Capítulo Nueve
—Shane... —logró decir finalmente—. Shane, por favor.
Pero Sara no sabía con exactitud qué le estaba pidiendo que hiciera. Una parte de ella quería que se detuviera, al menos lo suficiente como para poder pensar en lo que estaba sucediendo. Pero otra parte más grande, más insistente, quería que le prometiera que no iba a detenerse nunca, porque no quería tener que volver a pensar en nada nunca más.
Shane no debió de oírla, porque no dejó de acariciarla. De hecho, deslizó un segundo dedo en su interior y lo separó del otro, ensanchándola, haciéndola retorcerse de necesidad por algo que ni siquiera podía identificar.
—Oh, Shane... —intentó de nuevo—. Por favor, por favor, tienes que...
—¿Qué? —preguntó él y, sin transición, deslizó la punta de la lengua por la curva superior de los pechos de Sara, que dejó escapar otro frenético ruidito de su garganta.
—No podemos... No debes... No estoy... No es...
—Sí podemos —replicó él, sin aliento—. Tengo que... Sí estás. Sí lo es. Todo, Sara. Tenemos que llegar hasta el fin.
—Pero...
—Ssss. No hables.
—Pero yo...
—Solo siente —Shane introdujo con gran destreza un tercer dedo en el interior de Sara—. Siénteme dentro de ti.
—Te siento… te siento... —gimió ella.
—Eres. tan dulce... Te prometo que vas a disfrutar como nunca.
—Oh, Shane...
—Siente lo que te hago —susurró él a la vez que le introducía y le sacaba lentamente los dedos—. Y piensa en lo maravilloso que va a ser cuando estemos en la cama, cuando estés encima de mí y yo mucho más dentro de ti que ahora.
—Oh, Shane...
—Piensa en ello.
—Lo estoy haciendo. Oh, sí...
Entonces Shane la tomó en brazos, la llevó hasta la cama y la depositó en su centro.
Sin pensar en lo que hacía, Sara extendió las manos hacia él en una silenciosa invitación. Shane se reunió con ella en la cama sin pensárselo dos veces. Un momento después ambos estaban desnudos y Shane comenzó a besarla de nuevo a la vez que deslizaba una mano por todas sus curvas y sus valles, por sus hombros, por sus pechos, sus caderas y muslos. Luego, se tumbó de espaldas, la tomó de la mano y tiró de ella para que se montara sobre él. Instintivamente, Sara separó las piernas y ciñó con las rodillas su magnífico y musculoso torso.
El sonrió a la vez que tomaba en ambas manos sus pechos y le acariciaba los pezones con los pulgares.
—Eres tan preciosa... —murmuró.
Sara extendió las manos sobre la piel de su fuerte pecho y pensó que solo las antiguas esculturas griegas se acercaban a la perfección del cuerpo de Shane. El también era precioso, pensó. Más precioso que nada de lo que había visto hasta entonces en su vida.
Shane siguió acariciándole los pechos el tiempo suficiente para hacerla enloquecer. Cuando Sara empezaba a sentir que su interior se licuaba en pura lava, la tomó por las caderas, la alzó y, de pronto, la estaba abriendo con su poderoso miembro, horadándola, penetrándola...
—Podemos empezar de este modo —dijo, ronco—. Pero quiero hacértelo de todas las formas posibles esta noche, Sara. De todas las formas que podamos imaginar.
En pleno delirio, ella se limitó a asentir.
—Y me gusta duro y rápido —añadió él—. ¿Te parece bien?
Sin entender muy bien lo que quería decir, Sara volvió a asentir, porque quería que nada interrumpiera la intensidad de aquel momento. Shane sonrió, satisfecho. Ella estaba a punto de devolverle la sonrisa cuando, simultáneamente, él la empujó con fuerza hacia abajo a la vez que alzaba las caderas hasta penetrarla por completo.
El dolor que experimentó Sara en aquel momento fue muy intenso y no pudo evitar un grito al sentirlo. Shane debió de darse cuenta a la vez de que acaba de profanar una barrera que ningún hombre había penetrado hasta entonces porque, tras un momento de desconcierto, salió de ella, la tumbó de espaldas y se colocó encima con los codos apoyados sobre el colchón.
—¿Eres virgen? —preguntó, asombrado.
