevaba en el brazo derecho. Las del izquierdo fueron para Shane.

—Gracias —dijo Sara por ambos. Intercambió unas palabras en español con Enrique y luego miró a Shane—. Las ropas pertenecían a sus hijos, que ya son mayores y no viven aquí —explicó—. Ha dicho que podemos lavarnos en el baño de arriba y que también tienen una habitación libre para nosotros. Le he dicho que nos gustaría lavarnos antes de comer, así que ¿quieres ir tú primero?

Shane negó con la cabeza.

—Las damas primero —dijo, y lo cierto era que nunca había dicho aquellas palabras con tanta verdad. Porque, aun sucia, con el pelo revuelto y la ropa hecha un asco, Sara Wallington era la mujer con más clase que había conocido en su vida, y no había dejado de pensar en ella desde que le había puesto los ojos encima. Cuando se levantó de la silla lo hizo con la majestuosidad de una reina, y cuando volvió a dar las gracias a Enrique, lo hizo con tal dignidad y nobleza que podría haber sido la propia reina de Penwyck.

Menuda mujer...

Shane acababa de pensar aquello cuando Enrique lo dijo en alto en su lengua nativa. Shane rio y se las arregló para chapurrear en español que estaba de acuerdo. Luego, mantuvieron un forzado diálogo sobre la zona en la que se encontraban, el tiempo y lo ruines que podían ser los salteadores. Pero cuando la conversación se encaminó hacia lo agradable que era estar recién casado y la suerte que tenía Shane de haber encontrado a una chica tan guapa, este prefirió cambiar de terna.

Estaba de acuerdo con todo lo que había dicho su anfitrión, por supuesto, pero sabía que debían mentir. Si dijeran la verdad, lo más probable sería que los Santos no los creyeran, o, silos creían, se asustarían y temerían por sus vidas. Y Shane no creía que estuvieran en peligro. De lo contrario no estaría allí, poniéndolos en peligro, y Sara y él ya estarían huyendo de nuevo.

De manera que no era la mentira en sí lo que lo preocupaba. De hecho, no lo había preocupado nada elaborarla antes de entrar en la casa. Sin embargo, por algún motivo, la mentira empezaba a resultarle incómoda. Y, de pronto, no le pareció bien mentir a Hilda y Enrique.

Sara debió de tomar una ducha muy rápida, porque regresó enseguida vestida con una falda larga de flores verdes y azules y una blusa del color verde de sus ojos. Su pelo aún estaba húmedo y se lo había sujetado en una trenza. Su aspecto resultaba más suave, más etéreo que antes. Viéndola así parecía más joven, más dulce, más ingenua, más...

«Guau!». Aquel fue el adjetivo más apropiado que encontró Shane para describir lo que parecía Sara. Parecía realmente: «Guau!»

—El baño es todo tuyo —dijo ella. Pero aunque el comentario iba obviamente dirigido a Shane, pareció dirigir su mirada a todos lados excepto a él, como si estuviera demasiado nerviosa corno para mirarlo. Como si se sintiera incómoda por algún motivo.

¿Pero por qué iba a sentirse incómoda?, se preguntó Shane. En aquellos momentos Sara debía de sentirse mejor que hacía varios días. Sin embargo, parecía más ansiosa que nunca.

Shane se volvió hacia Enrique, le dio las gracias por su hospitalidad y luego miró de nuevo a Sara, pero esta aún evitaba su mirada y parecía inquieta por algo.

De manera que se limitó a sonreír y dijo:

—Gracias. No tardo —y se encaminó al baño.

Al pasar junto a Sara trató de no notar lo bien que olía, lo femenina, fresca y cálida que parecía. Y se esforzó aún más por no pensar en «la» habitación que les habían prometido los Santos para pasar aquella noche. Noche que, probablemente, iba a ser una de las más largas de su vida.