Aún jadeante a causa de la espiral de dolor que había recorrido brevemente su cuerpo, Sara logró sonreír a la vez que alzaba una mano y acariciaba afectuosamente el pelo de Shane.
—Ya no —contestó.
El la observó un momento en completo silencio, como si se hubiera vuelto de piedra.
—Diablos —murmuró a la vez que se tumbaba a su lado y se cubría los ojos con una mano—. Diablos.
Sara se mordió el labio y logró contener las lágrimas. Trató de decirse que sus ganas de llorar se debían al dolor que había experimentado, y no a la reacción de Shane. Por algún motivo, esta le había hecho aún más daño.
—¿Tan espantoso ha sido? —preguntó.
Shane dejó caer la mano con que cubría sus ojos y se volvió hacia ella de inmediato.
—Por supuesto que no, Sara, pero...
—¿Qué?
—Deberías habérmelo dicho.
Ella lo observó un momento en silencio.
—Si tanto te importaba —dijo—, deberías habérmelo preguntado.
—Había supuesto...
—Pues no deberías haberlo hecho.
Shane abrió la boca para decir algo pero la cerró enseguida.
—Tienes razón —dijo al cabo de un momento—. No debería haber supuesto nada. Además, ahora que lo pienso, todo tiene sentido.
—¿Qué quieres decir?
—Me refiero al hecho de que eres... de que eras...
—Shane e corrigió a sí mismo con evidente renuencia— ya sabes.
—¿Virgen?
—Sí, eso.
—¿Qué pasa? ¿Acaso tenía una gran «V» pintada en mi ropa que hasta ahora no se ha hecho evidente?
Shane negó con la cabeza.
—No. Pero debería haberme dado cuenta de todos modos.
—¿Cómo ibas a darte cuenta? —por algún motivo, Sara empezaba a sentirse un poco irritada. ¿Acaso era ella tan diferente a otras mujeres? ¿Acaso era tan pura, tan casta, tan inocente, tan ingenua? Ninguna de aquellas palabras resultaba especialmente halagadora en aquellos tiempos, y ninguna le parecía adecuada. Su virginidad no implicaba que no supiera nada de la vida. Una podía ser sofisticada y culta sin necesidad de haberla perdido, por expresarlo de algún modo.
Shane sonrió y parte de la irritación de Sara se desvaneció, y se evaporó por completo cuando dijo:
—Debería haberme dado cuenta porque no te pareces a ninguna de las mujeres que he conocido hasta ahora, por eso.
Sara decidió tomarse aquello como un cumplido, a pesar de que Shane había parecido un poco melancólico al decirlo.
—Tú tampoco te pareces a ninguno de los hombres que he conocido hasta ahora.
Shane se limitó a mirarla un momento en silencio, como si estuviera buscando la respuesta a una pregunta muy importante.
—¿Y ahora que pasa? —preguntó finalmente. Sara sonrió.
—Lo cierto es que esperaba experimentar un orgasmo en algún momento de la noche. Por lo que he oído, debe de ser muy divertido.
Shane se quedó un momento boquiabierto y luego rompió a reír.
—Entonces, ¿aún quieres...?
—Claro que quiero. ¿Tú no?
—Por supuesto, pero... ¿no te duele?
—Lo cierto es que al principio me ha dolido mucho —Sara apartó un mechón de pelo de la frente de Shane y trató de ignorar la punzada de ternura y afecto que sintió en su interior—. Pero me dolería aún más que paráramos cuando las cosas empezaban a ir tan bien.
Shane sonrió.
—Ya que lo pones de ese modo... —antes de que Sara tuviera tiempo de responder, la tomó de la mano y la hizo sentarse de nuevo a horcajadas sobres su torso—. ¿Te parece bien así? ¿Quieres que intentemos algo distinto?
—Así me gusta mucho. Es muy excitante. Y en cuanto hayamos acabado de esta forma, quiero hacerlo de otra, y luego de otra, y luego de otra...
Shane la hizo callar con un beso aún más hambriento que los anteriores.
—Eres una mujer muy sexy —murmuró cuando se apartó.
Ella sonrió.
—¿Aunque nunca haya...?
—Saber que es tu primera vez solo hace que sea aún más excitante. Pero esta vez seré más suave.
Sara frunció el ceño al oír aquello.
Él rio.
—Te aseguró que será mejor así al principio. Puede que después...
Al ver que no terminaba la frase, Sara se preguntó si Shane pensaría que no habría un «después», que aquella podría ser la última oportunidad que iban a tener de estar juntos. Por mucho que odiara admitirlo, ella se temía lo mismo. Aquella debía de ser la causa por la que sentía mucho más dispuesta a seguir adelante que la noche anterior. No quería perder la oportunidad de estar con un hombre como Shane. A fin de cuentas, los hombres como él solo aparecían una vez en la vida.
—Hazme el amor, Shane —susurró—. Hazme el amor...
El no necesitó más estímulo. Lo siguiente que supo Sara fue que estaba de nuevo tumbada de espaldas y que las manos de Shane parecían encontrarse por todo su cuerpo, enloqueciéndola con sus íntimas caricias, con sus besos, con su lengua... hasta que notó cómo apoyaba entre sus piernas su magnífico y palpitante miembro y la penetraba de nuevo, más lentamente en aquella ocasión, dándole tiempo a acostumbrase a su tamaño y su presencia. Poco a poco fue avanzando sin dejar de besarla, sin dejar de decirle lo bella que era, lo sexy que era, lo adorable...
Y cuando la hubo penetrado por completo, la incomodidad que había sentido inicialmente Sara empezó a desaparecer. Se sentía colmada por él, como si la hubiera poseído, como si fuera su dueño, y su dominio la excitó de un modo increíble. Y al abrir los ojos y mirar el rostro de Shane vio que ella no era la única afectada por su unión.
—¿Estás bien? —preguntó él, jadeante.
Ella asintió débilmente.
—¿No te duele?
—Sss,.. —susurró ella a la vez que apoyaba un dedo contra sus labios—. Hazme el amor. Hazme tuya, por favor. Haz que siempre recuerde esta noche. Haz que nunca olvide...
Cuando Shane empezó a moverse en su interior, Sara fue incapaz de seguir hablando. Lenta, metódicamente, él la penetró y se retiró una y otra vez, aumentando poco a poco el ritmo de sus movimientos y la profundidad de la penetración. Cuando ella lo rodeó instintivamente con las piernas por la cintura, los movimientos de Shane se volvieron más rápidos, más furiosos.
Entonces Sara comenzó a sentir pequeñas oleadas de placer que alcanzaron rápidamente una intensidad casi insoportable, hasta convertirse en una sola gran oleada que la llevó junto a Shane a la cima del éxtasis.
Después, tan rápido como habían llegado, aquellas maravillosas sensaciones comenzaron a remitir.
Sin salir de ella, Shane le pasó los brazos por detrás de la espalda y se tumbó de costado, arrastrándola consigo. La atrajo hacia sí y la besó en la sien con exquisita ternura, algo que a Sara le pareció aún más íntimo que la unión que acababan de compartir. Luego, apartó el rostro de ella y, sin decir nada, la miró a los ojos como buscando la respuesta a alguna pregunta más antigua que el tiempo.
Sara deseó saber cómo responder, pero lo único que logró fue alzar una mano y deslizar un tembloroso dedo por sus carnosos labios. Luego, lo besó y apoyó la cabeza en la almohada. Lo último que oyó fue a Shane pronunciando su nombre. No supo si luego dijo algo más, porque estaba demasiado adormecida como para oírlo...
Cuando despertaron al amanecer, aún abrazados, no hicieron falta palabras. Se besaron, acariciaron e hicieron el amor con auténtico frenesí, como si en ello les fuera la vida.
Después, aún jadeante a causa de la pasión, Shane se preguntó qué se suponía que iban a hacer.
¿Le había dicho la noche anterior a Sara que la amaba? No lograba recordarlo. Tal vez había utilizado las palabras que nunca había utilizado con otra mujer, pero ¿lo había hecho en serio? Probablemente no, se dijo. A veces, en un arrebato de pasión, las personas decían cosas que no querían decir. Y la increíble pasión que había experimentado aquella noche era algo nuevo para él. Nunca había tenido una experiencia parecida con ninguna mujer, nunca había sentido las cosas que había sentido con Sara.
¿Qué se suponía que debía hacer al respecto?
Pero ninguno de los dos parecía saber muy bien lo que debían hacer, porque se levantaron, lavaron y vistieron en medio de un incómodo silencio. Probablemente, lo mejor era no hablar de ello, pensó Shane. Al menos, de momento. Habría tiempo más adelante, se dijo. Tendrían tiempo para aclarar las cosas cuando llegaran a Penwyck.
Cuando bajaron a la cocina, Hilda ya había preparado el desayuno para los cuatro. Sara intercambió algunas palabras con sus anfitriones mientras Shane permanecía en un meditativo silencio. Después, Enrique se ofreció a llevarlos a María Lupe, el pueblo más cercano.
Media hora después los dejaba ante la comisaría local, asegurándoles que la policía haría lo posible por localizar a los bandidos que los habían asaltado. Cuando salieron del coche y se acercaron a la ventanilla para despedirse, Enrique sacó la mano y, a la vez que estrechaba la de Shane, dejó unas monedas y unos billetes en ella, dinero que él aceptó con gesto culpable, pues sabía que no lo ganaba fácilmente. Luego, Enrique les deseó suerte y se alejó.
Y, una vez más, Sara y Shane se quedaron a solas, sin saber muy bien qué hacer a continuación.
Por mutuo acuerdo, dieron la espalda a la comisaría en cuanto Enrique desapareció de la vista. Luego, tras echar un vistazo a un lado y otro de la calle, se encaminaron hacia un hotel que parecía el centro de la plaza del pueblo. Shane estaba seguro de que allí encontrarían un teléfono público.
—Antes de irnos he anotado las señas de los Santos. Así podremos devolverles el dinero cuando lleguemos a Penwyck —dijo mientras hacía sonar las monedas que Sostenía en la mano—. Supongo que ahora convendrá llamar a alguien.
Sara asintió.
—Sí, por supuesto. Me pondré en contacto con el RII de inmediato. Ellos podrán comunicar al RET dónde estamos.
—¿Al RET? —repitió Shane—. ¿Qué es eso?
—El RET forma parte del Ru —aclaró Sara—. Son las iniciales de Royal Elite Team; la crema de la crema, por definir de algún modo a sus miembros, que son la mano derecha del rey. Dirigen operaciones encubiertas, rescates y cosas parecidas. Pero serán miembros del Ru los que vendrán a por nosotros.
—Parece un grupo interesante —dijo Shane.
—Lo es. Como te he dicho, mi padre trabajaba para ellos, y en primavera, cuando termine mis estudios, habrá un trabajo esperándome en el grupo.
«Ajá», pensó Shane. Aquello explicaba muchas cosas sobre las «habilidades» que había visto manifestar a Sara.
—El RII se ocupará de investigar nuestra desaparición —continuó ella—. Ahora que no van tener que ponerse a buscarnos, las cosas les resultaran más sencillas.
Shane señaló el hotel con la cabeza.
—Probablemente habrá un teléfono de pago dentro —dijo. «Y habitaciones», pensó. Al RII le llevaría unas horas llegar hasta ellos, y Sara y él podían aprovechar el tiempo para...
—Sí, por supuesto —dijo ella, y extendió la mano hacia él.
Por un momento, Shane quiso pensar que le estaba ofreciendo la mano para llevarlo a una de aquellas habitaciones, pero enseguida reconoció que lo que quería eran las monedas, de manera que se las dio. Entonces se dio cuenta, con bastante sorpresa, de que no quería ir a una habitación para volver a hacer el amor con ella. En realidad, lo que quería era hablar. Hablar sobre todo lo que había pasado, sobre lo que iban a hacer, sobre lo que pasaría una vez que llegaran a Penwyck. Y no solo respecto al asunto de los herederos del trono.
—Gracias —dijo ella con suavidad mientras tomaba el dinero y, como había hecho durante toda la mañana, evitaba la mirada de Shane. —
Luego, se volvió y entró en el hotel. El la siguió. El teléfono estaba a un lado del pequeño vestíbulo de entrada, y Sara fue directa a él. Shane sabía que había pocas posibilidades de que los Caballeros Negros anduvieran merodeando por allí, pero de todos modos echó un buen vistazo a su alrededor mientras ella llamaba. Tras comprobar que no parecía haber nada sospechoso, prestó atención a la conversación que Sara mantenía a sus espaldas. Desafortunadamente, solo podía oír lo que decía ella, pero enseguida notó que se estaba enfadando.
—Sí, lo comprendo, señor —estaba diciendo en tono de disculpa—. Pero tiene que entender que... ¿qué? Sí, pero... Lo sé, pero... No ha sido... Eso ya lo sé, pero no ha habido tiempo de... Pero no tenía forma de saber... —suspiró, derrotada y, durante unos momentos, se rindió a la iracunda voz masculina que llegaba del otro lado de la línea.
Shane imaginó lo que debía de estar costándole permanecer en silencio, y se prometió poner al tanto a los muchachos del Ru de que Sara había hecho todo lo que había podido. Lo más probable sería que ella no le agradeciera su intervención, porque ya había visto por sí mismo que le gustaba hacer las cosas a su manera, pero lo haría de todos modos.
« ¿Y entonces qué?», susurró una vocecita en su interior. «Pensaré en ello más tarde», contestó Shane de inmediato.
Porque aquella era la filosofía de Shane en lo referente a asuntos de naturaleza personal y romántica. ¿Por qué hacer hoy lo que podía hacer mañana? Pero si hubiera esperado al día siguiente a hacer el amor con Sara nunca habría llegado a saber lo increíbles que podían ser las cosas entre ellos.
«Sí», dijo la vocecita. «Y tampoco estarías aquí sin saber qué diablos se supone que debes hacer».
Shane estaba a punto de contestar algo insolente a la vocecita cuando Sara volvió a hablar.
—Como ya he tratado de decirle, señor —empezó de nuevo—, no tenía motivos para pensar que existiera esa posibilidad. Me dijeron que escoltar al señor Cordello a Penwyck iba a ser una misión meramente rutinaria. Y estuve a punto de conseguirlo
—añadió—. Si puede enviar a alguien a un pueblo llamado Maria Lupe, en España, estaremos esperando en el vestíbulo del Hotel Magnífico, que está cerca de la comisaría. ¿Cuándo calcula que llegarán? Estupendo. Sí, estaremos bien hasta entonces. Gracias. Esperaremos en el bar.
O en una habitación, quiso decir Shane. ¿Por qué correr riesgos?
Pero, antes de que pudiera hacer la sugerencia, Sara colgó el teléfono con rabia, murmuró algo entre dientes y se apoyó contra la pared. Evidentemente, el altercado que había tenido con su superior le había hecho olvidar la incomodidad que había sentido estando con Shane, porque habló mirándolo directamente al rostro.
—¡Menudo imbécil! Se comportan como si hubiera hecho esto a propósito, como si hubiera querido que nos secuestraran. Oh, sí. Nada me gusta más que correr por un bosque de noche, sin provisiones y con un gorila siguiendo mi rastro tras un largo suspiro, añadió: Siento mucho haberte metido en todo este lío, Shane. Si hubiera tenido la más mínima sospecha de que los Caballeros Negros podían hacer algo así, nunca habría...
—No me debes ninguna disculpa, Sara —interrumpió Shane—. Lo que ha sucedido no ha sido culpa tuya.
—En realidad sí lo ha sido. ¿No te das cuenta? Me encargaron la misión de llevarte a salvo a Penwyck y he fallado miserablemente.
—No has fallado. Vas a llevarme a salvo a Penwyck, solo que vas a tardar un poco más de lo que pensabas.
Sara movió la cabeza.
—No. No voy a ser yo la que te lleve a salvo a Penwyck, sino el Ru.
A Shane no le hizo gracia cómo sonaba aquello.
—¿Qué quieres decir?
—Nos han seguido muy bien la pista —explicó Sara—. Tienen agentes trabajando aquí mismo, en Maria Lupe, y ya han atrapado a dos de los secuestradores. Fawn y el otro siguen sin aparecer, pero puede que con nuestra ayuda los atrapen pronto. Los agentes del Ru se presentarán aquí en un momento. Han estado trabajando con la policía local. Hoy mismo te escoltarán hasta Penwyck. En unas horas estarás con la reina Marissa.
—Pero tú...
—Yo me quedaré aquí para dar el informe y luego iré a Penwyck. Estoy segura de que el propio almirante Monteque querrá hablar conmigo, aunque solo sea para decirme que soy un fracaso.
La expresión de Sara no se inmutó mientras contaba a Shane todo aquello, pero él supo que no estaba tan tranquila como quería aparentar. Sus ojos brillaban demasiado y tenía la barbilla ligeramente alzada. Estaba claro que no se sentía más feliz que él respecto a cómo habían resultado las cosas. Aunque, probablemente, la causa de su decepción se debía a que su carrera estaba en peligro, no a que no pudiera quedarse con él.
—Sara...
—Todo irá bien, Shane —dijo ella, interrumpiéndolo—. En unas horas estarás con tu hermano y la reina, aclararás el asunto de tu identidad y podrás seguir adelante con tu vida, sea cual sea la dirección que tome.
—Pero tú...
—Yo también podré seguir adelante con mi vida
—volvió a interrumpir Sara—. Sea cual sea la dirección que tome.
En otras palabras, pensó Shane, «todo ha acabado entre nosotros».
Y al darse cuenta de aquello se sintió como si acabara de ser arrollado por un camión. ¿Cómo podía decir eso?, se preguntó. ¿Cómo podía sugerir que debían seguir adelante con sus vidas después de lo que había pasado aquella noche? ¿Después de todo lo que había pasado aquella semana?
«Y qué esperabas, Cordello?», preguntó la molesta vocecita. «A fin de cuentas, no os habéis hecho ninguna promesa. Desde luego, tú no le has hecho ninguna a ella».
Shane no recordaba si le había dicho a Sara en algún momento durante la noche que la quería, pero si lo había hecho, estaba seguro de que había sido sin convicción.
Pero sí estaba seguro de no haberle hecho ninguna promesa. Ni siquiera cuando se había dado cuenta de que lo había elegido como el primer hombre de su vida. Aquella noche había sido importante para ella. Sara no se habría decidido a hacer el amor si no hubiera sentido algo por él. No era la clase de mujer que entregaría su virginidad así como así a un hombre al que no esperara volver a ver. Shane había comprendido aquello incluso mientras aceptaba su regalo. Y al hacerlo, había reconocido, conscientemente o no, que ella sentía algo por él. Algo bastante intenso.
Pero él no le había dicho nada para hacerle creer que sentía lo mismo; no le había dado indicios de que aquella noche hubiera significado más que otras con otras mujeres. Incluso una declaración de amor podía ser malinterpretada. Las personas decían cosas cuando hacían el amor, pero eso no significaba que las dijeran en serio. Incluso aunque él no hubiera dicho jamás aquellas palabras a una mujer. Sara no tenía motivos para pensar que él quería que siguiera a su lado. Y aquella era su forma de liberarlo.
—Sara... —empezó de nuevo.
—Oh, mira —interrumpió ella una vez más—, han batido su propio récord. Ya están aquí.
Shane siguió la dirección de su mirada y vio a dos hombres de mediana edad que habrían pasado por dos turistas de no ser por las típicas gafas oscuras y los aparatos de escucha que llevaban en las orejas. En cuanto los localizaron, se encaminaron hacia ellos.
—Wallington —dijo uno de ellos mientras se acercaba, en un tono totalmente carente de entonación—, nosotros nos hacemos cargo a partir de ahora. Morrisey te espera fuera, en el coche.
Sara asintió, claramente resignada, y luego se volvió hacia Shane.
—Buena suerte. Espero que todo te vaya bien
—dijo, pero aunque su voz sonó vacía, sus ojos...
Oh, sus ojos, pensó Shane. Estaban llenos de pesar, de necesidad, de deseo, y habría querido quedarse con ella para decirle todo lo que no le había dicho la noche anterior.
—Sé feliz —añadió.
Como si aquello fuera posible sin ella, pensó Shane. Pero todo lo que respondió fue:
—Sí, gracias.
Ya continuación fue escoltado por los dos hombres a lo largo del vestíbulo hasta el exterior del hotel, donde esperaban dos coches. La puerta de unos de ellos se abrió fantasmagóricamente y uno de los escoltas le dijo que pasara al interior. El otro hombre ocupó el asiento delantero. Conducía una mujer. Shane se volvió a mirar por la ventanilla trasera y vio que Sara miraba una última vez en su dirección antes de entrar en el otro coche. Sin pensarlo, alzó una mano para despedirse, aunque no estaba seguro de que pudiera verlo. Pero creyó ver que sonreía con tristeza antes de subir al vehículo.
Y entonces, así como así, Sara se había ido.